Veinticinco de diciembre. Navidad. Un niño ha nacido en una cueva que a veces ha servido de establo. Su madre era virgen antes de concebir al niño; siguió siendo virgen tras la concepción y no dejó de ser virgen durante y después del parto. Pastores que guardaban sus rebaños en las proximidades de la cueva corrieron a adorar al niño, alertados por un ángel. Unos magos de oriente, reyes según algunos, acudieron a adorarle también, precedidos por una estrella que los guiaba.
Este niño crecerá atendido amorosamente por su madre. Será un joven fuerte, valeroso y puro. Cuando adquiera la condición de adulto saldrá a los caminos y predicará una moral novedosa, fundamentalmente austera que atraerá a los débiles y enfurecerá a los poderosos. Hará milagros, muchos, sanará enfermos de variadas dolencias, resucitará muertos. Por todo ello, será perseguido, sufrirá martirio, lo matarán y será enterrado, pero tres días más tarde, resucitará. Después de su resurrección ascenderá a los cielos, en donde se sentará a la diestra del Padre, en compañía del Espíritu, constituyendo la que era, es y será, la Trinidad. Sus discípulos y seguidores practicarán un rito que será llamado Eucaristía, durante el cual comerán su cuerpo y beberán su sangre bajo las formas del pan y del vino, un rito salvífico que, realizado con fe y limpieza de corazón les abrirá, tras la muerte, las puertas del cielo.
La mayor parte de los que hayan leído hasta aquí pensarán que, aunque muy resumida, esta es la historia del Niño Jesús, cuyo nacimiento celebran los cristianos en el día de hoy; la historia de Jesucristo, como en articulo firmado de su puño y letra, publica en El Día de Córdoba, el obispo Demetrio Fernández, con un lenguaje de firmeza y de seguridad que casi raya en la soberbia.
Sin embargo, tanto el obispo de Córdoba, que no cordobés, como quien tenga la amabilidad de leer esta entrada, se equivocan. Esta historia no tiene nada que ver con Jesús, quien sería llamado Cristo, hijo de Dios y Dios al mismo tiempo y cuya figura dio origen al cristianismo. Esta es tal cual la historia de Mitra, un Dios también, de origen iranio, del que se tiene constancia de su existencia nada menos que desde el siglo XV antes de Jesucristo, e igualmente hijo de Dios y Dios al mismo tiempo, un Dios solar, ampliamente adorado en el imperio romano, a partir de la conquista por Roma del Asia Menor y cuyo culto, de tipo mistérico, pervivió hasta el siglo IV de nuestra Era.
No es el único Dios que nace, sufre persecución, lo matan y resucita. A título de ejemplo, pueden citarse al egipcio Osiris, a los hindúes Shiva y Krishna, al sirio Tammuz, al etrusco Atune, a los griegos Adonis y Dionisos, al romano Baco y a una larga serie que se extiende por la práctica totalidad de los pueblos indo-mediterráneos. Aunque el cristianismo no guarda con las historias concretas de estos dioses las asombrosas semejanzas que guarda con la de Mitra.
El señor obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, puede decir lo que quiera, lo mismo que todos los obispos de España y del mundo, pero la semejanza es de tal calibre que, sin ninguna duda, una de las dos religiones copió sus fundamentos de la otra y, dado que Mitra es mucho más antiguo que Cristo, no hay que ser un lince para saber quién copio de quien. De hecho, muchos intelectuales romanos acusaron a los cristianos precisamente de copiones, al no ver en la nueva religión más que una copia de la mitraica, con una simple mano de barniz judío. Lo más gracioso del caso, si así puede considerarse, es la defensa que de su religión hacían los cristianos. Como muestra, véase a continuación lo que escribía San Justino (100-165) uno de los más reputados teólogos cristianos, el cual en su Apología y refiriéndose concretamente a la eucaristía afirmaba:
"Este alimento se llama entre nosotros Eucaristía, en la que a nadie le es lícito participar, salvo al que cree... porque se nos ha enseñado que es la carne y la sangre del mismo Jesus encarnado... Por cierto, que también esto, por remedo, enseñaron los perversos demonios para que se hiciera en los misterios de Mitra, pues vosotros sabéis o podéis saber que ellos toman también pan y una copa de vino en los sacrificios de aquellos que están iniciados y pronuncias ciertas palabras sobre ellos."
Como se ve, una justificación incuestionable, pues de más es conocida la extraordinaria astucia del demonio, capaz de hacer aparecer la eucaristía cristiana en un culto pagano miles de años antes no ya de que existiera el cristianismo, sino de que siquiera pudiese ser imaginado.
Entonces, preguntará alguien, si el cristianismo es una mera copia del mitraísmo, ¿cómo es que la copia triunfó sobre el original? La explicación es sencilla: la religión mitraica era, como se ha dicho, de tipo mistérico, de modo que se necesitaba una iniciación para formar parte de ella y en su eucaristía sólo tomaban parte los iniciados, mientras que en el cristianismo bastaba con creer y bautizarse para ya ser cristiano de pleno derecho, con la participación en la eucaristía incluida.
Las negritas son de quien escribe.
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