viernes, 30 de abril de 2021

LA CARIDAD ES RENTABLE


 La Iglesia Católica ha predicado siempre la caridad, excelsa virtud teologal (las otras son la fe y la esperanza), que encuentra su fundamento y justificación en el amor fraterno predicado por Jesús. Siguiendo criterios teológicos, la caridad abarca territorios muy amplios. Por caridad, por ejemplo, para salvar su alma, se enviaba al hereje a la hoguera. Pero en el ámbito de lo cotidiano y próximo, la caridad consiste principalmente en socorrer al menesteroso en sus necesidades materiales. Como puede deducirse fácilmente, en este ámbito, la caridad exige necesariamente la existencia de pobres. O, dicho de otro modo, sin la existencia de pobres no sería posible ni necesaria la caridad.
No obstante, a pesar de que se dirige a los pobres, es decir, a aquellos que no tienen nada o prácticamente nada, la caridad resulta rentable. Y no nos referimos a los réditos espirituales que el fiel católico, va atesorando para asegurarse un lugar en el paraíso, sino a una rentabilidad terrena, es decir, a la obtención de beneficios materiales, concretados en rica y sabrosa pasta, auténtico vocato di cardinali. Veamos un ejemplo:
En el siglo XV, la gente del común se moría literalmente de hambre en Europa. Los prestamistas, cabe mejor decir los usureros, cobraban por sus préstamos intereses que iban del 20% al 200% y en alguno casos, como en la fabricación de cerveza en Inglaterra, al 500%, de modo que ante, pongamos por caso, una mala cosecha o una enfermedad de mediana duración, quién era el guapo que se atrevía a solicitar un préstamo, pero además, con garantía de qué, si la inmensa mayoría de la gente apenas disponía de escasísimas pertenencias personales. 
En este marco en el que vivir resultaba harto complicado, a los franciscanos de Italia y, en concreto, a fray Bernabé de Terni, en Perusa, inflamado de santa caridad, se le ocurrió acudir en socorro de tanta pobre gente. Para ello no se echó a la calle junto con sus compañeros de cenobio para pedir ayuda a los poderosos. Eso ya lo hacían para su convento, con no escaso fruto, por cierto, no solamente en Perusa, sino en todos los conventos de Italia y de Europa. En unión de sus compañeros, fray Bernabé ideó y logró poner en marcha el primer Monte de Piedad, institución a modo de rudimentario banco que tenía por objeto facilitar préstamos a estos necesitados con la garantía exclusiva de bienes personales. La caridad se concretaba en las condiciones con que los franciscanos otorgaban estos préstamos, en un principio sin interés, pero muy pronto como un interés del 3% o el 4%, interés bajísimo frente al que cobraban los usureros. El préstamo, naturalmente, se concedía por una cantidad inferior al valor estimado por el prestamista para la prenda entregada como garantía y por un plazo que solía ser de un año, al cabo del cual el prestatario recuperaba la prenda mediante el pago del principal más los intereses, o el prestamista ponía en venta la prenda en pública subasta.
Choca que una actividad tan puramente mercantil fuese inaugurada precisamente por los franciscanos, tan espirituales siempre. Choca más aún el interés que cobraban, siendo así que la Iglesia tenía prohibido todo tipo de intereses, por reducidos que fueran, al considerarlos usura. Y choca, sobre todo, el negocio en sí, pues qué podía empeñar (este es el término comúnmente empleado, aunque en la jerga técnica se denomina pignorar, término infinitamente más fino y aséptico, ¿no es cierto?), qué podía empeñar aquella pobre gente, aparte de una capa heredada del abuelo, un apero de labranza o el anillo de oro que a la tatarabuela violada por su señor le había regalado el violador y había ido pasando de madres a hijas.
Pues, a pesar de todo, el negocio prosperó. ¡Jo, que si prosperó! Entre 1462 y 1490 se crearon montes de piedad, además de en Perusa, en Savona, en Mantua y en Florencia. Ante la boyantía del negocio, la Iglesia no tardó mucho en aceptar el cobro de intereses, lo hizo, concretamente en 1515, en el V Concilio de Letrán. No mucho tiempo después, en 1563, el Concilio de Trento que, pretendía poner a la Iglesia al día, declaró a los Montes de Piedad, que para entonces se habían extendido ya por casi toda Europa, entidades de carácter benéfico. El éxito fue de tal calibre, las ganancias tan superlativas, no sólo para la orden franciscana, que en el siglo XVIII a los montes de piedad se le añadieron, como parte del negocio, las cajas de ahorro, dedicadas a la captación del ahorro que pudieran realizar las capas más humildes de la sociedad, estableciéndose enseguida en casi todas las ciudades de importancia de Europa.
En España el primer Monte de Piedad se fundó en 1550 en la localidad de Dueñas (Palencia). En Madrid, cuya fachada barroca aparece en la fotografía adjunta, lo fundó en 1702 el capellán de las Descalzas Reales Francisco de Piquer y Rodilla. De hasta que punto fue rentable esta institución, basta saber que andando el tiempo se convertiría en Caja Madrid, cuarta entidad financiera de España, a la que destrozaron una caterva de políticos y remató Rodrigo Rato, originando una de las mayores estafas de este país, realizada sobre los pequeños accionistas. La Caja se convirtió en un banco, Bankia, con un rescate por parte de todos los españoles de 23.000 millones de euros, de los que los accionistas no vieron ni un euro y el Estado no volvió ni volverá a saber de ellos, que así de generosos somos los españoles y así de chulas nuestras sociedades bancarias. Este nuevo banco acaba de ser absorbido por Caixabank, entidad catalana que pretende despedir mediante un ERE, para que le salga baratito, a más de siete mil empleados.
En Córdoba lo creó el cabildo catedralicio en 1864 con la herencia de 300.000 reales que para tal fin había dejado en su testamento el canónigo José de Ayuda Medina y Corella. Como Córdoba es más pequeña que Madrid, el Monte de Piedad del Señor Medina, como fue conocido en sus orígenes, sólo terminaría dando lugar con el paso del tiempo a Cajasur, entidad crediticia que, tras absorber a la Caja de Ahorros de Córdoba, controlaba los ahorros de la inmensa mayoría de los cordobeses y a la que esquilmó hasta lograr su quiebra el canónigo y presidente de la entidad Miguel Castillejo Gorraitz (1930-2016), auténtico sátrapa, que consiguió ser nombrado Prelado de Honor de Su Santidad gracias a la pasta que transfería sin control alguno de Cajasur a la Iglesia. Tanto él como el resto del consejo de administración salieron de rositas del descalabro de la entidad cordobesa, que fue absorbida por Kutxabank, firma bancaria vasca, y sin que tocaran ni un euro de la extraordinaria pensión de 200.000 euros al año, esquilmados igualmente de la entidad, que disfrutó hasta su muerte y que hoy siguen disfrutando sus hermanas hasta el día en que mueran.

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