miércoles, 28 de abril de 2021

DE LA PAZ A LA GUERRA

 

        LA PAZ

Aunque hay algunas discrepancias entre ellos, los cuatro evangelistas cuentan cómo Jesús detiene las belicosidad de los que le acompañaban cuando echaron mano de la espada e incluso hirieron a uno de los que iban a detener al Maestro.
Fundamentados en esta narración, durante los tres primeros siglos de nuestra Era, teólogos y padres de la recién nacida Iglesia proclamaron repetidamente la condena de la guerra junto a la alabanza de la paz. Así, Orígenes, seguramente el teólogo más importante del periodo, después de afirmar que el Antiguo Testamento, con su desmesuradas atrocidades guerreras, debía tener una interpretación espiritual, afirma textualmente: "Nosotros, obedientes a las enseñanzas de Jesús, preferimos romper las espadas y convertir la lanzas en rejas de arado... ni queremos esgrimir la espada contra otras naciones ni deseamos la guerra."
Pero, además de la historia de su prendimiento. Jesús muestra su oposición a la pena de muerte cuando salva de la lapidación a la mujer adúltera; renuncia a la defensa propia cuando señala que si nos dan una bofetada en una mejilla, respondamos poniendo la otra; manifiesta que nuestra reacción ante las ofensas que puedan hacernos no debe ser la acometividad, sino la paciencia; para colmo, exige el amor a lo enemigos y la devolución siempre de bien por mal.
Con estas enseñanzas como estandarte, claramente expuestas en los evangelios, teólogos y padres de la Iglesia del calibre de Justino, Atenágoras, Cipriano, Hipólito, Tatiano, Tertuliano, Arnobio, Lactancio y el propio Orígenes repiten con insistencia y al margen de sus diferencias ideológicas que el cristianismo "no odia al enemigo, sino que lo ama e incluso lo bendice", del mismo modo que ningún cristiano devolvía golpe por golpe ni acudía al juez, aunque le robaran.
Tertuliano rechaza el servicio de las armas para los cristianos, contraponiendo la fidelidad a Dios frente a las banderas mundanas. "Cómo podríamos hacer la guerra sin la espada que el Señor quitó de nuestras manos." Clemente de Alejandría abomina incluso de la música militar. Hipólito, tras afirmar que la prohibición de matar es absoluta, señala que los cazadores deben elegir entre abandonar la caza o abandonar la nueva fe. Lactancio, en su Divinae Instituciones, muestra su firme defensa de la tolerancia y del amor fraterno, recalcando que la religión se defiende "muriendo, no matando". Rechaza la guerra y el homicidio, aun en el caso de que el derecho civil lo considere legítimo. Llega incluso a condenar a los denunciantes cuando la denuncia acaba llevando a la pena capital.
           
                                   LA GUERRA
Pero, en una muestra, la primera, de la táctica de la Iglesia Católica que se repetiría una y otra vez a lo largo de los siglos, consistente en reclamar hipócritamente la paz y la libertad de cultos cuando se encuentra en minoría y apostar por la guerra y el aplastamiento de los que no aceptan entrar en su redil, cuando el viento sopla a su favor, todo cambió cuando en 313 Constantino emite el edicto de Milán, que consagraba la preeminencia del cristianismo sobre las religiones denominadas paganas. Entonces, el mismo Lactancio da un portentoso golpe de timón y cambia el rumbo de su pensamiento exactamente ciento ochenta grados. Nombrado preceptor de Crispo, hijo de Constantino, después de una vida de penuria, destierro incluido, despojado hasta del último vestigio de vergüenza, reescribe su libro, publicado sólo seis u ocho años antes, eliminando tanto las condenas de la guerra como las loas de la paz. Y no sólo eso, sino que con repugnante entusiasmo alaba la triunfante actividad bélica de Constantino. Teodoreto, obispo de Ciro (Siria) no se corta un pelo para afirmar que "los hechos históricos nos enseñan que la guerra  tiene mayor provecho que la paz." Ambrosio (Obispo de Milán) asegura que "con la cruz de Cristo y con su nombre en los labios van al combate, confortados y llenos de valor.", refiriéndose, claro está, a los soldados del ejército romano, ya casi enteramente cristiano. Y Agustín de Hipona, por su parte, dice: "no creáis que no puede agradar a Dios quien se consagra al servicio de las armas." No mucho después, Teodosio II ordenará que el ejército acepte en sus filas sólo a cristianos. Las exhortaciones de Cristo definitivamente pasadas por el arco del triunfo y arrojadas la basura. 
Con el cristianismo aparecen por primera vez en la historia del mundo las guerras con un sustrato religioso, cuando no directamente por causa de la religión. La Iglesia de la paz pasó a denominarse Iglesia militante e Iglesia triunfante. "La gran victoria del cristianismo" titulan todavía hacia la mitad del siglo XX Llorca y Villoslada uno de los epígrafes de su monumental Historia de la Iglesia Católica. Porque, a diferencia del resto de las religiones existentes en su momento, el cristianismo no admitía, ni admite, la coexistencia, ni siquiera la supremacía sobre ellas, sino que su propósito ha sido siempre eliminar a los competidores y quedar como religión única y absoluta. Así, surgirá la guerra santa, un concepto inventado igualmente por los cristianos, y la religión de la paz se convertirá desde entonces en la religión que no deja a nadie en paz.

Fuentes:
Historia de los monjes de Siria.- Teodoreto de Ciro
Escritos espirituales.- Orígenes
El fin del mundo antiguo.- Ferdinand de Lot
Historia de la Iglesia Católica.- Tomo I. Llorca y Villoslada.
Historia criminal del cristianismo.- Deschner 

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