lunes, 28 de marzo de 2022

LEÓN BLOY

Nacido en Perigod, departamento de Dordoña, región de Nueva Aquitania, en 1846, y muerto en París, en 1917, León Bloy es uno de los mejores escritores de Francia. También es el más panfletario, reaccionario, despreciativo, solipsista, egotista, insultante y sobre todo, fiero católico, calificativo que explica todos los anteriores. A mí no me cabe duda de que gente como esa de Hazte Oír, los Abogados Cristianos y toda esa hez de extrema derecha, que en realidad, es fascismo puro, se inspiran y están fuertemente influidos por este engendro de la naturaleza humana que, entre otros, fue muy amigo del célebre filósofo Jacques Maritain, quien, protestante, se convirtió al catolicismo, junto son su mujer, la judia de origen ruso Raissa Oumansoff, por influencia de Bloy, que fue padrino en el bautizo de los dos. No obstante, dada la evolución de Maritain en muchas de sus ideas, pero, sobre todo, en su inclinación por la democracia, lo más probable es que dicha amistad se hubiera roto abruptamente, de no haber muerto Bloy en 1917.
Hijo de padre masón y volteriano, León prefirió seguir, superándola con creces, la senda de su madre, devotísima católica o, lo que viene a ser lo mismo, reaccionaria socialmente hasta el mismísimo tuétano. Esta circunstancia puede comprobarse leyendo los diarios de don León, editados en España por la editorial Acantilado, aunque esta lectura suponga pasar del asombro al pasmo, del rechazo al asco, del espanto al horror. Página tras página uno no puede dejar de preguntarse cómo es posible que puedan existir tipos como éste y cómo, aunque no con su capacidad literaria y, desde luego, mucho más hipócritas, que es decir, los tengamos hoy en España y hasta estén entrando en gobiernos regionales y puedan llegar a formar parte del central. La respuesta a esta pregunta causa escalofríos, porque pone de relieve de una parte el grado de degeneración moral al que puede llegar el ser humano y, de otra, la enorme ignorancia que padecen tantísimas personas acerca de la Historia, así como de lo que significan realmente determinadas posiciones religiosas y políticas.
Nuestro caballero se define diciendo: "Soy un hombre de lo absoluto, un hombre que afirma (ojo, no que cree, sino que afirma) que Dios existe, que se hizo hombre y que no hay verdad fuera de la Iglesia." Y completa su definición añadiendo: "Soy el yunque de Dios, que me hace sufrir porque me ama, lo sé muy bien" (12-11-1985). Una definición que a lo largo del diario va precisando con declaraciones como las que siguen: "El trabajo es la oración de los esclavos. La oración es el trabajo de los hombres libres." (23-3-1899); "El ejercicio de la libertad consiste en despojarse de la propia voluntad." (1-1-1898); "Debe ser un consuelo para Dios y sus santos ver sufrir tanto a un alma desde las primera horas del día."
De esta sencillas expresiones, en las que no hay ni pizca de ironía, no es difícil deducir las dos características principales que adornan a León Bloy. La primera de ellas es el desprecio, muchas veces odio puro, que siente hacia todo el que no piensa como él. Para empezar, hacia la práctica totalidad de los escritores franceses, pero también de otros países. Así, no traga a Cervantes ni a su Quijote, porque don León es un potente defensor de la caballería andante, de la que Cervantes se burla. Tolstoi es el "cretino moscovita"; Ibsen es "un gorila escribiendo la palabra fatalidad"; Poe, "una boca poblada por un mostacho de serpientes". Y en cuando a los franceses, verdadero odio manifiesta abiertamente hacia Émile Zola, al que llama: "idiota, sucio y envilecedor, especialmente tras la publicación por parte de Zola de su novela Lourdes, en la que el escritor naturalista parisino critica con energía el lucrativo negocio que la Iglesia tiene montado en el santuario de las célebres apariciones de la Virgen. Tanto a la novela como a su autor los pone Bloy de hojita de perejil, para decirlo llanamente, en un artículo que lleva el significativo título de "El cretino de los Pirineos."
Para Monsieur Bloy, Renan es "un Platón aburrido delate de una puerta donde está escrito: "Hay alguien"; Stendhal tiene "cabezas de muerto revoloteando por encima de un corazón de cerdo"; Rimbaud es "un aborto que alivia sus penas al pie del Himalaya"; Baudelaire ofrece "algunos trazos del infierno sobre un trono espléndido, (así como) un tarro de tinte para el pelo acompañado de un pincel"; los hermanos Goncourt, cuyo nombre ostenta el premio literario más importante de Francia, son para Bloy "dos chamarileros unidos por una membrana." 
Salvo media docena de meses en su juventud, don León no tuvo en su vida otro trabajo que el literario, tan azaroso y en muchas ocasiones poco o nada lucrativo, así es que con semejantes cartas de presentación como las expuestas más arriba, no es extraño que tuviera grandes dificultades para publicar y, seguidamente, que sus libros apenas tuvieran compradores, situación de la que don León se queja amargamente en numerosas ocasiones.
Precisamente, de este hecho deriva la segunda de sus características: León Bloy es, por encima de todo, un pobre, pero no un pobre cualquiera, sino el pobre más pobre de todos los pobres de Francia y de la mayor parte del extranjero, un auténtico pobre pedigüeño, en su más sencilla y a la vez amplia expresión. No son pocas las ocasiones en que se vio con la soga al cuello, aprieto del que, "milagrosamente", lo salva, según cuenta en los diarios, alguno de sus amigos. Sus quejas y lamentos son constantes, amargos, lacrimógenos, pero también de una soberbia que no ha sido suficientemente valorada, al repetir una y otra vez que este sufrimientos es un designio de Dios porque lo ama, a él, a León Bloy y, aunque no lo diga expresamente queda dicho entre líneas, a León Bloy en exclusiva.
Y dentro de esta característica es ineludible incluir la tremenda, la casi brutal hipocresía que adorna la figura de Monsieur León. Porque, en efecto, Bloy es pobre, pero un pobre muy especial, con clase, con mucha clase. Todo pobre que no haya perdido la conciencia de serlo desprecia más al burgués que al millonario, pero Bloy no sólo lo desprecia, sino que, cristianamente, católicamente, lo odia de todo corazón. No son pocos los ejemplos que pueden citarse al respecto en sus diarios. Así, el 26-12-1905 escribe: En Rusia los matan a millones (a los burgueses, claro). Esperemos que esta reforma se extienda al resto de Europa", brutal expresión que no tiene nada de metafórica.
Es también don León, y esto sí que tiene gracia, un pobre al que no le faltan las criadas. ¡Y cómo habla de ellas! Exactamente como el burgués del que deseaba su exterminio, su anatema, que es lo mismo, pero queda más bíblico, esto es, más cristiano. El 3-4-1899 afirma: "Estamos disgustados a causa de una sirvienta. Es la eterna historia con estas criaturas en todos los países del mundo. Es un error moderno creer que los individuos destinados a servir puedan ser elevados sobre su nivel por las consideraciones, la bondad y la paciencia. Es harto cierto que hasta la venida (se supone que de Cristo) que renovará la faz de la tierra, los hombres en general deben ser gobernados con palo, sea este un garrote de jefe de bandoleros o una cruz episcopal." Como se ve, la caridad católica en su más alta expresión. Junto a la ninguna vergüenza, pero ninguna, ninguna.
El 26-1-1901 escribe: "Espantosa escena con nuestras fregonas (ahora no tiene una, el pobretón tiene dos.) Hubo que esperar hasta la noche y soportar sus continuas injurias porque faltaban unos céntimos para pagarles." (El pavo se mosquea, porque las mujeres que le quitan la mierda en su casa quieren cobrar. Claro, don León no tiene donde caerse muerto, en cambio las señoras fregonas son, sin duda, millonarias) El 26-10-1903 comenta: "A propósito de una criada haragana como todas. Ya no hay servidores en una sociedad que deja de reconocer a Dios como su señor."
Todo el que haya estado un poquito atento habrá tenido oportunidad de escuchar comentarios más o menos idénticos a estos en gente como la Olona, la Ayuso, la Monasterio, la Gamarra, la Aguirre y tantas y tantas señoronas de nivel y misa dominical, Y es que don León era pobre, pero un pobre señor, un pobre de categoría. Por eso, entre otras cosas, no le falta su veraneo lejos del insalubre París veraniego de la época, y no un veraneo de quince días, que ese es propio de ricachos, sino de tres meses, tres, TRES. A este respecto el 29-6-1912 escribe que, como de costumbre, está tieso, por lo que, para sufragar su veaneo, se ve obligado a venderle a un librero de viejo ochocientos (800) ejemplares de su obra "La salvación por los judíos", que conservaba en su casa porque no se habían vendido y Monsieur Bloy se queja amargamente de que el librero sólo le da 400 francos, es decir, 0,50 francos por ejemplar, cuando, según Bloy, él los vendería a 3 francos por lo menos. Pero el bellaco de don León calla que el librero los venderá, si los vende, de uno en uno y necesitará bastante tiempo para hacerlo.

Don León Bloy, que odia por igual a burgueses, protestantes, alemanes e ingleses, de quienes afirma que son la peste del mundo, es un pobre tan pobre que, según informa el 17-10-1915, alquila una nueva casa con jardín y frutales, contrata una nueva criada y el carpintero acude a ¡colgar unos cuadros!, dificílisima tarea que el nota no está capacitado para realizar por sí mismo. Y como pobre y buen católico que es, sus niñas, tenía dos, no pueden quedarse sin veraneo con otras jovencitas y lo que es más católico y más de pobres aún: ¡no pueden ir a una escuela de hijas de obreros!
La miseria moral del individuo no puede ser mayor y aparece una y otra vez a lo largo de los diarios, ¿pero a qué seguir? Don León, como se ve, era un católico acérrimo, creía firmemente en las apariciones de la Virgen en la Salette, pueblecito de los Alpes, y en los furibundos mensajes llenos de terribles amenazas transmitidos por la Madre de Dios a unos pastorcillos (por cierto, cuando se le aparecerá esta señora a un musulmán, a un japones taoista, a un chino o a un hindú, por poner algunos ejemplos); está totalmente en contra de la anestesia en los partos (27-6-1908) así como de la democracia, que para él es cosa de degenerados, como anota el 27-9-1902; por supuesto, está en contra también de los Derechos Humanos, de acuerdo con su anotación del 8-6-1913; pretendió que la Iglesia hiciera santo a Cristóbal Colón, porque según él era el precursor del Espíritu Santo, y era admirador ferviente de Napoleón, acerca del cual escribió un libro laudatorio hasta las babas.

lunes, 14 de marzo de 2022

PARA ACABAR DE UNA VEZ CON LA POBREZA



El alcalde de Alicante, Luis Barcalá, del PP, pretende erradicar la pobreza de su municipio imponiéndole a las personas sin hogar, que duermen en la calle, una multa de tres mil euros (3.000 €). Hay que ser imbécil para pretender implantar semejante medida. ¿No se da cuenta el señor alcalde de que si esas personas tuvieran tres mil euros no estarían pidiendo limosna y durmiendo en la calle?
En España, la de la pobreza es una historia larga, ancha y bastante más que triste. Uno de los momentos claves de esta historia se sitúa en el descubrimiento y consecuente explotación de América. En aquel tiempo empezaron a llegar a España enormes cantidades de oro y de plata, además de iniciarse un suculento comercio entre la metrópoli y las nuevas tierras que se iban conquistando, una riqueza fabulosa con la que el país no sólo carecería de pobres, sino que debía estar nadando en la abundancia.
La situación, sin embargo, era bien distinta: conforme aquellas riquezas llegaban a España iban siendo dilapidadas en primer lugar por Carlos I y luego por su hijo Felipe II en sus guerras en Europa, y el país se moría literalmente de hambre. Ejércitos de pobres sin ingreso alguno y sin techo bajo el que cobijarse, muchos de ellos mutilados de guerra, llenaban las ciudades pidiendo por el amor de Dios una limosna, un trozo de pan, algo que llevarse a la boca. La sociedad en general, los poderes públicos y, más aún, los religiosos, trataban de paliar esta plaga con el arma tradicional de la caridad cristiana. Pero este arma resultaba harto insuficiente.
En esta tesitura, hubo una persona que, independientemente de su insuficiencia, consideraba la caridad un instrumento denigrante. Se trata del valenciano y acendrado católico Juan Luis Vives (1492-1540), brillante intelectual humanista y pedagogo. Para este hombre, la caridad cristiana no sólo no solucionaba el problema de la pobreza, sino que lo perpetuaba. La limosna, especialmente si se trataba de dinero, despertaba la codicia de los pobres y acentuaba el egoísmo de los ricos, a quienes les bastaban unas pocas monedas para apaciguar su conciencia. La caridad, siempre según Vives, fomentaba la ociosidad de los mendigos, los cuales inventaban toda clase de trucos y de trapacerías (en esto consistía la picaresca) para conmover a los ricos; creaba entre los pobres discusiones que muchas veces acababan en tremendas peleas.

Vives no duda en culpabilizar a los pobres no de su pobreza, pero sí de los continuos altercados entre ellos por conseguir un puesto en la puerta de una iglesia o en otros lugares especialmente cotizados, altercados, que alteraban la armonía en las ciudades. Llega a afirmar el valenciano que muchos de aquellos pobres se convertían en ladrones y hasta en criminales, y las mujeres en desvergonzadas prostitutas. Sus juicios a este respecto, como se ve, eran duros y directos. Llega incluso a lanzar una seria advertencia a los ricos: o se acababa con la pobreza o, dado el número creciente de pobres, los ricos corrían el riesgo de que estallara una rebelión que acabara con su estado de provilegio.
Ahora bien, hecha la crítica, Vives pasa a la fase de las propuestas. Para el humanista valenciano, la pobreza es un asunto de Estado y es al Estado al que atañe no regularla o paliarla, sino proceder a su erradicación. Vives tiene en cuenta que, independientemente de la situación económica del país, muchos pobres lo eran porque tenían mermadas sus facultades físicas o mentales. Propone pues la creación de centros de acogida para los inválidos y de hospitales para los dementes. Propone que barrio a barrio de una ciudad los magistrados identificaran a los que eran pobres auténticos, con información de su vida y su moralidad y quienes, sencillamente, preferían vivir en la vagancia. Era absolutamente necesario procurar trabajo para todos a los que su edad y su salud les permitiese trabajar. E igual de necesario resultaba castigar severamente a todo el que fingiese una enfermedad o una discapacidad. Del mismo modo, debían crearse centros apropiados para acoger a los niños expósitos, así como perseguir a las viejas alcahuetas, principales responsables, según Vives, del puterío, que producía aquellos niños, pero también de la hechicería y de los maleficios.
Conviene dejar bien claro que, más allá de su catolicismo y por encima de él, Vives no propone estas medidas por compasión o empatía hacia los pobres, sino para preservar el orden social y ante el temor de que, en efecto, terminara produciéndose el levantamiento de los miserables, cansados de asistir al derroche de los ricos. No obstante, tales propuestas en tan tempranas fechas como los comienzos del siglo XVI suponian un avance social de primer orden. Luis Vives se encontraba entonces en Brujas y sus propuestas fueron, en su mayor parte, aplicadas en la ciudad. Igualmente, influyeron en la legislación de Inglaterra y de otros países de Europa.
¿Y en España? ¿Qué ocurrió en nuestro país? En el capítulo 26, versículos 6 a 11, de su evangelio, cuenta Mateo cómo encontrándose Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, una mujer le ungió los pies con un perfume muy caro. Los discípulos se quejaron de este despilfarro, con el argumento de que el dinero del perfume podía haberse dedicado a los pobres. A lo que Jesús replicó: "¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una buena obra ha hecho conmigo. Porque pobres tendréis siempre entre vosotros, pero a mí no me tendréis siempre."
Basándose en esta perícopa y, como no podía ser menos, en España se produjo la polémica: en 1545, el dominico Domingo de Soto publicó un panfleto con el título de Deliberación de la causa de los pobres, en el que, con ese pedazo de cara propia de la mayoría de los teólogos, proclamaba que la libertad de los medigos era sagrada y que, en consecuencia, la única manera de atenderlos era mediante la caridad. A Soto le replicó el benedictino Juan Robles, criticando lo que, a su juicio, el dominico venía a defender era la veneración de la pobreza.

Por su parte, el Estado promulgó en 1540 una cédula real prohibiendo la mendicidad callejera, más o menos lo que, casi medio milenio después, propone el alcalde de Alicante, y recomendando que los hospitales acogiesen a los pobres auténticos. Poco después. el concilio de Trento se reafirmaba en las posiciones más reaccionarias de la Iglesia y en España las propuestas de Vives. que menos mal que ya había muerto, llegaron a considerarse casi heréticas. Uno de los más furibundos enemigos del ideario de Luis Vives fue el agustino Lorenzo de Villavicencio, quien, montado en sacratísima cólera cristiano-católica, tachó al valenciano de pernicioso, injurioso para la Iglesia y hasta pestilencial.
No mucho tiempo después, como consecuencia del pésimo gobierno de Felipe II, digan lo que digan la mayoría de los historiadores, más o menos oficiales, durante cuyo reinado el Estado español entró en quiebra dos veces; la inflacción se desbocó, con ello, los productos españoles perdieron mercado en Europa; como consecuencia, el paro aumentó hasta niveles insoportables, y la prohibida mendicidad fue autorizada de nuevo.

Fuentes: Historia crítica del pensamiento español. Tomo I. José Luis Abellán
Historia de España Alfaguara. Tomo III. Antonio Domínguez Ortiz.

Imágenes.- Internet.


sábado, 5 de marzo de 2022

POLEMICA DE LA CIENCIA ESPAÑOLA


 A otra cosa no, pero a polemistas no hay en el mundo un país que le gane al nuestro. Que no digo yo que en los demás países de la tierra no haya cuñados y no haya discusiones, pero como en España ninguno. Aquí basta con que alguién en mitad de la mañana, por ejemplo, diga: "son las 10,30 y es de día", para que salgan por lo menos media docena que no están de acuerdo. Y ya está montada la discusión. Aquí se disiente y se discute de absolutamente todo.
Por ejemplo, sobre la ciencia española. Una de las polémicas más jugosas y, al mismo tiempo, grotescas sobre este asunto se produjo en el último cuarto del siglo XIX entre los intelectuales del momento. En 1782, el escritor frances Nicolás Misson de Morvilliers escribió un artículo para la Enciclopedia Metódica dedicado a España en el que decía: "Hoy, Dinamarca, Suecia, Rusia, la misma Polonia, Alemania, Italia, Iglaterra y Francia, todos estos pueblos, enemigos, amigos, rivales, todos arden en una generosa emulación por el progreso de las ciencias y de las artes. Cada uno medita las conquistas que debe compartir con las demás naciones, cada uno de ellos, hasta aquí, ha hecho algún descubrimiento útil que ha recaído en beneficio de la Humanidad. Pero, ¿qué se debe a España? Desde hace siglos, desde hace cuatro, desde hace seis, ¿qué ha hecho por Europa."


Este artículo produjo en nuestro país una primera polémica, pero fugaz. La buena se produjo un siglo más tarde, cuando, en 1876, el pensador y político krausista Gumersindo de Azcárate (1840-1917) dejó caer la siguiente frase en un artículo publicado en la Revista España: "Según que, por ejemplo, el Estado ampare o niegue la libertad de la ciencia, así la energía de un pueblo mostrará más o menos su peculiar genialidad en este orden, y podrá hasta darse el caso de que se ahogue casi por completo su actividad, como ha sucedido en España durante tres siglos."
Y ante esta frase incidental, que no deja de ser cierta, saltó la jauría. Ya no era un gabacho el que opiniaba, sino un español y a este había que replicarle y a fondo. El primero en entrar en combate fue el berrendo Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), entonces todavía un jovenzuelo, pero ya una enciclopedia viviente y un campeón del patriotismo más rancio, aunque, a tenor de los que intervendrán seguidamente, pasará casi hasta por progresista. Don Marcelino defendía el Renacimiento, pero adjudicando su autoría al cristianismo. Y, dando vía libre a su facundia, expone la contribución española a la teología, la filosofía, el derecho, la ciencia política, la economía, la historia, la filología, la medicina, el arte militar y el sursum corda.


Este es el momento en que interviene otro krausista, Manuel de la Revilla (1846-1881), quien, en la Revista Conteporánea, escribe: "Por más que se haga, forzoso será reconocer que salvo los que siguieron las corrientes escolásticas, ninguno, logró fundar una escuela ni alcanzar legítima influencia, siendo, por tanto, un mito esa decantada filosofía española con cuya resurrección sueñan hoy eruditos como Lavarde Ruíz y Menéndez Pelayo. Por doloroso que sea confesarlo, si en la historia literia de Europa suponemos mucho, en la historia científica no somos nada..., no tenemos un solo matemático, físico ni naturalista que medio colocarse al lado de las grandes figuras de la ciencia y por lo que hace a la filosofía..., puede suprimirse sin menoscabo el capítulo referente a España... No es posible dudar que en tan triste resultado cabe no pequeña parte a nuestra intolerancia religiosa."
Para quien mire con ojos neutrales, es evidente que de la Revilla pone el dedo en la llaga con la última frase. Pero, además de ésta, era todo el texto tan contundente que ya no saltó sólo Menéndez Pelayo. Éste, emberrechinado de verdad, replicó con un nuevo artículo en la Revista Europea (nº 206 de 1876) en el que,  sostiene que en España existían tres escuelas de filosofía: el lulismo, el vivismo y el suarismo.
A partir de aquí la polémica se encona, adquiriendo carateres cercanos a la tragedia... bufa, pero tragedia. Hacen su aparición dos cuñados, a cual más cercano al extremo derecho. El primero, Alejandro Pidal Mon (1846-1913), político, académico, ministro de trabajo, director de la Academía de la Historia y reaccionario hasta el mismísimo tuétano. Este buen señor sostenía que no había filosofía española, pero no porque no hubiera buenos filósofos, sino porque la filosofía no tiene patria. Añadía que los españoles eran filósofos católicos y además escolásticos. Cada vez más emberrechinado, don Menéndez Pelayo señala que el sentido práctico y el espíritu crítico son las características de los pensadores españoles ortodoxos y el panteísmo de los heterodoxos. Y vuelve a referirse al Renacimiento. 
¿Para qué lo hizo? Mister Pidal monta en cólera y asevera que el Renacimiento, la Reforma y la Revolución eran... bueno, él no dijo una mierda, que es lo que iba a escribir yo, interpretando el pensamiento del autor, pero eso es lo que vino a decir, al afirmar que se trataba de tres engendros muy alejados del catolicismo verdadero y que la misión de la filosofía era volver a la escolástica (todo como se va viendo la mar de científico)

El señor Pelayo no se rinde y lanza al ruedo toda la batería de su erudicción. Este es el momento en el que entra en escena un cuñado de los de verdad, un titán de cuñado: el dominico Joaquín Fonseca (1822-1890), que llevaba toda su vida dedicado a la teología y filosofía escolásticas (¿pero tienen alguna diferencia?) y no había leído ni siquiera un folleto de otra materia. Tras imponer silencio desde El Siglo Futuro, el señor fraile, proclamó solemnemente que como la escolástica nada de nada, que sólo en ella se encuentra la Verdad y que nuestro Donoso Cortés estaba a la misma altura que Tomás de Aquino. Todo ello incluyendo términos tan caritativos como "perturbado mental", "torpe", "calumniador", "importor", "analfabeto", etc., dirigidos todos a Menéndez Pelayo.
El Fonseca este creyó que le había clavado un rejón de muerte al santanderino, pero don Pelayo era un morlaco difícil de someter, de manera que puso fin a la polémica, por su parte, asegurando la sinceridad y pureza de su catolicismo, pero criticando con verdadero desprecio el cerril dogmatismo de Tomás de Aquino y de sus seguidores. 
A majaderías como esta dedicaban buena parte de su tiempo los intelectuales españoles en el último tercio del siglo XIX. Como se ve, además, se empezó discutiendo acerca de la ciencia y se acabó en la religión. Pero es que en España, se trate del tema que se trate, no hay tertulia que no acabe hablando de religión y/o de sexo.

Fuente: Historia crítica del pensamiento español.- José Luis Abellán
Imágenes: Pinturas de Eduardo Arroyo.