domingo, 31 de enero de 2021

DE CÓMO APRENDI A AMAR LA MÚSICA

Yo tenía trece años y cinco meses y estudiaba en los gratuitos del colegio salesiano. Era un buen estudiante, mes tras mes salía el número uno o el dos en el famoso cuadro de honor que tenía establecido el colegio con el objeto de incitarnos a la competencia y a la emulación. Era también un niño formal, más serio que gracioso y con un grado importante de timidez y otro, algo más suave, de fatalismo.
Cierto día apareció por el aula un curita joven, apuesto y jovial, que se dedicó a probarnos la voz a todos los alumnos. Al final de la prueba escogió a ocho o nueve, no puedo recordarlo, entre los que me encontraba yo. Una vez realizada la selección, nos informó que iban a forma un coro para le celebración de no recuerdo qué, dando por hecho, sin pedir nuestra opinión, que todos los seleccionados estábamos de acuerdo en formar parte de él. Idénticas prueba y selección fue realizando el curita en el resto de las nueve aulas que existían en el colegio, reuniendo al final un total de unos cincuenta o sesenta alumnos de distintas edades y, es de suponer, distintas voces.
El caso es que unos días más tarde a media mañana estábamos todos reunidos en el salón del cine, hoy desaparecido como tal y reconvertido en el Teatro Avanti, desde algún tiempo después de que el memorable don Felipe González se sacara de la manga la estafa de los colegios concertados. Pero esta es otra historia. Y estamos hablando de música.
Allí estábamos, la mayoría un tanto desorientados y nerviosos, atentos a la explicación que nos daba el que iba a ser el director del coro, don Felix, un curazo enorme, de un metro y noventa centímetros por lo menos, seriote, y diz que con una dosis nada despreciable de mala leche. Don Felix nos organizó como le pareció, repartió la letra de lo que íbamos a cantar y empezaron los ensayos, él entonando la pieza y nosotros catándola bajo su batuta. 
Así estuvimos sin novedad, ensayando diariamente durante una hora. Al cuarto día, el cura no paraba de estirar el pezcuezo adelantándolo hacia nosotros, así como de torcer el cuello como si le hubiera dado un aire o estuviera a punto de sufrir un ataque de epilepsia. Pero continuaba marcando el compas a mí, por lo menos, me parecía que como siempre. 
Don Féliz se tiró con aquella especie de contorsionismo más de diez minutos al cabo de los cuales detuvo el ensayo y exclamó, alargando los labios, como para dar un beso, y aflautando la voz:
"A ver, Arjona, ven, ven aquí." Y señaló un punto junto a él.
Yo salí más bien titubeando y me sitúe más o menos donde él cura había señalado.
"Bien", dijo, ahora muy profesional y también muy en elefante frente a una hormiga. "Canta tú solo, anda, canta, que yo te oiga"
Si atento había estado durante el ensayo, entonces empecé a cantar poniendo mi mayor empeño, pero no había pronunciado más de dos palabras del texto cuando ¡zas!, recibí un bofetón con el cacho de mano que tenía el bichaco aquel, una mano como una pala de meter pan en el horno, que me estrelló contra el pavimento.
"Y no vengas más, no vengas más", remachó el curazo sin apenas alzar la voz, yo diría que hasta con un tono de alivio, como si se hubiera cargado un mosquito que llevara media noche impidiéndole dormir.
Desde entonces mi amor por la música no conoce límites.

jueves, 28 de enero de 2021

EL VALOR DE LA ORACIÓN

 Como se sabe, en cualquier religión y especialmente en las tres llamadas del Libro, la hebraica, la cristiana y la musulmana, la oración ocupa un lugar preferente y aun fundamental en el conjunto de sus actividades. Unos rezan para acercarse al Dios en el que creen, otros en solicitud de un favor personal, otros para pedir por la salud o simplemente por el bienestar de algún familiar más o menos cercano.
Precisamente, para medir el valor de la oración, a principios de este siglo se realizó un estudio promocionado y sufragado por la fundación Templenton. Conviene, antes de seguir, dar una breve pincelada de esta fundación, erigida por el señor que aparece en la fotografía, Jonh Templenton (1912-2008). Nacido en el seno de una modesta familia del Estado de Tennesse (EE.UU.), el bueno de Jonh se convirtió en supermillonario gracias no a ningún invento ni a la creación de empresa alguna, sino a sus inversiones bursátiles, cuyas bases quedaron sólidamente establecidas durante la Segunda Guerra Mundial. Campeón del ultraliberalismo económico así como de la libertad individual absoluta, este enorme general de las finanzas llegó a crear el primer fondo de inversión de la historia, lo que acrecentó prodigiosamente su riqueza. Hacia la mitad de su vida cayó en la cuenta de que sus actividades consistían en la más pura y dura especulación y cansado de acumular billetes, vendió su fondo y todas sus inversiones, obteniendo cuatro cientos cincuenta millones de dólares, un montante brutal para la época, y se entregó amorosamente dicen que a la filantropía, sin renunciar, no obstante, a sus principios económicos y sociales. Creó la fundación que lleva su nombre, a través de la cual financiaba estudios y actividades relacionados con la libertad, el campo económico y social, la espiritualidad, en la que entra la religión, y cosas por el estilo.
No se sabe de quien partió la idea de realizar el mencionado estudio sobre la oración, lo que sí se sabe es que el proyecto, aun religioso, seguía estrictamente el método científico, cumpliendo la exigencia de ser doblemente ciego.
La dirección del estudio recayó en el doctor Herbert Benson, cuya risueña imagen queda aquí a la izquierda, cardiólogo del Instituto Cuerpo Mente, de Boston. Se escogió al azar tres grupos de pacientes que iban a someterse a una operación coronaria de bypass, en total 1802 pacientes. Los componentes del primer grupo no sabían que estaban rezando por ellos; por los del segundo grupo no rezó nadie y ellos tampoco lo sabían. De este modo se intentaba probar la eficacia de la oración de intercesión. Los componentes del tercer grupo, en cambio, si supieron que rezaban por ellos, porque aquí lo que se trataba de probar era los favorables efectos psicosomáticos de la plegaria. 
Repartidos por los estados de Minnesota, Missouri y Massachusetts y, por supuesto, fervorosos creyentes, los rezadores desconocían por quien eran sus rezos, la única información que recibieron fue el nombre y la inicial del primer apellido del paciente que les había correspondido. Podían rezar la oración que les pareciera, pero en ella debían incluir textualmente la siguiente frase: "por una exitosa cirugía con una rápida y saludable recuperación sin complicaciones de", y aquí el nombre del paciente. 
Aparte de cumplir con las exigencias científicas, el doctor Benson, fiel creyente cristiano, sostenía que en los ambientes médicos estaba creciendo la evidencia de la eficacia de la oración intercedente, con lo que se evitaba cualquier suspicacia del lobby eclesiástico de manipulación adversa del estudio. 
El resultado final se publicó en abril de 2006 en la revista American Heart Journal y fue el siguiente: Los grupos de pacientes que no sabían que rezaban o no rezaban por ellos no experimentaron mejoría alguna significativa, tampoco empeoramiento, por lo que podía decirse que la oración o su ausencia no tuvieron la más mínima participación en su recuperación. Sin embargo el grupo de pacientes que conocían que rezaban por ellos experimentaron un empeoramiento y su recuperación fue señaladamente más lenta, de donde había que deducir necesariamente que la oración les había perjudicado. La explicación de este, para los organizadores del estudio, sorprendente hecho era bien sencilla: los pacientes se estresaron al pensar que si rezaban por ellos era porque como consecuencia de su mal estado de salud corrían el riesgo de morir. Muchos de ellos sufrieron incluso depresión.
Hasta aquel momento los teólogos habían guardado un desconcertante y, sin duda, interesado silencio, pero tan pronto como se conocieron los resultados salieron en tromba mostrando su rechazo y su desprecio por el estudio. A título de ejemplo, ahí van dos posturas en las que coincidieron la mayoría de dichos teólogos: el inglés Richard Swinburne, del que ya se ha dicho algo por aquí, afirmó que Dios no responde a las plegarias cuando su única intención es satisfacer nuestra curiosidad. Y añadió una de sus perlas: que ya hay suficiente evidencia de la existencia de Dios y que más evidencia podía volverse contra nosotros. Pero qué se podía esperar de un tipo que justificaba el holocausto en razón de que dio a los judíos la oportunidad de ser valientes y nobles. En un artículo publicado en el New York Times el reverendo Raymond Lawrence se regodeaba con los resultados del estudio, afirmando que la influencia de la oración sobre la naturaleza se encuentra fuera del alcance de la ciencia.
Fuera cual fuera su intención, cabe destacar la honradez de los investigadores, que no dudaron en hacer públicos los resultados, a pesar de ser adversos a sus planteamientos.

P.S. Los datos están tomados del libro: El espejismo de Dios, de Richard Dawkins

domingo, 24 de enero de 2021

ERRATAS

 

La anécdota la cuenta Pablo Neruda en el tomo V, página 236 de sus obras completas, publicadas en una magnífica edición por Galaxia Gutenberg y el Círculo de Lectores en el año 2002.
Comenta el premio nobel chileno las erratas y los "erratones" que se han introducido malignamente en algunos de sus libros. En la novela las erratas, sin dejar de constituir un grave descuido, pueden pasar y de hecho pasan en muchas ocasiones por una pequeña ola a destiempo en un mar tranquilo y apacible, de modo que por el contexto el lector advierte fácilmente el fallo y sustituye la errata por el término correcto. No obstante, incluso en la novela aparecen erratas que pueden llegar a ser desconcertantes. Por ejemplo, en la primera edición de la novela Arroz y tartana del valenciano Vicente Blasco Ibáñez el escritor escribió la siguiente frase en una de sus páginas: "Aquella mañana doña Manuela se levantó con el ceño fruncido", pero la que apareció en la novela era la siguiente: "Aquella mañana doña Manuela se levantó con el coño fruncido."
Ahora bien, en poesía una errata es siempre un escopetazo que le entra al lector por los ojos y le llega a lo más hondo del cerebro. Y ya se sabe que un tiro de escopeta, si no te mata, te deja marcadas cicatrices. O lo que es lo mismo, que cuando en una poesía aparece una errata poco importa el contexto, porque, en primer lugar, puede ser difícil advertirla y, luego, porque, aunque se advierta, es casi imposible encontrar el término correcto. Esto se debe a la precisión que tiene la poesía y, muchas veces, a las metáforas e imágenes que en ella aparecen. 
Veámoslo con el ejemplo de Manuel Altolaguirre que cita Neruda. Como se sabe, además de excelente poeta de la Generación del Veintisiete, Altolaguirre, fundador de la célebre revista Litoral, era también editor e impresor. Son famosas las ediciones de los libros que dio a la luz, por la preciosa tipografía que enaltecía los versos, palabras formadas con preciosas letras cuyas cajas para su impresión componía el propio Altolaguirre. Pero también eran famosas sus ediciones por las erratas que a veces se le colaban en los textos, erratas que llegaron a aparecer hasta en el título de la portada.
Como lo mejor de la intelectualidad española, en 1939, al término de la guerra, se vio obligado a huir de España para evitar que lo asesinaran tras uno de aquellos juicios estrafalarios que ponía en marcha la Dictadura franquista. De entrada se exilió en Cuba, donde estuvo hasta 1942, fecha en la que se afincó en México. En Cuba no tardó en montar una imprenta y empezar a editar con la misma belleza y singularidad con que lo había hecho en España. 
Cierto día, un poeta cubano le llevó un librito de poesía para que lo editara. Altolaguirre hizo una de sus mejores obras, hasta el punto de que cuando el poeta tuvo en sus manos uno de los ejemplares, maravillado, no se atrevía a abrirlo.
"Y además no tiene erratas", le anticipó satisfecho el impresor.
Entonces el poeta abrió el libro por una página al azar y el primer verso con el que tropezó le entró por los ojos como un obús. Donde él había escrito: "Yo siento un fuego atroz que me devora", aparecía: "Yo siento un fuego atrás que me devora." Para colmo, el poeta era homosexual. Y se sabía.
De manera que aquella edición acabó en las aguas de la bahía de la Habana, donde poeta y editor la depositaron para alimento de los peces o de los microorganismos.

miércoles, 20 de enero de 2021

BENDITO SUFRIMIENTO

 

En este mundo nuestro, en el que el dolor supera ampliamente al placer, hay imbéciles cuya cota de imbecilidad es sumamente difícil de alcanzar. Y el caso es que muchos de ellos hasta tienen carreras universitarias y llegan a ser incluso catedráticos de prestigiosas universidades.
Uno de estos grandes imbéciles, si duda uno de los mayores del siglo XX, es el señor de la fotografía, Richard Swinburne, inglés nacido en 1934, teólogo y eminente catedrático de la más eminente aún universidad de Oxford. No voy a contar nada del individuo, para qué. Como prueba de su inefable imbecilidad me voy a limitar a transcribir una cita suya con la que pretende justificar el sufrimiento, tanto físico como moral, aunque más el primero, que, con justificación o sin ella, padecemos los seres humanos en un momento o en otro de nuestra vida y, a veces, tristemente, en toda ella. Ahí va:
"Mi sufrimiento me proporciona la oportunidad de demostrar coraje y paciencia. Éste le proporciona a usted una oportunidad para demostrar consideración y para ayudar a aliviar mi sufrimiento. Y le proporciona a la sociedad la oportunidad de escoger si invertir un montón de dinero en tratar de hallar una cura para este o aquel tipo particular de sufrimiento (o para otra causa) Aunque un buen Dios siente pena por nuestro sufrimiento, la mayor de sus preocupaciones es seguramente que cada uno de nosotros muestre paciencia, consideración y generosidad y, de paso, obtenga un carácter santo. Algunas personas necesitan urgentemente enfermarse por su propio bien; y algunas personas necesitan urgentemente enfermarse para proporcionar a otros importantes opciones. Sólo de esa manera pueden algunas personas ser estimuladas a considerar seriamente las opciones sobre el tipo de persona que ellas deben ser. Para otras, la enfermedad no es tan valiosa.
No me es posible concluir sin hacer algún brevísimo comentario:
1.- Las negritas son mías
2.- No explica el señor Swinburne cómo sabe él que Dios siente pena por nuestro sufrimiento.
3.- Cuando a mi me apena la situación de otra persona, trato por todos los medios de socorrerla. En general, es lo que solemos hacer los seres humanos. Es decir, mostramos una calidad moral de la que el BUEN DIOS de Swinburne carece.
4.- ¿Puede una persona sensata alabar el sufrimiento porque nos da la oportunidad de obtener UN CARÁCTER SANTO?
5.- O sea, siguiendo el pensamiento de Swinburne, Dios nos crea, sin pedirnos opinión, y nos coloca en un mundo lleno de sufrimiento para que nos hagamos mejores personas, incluso para que lleguemos a ser santos. ¡Jobá! ¿Y por qué, puestos a crearnos, no nos hace directamente perfectos y santos y nos dejamos de tanto trabajoso rodeo? ¿Hablamos de incapacidad o hablamos de mala leche?
6.- A lo peor digo "imbecilidad" donde debiera decir "maldad", porque se necesita tener mucha de esta última para desear que una persona enferme, y añadir que enfermará por su bien.
7.- Los enfermos crónicos que sufren a diario fuertes dolores apenas aliviados por la ciencia actual deben estar encantados con la declaración de Swinburne. ¡Al fin tienen a su alcance un remedio efectivo!
8.- Tomo la extensa cita del libro El espejismo de Dios, de Richard Dawkins.

lunes, 18 de enero de 2021

EL VALOR DE POLIXENA

 

Como se sabe, la guerra de Troya fue ganada por los griegos después de diez años de asedio y gracias a la trampa del caballo de madera ideado por Ulises, uno de los tipos más genialmente fulleros de la historia. Entre otros muchos, en dicha guerra perecieron Aquiles, famoso por sus berrinches, además de por su espada, y Príamo, rey de la ciudad. Concluida la guerra, los vencedores decidieron ofrecer a los dioses el sacrificio de una virgen troyana como expiación por la muerte de Aquiles. Escogieron a Polixena, la menor de las hijas de Príamo, de la cual estuvo muy enamorado Aquiles, hasta el punto de que de no haber muerto en una de las continuas escaramuzas se habría casado con ella. Enterada la esposa, entonces viuda, de Príamo, rogó a la muchacha que implorara el perdón de los vencedores, ya que de todos sus deudos no le quedaba ninguno más que ella. Esta fue la respuesta de la muchacha.

             Tal vez llegará un día en que los reyes
             sean vulgares ladrones de etiqueta
             y sus hijos bandidos de opereta
             que no respetarán ni honor ni leyes.

             Mas hoy, madre, hasta los simples bueyes
             se niegan a llevar una careta,
             vistiendo siempre la misma chaqueta
             y los mismos sencillos zaragüelles.

             Por eso no me pidas que me humille
             y suplique al verdugo su clemencia,
             no permitas que el miedo me mancille.

             Honra y honor son de mi padre herencia,
             ambos impedirán que me arrodille
             y en paz podré morir con mi conciencia.

PS.- Tanto el texto en prosa como el poema son propiedad del autor del blog

domingo, 17 de enero de 2021

ATEISMO

 

Desde hace unos meses tengo un diccionario de teología cristiana editado en España por AKAL, que, dicho entre paréntesis, tiene muy buenos diccionarios sobre variados temas. Este es traducción del original francés que, bajo la dirección de Jean Ives Lacoste, se publicó en 1998. Se trata de un tomazo de 1357 páginas de 25x18 cm. encuadernado con tapa dura que adquirí nuevo, aunque en una librería de viejo, por el irrisorio precio de ocho euros. 
No me explico cómo podía tener un precio tan bajo, porque aquí te encuentras, en forma de entradas, toda la teología cristiana y los teólogos que a ella han dedicado buena parte de su vida. ¿Tan poco les interesa su teología a los cristianos de habla española? Porque es evidente que la edición de este diccionario devino en fracaso. Pues a mí sí me interesa, como me interesa todo lo relacionado con la Iglesia Católica, institución de la que en nuestra país venimos soportando sus pretensiones de dominio moral, político y social y a la que, además, sostenemos con nuestro dinero.
Anoche estuve leyendo la entrada sobre ateísmo, una entrada extensa y exhaustiva. Es curiosa y muy aleccionadora la opinión que a lo largo del tiempo han ido teniendo los teólogos acerca de esta posición frente a las creencias sobrenaturales y religiosas. Naturalmente, sería de ilusos esperar por parte de los teólogos una actitud distinta a la de mostrarse frontalmente en contra de tal posición, pero de ahí al trato que le dan hay un trecho más que importante.
Del mismo modo que la existencia de nutrias en un río es prueba de la calidad de sus aguas, la existencia pública de ateos pone de relieve el grado de libertad de una sociedad. Porque ateos ha habido siempre, sólo que en tiempos pasados debían permanecer en el anonimato, manifestando una fe y una religiosidad que no sentían so pena de acabar siendo pasto de las llamas en una hoguera pública condenados por la propia Iglesia, que no se contentaba con condenarlos de palabra.
Pero en el campo puramente ideológico y siempre resumiendo el contenido de la entrada del diccionario, la teología partió en un principio de la negación del propio ateísmo. Afirmaba que el ateo es aquel individuo que niega la existencia de Dios, y con esta definición aplicaban su lógica para deducir que el ateísmo no existe, puesto que el que niega la existencia de Dios concibe al menos su idea, lo cual era ya para el teólogo prueba de su existencia. Un galimatías, ¿no es cierto? Un galimatías del que los teólogos tenían que echar mano porque la definición que invocaban no es exacta y da lugar a malentendidos. Más que negar la existencia de Dios, el ateo, sencillamente, no cree que exista. Y en el territorio de la creencia conviene señalar que las premisas para no creer en la existencia de Dios son exactamente las mismas, sólo que inversas, para creer en ella. El ateo no ve indicio alguno que lo incline a admitir la realidad divina, el creyente, suponiéndole buena fe y no intereses espurios, ve indicios por todas partes. Ambas posturas podían coexistir perfectamente, sino fuera porque el creyente pretende que todo el mundo crea lo mismo que él y que, en consecuencia, obedezca las mismas leyes que le afectan a él. No es el ateo el que esgrime beligerancia alguna contra el creyente, allá cada cual que crea lo que le parezca oportuno, sino que es el creyente el que toma las armas y sale a enfrentarse más o menos abiertamente contra todo el que no admita y confiese lo que admite y confiesa él.
La teología no se detuvo en negar la existencia del ateo, sino que lo tomó como el primer enemigo al que debía enfrentarse. Así, afirmaba que el ateísmo no se encontraba sólo en el campo de las creencias y de la religión, sino que, mucho más peligrosamente, tenía una dimensión política, pues conllevaba una actitud de insumisión ante la leyes de una comunidad, fundamentadas entonces en la religión, motivo por el que debía ser condenado. Y no contentos con esto, los teólogos ampliaban su condena aduciendo que el ateísmo suponía igualmente un ataque a la moral de una sociedad que podría llevar incluso a su disolución.
En tiempos más modernos y ante el indudable avance de la libertad, como consecuencia del afianzamiento de los Estados nacionales, para justificar su existencia y como prueba de la existencia de Dios la teología recurre a la revelación, Dios existe, viene a afirmar, porque Él mismo se ha revelado al hombre. Adopta entonces una actitud aún más dogmática y agresiva, llegando incluso al insulto, al tachar al ateo de libertino, una vez que, a partir del siglo XVIII, las instancias políticas dejaron de considerar el ateísmo un crimen y al ateo, en consecuencia, un criminal.
Entre paréntesis, no está de más decir aquí que hay que tener un enorme desahogo intelectual, esto es, carecer enteramente de vergüenza, para tener por revelado el Antiguo Testamento, como lo llaman los cristianos, un mamotreto consistente en una recopilación de incongruencias, contradicciones, crímenes atroces, genocidios y robos de todos los colores, puestos en marcha por un Dios celoso, egoísta, falsamente justiciero, con los más bajos instintos, que toma al pueblo judío como medio o como arma para ejecutar sus fechorías, un pueblo que tiene que soportar también en muchas ocasiones los efectos de su mal carácter, un Dios, en definitiva, que puede gozar de todas las propiedades que se quiera, menos de la bondad. Un Dios que cambia de cara, aunque sólo en apariencia, en el Nuevo Testamento, más conocido como los evangelios, verdadero cajón de sastre en el que tanto cabe un milagro como la condena de una higuera que no tiene fruto porque no es la temporada, el himno a la pobreza junto con el banquete en la casa de un ricacho, la expulsión de los mercaderes del templo (por cierto, ahí siguen) junto con la actitud reverente con la autoridad establecida, sea ésta del carácter que sea, con el "dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César"
Más recientemente aún, ya en la contemporaneidad, en lugar de olvidarse de él, la teología ataca todavía más furiosamente el ateísmo, llegando a afirmar, sin rubor, que el ateo corre el riesgo de condenarse, una preocupación que ningún ateo le ha solicitado. En su furor llega a llamar loco a Nietzsche y a tachar de Anticristo al ateo, aunque los ataques son ya sólo de palabra.
Como quiera que, en realidad, carece de la más mínima prueba de la existencia de Dios y los razonamientos filosóficos de antaño han perdido cualquier atisbo de prestigio, la teología última viene afirmando que a Dios se le encuentra en el culto y en la oración. ¡De fábula!


lunes, 11 de enero de 2021

BONHOEFFER


 Hace unos años el papa Juan Pablo II pidió perdón por la actuación de la Inquisición. No fue una petición completamente sincera, pues añadió que la tal organización eclesiástica respondía en buena medida al espíritu de los tiempos.
Esta expresión, el espíritu de los tiempos, es una de las socorridas falacias con que nos obsequian a menudo la mayoría de los historiadores. Con ella vienen a decir que tales o cuales fechorías eran admitidas como normales por la sociedad de la época a la que se refieren. Como si el hecho de que incluso el cien por cien de una sociedad las acepte sin más justificara la existencia de tales fechorías, confiriéndoles además el valor moral del que absolutamente carecen.
Aunque de un tiempo muy posterior a la Inquisición, concretamente de la época nazi, el alemán Dietrich Bonhoeffer es un magnífico ejemplo de la falsedad tanto del aserto como de quienes lo sostienen. Mientras el Vaticano callaba, mientras las iglesias católica y protestantes alemanas callaban, Bonhoeffer, fue un formidable opositor del régimen hitleriano, aceptado con fervoroso entusiasmo por la práctica totalidad del pueblo alemán. Y no fue el único.
Licenciado en teología en 1927 por la universidad de Tubinga, fundó junto con otros teólogos la Iglesia Confesante (luterana), bastión principal de su lucha contra el nazismo. Entre 1930, año en que, tras ser ordenado pastor, fue vicario de la iglesia luterana de Barcelona, y 1935, vivió en Londres, en Estados Unidos y la propia Alemania ejerciendo su labor pastoral. En Pomerania fundó un seminario para pastores de la Iglesia Confesante, que en 1935 sería clausurado por la gestapo.
Por esta época abandonó el pacifismo, en el que había creído, y en 1939 se unió a un grupo de resistencia activa que incluía militares de alto rango encabezados por el almirante Canaris. Fue arrestado en 1943, cuando era tesorero del llamado Proyecto 7, grupo de acción creado para ayudar a escapar a judíos a Suiza.
El 20-7-1944 se produjo la fallida operación Valkiria, atentado llevado a cabo por militares de alta graduación del que Hitler salió ileso. Como quiera que en esta operación se encontraban implicados varios familiares de Bonhoeffer, el teólogo fue acusado de complicidad en el mimo y trasladado al campo de Buchenwakl, donde sería ahorcado el 9-4-1945.
Considerado mártir por la iglesia luterana, en 1990 fue exonerado por el gobierno alemán de las acusaciones vertidas contra él así como de cualquier culpabilidad.

viernes, 8 de enero de 2021

LECTOR

 

Desde hace mucho tiempo, soy un lector empedernido. Acumulo lecturas con el mismo fervor con que un avaro monedas. Tengo las paredes de mi casa forradas de libros, pero entre todos tengo algunos que releo una y otra vez. LOS MUERTOS, del poeta José Luis Hidalgo (1917-1947) es uno de mis favoritos. Dejo aquí constancia de uno de los poemas que más me gusta:

                  Si supiera, Señor, que Tú me esperas
                  en el borde implacable de la muerte,
                  iría hacia tu luz, como una lanza
                 que atraviesa la noche y nunca vuelve.
                 Pero sé que no estás, que el vivir sólo
                 es soñar con tu ser, inútilmente, 
                 y sé que cuando muera es que Tú mismo
                 será lo que habrá muerto con mi muerte.

jueves, 7 de enero de 2021

SERIEDAD

 

"Que la vida iba en serio..."

Así comienza uno de los poemas más famosos de Jaime Gil de Biedma (1929-1990)

El poema es una maravilla, pero don Jaime se equivocaba. La vida que va a ir en serio ni en serio. La que va en serio es la muerte. La gente hoy vuelve la cabeza y se niega a recordarlo, pero la muerte mata y mata porque sí, no como Belén Esteban, que mata por su hija.

La vida es un follón, un guirigay, un galimatías, un lío, que nosotros, además, nos encargamos de embrollar aún más. Don Jaime debió de comprenderlo cuando el Partido Comunista se negó a admitir su ingreso, a pesar de los serios avales que llevaba, no porque fuera un miembro de la alta burguesía, es decir, de la clase explotadora, sino porque era homosexual, maricón, en el lenguaje de la época.

Si será seria la muerte que en mi larga carrera de sepulturero jamás vi a un muerto no digo ya riendo, sino ni siquiera esbozando una sonrisa. Y tuve la oportunidad de ver a decenas, a cientos.

P.S. He aquí el poema completo de don Jaime



miércoles, 6 de enero de 2021

LOTERÍA

 

Desde hace demasiado tiempo, confiados en el indudable progreso de la ciencia, nos hemos llegado a creer seguros y a salvo de los avatares de la vida, siempre imprevistos y muchas veces oscuros y aún tenebrosos. Si alguna novedad esperábamos era siempre positiva, favorable. Para decirlo de la forma más breve: hemos llegado a creer que la posición que habíamos alcanzado en la vida era inexpugnable y que achaques, enfermedades, el peso de los años o el accidente inesperado no iba con nosotros. La precisión, al menos aparente, con la que los economistas, por ejemplo, pronosticaban el crecimiento del PIB, el aumento o el descenso del paro, el número de turistas que nos visitarían y el gasto que realizarían, no sólo en conjunto, sino individualmente, en restaurantes, espectáculos, recuerdos, etc., nos ha hecho no sólo confiar, sino creer sin margen de duda que todo, absolutamente todo estaba controlado.
Lamentablemente, ha tenido que aparecer un miserable microbio, un virus invisible e insignificante, para que, si no todos, la mayoría caigamos en la cuenta de cuán equivocados estábamos, para que redescubriéramos algo que tenían muy presente nuestros abuelos y aún nuestros padres: que la vida es una lotería, que cada uno de nosotros nacemos con un número y que de lo único que podemos estar seguros es de que, a diferencia de la lotería convencional, en esta todos los números están en el bombo y todos acabarán saliendo, unos saldrán antes y otros después, alguno puede dar la impresión de que no saldrá nunca, pero saldrá, saldrá sin la menor duda. Y es que, adquiramos las seguridades que adquiramos, esta vida, nuestra posición social y o económica, nuestra salud, todo, absolutamente todo, pende de un hilo, y de un hilo tan fino como el de una telaraña.