sábado, 2 de marzo de 2024

EL SECRETO DE LA GALLINA NEGRA

¿Quién no ha soñado alguna vez con ver cumplidos todos o, por lo menos, alguno de sus deseos? ¿Quién no ha soñado que le tocaba la lotería, pero bien, como para no tener que preocuparse nunca más del dinero? ¿O volver a ser joven y pasar una noche de pasión con fulano o con fulana? ¿O montar en globo y dar la vuelta al mundo no en ochenta días, sino en ochenta años? Qué se yo, se sueñan tantas cosas.
Pues bien, hasta hace poco menos de una semana yo también creía que los sueños no son más que sueños y que, como afirmaba Buda, son los deseos los que amargan la vida de los seres humanos. Hoy, sin embargo, puedo asegurar que hay sueños que son más que sueños, porque se cumplen; lo mismo que es posible conseguir todo, pero todo, cuanto se desea: desde hace exactamente cinco días puedo ver cumplidos todos y cada uno de mis deseos, no tengo ni que enunciarlos con la boca, me basta con pensarlos. No crean que hablo de dinero, no, ¿para que querría yo el dinero ahora que lo tengo todo gratuitamente?
Podría callar y disfrutar yo solo de este maná que fluye y fluye y no dejará de hacerlo nunca. Pero yo soy un hombre solidario, de manera que voy a revelarles el secreto para que usted, amable lector o lectora, puedan vivir también todas las emociones que estoy viviendo yo. Tomen nota: Hay que coger una gallina negra, virgen y que no haya puesto nunca un huevo y hay que cogerla a las once de la noche, por el cuello, para que no cacaree. Seguidamente hay que salir al campo y a las doce en punto de la noche trazar en el suelo un círculo con una vara de ciprés, dentro del cual es necesario colocarse y proceder a partir en dos la gallina, desde la cabeza al culo, al tiempo que se dicen textualmente estas palabras: "Eloim, Essain, frugativi et apellati." Et voilá: en ese momento aparecerá el demonio, manso como un corderillo y dispuesto a conseguiros todo cuando deseéis. Este ritual sólo hay que hacerlo una vez, con ella basta para tener al señor de los infiernos enteramente a vuestro servicio. Y gratuitamente, sin venta del alma ni historias.
Evidentemente, el truco no es mío. Se lo debo a San Cipriano de Antioquía. Este buen hombre nació hacia la mitad del siglo III. Pertenecía a una familia pagana con magos y sacerdotes en sus filas. Al nacer, sus padres lo consagraron a la diosa Afrodita, llamada también Cipris, porque se creía que había nacido en la isla de Chipre, de ahí el nombre de Cipriano. Durante su juventud viajó a Caldea y a Egipto, territorios de larga tradición mágica, donde aprendió a practicar la magia, tanto blanca como negra. 
A él se debe El tesoro del hechicero o Libro magno de San Cipriano, en el que reunió una curiosísima serie de ritos y conjuros mágicos, así como una extensa relación de artes adivinatorias, como, a título de ejemplo, la cefalomancia, empleada para saber si una persona ha cometido un crimen o ha participado de algún modo en él; la dafnomancia, o adivinación por medio de hojas de laurel; la teratoscopia, o adivinación por medio de las nubes; o la xilomancia, adivinación por las ramas del primer árbol con que el mago se encuentra.
Cipriano ejerció la magia en Antioquía, después de su regreso, hasta que conoció a la cristiana Justina. Este hecho sucedió cuando un joven le pidió su intercesión para lograr el amor de la muchacha, de la que estaba perdidamente enamorado. Cipriano le aseguró que muy pronto tendría a Justina entre sus brazos, pero cuando vio a la doncella el enamorado fue él. Trató entonces de conseguirla para sí, pero una vez tras otra se topó con la férrea muralla que ella había levantado a su alrededor. Cipriano invocó a Satanás, quien le dijo que Justina era cristiana y estaba protegida por una cruz que llevaba en el  cuello, por lo que era imposible obligarla a ceder. 
Entonces, Cipriano se convirtió al cristianismo, haciéndose sacerdote y llegando a ser obispo de Antioquía. Justina, que seria priora de un convento, fue una buena amiga. Según sus hagiógrafos, ambos serían martirizados en tiempos de Diocleciano, muriendo en una marmita llena de agua hirviendo, juntos, en amor y compaña, tal y como figura en la imagen de más arriba. Pero antes, añadió a los conjuros dirigidos al demonio oraciones dirigidas al Altísimo, con idéntico propósito. Estas se encuentran igualmente en el Tesoro del hechicero.
Con posterioridad, fueron surgiendo oraciones dirigidas al propio santo, oraciones que, en realidad, no dejan de ser conjuros. Las hay para todo: Para dominar a un hombre, para dominar a una mujer, para conseguir dinero y abundancia, para desesperar a una persona, para ganar en el casino y en los juegos de azar, para que él o ella vuelvan mansos, enamorados y arrepentidos, etc. etc. etc. 

Imágenes: internet

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