martes, 27 de junio de 2023

CONVIVENCIA MULTICULTURAL

El desconocimiento de la Historia por parte de la mayoría de los españoles y, en general, de los europeos está propiciando el regreso de la barbarie nazi y fascista, aunque ahora, para blanquearla, no la denominan así, sino extrema derecha. Y no me refiero sólo a la Historia reciente, de cuya ignorancia por los jóvenes somos, en un muy elevado porcentaje, culpables los mayores que hemos preferido guardar silencio de lo que fueron nuestras propias vivencias personales.
Frente a los que pretenden el absolutismo político, religioso, lingüístico y cultural de una sociedad, en concreto, de la sociedad española, cabe señalar los momentos históricos en que distintas creencias y distintas culturas convivieron en aceptable armonía. Uno de estos momentos más famoso fue el de la Córdoba de los Omeya, primero con el emirato y, más tarde, con el califato. Durante esa larga época, en la ciudad que fuera la más importante de Occidente convivieron musulmanes, judíos y cristianos, sin más problemas que los que, puntualmente y por muy corto tiempo, provocaron estos últimos, con su absolutismo y su exclusivismo.
Aunque la conquista de Jerusalén por parte de los Cruzados fue una auténtica carnicería en la que los cristianos eliminaron a, prácticamente, la totalidad de la población musulmana, posteriormente, cristianos, judíos y musulmanes lograron una convivencia más que aceptable en todo el territorio dominado por los cristianos, a los que los musulmanes llamaban francos. Ib Yubair vio personalmente y dejó constancia escrita de como los musulmanes vivían mejor en el territorio franco que en el territorio musulmán.
Pero el mejor ejemplo histórico de convivencia multicultural es, sin duda alguna, la isla de Sicilia durante los siglos XI, XII y XIII. La historia se remonta al siglo IX y tiene su origen en las correrías de los guerreros escandinavos por los territorios del imperio carolingio. Conocidos como vikingos o normandos (gente del norte) y magníficos navegantes, durante bastante tiempo se dedican al saqueo de los lugares a los que arriban. En sus veloces naves alcanzaron incluso las costas de Al-Andalus; hasta consiguieron penetrar por el Guadalquivir y apoderarse de Sevilla, a la que saquearon durante tres días, causando una terrible matanza. Abderramán II envió desde Córdoba un ejército que derrotó a los invasores, cuyas correrías por el territorio andalusí terminaron para siempre a partir de aquel momento.
Con el tiempo, los vikingos se establecen en el norte de Francia, en la región de Normandía, cuyo nombre recibe de ellos. Este asentamiento queda formalizado cuando Carlos el Simple, rey de los francos, firma con el vikingo Rollón el tratado de Saint-Clair-sur Epta. Pero el asentamiento no reduce la inquietud de los vikingos. En 1066 se apoderan de Inglaterra. Desde Normandía, costeando por el Atlántico y por el Mediterráneo alcanzan el sur de Italia. Aquí, Roberto Guiscardo (1015-1085) se apodera de la Campania, tras derrotar a las tropas del papa Nicolás II (1059-1061); expulsa a los bizantinos de  Reggio y Bari, los últimos enclaves que aquéllos dominaban; conquista Sicilia, entonces en poder de los musulmanes desde el 827, pero no los expulsa ni los obliga a convertirse al cristianismo, sino que les permite seguir en la isla, si ese es su deseo; por último, funda el que sería conocido como Reino de las Dos Sicilias, en el que convivirán sin mayores problemas normandos, sicilianos, bizantinos y musulmanes.
Un siglo más tarde de estos hechos visitaría la isla Muhammad Ibn Yubair (1145-1217), viajero musulmán, creador en el mundo islámico de los libros de viajes, con su Rihia (libro de viaje). Natural de Játiva (Valencia), Ibn Yubair estudió en Granada, donde fue secretario del gobernador y se dio a conocer como poeta. En 1182, inició un viaje de peregrinación a la Meca que se extendería por Egipto, visitando, entre otros lugares, El Cairo y Alejandría. Alaba la buena administración de Saladino (1137-1193), sultán entonces del país, y, al contrario que otros viajeros, que se limitan a la topografía y poco más de los lugares que visitan o por los que pasan, Ibn Yubair se entretiene dando cumplidas noticias de la vida política, social y cultural de las ciudades que visita.
En Sicilia, Ibn Yubair se maravillará de su capital, Palermo, y de su corte. Se maravillará igualmente de la armoniosa convivencia entre gente tan diversa. Y, ojo al dato para aquellos que no ven más que problemas en la existencia de diferentes lenguas en el territorio español, existen tres lenguas oficiales: latín, griego y árabe. La ciudad cuenta con un centro de traducción de unos idiomas a otros y se ha convertido en un lugar en el que, como en la Córdoba de unos siglos antes, se practican las ciencias, las artes y las letras como en ningún otro lugar de Europa, y al que llegan sabios y artistas de los más diversos puntos.

Fuentes:
La civilización del Occidente medieval.- Jacques Le Goff
A través del Oriente.- Ibn Yubair
Historia de los papas.- Juan María Laboa
Historia de la Iglesia II.- Llorca, Villoslada, Leturia, Montalbán
La Iglesia y la cultura en Occidente (siglos IX-XI).- Jacques Paul

Imágenes: Vistas de Palermo procedentes de Internet.

jueves, 22 de junio de 2023

MARINGÁ

Hacia finales de los años cuarenta y primeros cincuenta del siglo pasado la mortalidad infantil en España era de ciento cuarenta (140) niños por cada mil, nada menos que treinta y cinco (35) veces más que la existente en 1931, al instaurarse la República. Mataban el sarampión, la viruela, la disentería, pero mataba, sobre todo, el hambre, que, entre otras cosas, debilitaba el sistema inmunitario, especialmente de los niños, facilitando el paso de las infecciones. El hambre era consecuencia de la escasez de alimentos que padecía la mayor parte del país, aun después de más de diez años del final de la guerra, y de la pobreza, que castigaba brutalmente a los vencidos. En las mesas españolas faltaban muchos alimentos, pero había uno que sobresalía sobre los demás, muy necesario para los niños: la leche, de la que sólo se conseguía un litro cada diez días.
Entonces intervinieron los norteamericanos. En 1947 el presidente Truman había declarado la llamada "guerra fría", contra la "dictadura comunista" y, desde entonces, andaban locos por montar bases militares en España, país considerado con una magnífica situación estratégica. No les fue difícil llegar a un acuerdo con el dictador español, dado el visceral anticomunismo de éste, y la situación de drama económico que vivía el país. Oficialmente, los acuerdos se firmaron en Madrid en 1953. En ellos España aprobaba la construcción de cuatro bases estadounidenses en su territorio, una naval, Rota, y tres aéreas: Morón, Torrejón de Ardoz y Zaragoza. La ayuda comenzó a llegar en 1954; fue principalmente militar, con la dotación de diverso material para el ejército, aparte de la construcción de las bases. Pero hubo también una importante ayuda alimentaria, consistente en leche en polvo y en queso. Ambos productos se destinaron, principalmente, a la infancia, aunque hubo también para muchos adultos. En general, se repartían en los colegios, pero asimismo en otros lugares, entre ellos en las parroquias.
A la de San Pedro, en la que yo era entonces monaguillo, llegaban sólo sacos de leche de gran tamaño, veinticinco kilos como mínimo, calculo en la distancia, aunque a los colegios llegaba también el queso, un queso amarillo, en grandes latas circulares.
La leche la preparábamos en una olla enorme llena de agua, a mano, con unos batidores de alambre de esos que se usan en la cocina. A las siete o siete y media de la mañana ya estábamos los monaguillos dale que te dale al batido, porque para las ocho ya se había formado una importante cola de personas con sus cacharros ante una puerta secundaria situada en la cara oriental del templo.
Para el reparto venía una muchachita de unos diecisiete años que era una preciosidad: de mediana estatura, morena, con una melena hasta algo más abajo de los hombros, ojos negros de mirada profunda y siempre con una sonrisa llena de encanto. En aquel tiempo estuvo de moda una canción: Maringá. No recuerdo quien la cantaba, pero ahora encuentro en internet que se trata de una canción brasileña, compuesta por un médico, Joubert de Carvahol, dedicada a una María de Ingá, de donde quedó Maringá, y que, entre otros, han cantado en castellano Leo Marini, Gloria Lasso y Chavela Vargas. No sé por qué, en lugar de Maringá, nosotros, los monaguillos, la llamábamos Maringal, y este fue el apelativo que le dimos a la muchachita que hacía el reparto de la leche. 
Ah, cómo, a mis once años, estuve yo de enamorado de Maringal. Hasta soñaba con ella. Por entonces quería ser cura y, al mismo tiempo, también quería ser novio y casarme con Maringal. Lo de cura lo había hecho público y mi madre andaba de un lado para otro tratando de conseguir el dinero necesario, porque estudiar para cura costaba un pastón. Lo de mi amor, en cambio, preferí mantenerlo en secreto, intuía que ambos proyectos no eran muy compatibles. Un año y poco más después, yo me fui al seminario y cuando en verano volví a la parroquia ella había desaparecido. Luego, a lo largo del tiempo, la he recordado muchas veces. No hace mucho, en una de esas noches en que no puedo dormir, le escribí esta carta-poema, que, naturalmente, no pude mandarle, porque ni siquiera sabía ni sé si sigue viva:

Lejana Maringal:
                        
Yo no era más que un niño
y tú ya una mocita,
pero en tu cara yo veía las frescura
de los helechos que mi madre regaba
cada noche en nuestra casa,
veía la luz del sol arrebolada y dulce
y veía el sueño que en mi imaginación
yo me creaba.

Ah, qué emoción cuando llegabas
como un río de colores:
el paso ondulante, la melena encendida
frente al viento, una rosa radiante
en la mirada, leve sonrisa de cristal
y lo zapatos de tacón
que siempre me asombraron.

Hay cielos que se desmoronan
cuando la tarde se viste de arreboles
y puentes que se ahogan bajo el agua
y fuentes que se secan de repente.
Así temblaba yo y me desmoronaba
cada vez que me encontraba con tus ojos,
así me disolvía como una lágrima
y así mi boca se quedaba sin palabras.

Qué larga la distancia
que va del corazón a la memoria.
No sé que fue de ti,
la vida es un continuo sube y baja,
pero yo te recuerdo muchas veces
exactamente como eras en aquellos días
y vuelvo a temblar como temblaba
y vuelvo a morir de amor como moría.

Imágenes: Internet
 

lunes, 19 de junio de 2023

LA PROHIBICIÓN DE LAS CORRIDAS DE TOROS

El 1 de noviembre de 1567 el papa Pío V (1566-1572) promulgó la encíclica De Salute Gregis Dominici.
Tras las elecciones del pasado 28 de mayo el torero Vicente Barrera (en la fotografía), empresario en Viticultura y  Construcción y miembro de Vox, ha sido designado Vicepresidente del gobierno de la Comunidad Valenciana y nada menos que Consejero de Cultura. Ni este caballero ni los que lo han elegido deben tener noticia alguna de la citada encíclica. No es el único, la práctica totalidad de los españoles la desconocen y los que la conocen no tienen el menor interés en difundirla. Los que sí la conocen o deben conocerla son los obispos, que, además, están obligados a hacerla cumplir en el ámbito de sus diócesis. Pero, la conozcan o no unos y otros, cabe decir que uno de los fundamentos del Derecho sostiene que el desconocimiento de una norma no exime de su cumplimiento. Y esta bula atañe a todos los católicos, sean practicantes o no.
¿Pero a qué se refiere la dichosa bula? "De la Salvación de la Grey del Señor", que sería la traducción de su título al castellano, prohíbe las corridas de toros, que entonces se celebraban en Italia, Francia, Portugal, España y algunos países sudamericanos, como México y Colombia. Y las prohíbe de un modo categórico, absoluto. Así, en el epígrafe dos el papa sostiene y decreta: "Nos, considerando que estos espectáculos en los que se corren toros y fieras en el circo o en la plaza pública no tienen nada que ver con la piedad y la caridad cristiana y queriendo abolir estos espectáculos cruentos y vergonzosos, no de hombre, sino de demonio, y proveer a la salvación de las almas en la medida de nuestras posibilidades con la ayuda de Dios, prohibimos terminantemente por esta nuestra constitución, que estará vigente perpetuamente bajo pena de excomunión y de anatema en que se incurrirá por el hecho mismo ipso facto que todos y cada uno de los príncipes cristianos, cualquiera sea la dignidad de que estén revestidos, sea eclesiástica o civil, incluso imperial o real o de cualquier otra clase... que permitan la celebración de estos espectáculos en los que se corren toros y otras fieras en sus provincias, ciudades, territorios, plazas fuertes y lugares donde se lleven a cabo. Prohibimos asimismo que los soldados y cualesquiera otras personas osen enfrentarse con toros y otras fieras en los citados espectáculos, sea a pie o a caballo."
En el apéndice tres, el papa añade, textualmente: Y si alguno de ellos muriere allí, no se le dé sepultura eclesiástica.
Más adelante, en el apéndice siete, el papa ordena a patriarcas, arzobispos y obispos... (que) "apelando al juicio divino y a la amenaza eterna hagan publicar suficientemente nuestro escrito en las ciudades y diócesis propias y cuiden de que se cumpla, incluso bajo penas y censuras eclesiásticas, lo que arriba hemos ordenado."
Sin embargo, como los españoles somos más chulos que un ocho, la bula no se publicó en España. Lo impidió Felipe II. No es que el rey fuera aficionado a los toros, pero no quería enfrentarse a la nobleza, que si lo era y en grado sumo. Y no sólo lo impidió, sino que presionó al papa para que la derogase, aunque no lo consiguió.
A Pío V, fallecido en 1572, le sucedió Gregorio XIII (1572-1585). Felipe II insistió en sus presiones y, en este ocasión, obtuvo la promulgación de la bula Exponi Nobis. En ella el papa anula la prohibición de la asistencia de los laicos a las corridas, manteniéndola para los clérigos, siempre que se hubieran tomado las medidas pertinentes para evitar cualquier muerte y que "no se celebren en días de fiesta." No obstante, muchos clérigos se pasan la prohibición por donde ya se sabe. Incluso, en la Universidad de Salamanca, los profesores, interpretando la encíclica a su capricho, mantienen que la derogación papal afecta tanto a laicos como a clérigos. 
Cuando este hecho llega al Vaticano, Sixto V (1585-1590) sucesor de Gregorio XIII, envía un Breve al obispo salmantino instándole a aplicar todas las medidas necesarias para que los clérigos cumplan lo mandado. El obispo hace publico el Breve y los clérigos afectados, en lugar de cumplir la prohibición, ruegan a Felipe II su intervención ante el pontífice para que la derogue. El rey deja pasar el tiempo y no vuelve a las presiones hasta el ascenso al trono de Clemente VIII (1592-1605)
Este papa cede y promulga el Breve "Suscepti Moneris", en el que levanta las penas de excomunión y anatema para los que organizaban y/o permitían la celebración de corridas, sólo en los reinos de España, basándose en la antigüedad de la fiesta y (pásmate, Manolo) en que las medidas de la bula de Pío V no habían conseguido erradicar tales festejosNo obstante, mantiene la prohibición de asistencia a los clérigos y que las corridas se celebren en días de fiesta. Igualmente exige que se tomen las medidas oportunas para evitar en lo posible la muerte de persona alguna.
Los clérigos siguen sin obedecer, pero los papas siguientes no intervienen, hasta Inocencio XI (1676-1689). En el Breve "Non Sine Graui", tras lamentar que no se cumplan las medidas de sus predecesores, este papa encarga al nuncio Salvo Mellini que intervenga ante el rey Carlos II con la energía que fuese necesaria para que dichas medidas se cumplieran con todo rigor, al tiempo que le haga saber lo grato que sería para Dios la prohibición de las corridas de Toros. En su triste y aciaga nebulosa, Carlos II no mueve ni un dedo.
Desde entonces hasta hoy no ha habido nuevos cambios en relación con este asunto, salvo la inclusión en el Código de Derecho Canónico de la prohibición a los clérigos de su asistencia a las corridas de toros. Ahora bien, en 1920, el cardenal Gasparri, Secretario de Estado con el papa Benedicto XV (1914-1922) envía una carta a la presidenta de la Sociedad Protectora de Animales que se había dirigido al papa solicitándole su opinión sobre las corridas de toros. En dicha carta el cardenal escribe que las corridas de toros son Espectáculos sangrientos y vergonzosos. Su Santidad anima a todas las nobles almas que trabajan en borrar esta vergüenza y aprueba de todo corazón todas las obras establecidas con este objetivo y que dirigen sus esfuerzos en desarrollar en nuestros países civilizados el sentimiento de piedad hacia los animales." Esta carta fue publicada por L'Observatore Romano, órgano oficial de Vaticano, por lo que fue conocida en toda Europa, aunque en España no tuvo efecto alguno.
En 1988, Monseñor Canciani, Consultor de la Congregación para el Clero de la Santa Sede hizo unas declaraciones al periódico español Diario 16 en las que, además de confirmar la vigencia de la bula de Pío V en todo lo que no hubiera sido expresamente derogado, afirmaba "que todo el que muriese en una corrida de toros está condenado al fuego eterno." Poco después, el 14 de enero de 1990, el periódico El País recogía otras declaraciones del papa Juan Pablo II en las que afirmaba que "los animales poseen un soplo vital (alma) recibido por Dios... la existencia de las criaturas depende de la acción del soplo-espíritu de Dios."
Al que esto escribe le traen sin cuidado las bulas, los breves y las declaraciones de las autoridades religiosas acerca de este bárbaro espectáculo considerado nada menos que la Fiesta Nacional de España, sin embargo, sí que cree que los aficionados y defensores de un espectáculo cuya diversión consiste en la tortura de un animal, en su mayoría creyentes católicos, deberían, al menos, reflexionar sobre estos mandatos y prohibiciones.

Fuente: Articulo de Luis Gilpérez Fraile en asanda.org. En él pueden leerse todos los documentos citados en latín y en castellano.

Imágenes: La fotografía del torero, del periódico Las Provincias. El resto, de Internet.

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