domingo, 28 de abril de 2024

CÓMO SE TRANSMITE LA RELIGIÓN

El ser humano es el animal que conoce pero no sabe. El resto de los animales viven un continuo presente, desconocen tanto el pasado como el futuro, no conocen, pues, el inexorable final al que están abocados. Ni siquiera los primates más cercanos al ser humano lo conocen. Nosotros, en cambio, no sólo como especie, sino individuo a individuo, nacemos en blanco, pero en muy poco tiempo conocemos tanto nuestro origen como el final que pende continuamente sobre nuestro cuello igual que la famosa espada de Damocles. Pero conocer no es saber y, al día de hoy, nosotros no sabemos nada de más allá de nuestro último suspiro, es decir, de nuestra muerte, de manera que ese conocimiento es, realmente, motivo de pesar para la mayoría y, para no pocos, fuente de incontenible angustia que puede llegar a la desesperación.
La religión es fruto de este conocimiento y de esta ignorancia y en ellos encuentra el basamento que, hasta hoy, le ha permitido sobrevivir al paso de los siglos y de los milenios. Es innegable que la religión ha acompañado a la humanidad desde los tiempos más remotos. De los entierros rituales que, al parecer, realizaban los neanderthales deducen los científicos que esta especie humana ya practicaba algún tipo de religión, lo que significaría que la existencia de ésta se remonta a más de cien mil años.
Ahora bien, cómo ha conseguido la religión mantenerse en el tiempo pasando de una generación a otra hasta nuestros días, cada vez más elaborada, aunque diversificada y con dogmas distintos. Parece estar claro que, como otras muchas cuestiones de la vida, la religión, en principio, se empieza aprender por imitación, los hijos tienden a imitar los actos de los padres, repitiéndolos a lo largo de su vida. Este aprendizaje, sin embargo, no permite la evolución de una actividad, sea la que sea. Así aprenden los animales tácticas de caza, cómo conseguir el alimento, como huir de un depredador, etc.  Pero así lo aprendido una vez se repite más o menos igual a lo largo del tiempo y de las generaciones. Por otra parte, la duración de una vida, incluida la de los humanos, le veta a un individuo conseguir por sí mismo mucho más que el conocimiento justo para vivir el día a día.
Pero los seres humanos contamos con una preciosa herramienta que, entre otras cosas, nos sirve para facilitar y acumular de generación en generación cantidades cada vez mayores de conocimiento. Se trata del lenguaje. Esta herramienta es lo único que realmente nos distingue del resto de los animales. Primero oral y, posteriormente, también escrito, el lenguaje ha facilitado además la evolución de todos los campos de la vida incluidas las costumbres, la moral y la religión.
De este modo, la religión, que es lo que en este momento nos importa, se aprende, de una parte, por la imitación y, por otra, mediante la enseñanza verbal. Pero cómo se consigue esto, es decir, cómo se explica que los seres humanos no sólo aprendamos y asumamos la religión, sino que siglo tras siglo sigamos transmitiéndola a nuestros descendientes. Resumiendo mucho, al día de hoy existen tres hipótesis:
a) Para el estructuralismo, ese galimatías filosófico que yo creo que no entienden ni los estructuralistas, la religión muestra u ofrece una serie de ecuaciones y de imágenes que de algún modo son reconocidas por los seres humanos una vez que se las ponen delante. Así, la religión encuentra en nuestra mente un campo abonado en el que arraigar y desarrollarse fácilmente. Hasta el día de hoy no ha sido posible probar científicamente la validez de esta hipótesis.
b) Existe a continuación una hipótesis biologista. Para los biólogos, en general, la evolución ha favorecido que la religión, existente desde hace tanto tiempo, haya quedado incardinada en nuestra genética, con imágenes arquetípicas de los dioses que se pondrían de manifiesto en las primeras experiencias infantiles, de manera que tanto el aprendizaje como la práctica de la religión sería ya algo connatural en nuestra especie. Esta hipótesis tampoco tiene un refrendo científico.
c) La tercera hipótesis afirma que tanto el aprendizaje como la práctica de la religión se lleva a cabo mediante procesos radicalizados a través del lenguaje y del ritual, con un uso permanente de la intimidación, es decir, mediante la amenaza a la que en muchos casos se añade el maltrato o, lo que es igual, mediante el miedo. Aplicado en la infancia, el miedo, que, en ocasiones, llega al terror, no sólo es una barrera para el desarrollo racional, sino que deja cicatrices que pueden perdurar toda la vida. "El miedo supremo es el miedo a Dios.", afirma Esquilo, a lo que San Jerónimo añade: "el miedo a Dios expulsa el miedo a los hombres." Y San Pablo remacha: "No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado." Publio Papinio Estacio (45-96), poeta latino, en su poema épico Tebaida, dejó escrito: "El miedo fue lo primero que dio en el mundo el nacimiento de los dioses." Es decir, que la religión nació como producto del miedo y se transmite y se mantiene merced al miedo. Esta, en fin, es de las tres hipótesis, la única que al día hoy refrenda la ciencia como cierta.

Para saber más:
Walter Burkert.- La Creación de lo sagrado
Peter Brown.- Por el ojo de una aguja.

Burkert hace hincapié en la biología, referida, sobre todo, a las religiones antiguas, pero reconoce la realidad de la tercera hipótesis, aunque no duda en afirmar que "la religión es básicamente optimista."

Por su parte, Brown narra la caída de Roma y la creación del cristianismo en Occidente, describiendo, como núcleo de su extensa obra, "cómo terminaron en poder de la Iglesia las inmensas riquezas de unas pocas familias privilegiadas."

Imágenes: Títeres de la Tía Norica (de Cádiz)


lunes, 22 de abril de 2024

¡A LA GUERRA!

Guerrero cristiano
Cuando Ambrosio (340-397), el fiero arzobispo de Milán, conminaba al jovencísimo emperador Valentiniano II (371-392) para que acabara con el obispo Pelagio, un tremendo hereje para la Iglesia oficial, porque, entre otras cosas, predicaba que el pecado original no había manchado la naturaleza humana, el concepto de la guerra ha entrado ya a formar parte del cristianismo.
En el capítulo 6, versículos 27 a 38, del evangelio de Lucas, el evangelista pone en boca de Cristo lo siguiente: Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla preséntale también la otra.
Tales recomendaciones, insólitas en la época, fueron olvidadas bien pronto por los santos padres que tomaron las riendas de la nueva religión. Claro que el propio evangelio contiene otras informaciones y declaraciones que las contradicen. Así, por ejemplo, el mismo Lucas, en el capítulo III, versículo 14, expone que Juan el Bautista no tiene inconveniente en decirle a un grupo de soldados que le preguntaron por su oficio que no lo abandonaran, es decir, que continuaran dispuestos para la guerra o guerreando, si era el caso. Está también el célebre pasaje que describe cómo el propio Cristo, no ama, ni bendice ni ruega por los mercaderes que vendían sus mercancías en el patio del templo de Jerusalén, tampoco les pide amablemente que clausuren sus puestos y abandonen el templo, sino que, lleno de santísima ira, los expulsó a golpe de látigo (Juan, 2: 13-17). Y en Mateo, (22,21) está el famoso Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, que, como es lógico no se limita exclusivamente a los impuestos, sino también al servicio de las armas que en aquel tiempo le era debido al emperador romano. Pero el más determinante de todos estos pasajes es el señalado por Mateo en el capítulo 10, versículos 34-36, que dice textualmente: No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra, y sus propios familiares serán los enemigos de cada cual.
Guerreros cristianos
Aún así, sacerdotes y obispos se esforzaban en presentar el cristianismo como la religión del amor, al tiempo que, sedientos de poder, no cesaban, igualmente, de enfrentarse los unos a los otros, y no sólo con palabras. Como, a pesar del ansia de fe de la época, la contradicción resultaba evidente incluso para el más bobalicón de los creyentes, fue necesario elaborar todo un corpus de argumentos que justificaran e hicieran aceptable el concepto de la guerra.
Los romanos distinguían entre hostis e inimicus; el primero era el enemigo público, es decir, el enemigo del Estado, definición que se refería principalmente a los ciudadanos que se revelaban en los pueblos dominados por Roma. El segundo definía al adversario o enemigo particular que podía tener cada uno de los ciudadanos del imperio. Los cristianos superaron esta diferencia, eliminando de sus textos el término hostis, cuyo significado quedó incluido en el de inimicus. De este modo no les resultó difícil recluir todo lo relacionado con el amor en el ámbito de lo privado, en tanto la belicosidad y todo lo con ella relacionado pasaba al ámbito de lo público, ámbito en el que el creyente, como individuo, quedaba exonerado de responsabilidad. (Es así cómo, por ejemplo, el papa Juan Pablo II no tuvo inconveniente en dar la comunión a un dictador con las manos manchadas de sangre, como Pinochet, ya que mató en su calidad de funcionario público, en tanto estaba lleno de amor hacia todo el mundo como individuo privado.)
Juan Pablo II y Pinochet
Con todo, la practica del amor a título individual habría tenido que conducir al pacifismo político. Sin embargo, como los jerarcas no estaban por la labor de buscar la paz, mucho menos de poner la otra mejilla, para justificar la existencia de la guerra invocaron la socorrida doctrina del pecado original y de la imperfección del ser humano tras la ingesta de la célebre, aunque hoy dudosa, manzana.
Ahora bien, desde la simple justificación de la realidad de la guerra hasta su convocatoria y su patrocinio hay todo un proceso que los ideólogos de la Iglesia no dudaron en recorrer. Fue un proceso largo, de más de seiscientos años, ¿pero cuándo ha tenido prisa la Iglesia? Dispuesta a perdurar hasta el fin de los tiempos, ¿qué son para ella no ya seiscientos años, sino mil, diez mil, los que sean necesarios?
San Agustín (354-430), que pasa por pacifista, fue el primero que aceptó plenamente la guerra, elaborando el concepto de guerra justa, bien es verdad que basándose en textos de los filósofos griegos, especialmente de Aristóteles. Según San Agustín, en síntesis, guerra justa es la que declara un Estado en defensa de su territorio o de los ciudadanos que lo ocupan (el cristianismo es universalista, pero respeta y aún defiende las fronteras). Tan apasionante como, a ratos, desternillante, resulta seguir el recorrido de los Padres de la Iglesia, que con una boca predicaban el amor mientras con la otra (no hay que preocuparse, tenían muchas) exponían argumento tras argumento para justificar la matanza masiva de seres humanos.
Inocencio III
Inocencio III redondeó el proceso proclamando la guerra santa, que era aquella que soldados cristianos convocados por el papa emprendían contra los considerados enemigos de la cristiandad, como musulmanes, herejes y todos aquellos que no ajustaran su vida a las normas emitidas por la Iglesia. Este concepto quedó sellado con el sermón que dio Inocencio en 1095, a las puertas de la catedral de Clermont Ferrand (Francia), con el que convocaba la primera cruzada contra los musulmanes que habían conquistado la llamada Tierra Santa.
El Pastor Angélico
Hasta cinco cruzadas llegaron a montarse contra estos musulmanes. Pero cruzadas ha habido bastantes más y contra distintas clases de enemigos. La última hasta el momento la de la guerra civil española de 1936, proclamada por Pío XII, conocido como el Pastor Angélico, para luchar contra las hordas marxistas, la mayoría de cuyas víctimas del bando perdedor siguen enterradas todavía, ochenta y cinco años después, en las cunetas de los caminos o en fosas comunes.

Imágenes: Internet

viernes, 19 de abril de 2024

EL LORING

Jorge Loring Miró (Barcelona, 1921-Málaga, 2013) fue miembro de una ilustre familia malagueña, la de los Loring-Heredia, fundadores, entre otras muchas cosas, de la Finca de la Concepción, uno de los espacios más bellos de la ciudad, con marqueses y condes entre sus miembros y con políticos y escritores, como Francisco Silvela, Cánovas del Castillo o Estébanez Calderón.
Don Jorge fue jesuita, alcanzando el orden sacerdotal en 1954, con treinta y tres años. Era hermano del también jesuita don Jaime, fundador de la Escuela Técnica Empresarial Agraria, en Córdoba, germen de la actual Universidad de Loyola, regida por los jesuitas, siempre tan preocupados por la enseñanza. Pero mientras don Jaime era un hombre serio, comedido, recatado y parco en el habla, al menos públicamente, don Jorge era un tipo campechano, dicharachero, parlanchín y hasta un si es no es payaso, dicho en el tono más sereno, como pura descripción. 
Con tal de propagar sus creencias, estaba dispuesto a casi todo, incluido en ese casi el uso continuo de sofismas y disparates, en un tono, además, burlesco, que muy bien podría definirse como chulería dogmática. Así, escribió libros, entre los que destaca Para salvarte, con tirada de más de un millón de ejemplares, dio incontables conferencias, participó en numerosos programas de televisión, bastantes de ellos como único protagonista. Sé que la mayoría de los amables lectores de este blog han visto y oído alguna vez al elemento, pero no me resisto a transcribir literalmente una de sus alocuciones. Ahí va:
"La Iglesia sólo me obliga a creer los dogmas de fe, verdad revelada por Dios. Pero, eso sí, una verdad revelada por Dios es obligatoria. ¡Eso hay que creerlo! Por ejemplo: el infierno. ¡Tanta gente que se las da de lista! Tanta gente que dice: 'El infierno cómo va a ser verdad. A mí es que no me cabe en la cabeza que el infierno sea verdad.' Pues lo siento mucho, muchacho: aunque no quepa en tu cabecita, el infierno es verdad porque lo ha dicho Cristo, y si no cabe en tu cabecita, lo siento, muchacho. Hay muchas cosas que son verdad y no caben en tu cabecita, porque es muy pequeñita, pero no va a ser sólo verdad lo que quepa en tu cabecita. Hay muchas cosas que son verdad y no caben en tu cabecita, y si tu tienes dificultades contra el infierno me parece lógico que no entiendas el infierno con esa cabecita tan pequeñita. Me parece lógico que no entiendas el infierno, pero no me discutas a Cristo, por favor. ¡No pienses saber más que Cristo, por favor! Y si Cristo Dios me dice que hay infierno, ¡hay infierno!, lo entiendas tú o no lo entiendas; te guste o no te guste; lo aceptes o no lo aceptes. El infierno no existe porque tu lo aceptes o porque lo entiendas. El infierno existe porque lo ha dicho Cristo Dios y si no quieres creer ya te enterarás, muchacho, en cuanto te mueras, fíjate. ¡En cuanto te mueras te enterarás! Es una idiotez decir: El infierno no es verdad porque yo no lo entiendo. ¡Es una idiotez!: El infierno es verdad porque lo ha dicho Cristo Dios. Es de fe. ¡Es verdad de fe! ¡Dogma de fe! Eso es verdad lo entienda yo o no lo entienda, lo acepte o no lo acepte. Las cosas no dejan de ser verdad porque yo las acepte. ¡Dónde vamos a parar! Hay muchas cosas que son verdad y yo no las entiendo."
Lo primero que a mí me llama la atención en esta cháchara es que estos tipos se dirigen siempre al hombre, al varón; la mujer, por lo que se ve, ocupa para ellos un lugar subalterno, de manera, deben pensar, que si el muchacho cree, la mujer le seguirá como un corderillo. Pero lo que verdaderamente rezuma la cháchara es esa jactancia chabacana y chulesca que, en vivo y en directo, se pretende hacer pasar por popular, por cómica. Sus afirmaciones son realmente bochornosas, porque lo que Cristo dijera o dejara de decir no lo sabemos, lo que sabemos es lo que el evangelista cuenta que dijo Cristo, que no es lo mismo. En un supuesto juicio el ufano padre Loring no podría testimoniar que esto o aquello lo dijo verdaderamente Cristo, lo único de lo que podría dar fe es de lo que cuenta el evangelista. Por tanto, a quien se cree no es a Cristo, sino al evangelista. Si añadimos que no existe ni un solo original del evangelio, sino sólo copias de copias, la más antigua de las cuales se remonta al siglo IV, es decir, a la época de Constantino, entonces ya bajamos el telón y nos vamos. Esto es así, aunque al padre Loring no le quepa en su portentosa cabeza.
La de veces, que, sin esa jactancia, pero con mayor seriedad e incluso sadismo, nos contaron la misma historia a mí y a los niños y niñas de mi generación. Hoy todas esas afirmaciones dan risa, al menos a mí, incluso, con esta palabrería, hasta asco, pero entonces no teníamos armas para defendernos y hacían daño, mucho daño.

P.S.
La alocución, incluida por Eslava Galán en El fraude de la Sábana Santa
Imágenes de internet.

martes, 2 de abril de 2024

LA LLUVIA Y EL NIÑO DE LA CAPEA.

  Rogativa en Aznalcóllar (Sevilla)
Hace un par de días vi a través de youtube una de esas entrevistas callejeras en la que ¿un periodista? hace preguntas más o menos imbéciles a los transeúntes que se va encontrando. En esta ocasión, las preguntas iban sobre la Biblia y resultó que a quienes se las iba haciendo no tenían ni idea. ¿El Pentateuco? ¿Qué es eso? Cara de pasmaos. ¿David? ¡Ah, sí, David sale en el evangelio, ¿no?. ¿Y Moisés? ¿Ese no era el de los diez mandamientos? Sí, hombre, el de la película. Lo dicho, ni idea. Y es que los católicos, en general, no leen la Biblia, la tienen en su casa, no en vano es el libro que más se compra, pero no la leen.
La Biblia tampoco la leen los políticos. Bueno, esos menos que nadie. Si unos y otros la leyeran conocerían el episodio del sueño del Faraón en el que se sucedían  siete vacas gordas y siete vacas flacas, conocerían la interpretación del hebreo José y sabrían que en toda la cuenca del Mediterráneo se producen, desde tiempo inmemorial y de media, siete años de lluvia, seguidos de otros siete de sequía, situación que, más o menos, se mantiene hasta el momento, a pesar del evidente cambio climático.
San Isidro, en Cigales (Valladolid)
Bien, ¿pero qué tiene que ver la lluvia con el Niño de la Capea? Absolutamente nada. Lo mismo que entre las rogativas y procesiones y la lluvia, como muy bien saben los obispos, que ellos sí que han leído la Biblia y conocen perfectamente el episodio señalado. Pero, como tantas otras cosas, se lo han saltado a la torera y durante todo el tiempo de sequía se han sentido en su salsa. Nada, por ejemplo, de hacer declaraciones pidiendo el fin de la fin de la guerra que se nos viene encima; nada de abrir sus archivos para conocer a los pederastas que han tenido y tienen en sus filas. Ahora, pedirle a los fieles rezos y más rezos y protagonizar rogativas y procesiones de santos, vírgenes y Cristos, de eso, hasta el corvejón, que se decía en los tiempos de mi juventud. ¡Y cómo han disfrutado los tíos!
No obstante, más allá de los obispos y antes que ellos, hay que reconocer que el ser humano puede ser el animal más inteligente de la tierra, pero la mayoría, y de esto se aprovechan los obispos y, en general, las religiones, no deja de sentirse dependiente de seres y fuerzas superiores e invisibles, a los que se vuelve en momentos de dificultad. Desde los tiempos más remotos, ante situaciones de sequía, como la que venimos padeciendo, llevaban a cabo diversos rituales con la esperanza de conseguir que lloviera. Uno de los más extendidos era la danza de la lluvia, practicado en todo el mundo, se puede decir, con la que pretendían que las nubes descargaran su ansiada carga y, al mismo tiempo, limpiar la tierra de espíritus malignos.
En el mundo cristiano lo que se impuso y se impone son las rogativas, denominadas pro pluvia, o ad petendam pluviam, que consisten en oraciones, en la exposición de un santo o de una virgen en el interior del templo y en procesiones. La Agencia Aragonesa para la Investigación y el Desarrollo (ARAID), en un portentoso trabajo, que no tenemos ni idea de para qué puede servir, ha contabilizado más de 3500 manifestaciones pro pluvia en once países durante los últimos 650 años. En Aragón, hasta el 2021 se habían celebrado 239, 19 en Huesca, 181 en Zaragoza y 39 en Teruel. La más antigua la han localizado en Jaca, fechada en 1542; se celebró en el interior de la catedral y consistió en la inmersión de las reliquias de Santa Orosia en un recipiente con agua. 
El Abuelo, en Jaén
Entre el 2021 y el 2024 han tenido lugar en España numerosas rogativas y procesiones pro pluvia. Por citar algunas, en Jaén han sacado a Jesús Nazareno, al que llaman el Abuelo; en Alhaurín de la Torre, a San Francisco de Paula; En Vélez Málaga, a la Virgen de los Remedios; en Daroca (Zaragoza) a San Isidro; en Cádiz, rogativas a San José en la parroquia de su nombre; rogativas también en Cáceres; en Cella, un pueblito de Teruel, sacaron a la Virgen de Santa Rosina, a la que apodan La Meona, porque siempre que la sacan llueve. El 10 de marzo de este año,  sacaron en Barcelona al Cristo de la Sangre y justo llovió durante la procesión, la última de las que se han celebrado antes de las lluvias.
Ahora bien, si después de los rezos y las procesiones no llueve, en Oriente, donde también se hacen rogativas, tiran a los dioses o los encarcelan. En el mundo cristiano, cuando no llueve, los fieles se cabrean y vienen a hacer lo mismo con sus santos. Uno de los casos más famosos se sitúa en Sicilia, en el año 1893. Una sequía intensa de varios años estaba arruinando la isla, hasta el punto de que el hambre empezaba a hacerse notar. Después de un montón de oraciones, rogativas, súplicas y procesiones, no llovía; entonces, en Palermo, la capital de la isla, los fieles, furiosos, cogieron a San José, lo sacaron al campo y lo estrellaron en un labrantío completamente seco, para que viera con sus propios ojos como estaba la tierra. "Y ahí te quedas hasta que llueva", le dijeron. Luego, en las iglesias, volvieron del revés a muchos santos y a otros los desterraron del templo y los plantaron en mitad de la calle. El cabreo se extendió por toda la isla. En la localidad de Caltamiseta, por ejemplo le arrancaron las alas al arcángel San Miguel y se las pusieron de cartón, le quitaron el manto que lo cubría y le pusieron un taparrabos. En Licatta, a San Ángel, patrón del pueblo, lo despojaron de sus vestiduras, lo insultaron, le pusieron grilletes y lo amenazaron con ahogarlo o ahorcarlo; los más perjudicados por la falta de lluvia, seguramente, levantaban el puño y gritaban: "¡Que llueva o a la soga!" 
El Criste Negre, en Perelada (Barcelona)
Naturalmente, al final, siempre llueve, pero con tanta rogativa y tanta procesión a lo largo incluso de años, achacar la lluvia a los efectos de estos actos deviene completamente en el absurdo. Hoy día, la solución a la escasez de agua no  puede consistir sólo en esperar que llueva, mucho menos en rezos y en procesiones y menos todavía en irse a ver al papa y pedirle que interceda para que las nubes descarguen de una vez la bendita agua, como ha hecho el señor Moreno Bonilla, presidente de la Junta de Andalucía, eso es aprovechar el cargo para hacer turismo en Roma con el dinero de los contribuyentes. 
Si los políticos hubieran leído la Biblia habrían visto que en Egipto, por consejo de José, se almacenaron los excedentes de trigo de los años buenos de lluvia, de modo que cuando llegaron los de sequía pudo paliarse la situación. En Egipto no existía el capitalismo, como el que nosotros padecemos hoy, pero tampoco contaban con los avances técnicos de los que nosotros podemos disponer, por tanto no nos es posible guardar los excedentes porque se exportan, pero sí que podemos controlar los usos ilegales del agua, los pozos clandestinos, tanto en la agricultura como en parcelaciones sin licencia y, desde luego, sí que hoy podemos obtenerla del mar, que ahí está, ocupando las dos terceras partes de la superficie de la tierra.
Pero no sólo se hacen rogativas pro pluvia, se hacen también pro serenitate, es decir, para que deje de llover cuando llueve y llueve sin cesar. Parece que las lluvias de esta última semana desaparecen, al menos por unos días, quizás unas semanas. Pero si siguiera lloviendo cuatro  o cinco días más, al ritmo que lo ha venido haciendo, no nos extrañemos que hubiera quien dijera que ya había caído bastante agua y que era necesario que parase. No tardarían mucho los obispos en volver a pedir oraciones, ahora para lo contrario de lo que las pedían ayer.

Fuente: Lectura de prensa
Imágenes: Internet