domingo, 11 de abril de 2021

¡QUE SE CALLE EL CHUETA!

 

¡Qué se calle el Chueta!, le gritaron en cierta ocasión a Antonio Maura en pleno debate parlamentario. ¿Pero a qué vino este grito y qué significaba?
Los chuetas eran descendientes de judíos conversos que vivían en Palma de Mallorca y con aquel grito le estaban llamando judío a Maura, por el simple hecho de ser mallorquín. Y es que la historia de los chuetas es triste y amarga. La comunidad judía de Palma de Mallorca era muy numerosa y una de las más antiguas de la Península Ibérica. Como consecuencia de las persecuciones y matanzas ocurridas en toda España a lo largo del año 1391, provocadas por los incendiarios sermones del arcediano de Écija Ferrán Martínez en Sevilla, muchos de aquellos judíos se convirtieron al cristianismo. El resto lo hicieron en 1435, tras las predicaciones de Vicente Ferrer, un santo que, de existir, estaría sin duda en el infierno, y con ocasión del escándalo producido por la difusión de un falso crimen ritual, uno de los que, de tanto en tanto, se acusaba a los judíos, como el del Niño de la Guardia o el de Zaragoza, al que la iglesia no tuvo reparos en subirlo a los altares, a pesar de la falsedad de su asesinato.
Ahora bien, la religión judía permite a sus seguidores , en caso de extrema necesidad, adjurar externamente de su fe, mientras la conservan intacta en su interior. Y esto es, justamente, lo que hicieron los judíos mallorquines: de puertas afuera eran cristianos, de puertas adentro, judíos, practicando aquí todas las ceremonias y siguiendo puntualmente las normas alimenticias señaladas por su religión. Tal comportamiento era el que en términos inquisitoriales se denominaba judaizar, delito por el que buena parte de los acusados eran condenados a entregar su vida en la hoguera.
En Mallorca todo el mundo conocía esta situación. Pero, cosmopolita como siempre fue la isla y más especialmente la capital, a nadie le preocupaba, de manera que seguían conviviendo en paz y armonía, como, por otra parte, habían vivido siempre. Sin embargo, en 1672, casi doscientos años después de la creación de la Inquisición y cuando en la Península ya no quedaba un criptojudío, el Consejo Inquisitorial, extrañado de que en la isla no se hubiera presentado caso alguno de criptojudaísmo, ordenó la puesta en marcha inmediata de una investigación exhaustiva.
Naturalmente, no fue necesario un gran esfuerzo por parte de los inquisidores para conseguir la detención de más de un centenar de personas, descendientes de los primeros conversos, a los que se les acusó de judaizar exactamente igual que lo habían hecho sus antepasados. Los detenidos no negaron la acusación, sólo pretextaron ignorancia, prometiendo enseguida enmendarse y no recaer en tal delito. Las penas impuestas entonces fueron sumamente suaves para lo que se estilaba: ninguno de los detenidos fue a la hoguera, sólo, un sólo ciertamente escandaloso, sufrieron la confiscación de sus bienes y condenas de encarcelamiento más bien breves. Ahora bien, no se libraron de quedar marcados, de modo que de ser descubiertos de judaizar de nuevo no habría quien los librara del fuego.
Ante esta amenaza, muchos de los chuetas escaparon de la isla, marchando, sobre todo, a Holanda, Suiza, Livorno o Alejandría. Pero otros fueron detenidos en el momento de embarcar, considerándose la intención de huir prueba irrefutable de que continuaban judaizando. Con tal botín, en 1691 los inquisidores organizaron tres autos de fe, en los que se condenaron a ochenta y seis reos, de los cuales treinta y siete perecieron en la hoguera. 
Desde entonces, el término chueta constituyó un insulto en la isla, y hasta el primer tercio del siglo XIX los sambenitos de aquellos sentenciados permanecieron expuestos en el claustro de la iglesia de Santo Domingo con el fin de perpetuar la infamia, que siguió recayendo en las aproximadamente quince familias descendientes de chuetas que permanecían en la isla, formalmente libres de toda acusación e incluso sospecha.
Sin embargo, durante la llamada década ominosa (1823-1833) (¡cuántas de estas décadas no ha habido en España!) volvió la represión sobre los chuetas, acusándolos ¡todavía! de judaizar. Y el 6 de noviembre de 1823 volvió a producirse en Palma de Mallorca una matanza semejante a las que se habían extendido por toda la Península en el siglo XIV, ¡cinco siglos antes!, sin que se produjera detención alguna y mucho menos condena entre los asesinos.
La discriminación se mantuvo hasta bien avanzado el siglo XX, aún siendo los chuetas desde hacía siglos tan católicos como el más católico de los mallorquines.

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