lunes, 29 de mayo de 2023

UNA MORAL COCHAMBROSA

Resultaría cómica, si no fuera hasta tenebrosa, la facilidad con la que tanta gente, tantas personas se sienten ofendidas en sus más íntimos y trascendentales sentimientos por causas generalmente triviales, como un desnudo; una pareja del mismo sexo besándose; una opinión religiosa distinta de la suya o de sus creencias; o un chascarrillo más o menos subido de tono, especialmente si está relacionado con la religión.
No cabría error su dijéramos que estas personas poseen sentimientos sumamente frágiles y, al mismo tiempo, curiosamente selectivos, pues mientras se ofenden y se escandalizan por causas como las señaladas, no muestran la más mínima preocupación, por las personas que se ahogan casi a diario en el Mediterráneo huyendo de la guerra o de la hambruna, por ejemplo; es más, suelen estar en contra de ellas, y más aún en contra de las que consiguen arribar a nuestro país. Igualmente, les importa un comino el sufrimiento de todos aquellos y aquellas que padecen el desahucio de sus viviendas por causas, en la mayoría de los casos, inhumanas, como que por ser viviendas de alquiler de carácter público son compradas casi fraudulentamente por uno de esos llamados fondos buitres, reunión de verdaderos criminales, que, a continuación suben brutalmente la renta; es más, los ofendidos, ofendiditos, sería una expresión mucho más correcta, desprecian con todas sus fuerzas a todas esas personas, ciertamente valerosas, que forman parte de grupos antidesahucios. Tampoco les preocupan los continuos asesinatos de mujeres a manos de sus parejas masculinas, ante los que no dan siquiera la menor muestra de inquietud; más aún suelen negar, en ocasiones, tajantemente, la violencia de género, aduciendo que se trata de violencia intrafamiliar, o, lo que es lo mismo, que no se trata de violencia machista, sino de la violencia general que, para ellos, forma parte de la naturaleza humana, sean hombres o sean mujeres. No les importa absolutamente nada el escándalo de un Consejo General del Poder Judicial que lleva casi cinco años ocupando su puesto no diré ilegalmente, pero sí al margen de la ley. Etc. etc. etc.
Recientemente, en TV3, la televisión pública catalana, ha ofrecido una parodia de la Virgen del Rocío, cuya famosa y espectacular romería, en la que la diversión alterna sin complejos con el fanatismo, se celebra precisamente en estas fechas. Pues fue emitirse el programa e, inmediatamente, ese grupo autodenominado Abogados Cristianos, al parecer, pseudo asociación formada únicamente por la vallisoletana Polonia Castellanos, a la que el Jesús evangélico correría a gorrazos, sin ninguna duda, si reapareciera hoy, ese grupo de un solo miembro, tremendamente ofendido en sus más puros sentimientos religiosos, corrieron a poner una denuncia, como han hecho en otras ocasiones más o menos parecidas, denuncia que en estos días ha sido admitida a trámite por una señora jueza. 
Esta señora, cuyo salario sale del bolsillo de todos los españoles que pagan impuestos, conviene no olvidarlo, seguramente no tiene nada de más enjundia que enjuiciar. Debe ser también de sentimientos frágiles y selectivos. Aunque es una temeridad pensar esto, pues, a la hora de juzgar, los jueces y las juezas, carecen de sentimientos, de religión, de moral y hasta de ideología política; se limitan a aplicar las leyes en vigor, no las de la Edad Media o incluso las del siglo XIX, ¿no es cierto?
Es difícil creer que tales cosas poco más que anecdóticas ofendan realmente a nadie y mucho menos que sean merecedoras de una denuncia y de un juicio; por el contrario, da la impresión de que quienes promueven denuncias de este tipo y quienes las aceptan actuaran movidos no por sentimientos puros, sino por puros intereses personales. Pero se trata sólo de una impresión o, si lo quieren ustedes, de una suposición, acaso hasta exagerada.
De cualquier manera, hechos como estos no son exclusivos de nuestra época, tan dada a exageraciones y mixtificaciones, con bulos de todos los colores. Un caso de sentimientos fragilísimos, famoso en todo el mundo, se produjo en Francia hace nada menos que ciento sesenta y seis años y tuvo por protagonista a un tal Ernest Pinard (1822-1909) (en la imagen de la cabecera), un auténtico trepa, de férrea formación católica, ese catolicismo absolutista, exclusivista y universalista, que odia cordialmente a todo el que no se encuentra encuadrado en él, hasta el punto de perseguir su exterminio físico, no meramente ideológico.
Este caballero, que había nacido en Autun, hijo de un abogado, siendo piadosísimo fiscal, de misa y comunión domingo tras domingo, fue nada menos que contra Gustave Flaubert (1821-1880),contra Charles Baudelaire (1821-1867) y contra Eugenio Sue (4804-1857). El primero por su novela Madame Bovary, el segundo por su poemario Las flores del Mal y el tercero por Los misterios de París
En líneas generales, las sociedades modernas son fundamentalmente hipócritas y en aquel tiempo Francia lo era en grado sumo. Madame Bovary es la historia de un doble adulterio por parte de una dama de provincias hastiada de su matrimonio, que, sin embargo, no puede romper, porque las leyes se lo impiden. Una historia que, sin duda alguna, se producía todos los días en la realidad, no en la ficción, pero eso sí, en la realidad críptica, esto es, secreta. Lo que de la novela de Flaubert irritaba a los bien pensantes y, especialmente, al señor fiscal era, en primer lugar, que el adulterio lo cometa una mujer, además por partida doble; y, en segundo lugar, que mostrara su alegría por haber encontrado un amante y no mostrara, sin embargo, el más mínimo remordimiento por engañar a su marido. Pero lo que sacaba por completo de sus casillas a Ernestito Pinard era que la adúltera no sufriera castigo alguno por su pecado, un castigo ejemplarizante que disuadiera a otras mujeres de seguir el mismo camino, y que, ya en el colmo de los colmos, terminara su vida cuando ella quiso, puesto que se suicida. 

De todo esto, naturalmente, el culpable era el autor Gustave Flaubert (en la imagen de arriba). Pero con dos cómplices. La novela se publicó originalmente por entregas en la Revista La Revue de París, entre octubre y diciembre de 1856, por consiguiente culpables eran también el director de la publicación Leon Laurent Pichat y el impresor del texto, Auguste-Alexis Pillet. Además de desvelar algunas de las escenas a su juicio más escandalosas, el señor fiscal se descolgó con declaraciones como esta: "El arte que no observa las reglas deja de ser arte, es como una mujer que se desnuda completamente. Imponer las reglas de la decencia pública en el arte no es subyugarlo, es honrarlo."
Tanto Flaubert como sus coacusados resultaron absueltos gracias al extraordinario alegato del abogado defensor Antoine Marie Jules Senard. En el juicio, lo único que consiguió don Pinard fue dar publicidad a la novela que, rápidamente, fue publicada en libro, llegando muy pronto a superar todos los records de ventas y, con ello, a hacer famoso a Flaubert.
Pues no contento con este chasco, el empecinado fiscal la tomó el mismo año con Baudelaire, y sus Les fleurs du mal. En esta ocasión, Pinard corrió mejor suerte, pues consiguió que se suprimieran seis poemas del libro y que el autor fuera multado con trescientos francos. Poco después emprendió el mismo camino contra Eugenio Sue por su obra Los misterios de París, una saga de proletarios desarrollada a lo largo de varios siglos. Aunque Sue murió durante el juicio, éste prosiguió, terminando con la condena del editor de la obra y del impresor del texto.
Partidario de Napoleón III, Pinard llegó a ser miembro del Consejo de Estado (1866) y Ministro del Interior (1867). Sin embargo, tras la caída del imperio todo fueron desgracias para tan piadoso como recto y rígido caballero, hasta que finiquitó su vida en la más oscura soledad, después de haber visto morir a su madre (su padre había muerto siendo él un niño), a su hermana, a su esposa, a su hijo, su hija y su yerno.
Antes, se había descubierto que el ejemplar comulgante dominical era autor de una colección de poemas priápicos, es decir, eróticos, en los que muestra su admiración y sus gustos por los penes, descubrimiento que permitió comprobar la hipocresía y la cochambrosa moral del individuo; dones éstos, por otra parte, que suelen adornar a todos los que heridos en sus sentimientos, emprenden denuncias semejantes a las de Pinard, como en España los mencionados Abogados Cristianos, a quienes, quién sabe, entra dentro de lo posible que algún día los cazaran entrando a un puticlub o a algún pub frecuentado por homosexuales. Cosas mucho más raras se han visto.

Fuentes:
La responsabilidad del escritor. Literatura, derecho y moral en Francia, siglos XIX y XX.- Gisele Sapiro
El loro de Flaubert.- Julian Barnes

Imágenes: Internet.