viernes, 25 de octubre de 2024

EL CRISTIANISMO Y LA ESCLAVITUD

Se escucha a menudo que el Jesús del evangelio abogaba por la igualdad entre los hombres. Es posible que así sea, en los evangelios puede encontrarse casi de todo. Pero más allá de esta opinión, la aparición del cristianismo en la escena histórica no supuso oposición alguna a la esclavitud practicada por el Imperio romano y por los pueblos de la época. Es cierto que San Pablo, cuyos son los primeros escritos cristianos, afirmaba en su epístola a los gálatas, (3-28) que "ya no hay judío ni griego, ni esclavo, ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo."
Pero el llamado Apóstol de los gentiles no se refería a esta vida, sino a la que esperaba después de la muerte a los gálatas y a él mismo. Porque no mucho tiempo después, desde la cárcel en Roma, Pablo escribe una carta a un tal Filemón, comunicándole cómo Onésimo, un esclavo que había huido de su casa se encontraba con él. Con la carta le devuelve su esclavo a Filemón, pidiéndole que no lo castigue, pero participándole al mismo tiempo que le gustaría tenerlo a su servicio. En todo el asunto, la opinión de Onésimo no cuenta para nada, no es una persona, es un esclavo.  
Esta carta, que figura en la Biblia, como una más de las epístolas de Pablo, es para Diarmaid MacCulloch, autor de una monumental Historia de la Cristiandad, "el documento cristiano fundacional de la justificación de la esclavitud". Después de ella, figuran en la Biblia dos misivas de un tal Pedro, casi con toda seguridad no el apóstol, sino más bien un discípulo. En la segunda de estas cartas, Pedro afirma que los esclavos debían comparar su sufrimiento con los injustos padecimientos de Cristo, con el fin de que soportaran la injusticia como la había soportado Cristo. "Sed sumisos... a toda institución humana", decía el tipo.
Pérfido como fue casi desde el principio, el cristianismo procuraba por todos los medios no aparecer como un movimiento social y político, mucho menos un movimiento subversivo. Es decir, dejarlo todo exactamente como estaba, aunque hubiera sido un romano el que ordenara la crucifixión del que tenían por su fundador. 
Son numerosas las declaraciones de los Padres de la Iglesia a favor de la esclavitud, algunas verdaderamente denigrantes. Así, Ignacio, obispo de Antioquia (35-108-110), en carta enviada a Policarpo, obispo de Esmirna, no se cortaba un pelo para afirmar que: "los esclavos no deberían beneficiarse de pertenecer a la comunidad cristiana, sino vivir como esclavos distinguidos, ahora para gloria de Dios." Y añadía que no debían utilizarse fondos de la Iglesia para ayudar a los esclavos a conseguir su libertad. Dos figuras de enorme relevancia entre los católicos, Agustín de Hipona (354-430) y Ambrosio de Milán (340-397) defendían sin ambages la esclavitud. Agustín la explicaba con el manido recurso, ya en su época, del estado de caída de la humanidad debido al pecado original (hay que tener cara para sostener esto, cuando se trata de una parte desgraciada de la humanidad al servicio absoluto de la parte privilegiada, hay que tener cara). Por su parte, Ambrosio de Milán sostenía que: "cuanto más baja es la condición en la vida, más se exalta la virtud.", pero la vida del bravo y bravío arzobispo de Milán no se encontraba precisamente en esa franja baja.
Tras el emperador Constantino, los dirigentes eclesiásticos, que ya tocan poder del bueno, no afrontan en ningún momento la abolición de la esclavitud, sino que vuelcan sus exhortaciones en la caridad, conminando a los esclavos a la buena conducta. Así, el Concilio de Gangra (360) condenaba a los cristianos que animaban a los esclavos a desobedecer a sus amos. Entre la vorágine de voces que defienden o justifican la esclavitud, sólo poco más de media docena se oponen a ella. Quizás, el más contrario, fuese Gregorio de Nyssa (334-394) para el que tener esclavos era un gran pecado. De cualquier forma, en la antigüedad, los únicos que se oponían decididamente a la esclavitud eran los esenios.
En la Edad Media, papas, órdenes religiosas y monasterios siguen teniendo esclavos. Tras el descubrimiento de América y el comienzo del tráfico de esclavos negros, la Iglesia no condena ni la esclavitud ni su comercio, sólo lo prohíben si el esclavo es cristiano. En 1452, el papa Nicolás V (1447-1455), con la bula Dum diversos, autoriza expresamente al rey de Portugal a someter como esclavos a mahometanos, paganos y otros infieles. En 1462, Pío II (1456-1464) amenaza a los que esclavizan a cristianos, pero no condena el comercio de esclavos. En 1548, Paulo III (1534-1549), confirma el derecho, incluso de eclesiásticos, a tener esclavos, aunque sostiene que los indios americanos no lo eran y, por tanto, tenían derecho a ser libres.
En el comercio de esclavos, que duró casi cuatro siglos, estuvieron involucrados nobles, grandes familias y casas reales, pero también obispos y órdenes religiosas. La Iglesia Católica fue la principal poseedora de esclavos de toda Sudamérica. Obispados, parroquias, colegios y órdenes religiosas contaban con esclavos negros en México, Paraguay, Chile, Argentina, Perú, Colombia, Ecuador o Brasil. De las órdenes, la que dispuso del mayor número de esclavos fue la de los jesuitas. Éstos los utilizaban, tanto en sus haciendas e ingenios, donde producían cereales, caña de azúcar y azúcar, sobre todo, y en sus colegios. Compraban esclavos bozales, nombre que se les daba a los recién llegados de África, que, por tanto, no conocían aún el idioma de Castilla. Procedían principalmente de Angola y del Congo. Pero también compraron esclavos criollos, esto es, nacidos en Sudamérica. En México, llegaron a comprar incluso esclavos chinos, así llamados, aunque su origen era, en realidad, el sudeste asiático. En más de una de sus estancias, los jesuitas llegaron a contar con hasta 200 esclavos negros.
En 1646, el católico José de los Ríos, Procurador General de Lima, sostenía textualmente que: "la falta de negros amenaza con total ruina al entero reino, porque el esclavo negro es la base de la hacienda y la fuente de toda riqueza que este reino produce." Un informe encargado por el rey español y católico Carlos II en 1686 aseguraba que: "La introducción de negros es no sólo deseable, sino absolutamente necesaria, pues cultivan las haciendas y no hay otros que podrían hacerlo, por falta de indios. Sin el tráfico, América se abocaría a una absoluta ruina."
No obstante, entre los católicos, aunque muy minoritarias, hubo también voces que condenaban la esclavitud y su indigno comercio. Entre los más relevantes, Pedro Claver (158-1654), misionero jesuita; Francisco José de Jaca (1645-1690), misionero capuchino; los dominicos Bartolomé de las Casas (1484-1566), Domingo de Soto (1494-1560) y Tomás de Mercado (1523-1575); y el francés Epifanio de Moirans (1644-1689), misionero capuchino.
A finales del siglo XVIII se inició, al fin, la abolición de tan inhumana practica. En 1791, Haití fue el primer país que la prohibió en su territorio, a éste le siguieron: Francia, en 1794; Dinamarca, en 1803; Chile, en 1823; México, en 1829; Reino Unido, en 1833 España, en 1837; Colombia, en 1851; Perú, en 1854, el mismo año que Venezuela; Estados Unidos, en 1868; Portugal en 1869, y Brasil, en 1888. Aunque hoy el papa Francisco muestra una actitud de condena hacia los "esclavos" que, tras distintas veladuras siguen existiendo, lo cierto es que, oficialmente, el Vaticano no ha condenado nunca la esclavitud. Habrá que esperar a 1838, para que un papa, Gregorio XVI (1831-1846) prohíba únicamente el tráfico a los cristianos, bajo pena de excomunión. 

Fuente:
Historia de la Cristiandad.- Diarmaid MacCulloch
Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales Universidad de Barcelona, Volumen XII, número 785
Relatosdelahistoria.mx
Historia de los papas.- Juan María Laboa

Imágenes: bloger.googleusercotent.com

martes, 15 de octubre de 2024

SERGIO Y BACO: UNA HISTORIA DE AMOR

Pero vamos a ver si lo tenemos claro: ¿Cuántas naturalezas hay en Cristo? El padre Ripalda, autor del célebre catecismo que lleva su nombre, no tenía dudas: Cristo tenía dos naturalezas, divina y humana. Muy bien, pero en cuanto a la naturaleza divina, qué relación exacta tenía con el Padre. Durante siglos, determinar o encontrar una solución a tan pavoroso problema provocó tremendas pugnas, no sólo dialécticas, entre unos cristianos y otros, con el epicentro en Constantinopla, capital por entonces del Imperio Romano.
No vea usted, amable lector, lo que, en un momento dado puede liar una simple y humildísima "i". Porque toda la discusión se establecía en función del significado de dos términos griegos, diferenciados únicamente por esa "i"
HOMOOUSIOS = De la misma naturaleza que el Padre
y
HOMOIOUSIOS = De naturaleza similar a la del Padre.
¡Qué extraña y absurda es la naturaleza humana! ¡Por qué nimiedades, imposibles además de verificar, agarramos la estaca y la emprendemos a garrotazo limpio. Que digo yo que, conociéndonos, puesto que, como Dios, nos había creado, ya pudo el propio Cristo, antes de najarse, dejar claro y bien claro un asunto tan peliagudo. 
Hasta golpes de Estado se produjeron en Constantinopla con el propósito, entre otros, de llevarse el gato al agua en este asunto, sin cuya resolución los seres humanos viviríamos por los siglos de los siglos en permanente estado de ansiedad. En el año 450, gracias a uno de estos golpes, se hizo con el trono Pulqueria, hermana del fallecido Teodosio II y mujer de armas tomar. Casada con Marciano, un pusilánime que ostentó el título de Emperador, pero solo de manera oficial, provocó la convocatoria del Concilio de Calcedonia (451) en el que pretendía zanjar la cuestión de una vez y para siempre.
¡Pero que se va a zanjar! Los obispos reunidos votaron por el Homoousios, sacrificando la humilde "i", no obstante, los defensores de ésta no aceptaron el resultado. Y es entonces cuando tenemos la oportunidad de descubrir el verdadero poder de esa simple "i". Los dos bandos, que ahora pasaron a llamarse miafisitas = misma naturaleza que el Padre, y diafisitas = naturaleza similar, mantuvieron, más o menos, el mismo enfrentamiento que antes del Concilio. 
El diafisismo permaneció en el centro del imperio, en tanto el miafisismo se extendió por Asia Menor, gracias, principalmente, a la predicación de Jacobo Baradens (500-578), que llegaría a ser obispo de Edesa. De esta amplia área, donde cuajó con más fuerza fue en el reino Gasánida, un Estado aliado del Imperio Bizantino, al que le hacía de tapón frente a los persas, sus enemigos tradicionales. Ocupaba un territorio que se extendía por Palestina, Jordania, parte de Arabia y parte de Siria. Sus habitantes, tradicionalmente guerreros, eran árabes cristianos. Como tales, fueron especialmente devotos de un tal Sergio, soldado cristiano que había sido martirizado hasta la muerte durante la persecución de Diocleciano (284-305), cuyo culto se había extendido por todo el Imperio Bizantino. 
Pero Sergio no estaba solo. Junto a él, pero muy junto, los gasaníes, veneraron también a un tal Baco, igualmente soldado romano y mártir. Ambos eran dirigentes en la escuela militar de reclutas, Sergio como comandante y Baco como su lugarteniente, sufrieron martirio cuando se descubrió que eran cristianos y los dos, siempre muy juntos, fueron declarados santos por la Iglesia. Su fiesta tiene lugar el 8 de octubre.
Tan estrecha relación, puesta claramente de manifiesto en la iconografía, llevó a sus seguidores al convencimiento de que lo que los unía no era la amistad, sino el amor. En apoyo de esta idea existe un texto de autor anónimo en el que se narra el martirio simultáneo de los dos, quienes, al parecer, murieron incluso abrazados. Se trata de Pasión de Sergio y Baco. De hecho, entre los gasaníes, ambos santos eran conocidos como Los amantes. Toda una historia de amor entre personas del mismo sexo. El reino gasánida perduró hasta el siglo VIII, en que su territorio fue ocupado por los musulmanes. Sin embargo, su existencia, siquiera como vestigio, se mantiene hasta el día de hoy con la Casa Real Gasaní, al frente de la cual se encuentra un príncipe.
Modernamente, el norteamericano John Boswell (1947-1994), profesor de Historia en la Universidad de Yale y miembro fundador del Centro de Estudios Gays y Lésbicos de dicha universidad, actualizó la consideración de amantes de Sergio y Baco en dos de sus obras: Cristianismo, Tolerancia Social y Homosexualidad, y Las bodas de la semejanza. Cristiano católico, Boswell sostiene que hasta el siglo XII la Iglesia no sólo no condenaba la homosexualidad, sino que incluso se celebraban bodas entre personas del mismo sexo. Como prueba, aporta nada menos que 140 manuscritos localizados en las principales bibliotecas de Europa, incluida la del Vaticano, en los que se da cuenta de tales bodas.
Ambos libros atrajeron fuertes críticas por parte de historiadores y teólogos conservadores, sin embargo, la realidad es que al día de hoy, en Estados Unidos, pero también en Europa, cristianos homosexuales, tanto católicos como ortodoxos, tienen a Sergio y a Baco como sus patronos y no son pocos los matrimonios entre personas del mismo sexo que, aun civiles y, por tanto, fuera de sus respectivas Iglesias, se celebran bajo la tutela o la invocación de ambos santos.

Fuentes:
Historia de la Cristiandad.-Diarmaid MacCulloch
Cristianismo, Tolerancia Social y Homosexualidad.- John Boswell
Enciclopedia Católica.

Imágenes: Internet