Nacido en Perigod, departamento de Dordoña, región de Nueva Aquitania, en 1846, y muerto en París, en 1917, León Bloy es uno de los mejores escritores de Francia. También es el más panfletario, reaccionario, despreciativo, solipsista, egotista, insultante y sobre todo, fiero católico, calificativo que explica todos los anteriores. A mí no me cabe duda de que gente como esa de Hazte Oír, los Abogados Cristianos y toda esa hez de extrema derecha, que en realidad, es fascismo puro, se inspiran y están fuertemente influidos por este engendro de la naturaleza humana que, entre otros, fue muy amigo del célebre filósofo Jacques Maritain, quien, protestante, se convirtió al catolicismo, junto son su mujer, la judia de origen ruso Raissa Oumansoff, por influencia de Bloy, que fue padrino en el bautizo de los dos. No obstante, dada la evolución de Maritain en muchas de sus ideas, pero, sobre todo, en su inclinación por la democracia, lo más probable es que dicha amistad se hubiera roto abruptamente, de no haber muerto Bloy en 1917.
Hijo de padre masón y volteriano, León prefirió seguir, superándola con creces, la senda de su madre, devotísima católica o, lo que viene a ser lo mismo, reaccionaria socialmente hasta el mismísimo tuétano. Esta circunstancia puede comprobarse leyendo los diarios de don León, editados en España por la editorial Acantilado, aunque esta lectura suponga pasar del asombro al pasmo, del rechazo al asco, del espanto al horror. Página tras página uno no puede dejar de preguntarse cómo es posible que puedan existir tipos como éste y cómo, aunque no con su capacidad literaria y, desde luego, mucho más hipócritas, que es decir, los tengamos hoy en España y hasta estén entrando en gobiernos regionales y puedan llegar a formar parte del central. La respuesta a esta pregunta causa escalofríos, porque pone de relieve de una parte el grado de degeneración moral al que puede llegar el ser humano y, de otra, la enorme ignorancia que padecen tantísimas personas acerca de la Historia, así como de lo que significan realmente determinadas posiciones religiosas y políticas.
Nuestro caballero se define diciendo: "Soy un hombre de lo absoluto, un hombre que afirma (ojo, no que cree, sino que afirma) que Dios existe, que se hizo hombre y que no hay verdad fuera de la Iglesia." Y completa su definición añadiendo: "Soy el yunque de Dios, que me hace sufrir porque me ama, lo sé muy bien" (12-11-1985). Una definición que a lo largo del diario va precisando con declaraciones como las que siguen: "El trabajo es la oración de los esclavos. La oración es el trabajo de los hombres libres." (23-3-1899); "El ejercicio de la libertad consiste en despojarse de la propia voluntad." (1-1-1898); "Debe ser un consuelo para Dios y sus santos ver sufrir tanto a un alma desde las primera horas del día."
De esta sencillas expresiones, en las que no hay ni pizca de ironía, no es difícil deducir las dos características principales que adornan a León Bloy. La primera de ellas es el desprecio, muchas veces odio puro, que siente hacia todo el que no piensa como él. Para empezar, hacia la práctica totalidad de los escritores franceses, pero también de otros países. Así, no traga a Cervantes ni a su Quijote, porque don León es un potente defensor de la caballería andante, de la que Cervantes se burla. Tolstoi es el "cretino moscovita"; Ibsen es "un gorila escribiendo la palabra fatalidad"; Poe, "una boca poblada por un mostacho de serpientes". Y en cuando a los franceses, verdadero odio manifiesta abiertamente hacia Émile Zola, al que llama: "idiota, sucio y envilecedor, especialmente tras la publicación por parte de Zola de su novela Lourdes, en la que el escritor naturalista parisino critica con energía el lucrativo negocio que la Iglesia tiene montado en el santuario de las célebres apariciones de la Virgen. Tanto a la novela como a su autor los pone Bloy de hojita de perejil, para decirlo llanamente, en un artículo que lleva el significativo título de "El cretino de los Pirineos."
Para Monsieur Bloy, Renan es "un Platón aburrido delate de una puerta donde está escrito: "Hay alguien"; Stendhal tiene "cabezas de muerto revoloteando por encima de un corazón de cerdo"; Rimbaud es "un aborto que alivia sus penas al pie del Himalaya"; Baudelaire ofrece "algunos trazos del infierno sobre un trono espléndido, (así como) un tarro de tinte para el pelo acompañado de un pincel"; los hermanos Goncourt, cuyo nombre ostenta el premio literario más importante de Francia, son para Bloy "dos chamarileros unidos por una membrana."
Salvo media docena de meses en su juventud, don León no tuvo en su vida otro trabajo que el literario, tan azaroso y en muchas ocasiones poco o nada lucrativo, así es que con semejantes cartas de presentación como las expuestas más arriba, no es extraño que tuviera grandes dificultades para publicar y, seguidamente, que sus libros apenas tuvieran compradores, situación de la que don León se queja amargamente en numerosas ocasiones.
Precisamente, de este hecho deriva la segunda de sus características: León Bloy es, por encima de todo, un pobre, pero no un pobre cualquiera, sino el pobre más pobre de todos los pobres de Francia y de la mayor parte del extranjero, un auténtico pobre pedigüeño, en su más sencilla y a la vez amplia expresión. No son pocas las ocasiones en que se vio con la soga al cuello, aprieto del que, "milagrosamente", lo salva, según cuenta en los diarios, alguno de sus amigos. Sus quejas y lamentos son constantes, amargos, lacrimógenos, pero también de una soberbia que no ha sido suficientemente valorada, al repetir una y otra vez que este sufrimientos es un designio de Dios porque lo ama, a él, a León Bloy y, aunque no lo diga expresamente queda dicho entre líneas, a León Bloy en exclusiva.
Y dentro de esta característica es ineludible incluir la tremenda, la casi brutal hipocresía que adorna la figura de Monsieur León. Porque, en efecto, Bloy es pobre, pero un pobre muy especial, con clase, con mucha clase. Todo pobre que no haya perdido la conciencia de serlo desprecia más al burgués que al millonario, pero Bloy no sólo lo desprecia, sino que, cristianamente, católicamente, lo odia de todo corazón. No son pocos los ejemplos que pueden citarse al respecto en sus diarios. Así, el 26-12-1905 escribe: En Rusia los matan a millones (a los burgueses, claro). Esperemos que esta reforma se extienda al resto de Europa", brutal expresión que no tiene nada de metafórica.
Es también don León, y esto sí que tiene gracia, un pobre al que no le faltan las criadas. ¡Y cómo habla de ellas! Exactamente como el burgués del que deseaba su exterminio, su anatema, que es lo mismo, pero queda más bíblico, esto es, más cristiano. El 3-4-1899 afirma: "Estamos disgustados a causa de una sirvienta. Es la eterna historia con estas criaturas en todos los países del mundo. Es un error moderno creer que los individuos destinados a servir puedan ser elevados sobre su nivel por las consideraciones, la bondad y la paciencia. Es harto cierto que hasta la venida (se supone que de Cristo) que renovará la faz de la tierra, los hombres en general deben ser gobernados con palo, sea este un garrote de jefe de bandoleros o una cruz episcopal." Como se ve, la caridad católica en su más alta expresión. Junto a la ninguna vergüenza, pero ninguna, ninguna.
El 26-1-1901 escribe: "Espantosa escena con nuestras fregonas (ahora no tiene una, el pobretón tiene dos.) Hubo que esperar hasta la noche y soportar sus continuas injurias porque faltaban unos céntimos para pagarles." (El pavo se mosquea, porque las mujeres que le quitan la mierda en su casa quieren cobrar. Claro, don León no tiene donde caerse muerto, en cambio las señoras fregonas son, sin duda, millonarias) El 26-10-1903 comenta: "A propósito de una criada haragana como todas. Ya no hay servidores en una sociedad que deja de reconocer a Dios como su señor."
Todo el que haya estado un poquito atento habrá tenido oportunidad de escuchar comentarios más o menos idénticos a estos en gente como la Olona, la Ayuso, la Monasterio, la Gamarra, la Aguirre y tantas y tantas señoronas de nivel y misa dominical, Y es que don León era pobre, pero un pobre señor, un pobre de categoría. Por eso, entre otras cosas, no le falta su veraneo lejos del insalubre París veraniego de la época, y no un veraneo de quince días, que ese es propio de ricachos, sino de tres meses, tres, TRES. A este respecto el 29-6-1912 escribe que, como de costumbre, está tieso, por lo que, para sufragar su veaneo, se ve obligado a venderle a un librero de viejo ochocientos (800) ejemplares de su obra "La salvación por los judíos", que conservaba en su casa porque no se habían vendido y Monsieur Bloy se queja amargamente de que el librero sólo le da 400 francos, es decir, 0,50 francos por ejemplar, cuando, según Bloy, él los vendería a 3 francos por lo menos. Pero el bellaco de don León calla que el librero los venderá, si los vende, de uno en uno y necesitará bastante tiempo para hacerlo.
La miseria moral del individuo no puede ser mayor y aparece una y otra vez a lo largo de los diarios, ¿pero a qué seguir? Don León, como se ve, era un católico acérrimo, creía firmemente en las apariciones de la Virgen en la Salette, pueblecito de los Alpes, y en los furibundos mensajes llenos de terribles amenazas transmitidos por la Madre de Dios a unos pastorcillos (por cierto, cuando se le aparecerá esta señora a un musulmán, a un japones taoista, a un chino o a un hindú, por poner algunos ejemplos); está totalmente en contra de la anestesia en los partos (27-6-1908) así como de la democracia, que para él es cosa de degenerados, como anota el 27-9-1902; por supuesto, está en contra también de los Derechos Humanos, de acuerdo con su anotación del 8-6-1913; pretendió que la Iglesia hiciera santo a Cristóbal Colón, porque según él era el precursor del Espíritu Santo, y era admirador ferviente de Napoleón, acerca del cual escribió un libro laudatorio hasta las babas.