miércoles, 28 de agosto de 2024

EL CASO DE LAS IMÁGENES

En los últimos tiempos las procesiones con imágenes católicas invaden como nunca las calles de Córdoba. Aparte de las tradicionales de la Semana Santa, vamos a un ritmo de dos y hasta tres procesiones por semana. A ellas se unen de tanto en tanto las llamadas Magnas, que consisten en reunir y sacar a la calle en una sola procesión todas las imágenes correspondientes a una sola advocación existentes en la diócesis. Un ejemplo de este último evento fue la Magna Nazarena del año 2019, con treinta y un pasos del Nazareno recorriendo por distintos itinerarios las calles de la ciudad desde las 19,30 del 14 de septiembre, hasta enfilar uno detrás del otro la carrera oficial, que discurrió por la Puerta del Puente y calles Torrijos y Cardenal Herrero, para entrar a la Mezquita-Catedral por el Patio de los Naranjos.
Es, como mínimo, asombrosa la dinámica que ha seguido la Iglesia Católica en relación con las imágenes. En el capítulo cinco, versículos 7 a 21 del Deuteronomio se recogen los diez mandamientos del Dios bíblico, que para la Iglesia es el Dios Padre de la Trinidad. El segundo de estos mandamientos es tan claro como contundente. Dice así: No te harás imagen de escultura de ni figura alguna de cuanto hay arriba, en los cielos, ni abajo, sobre la tierra, ni de cuanto hay en las aguas abajo de la tierra. No las adorarás ni le darás culto, porque yo, Yavé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castiga la indignidad de los padres hasta la tercera y la cuarta generación de los que me aborrecen y hago misericordia por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos."
La Iglesia modificó a su capricho la lista de estos diez mandamientos, cambiando el sentido de varios, adulterándolos, como veremos en una próxima entrada, pero este segundo, sencillamente, lo eliminó, como si nunca hubiera existido. Ahora bien los cristianos condenaron desde el principio las imágenes griegas y romanas, las tacharon de ídolos y en tanto les fue posible procedieron a su destrucción. Tras Constantino, insistieron e insistieron ante los emperadores hasta que, finalmente, lograron que Teodosio I prohibiera su culto en todo el imperio, junto con todas las religiones denominadas paganas. Sólo quedó como única religión el cristianismo católico.
En su afán universalista (católico significa universal, y es un calificativo que la propia Iglesia se aplicó a sí misma) que, junto al proselitismo y al exclusivismo, forma parte de su ADN, bien pronto advirtieron los Padres de la Iglesia que sin imágenes no conseguirían atraer a las grandes masas del Imperio criadas y educadas durante bastantes siglos en su veneración, de modo que imágenes católicas no tardaron en aparecer, sustituyendo a las paganas, es más, mientras seguían persiguiendo y destruyendo éstas, hacían su aparición aquéllas. Hacia finales del siglo II podían verse ya en las catacumbas, cementerios subterráneos y extramuros en los que los cristianos enterraban a su muertos, numerosas pinturas, entre las que predominaba la figura de Cristo como el Buen Pastor. Por esas fechas, siguiendo el ejemplo de las propias religiones paganas y del judaísmo, del que procede el cristianismo, se iniciaron también las procesiones, medio clandestinas, eso sí, dotadas de cierto aire militar, que el ambiente era todavía hostil, las hacían trasladando al cementerio a sus difuntos, especialmente a los caídos en las persecuciones.
En el 325, el primer Concilio de Nicea estableció oficialmente la Semana Santa en conmemoración de la muerte y resurrección de Cristo, aunque guardó silencio respecto a las imágenes. No obstante, éstas, ya escultóricas, hicieron su aparición en el cristianismo occidental a lo largo del siglo V, imágenes que el cristianismo oriental rechazaba. Por esta razón, el séptimo Concilio de Nicea, celebrado en el 787, justificó el culto de las imágenes fundándose en el misterio del Verbo encarnado, expresión ésta con la que San Juan abre su evangelio, aunque en su primera carta, capítulo 5, versículo 21 y a manera de despedida, dice textualmente: "Hijos míos, guardaos de los ídolos"
Las procesiones se sucedieron en toda Europa a lo largo de la Edad Media. Ahora bien, la Semana Santa, como la conocemos hoy, con sus imágenes dolientes y sus pasos o tronos es original de España, de donde pasó a Sudamérica. El Concilio de Trento (1545-1563) y esto es importante en relación con lo que sucede hoy, decretó su potenciación con el objeto de mostrar músculo ante los protestantes, que, siguiendo el mandato bíblico, las criticaban fuertemente. En España, el XVII fue el siglo de oro de la imaginería, no había templo en todo el país que no reclamara un Cristo, una imagen de la Virgen o de cualquiera de los numerosos santos que existían ya por aquel entonces.
Muy bien, pero en qué se diferencian estas imágenes católicas de los "ídolos" paganos. Para un observador imparcial en nada. Ah, pero la Iglesia tiene argumentos para todo y ella sí que ve diferencias. "El que venera a una imagen venera en ella a la persona que está representada", se afirma en los concilios de Trento y Vaticano II. Tomás de Aquino, el excelso más excelso de todos los teólogos católicos sostiene que: "el culto de la religión no se se dirige a las imágenes mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. El movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que ella es imagen."
O sea, vienen a decir tanto los concilios como santo Tomás, que las imágenes son una mera representación. ¿Qué responder, pues, ante un argumento tan aplastante? ¿Qué responder?: en primer lugar que la Iglesia debe creer o intenta hacer creer que griegos y romanos eran imbéciles y estaban convencidos de que la imagen que tenían ante sí no era una representación, sino el propio dios o la propia diosa en ella retratados. Pero, además, es que, creyeran lo que creyeran griegos y romanos, el argumento eclesiástico es absolutamente falso en la práctica. ¿Alguien puede creer, por ejemplo, que los que en España, en el Rocío, pugnan casi salvajemente por apoderarse del trono de la Virgen para pasearla por el llano piensan realmente en la Virgen y no sólo en la imagen? Y los que acuden al Rescatado, en Córdoba, a pedirle favores, ¿lo hacen a Cristo, en ella representado, o la propia imagen? Si el favor se lo piden a Cristo, ¿qué necesidad tienen de postrarse ante su imagen? ¿Acaso existe alguna semejanza en esta forma de pedir y la que el propio Cristo enseñó, según cuenta el evangelio? Hay en este país centenares, miles, de casos en los que resulta más que evidente que la que importa es la imagen, no lo que ella representa.
Lo mismo que después de Trento, la Iglesia, al menos en la ciudad de Córdoba, vuelve a llenar las calles de procesiones. Debe, como entonces, sentir que pierde influencia en la sociedad. Desde luego, en lo que se refiere a España no deja de ser cierto, ya que, según las últimas estadísticas publicadas en diversos medios de comunicación, un 28% de los españoles se declaran ateos o agnósticos, y de los católicos sólo el 20% cumple el precepto dominical y, más o menos, el resto de los mandamientos. Pero hoy no son los tiempos de Trento y del orden de unas 150 procesiones anuales, tirando por lo bajo, son demasiadas procesiones, máxime sin tenemos en cuenta que prácticamente todas discurren por el casco urbano. Se mire como se mire, tal avalancha supone un abuso por parte de la autoridad religiosa, permitido por la autoridad política. Y no se diga que otras manifestaciones, como, por ejemplo, la Vuelta Ciclista a España, ocupan también las calles a lo largo del año, porque éstas no llegan ni a la docena. Las calles se cierran y los desplazamientos se hacen penosos para muchísimas personas que necesitan llegar a su domicilio o que salen de él para dirigirse a su trabajo. Al centenar y medio de procesiones hay que sumarle, además, los ensayos con los pasos por las calles adyacentes al templo en el que se encuentra la imagen. ¿Y todo para qué? ¿Para proporcionar un espectáculo que es mucho mas molesto que piadoso? ¿O para mostrar músculo ante quienes pretenden, con justicia, que la Iglesia española deje de recibir los cuantiosos privilegios que mantiene? Una decisión que, atendiendo simplemente al contenido del evangelio, debería salir de ella misma.

Imágenes. Pinturas de Klimt

miércoles, 21 de agosto de 2024

EL RESPETO DE LA VIDA

Uno está ya más que cansado de escuchar una vez y otra y otra y otra la expresión "respeto de la vida", que aparece en frases como "hay que respetar la vida", "la vida es sagrada y es necesario respetarla", "la sociedad que no respeta la vida es una sociedad enferma, etc." Y uno se cansa de escuchar lo mismo en unos y en otros porque la "vida", así, sin concretar, como repetidamente se hace, es un mero concepto mental que no significa nada, un concepto vacío. "Hay que respetar la vida desde el principio hasta el final" se escucha con harta frecuencia en boca de obispos, cardenales y hasta del propio papa de la Iglesia católica. ¿Pero qué vida? ¿La vida de quién o de quiénes? Parece evidente que, en este caso, la vida a la que se refieren tales jerarcas es exclusivamente la vida humana.
Ahora bien, ayer saqué de la biblioteca pública Grupo Cántico un libro del alemán Hugo Rahner (1900-1968), titulado Mitos griegos en interpretación cristiana (Por cierto, qué magnífica biblioteca tenemos ahora en Córdoba) Este Hugo es hermano del célebre teólogo católico Karl Rahner (1904-1984), inspirador del concilio Vaticano II. Como Karl, Hugo fue también jesuita. El libro se publicó en 1945 en el idioma de su autor, pero en 2003 la editorial Herder publicó una nueva edición en castellano, con traducción de Carlota Rubíes y prólogo del monje de Monserrat y antropólogo Lluis Duch (1936-2018).
Bien, pues en el prólogo, a poco de empezar a leer, me topo con la frase: "el respeto incondicional que merece la vida en sus diferentes manifestaciones en el mundo." Y, la verdad: casi me descoyunto del sobresalto. Francamente, yo no puedo creer que quien escribe una cosa así sea tonto o tenga el seso tan absorbido que no advierta el alcance de lo que escribe. Veamos, Lluis Duch es miembro de la Iglesia católica y no un miembro cualquiera, sino un sacerdote, monje de un monasterio prestigioso, especialista en la cultura occidental y profesor de fenomenología de la religión en diversos Institutos y en la Universidad, por tanto, es un potente intelectual que cree con absoluto convencimiento que el mundo con todo su contenido ha sido creado por Dios. 
En la frase citada, la expresión "en sus diferentes manifestaciones", introduce cierta ambigüedad, pero como no me parece posible que se refiera a fantasmas, aparecidos u otros entes similares, entiendo que se refiere a las distintas formas de vida que conviven en la tierra, desde los microorganismos más diminutos, hasta las especies animales más grandes y complejas. Si esto es así y Dios es el creador de cuanto existe, resulta de una evidencia avasalladora que el primero que no respeta esa vida es Él, puesto que en su creación introdujo la ineludible necesidad de que, para vivir, unos seres se vean obligados a matar a otros, es decir, a no respetar la vida de sus víctimas.
Con su afirmación, ¿es descabellado pensar que el padre Lluis Duch respetaría tanto la vida de un perro, un gato, un caballo, etc., como la de las chinches, las pulgas, las garrapatas e incluso la de las bacterias que podían ocasionarle una neumonía? Ah, no, que quedamos más arriba en que a lo que parecen referirse cuando hablan de su respeto es a la vida humana. Acabáramos. Pero antes de acabar, vayamos por partes: en boca de los obispos y aun en los escritos del padre Duch, así como de muchos fieles de a pie, la vaciedad de ese respeto sólo es comparable con la hipocresía con la que se hacen estas afirmaciones. 
Así, cuando piden "respeto de la vida desde sus orígenes, quieren decir, desde el mismo momento de la concepción, pero lo que realmente manifiestan, si bien, de manera elusiva, es su oposición al aborto. Lo estamos viendo todos los días: reiterados intentos de disuadir a la mujer que se plantea abortar, incluidos, en más de una ocasión, chantajes y amenazas, como se prueba con el acoso al que someten fieles de a pie a las clínicas autorizadas para la realización de esta intervención. Ahora, una vez que el nuevo individuo está en el mundo, si te vi no me acuerdo, es la madre, en compañía del padre y en muchos casos sola, la que carga exclusivamente con la criatura. 
Igualmente, el respeto a la vida hasta el final no es otra cosa que oposición a la eutanasia, oposición a que ya que llegamos a este mundo sin dar nuestra opinión, podamos abandonarlo cuando y como lo deseemos. A título de ejemplo, yo no he oído a ningún obispo ni siquiera lamentar cómo durante la pandemia fueron abandonados a su suerte y murieron en su mayoría solos, dolorosa y angustiosamente más de siete mil ancianos de las residencias de Madrid. La vida es sagrada hasta el final, pero cómo sea ese final les importa un comino. Porque yo no he oído tampoco a ningún obispo lamentar, al menos, la forma de acabar su vida esas personas, jóvenes en su mayoría, que, formando parte de la que llaman inmigración descontrolada, se ahogan en el Mediterráneo. Tampoco les he oído nunca condenar la pena de muerte, en la que tanto el respeto de la vida, como el respeto a su final natural, se van directamente a hacer puñetas.
Y es que la vida es sagrada, repiten una y otra vez, ahora bien, cómo sea esa vida es ya algo que se las trae absolutamente al pairo. Yo no he oído tampoco a ni un solo obispo reclamar una solución para las numerosas personas que viven, es un decir, en la Cañada Real de Madrid, por poner un ejemplo conocido por toda España, que, entre otras cosas, llevan tres años sin energía eléctrica. Tampoco los he escuchado no digo condenar, sino ni lamentar siquiera la explotación y el expolio que los europeos, pero no sólo éstos, seguimos practicando en África, dando lugar a la miseria de sus poblaciones, causa principal de esa inmigración descontrolada que logra llegar a nuestras costas después de increíbles padecimientos. Al contrario: que no todo el que llega es trigo limpio, le oí decir al anterior arzobispo de Valencia y cardenal Antonio Cañizares. 
Del mismo modo les preocupa menos que un pimiento la vida destrozada de los niños sometidos a abusos sexuales por sus sacerdotes. Tan poco les importa que a lo largo de decenas de años, y yo me atrevería a decir a lo largo de la historia desde la instauración del celibato obligatorio, lo único que han hecho es ocultar los casos que se producían. Una buena prueba de esa despreocupación, que viene a ser casi un delito, es la racanería que, al menos los obispos españoles, están mostrando para reconocer y compensar a las víctimas, una vez que el asunto ha estallado y no resulta tan fácil continuar ocultándolo.

La vida que sí les importa es la de los homosexuales, pero no para denunciar la discriminación que no acaba de desaparecer o para reconocerles sus derechos, sino para "curarlos". Basta ver la fiereza con la que se han opuesto al matrimonio entre personas del mismo sexo, aparte de escuchar las declaraciones de más de uno de sus miembros, efectuadas sin el menor pudor.
Y es que, si nos referimos exclusivamente a los seres humanos, respetar no la vida en general, sino la vida de todos y cada uno de ellos, no consiste ni mucho menos en lograr que no haya un solo aborto provocado por otro ser humano, tampoco consiste en impedir que nadie pueda acelerar el final de su vida ni siquiera para poner fin al sufrimiento, muchas veces terrible, que padecen no pocos enfermos. El respeto y la defensa de la vida humana no es más que palabrería, si no estamos dispuestos mucho antes a respetar y a defender su dignidad.


Imágenes: Depositphotos

lunes, 19 de agosto de 2024

PASIÓN POR LA GUERRA

Batalla de Verdún
Entre muertos y heridos de variada gravedad, muchos de ellos irreversibles de por vida, la primera guerra mundial produjo cuarenta (40) millones de víctimas. Sólo en la batalla de Verdún que se prolongó del 21 de febrero al 16 de diciembre de 1916, se produjeron 750.000 entre los dos bandos. Tal número de víctimas marcó el conflicto como uno de los más terribles de la historia.
Con estos datos y tras repasar las guerras en las que se han enfrentado los grupos humanos a lo largo de la historia, uno no dudaría en afirmar que la guerra es un forma de dirimir los conflictos a la que no se abona prácticamente nadie. Sin embargo, en el caso de la primera guerra mundial nos equivocaríamos por completo. Filósofos, escritores, artistas e intelectuales en general y buena parte de la gente de a pie anhelaba que estallara un conflicto que se venía barruntando desde algunos años antes y que estalló pr fin tras el asesinato del heredero de la corona austro-húngara, Francisco Fernando de Austria y de su esposa por el nacionalista serbio Gavrilo Princip, el 28 de junio de 1914.
Thomas Hardy
Una buena parte de dichos intelectuales consideraban los escritos de Nietzsche justificantes de la contienda que se avecinaba, estaban a favor de ésta precisamente porque estaban en contra del pensamiento Nietzscheano y aun en contra del propio filósofo. Así, H.L. Stewart, filósofo canadiense, proclamaba que estaban ante el enfrentamiento entre "el inmoralismo nietzscheano, falto de escrúpulos, y los muy apreciados principios de moderación cristiana." El famoso novelista inglés Thomas Hardy (1840-1928) afirmaba: "No creo que exista ningún otro caso, desde el inicio de la historia, en el que un país haya quedado tan desmoralizado a causa de las manifestaciones de un solo autor." Para el francés Romain Roland (1866-1944) Nietzsche era "el azote de Dios." No fueron pocos los que afirmaron que la proclamación de la muerte de Dios había abierto las puertas del infierno, provocando el apocalipsis. Theodor Kappstein (1870-1960), por ejemplo, teólogo alemán, en lo que no se sabe bien si se trata de una censura o de una alabanza, sostenía que Nietzsche era el filósofo de la guerra mundial porque había educado a toda una generación "en una peligrosa honestidad, en el desprecio a la muerte y en una existencia sacrificada en el altar del todo, en el heroísmo y en una callada y jubilosa grandeza."
Desde luego, muchos soldados alemanes y algunos del bando aliado, se llevaban al frente el Así habló Zaratustra, sin duda, el libro más famoso del filósofo alemán, acompañado del Fausto de Goethe y del Nuevo Testamento. Se dice que Gavrilo Princip, el asesino del archiduque Francisco Fernando, recitaba muy bien el poema de Nietzsche Ecce Homo, en el que sobresalen los versos: "Insaciable cual llama/quemo, abraso y me consumo."
Max Scheler
Sin dejar de estar en contra de Nietzsche, muchos otros intelectuales hicieron hincapié sobre todo en la necesidad de la guerra, basándose en la posibilidad de que ésta pusiera fin a lo que ellos consideraban decadencia moral de la sociedad. Así, el alemán Max Scheler (1874-1928), filósofo preferido de Juan Pablo II, estudioso de la fenomenología, la ética, la antropología y la filosofía de la religión, con numerosos libros publicados, definía la guerra como un elemento de la evolución humana, afirmando que la que estaba a punto de originarse ofrecía una ocasión para el renacimiento del ser humano, un principio dinámico que era el que producía de manera principal los movimientos de la historia.
El poeta Stefan George (1868-1933), también alemán, afirmaba sin el menor pudor que la guerra podía purificar espiritualmente una sociedad, a su juicio, moribunda. Otro alemán, el dramaturgo Edwin Piscator (1893-1966), pensaba lo mismo, añadiendo que la generación de la guerra se hallaba sumida en la "bancarrota espiritual" (No sé yo que diría si levantara la cabeza y se diera hoy un paseo meramente por las redes sociales). El gran escritor Stefan Sweig (1881-1942) que acabaría huyendo de los nazis y suicidándose junto a su mujer, en Brasil, veía en la guerra de 1914 algo así como una válvula de escape espiritual, apoyándose en el argumento freudiano de que la sola razón es incapaz de refrenar la fuerza de los instintos.
Gabriele d'Anunzio
En 1910, el novelista escocés Jon Buchan (1875-1940) publicó la novela Preste John, ambientada en Sudáfrica. En ella se llega a afirmar la necesidad de borrar del mapa la civilización occidental. Por su parte, el italiano Gabriele d'Anunzio (1863-1938) afirmaba que "la última esperanza de salvación que le queda a Francia es el estallido de una guerra nacional." Si no estallaba esa guerra, el escritor y poeta veía a Francia abocada a la "degeneración democrática, a la inmolación de la alta cultura francesa por la marea de la plebe." d'Anunzio, que para los italianos se convirtió en un héroe en la primera guerra mundial, era ultranacionalista y fue el inspirador del fascismo.
Henry Bergson
El gran filósofo francés Henry Bergson (1859-1941), premio nobel de literatura en 1927, por su obra La evolución creadora, premio que rechazó porque no quería que su libro se apreciase sólo como literatura, tras abandonar el positivismo, que había seguido en sus primeros momentos, se abonó a una crítica de la visón mecanicista y determinista que la ciencia tenía sobre el mundo. Para Bergson, la realidad, específicamente la realidad del ser humano, no puede ser reducida a leyes científicas, sino que es mucho más compleja, al incluir el libre albedrío, así como la conciencia del tiempo. Pues, poco antes de su comienzo, manifestaba que "la guerra había de traer consigo la regeneración moral de Europa." Más o menos lo mismo venía a decir el poeta francés Charles Peguy (1873-1914), al declarar en 1913 que "el estallido de la guerra produciría un movimiento regenerador." Él, desde luego, no vería tal regeneración, pues murió en combate. 
Marcel Proust
Músicos como Alban Berg(1885-1935), Alexander Scriabin (1872-1915) o Igor Stravinsky(1882-1971), defendían que la guerra habría de "sacudir el alma de la gente preparándola para logros espirituales." Nada menos que en 1916, en plena batalla de Verdún, el compositor danés Carl Nielsen (1965-1931) rendía su homenaje a lo que entendía como "fuerza vital" con su Sinfonía inextinguible, en la que se asiste a una formidable batalla entre las baterías de timbales. Para él, la fuerza vital, puesta de manifiesto en la guerra, se renovaba de continuo, principalmente merced a la violencia del enfrentamiento bélico. Hasta intelectuales tan singulares como Freud, Henry James o Marcel Proust, estuvieron formalmente a favor de la guerra, asegurando que "la violencia podía permitir que el individuo se descubriera a sí mismo."
Bien, pues a pesar de las rotundas afirmaciones de todos estos intelectuales, traídos sólo a título de ejemplo, puesto que hubo muchísimos más, la regeneración moral que produjo la guerra fue la que se puso de manifiesto en los locos años veinte, preludio y, en parte, preparación de la segunda guerra mundial, que estallaría veinticinco años más tarde de la primera. Tal circunstancia vendría a demostrar, en efecto, como se insinúa más arriba, que ninguna guerra produce regeneración moral alguna, sino que es fruto de la parte más animal y bestia del ser humano, incapaz en esos casos de resolver los problemas, en general de convivencia, mediante el diálogo y la negociación

Fuente:
La edad de la nada.- Peter Watson

Imágenes: Internet

sábado, 3 de agosto de 2024

EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE

El doctor Eben Alexander (Carolina del Norte, 1953), eminente neurocirujano y profesor en la Escuela de Medicina de Harvard, sufrió hace algunos años una meningitis bacteriana que lo llevó a un coma profundo en el que se mantuvo durante una semana. Una vez recuperado, escribió y publicó un libro con el título La prueba del cielo. El viaje de un neurocirujano a la vida después de la vida. En él contaba que en el paraíso hay mariposas, flores, almas benditas y ángeles.
Mira qué bonita era
Cuando yo era niño y aun mozuelo, las personas solían morir en sus casas y en ellas se llevaba a cabo el velatorio por parte de sus allegados y de amigos y conocidos, de manera que el difunto no permanecía nunca solo. Luego, el traslado del cadáver, primero a la iglesia y luego al cementerio, se hacía en un coche funerario tirado por caballos, con su cochero vestido de negro, en una comitiva precedida por uno o varios sacerdotes, dependiendo de la pasta que pudieran aflojar los deudos del difunto, y seguida por dichos deudos y todo el que, más o menos cercano, los acompañaba en el duelo. A diario veíamos recorrer las calles de la ciudad a aquellos coches, que los más jóvenes habrán podido ver hoy en las películas de Drácula o en alguna de época. Es decir, la muerte era un suceso cotidiano al que se asistía con respeto pero sin mayor temor, al menos por parte de niños y jovenzuelos.
Entierro de siete capas
Desde entonces, la muerte ha ido sufriendo un proceso de ocultamiento que ha llevado hoy a su práctica desaparición. En la actualidad, la mayor parte de las personas mueren en el hospital, solas o asistidas por un único acompañante; seguidamente, en la misma soledad, una funeraria traslada al difunto a un aséptico tanatorio, en un automóvil que apenas se distingue de los que inundan las calles a casi todas horas; en el tanatorio, después de preparado, el cadáver es expuesto en una especie de hornacina cerrada con cristal y situada en un recodo de la sala destinada a sus deudos y allegados, de manera que nadie lo ve, salvo que hagamos el esfuerzo de doblar el recodo. Con este ocultamiento de la muerte se diría que hemos llegado a un punto en el que nos creemos inmortales, una creencia reforzada muy probablemente porque la esperanza de vida ha crecido de forma casi exponencial.
¿Dónde está el difunto?
Y justamente ahora, un ahora que abarca varias decenas de años, se repiten las historias de personas que, en estado de coma profundo, viven, según cuentan, hechos ciertamente asombrosos, incluso prodigiosos, que han dado en llamarse Experiencias Cercanas a la Muerte. Dando por ciertas, si no todas, la mayoría de esas historias, hay casos hasta escalofriantes, como el de una señora, que, tras salir de un coma profundo después de un tremendo accidente de automóvil y tras ser operada y recuperarse, fue al encuentro de otra señora a la que no conocía de nada y le contó que había visto al hijo que había perdido y que era enteramente feliz. Otras personas son capaces de describir minuciosamente el quirófano en el que han sido operados, así como, paso a paso, la operación a la que han sido sometidos, como si su consciencia, o lo que quiera que sea, saliera de ellos y lo vieran todo lo mismo que el que contempla un paisaje desde la cumbre de un monte. No obstante, la historia que predomina es la de la secuencia ya célebre de la intensa luz al final de un túnel, al otro lado del cual le esperan, alborozados, familiares fallecidos hace más o menos tiempo.
En el túnel
Dejando al margen el hecho sobradamente conocido de que cuando el cerebro empieza a quedarse sin oxígeno debido a la ralentización y casi desaparición del riego sanguíneo se pueden tener todo tipo de alucinaciones, no cabe duda de que casos como el de la señora que se menciona más arriba no tienen explicación. Sin embargo, digámoslo de una vez: estar cerca de la muerte, casi muerto, no es estar muerto, por consiguiente, no se regresa de ninguna muerte, no se vive ninguna vida más allá de esta vida, ni puede, al menos al día de hoy, asegurarse de ningún modo que exista otra vida después de esta, por lo que títulos como el del libro arriba citado son no sólo engañosos, sino absolutamente falsos. La propia denominación de Experiencias Cercanas a la Muerte está certificando que nadie vuelve de ninguna muerte.
Ahora bien, eso no quiere decir que las historias que se cuentan sean falsas también. Son muy numerosas las personas que cuentan tales experiencias, pero, aun siendo muchas, son relativamente pocas y, desde luego, no les ocurre a todo el que sufre una parada cardiorrespiratoria o entra en coma por un tiempo más o menos prolongado. Por tanto, lo que el asunto requiere es un estudio serio, no el parloteo de unos cuanto charlatanes (hoy les llaman comunicadores) y escribidores, cuyo objetivo no confesado, pero real,es forrarse, un estudio de carácter científico, con los parámetros y los condicionantes de la ciencia, renunciando a la invocación de ninguna entidad, espacio o lugar ultraterrenos, de cuya existencia no existe hasta hoy prueba alguna.

Imágenes: Mira qué bonita era: Pintura de Julio Romero de Torres
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