Trabajé en esta empresa durante treinta años, de 1968 a 1998, año en el que salí prejubilado, de manera, que lo que voy a contar a continuación no lo sé por referencias, sino porque lo viví y lo sufrí.
Cuando yo ingresé en ella la Empresa tenía aún el nombre de Compañía Telefónica Nacional de España; era un monopolio público creado en 1924 durante la Dictadura de Primo de Rivera. Desde el principio fue una sociedad anónima. Su creación se realizó con capital americano, aunque pronto el Estado se hizo cargo del 51% de las acciones, dejando el 49% en manos privadas.
Frente a una opinión más extendida de lo que hoy pueda creerse, los empleados nunca fuimos funcionarios. Ahora bien, gozábamos de una situación laboral que puede considerarse privilegiada si la comparamos con la que actualmente tienen la generalidad de los trabajadores. En concreto, desde 1968, fecha de mi ingreso, podemos especificar los siguientes puntos principales:
-Ingreso por oposición
-Posibilidad de realizar una carrera en la empresa mediante oposiciones.
-Contrato indefinido, tras dos meses de prueba
-Salarios decentes, si los comparamos con los que tienen hoy la mayoría de los trabajadores.
-En los puestos con turnos, primas por jornada de tarde, noche y festivos.
-15 días de vacaciones pagadas que muy pronto se convirtieron en 30.
-Jornada de 7,30 horas de lunes a viernes.
-Telefónica tenía establecido un convenio con la Seguridad Social por el que disponía de servicio médico propio.
-Los trabajadores que por accidente o enfermedad resultaban incapacitados para su trabajo habitual eran reclasificados en función de sus nuevas capacidades, sin pérdida de derechos.
-La empresa disponía de una institución de previsión, (I.T.P.=Institución Telefónica de Previsión) gracias a la cual nos jubilábamos con cuarenta años de servicio y el 100% del último sueldo.
Todo esto empezó a desmantelarlo el Partido Socialista tras su victoria electoral en 1982, comandado por Felipe González (algún día habrá que contar la historia de este individuo y el daño que le ha hecho a este país; por ejemplo, él fue el primero que recortó las pensiones), aunque materializado por Carlos Solchaga Catalán, el señor que aparece en la imagen y que ahora va diciendo que los jubilados no tenemos razón cuando reclamamos el blindaje de la pensiones y su actualización según el IPC. Lo dice, naturalmente, desde los privilegiados y seguros foros de los que siempre disponen estos elementos, porque carece de agallas para decírnoslo a los jubilados a la cara.
Este individuo, que tiene de socialista lo que yo de matador de toros, primero como ministro de Industria y Energía y, luego, de Economía y Hacienda, fue el que llevó a cabo la desindustrialización de España, gran operación a la que, con todo el cinismo del mundo, llamaron Reconversión Industrial.
En lo que a Telefónica se refiere, ya tenía el gobierno prevista su privatización; ahora bien, antes era necesario aligerar a la empresa de lo que consideraban cargas, pero que, en realidad, eran derechos adquiridos de los trabajadores. Así es que para empezar el Solchaga este procedió a eliminar la I.T.P., pasándonos a todos los trabajadores al régimen general de la Seguridad Social. Para justificar su decisión empleó el argumento de que en este país no podía haber trabajadores privilegiados, sino que todos tenían que ser iguales. Un argumento tan falaz como cínico, pues, para empezar, no se le ocurrió acabar con lo que él llamaba privilegio igualándonos a todos los trabajadores por arriba, sino que nos igualó por abajo. Pero, además, el tipo calló que para mantener la I.T.P, Telefónica aportaba la cuota que le hubiera correspondido abonar a la Seguridad Social más dos puntos, y los trabajadores nuestra cuota más un punto. Hubo protestas, naturalmente, que culminaron con una gran manifestación en Madrid en la que participaron más de cincuenta mil trabajadores, pero todo estaba perfectamente pilotado por los sindicatos. La prueba es que, al poco, llegaron a un acuerdo con la Empresa para crear un plan de pensiones privado y obligatorio en el que ellos tendrían la voz cantante. A partir de aquel momento, además, la empresa suspendió la reclasificación de trabajadores y los que ya lo estaban dejaron de pertenecer a ella y, tras previa evaluación, pasaron a depender de la Seguridad Social, de la que, a partir de entonces, cobraron una pensión.
La privatización la llevó a cabo José María Aznar. Vendió el 100% de la participación del Estado en la empresa, con la excusa, como en el resto de las privatizaciones de empresas públicas, de que se trataba de una directiva de la Unión Europea. Pero esa justificación era y es radicalmente mentira. (Por cierto, ¿este caballero ha dicho alguna vez una verdad?) En el caso concreto de Telefónica, que es lo que nos ocupa, lo que Europa exigía era la liberalización del mercado, no la privatización de la empresa. La prueba es que las principales países europeos, como Francia, Alemania, Italia, etc. siguen teniendo una compañía telefónica estatal, no en vano las comunicaciones son un sector estratégico que no se puede dejar enteramente en manos privadas.
Por otra parte, y esto sí que es para troncharse, el valor de la Compañía en aquel momento era incalculable. Piénsese sólo en la red de canalizaciones que unen a las distintas capitales y la mayoría de los pueblos entre sí y dentro de las ciudades y por las que discurren los cables, realizadas a lo largo de decenas de años; piénsese en el número de edificios propiedad de la empresa y su situación en las poblaciones; piénsese, en fin, para no alargar el listado, en los sucesivos equipos que fueron montándose a lo largo del tiempo en estos edificios. En España no había capitales privados con capacidad para, en su día, crear esta empresa; ni los habría habido para comprarla cuando se produjo su privatización. ¡Ay, amigo, pero es que el capitalismo tiene sus trucos! Telefónica se vendió por su valor en bolsa, que no tiene nada que ver con el valor real. Los que la adquirieron, principalmente bancos, hicieron el negocio de su vida.
Aunque negocio, lo que se dice negocio, quienes lo hicieron fueron Juanito Villalonga y Juan Perea. El primero fue el presidente de la Compañía nombrado por José María Aznar para pilotar la privatización; y el segundo, siguiendo la directrices de Villalonga, fue el creador de la famosa Terra, colosal fraude que, sorprendentemente no ha llegado a los tribunales de justicia, con la prisa que se dan fiscales y jueces para procesar, enjuiciar y sentenciar por verdaderos pegoletes, o por denuncias espurias, como las que suele realizar esa pseudo organización de Abogados Cristianos, por ejemplo.
Una vez privatizada, la empresa inició el camino del troceo y venta por partes. A título de ejemplo, así nació ATENTO, empresa creada para gestionar las averías, cuando este era uno de los departamentos más importantes de la Compañía. Mucha gente se quejaba entonces, pero en aquellos tiempos te atendía una persona que estaba en la ciudad en la que tenías el teléfono, y era ingente la información que había que dar cuando, por ejemplo, una avería en una línea particular duraba más de veinticuatro horas. Ahora te atiende una máquina si es que eres capaz de conectar con ella y no tienes ni idea de dónde se encuentra.
Para que el supositorio de la privatización fuera aceptado sin problemas, se creó el mantra de que la liberalización traería la competencia y con ella se produciría la bajada de precios. Así la gente aceptó el supositorio hasta con gusto. Pues no, los precios no bajaron, y esto se ve mejor en las eléctricas, cuyas desorbitadas facturas nos van llegando en estos días, lo que si bajó y mucho fue la calidad.
No soy tan ingenuo como para sostener que antes de la privatización todo era de color de rosa. Había chanchullos, claro que los había, pero desde luego ni tan potentes ni tan descarados como los de Juanito Villalonga y su compinche Perea.
Pero además y esto es para mí lo más importante, cuando yo salí de ella, Telefónica tenía 70.000 trabajadores; hoy apenas pasan de 20.000: pero trabajan para ella alrededor de 120.000, eso sí, en subcontratas de subcontratas, con contratos temporales, sin apenas derechos y con salarios de miseria comparados con los que teníamos antes de la privatización.
Por otra parte, cuando era un tan terrible monopolio, Telefónica le ingresaba al estado anualmente el 22% de sus ingresos (de sus ingresos, no de sus beneficios), aparte el beneficio que año tras año generaban las acciones. Hoy, la misma empresa, privada, paga de impuestos el 1% de sus beneficios. Y ni medio euro más.
No, la única razón por la que se llevó a cabo la privatización de Telefónica, en concreto, fue que el negocio de las comunicaciones iba a dispararse y sus beneficios, que se esperaban enormes, como así ha sido, no podían ser para todos los españoles, sino únicamente para los tiburones que habitan en el mar siempre revuelto del capitalismo neoliberal.
Imágenes: La última de: historiasdelatelefonia.com
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