sábado, 24 de febrero de 2024

TERESA

Aparte de la nauseabunda pederastia, practicada por tantos sacerdotes seculares y clérigos regulares y tan hábil como miserablemente ocultada durante tanto tiempo por la jerarquía, otra figura derivada en buena medida de la imposición del celibato es la del "solicitante", un sacerdote que valiéndose generalmente del sacramento de la confesión conseguía abusar sexualmente de determinadas de sus feligresas, aquellas que por juventud e inocencia le resultaban más propicias.
Estos individuos no pretendían conseguir una barragana que aliviara su soledad (es llamativa la soledad en la que han vivido buena parte de los sacerdotes seculares) y sofocara sus ardentías, no buscaban sólo la práctica del sexo, lo que buscaban era dar rienda suelta a su perversión. Estos auténticos canallas proliferaron en la Edad Media y en la Edad Moderna. La inquisición y las autoridades civiles los persiguieron a fondo, pero lo que realmente acabó con ellos fue la mayor formación e información de la mujer, aunque es seguro que todavía quedará más de uno por esos campos de Dios.
Uno de los casos más sonados que se conocen se produjo en Francia en el siglo XVIII, tanto por el hecho en sí como por la ingente literatura de variados tipos que produjo. Tuvo lugar en Tolón, en la Provenza, en 1730 y sus protagonistas principales fueron el jesuita Jean Baptiste Girard, como ejecutor, y la joven y bellísima Catherine Cadiere como víctima.
Toda la relación entre ambos se produjo en casa de la joven, una casa burguesa, muy católica, en la que el jesuita, que era un excelente predicador, se ganó enseguida la confianza, pues quién en su sano juicio podía desconfiar de un representante del mismísimo Cristo. Allí, en el gabinete de Catherine, destapó el individuo el tarro putrefacto de sus perversiones, todas de carácter sexual, y todas las fue sacando y aplicándoselas a su confesanta. 
Con su reconocida capacidad de seducción y su hipocresía le aseguraba a la muchacha que iba a hacer de ella una santa, para añadirle a continuación que el de la santidad era un camino difícil, vigilado, además, por el demonio que una y otra vez tentaba al caminante para que diera media vuelta y se entregara en brazos del pecado. Le hacía ver que para superar semejantes pruebas eran necesarios el sacrificio y la penitencia. Y con estos mimbres hizo con ella lo que le vino en gana, hasta que la dejó embarazada, la obligó a abortar y, una vez utilizada, logró que los padres de la joven la ingresaran en un convento. Aquí, un nuevo confesor, honesto en este caso, descubrió en seguida los tejemanejes del jesuita y, sin dudarlo un segundo, procedió a denunciarlo. Jean Baptiste Girard fue detenido y enjuiciado.
El juicio se celebró en Aix-en-Provence y fue uno de los más apasionantes y más escabrosos de cuantos se habían celebrado en Francia hasta el momento. Fue también uno de esos acontecimientos destinados a perdurar largamente en la memoria de una ciudad. La plaza de los Predicadores, donde se encontraba la Audiencia, estaba día tras día abarrotada de gente exigiendo una condena ejemplar para el jesuita. Al final, de los veinticinco jueces que componían el tribunal, doce votaron a favor de que Girard fuese quemado vivo y otros doce su devolución a la jurisdicción eclesiástica. Deshizo el empate el presidente del tribunal inclinándose por la segunda opción. Y suerte tuvo Catherine de no ser ella la enjuiciada, pues la defensa de Girard se encargó de levantar la duda de si no había sido ella la que había provocado al jesuita, duda que suele repetirse cada vez que un hombre viola a una mujer, como está ocurriendo ahora en el caso del famoso futbolista Daniel Alves. A la salida de la Audiencia, la gente felicitaba a Catherine y a sus padres, pero abuchearon con con fuerza a los jueces que habían votado a favor de Girard, el mismo abucheo que le dieron a éste cuando, tras salir de la Audiencia por una puertecilla trasera, lo descubrieron camino de la casa de los jesuitas. Está claro que escapó de rositas, pues de él no volvió saberse nada.
El caso produjo centenares de libros. Sólo en la Biblioteca Nacional de París hay 75. Pero el que se impuso a todos ellos fue "Teresa filósofa", publicado anónimamente, aunque hoy toda la crítica está segura de que su autor fue Jean Baptiste de Boyer, marqués d'Anger, como asegurara en su día el también marqués de Sade. Este es un libro erótico, que da cuenta de las vejaciones y los abusos a los que el jesuita sometía a Catherine Cadiere, pero también de los usos y los modos del erotismo, más bien clandestino, en toda Francia en aquella época. "Olvidados, abandonaos y dejad hacer", le decía el taimado jesuita. Y, seguidamente: "Arrodillaos y descubrid esas regiones de la carne que son blanco de la divina cólera." La joven dejaba al descubierto sus posaderas y de aquella guisa Girard la azotaba repetidamente con unas viejas disciplinas, hasta que, abrasado de deseo, la penetraba desde atrás.
El título del libro se debe a que la narradora es una mujer, Teresa, y a que entre escena y escena acomete alguna leve incursión por el territorio de la filosofía. En su momento fue traducido al castellano por Joaquín López Barbadillo y Miguel Romero Martínez. En 1978, Akal publicó una edición facsímil de esta traducción. Existen otras ediciones en las que ya figura como autor el marqués d'Anger. Cualquier de ellas puede bajarse con facilidad de internet.

Imágenes: Internet

lunes, 12 de febrero de 2024

EL MARTILLO DE LAS BRUJAS

Cuando en 1484, con la bula Summis desiderantes affectibus, Inocencio III da potestad a los teólogos dominicos Heinrich Kramer y Jakob Sprenger para la persecución de la brujería en Alemania sabía perfectamente quiénes eran estos dos sujetos.
Heinrich Kramer, alemán, nacido en Schelettstadt, baja Alsacia, hacia 1430, fue prior del convento dominico de su ciudad natal y maestro de teología. Tenía fama de gran predicador y de trabajador incansable, pero también de verdadero fanático religioso. En 1474, había sido nombrado ya inquisidor en Bohemia, Moravia, Salzburgo y el Tirol.
Por su parte, Jakob Springer era natural de Rheinfelden, Suiza, donde nació en 1435. Fue prior del convento dominico de Colonia entre 1472 y 1488. Brillante teólogo, según nos cuentan las crónicas de la época, llegó a ser decano de la Facultad de Teología de Colonia. En 1475 el papa Sixto IV lo había nombrado Inquisidor General de Alemania.
En su bula, el papa Inocencio III afirma categóricamente que "no pocos elegidos y gentes laicas que pretende saber más de lo que les incumbe habían puesto en duda...", la existencia de las brujas. Y con idéntica firmeza añade que quien ponga un obstáculo a ambos dominicos "que sepa que sobre él caerá la ira de Dios Todopoderoso y la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo."
El Malleus Maleficarum o Martillo de las brujas, en su traducción castellana, nació como fruto y, en cierto modo, justificación de esta bula. En efecto, se trata de un libro escrito desde la experiencia de ambos clérigos en la persecución de la brujería, cuyas deducciones están sacadas no de una investigación real, sino sólo y exclusivamente de las confesiones de los detenidos, obtenidas, bien se puede decir que todas, mediante tortura. De este modo, da cuenta tanto de la existencia de la brujería como de los métodos empleados por sus practicantes.
El libro consta de tres partes. En la primera, ambos frailes demuestran, eso es lo que creen, la existencia real de la brujería. Sostienen que la brujería requiere la reunión de tres factores: el demonio, un brujo y el permiso de Dios. (Y he aquí la paradoja de la que parece que los autores no son conscientes: Si nada es posible sin la concesión de Dios, entonces, en último término Él es el culpable de la existencia de la brujería.) Esta parte arranca con una rotunda afirmación: "La creencia de que seres como las brujas existen es parte tan esencial de la fe católica que mantener con obstinación la opinión contraria tiene un manifiesto sabor a herejía."
La segunda parte sostiene que las brujas obtenían su poder gracias a un pacto con el demonio (que, a su vez, contaba con el permiso de Dios, no lo olvidemos). Como en la primera parte, los autores tiran una y otra vez de "autoridades" no sólo católicas, sino también civiles y paganas, como Aristóteles, y hasta algún musulmán, como Al-Gazali o Avicena.
En la tercera parte, finalmente, el libro explica como identificar a las brujas y cómo se debe realizar un proceso por brujería, insistiendo una vez más en la existencia de un pacto con el diablo.
No se puede negar que ambos frailes cuentan con una potente erudición. Pero igual de potente es su mala leche. Así, con toda su erudición, mezclan y meten en el mismo plato la hechicería, la magia y la brujería y es difícil creer que no lo hagan conscientemente. Callan que todo su conocimiento de la brujería proviene, exclusivamente, como se ha dicho más arriba, de la confesión de las hipotéticas brujas, arrancada bajo tortura. No aportan ni una sola prueba de la existencia real de la brujería.
El ataque de ambos dominicos se dirige contra lo que ellos creen que es la brujería, pero se dirige, sobre todo, contra las mujeres. A título de ejemplo, aquí van algunas de las sentencias que van soltando los dos elementos:
-(Las mujeres) "por ser más crédulas (son) más propensas a la indignidad.
-(Son) "embusteras por naturaleza."
-"Toda brujería proviene de la lujuria, que en las mujeres es insaciable."
-"La mujer es peligrosa por su sexualidad, aunque es necesaria para la reproducción."
-"Las mujeres tienen tres vicios: infidelidad, ambición y lujuria."
 Por otra parte, no se les cae la cara de vergüenza ni nada cuando afirman que basta el rumor público para llevar a una persona a juicio y que los inquisidores eran infalibles, de manera que su palabra era suficiente prueba, por lo que la única salida que tenía la desgraciada que caía en sus garras era la confesión.
Entre las muchas barbaridades que se le adjudicaban a las brujas, una de las más curiosas consistía en que quitaban penes y los guardaban cuidadosamente en cajas y en nidos, donde incluso los alimentaban.
El libro fue severamente criticado por numerosos teólogos, tanto por los argumentos que emplean los dos dominicos como por los procedimientos que exponen para llevar acabo los procesos. No obstante, tuvo una rápida y extensa difusión y en él se basó la horrible persecución de brujas que se extendió por toda Europa durante los siglos XVI,  XVII y XVIII.

Imágenes: culturainquieta.com

lunes, 5 de febrero de 2024

¡EXTRA OMNES!

Con estas palabras, ¡Extra omnes! (¡Fuera todos!), del cardenal Marini, Maestro de Celebraciones Litúrgicas Pontificias, dio comienzo el 18 de abril del año 2005 el cónclave para la elección de un nuevo papa, tras la muerte del ínclito Juan Pablo II. El público abandonó la Capilla Sixtina y en ella quedaron encerrados los 115 cardenales electores y elegibles en aquel momento (los menores de ochenta años), con la obligación de no abandonar el recinto hasta el nombramiento del nuevo pontífice. La elección se lleva a cabo mediante sucesivas votaciones secretas, hasta que uno de ellos consigue los dos tercios de los votos necesarios. Los cardenales son libres de entregar su voto a quien deseen, pero, y esta es una de las paradojas que rodean la elección papal, son guiados por el Espíritu Santo, de modo que la elección no la hacen propiamente ellos, sino la Tercera Persona de la Trinidad.
El encierro en esta ocasión no duró mucho, sólo dos días. El Espíritu Santo estuvo diligente y los cardenales consiguieron agrupar sus votos a la cuarta votación, de modo que el día 19 de abril de 2005 resultó elegido un nuevo papa, el alemán Joseph Ratzinger, quien, como se sabe, tomó el nombre de Benedicto XVI. No obstante, por si se prolongaba, pues es imposible conocer la disposición del Espíritu Santo en cada momento, el encierro estaba bien organizado. Con los cardenales permanecen unas monjas, que son las que les preparan la comida y se encargan en general de la intendencia. Para esta ocasión, si mi fuente no miente, se habían almacenado "casi una tonelada de pasta, dos mil trescientas botellas de vino, cuatro mil botellas de cerveza, seis mil botellas de agua mineral, seiscientos kilos de carne y doscientos de pescado, quesos italianos y franceses, harinas para pasteles, etc." Una sencilla división nos daría un promedio de algo así como 8 kg. de pasta, 5 kg. de carne, 1,7 kg. de pescado, 20 botellas de vino, 35 botellas de cerveza y 52 botellas de agua por cardenal. No se puede decir que los señores cardenales no estuviesen bien alimentados, pero ya se sabe que para pensar y, sobre todo, para escuchar la voz interior del Espíritu Santo es imprescindible tener el estómago lleno. Este abasto, por otra parte, se hizo previendo un cónclave corto. No obstante, en caso de necesidad, el encierro cuenta con un torno por el que pueden introducirse alimentos y otras vituallas, tales como medicinas, etc.
A lo largo de la historia, el Espíritu Santo ha resultado ser de lo mas caprichoso, si es que no juguetón y, si se me permite la licencia, hasta un tanto diabólico. En efecto, en los primeros siglos del cristianismo, en medio de las peleas de las distintas facciones existentes e, intermitentemente, de las persecuciones de los emperadores romanos, era el conjunto de los creyentes, sacerdotes y laicos, los que elegían al obispo de una diócesis (iglesias se llamaban entonces), incluida la de Roma, cuyo titular aún no había conseguido la categoría de papa. Cada facción elegía su obispo, de manera que en Roma, por ejemplo, como centro del Imperio, coexistieron en más de una ocasión obispos arrianos, donatistas, pelagianos y católicos, cada uno arrogándose el título de cristianos verdaderos. La tarea del Espíritu Santo era por aquel entonces bastante laboriosa, pues para la elección de un nuevo obispo católico, que es para el único que Él se mueve, tenía que guiar la voluntad de un buen número de individuos, cada uno de su padre y de su madre.
En el siglo IV, la facción católica logró ganarse el favor del emperador Constantino y el jefe del Imperio romano otorgó a los católicos entera libertad para la práctica de su religión, libertad que ampliaron sus sucesores Teodosio I y Teodosio II, hasta convertir esta facción en la única religión del Imperio, con la prohibición de todas las demás, así como de los cultos denominados paganos, cuya historia se remontaba a la creación de Roma. A partir de entonces, la elección del obispo romano la siguió realizando el conjunto de los fieles, pero el Espíritu Santo tuvo que mover también la voluntad del emperador, pues este se arrogó la ratificación del elegido. Esta situación perduró hasta el siglo VIII, habiendo conseguido en el entretanto el obispo romano elevarse sobre los demás obispados de la cristiandad y alcanzar la categoría de papa.
Entre los siglos IX y X, denominados por la propia Iglesia siglos de hierro, el obispo de Roma y, en consecuencia el papa, fue puesto y depuesto por las más poderosas familias romanas, así como por los reyes de los estados europeos en que, tras su caída, se había fragmentado el Imperio romano. La luchas entre unos y otros, todos cristianos católicos, fueron a menudo terribles para imponer su candidato. Parece evidente que por esa época el Espíritu Santo andaba con ganas de juerga.
En 1059, el papa Nicolás II estableció que en lo sucesivo la elección papal la realizarían sólo los cardenales obispos, si bien éstos continuaron siendo elegidos por los fieles, al menos nominalmente, ya que quienes en realidad protagonizaban la elección eran los nobles y los reyes. La norma no se aplicaría hasta casi un siglo más tarde, en 1130, con la elección de Inocencio II. En 1179, Alejandro III, estableció que el elegido tendría que contar por lo menos con los dos tercios de los votos emitidos por los electores, norma que se mantiene en la actualidad.
Estas reformas, sin embargo, no permitieron que el Espíritu Santo se tranquilizara, a pesar de que, indudablemente, habían sido inspiradas por Él. Más bien todo lo contrario. El primer cónclave oficial tuvo lugar en 1241, el jefe de la poderosa familia Orsini, Matteo Rosco Orsini, al frente del pueblo romano, encerró a los cardenales en la antigua cárcel de Septizonio, sometiéndolos a numerosas vejaciones, la principal de las cuales fue el ayuno. Da la impresión de que aquí el Espíritu Santo mostró un puntito de mala leche, pues se demoró casi dos meses en inspirar a los cardenales la elección de Celestino IV. Con esta demora, algunos de los cardenales enfermaron y murieron, circunstancia feliz para ellos, que escaparon de los sufrimientos de este mundo y, sin ningún género de dudas, alcanzaron el cielo, tantas veces soñado y anhelado.
La situación no mejoraría hasta algunos siglo más tarde. Mientras tanto, nobles y reyes siguieron influyendo en numerosos cónclaves con el fin de torcer la intención del Espíritu Santo, empeño totalmente imposible, toda vez que el resultado de la elección, sea cual sea, responde siempre a la voluntad de la Tercera Persona de la Trinidad. Uno de los cónclaves más sonados fue el iniciado en 1268 en Viterbo, bella ciudad italiana de la región del Lazio, no lejos de Roma. Aquí, en el formidable palacio papal, estuvieron encerrados los cardenales nada menos que durante tres años, los que tardaron en elegir a Gregorio X. El Espíritu Santo estuvo tan remolón que los fieles, entonces todo el pueblo, cabreados, llegaron a desmontar los tejados de palacio, de modo que los cardenales quedaron a la intemperie, sometidos a las inclemencias del tiempo. Pues ni aún así había forma de que se pusieran de acuerdo.
Con posterioridad y hasta el Concilio de Trento hubo de todo, hasta cónclaves que dieron lugar a cismas, llegando en cierta ocasión a existir tres papas simultáneamente, tan seguros cada uno de ser el verdadero que los fieles en general, completamente desorientados, no paraban de preguntarse cuál de los tres habría sido el elegido por el Espíritu Santo. La situación se prolongó durante bastante tiempo, tanto que cada uno de los papas tenían su propio colegio cardenalicio, que a la muerte de aquel elegían a uno nuevo. Da la impresión de que el Espíritu Santo estaba de vacaciones, porque no cabe pensar que estuviera en el cielo partiéndose de risa.

Fuente:
Conclave.- Rafael Ortega.
Historia de los papas.- Juan María Laboa.

Imágenes: Pinturas de Xavier Egaña

jueves, 1 de febrero de 2024

TIEMPOS RAROS

1.- En el año 1916 tuvo lugar la batalla de Verdún, la más larga de cuantas se produjeron durante la primera guerra mundial; comenzó el 21 de febrero con un ataque de las fuerzas alemanas y no concluyó hasta el 16 de diciembre, cuando el ejército francés logró repeler definitivamente los sucesivos ataques alemanes. Un teniente francés, que moriría en combate, dejó escrito en su diario: "¡Qué masacre! ¡Qué escenas de horror y carnicería! No puedo encontrar palabras para traducir mis impresiones. El infierno no puede ser tan terrible. ¡Los hombres deben estar locos!" Según las estadísticas oficiales hubo 750.000 víctimas mortales entre los dos bandos, 327.231 por parte francesa y el resto por parte alemana. No se conoce, o no se ha hecho público, el número de soldados que quedaron inválidos de por vida, física y psicológicamente.
En 1966, siendo presidente de la República Francesa Charles Degaulle, se celebró el quincuagésimo aniversario de esta batalla; la celebración la organizó una comisión interministerial y el acto culminó con Un requiem alemán, de Johannes Brahms, interpretado por una orquesta.
En el año 2016, organizado igualmente por una comisión interministerial y bajo la presidencia del socialista François Hollande, se celebró el centenario. En esta ocasión el acto iba a culminar con la actuación de ¡un rapero!, concretamente Alpha Diallo, conocido como Black M (París, 1984), francés de padres guineanos, miembro del grupo Sexion d'Assaut, cuyas letras dicen lindezas como: "Creo que es hora de que mueran los maricas. Cortadles el pene y dejadlos por ahí muertos, que se los encuentren en el periférico." 
Como quiera que el objeto de la celebración era la conmemoración de una victoria militar, pero también la del del enorme número de víctimas, a mucha gente no le pareció demasiado correcta la elección de un rapero para cerrar los actos, de manera que la comisión ministerial reaccionó y la actuación de Black M fue suspendida, un hecho, sin embargo, que acarreó la crítica de la mayor parte de la izquierda francesa.
2.-En el año 2000, el gran novelista norteamericano Philip Roth publicó la novela La mancha humana, tercera entrega de la trilogía americana, compuesta, además de ésta, por Pastoral americana y Me casé con un comunista. Situada en 1998, el año del escándalo Clinton-Lewinsky, la novela tiene por protagonista a Coleman Silk, un antiguo profesor de literatura antigua de la ficticia universidad de Athena. Cierto día, Elena Mitnik, una de su alumnas se queja ante la directora del Departamento de Humanidades de que en el curso sobre la tragedia griega el profesor ha incluido a Eurípides, cuyas obras, según la estudiante, son vejatorias para las mujeres. La directora llama al profesor y le traslada, haciéndola suya, la acusación de la alumna. "Mi querida amiga", dice el profesor a modo de defensa, "me he pasado la vida leyendo estas obras y reflexionando sobre ellas." "Nunca desde la perspectiva feminista de Elena.", afirma la directora, a lo que Coleman replica: "Ni desde la perspectiva judía de Moisés, ni siquiera desde la perspectiva ahora tan de moda del perspectivismo nietzscheano." La discusión termina en tablas, pero los puñales quedan al acecho del más mínimo fallo del profesor. Y este lo comete cuando lo oyen quejarse de si unos alumnos que no asistían nunca a clase eran seres vivos o "spooks." Este término significa "fantasmas", pero también, aunque de manera marginal, se refiere despectivamente a los negros. Coleman es acusado entonces de racista, tan severamente que se ve obligado a renunciar a su trabajo.
Esta podría ser exclusivamente una obra de ficción en la que se contara el drama humano de un personaje más o menos singular, pero la censura que sufre el profesor se viene dando en nuestras sociedades desde hace algún tiempo. Se modifican obras literarias escritas hace más de dos mil quinientos años y otras mucho más modernas, y se censuran obras actuales. Algunos ejemplos:
-En la última reedición de Huckeleberry Finn, de Mark Twain, se suprimió la palabra "nigger", que significa negro, un término considerado hoy sumamente racista en EE.UU.
-En la reedición de las obras de Roald Dahl en febrero de 2023 se han hecho cientos de cambios de términos y aún de expresiones completas para no herir susceptibilidades actuales. Por ejemplo, en la deliciosa Charlie y la fábrica de chocolates se cambia la palabra gordo, por enorme, que no es ni mucho menos lo mismo.
-En 2015, en el teatro Maggio Musicale de Florencia se cambió completamente el final de la ópera Carmen, de Bizet, basada en la novela de Prosper Merimée, haciendo que Carmen matara a don José y no don José el que mate a la cigarrera, como está en la ópera y en la novela de Merimée.
En cuanto a la censura, la norteamericana ALA, American Library Association comunica que en 2022 se recibieron 1296 solicitudes de censura para libros de temática LGTBI o de color. Aparte, más de 2000 fueron censurados antes de su publicación. Esta censura se extiende a bibliotecas, educadores de todos los niveles, funcionarios y planes educativos. Trabajadores de bibliotecas reciben amenazas para que no entreguen estos libros. La situación está llegando a tal extremo que en una biblioteca de Nueva York ha habido hasta amenazas de bombas.
3.- Además de todo esto, ¿se está imponiendo en España el pensamiento cayetano? Hace seis días en la asamblea de vecinos de un bloque de Córdoba se propone la subida de cinco euros mensuales en la cuota de la comunidad. Uno de los vecinos, jubilado con la pensión máxima, plantea el no. Otro le dice: "Hombre, te han subido 87 € la pensión, no creo yo que cinco euros te supongan un descalabro muy grande." Respuesta del jubilado: "Pero me quitan veinte euros con el IRPF." Un tercer vecino le dice: "bueno, eso es mejor que cuando te subían uno o, a lo sumo, dos euritos." Respuesta del jubilado: "¡Pero no me quitaban nada!"
Hace tres días, en un bar al que voy a desayunar de vez en cuando, un local pequeñito, en la mesa posterior a la mía, tres empleados de Correos de un centro cercano a mi casa, un hombre y dos mujeres, los tres jóvenes, de poco más de treinta años. El varón echando pestes de los que, por no tener ningún ingreso reciben una ayuda del Estado. En un momento, soltó: "Se levantan a las once y se van a tomar café." Un señor que había terminado y ya se marchaba, se ve que no pudo contenerse, porque se volvió y le dijo: "Perdón, es que están las mesas tan cerca que lo estoy oyendo. Que digo yo que si con la 'paguita' que dice esas personas viven tan bien, ¿por qué no deja usted su trabajo y se apunta al chollo? ¡Buenos días! Y sin esperar su respuesta, tomó la puerta y se largó. La cara que se le quedó al de Correos fue para verla, no para describirla. 

Fuentes: 
Noticias de prensa.
La posliteratura.- Alain Finkielkraut
La mancha humana.- Philip Rot

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