"Apoyá en el quicio de la mancebía
miraba encenderse la noche de mayo...",
Cantaba Concha Piquer. Una canción escrita por un hombre, una de cuyas fantasías eróticas, si no la mayor, en la mayoría de ellos consiste en dar placer de verdad a una prostituta.Con la descomunal hipocresía que derrochaba, el régimen franquista prohibió la prostitución, mientras el general se saltaba el quinto mandamiento y enviaba día tras día al paredón a cientos de hombres y mujeres por el simple hecho de haber perdido una guerra que el propio dictador había provocado. Al mismo tiempo, la Iglesia Católica que, con una hipocresía no menos brutal, condenaba igualmente la prostitución, como, en general, condena el sexo, salvo si va dirigido asépticamente a la procreación, paseaba al asesino bajo palio, como si se tratara del mismísimo Hijo de Dios.
Pero, aunque prohibida, la prostitución estaba tolerada. En un país destrozado por la guerra, cuya economía no recuperó el nivel que tenía en 1931, al instaurarse la República, hasta 1959, nada menos que veinte años después de concluida la contienda, la única salida que encontraron miles y miles de mujeres fue la prostitución. En todas las ciudades había calles enteras y aún barrios ocupados por casas de lenocinio en las que las mujeres estaban más o menos controladas. Pero también había multitud de ellas que alquilaban su cuerpo por libre, en zonas específicas, gran parte de ellas alejadas del tráfico ciudadano. En Córdoba, uno de estos lugares eran los soportales de la plaza de la Corredera, donde mujeres de bastante edad lidiaban con toda clase de transeúntes de la peor especie, charranes, granujas, bergantes, galopines, tagarotes y rajabroqueles, con los que, si el trato cuajaba, iban a una casa de la calle del Tornillo. Pero el sitio más famoso era El charco de la pava, al que acudían sobre todo soldados, y el sexo se practicaba medio de pie, recostados hombre y mujer en taludes y terraplenes.
Son poquísimas las mujeres que entran en la prostitución libre y voluntariamente, la práctica totalidad de ellas lo hace obligada por la necesidad o, lo que es aún peor, por las mafias que se dedican al tráfico y explotación de mujeres. Así, durante la dictadura hubo burdeles de postín, a los que acudían incluso altos dignatarios del Régimen y de la Iglesia, burdeles en los que las mujeres que en ellos "trabajaban" tenían libertad para entrar y salir. Pero fuera de aquellas casas, las mujeres procedían de las clases económicas más débiles, muchas de ellas viudas de hombres que había perdido la vida defendiendo a la República; que habían sido fusilados durante y después de la guerra, la mayoría sin juicio alguno; que cumplían largas condenas en prisión por la misma causa, o se encontraban realizando trabajos forzados para empresas que, como Canales y Távora, por ejemplo, se enriquecieron gracias a esta práctica.
Ha habido épocas en las que, en determinados lugares, las prostitutas han estado bien o incluso muy bien consideradas. En otros momentos la prostitución no sólo ha estado prohibida, sino también perseguida, cargando tanto la prohibición como la persecución sobre la víctima, es decir, sobre la prostituta. En algunos periodos, si no admitida plenamente, sí que ha sido tolerada, con el argumento, cuando menos sofista, de que servía para mantener el orden social, porque, además de evitar que las mujeres llamémosles normales, corrieran el riesgo de ser asaltadas y violadas, evitaba adulterios (como si el putero no cometiera tal pecado o delito o ambas cosas, dependiendo del momento, al irse de putas) y las rupturas matrimoniales, al poder el hombre casado realizar con la ramera las fantasías y/o perversiones que no podía practicar con su dignísima esposa. En el tiempo de la Reforma protestante y de la Contrarreforma católica (la Iglesia siempre a la contra), las autoridades tanto políticas como religiosas pretendieron acabar con la prostitución rescatando a las prostitutas. Con esta intención oficial se crearon en toda Europa centros de Conversas o de Arrepentidas, como los llamaron, en los que se recluían a estas mujeres y se trataba de reformarlas, como si verdaderamente fueran ellas y no los hombres que reclamaban sus servicios los que necesitaban reformarse. Pero, la realidad, es que todo el tinglado respondía una vez más a la incuestionable hipocresía que acostumbran a derrochar las clases biempensantes, políticas y clericales, pues la meta real que perseguían no era la recuperación de las prostitutas, sino poner coto a la sífilis que, traída de América por sus descubridores, se extendía como una nueva peste por todos los países de Europa.
Ha habido también épocas en que, sin estar legalizada, sí que la prostitución ha estado perfectamente controlada. Por el tiempo en que se creaban las casas de recogidas, es decir, en el siglo XVI, se crearon las mancebías. Prácticamente todas las ciudades de importancia de España tuvieron la suya. Se trataba de zonas acotadas, especie de guetos en los que se reunían los burdeles. Todas fueron propiedad del rey, quien arrendaba la explotación al noble de turno. Una de las más boyantes del país fue la de Granada, que cita, entre otros, Cervantes. Ocupaba un amplio triángulo limitado por las calles actuales de San Matías, Escudo del Carmen y Ángel Ganivet y consistía en un laberinto de estrechas y retorcidas callejuelas, propias de la todavía reciente ocupación islámica, un espacio al que los granadinos llamaban la Manigua, situado en el corazón mismo de la ciudad y, no obstante, apartado de él. Aquí prosperaron burdeles de todas las categorías, desde los muy lujosos, frecuentados por la flor y nata de los caballeros de la ciudad, hasta el miserable tugurio con mujeres cargadas de años, a los que acudían vagabundos y rufianes de toda laya.
Como todas las del país, esta mancebía tuvo rígidas ordenanzas dictadas por el Corregidor y el Alcalde, autoridades que velaban por el orden en la práctica de la actividad. Existían dos jefes o encargados generales, los llamados padre y madre de la mancebía. El primero se encargaba del control laboral de las prostitutas, incluidos horarios de trabajo, cobro de servicios, salarios, pues las mujeres no actuaban por libre, sino que eran contratadas por cada casa. La madre tenía una función más tutelar y doméstica, controlaba la limpieza, las revisiones médicas y, en general el bienestar, si se puede decir así, de las mujeres. El padre era un funcionario que debía dar cuenta de todos los aspectos del negocio, pero principalmente de la parte económica, al arrendatario de la mancebía, que era el que se llevaba las principales ganancias, aunque las más seguras eran las del rey.
El negocio se mantuvo cada día más floreciente hasta entrado el siglo XX, cuatrocientos años, aproximadamente, en que empezó a decaer, no por falta de clientela, sino porque el desarrollo de la industria del azúcar creó una burguesía adinerada que se propuso la modernización urbanística de la ciudad. La parte baja de la Manigua fue derribada en 1940, siendo alcalde Gallego Burín, y en su espacio se creó la nueva calle de Ganivet, lujosa, con soportales y con abundantes comercios. La Manigua alta resistió más. De hecho, hasta hace muy poco todavía existía alguna casa por la callejuela del Jazmín y alrededores.
Actualmente, el presidente del gobierno Pedro Sánchez vuelve a hablar de prohibir la prostitución, incluso dentro de esta legislatura. Pero la prostitución existe, porque existen clientes, es decir, porque existen hombres que, a pesar de la libertad sexual con que se cuenta hoy día, siguen acudiendo a ella, por tanto prohibiéndola sin más no se consigue que desaparezca, sino que las prostitutas pasan inmediatamente a la clandestinidad. Si el presidente quiere actuar contra esta lacra, que lo es, debería, para empezar, tomar ejemplo de los países nórdicos, Suecia y Noruega, que no persiguen a la mujer, sino que multan al cliente. Al mismo tiempo, debería actuar y enérgicamente contra las mafias de trata de mujeres. A la par, debería, como mínimo ir creando la condiciones económicas y sociales para que ni una sola mujer se viera obligada a entregar su cuerpo a cambio de dinero.
Imágenes: Wikipedia, secretos de Granada y Granada digital.