sábado, 28 de agosto de 2021

PEQUEÑA HISTORIA DE LA COMPAÑIA TELEFÓNICA

Trabajé en esta empresa durante treinta años, de 1968 a 1998, año en el que salí prejubilado, de manera,
 que lo que voy a contar a continuación no lo sé por referencias, sino porque lo viví y lo sufrí.
Cuando yo ingresé en ella la Empresa tenía aún el nombre de Compañía Telefónica Nacional de España; era un monopolio público creado en 1924 durante la Dictadura de Primo de Rivera. Desde el principio fue una sociedad anónima. Su creación se realizó con capital americano, aunque pronto el Estado se hizo cargo del 51% de las acciones, dejando el 49% en manos privadas.
Frente a una opinión más extendida de lo que hoy pueda creerse, los empleados nunca fuimos funcionarios. Ahora bien, gozábamos de una situación laboral que puede considerarse privilegiada si la comparamos con la que actualmente tienen la generalidad de los trabajadores. En concreto, desde 1968, fecha de mi ingreso, podemos especificar los siguientes puntos principales:
-Ingreso por oposición
-Posibilidad de realizar una carrera en la empresa mediante oposiciones.
-Contrato indefinido, tras dos meses de prueba
-Salarios decentes, si los comparamos con los que tienen hoy la mayoría de los trabajadores.
-En los puestos con turnos, primas por jornada de tarde, noche y festivos.
-15 días de vacaciones pagadas que muy pronto se convirtieron en 30.
-Jornada de 7,30 horas de lunes a viernes.
-Telefónica tenía establecido un convenio con la Seguridad Social por el que disponía de servicio médico propio.
-Los trabajadores que por accidente o enfermedad resultaban incapacitados para su trabajo habitual eran reclasificados en función de sus nuevas capacidades, sin pérdida de derechos.
-La empresa disponía de una institución de previsión, (I.T.P.=Institución Telefónica de Previsión) gracias a la cual nos jubilábamos con cuarenta años de servicio y el 100% del último sueldo.
Todo esto empezó a desmantelarlo el Partido Socialista tras su victoria electoral en 1982, comandado por Felipe González (algún día habrá que contar la historia de este individuo y el daño que le ha hecho a este país; por ejemplo, él fue el primero que recortó las pensiones), aunque materializado por Carlos Solchaga Catalán, el señor que aparece en la imagen y que ahora va diciendo que los jubilados no tenemos razón cuando reclamamos el blindaje de la pensiones y su actualización según el IPC. Lo dice, naturalmente, desde los privilegiados y seguros foros de los que siempre disponen estos elementos, porque carece de agallas para decírnoslo a los jubilados a la cara.
Este individuo, que tiene de socialista lo que yo de matador de toros, primero como ministro de Industria y Energía y, luego, de Economía y Hacienda, fue el que llevó a cabo la desindustrialización de España, gran operación a la que, con todo el cinismo del mundo, llamaron Reconversión Industrial.
En lo que a Telefónica se refiere, ya tenía el gobierno prevista su privatización; ahora bien, antes era necesario aligerar a la empresa de lo que consideraban cargas, pero que, en realidad, eran derechos adquiridos de los trabajadores. Así es que para empezar el Solchaga este procedió a eliminar la I.T.P., pasándonos a todos los trabajadores al régimen general de la Seguridad Social. Para justificar su decisión empleó el argumento de que en este país no podía haber trabajadores privilegiados, sino que todos tenían que ser iguales. Un argumento tan falaz como cínico, pues, para empezar, no se le ocurrió acabar con lo que él llamaba privilegio igualándonos a todos los trabajadores por arriba, sino que nos igualó por abajo. Pero, además, el tipo calló que para mantener la I.T.P, Telefónica aportaba la cuota que le hubiera correspondido abonar a la Seguridad Social más dos puntos, y los trabajadores nuestra cuota más un punto. Hubo protestas, naturalmente, que culminaron con una gran manifestación en Madrid en la que participaron más de cincuenta mil trabajadores, pero todo estaba perfectamente pilotado por los sindicatos. La prueba es que, al poco, llegaron a un acuerdo con la Empresa para crear un plan de pensiones privado y obligatorio en el que ellos tendrían la voz cantante. A partir de aquel momento, además, la empresa suspendió la reclasificación de trabajadores y los que ya lo estaban dejaron de pertenecer a ella y, tras previa evaluación, pasaron a depender de la Seguridad Social, de la que, a partir de entonces, cobraron una pensión.
La privatización la llevó a cabo José María Aznar. Vendió el 100% de la participación del Estado en la empresa, con la excusa, como en el resto de las privatizaciones de empresas públicas, de que se trataba de una directiva de la Unión Europea. Pero esa justificación era y es radicalmente mentira. (Por cierto, ¿este caballero ha dicho alguna vez una verdad?) En el caso concreto de Telefónica, que es lo que nos ocupa, lo que Europa exigía era la liberalización del mercado, no la privatización de la empresa. La prueba es que las principales países europeos, como Francia, Alemania, Italia, etc. siguen teniendo una compañía telefónica estatal, no en vano las comunicaciones son un sector estratégico que no se puede dejar enteramente en manos privadas.
Por otra parte, y esto sí que es para troncharse, el valor de la Compañía en aquel momento era incalculable. Piénsese sólo en la red de canalizaciones que unen a las distintas capitales y la mayoría de los pueblos entre sí y dentro de las ciudades y por las que discurren los cables, realizadas a lo largo de decenas de años; piénsese en el número de edificios propiedad de la empresa y su situación en las poblaciones; piénsese, en fin, para no alargar el listado, en los sucesivos equipos que fueron montándose a lo largo del tiempo en estos edificios. En España no había capitales privados con capacidad para, en su día, crear esta empresa; ni los habría habido para comprarla cuando se produjo su privatización. ¡Ay, amigo, pero es que el capitalismo tiene sus trucos! Telefónica se vendió por su valor en bolsa, que no tiene nada que ver con el valor real. Los que la adquirieron, principalmente bancos, hicieron el negocio de su vida.
Aunque negocio, lo que se dice negocio, quienes lo hicieron fueron Juanito Villalonga y Juan Perea. El primero fue el presidente de la Compañía nombrado por José María Aznar para pilotar la privatización; y el segundo, siguiendo la directrices de Villalonga, fue el creador de la famosa Terra, colosal fraude que, sorprendentemente no ha llegado a los tribunales de justicia, con la prisa que se dan fiscales y jueces para procesar, enjuiciar y sentenciar por verdaderos pegoletes, o por denuncias espurias, como las que suele realizar esa pseudo organización de Abogados Cristianos, por ejemplo.
Una vez privatizada, la empresa inició el camino del troceo y venta por partes. A título de ejemplo, así nació ATENTO, empresa creada para gestionar las averías, cuando este era uno de los departamentos más importantes de la Compañía. Mucha gente se quejaba entonces, pero en aquellos tiempos te atendía una persona que estaba en la ciudad en la que tenías el teléfono, y era ingente la información que había que dar cuando, por ejemplo, una avería en una línea particular duraba más de veinticuatro horas. Ahora  te atiende una máquina si es que eres capaz de conectar con ella y no tienes ni idea de dónde se encuentra. 
Para que el supositorio de la privatización fuera aceptado sin problemas, se creó el mantra de que la liberalización traería la competencia y con ella se produciría la bajada de precios. Así la gente aceptó el supositorio hasta con gusto. Pues no, los precios no bajaron, y esto se ve mejor en las eléctricas, cuyas desorbitadas facturas nos van llegando en estos días, lo que si bajó y mucho fue la calidad.
No soy tan ingenuo como para sostener que antes de la privatización todo era de color de rosa. Había chanchullos, claro que los había, pero desde luego ni tan potentes ni tan descarados como los de Juanito Villalonga y su compinche Perea. 
Pero además y esto es para mí lo más importante, cuando yo salí de ella, Telefónica tenía 70.000 trabajadores; hoy apenas pasan de 20.000: pero trabajan para ella alrededor de 120.000, eso sí, en subcontratas de subcontratas, con contratos temporales, sin apenas derechos y con salarios de miseria comparados con los que teníamos antes de la privatización. 

Por otra parte, cuando era un tan terrible monopolio, Telefónica le ingresaba al estado anualmente el 22% de sus ingresos (de sus ingresos, no de sus beneficios), aparte el beneficio que año tras año generaban las acciones. Hoy, la misma empresa, privada, paga de impuestos el 1% de sus beneficios. Y ni medio euro más.
No, la única razón por la que se llevó a cabo la privatización de Telefónica, en concreto, fue que el negocio de las comunicaciones iba a dispararse y sus beneficios, que se esperaban enormes, como así ha sido, no podían ser para todos los españoles, sino únicamente para los tiburones que habitan en el mar siempre revuelto del capitalismo neoliberal.

Imágenes: La última de: historiasdelatelefonia.com
El resto, de Internet.

miércoles, 25 de agosto de 2021

DE CÓMO APRENDÍ EL CONCEPTO DE JUSTICIA

A los nacidos a partir de la mitad de los años sesenta del siglo pasado les resultará increíble, pero es la verdad, la simple, pura y absoluta verdad.
Don Francisco no era sacerdote, era laico, pero daba clase en el colegio de los Salesianos, en la parte de los gratuitos. Alguno habrá aún que lo recuerde. Era un tipo formidable: más alto que bajo, delgado, de cara aflautada, pelo al cepillo, nariz abundante y gafas redondas. Y rubio antes que moreno.
¿He dicho que era un tipo formidable? Tal vez fuera falangista. O guardia civil en excedencia, si es que esto era posible. O aspirante a verdugo. Los curas que lo contrataron lo sabrían, nosotros no. Desde luego no podían ignorar sus métodos, eran los amos del cotarro, lo que significa que eran parte y cómplices de aquellos, sobre todo cómplices.
El caso es que el tipo no tenía pinta de sádico. Joven, de unos veinticinco años, más o menos, parecía más bien un chico de buena familia y comunión diaria. No alzaba mucho la voz, ni era de los que echaban mano de la regla a las primeras de cambio para imponer el orden. El tenía un sistema más personal, más efectivo y, sobre todo más divertido... Para él. Y, tristemente, también para nosotros.
En aquel tiempo de oscuridad, miseria y hambruna, el sábado era un día lectivo más en las escuelas, aunque con clase sólo por la mañana. ¡Y aquel era el gran día! Durante la semana, don Francisco había ido anotando en su libretita de pastas negras al que hablaba en clase, al que reía, al que no había hecho la tarea o llevaba el cuaderno lleno de lamparones, etc. Y el sábado era el día de impartir justicia, como lo llamaba, con una aviesa sonrisilla atravesada en la boca. El eminente profesor tenía un amplio y variado repertorio de penas. Yo, ahora, en aras de la brevedad, describiré solamente las dos más relevantes y, sin duda, más ilustrativas: el toreo y una variedad del abejorro, más escueta, pero también más contundente.
La impartición de la justicia por parte del profesor empezaba siempre con el toreo. Don Francisco, un gran pañuelo rojo en la mano izquierda, a guisa de capote, y regla de reglamento en la derecha, se dedicaba a torear a los que iba nombrando de la lista de su libreta, en el espacio existente entre la tarima, donde se situaba su mesa, y las bancas. Uno a uno los toreaba de modo que el toro debía embestir doblado, simulando ser un toro de verdad, con las manos en las sienes y los dedos índices extendidos, para que parecieran los cuernos del burel, y al pasar, siguiendo al pañuelo, que el diestro movía con gracia insuperable, don Francisco le soltaba en el culo un reglazo de categoría, entre los oles y los aplausos obligatorios del resto de la clase, que debíamos mantenernos atentos en nuestras bancas. Diez, doce, catorce pases daba el torero, hasta que remataba la faena cuadrando al toro y entrando a matar, suerte que llevaba a cabo descargando un último reglazo en la espalda del alumno, niño de no más de diez años.
La variedad del abejorro se quedaba siempre para el final. Sentado en su mesa, el maestro, si se le podía llamar así, nombraba a dos de los alumnos anotados en su libretita y le pedía que se situaran frente a frente en el mismo espacio en el que él había estado toreando. A continuación, en el silencio expectante de la clase, exclamaba: "Muñoz, dale una bofetada a Zamorano." Muñoz alzaba la mano y descargaba en la mejilla de Zamorano una bofetada tan suave que era poco más que una caricia. "¡Más fuerte, maricón!", alzaba la voz don Francisco. "Ahora tú, Zamorano." La bofetada de Zamorano era un poquitín, sólo un poquitín más fuerte que la de su oponente. "¡Más fuerte, maricón!", se crispaba la voz de don Francisco. Al tercer envite, don Francisco ya no tenía que arengar a los condenados: las bofetadas eran cada vez más enérgicas, más sonoras, al tiempo que las mejillas de los colegiales enrojecían y se inflamaban. Más de uno terminaba este pseudo combate echando sangre por la nariz y alguno, aunque rara vez, incluso por el oído, pero a ver quién era el guapo que se quejaba, si estábamos allí por caridad y nos estaban educando para ser hombres de provecho, cristianos de ley y patriotas de cuerpo entero. 

Imágenes: Internet.

viernes, 20 de agosto de 2021

LA SANIDAD EN ANDALUCÍA

La sanidad pública en Andalucía, y me temo que en toda España, funciona mejor que simplemente bien gracias al esfuerzo personal de la gran mayoría, que no todos, de su personal médico, de enfermería, administrativo y de limpieza, sí, también de limpieza, que se nos suele olvidar la enorme importancia que la limpieza tiene en todas partes, pero mucho más en un hospital. Los políticos, en cambio, llevan años no sólo bastante despreocupados de ella, que ya sería grave, sino tratando de apoyar a la sanidad privada en detrimento de la pública. Una situación que se ha agravado desde que, merced a los votos de los andaluces, todo hay que decirlo, gobierna en Andalucía el PP y Ciudadanos, con el apoyo imprescindible de VOX.


¿Y a qué viene todo este exordio? Pues viene a lo siguiente: Mi mujer está pendiente de una colonoscopia, nada, en principio, realmente importante, sino porque un hermano tiene cáncer de colon y ios doctores han recomendado que todos los hermanos se hagan esa prueba. Hace cinco días, después de casi un mes de espera, desde que el médico de atención primaria cursó la petición, la llamaron de Reina Sofía proponiéndole hacerse la prueba en el Quirón, un hospital "privado", para "acortar la listas de espera", dijo textualmente la señora que llamaba, una administrativa, posiblemente.
Mi mujer se negó. Dijo que a ella donde tenía que hacerle la prueba era en la sanidad pública, que era donde estaban tratando a su hermano. Seguidamente, le preguntó si podía decirle cuándo más o menos la llamarían. La señora respondió que eso ella no lo sabía.
Me gustaría suponer que tod@s l@s a los que llamó la señora proponiéndole lo mismo se negaron también, pero tengo para mí que la negativa es muy minoritaria en estos casos.
Evidentemente, las listas de espera no se acortan así. De este modo lo que se hace es engordar la sanidad privada con el dinero de la pública, que es dinero de todos los que pagamos impuestos, porque si una colonoscopia, por ejemplo, cuesta en la sanidad pública equis euros, en la sanidad privada no tiene más remedio que costar equis más una cantidad de euros, es decir, que tiene que salir más cara. Las listas de espera se acortan empleando ese dinero en la contratación de personal, cosa que no se está haciendo. Ante esta circunstancia, uno está en su derecho de pensar que esto no se hace gratis, sino que algo trincará el Consejero de Sanidad y Familias, que es el señor que aparece más abajo, del beneficio que obtiene la privada, en el caso de la colonospia de mi mujer, el hospital Quirón.


(Y aquí introduzco un pequeño paréntesis para afirmar 
en primer lugar que particularmente cada uno con su dinero puede hacer lo que le parezca oportuno, entre otras cosas, acudir a la medicina privada. Ahora bien, no sé lo que ocurre en otros países, pero en España decir sanidad privada es decir una falsedad, porque en España esa sanidad no existe. Lo que existe, y no es lo mismo, son empresas médicas de capital privado que reciben buena parte de sus ingresos de la sanidad pública, ingresos sin los cuales hoy por hoy no se sostendrían.)
Así, pasito a pasito, se va liquidando la sanidad pública. Yo no veré su final, pero los jóvenes es más que posible que sí lo vean. Cuando eso ocurra se enterarán de lo que vale en realidad el pescado y lamentarán mil y mil veces no haberse movido en su momento para detener este proceso infame.

Imágenes: Internet

miércoles, 18 de agosto de 2021

LOS FANTASMAS DE GOYA


Los Fantasmas de Goya es el título de una película hispano-norteamericana rodada en 2006 bajo la dirección de Milos Forman, con Natalie Portman, Stellan Skarsgärd y Javier Bardem como principales protagoniscas.
Narra la historia de Inés Bilbatúa, una jovencita, casi una adolescente todavía, hija de un rico comerciante madrileño amigo de Goya, quien, al comenzar la película, se encuentra pintando el retrato de la muchacha. Isabel es acusada de herejía ante la Inquisición, detenida y encerrada en la cárcel madrileña de la siniestra organización, en la que pasará nada menos que doce años y en la que sufrirá toda clase de vejaciones, incluida su violación con su correspondiente embarazo. Y de la que para obtener su libertad de nada valdrán ni las gestiones de Goya ante su amigo, fray Lorenzo, ni las importantes donaciones económicas del padre a la Iglesia.
La película no es gran cosa. Forman, que ya había dirigido Amadeus, por la que obtuvo el oscar al mejor director, y Valmont, traslado a la gran pantalla de la célebre novela Las amistades peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos, traza aquí poco más que un folletín, en el que los fantasmas de Goya, nombre que hace referencia a las pinturas negras, se quedan en eso, en alicaídos fantasmas que pasan por la escena apenas como suspiros o como sombras de algo que no se acierta a ver en ningún momento.


No obstante, la cinta tiene, a mi juicio, dos virtudes que hacen muy recomendable su visión. En primer lugar, el excelente trabajo de Javier Bardem en su doble papel de inquisidor y de afrancesado. Luego, una larga secuencia que pone de relieve de manera contundente lo que fue la institución eclesiástica que, sin el menor pudor, recibía indistintamente los nombres de Santa Inquisición y Santo Oficio
Desesperado el padre porque pasa y pasa el tiempo y no consigue la libertad de su hija, decide pasar a la acción directa. Con la ayuda de Goya invita a comer en su casa al hermano Lorenzo, comida a la que, además del comerciante, asisten sus dos hijos, dos jóvenes de muy buena planta, fuertes y apuestos, y, naturalmente, Goya.
Mientras comen, el comerciante saca el tema de la tortura, a la que, con el mayor cinismo que imaginarse pueda, la Inquisición no la denominaba tortura, sino que le daba el nombre de cuestión, es decir, que aplicar tortura a un acusado era someter a cuestión.  El padre de Isabel se encara directamente con fray Lorenzo y le dice que bajo tortura hasta la persona más fuerte puede confesar cualquier cosa, por absurda que fuese. Fray Lorenzo, un Bardem que exhibe un cinismo excelso, le contesta que tal cosa no es posible porque si el acusado es inocente Dios le da fuerzas para soportar la cuestión sin abrir la boca.
Después de un breve intercambio de pareceres en el que cada uno mantiene su posición, el comerciante dice: "Vamos a comprobarlo", y dirigiéndose a sus hijos: "Atadlo." Los hijos, que ya están preparados, agarran al fraile y proceden a atarle las manos a la espalda, mientras el comerciante pide a Goya que se marche, para evitarle muy posibles problemas futuros.


Goya sale y los muchachos cuelgan a fray Lorenzo del techo y el señor de la casa le pide que confiese que no es humano, sino que es el hijo de una mona. Fray Lorenzo se niega, pero los hijos lo van alzando del suelo, una de las torturas más suaves que empleaba la Inquisición, y apenas le han dado dos tirones el fraile confiesa lo que le pide el comerciante. Pero la secuencia no acaba aquí, concluye cuando bajan al fraile y firma el documento con su confesión que el padre de Inés tenía preparado de antemano, seguro de que su intuición no lo engañaba.


La inmensa mayoría de los historiadores siguen quitándole hierro a esta institución eclesiástica o a pasar de puntillas junto a ella. Con mareante insistencia, unos y otros recurren siempre a dos argumentos: La Inquisición no fue tan fiera como algunos pretenden y la tortura se aplicaba también en el mundo civil, incluso con mayor dureza. Ambos argumentos constituyen una pura falacia y ambos son muy fáciles de contrarrestar, aunque qué poquitos son los que se deciden a hacerlo.
En primer lugar y en cuanto al segundo argumento: el hecho de que a mi alrededor haya, por ejemplo, muchos ladrones, incluso que todo el mundo robe, no me da a mi derecho alguno ni legal (aunque haya leyes que lo permitan) ni mucho menos moral para robar también. Y en segundo lugar: Cómo puede la Iglesia Católica, que se dice fundada por Aquel que dijo: "Cuando os den una bofetada en una mejilla poned la otra." Y también: "Amad a vuestros enemigos.", cómo puede crear un organismo para perseguir y torturar a seres humanos que ni siquiera son sus enemigos. Es evidente que una Iglesia que actúa de este modo es un Institución que, por más que mantenga los textos y todo la parafernalia que ello conlleva, ha olvidado por completo los mandatos de su Fundador y se ha convertido en una entidad podrida que sólo vela por su mantenimiento.

Imágenes:
Pinturas de Goya
Fotogramas de la película.
Internet

sábado, 14 de agosto de 2021

MIEDO



Sin miedo no hay religión. O, dicho de otro modo, el miedo es el pilar básico de la religión. Con el miedo, como un peso angustioso, sofocante, aparece el espectro de la culpa y, con ésta, la necesidad de expiación, que, por si ella no contuviera por sí misma suficiente sufrimiento, convierte la vida en una herida abierta muy difícil de cerrar. Los pastores lo saben y tratan de inocular dicho miedo en los fieles y lo hacen siguiendo pautas que van cambiando según la época histórica.


Una de las formas más eficaces de inocular el miedo es la amenaza de lo que nos puede ocurrir si incumplimos una norma o dejamos de cumplir una obligación, ambas impuestas por el amenazante. 
En la Biblia católica, cuya religión es la que nos atañe por estas tierras, la amenaza aparece ya en el capítulo dos, página segunda, versículos 16 y 17, del primero de sus libros, el Génesis. Aquí se lee textualmente: "Y Dios impuso al hombre este mandamiento: De cualquier árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio." Si seguidamente se cuenta la transgresión de la norma y el cumplimiento de la amenaza, como, en efecto, ocurre en este caso, la inoculación del miedo está asegurada.
Todo el Antiguo Testamento está plagado de este tipo de amenazas: "Si no obedeces la voz de Yahvé tu Dios... Yahvé hará que se te pegue la peste..., te herirá de tisis, de fiebre, de inflamación, de gangrena, de aridez, de tizón, de añublo..." se dice en el Deuteronomio y, como se ve, todas las amenazas son terrenales, porque todavía no existía la vida eterna ni, en consecuencia, el infierno. De hecho, los judíos bíblicos no creyeron jamás en estas cosas.
El Nuevo Testamento no se queda atrás en cuanto a amenazas. La Biblia católica (yo manejo la de Jerusalén y la Nácar Colunga) está organizada arteramente. En el Nuevo Testamento la Iglesia coloca en primer lugar los evangelios, empezando por el de Mateo, cuando se sabe con absoluta certeza que los primeros escritos referidos al cristianismo son las epístolas de San Pablo. Además, el primer evangelio que se escribió no es el de Mateo, sino el de Marcos, del que beben tanto Mateo como Lucas. San Pablo no cuenta nada de la vida de Jesús, sólo da cuenta de su muerte, sin narrar el hecho, y de su resurrección. Y este es el motivo por el que la Iglesia coloca sus cartas detrás de los evangelio, para dar a entender que si Pablo no dice nada de la vida de Jesús es porque ya estaba contada. 


Bien, pues el Apostol de los Gentiles, como se le conoce en el argot católico, escribe sus cartas soltando amenazas cada dos por tres. Ya en la primera, dirigida a los Romanos, en el capítulo uno, versículo 18, larga: "...la cólera de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad e injusticia de los hombres." Y en el capítulo dos, versículo 5: "Por la dureza y la impenitencia de tu corazón vas atesorando contra ti la cólera para el día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios."
Pero el miedo no se queda sólo en la Biblia. Aparte los escritos de los llamados Padres de la Iglesia, en la Edad Media surgieron numerosos predicadores que iban de ciudad en ciudad aterrorizando a los creyentes, todos los habitantes, por narices, en aquella época, con cohortes de flagelantes y pavorosos sermones. Quizás el ejemplo más contundente de estos predicadores fue San Vicente Ferrer.
Poco después, la Iglesia crea la Inquisición, una organización que reunía todas las características para inducir no sólo miedo, sino terror, allí donde actuaba; por ejemplo, en España, donde estuvo en vigor desde 1478 hasta 1833, nada menos que la friolera de 355 años.
La clave principal del catolicismo no estriba en la predicación de Jesús, ni en sus milagros, ni en su pasión y su muerte, sino en su resurrección. Lo repite San Pablo una y otra vez: Si Cristo no hubiera resucitado, viene a decir, nuestra fe no tendría ningún valor. 


Sin embargo, el Concilio de Trento, que se celebró entre 1545 y 1563 con el propósito de hacer frente a a Reforma Protestante, potencia hasta el paroxismo la Semana Santa, durante la que se conmemora la pasión y muerte de Cristo durante siete días con innumerables procesiones de Cristos sufrientes y Vírgenes llorosas, dejando sólo un día para celebrar, más bien lánguidamente, la resurrección. El objetivo no confeso, pero claro, de esas procesiones con tan tétricas imágenes, rodeadas de cirios y precedidas por largas filas de penitentes vestidos con túnicas muchas veces negras y encapuchados con siniestros capirotes, no es otro que el de seguir insuflando miedo a la gente.


La mejor etapa de la vida para que el miedo cale y se grabe profundamente en los individuos es la infancia. Eso lo han sabido desde siempre los pastores mejor que hoy los psicólogos. A los niños de mi generación, en plena dictadura franquista, nos metieron el miedo por las bravas, a martillazo limpio, con descripciones terroríficas del infierno y aterradoras explicaciones de la eternidad.
La ampliación de la libertad tras el fin de la dictadura, la mejora de la economía y una mayor cultura, cambiaron las reglas del juego, el rebaño se disgregó y muchos de sus componentes se alejaron de él, por eso los pastores cambiaron el método y desde entonces el miedo a los fieles se inocula de un modo mucho más sibilino. El mejor ejemplo de este nuevo tiempo lo encontramos en el papa Juan Pablo II. 


¡Qué gran actor fue este hombre y, como tal, qué gran farsante! Hizo viajes por todo el mundo, viajar era la mayor de sus aficiones, y allí donde llegaba, ante las multitudes de fieles que se concentraban frente a él exclamaba en el idioma del país y con su voz más gutural: ¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo! No especificaba a qué no había que tener miedo, era suficiente. Y es que cuando se oye una exhortación como esa sin venir a cuento, la mente del oyente entra en una nebulosa, pierde el equilibrio y la brújula e imaginando todos los males que pueden sobrevenirle, que
da completamente a merced del exhortador.

Imágenes:
San Pablo: Pintura de El Greco
Las demás, de Internet.

 

domingo, 8 de agosto de 2021

CONSTANTINO EL GRANDE

¡Y tan grande!


A Lactancio y a Eusebio de Cesarea, dos de los propagandistas cristianos con menos escrúpulos de la historia, se les caía la baba enumerando sus incontables méritos. Ahí va una cita:
"En la misma época se cumplió el vigésimo aniversario de su reinado. Con tal ocasión, en las restantes provincias se celebraron reuniones públicas festivas, y para los siervos de Dios el emperador organizó banquetes en los que participó él mismo... (y) para hacer a Dios una ofrenda digna de Él, ni uno sólo de los obispos se echó en falta en la mesa del emperador."
Esta cita, cuyas negritas son del que escribe, pertenece a la pretendida biografía del emperador escrita por Eusebio, que fue obispo de Cesarea y que, por supuesto, no faltó a los banquetes.
¿Qué no se entiende la alabanza? Sigan y verán.
Treinta y tantos años antes de aquellos banquetes Diocleciano había establecido una tetrarquía para gobernar el imperio, con dos augustos como emperadores y dos césares que llegarían a augustos tras la renuncia o la muerte de los primeros. Constantino acabó con aquel sistema y se erigió en dueño absoluto del imperio. 
Desde su puesto se puso decididamente de parte del cristianismo y a partir del 313, año de su victoria sobre Majencio en la famosa y legendaria batalla del Puente Milvio, emitió edicto tras edicto que favorecían a la recién llegada nueva religión. Entre los más sobresalientes, cabe citar los siguientes:


1.- Prohibición de la haruspicia o adivinación por medio de las vísceras de las aves; también de la magia y de los sacrificios privados. Ambas prohibiciones constituían un ataque frontal a los sacerdotes (llamados por los cristianos) paganos, que tenían en estos menesteres una de sus principales funciones.
2.- Otorgamiento a los obispos de poder judicial, tanto en las causas religiosas como en las civiles. De este modo, un obispo podía fallar en una denuncia por robo, por ejemplo, y su fallo era inapelable; eso sí la ejecución de la sentencia le correspondía al poder judicial, que lo señores clérigos no se han manchado jamás la manos con esta minucia. Semejante poder no lo tuvieron jamás los sacerdotes paganos.
3.- Otorgamiento a la iglesia del poder de manumitir o liberar a los esclavos (la Iglesia no se opuso jamás a la esclavitud), que hasta entonces había correspondido exclusivamente al Estado
4.- Otorgamiento a la Iglesia del derecho a recibir herencias, jugosísimo negocio que, cuarenta y tantos años más tarde, el propio Estado se vio obligado a cancelarlo debido a la insaciable capacidad de acaparación del clero cristiano.
5.- Exención de las cargas y tributos impuestos con anterioridad a los cristianos, formaran parte del clero o no, así como devolución de los bienes incautados, con el detalle de que si el titular era un laico, había fallecido y no quedaban herederos dichos bienes pasaban a la Iglesia.
El emperador emitió bastantes más decretos favorables a los cristianos, pero a la vista sólo de estos cinco que se enmarcan en el cuadro general de hostigamiento al paganismo, ¿a quién puede extrañar el gran amor que los cristianos profesaron y profesan a Constantino? De hecho, la Iglesia Oriental u Ortodoxa lo elevó a los altares y como santo lo venera.
¿Pero quien era en realidad este buen caballero? Independientemente de los favores otorgados a los cristianos, ¿gozó para tan alta estima de valores humanos o morales más o menos relacionados con la prédica cristiana? Veámoslo: Era hijo de Constancio Cloro, uno de los dos césares, en los tiempos en que Diocleciano y Maximiano eran augustos. Su madre, la famosa Santa Elena, descubridora de la cruz de Cristo, fue meramente una concubina de su padre. Este hecho no resta ni un ápice a las posibles honradez y honestidad del Emperador. Otra cosa es que él, lo mismo que su padre, practicara también el concubinato, en su caso, con Minervina, con la que tuvo a su hijo Crispo.
Empezó su carrera política convirtiéndose en césar con la aclamación del ejército de Britania. Seguidamente, tras abandonar a Minervina, se casó oficialmente con Fausta, hija de Maxiamiano, uno de los dos augustos. Con esta dama tuvo tres hijos y dos hijas. Se alzó contra su suegro, al que derrotó y al que hizo ahorcar en Massilia, la actual Marsella. En su camino hacia el poder absoluto, se enfrentó a Licinio, hijo de Maximiano, augusto de Oriente, esposo de su hermana Constancia y, por tanto, su cuñado. Lo derrotó y ordenó su estrangulamiento. Por si caía en la tentación de disputarle el poder, hizo estrangular también a Basiano, hermano de Licinio y esposo de su hermana Anastasia.
En su caritativa carrera, Constantino mandó asesinar a su hijo Crispo, del que le habían llegado noticias de que tenía relaciones carnales con su madrastra Fausta, noticias casi con toda seguridad falsas. Pero por si eran verídicas, además de cargarse a su hijo, San Constantino hizo ahogar a Fausta en su baño y, como buen cristiano, ordenó entregar al papa las abundantes propiedades que la difunta había poseído en vida en el barrio lateranense de Roma. Él, por su parte, lejos de guardar fidelidad a su esposa, tuvo numerosos amoríos, que, sin embargo, en su ambición de poder, no le impidieron provocar guerra tras guerra, sacrificando no sólo la vida de sus soldados, sino la de innumerables seres humanos cuyo único afán consistía en vivir en paz.
Es decir que, como tantos guerreros, políticos e incluso grandes empresarios de ayer y de hoy ansiosos de poder, Constantino era ante todo un déspota asesino. Y la Iglesia, en lugar de repudiarlo, no tuvo escrúpulos para buscar su cobijo y continuar, como anhelaba Agustín de Hipona, creciendo y desarrollándose. Con la figura de este emperador la Iglesia pone en práctica por primera vez la técnica del silencio, una técnica que desde entonces los dirigentes eclesiásticos no han duda en emplear una y otra vez y que consiste en relatar no la totalidad de los hechos, sino sólo aquellos que le son favorables. Se trata de la forma de mentir más perversa que existe, pues no expresa la mentira en lo que dice, sino en lo que calla, y eso es mucho más difícil de descubrir; una técnica en cualquier caso destinada no a la búsqueda y exposición de la verdad, sino exclusivamente a la defensa de sus intereses.

miércoles, 4 de agosto de 2021

PANDORA

Hace un par de semanas alguien cercano a mí me comentaba que si el siglo XX había sido el de la tecnología, el XXI sería el de la biología.


Francamente, yo no lo voy a ver, seguro, pero preferiría que fuera el siglo de la mujer y si fuera todo el milenio, mejor que mejor. Desde los tiempos más remotos, los hombres hemos dado pruebas más que suficientes de nuestra incompetencia para gestionar los asuntos públicos, de manera que va siendo hora de que dejemos paso a quienes, sin duda, pondrán en el envite, delicadeza, amabilidad, solidaridad, compasión y capacidad de diálogo, cualidades que en el hombre ocupan áreas de su forma de ser más bien secundarias.
Desde luego, de una cosa podemos estar seguros: la mujer no le dará jamás al hombre el trato que éste le ha dado a ella a lo largo de la historia y, en buena medida, le sigue dando todavía. Revestido en muchas ocasiones de falso encumbramiento, ha habido y hay por parte del hombre un menosprecio de la mujer que, al tiempo que ensalza su atractivo, la convierte en un ser secundario e insignificante, el ser bello pero peligroso que venía a decir Hesiodo.
Desde siempre al ser humano le ha preocupado la existencia del mal; no del mal abstracto y con mayúsculas, que ese no existe, por más que se empeñen la mayoría de los filósofos, sino de los múltiples males concretos que nos acechan a diario. En la cultura occidental, que es en la que nos movemos nosotros, no hay nadie que no sepa que los males entraron en el mundo por culpa de una mujer, Eva, según la Biblia, y Pandora, según la mitología griega.
Tal afirmación constituye una de las muestras más relevantes de ese desprecio  que al hombre le merece la mujer y que yo creo que en el fondo lo originan a partes iguales la envidia y el temor de y a sus capacidades. Primero, porque la Biblia fue escrita por hombres y no es más que una invención, la forma de encontrar una explicación a nuestra complicada situación en el mundo, que siendo a posteriori la presentan como si fuera a prioriY en cuanto a Pandora, porque aun siendo también una invención, la historia verdadera no es la que conoce todo el mundo.
Esta, la verdadera historia la cuenta, precisamente, Hesiodo, poeta griego del siglo VII antes de nuestra Era, al que algunos creen contemporáneo de Homero, que ordenó y puso por escrito la totalidad de la mitología, transmitida hasta aquel momento por vía oral.
En su Teogonía, obra que fue ensalzada nada más hacerse pública y que al día de hoy sigue constituyendo uno de los pilares del estudio de la cultura y la mitología griega, el poeta cuenta en preciosos versos cómo Zeus, el primero de los dioses, encargó a su hijo Efesto, dios del fuego y de las artes que necesitan de este elemento, la creación de un ser vivo hecho solamente de tierra y de agua. Efesto hizo una mujer de tal belleza que cuando Zeus la vio se quedó maravillado, tanto que, advirtiendo que superaba en mucho a la totalidad de las diosas, comprendió que no podía mantenerla en el  Olimpo, sino que tenía que ser mortal y, por tanto, humana. Entonces el dios mensajero Hermes, que tenía su puntito de malvado y de bromista, le puso a aquella soberbia mujer el nombre de Pandora, que en griego significa Todos los dones, un nombre más bien sarcástico, porque, al mismo tiempo, le hizo entrega de una preciosa caja con el encargo de que, cuando llegara a la tierra, se la entregara a Prometeo.


Prometeo, siempre según Hesiodo, era un titán que había creado a la humanidad y que había procurado que los hombres se pareciesen a los dioses, para lo que, entre otras cosas, les enseñó el alfabeto, los números, la medicina, la navegación, a domesticar animales y, sobre todo, les regaló el fuego. Desconfiando de las intenciones de Hermes, el titán se negó a aceptar la caja. Pandora entonces se la ofreció a
Epimeteo, hermano de Prometeo, quien, incapaz de contener su curiosidad, la abrió y, al hacerlo, de ella salieron todos los males que nos aquejan, que al estar dotados de alas se extendieron rápidamente por toda la tierra. En la caja únicamente quedó la esperanza.
El muerto, sin embargo, recayó sobre Pandora, y lo hizo tan eficazmente que la vedad quedó sólo para conocimiento de los eruditos.