lunes, 29 de marzo de 2021

HAMBRE

 

En 1957 -¡madre mía, lo que ha llovido desde entonces!- inauguré el seminario de Santa María de los Ángeles, en un paraje asombroso de la Sierra de Hornachuelos que se asoma al Bembézar desde un espectacular cortado.
Recuerdo que cuando dije en mi casa que quería ser sacerdote, como la carrera no era gratis, sino todo lo contrario, y nuestros posibles eran menos que cero, como en la mayoría de las familias del país en aquella insufrible postguerra que no terminaba nunca, mi madre, alborozada y frenética, movió cielo y tierra buscando quien pudiera sufragar los gastos. Al fin lo encontró, después de llamar a infinidad de puertas.
Éramos nada menos que ciento seis muchachitos de doce y trece años los que, tocados por el ala indeleble del Espíritu Santo, el gran inspirador de vocaciones,  traspasábamos por primera vez la puerta del imponente edificio. De todos ellos y a pesar de la acción de la divina Paloma y de la ilusión del comienzo no llegaron a la docena los que lograron alcanzar la meta y oficiar su primera misa.
Frente a aquella avalancha de seminaristas, hoy uno de los principales problemas que tiene la Iglesia es la falta de vocaciones. El Espíritu Santo debe estar ocupado inspirando a los obispos su misoginia, su homofobia, el encubrimiento de los pederastas y, especialmente en España, el mantenimiento de un Estado dentro de nuestro Estado, de manera que los señores obispos gocen de absoluta impunidad en cuanta tropelía se les ocurre, como, por ejemplo, la inmatriculación de miles de bienes que nunca fueron de su propiedad, amparándose en una ley manifiestamente ilegítima. Debe estar tan ocupado el Espíritu Santo que no le queda tiempo para despertar la vocación de los jóvenes.
Ah, qué tiempos aquellos. Con tal cantidad de muchachos dispuestos a iniciar la laboriosa carrera, la Iglesia tenía donde escoger, aparte de conseguir una serie nada despreciables de puestos de trabajo sufragados con el dinero que aportaban los seminaristas. Hoy, en cambio, pueden contarse con los dedos de las manos los jovenzuelos que llaman a la puerta del seminario. Son varias las causas de aquella avalancha y de esta escasez, pero la principal de todas es el hambre.
En la actualidad, en un país como España sigue habiendo hambre, pero en cantidades insignificantes, comparada con la de aquel tiempo. Entonces el hambre azotaba de tal modo al grueso de la población que los sueños nocturnos de la mayoría consistían en verse participando en un banquete con viandas creadas en el propio sueño. Piénsese, por ejemplo, que uno de los personajes más famosos del conocido TBO era Carpanta, un hambriento crónico, cuyas aventuras constituían un paliativo del hambre de los lectores. La mortalidad infantil era tremenda; las enfermedades infecciosas que llevaban a la muerte antes de alcanzar la juventud, incalculables.
En la vocación de los muchachitos que llegábamos al seminario por primera vez influía, sin duda, el carisma que emanaba de la figura de los sacerdotes, la majestuosidad -aquellos manteos invernales, aquellos sombreros de teja, aquel empaque en el caminar-, la autoridad, el enorme respeto que inspiraban. Por su parte, los mayores, aun reconociendo aquellos atractivos, lo que debían de ver era un camino del que, mágicamente, por así decir, había desaparecido el hambre. Por eso mi madre, como las de la mayoría, buscaba el dinero hasta debajo de las piedras. 
A veces, en las horas tranquilas de la siesta, cuando el sueño ronda como un amante mi cabeza, se me dispara la imaginación y, emergiendo de una rara nube delicadamente iluminada veo al Espíritu Santo inspirando a aquellos generales traidores para que provocaran una guerra, con el exclusivo propósito de que las vocaciones al sacerdocio aumentaran exponencialmente. Pero no quiero dar ideas, no sea que el Espíritu Santo me las copie y, para solucionarle el problema a su Iglesia, se dedique a inspirar nuevos golpes de Estado y nuevas guerras, con sus hambrunas posteriores. Desde luego, cosas muchos más raras se cuenta que ha hecho la sacrosanta Palomica.

jueves, 25 de marzo de 2021

EL PESAR DE CASANDRA

 

Amada por Apolo, la hija más bella de Príamo, el rey de Troya, recibió del dios el don de adivinar el porvenir, pero como ella no le correspondió el dios la condenó a no ser creída. Tras la derrota de su padre, fue violada en el templo de Atenea. Seguidamente, fue entregada a Agamenón, el jefe de la expedición griega, quien la tomó como concubina. Este hecho desató los celos de Clitemnestra, la esposa de Agamenón, que no tardó en asesinarla.


                   EL PESAR DE CASANDRA

                   Desnudo va el amor por los caminos
                   como un adolescente sin camisa
                   que no conoce el tiempo ni la prisa
                   y corre y salta y se disuelve en trinos.

                   Yo, en cambio, avizoro lo ferinos
                   campos del futuro donde la brisa
                   es un disfraz que esconde la divisa
                   de canallas, traidores y asesinos.

                   Mi pesar es de plomo y es de acero,
                   lanza voraz que no admite reposo,
                   ardiente fuego y feroz guerrero.

                   Maldita por un dios cruel y tramposo,
                   violada y entregada a un extranjero
                   he de caer bajo un puñal rabioso.


P.S. El texto es propiedad del autor.

domingo, 21 de marzo de 2021

¿Y DESPUES DEL COVID QUÉ?

 

Señora, pues que non puedo
abrevar el mi carajo
en ese vuestro lavajo
por demás es mi denuedo...
Señora, hermosa y rica,
yo quería recalcar
en ese vuestro albañal
mi pija quier grande o chica.
Como el asno a la borrica
vos querría enamorar...
Señora, flor de madroño,
yo querría sin sospecho
tener mi carajo arrecho
bien metido en vuestro coño.
Por ser señor de Logroño
no deseo otro provecho
sino joder coño estrecho
en estío o en otoño.
Este es un fragmento de un poema escrito por el poeta Alfonso Alvarez Villasandino (1340 ó 1350-1424) hacia 1360.
Tras la pandemia de peste de 1348 que asoló Europa, sucedió una larga temporada de vivir frenético, de libertinaje, de voluptuosidad. Entre otras muchas cosas, la pandemia barrió el amor cortés, tan fino y delicado, y tanto poetas como guerreros, dueñas y doncellas y aun religiosos y religiosas se entregaron a la ligereza y la liviandad, como cuentan Alonso de Palencia o Joanot Martorell, y ponen en evidencia con sus obras poetas como Villasandino y otros, algunos anónimos, como el del romance de la gentil dama y el rústico pastor, una de cuyas estrofas dice:
...Vete con Dios, pastorcillo,
no te sabes entender,
hermosuras de mi cuerpo
yo te las hiciera ver:
delgadita en la cintura,
blanca so como el papel,
la color tengo mezclada, 
como rosa en el rosel,
las teticas agudicas
que el brial quieren hender...
La dama había invitado al pastorcillo a pasar a su casa, pero éste se había negado.
En 1918 se produjeron dos hechos de enorme importancia en la historia del mundo. En noviembre concluyó la primera guerra mundial, pero en marzo se había iniciado la mal llamada gripe española que produjo nada menos que cincuenta millones de muertos.
Pero tras tan graves sucesos, llegó el charlestón, llegó el sujetador, que sustituyó al corsé, que tantas apreturas había producido en las mujeres, y llegaron el desenfreno, la pasión por vivir, la fiesta, el desquiciamiento, la búsqueda del placer por encima de todo, el frenesí... Y el crac del 29. 



La pandemia que el mundo vuelve a sufrir ahora pasará, como pasa todo, ¿pero qué llegará a continuación?

miércoles, 17 de marzo de 2021

CODICIA

 

Los economistas denominados liberales, al día de hoy la inmensa mayoría, ven al ser humano como un homo economicus, un individuo dispuesto a vender hasta su alma por un puñado de dolares, o de euros, o de cualquier moneda, hasta la de más ínfimo valor, y por un puñado no demasiado grande.
Con el propósito de verificar la veracidad o no de tal definición, no hace mucho tiempo un grupo de investigadores de una universidad española y otra norteamericana sometieron a un grupo de trescientos voluntarios a un peculiar experimento. Consistía éste en una serie de preguntas muy sencillas a las que podían contestar diciendo la verdad o mintiendo. Si respondían con la verdad ganaban 14 € por respuesta, si mentían la recompensa era de 15 €, es decir, un euro más.
El resultado fue más sorprendente de lo que cabía esperar: el 40 % de los participantes respondió siempre con la verdad; un 20 % debió tomarse el experimento a chacota, porque contestó claramente mintiendo y diciendo la verdad como le vino en gana; El 40 % restante mintió en todas y en cada una de las preguntas. Repito que todas las preguntas eran tan fáciles que el error resultaba prácticamente imposible.
Aunque el número de participantes no fue demasiado elevado puede decirse que los economistas citados yerran en buena medida, toda vez que el 60% de la población no parece tener interés en mentir para conseguir una ganancia económica. Pero habría nada menos que el 40 % que con tal de ganar no le importa en absoluto mentir.
Un 40% de mentirosos para obtener sólo un euro más que los sinceros o que aquellos que se tomaron a broma el experimento y, por tanto, poco debe importarles igualmente ganar, es una barbaridad. ¿Qué no estarían dispuesto a hacer si en lugar de un euro fueran miles o millones los que estuvieran en juego? ¿Y no se sumarían entonces a este grupo más de uno de los indiferentes y de los sinceros?
En cualquier caso, si no en la totalidad, la codicia forma parte del carácter de una gran porción de la humanidad y es ella, en buena medida, la causa de la mayoría de los males que atormentan al mundo.
 

lunes, 15 de marzo de 2021

CONTRA EL SEXO

 

Se cuenta, pero Alá es el más sabio, que en el siglo I de nuestra Era vivía en Alejandria, en una gran casa de vecindad, un rabino que todos los sábados hacía el amor con su mujer. El buen hombre creía que el demonio, que no anda nunca lejos, podía entrar en el cuerpo de su esposa por la abertura por la que se disponía a entrar él, de modo que, para ahuyentarlo, durante un rato se dedicaba a recorrer su vivienda tocando un cencerro, remedio, al parecer, infalible propuesto por el sabio Salomón. Naturalmente, en cuanto que oían el cencerro, todo el vecindario sabía lo que iba a hacer de inmediato el matrimonio, pero eso poco le importaba al judío y, puesto que no se quejaba, tampoco a su señora. 
Y es que el judaísmo no tuvo nunca animadversión al sexo. Todo lo contrario, el sexo no sólo era para los judíos el medio para conseguir la procreación, sino también fuente privilegiada de placer, naturalmente, dentro del matrimonio, que era lo ordenado por Jehová . Los mandamientos sexto y décimo contenidos en el Deuteronomio, 5, 18 y 21, no tienen el significado exclusivamente erótico que luego le ha dado la Iglesia, sino que tienen relación con la propiedad. En efecto, si se observa, dichos mandamientos están dirigidos a hombres, formando la mujer parte de sus propiedades, lo mismo que "su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo",
como precisa detalladamente el décimo mandamiento. Del mismo modo, cuando el Génesis, 38, 9-10, narra cómo Dios da muerte a Onán por eyacular fuera de su cuñada, viuda de su hermano, no es tampoco, como luego ha interpretado también la Iglesia, una condena de la masturbación, sino que igualmente está relacionado con la propiedad y, en concreto, con la herencia, puesto que los hijos que pudiera tener con su cuñada no serían suyos, sino de su hermano difunto, cuyos bienes heredarían, perdiendo su parte el propio Onán.
El cristianismo es hijo del judaísmo, la propia Iglesia asume como suyo el Antiguo Testamento, con los mandamientos de Moisés incluidos. Por otra parte, en los evangelios, también llamados Nuevo Testamento, Jesús no condena en ningún momento el sexo, es más, en escenas por demás famosas, permite que una prostituta, a la que acaba perdonando, le lave, le bese y le unja los pies (Lucas, 7, 36-50), y perdona igualmente, sin imponerle penitencia alguna, a la mujer adúltera a la que pretendían lapidar sus convecinos, siguiendo la ley judaica (Jua, 8, 1-11). Es posible, además, y no son pocos los eruditos que lo afirman, que Jesús estuviera casado; desde luego, para los judíos, uno de cuyos principios esenciales consistía en dejar descendencia, el matrimonio era fundamental en su vida y se veía mal que un varón llegara a los treinta años permaneciendo soltero. En cualquier caso, Jesús, en sus caminatas, iba acompañado no sólo por los discípulos, sino también por mujeres, las cuales tuvieron mucha importancia en su vida pública. 
¿Entonces, de dónde le viene a la Iglesia Católica el rencor permanente, siglo tras siglo, hacia el sexo? Principalmente de San Pablo. Él, a través de sus epístolas, sienta las bases de la nueva religión. Y en ellas, en diferentes momentos, alaba por encima de todo la virginidad, repudia el cuerpo y por tanto el sexo, y deja el matrimonio únicamente para que no se achicharren aquellos que sienten que no pueden contenerse y conservarse castos, para "la clase de tropa", vamos, como veinte siglos más tarde proclamaría exultante el señor Marqués de Peralta, y aún dentro del matrimonio la sexualidad restringida exclusivamente a la procreación.
San Pablo tuvo una evidente influencia del gnosticismo, cuyas ideas corrían ya por las áreas ribereñas del Mediterráneo, aunque no formaran todavía un cuerpo doctrinal. Pero, por encima de esta influencia, el llamado Apostol de los Gentiles no debió tener demasiado éxito con las mujeres, pues era bajito, feo, calvo y bizqueaba. Además, y esto era lo más grave y lo que, sin duda, le impedía acercarse a ellas con propósitos amatorios, Pablo sufría epilepsia, y debía sufrir también una enfermedad grave que podía producir el rechazo de la gente, como claramente manifiesta en su epístola a los Gálatas, 4, 13-14, donde afirma: "...bien sabéis que una enfermedad me dio ocasión para evangelizaros por primera vez y, no obstante, la prueba que suponía para vosotros mi cuerpo no mostrasteis desprecio ni repulsa, sino que me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús." Tal enfermedad podría ser psoriasis, pero lo más probable es que fuese sífilis, heredada de su madre, nieta de Herodes el Grande, que murió de este mal y que, en su evolución, produce escoriaciones y purulencias en la piel que pueden llegar a ser repugnantes.
Por otra parte, la epilepsia puede producir episodios alucinatorios y visiones neuropáticas que revierten con facilidad en megalomanías. Julio César, Mahoma, Pedro el Grande, Fernando el Católico, o Napoleón, son algunos de los numerosos ejemplos de personajes célebres que sufrieron este mal. De manera que con el condicionante de la enfermedad, al que acompañan alucinaciones que toma por visiones auténticas, como, por otra parte, suele ocurrir, Pablo, aun inconscientemente, se revuelve y desprecia a la mujer, de la que puede esperar compasión o piedad, pero en ningún caso amor.
Luego, apoyados en la condena paulina, los padres de la Iglesia advirtieron que una de las armas más poderosas para el control de los fieles se encontraba en la represión del instinto natural más potente del ser humano, especialmente cuando se sientan sus bases en la infancia. Es así que, desde los primeros tiempos, no han dejado de perfeccionar este arma, llegando en un momento a condenar el placer sexual dentro del matrimonio, pues "es pecado la mirada con deseo entre los esposos cuando no va encaminada a la procreación", como no tuvo empacho en proclamar Juan Pablo II.
Cierto es que, sobre todo en los últimos tiempos, son pocos los fieles que siguen al pie de la letra estas prohibiciones, ¿pero cuánto sufrimiento psicológico, cuántas aberraciones y cuánto dolor en general no han producido a lo largo de la historia y siguen produciendo hoy día?

P.S. Las negritas y cursivas son mías.
Fotos: Las tres primeras, de Internet
          San Pablo. Pintura de El Greco
          La última del libro Amantes, de Ana Juan (Valencia, 1961) Artista internacional. Premio Nacional de Ilustración 2010.


viernes, 12 de marzo de 2021

UN BANQUETE SINIESTRO

 

El poder corrompe, lo mismo que el dinero. Todos los estudiosos están de acuerdo: a más dinero y más poder, mayor corrupción. Y en esta corrupción siempre tiene un espacio reservado el sexo.
Son muy pocos los emperadores romanos que se libraron de ejercer el poder despóticamente y sin practicar toda clase de perversiones eróticas. Domiciano no fue uno de ellos.
Y el caso es que, de entrada, no era mal tipo, todo lo contrario, era culto, aficionado a las artes y a las letras. Escribió poesía y algunos tratados referidos a la administración del Estado. Incluso llegó a escribir un tratado sobre el cuidado del cabello, atormentado con su calva, que cubría con una peluca.
Sucedió a su hermano Tito, no estando destinado a ser emperador, y reinó del 81 al 96. Durante los primeros años su gobierno puede calificarse de modélico: protegió la agricultura y las letras y, en lo referente a la moralidad, prohibió a las prostitutas desplazarse en litera y decretó la pena de muerte para las vestales que practicaran sexo.
Pero, confirmando las afirmaciones del principio de esta entrada, todo se torció a partir del año 93, momento en que se convirtió en un déspota sádico y en un libertino absoluto. Organizaba fiestas sexuales, a las que llamaba luchas de cama; también batallas navales en las que los marineros eran jóvenes desnudos.
Pero lo mejor eran los banquetes que se montaba: Domiciano introducía a sus huéspedes en un gran salón enteramente pintado de negro, incluido mobiliario, cubiertos, vasos, copas, todo. Junto a cada uno de los invitados había colocado previamente una lápida sepulcral con su nombre. Una vez todos aposentados, y sin duda aterrorizados, hacían su entrada grupos de muchachos y de muchachas completamente desnudos y también pintados de negro, que danzaban y ronroneaban alrededor de los invitados, a quienes a cada instante atacaba con más fuerza la jindama. Tal iba siendo su nerviosismo que para cuando aparecía la comida a los comensales se les había pasado por completo el apetito y lo que necesitaban con urgencia era un inodoro
Pero había que comer y los invitados comían en absoluto silencio, seguros de que en cualquier momento su cabeza iba a rodar por los suelos. La única voz que se escuchaba era la de Domiciano, relatando precisamente cómo iba a matarlos a todos.
Sin embargo, no se trataba más que de una broma. Cuando, cansado, el emperador ponía fin al banquete, lo invitados salían de la sala como si huyeran de un toro furioso, llegaban a su casa sudando a mares todavía y con el vientre absolutamente descompuesto. Pero aún le faltaba por tener una última sorpresa: no habían hecho más que llegar a su casa, cuando hacía su aparición uno de los bailarines, cargado con la lápida de marras. Esta era de plata y junto con el propio bailarín o bailarina constituía un regalo del emperador, que no se yo hasta qué punto tranquilizaría al invitado o la mantendría en vilo y al acecho durante semanas e incluso meses.


miércoles, 10 de marzo de 2021

BLACK RUSSIAN

 

Muchas tardes mi amigo Ernesto Caraba se pasa por mi casa para compartir un black russian y rememorar alguna de las aventuras que vivimos juntos en nuestra juventud. El black Russian es un cóctel creado por el barman del hotel Metropole de Bruselas para Perle Mesta (1889-1975), embajadora de los Estados Unidos en Luxemburgo (1949-1953). Hoy, mi mujer lo prepara tan bien como el legendario barman, con dos partes exactas de vodka y una de café y los cubitos justos de hielo.
Ernesto y yo nos complementamos a la perfección. Evocando a Jano, bien podría decirse que él y yo somos una sola persona con dos caras, sólo que en lugar de mirar una hacia atrás y otra hacia adelante, las dos miran siempre al norte, una ligeramente al noreste y la otra al noroeste. Yo soy de natural prudente, reflexivo y algo melancólico, en tanto él es extrovertido, temerario y chispeante.
Ninguno de los dos hemos olvidado cómo nos conocimos: Colegio Salesiano, primera semana de clase, yo diez años, el once, saliendo al recreo; él, un niñato entonces con pinta de zascandil, me echó la zancadilla y caí al suelo. Rápidamente, me levanté y le arreé un puñetazo en la boca; él respondió a su vez y nos enzarzamos en una pelea. No tuvimos tiempo más que para intercambiar un par de golpes, porque enseguida llegó don Antonio, el curita joven que nos daba clase, nos separó y nos arrastró a los dos hasta el aula. "Mañana", dijo después de amonestarnos severamente, "me traeréis copiada mil veces la siguiente frase." Y escribió en la pizarra: "no volveré a pelearme nunca más."
"¡Mil veces", salió rezongando Ernesto. "¡Tú has tenido la culpa!", le recriminé yo, dispuesto a enzarzarme de nuevo con él. "¡Espera! ¡Tengo una idea!" dijo eufórico. "Usaremos un lápiz de tinta y un par de calcos, así no la escribiremos más que trescientas veces, serán novecientas veces en total, pero don Antonio no se va a poner a contarlas." ¿"Y no se va a dar cuenta?" "¡Qué va! ¿No ves que el lápiz de tinta y el calco son del mismo color?"
Pero don Antonio se dio cuenta y nos pasamos las dos primeras horas de la mañana cada uno en un rincón del aula, de rodillas y con los brazos en cruz. Y a la tarde tuvimos que quedarnos a escribir quinientas veces: "al maestro no se le engaña."
Paradójicamente, con aquellos castigos quedó sellada para siempre nuestra amistad.

domingo, 7 de marzo de 2021

DE CÓMO DESCUBRÍ LA ETERNIDAD

 

Cuaresma. Cuarenta días de expiación y penitencia. Cómo si no sufriéramos bastante a lo largo del año. Unos días de esta cuarentena, el colegio de los salesianos se convertía en una isla de silencio y de temor. Eran los días de los ejercicios espirituales. Las clases se interrumpían y eran sustituidas por charlas piadosas y por lecturas de la vida de santos. Y entre y charla y charla los alumnos, siempre tan inquietos, tan bulliciosos, deambulábamos por los patios como sonámbulos, o mejor, como zombis ciegos y sordos a cuanto nos rodeaba.
Para las charlas, más bien admoniciones, venían curas de fuera, seguramente con el propósito de evitar la familiaridad que manteníamos con los habituales e imponernos un mayor respeto. En ellas no había más que dos temas machaconamente repetidos, el sexo y el infierno, y del sexo, la masturbación, porque, quizás por nuestra edad, los charlistas no pasaron jamás de ella.
Aquel año, a mi clase, vino un sacerdote de mediana edad, digamos cuarenta, cuarenta y cinco años, no muy alto, pero sí fuerte, más meloso que adusto, pero firme y seguro, tanto en sus gestos como en sus palabras. De entrada, curiosamente, apenas mencionó el sexo, se centró únicamente en la descripción, una vez más, del infierno y en hacernos ver lo que era exactamente la eternidad. (Mucho tiempo después, cuando peleaba para deshacerme de él, llegué a la conclusión de que lo que realmente buscaba el charlista, mucho más de lo que casi a diario practicaban el resto de los curas, era gravarnos bien el miedo, sabiendo lo difícil que resulta despojarse de él cuando se inocula en mentes infantiles)

Y al infierno estuvo dedicada casi enteramente la primera charla. Lo vino a describir más o menos con las imágenes acostumbradas, pero acentuándolas hasta la exasperación, recreándose en los detalles, aquellos cuerpos desnudos abrasándose, sin perecer, a perpetuidad. Y lo fácil que resultaba caer en el infierno, teniendo en cuenta que nadie sabía cuando habría de llegarle la muerte. (Para quien ha vivido o conoce aquella época, resultaría increíble, si no hubiéramos terminado conociendo su intención, que aquellos caballeros apenas hablaran del cielo y sólo, obsesivamente, del infierno.)  Ponía ejemplos: fulanito de tal se masturbó (no empleaba esta expresión, ninguno la empleaba, la sustituían por: hizo una marranería), se durmió y ya no despertó, murió mientras dormía. Y como no tuvo tiempo ni de arrepentirse, allá que fue su alma derechita al infierno.

En la siguiente charla nos puso el ejemplo del tren: "Vosotros podéis creer o no que el infierno no existe, pero si existe, aunque no creais en él, os condenáis." Para entenderlo, debíamos imaginar un tren que todos los días hacía el recorrido entre dos ciudades, debiendo pasar, hacia la mitad del mismo, un puente tendido sobre un aterrador precipicio. Un día el puente, inopinadamente, se hunde. Como la noticia no ha llegado aún a la estación de partida, el tren sale puntualmente una mañana más. Bien, el maquinista puede creer que el puente sigue en su sitio, pero si no lo detiene antes de llegar a él, el tren caerá al abismo y, lo más probable es que perezcan todos los pasajeros incluido el maquinista. Y es que, queridos niños, la existencia de algo no depende en absoluto de que creamos o no en ella.

Y ahora, la eternidad. ¿Teníamos nosotros idea de lo que era la eternidad? Por mucho tiempo que imagináramos, más tiempo todavía y más y más. "Mirad", dijo, y pintó en la pizarra un gran círculo, "esta es la tierra. Supongo que ya sabéis cuánto mide su circunferencia: 40.075 kilómetros. Pues imaginad que una hormiga empieza a caminar a lo largo de esta circunferencia dando una vuelta y otra y otra, bien, pues cuando de tanto pasar por el mismo sitio consiga partir en dos la esfera de la tierra aún no habrá pasado todavía ni un solo segundo de la eternidad, ¡ni un solo segundo! 
"Y durante todo ese tiempo, durante ese segundo que no terminará nunca, os estaréis abrasando en el infierno sin consumiros y con los sentidos bien dispuestos, las llamas os devorarán y os seguirán devorando y sólo sufriréis dolor, un dolor que no terminará jamás. ¿Sabéis el dolor que puede producir el fuego? A ver..." y llamó al encerado a uno de nosotros, Antoñito Martínez, no se me ha olvidado, "ven, ven, sube aquí conmigo, dame tu mano, ciérrala y mantén extendido sólo el dedo índice." Y cuando Antoñito extendió su dedo, el cura sacó un encendedor del bolsillo, lo encendió rápidamente y acercó la llama al dedo del chavalín. Antoñito dio gritó y, dando un tirón, consiguió arrancar su mano de la del cura. "¿Ves? ¿Veis?. ni un segundo", exclamó, alzando dramáticamente la voz, ¡ni un segundo ha podido aguantar el calor! Imaginad pues lo que será que las ardientes llamas estén en contacto con todo vuestro cuerpo, no un segundo, sino toda la eternidad, ¡toda le eternidad!

El final de aquellos ejercicios consistía año a año en un acercamiento generalizado al confesionario y el propósito de no volver a pecar nunca más. Con las charlas de aquel año, el dolor de corazón, el arrepentimiento, el propósito de la enmienda y, sobre todo, el miedo a morir repentinamente en pecado,  fueron tan profundos que los alumnos acudimos en masa a la confesión y, seguidamente, a la comunión. Yo creo que ni los más gamberros, y, aunque no había muchos, alguno había, pasaron de confesar y comulgar.

P.S. Sé que hoy los religiosos en general ya no hablan del infierno ni son tan duros cuando tratan estos temas con niños y adolescentes. Pero entonces las cosas estaban así. Si lo cuento, es porque hay un gran desconocimiento de lo que fue la época de la dictadura.

miércoles, 3 de marzo de 2021

LA RAZÓN DE PENÉLOPE

 

Va para veinte años que Ulises marchó a la guerra de Troya y aún no ha regresado, y Penélope, su mujer, teje y desteje la mortaja destinada a su suegro, Laertes, mientras, joven todavía y en edad casadera, soporta el asedio de numerosos pretendientes. ¿Por qué sigue esperando Penélope? ¿Por qué, como dictaban las normas sociales, no elige a uno de los pretendientes y vuelve a casarse?

                 La razón de Penélope

                 Si mi vida transcurre como un puente
                 entre el ayer perdido y el mañana,
                 si aguardo muda tras de la ventana
                 y gano tiempo al tiempo, impenitente,

                 si niego la existencia del presente
                 y me unzo al telar con fuerza vana,
                 si me abrazo a la noche como a hermana
                 que me acoge en su seno diluente,

                 no es por izar ferviente la bandera
                 del amor, del honor, o la vergüenza,
                 no es por acariciar los entredoses

                 de esta insufrible, intransitable acera,
                 donde se espera que el dolor me venza:
                 es por torcer el dedo de los dioses.

P.S. El texto es propiedad del autor del blog.