Nieto Cumplido
Hace unos días, en Facebook, le censuraron a mi amigo Paco Muñoz la entrada de su blog Notas Cordobesas Una inscripción romana debajo de una baza de la ampliación de Almanzor. Motivo: comentar de pasada que al archivero de la catedral Manuel Nieto Cumplido le había salido un hijo, una noticia que confirmó la Cadena Ser el día 2 del presente mes de julio. Ese hijo fue fruto de una relación de varios años a partir de 1960 con una señora casada, cuando Nieto Cumplido fue párroco de la iglesia de Peñarroya (Córdoba). El niño habría nacido en 1963, aunque la señora se lo adjudicó al marido.
Para completar la catadura moral del que años más tarde llegaría a ser, en efecto, canónigo del cabildo catedralicio de Córdoba y archivero de la catedral, reproduzco la entrada que con el título de referencia publiqué en el antiguo El cuaderno escarlata, el 21 de noviembre de 2015, cuando el señor archivero aún estaba vivo. Aquí va:
En una entrevista publicada en el diario Córdoba el 6 de marzo de 2014, a la pregunta acerca del reconocimiento de las distintas culturas que se reflejan en el bien cultural que constituye la Mezquita-Catedral, causa, una de ellas, por la que la ONU reconoció al monumento cordobés como Patrimonio de la Humanidad, el entonces archivero de dicho templo respondía textualmente: "Los árabes salieron de Arabia con sus tiendas, y al llegar a Siria descubrieron el arte cristiano. Como no tenían otro arte, utilizaron el cristiano, entonces aquí todo lo que hay es arte nuestro.
El archivero mentía y lo hacía no por error o ignorancia, sino a sabiendas, es decir, cometiendo un pecado venial, si es que no, dada la trascendencia del asunto así como la importancia del monumento, un pecado mortal.
Tres cosas se aseguran los individuos que profesan en la vida religiosa dentro de la Iglesia Católica: las habichuelas, el colchón y el techo, tres elementos esenciales para la vida por los que los seglares en general han de luchar día tras día en la jungla mundana, sin que ninguno de ellos los tenga regularmente asegurados, por mucho empeño que pongan en la lucha. Ahora bien, la Iglesia Católica es una organización piramidal de invencible jerarquización, pero si uno está dispuesto a pasar por las horcas caudinas del superior y a dejar la personalidad propia en la puerta de la institución, se acabó el problema.
El archivero en su archivo
El archivero, que lo es desde 1973, ha manifestado en alguna que otra ocasión que el clero cordobés, más que obediente, es sumiso al obispo (diario Córdoba, 30-7-2003). Con esa capacidad de sumisión, que se encuentra muy por encima de su indudable capacidad intelectual, Manuel Nieto Cumplido supo moverse con exquisita habilidad en las, en ocasiones, tenebrosas aguas de la diócesis cordobesa hasta conseguir el puesto más conveniente para la satisfacción de sus inquietudes, que no son otras que la defensa, con verdad, con mentira y con lo que haga falta, de quien le proporciona los tres elementos de los que hablamos más arriba.
Los Estados, incluso los más herméticos, así como la práctica totalidad de las organizaciones humanas hacen públicos los documentos de sus archivos al cabo de un periodo de tiempo más o menos dilatado. Esto es así porque, públicos o privados, los archivos son, en último término, de todos, pues constituyen elementos principales para conocer nuestra historia. Haciendo gala de la egolatría y el secretismo que la caracterizan, la Iglesia Católica guarda celosamente su archivos, permitiendo el acceso únicamente a investigadores de su cuerda y haciendo públicos sólo aquellos documentos que le convienen para la defensa de sus intereses. El cabildo catedralicio cordobés no podía ser menos, de modo que el archivero ha convertido el archivo de la catedral en una trinchera a la que sólo tienen acceso él y aquellos que, no teniendo empacho en bailarle el agua, él considera convenientes.
El obispo Asenjo
En 1998, el gobierno de José María Aznar realizó una modificación de la ley hipotecaria, vigente desde la dictadura franquista, que convertía a los obispos del país en fedatarios públicos, de modo que con su sola fe podían registrar a nombre de la Iglesia bienes inmuebles y rústicos, de usos religioso o no, que hasta entonces tenían la consideración de públicos. De este modo, como se sabe, la Iglesia Católica se ha venido apoderando desde entonces no sólo de templos y ermitas, sino de terrenos, caminos y hasta de plazas públicas, como, por ejemplo, la del Pocito, en la barriada de la Fuensanta de la capital cordobesa. En 2006, valiéndose de esta ley, el obispo Juan José Asenjo registró en el Registro de la Propiedad de Córdoba la Mezquita-Catedral a nombre del obispado, por sólo treinta euros, curiosamente el mismo número de monedas que, según el evangelio, cobró Judas por traicionar a Jesús.Desde la cesión de Fernando III a la Iglesia en 1236, el obispado cordobés ha pugnado en diversos momentos por desislamizar la Mezquita. En 1489, el obispo Iñigo Manrique destruyó cuatro tramos de la ampliación de al-Hakem II, el mejor espacio del oratorio musulmán, para construir una miserable nave gótica que se usó como capilla mayor o catedral cristiana. Posteriormente, en 1523, otro obispo Manrique, Alonso en este caso, desechó esa capilla para construir la actual catedral cristiana obras que se prolongarían durante dos siglos. Mientras tanto, se fueron construyendo numerosas capillas para enterramiento, generalmente, de nobles. No obstante, en ningún momento se intentó silenciar el mérito de la construcción islámica, ni siquiera quitarle importancia. Este trabajo se iniciaría tras el registro del edificio a nombre del obispado y, más concretamente, tras la llegada en 2010 del obispo Demetrio Fernández, quien anda empeñado hasta en borrar el nombre de Mezquita, dejando sólo el de catedral, exactamente, Santa Iglesia Catedral.
Pero hablábamos del archivero. La catadura ética de este individuo se pone de relieve ya en el título de su libro La persecución religiosa en Córdoba, 1931-1939. Él que, como va dicho, es un fino intelectual, sabe perfectamente que una persecución requiere un plan, un método, unas directrices y una ejecución, y aquí se asesinaron sacerdotes, sí, pero por grupos incontrolados de gente exasperada por la constante cercanía de éstos elementos a los caciques y señores poderosos de la provincia. También Franco mató sacerdotes que se mantuvieron al lado de la República y al señor archivero no se le ocurrió hablar de ello. Ahora que parece actualizarse otra vez el asunto del Estado laico y que buena parte de la población muestra su hartazgo por los abusivos privilegios de que goza la Iglesia, un buen número de fieles se sienten ofendidos y vuelven a traer a la palestra la por ellos llamada persecución. Y es que nadie como la Iglesia para hacerse pasar por víctima en cuanto siente la más mínima amenaza.
Primera Edición
En 1995, nuestro archivero publicó un monumental volumen con el título de La Mezquita-Catedral de Córdoba. Era el tiempo del obispo Javier Martínez Fernández, gran encubridor de pederastas, como quedó demostrado no hace tanto en su nuevo puesto de arzobispo de Granada. Aunque con algunas reticencias y racanerías, en este amplio trabajo el archivero acepta la enorme importancia artística, así como el genio derrochado por los agarenos cordobeses en la construcción de la Mezquita, una importancia que ha sido valorada a lo largo de la historia por infinidad de intelectuales, críticos e historiadores, desde los musulmanes al-Tazi (s.X), o Ibn Idari (s. XIV) hasta los europeos Ambrosio de Morales, Pedro de Salazar, Antonio Ponz, David Roberst, Pedro de Madrazo, Pascual Madoz, Jovellanos, Leví-Provençal, Henri Terrase, Gayangos o Manuel Ocaña, por mencionar algunos.Esta obra tuvo un considerable éxito, agotándose rápidamente. Como existía una gran demanda de la misma, se hacía necesaria una segunda edición, pero ésta no se produjo hasta trece años más tarde, es decir, en 2008, una vez inscrita la Mezquita en el Registro de la Propiedad. Trece años de raro silencio editorial, si se tiene en cuenta que la edición estaba a cargo nada menos que de Cajasur. Un silencio que dio lugar a la propagación por los conventículos de la ciudad de rumores en los que se daba cuenta de auténticos navajeos a cuenta de envidias, vetos eclesiales y, sin duda, de la, a juicio de muchos, postura comedida y ecuánime del archivero en su estudio y descripción del monumento.
Segunda edición
En 2008 habían cambiado bastante los tiempos. La Mezquita ya era de la Iglesia y es probable que el archivero hubiera visto peligrar en aquellos rumores si no sus habichuelas, su colchón y su techo, sí su trinchera tan laboriosamente trabajada, de manera que algún arreglo había que hacerle al libro en esta segunda edición. El archivero empezó por modificar sustancialmente el título. Ya no se llamó La Mezquita-Catedral de Córdoba, como su había llamado siempre desde la conquista cristiana de la ciudad, sino La Catedral de Córdoba. A continuación, en una nueva y esplendorosa demostración de su catadura ética y como no era cosa de renovar a fondo el texto, por otra parte, casi meramente descriptivo, el archivero extrajo del saco de su bien adaptable conciencia un extenso prólogo en el que expuso las más aberrantes supercherías, embustes y tergiversaciones que historiador o estudioso alguno del arte haya imaginado nunca.En este prólogo, toda la gloria constructiva del emirato, primero, y del califato, después, se va literalmente a hacer puñetas. Más aún, el edificio no tiene propiamente nada de musulmán, por más que fueran alarifes musulmanes los que lo construyeran. Fueron los materiales romanos los que dieron forma a la mezquita de Abd al-Rahmán I; más tarde fueron los bizantinos los que realizaron la ampliación de al-Hakem II, y, por fin, que todo tiene su fundamento en Grecia y en el arte cristiano. Y, para culminar el guisote, el señor archivero sostiene que la época musulmana no consistió más que un paréntesis en la historia cristiana de la ciudad, establecido entre la mítica basílica de San Vicente y la reaparición de los cristianos en 1236.
Para comprobar cómo miente, a sabiendas, el archivero, basta un solo ejemplo entre los muchos que se podrían aducir. A diferencia de lo que ocurre en el cristianismo, en los oratorios islámicos se busca que los fieles vean directamente el mihrab. Ello exige que, en lugar de los gruesos pilares de los templos cristianos, se utilicen columnas lo más delgadas posible para sustentar la cubierta. Cuando se forman cuadrados o rectángulos con una columna en cada uno de sus vértices, como se hacía habitualmente, es necesario arriostrar estas columnas o de lo contrario no se sostienen adecuadamente, al encontrarse en un equilibrio muy frágil. Hasta la construcción del primer tramo de la actual Mezquita, que llevó a cabo Abd al-Rahmán I, las columnas se arriostraban mediante vigas de madera o barras de hierro. La genialidad del alarife que llevó a cabo este tramo consistió en sustituir estos elementos horizontales por arcos que van de una columna a otra, lo que, además de arriostrar bellísimamente las columnas, permite elevar considerablemente la altura de la edificación, incluso con la construcción de un nuevo arco sobre el primero que, prodigiosamente, viene a descansar también sobre la delicada columna. Qué más da que el arco existiera ya o que las columnas sean romanas, turcas o yugoslavas. Lo importante es la solución del problema, que es en lo que ha consistido siempre el arte, de manera especial la arquitectura.
El archivero, por supuesto, conoce esto mucho mejor que yo, que soy un modestísimo aficionado, pero miente porque lo que le interesa no es la plasmación de la verdad, sino la defensa de su Iglesia sea cual sea el medio que utilice. Seguramente, se ofendería mucho si llegara a leer esta entrada, como se ofenderá más de un fiel que quizás la lea. Al archivero no le haría falta, pero estos fieles no tienen más que consultar cualquier manual de arte para informarse adecuadamente al respecto.