En el año 2010 el científico madrileño Francisco José Ayala Pereda recibió el premio Templeton, dotado con un millón de libras esterlinas. Ya sabemos, porque la tratamos en la entrada de este mismo blog El valor de la oración que la Fundación Templeton, fundada por el multimillonario archiliberal del mismo nombre, tiene como una de sus dedicaciones principales la puesta en valor de la religión, por tanto, el premio, entregado nada menos que en el palacio de Buckingham por el duque de Edimburgo, prueba de su importancia, más allá de la enorme dotación económica, se concede a la persona que desde el campo de las ciencias realiza una aportación sobresaliente al reconocimiento de la dimensión espiritual de la vida.
Nacido en Madrid en 1934 y nacionalizado norteamericano, aunque sin dejar de ser español, el señor Ayala, exdominico, es una eminencia mundial en el campo de las ciencias biológicas, ostentando la consideración de pionero en las investigaciones de organismos unicelulares causantes de numerosas enfermedades, estudios que se realizan con la idea de remediar la malaria y otras dolencias de semejante o de mayor gravedad. Es también un especialista en evolución, territorio en el que se le considera neodarwinista.
Pues bien, con motivo de la consecución de este premio, cuyo importe donó íntegro a la Universidad de California en la que impartía clase por aquel entonces, el diario el País le hizo una entrevista en la que a la pregunta: ¿Cómo casa la ciencia con la religión?, Ayala respondió textualmente: "La ciencia y la religión son dos ventanas para mirar al mundo. El mundo al que miran es el mismo. Pero lo que se ve desde las ventanas es completamente diferente. La religión trata del significado de la vida y de los valores morales y la ciencia trata de explicar la composición de la materia y el origen de los organismos. Son áreas distintas, pero no reñidas. Es posible mantener una posición científica y ser religioso."
En su conjunto, la entrevista era breve pero enjundiosa, al menos esa parecía ser la intención del periodista. No obstante, ya se sabe lo que es una entrevista de este tipo, tanto periodística como radiofónica o televisiva, y se sabe que en ellas el entrevistado de turno, generalmente consciente de lo reducido del espacio o del tiempo, trata de resumir al máximo su pensamiento, ofreciendo respuestas extremadamente sintéticas. Aún así, causa verdadero asombro el aplomo y la seguridad con los que el señor Ayala respondía al preguntador. Una respuesta que coincide puntualmente con la que desde hace ya tiempo ofrecen también las autoridades religiosas, especialmente las católicas, cuya religión es la predominante en nuestro país. Y causa asombro porque, de ser cierta, la afirmación de don Francisco Ayala habría resuelto un problema de conciencia que, aunque no deja de venir a menos, sigue teniendo su importancia para un número pequeño, pero no insignificante de científicos y, en general, de creyentes de buena fe. Sin embargo, o el señor Ayala resume demasiado su pensamiento, o el periodista cortó la respuesta por donde le pareció, hechos ambos perfectamente posibles y a menudo incluso unidos, o el científico madrileño no digo yo que mintiera, pero, desde luego, no decía la verdad.
A mí, al menos, los curas que me enseñaron lo que era la religión, entre los que hubo sacerdotes seculares, jesuitas y dominicos, no me mostraron jamás ventana alguna a través de la cual descubrir el significado de la vida, sino algo mucho más seco, cortante, prosaico y, hasta en muchos aspectos, angustioso. El término religión procede del verbo latino religo, religas, religare, que viene a significar unir, atar y expresa la hipotética o la pretendida unión del ser humano con Dios. En nuestro caso, es decir, en el de un español de la España de entonces, franquista, católica, apostólica y romana, la unión era con el Dios de la Iglesia católica, el único verdadero, como bien se sabe. Y esta unión sólo podía alcanzarse, en primer lugar, mediante la aceptación de un conjunto de dogmas de fe; en segundo lugar, a través de la oración, del arrepentimiento de nuestros pecados y de su correspondiente expiación y, en tercer lugar, con el reconocimiento de nuestra insignificancia y vulnerabilidad.
Pero el asunto no se quedaba en estos puntos, que podían cumplirse de una manera exclusivamente individual, sino que la religión exigía el culto colectivo a Dios, actividad que se realizaba a través de una serie de ritos que, en el caso de la Iglesia católica se encontraban, y se encuentran, perfectamente sistematizados, y con los cuales los participantes mostraban su veneración a Dios, así como el temor que les producía. El cuadro de la unión se completaba con una serie de normas morales establecidas de una vez y para siempre y de obligadísimo cumplimiento.
O sea, que no sólo no había ventana alguna, sino que, aunque las formas externas no hayan tenido más remedio que suavizarse, de lo que se trataba es de una cárcel, de una cárcel hermética y asfixiante, en la que lo que se encontraba y se encuentra, es un desprecio absoluto a la razón, por más que pseudosesudas mentes, como por ejemplo, las de Agustín de Hipona o Tomás de Aquino echen mano de la filosofía con la pretensión de demostrar lo indemostrable, olvidando, además que el término filosofía significa amor a la sabiduría, nada que ver, por tanto, con la fe, que es creer sin comprobación de los hechos o los seres en los que se cree.
Pero, además, cuando detrás de uno, que para colmo es sacerdote (el sacerdote no deja de serlo nunca, aunque cuelgue la sotana o el hábito o sea suspendido por parte de sus superiores), cuando detrás hay una historia de más de dos mil años en la que se han practicado toda clase de tropelías en nombre, en defensa o con el apoyo de la religión y en tantas ocasiones encabezadas y dirigidas por las propias autoridades religiosas, todo el mundo, pero mucho más una persona docta como don Francisco Ayala debería tentarse la ropa antes de hablar y tener un enorme cuidado con lo que se dice. Porque cómo se puede afirmar que ciencia y religión no están enfrentadas, sino que son dos maneras de mirar el mundo cuando se sabe, porque se sabe y, por supuesto, don Francisco Ayala lo sabía, que la ciencia no se ha inmiscuido jamás directamente en el terreno de la religión, en tanto, a lo largo de la Historia la religión y, en concreto, la religión cristiana, que es la que pesa sobre nosotros, y de manera especial el catolicismo, siempre, pero siempre, siempre, ha estado en contra de la ciencia y lo sigue estando hoy, en pleno siglo XXI, aunque lo disimule y haga como que acepta lo que no ha tenido más remedio que aceptar. No es necesario mencionar el archiconocido caso de Galileo, la Iglesia se oponía en su momento a la construcción de canales de riego o de navegación, con el argumento de que los ríos eran obra de Dios, tal cuales eran, y que de haber creído necesarios los canales Dios los habría creado. Y estuvo en contra de la vacuna de la viruela, la primera que se consiguió de una serie que, además de la viruela, erradicaron enfermedades tan dañinas como el sarampión, la varicela, la tosferina, las paperas, el tétanos, etc. algunas de ellas mortales. Esto por poner sólo un par de ejemplos históricos, porque al día de hoy la Iglesia sigue oponiéndose a la utilización a los anticonceptivos, conseguidos mediante la ciencia y que ha propiciado la libertad sexual, muy especialmente de la mujer; se opone a la investigación mediante células madre; a la investigación mediante el uso de embriones fallidos; a la fecundación humana controlada para conseguir un bebé con capacidad para superar la enfermedad incurable y mortal de un hermano anterior. Por oponerse se han opuesto hasta al parto sin dolor, porque, según la Biblia, Dios condenó a la mujer a parir a sus hijos con dolor.
Siempre, siempre, siempre, la religión ha intentado y sigue intentando estar por encima de la ciencia, acallar a la ciencia, aplastarla. O qué hacía Juan Pablo II condenando el preservativo en África en los momentos de mayor virulencia del Sida. Y lo ha hecho y lo hace con conocimiento de causa, sabiendo que muchos, por no decir la mayoría de los avances científicos, desmontan una nueva pieza del irracional entramado que la sostiene y, por tanto, pone el destino del ser humano en sus manos y en su conciencia. Es decir, no ha habido ni hay inocencia alguna por parte de la religión, de la jerarquía religiosa, para ser más exactos, que es, en definitiva, la que marca la pauta y controla al rebaño.
En este sentido, bien podría el periodista haberle preguntado al señor Ayala por qué abandonó el convento y acabó incluso casándose en 1986, si no fue porque la religión es un auténtico dogal que acaba asfixiando a todo científico que pretende seguir adherido a ella. Quizás hubiera puesto en un aprieto al entonces flamante premio Templeton. Y es que las dos ventanas mencionadas no han existido jamás, porque descubrir el origen de los organismos, como don Francisco sostenía y, sin duda, sostiene, descubrir el origen de los fenómenos, de la tierra, del universo, es también, inexorablemente, descubrir "el significado y el propósito de la vida", que el científico madrileño adjudicaba a la religión. Pero, con serlo, lo importante no es realmente eso; lo importante es que el instrumento del que la ciencia se vale en su camino es la razón y, si me apuran, también la imaginación, pero siempre pasada por el tamiz de la razón, en tanto la religión... ¿alguien ignora a estas alturas de lo que se vale la religión?