Durante los primeros tiempos del cristianismo, digamos los tres primeros siglos, la Iglesia naciente y creciente pedía antes que nada libertad. Luego, cuando, a partir del siglo IV, con el famoso Edicto de Milán, emitido por Constantino en 313, el cristianismo dejó de estar prohibido y perseguido, es decir, una vez libre, la Iglesia ejerció está libertad acosando a las por ella llamadas religiones paganas, que contaban con una antigüedad de bastantes siglos y más de una hasta de milenios, abogando ante los emperadores por la prohibición de todas ellas. Tal prohibición, con graves consecuencias para quien se atreviera a continuar practicándolas, la consiguió la Iglesia de Teodosio I, llamado el Grande (347-395)
Teodosio I
Desde entonces y hasta el Renacimiento, es decir, durante mil años (se dice pronto), más o menos, el dominio eclesiástico sobre la totalidad de la sociedad llegó a ser tan abrumador que tales mil años constituyen un freno o, mejor, un tremendo retraso en el progreso técnico, pero también en el progreso moral. Eso sí, una moral para el ser humano en este mundo, en el que se desarrolla nuestra vida y único de cuya existencia tenemos constancia real, una moral cuyo eje no sería otro que el de la libertad del individuo para hacer con su vida, pues sólo suya es, lo que le pareciera, siempre que no constriñera o dañara la vida de los demás o, lo que viene a ser lo mismo, con sujeción a normas exclusivamente terrenas.
Mi reino no es de este mundo, cuenta el evangelista que afirmaba Jesús. Bien, pero por si acaso, tras la caída del imperio romano de Occidente, con la abdicación ante los bárbaros de Rómulo, el último emperador, ocurrida en 476, la Iglesia no sólo terminó adueñándose de Roma, sino que se hizo con un amplio trozo de Italia, el conocido Patrimonio de San Pedro, utilizando para ello un documento falso, la llamada Donación de Constantino, territorio que más tarde sería confirmado y ampliado por el franco Pipino el Breve (714-768), padre de Carlomagno y primer rey carolingio de los francos, después de usurpar el trono de los merovingios, con el apoyo del papa Zacarías (741-752)
El conocimiento al que habían llegado los griegos desapareció, asediado, repudiado y perseguido por la Iglesia. Los griegos, conocían la existencia del átomo (Demócrito), el movimiento constante de éste (Leucipo), el mecanismo de la visión (Empédocles), la eternidad de la materia (Anaxágoras). Sabían que la tierra es una esfera que gira alrededor del sol, incluso llegaron a calcular su circunferencia (Eratóstenes), con una diferencia de sólo unos metros con la medida actual, conseguida con nuestros medios muchísimo más sofisticados. Conocían las reglas de la perspectiva, no hay más que ver las esculturas que se han ido localizando en distintas excavaciones por media Europa. Habían llegado bastante lejos en matemáticas (Pitágoras) y en geometría (Euclides), hasta el punto de que el teorema del primero y los principios del segundo siguen siendo válidos en la actualidad.
Para empezar, la Iglesia, tomando literalmente el cuento bíblico de que el sol se paró para que Josué pudiera derrotar a los amorreos antes de que llegara la noche, estableció que la tierra era plana y que era el sol el que giraba a su alrededor. Esta afirmación, absolutamente arbitraria, se convirtió en un dogma tan importante que no sólo supuso, por ejemplo, la condena de Galileo, por afirmar lo que ya conocían los griegos, cuya certeza él había podido comprobar, sino que al día de hoy, influidos por motivaciones religiosas, no son pocos los que siguen creyendo y defendiendo tan desquiciada superchería.

Rembrand
Entre las muchas prohibiciones que durante este periodo estableció la Iglesia, una de las más importantes fue la de la disección de cadáveres. El fundamento de esta prohibición era doble, por una parte, los jerarcas eclesiásticos, con el papa a la cabeza, creían que el cuerpo humano formaba parte del misterio divino, por lo que, una vez muerto, adquiría un carácter casi sagrado. Pero, por otro lado, temía que una representación perfecta del cuerpo, bien en pinturas, bien en esculturas, como las que se venían descubriendo al construir nuevos edificios, propiciara el regreso de la idolatría pagana.
En el Renacimiento, científicos, médicos, pintores y escultores pretendían realizar dicha práctica los primeros para recuperar el saber anterior al cristianismo, del que cada vez se obtenían nuevas y más precisas noticias y aplicarlo en sus respectivos campos de actuación. Y los segundos con el propósito de conocer a fondo nuestro cuerpo para perfeccionar sus obras. Unos y otros sólo practicarían la disección con los cuerpos de los malhechores.
La prohibición eclesiástica era de gran dureza, con fuertes penas para quien la violase. No obstante, la curiosidad humana, el ansia de conocimiento, son más fuertes que todas las prohibiciones y tanto científicos como artistas, olvidando el riesgo que corrían, burlaban la prohibición contratando ladrones que al caer la noche robaban de los cementerios cadáveres recién enterrados, cadáveres que, una vez utilizados, eran devueltos antes de amanecer, así de rápidos tenían que actuar los infractores para no ser descubiertos.
En este tiempo, pintores y escultores no gozaban de la independencia que pueden llegar a tener hoy, sino que trabajaban siempre por encargo, de manera que se veían obligados a asumir que quien pagaba era quien disponía qué pintar o qué esculpir. Carecían igualmente de la consideración de artistas, para los mecenas de la época no pasaban de ser meros artesanos, incluso figuras de la importancia y la grandeza de Rafael de Urbino, Botticelli, Leonardo da Vinci o Miguel Ángel. Por otra parte, quien más dinero tenía en aquella época era la Iglesia, por lo que era ella la que más encargos hacia a los artista, a los que contrataba poco más que como asalariados.
En 1513, con el nombre de León X, alcanzó el trono papal Juan de Médicis, segundo hijo del florentino Lorenzo de Médicis, conocido como Lorenzo el Magnífico. Juanito había tenido una carrera precoz: con sólo siete años era ya protonotario apostólico; a los doce, cardenal; a los catorce, diácono; y a los 38 papa, cargo para el que, una vez elegido, tuvo que ser ordenado sacerdote. Con una brillante educación, propia de la Florencia de su tiempo, su pontificado se caracterizó ante todo por extender el poder de su ya poderosa familia, pero durante él tuvo que lidiar con las andanzas de Lutero y sus noventa y cinco tesis clavadas en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos, de Wittenberg, en 1517.
Leonardo da Vinci
El mismo año de su coronación, León X llamó a Roma a Leonardo da Vinci, lo alojó en el propio Vaticano y le encargó diversos trabajos relacionados con su pontificado y con su familia. Pero pasaba y pasaba el tiempo y Leonardo no producía nada de lo que el papa le había encargado. Al cabo de tres años, sólo le había mostrado algunos elementales bocetos de los que apenas podía deducirse nada. Cierto día, el papa, bastante amoscado, decidió hacerle al artista una visita sorpresiva, con objeto de recriminarle su dejadez. Para ello, aguardó a la noche y, una vez avanzada ésta, se dirigió a su estancia, acompañado de algunos de sus guardias. Entró en tromba, esperando cogerlo dormido para que su sorpresa fuera mayor, pero lo que vio lo dejó paralizado: Leonardo estaba allí, inclinado sobre un cadáver al que le practicaba la disección. "¡Fuera!", gritó el papa recuperándose. "¡Fuera!" Aquel tremendo delito en su propia casa. "¡Ponedlo en la calle! ¡Ya!" A sus soldados. "¡Ya!"Nunca se supo como es que León X no ordenó el encarcelamiento de Leonardo. Pero, por si el papa se arrepentía, Leonardo huyó de Roma y de Italia y se refugio en Francia, donde vivió hasta su muerte.
Fuente:
Los secretos de la Capilla Sixtina.- Benjamín Blech y Roy Doliner
Historia de los papas.- Juan María Laboa
Historia de Italia.- Christopher Duggan