martes, 31 de mayo de 2022

UN EJEMPLO DE CATÓLICO


Por nefastos y hasta criminales que puedan ser sus propósitos y sus hechos, en todos las organizaciones, en todos los grupos humanos hay gente buena, amable, ecuánime e incluso honrada. También entre los católicos, a pesar de que éstos, convencidos como están de poseer la única verdad realmente verdadera, la verdad absoluta, andan en su inmensa mayoría sobrados de soberbia, de jactancia y hasta de hipocresía, que es lo que le ocurre al tipo del que voy a hablar.
El veintiocho del pasado mes de mayo murió el cardenal Angelo Sodano, mano derecha de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. Alguien puso la noticia en el facebook, con fotografía incluida, y enseguida aparecieron comentarios, uno, dos tres... cinco..., todos ellos hablando en sentido negativo del cardenal, que fue nuncio apostólico en Chile durante la época de la dictadura de Pinochet, con el que tuvo una excelente relación, a pesar de conocer las desapariciones, las torturas y los asesinatos cometidos por el régimen, y del que se sabe que en vida fue encubridor de pederastas y depredadores sexuales, por ejemplo, del fundador de los Legionarios de Cristo, el mexicano Maciel. Bien, pues al sexto o séptimo comentario, saltó un caballero (no anoté su nombre y no logro recordarlo) diciendo:
"Si hablarais de otras cosas del mismo modo que de la Iglesia... Pero no, tenéis que hacerlo siempre insultando a los católicos."
Francamente, este comentario me molestó no poco, porque aunque, hasta aquel momento, los comentarios eran negativos no tenían nada de insultantes, pero, sobre todo, por lo muy cortitos de lacha que van estos católicos para sentirse ofendidos por el más mínimo comentario crítico, con todas las prebendas de las que disfruta la Iglesia en este país. Así es que le contesté:
"¿250 procesiones al año en una ciudad, además de las de Semana Santa, te parecen un insulto a los católicos?
Si lo prefieres podemos darle un repaso a la historia.
Aunque si de verdad creyeras te escandalizaría el lujo en el que viven esos señores."
El señor católico debió pensárselo detenidamente, porque tardó un poco en responder, pero respondió:
"¿Te molesta? Pues ya sabes..."
La respuesta me dejó un tanto perplejo. ¿Qué me molestaba a mí, las procesiones, la historia de la Iglesia, el lujo de los cardenales? Y ya sabía yo, ¿qué? ¿Que el que se pica ajos come? ¿Que me jodiera? No lo sabía. En cualquier caso, le repliqué sin alterarme:
"Vaya, no respondes a mi pregunta ni haces alusión alguna al resto de mi comentario."
Aquí el que debió picarse fue él, porque prorrumpió:
"Porque no entenderás nunca ni la idiosincrasia ni las tradiciones de tu ciudad. Pero, mira, si no te gusta no tienes más que coger la maleta."
Yo no entro al trapo, porque hacerlo con esta gente es entrar en un terreno fangoso del que se sale absolutamente embarrado, así es que le contesté:
"Vaya, de víctima pasas a acusador. Y, además, te permites el lujo de pretender que me marche de mi ciudad. Algo hemos ganado. En otro tiempo me habrías mandado a la hoguera. Pero sigues sin contestar mi pregunta: ¿250 procesiones al año en una ciudad te parecen un insulto a los católicos?"
Como yo no le seguía el rumbo, el tipo debía de estar cabreándose bastante, porque replicó en un tono claramente airado.
"La víctima eres tú que no quieres reconocer la economía que mueven las cofradías y las hermandades con el turismo, ni la labor social y de caridad que realizan. Y es a causa de tu resentimiento de ateo."
Y yo, a la carga de nuevo:
¡Vaya! No contestas a mi pregunta y además mareas y mareas la perdiz para poner el asunto a tu favor. La técnica habitual. Vamos a ver: ¿he dicho yo que me molesten las procesiones? ¿He dicho yo que no crea?. No lo he dicho y, además, ni me conoces de nada ni sabes nada de mí y, no obstante, te quitas la piel de corderito, es decir, de víctima, y me acusas de ser un resentido y de ser ateo. No, yo me he limitado a hacerte una pregunta: ¿250 procesiones al año, además de las de Semana Santa, te parecen un insulto a los católicos? Contéstala, hombre, que no es tan difícil. Y ya de paso, ¿te has preguntado alguna vez por qué nadie critica ni dice nada de las distintas confesiones cristianas protestantes que existen en mi ciudad y en el país?"
Cómo estaría el tipo que aquí ya no contestó. Sencillamente me eliminó. Pero así son ellos, o la inmensa mayoría de ellos, empezando, desde luego, por la jerarquía: víctimas fingidas que se revuelven con saña en cuanto alguien los critica o contradicen o trata de minimizar, aunque sea livianamente, la enormidad de privilegios de los que siguen gozando en este país.

lunes, 30 de mayo de 2022

EL FINAL DE UN EMPERADOR

Históricamente, enfrentarse al papa, al Vaticano, se ha pagado. Todavía hoy, en unos sitios más que en otros, no resulta fácil frenar los desmanes que la Iglesia Católica acostumbra a perpetrar. Teniendo en cuenta estos desmanes y la forma de perpetrarlos, no son pocos los que comparan a la Iglesia con la mafia, pero aunque, para quien tiene ojos para ver y oídos para oír, no pueden negarse ciertas afinidades con la organización secreta dedicada al enriquecimiento de sus miembros mediante la comisión de delitos, la Iglesia católica es mucho más que una mafia.
Ante todo, la Iglesia es un entidad organizada para durar. El evangelio de Mateo, capítulo 16, versículo 18, da cuenta de la promesa de Jesús de la siguiente manera: "Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella." Con esta promesa debía bastar para que la Iglesia durase y durase hasta el fin de los tiempos, pero se ve que ni jerarquía, ni sacerdotes de a pie, ni monjes ni monjas e incluso ni los propios fieles se fían demasiado, no sabemos si de Jesús o de Mateo, y todos se aplican antes que nada a conseguir que la organización perdure, aplicando los medios y las acciones necesarios en cada momento, no importa cuáles sean, legales o ilegales, morales o inmorales.
Esta breve introducción, un tanto reduccionista, era necesaria para explicar el final de Enrique IV, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Como se sabe, su enfrentamiento con el papa Gregorio VII (1073-1085) por el asunto de las investiduras tuvo un primer acto cuyo final supuso un clamoroso triunfo del papa, al obligar al monarca a desplazarse en pleno invierno hasta el castillo de Canosa, a cuyas puertas lo mantuvo Gregorio durante tres días antes de permitirle pasar y concederle su perdón, mediante el levantamiento de la excomunión.
Pero el asunto tuvo un segundo acto. Y en este, Enrique, tras dejar pasar el tiempo, se presentó en Roma con su ejército y obligó al papa a huir a Salerno, donde murió, tras dejar para la posteridad la frase más famosa de su pontificado: "He amado la justicia y odiado la iniquidad, por eso muero en el destierro." A lo largo de sus años como papa, Gregorio VII, buscó con toda su energía la instauración de una teocracia universal, es decir, el gobierno del mundo por parte de la Iglesia, la unión en la persona del pontífice de la cruz y de la espada, considerando que era la única solución de justicia para poner remedio a las luchas continuas y las oscuridades de aquella Edad sombría que le tocó vivir, pero en este camino no dudó ni un instante en utilizar todo tipo de medios incluidas numerosas iniquidades. 
Fueron pasando los años y, aunque el papado de Gregorio VII había concluido con un fracaso, el proyecto de la teocracia prosiguió su camino a cargo de los pontífices que le sucedieron: Víctor III (1086-1087); Urbano II (1088-1099), el promotor de la primera cruzada y furibundo teócrata; y Pascual II (1099-1118). Urbano pretendió mantener la lucha por las investiduras, pero ya no con la energía y decisión de Gregorio VII, que concebía la teocracia como un proyecto supranacional y, por tanto, iba más allá de su pelea con Enrique IV. Para Urbano II el asunto declinó hacia sólo un enfrentamiento con el emperador. Enrique IV captó rápidamente la diferencia, de modo que delegó en su hijo Conrado, el tratamiento del asunto con el pontífice.
Pascual II, sucesor de Urbano, dio un paso más y con la habilidad para la conspiración tan propia de la jerarquía eclesiástica, incitó a Enrique, hermano de Conrado, a rebelarse contra su padre, prometiéndole todo tipo de prebendas. El papa tuvo que insistir, pero, finalmente, Enrique lo obedeció, consiguiendo ser nombrado rey en la Dieta de Maguncia. Enrique IV, ya anciano y lleno de achaques, se encontraba por aquellos días en el castillo de Ingelheim y hasta allí llegaron los arzobispos de Worms, Colonia y Maguncia. Soberbios y con muy malos modos exigieron a Enrique la abdicación. Sorprendido tanto por la visita como, más aún, por la petición, el emperador preguntó a qué se debía semejante exigencia, a lo que los arzobispos respondieron textualmente: "Porque durante muchos años has desgarrado el seno de la Iglesia de Dios; porque has vendido los obispados, las abadías y dignidades eclesiásticas; porque has violado las leyes sobre la elección de obispos, por todos estos motivos han decidido el soberano pontífice y los príncipes del imperio echarte del trono y de la comunión de los fieles."
Aun achacoso y casi sin fuerzas, Enrique replicó: "Pero vosotros, arzobispos de Maguncia y de Worms, que me formuláis estas acusaciones y me condenáis por haber vendido las dignidades eclesiásticas, decidme: cuánto os pedí por vuestras iglesias; y si no os pedí nada, como no podéis menos que confesar, si he cumplido mis deberes con vosotros, ¿por qué me acusáis de un crimen que no he cometido? ¿Por qué os juntáis a los que han hecho traición a su fe y a sus juramentos? Tened paciencia por unos días, esperad el término natural de mi vida cuya proximidad anuncian mi edad y mis padecimientos."
Ante la respuesta del emperador, que no contenía más que la realidad, ambos arzobispos dieron marcha atrás en sus pretensiones, pero el de Colonia se mantuvo inflexible. "¿Por qué vacilamos?", prorrumpió. "¿No cumple a nosotros consagrar a los reyes? ¡Si al que hemos revestido con la púrpura es indigno, despojadlo de ella!" Entonces los tres arzobispos se abalanzaron sobre Enrique y le arrebataron los ornamentos reales, salieron del castillo y se los llevaron a su hijo.
El emperador llegó a enfrentarse militarmente a su hijo hasta en dos ocasiones, pero en las dos salió derrotado y la venganza papal cayó sobre él en forma de anatema. Como un apestado vagó de una ciudad a la otra del que había sido su reino. Nadie se apiadaba de él, por el temor que por entonces provocaba la Iglesia, un temor que hoy no son pocos a los que les gustaría ver reproducido. En Spira, en un templo que cuya construcción él mismo había ordenado y sufragado, ante una asamblea eclesiástica, encabezada por el obispo de la diócesis, Enrique solicitó hospitalidad, suplicando: "Amigos míos, compadeceos de mí. ¡Ved la mano del Señor que me castiga!" Pero ni aun arrastrándose de aquel modo consiguió ver atendida su súplica.
Unos días más tarde, Enrique fallecía de pena en Lieja, en cuya catedral fuel enterrado. Pero el papa Pascual II no sólo era vengativo, sino también cruel, ordenó desenterrar el cadáver y lo mantuvo insepulto en una celda de la misma catedral durante cinco años.

Fuentes:
Historia de las papas.- José María Laboa
Historia política de las papas.- Pierre Lanfrey
Historia de la Iglesia.- Llorca, Villoslada, Leturia y Montalbán
Los círculos del poder.- Antonio Castro Zafra.

Imágenes: 
Primera: Enrique IV. De Enciclopedia Católica
Segunda: Pascual II. De Wikipedia
Tercera: Catedral de Lieja. Internet.





sábado, 21 de mayo de 2022

LOS PROBLEMAS DE LA HERENCIA



Con un empeño que no dejaba de causar asombro numerosos andaluces, por centrarme sólo en nuestra región, reivindicaron una y otra vez, hasta que lo consiguieron, la supresión del Impuesto de Sucesiones, cuando los problemas de la herencia no se encontraban, ni se encuentran, en este impuesto, sino en la propia herencia.
El Impuesto de Sucesiones sólo afectaba a las grandes fortunas, porque, tal y como se había establecido en nuestra Comunidad, quedaba exento del mismo un millón de euros por heredero, de modo que, suponiendo que en una familia hubiera sólo dos herederos, tendrían exentos dos millones de euros, uno cada uno, ¿y alguien puede decirme cuántas personas tienen actualmente en Andalucía bienes por más de dos millones de euros? Y, por si alguien no lo sabe todavía, si un heredero recibía bienes por encima de un millón de euros, pongamos, un millón y un euro, sólo pagaba el Impuesto de Sucesiones por ese euro que sobrepasaba el millón.
Pero pasemos a la herencia en sí, que es posible que hasta consigamos reírnos. En la actualidad, a causa, sobre todo de las deplorables condiciones de los alquileres en este país, una contundente mayoría de españoles y, por ende, de andaluces, se compran una vivienda, piso o casa unifamiliar, adosada o no, para vivir en ella, no para especular, ajenos por completo al lío en el que entran. Tal compra se suele hacer, o se solía, porque hoy es bastante más difícil, cuando se formaba una familia, es decir, cuando una pareja se casaba o se disponía a hacerlo (las uniones de hecho tienen exactamente la misma problemática.) Salvo en Cataluña y salvo declaración expresa en contrario, los matrimonios en nuestro país se constituyen bajo el régimen de bienes gananciales o, lo que es lo mismo, que cada cónyuge es propietario del 50% de los bienes que posean.
Bien, pues la normativa por la que se rigen las herencias, se encuentra incluida dentro del Código Civil, que data de 1889, ¡hace 131 años!, y no ha sido retocada y mucho menos actualizada en ningún momento. Esta normativa depende actualmente de las Comunidades Autónomas. Y en ella, justamente, se encuentra el lío.
Voy a tratar de explicarlo de la manera más sucinta y clara posible: Lo primero que hay que saber es que ante todo conviene hacer testamento, porque si el poseedor de bienes muere sin testar, entonces el lío es bastante más gordo. Yo voy a explicar exclusivamente los casos en que existe testamento. Todo testador tiene lo que se llama herederos forzosos (son contados los casos en los que no existen) y toda herencia se divide forzosamente en tres partes: una que, coloquialmente, recibe el nombre de legítima y va directamente a los herederos forzosos; una parte denominada de mejora, mediante la que el testador puede mejorar la parte de legítima de alguno o varios de los herederos forzosos, pero sólo de éstos, y, finalmente, una de libre disposición, que el testador puede dejar a quien desee.
Vamos a ver el problema que surge de este reparto obligatorio con tres ejemplos. Su pongamos, en primer lugar, un matrimonio joven, por ejemplo, treinta dos años; se compraron el piso en el que viven siendo todavía novios, mediante una hipoteca que ya han liquidado. No tienen hijos todavía. Bien, pues uno de los dos muere (como, según el dicho, ante la duda, la mujer sea la viuda, voy a considerar en todos los casos que el que muere es él varón.) ¿Quién creen ustedes que es el heredero de la mitad de la vivienda que le pertenecía, por gananciales? La mujer, verdad. Eso sería lo lógico, ¿no es cierto? Pues no, como no tienen hijos, los herederos forzosos del fallecido son ¡sus padres! ¿Y si sus padres fallecieron? Entonces ¡los abuelos!, maternos o paternos. Y lo que heredan, ya sean los padres, ya sean los abuelos, pasará al fallecimiento de éstos, a sus hijos o a sus nietos. Es decir, la esposa superviviente pierde la propiedad compartida del lugar en el que vive y se queda a expensas de sus suegros o los padres de éstos. Sólo podría disfrutar del usufructo, si el marido hizo testamento y así lo dejó dispuesto. Pero no puede vender la vivienda. Se puede pensar que como la familia se llevaba bien, ya sean los padres, ya sean los abuelos, no van a tener inconveniente en que la viuda se haga con la propiedad de todo la vivienda. Pero el problema es que no basta con la palabra o incluso con un escrito, sino que hay que renunciar formalmente ante notario. Y, claro, si te ponen un caramelito delante y tú no tienes que hacer nada para cogerlo, pero sí tienes que moverte para rechazarlo, pues, por bien que se llevara la familia, y muchas veces no es así, te quedas con el caramelito.
Supongamos ahora un matrimonio mayor. Él ya está jubilado y ella no trabajó nunca en la calle y, económicamente, depende de la pensión de él. Tienen una vivienda en propiedad, comprada hace muchos años. Y tienen también dos hijos, uno vive en Australia y el otro en Alemania. Pues lo mismo, muere el marido y los dos tercios del 50% de la vivienda pasan directamente a ellos. La señora, cuya capacidad económica se ha reducido bastante al tener ahora sólo la pensión de viuda, no quiere vivir sola y, quizás, es que ni pueda. Desearía vender el piso y trasladarse a una residencia baratita, a un pueblo, donde son más baratas que en la capital. Es posible que los hijos estén dispuestos a aceptar que su madre sea propietaria absoluta de toda la vivienda, pero, igualmente y por lejos que vivan, tienen que renunciar a la herencia de manera formal ante notario. Con que uno de los dos hijos, por la razón que sea, se niegue a esta solución, la madre lo lleva crudo, porque, como en el caso anterior, sólo tiene el usufructo de la vivienda, si el marido así lo dispuso en su testamento.


Y el último ejemplo, que hoy se está dando cada día más. Pongamos un matrimonio ya entrado en años que son propietarios en gananciales del piso en el que viven. No tienen hijos propios, pero él (o ella), divorciado y vuelto a casar, tiene un hijo de un matrimonio anterior. Este hijo (o hija) no aceptó en su momento el divorcio de sus padres, mucho menos aceptó luego el nuevo matrimonio de su padre y hace un montón de años, veinte o más, que el padre no ha visto a ese hijo o hija y ya ni siquiera sabe dónde vive. Bien, pues muere el hombre y la mujer pierde inmediatamente la propiedad compartida de su vivienda, cuyas dos terceras partes pasan a ese hijo o hija. Ah, pero como no se sabe dónde está... No se preocupen, el notario, a través de la policía, se encargará de buscarlo. Y aquí sí que será difícil que el muchacho, un hombre o una mujer ya, probablemente con su propia vida montada, esté dispuesto a renunciar. Si la mujer trabaja, el problema puede ser menor para ella, ¡pero es que compró la vivienda a medias con su marido, que sin su aportación no hubiera podido comprarla! ¡Y ahora viene alguien totalmente ajeno a ella a joderle la vida, si no la tiene ya suficientemente jodida con la muerte del marido! Sencillamente porque la ley así lo dispone. Y si no trabaja y económicamente dependía del marido, la cosa se le complica bastante.
Podría exponer muchos más caso, pero con estos tres creo que es suficiente. El sentido que tenía esta normativa se centra en que una propiedad no salga del seno de la familia. Pero en 1889 había muy pocos propietarios, dueños, además, de grandes patrimonios que no deseaban que se dispersaran. La ley se hizo precisamente para ellos. Ha llovido mucho desde entonces y hoy son propietarios la mayoría de los españoles, pero de pequeñas propiedades, fundamentalmente de la vivienda que habitan, por tanto, la permanencia de esta normativa constituye un clarísimo atentado a la tranquilidad y la serenidad de las personas que enviudan, aparte de, en el fondo, constituir un auténtico robo de lo que no deja de ser suyo. Esta normativa y no el Impuesto de Sucesiones, sí que afecta a una mayoría considerable de andaluces y no sólo a las grandes fortunas. Cabe añadir que, aunque por simplificación, el texto se refiere a matrimonios heterosexuales, los matrimonios de homosexuales tienen exactamente el mismo problema. 
Lo más abracadabrante de todo el asunto es que en vida de los dos, el matrimonio (o la pareja de hecho) con hijos, pequeños o mayores, y/o con padres pueden vender la vivienda y pulirse el dinero como les de la gana y nadie puede objetarles absolutamente nada. 
Por todo lo expuesto, yo creo que ya es hora de actualizar la dichosa normativa y que esta actualización sólo puede consistir en autorizar la libertad completa de testar, como se ha hecho ya, hace unos años, en la Comunidad de Navarra, única hasta ahora en España en que esa libertad existe.

sábado, 14 de mayo de 2022

LA TUMBA DE SAN PEDRO

Roma, la vieja Roma, la Ciudad Eterna, se asienta majestuosa y un tanto caóticamente sobre siete colinas. Sus orígenes son oscuros y se pierden en la nebulosa del mito. Se cuenta, lo contaban los viejos romanos, que algún tiempo después del diluvio, cuando la tierra absorbió por completo las aguas que habían caído durante aquellos cuarenta fatídicos días, Noé, acompañado por sus hijos Sem, Cam y Jafet, emprendió un viaje que, Tíber arriba, acabó llevándolo al Lacio, donde, a orillas del río, encontraron un precioso lugar bordeado por siete colinas. Tanto les agradó el sitio que decidieron asentarse en él y fundar una ciudad en cada una de dichas colinas.

No se vuelve a tener noticias del patriarca bíblico y de sus hijos, tampoco de las ciudades que fundaron. Pero una nueva leyenda, que para los antiguos romanos era historia de una autenticidad incuestionable, relata que tras la conquista y destrucción de la ciudad de Troya por parte de los griegos, Eneas, un guerrero troyano, que había conseguido escapar en el último momento, consiguió apoderarse de una nave y emprender veloz huida por el Mediterráneo. El viaje, sin otro destino que el de poner distancia entre él y los griegos, resultó mucho más accidentado de lo que había podido imaginar. Pero un día, alcanzó la desembocadura del río Tíber, entonces llamado Albula y, subiendo por él, alcanzó aquel mismo espacio rodeado de colinas, donde fundó una ciudad que andando el tiempo acabaría siendo la Roma que hoy conocemos.

Sin embargo, el tiempo no se detiene y la imaginación del ser humano tampoco. De manera que más de cuatrocientos años después de la caída de Roma hace su aparición la leyenda de los gemelos Rómulo y Remo, quienes, tras ser abandonados en el bosque, fueron amamantados por la Loba Capitolina, grupo escultórico que recoge a esta figura mítica, cuyo original se encuentra en los Museos Capitalinos y una copia en la plaza del Campidoglio. La leyenda cuenta numerosas peripecias de ambos hermanos hasta que, al final, lo mismo que hizo nuestro rey Emérito en su día con el suyo, Rómulo diera muerte a su hermano. Una vez solo en la cumbre del poder, que habían alcanzado juntos, Rómulo construyó una muralla rodeando las ciudades de la siete colinas. De este modo, unificó el espacio y las siete ciudades se convirtieron, en realidad, en una sola, cuna de la que ha pervivido hasta la actualidad. Estas acciones se realizarían en el siglo VII antes de nuestra Era.
Casi mil años más tarde, el emperador Aureliano (270-275) construyó una nueva muralla mucho más potente, con el propósito de detener la invasión de los bárbaros, que amenazaban seriamente al imperio, incluida la capital. De nada servirían tales murallas y los bárbaros no sólo acabarían con el Imperio Romano, sino que en el siglo IX la ciudad aún no se había recuperado de la invasión y se encontraba en una deplorable decadencia. La mayoría de los grandes edificios públicos y privados, construidos, sobre todo, durante los reinados de Augusto y de Nerón, habían sido expoliados y sus materiales utilizados para la construcción de viviendas particulares, todas de muy mala calidad. Sabido es que cuando el mármol se quema se convierte en cal. Y eso es lo que hicieron los romanos de la época con los maravillosos mármoles que aquellos templos, edificios administrativos, anfiteatros y palacios.

La ciudad, no obstante, seguía conservando su legendario atractivo para la práctica totalidad de los europeos, mucho de los cuales viajaban cada año para conocerla directamente. Entre otras muchas cosas, en Roma se encontraban con un hervidero de leyendas procedentes de las distintas religiones paganas que, a pesar de la furia desatada contra ellas, no habían sido completamente vencidas y desterradas por el cristianismo. Prueba de ello es que muchas fiestas paganas habían sido incorporadas a la nueva religión, aunque disimulándolas bajo una máscara cristiana. Una de estas leyendas, que demuestran del mismo modo la pervivencia del paganismo, seguramente de las más impactantes, se refiere a un tal Lucanius, quien, "joven, rico y de rango senatorial", aunque un tanto ligero de cascos, como contaría más tarde el historiador inglés William de Malmesbury (1095-1143), en cierta ocasión, durante una de sus juergas colocó su anillo de boda en el dedo de una estatua de Venus. Aquella misma noche, mientras dormía la borrachera, Lucanius despertó abrazado fuertemente por la propia diosa, la cual le ordenaba: Tómame, pues hoy te desposaste conmigo." La leyenda cuenta cómo, medio asfixiado ya, Lucanius consiguió que lo liberase del mortal abrazo un sacerdote cristiano, aunque éste tuvo no tuvo más remedio que utilizar un método pagano.
Los viajeros que llegaban a Roma en este siglo IX se encontraban incluso con una guía turística que, con el título de Descripción de la Ciudad Dorada, reunía en curiosa mescolanza, historia, descripción de los distintos monumentos y lugares de interés y leyendas de todo tipo. Una de estas leyendas tiene como epicentro la colina Vaticana, que Aureliano había dejado fuera de su muralla, porque se trataba de una zona desolada, en cuya parte inferior se extendía un pantano en el que abundaba la malaria. Sin embargo, a lo largo de los años, de los siglos, había sido ocupada poco a poco hasta llegar a formarse una ciudad independiente, al otro lado del Tíber. Esta ciudad, cuyos habitantes eran gente de bajísima extracción económica, muchos de ellos mendigos y maleantes, acabaría incorporándose a Roma y dominándola durante bastante tiempo. En esa zona existió un cementerio y, más tarde, el denostado Nerón, cuya biografía está pidiendo una más que necesaria revisión, hizo construir en ella distintas edificaciones recreativas, entre ellas un circo.
Una de aquellas leyendas, que los cristianos pretendían y pretenden tener como tradición, afirmaba que en este circo había sufrido martirio el apóstol Pedro, aunque no existe prueba de que hubiera llegado a estar alguna vez en Roma. La tradición afirma igualmente que había sido enterrado en el cementerio, en un lugar en el que cien años más tarde los cristianos levantaron una ermita. Ya en el siglo IV, dicha ermita fue sustituida por una basílica, que tomó el nombre del apóstol, fundación que, según una nueva leyenda fue realizada por el emperador Constantino. (El cristianismo se fundamenta en su mayor parte en leyendas, en historias que no aportan prueba alguna de su veracidad, en usurpaciones, como la reciente Fiesta de la Cruz, y en falsificaciones, como la famosa Donación de Constantino.)

Debido a las características del terreno, la construcción de esta basílica fue bastante complicada. Tan complicada que la supuesta tumba de San Pedro quedó situada debajo del altar mayor, pero en un pozo de considerable profundidad. No obstante, con grandes habilidad y sutileza, los arquitectos habían dejado un hueco para la visita de los fieles, aunque tan reducido que éstos sólo podían asomar la cabeza. A pesar del evidente timo, las peregrinaciones para visitar la tumba de San Pedro no dejaban de crecer, año tras año. Por otra parte, a medida que ganaban poder, los cristianos de Roma ganaban también riqueza y se olvidaban un poquito más del evangelio. Así es que, en el siglo VII, la puerta principal de la basílica se forró con quinientos kilos de plata, el mismo metal con el que forraron también la supuesta tumba de San Pedro. Menos de cien años más tarde, la plata fue sustituida por oro, con el que labraron también las imágenes que aparecían en los altares, en sustitución de las paganas, cuya destrucción habían perseguido los cristianos con enorme saña. A comienzos del siglo IX, Roma, como queda dicho más arriba, sufría una tremenda decadencia, pero el edificio en el que se encontraba la tumba de San Pedro, contenía un tesoro inmenso, incalculable, en oro, plata y pedrería.
Como no podía ser de otro modo, tal concentración de riquezas despertaba la ambición de muchos para apoderarse de ellas. Y esto, precisamente, es lo que hicieron en tiempos del papa León IV (847-856) los musulmanes que ocupaban Sicilia y que, desde aquí, hacían incursiones depredadoras por la península italiana. En una de ellas, ascendieron por el Tíber y saquearon enteramente la basílica, que carecía de la más mínima defensa. Sin embargo, no resultó un quebranto demasiado grande para el papado, andando el tiempo, la vieja basílica sería sustituida por la que sigue existiendo hoy, la gran Basílica de San Pedro, cuyas riquezas, sólo en pinturas multiplican en mucho las anteriores. La pretendida tumba del apóstol, se encuentra en las Grutas Vaticanas, bajo el altar papal.

Fuentes.- Los malos papas.- E.R.Chamberliu
Guía de Italia.- Anaya
Historia de Italia.- Christopher Duggan

Imágenes: Internet