La finta con que la historia enjuga el rastro
de ciertos genocidas prueba la facilidad
con que se cierra la compuerta de la memoria
y se abre la silenciosa espita del olvido.
A estas alturas del siglo XXI, sólo la jungla
recuerda la alacranada mano que regó
su arboleda de hierro incandescente,
de rosarios de ira, de altares de dolor.
Este barbado de bonachona imagen,
aunque apenas nadie lo recuerde
debe ocupar y ocupa un lugar preferente
en la historia universal de la infamia.
No conquistó nada, pero con artes
de prestidigitador entre laureles de verano
se apoderó del Congo y en un juego de manos
de tahúr lo convirtió en su propiedad privada.
Era el rey de los belgas y el jefe de su Estado,
pero el Congo fue suyo, como suyas eran la maldad,
la avaricia, el afán de poder y de riqueza,
la hipocresía y la desmedida obsesión sexual.
Este gallito inmundo que, paradójicamente,
ha pasado hasta por altruista y filántropo,
tiene a su cargo la muerte de entre ocho
y quince millones de desgraciados congoleños.
con los que esclavizó a la población
exprimiendo hasta la última gota de su aliento,
mientras atiborraba su bolsa de monedas.
Ríos de muerte recorrieron la jungla durante años
y años, ríos de hambre, de dolor, de desesperación,
de espanto, el látigo y la pistola de podridos sicarios
mantenían en el tajo un ejército de cadáveres en vilo.
Pocos antes en la historia llegaron tan lejos
asesinando con sus manos limpias poblaciones
enteras, pocos antes explotaron un territorio
con la furia abrasiva de esta fiera implacable.
Ninguno vivió con la aureola de doncel glorioso,
ejemplo de prohombre magnánimo y civilizador,
ninguno dejó a su muerte una estela tan pura
de benevolencia, de honradez, de humanidad.
Maldito sea por siempre su nombre y su recuerdo.
Amén
P.S. El texto es propiedad del autor del blog.
De: Memorial africano. Inédito.