martes, 10 de septiembre de 2024

EL FRUTO DEL DESEO

Allá vamos
Siempre que filósofos, escritores, pensadores e intelectuales en general tratan el problema del mal se centran exclusivamente en el ser humano, bien como individuo particular, bien como miembro más o menos insignificante de la humanidad.
Leyéndolos, da la impresión de que concibieran al ser humano como un espécimen corpóreo y, al mismo tiempo, etéreo, fuera o muy por encima del mundo que se ve obligado a habitar. Ninguno, en general, parece advertir que en este mundo existen otros habitantes además de los seres humanos, otras vidas además de la de éstos. Del mismo modo, tampoco parecen advertir que tanto el Bien como el Mal constituyen el sustrato, la raíz y la base de este mundo, situados ambos a la misma altura y dotados de idéntico dinamismo. Así, la vida, considerada como un bien, necesita inevitablemente de la muerte para mantenerse, que no hay vida sin muerte y que todo lo sintiente está sometido a este hecho brutal, que se produce bien lejos de la voluntad de los individuos.
¿Puede escapar el ser humano de este marco que, de haber sido creado por un dios, es imposible que se trate de un dios bueno? Evidentemente, no puede. En los últimos tiempos vivimos tan alejados de la Naturaleza que la mayoría ha llegado a creer que estamos fuera de ella. Sin embargo, por más que la idea repudie a muchos y se nieguen a aceptarla, el ser humano es también un animal, forma parte del reino animal y como cualquiera de ellos, se ve obligado a matar para vivir. Sí, también los vegetarianos, pues, aunque no animales, ellos no comen piedras, sino que se alimentan de vida vegetal.
Aquí, llenando el buche
Todos los afanes y todas las desdichas del ser humano nacen aquí, aquí tienen su raíz y su fundamento, de aquí parten como flechas envenenadas que resulta imposible evitar. El empeño de la filosofía y, por extensión de la cultura, consiste no tanto en la misión imposible de superar este hecho, sino de disfrazarlo, de envolverlo en velos más o menos sutiles, de manera que nos pase lo más desapercibido posible. Y esto es lo que se consigue centrando el problema del mal exclusivamente en el ser humano, de tal modo que sólo se contempla desde el punto de vista moral, es decir, de las relaciones de los seres humanos entre sí y, sobre todo, para la mayoría de los filósofos, que no dudan de su existencia, de la relación de los seres humanos con Dios.
Uno de esos velos, utilizado por buena parte de los filósofos, es el que sitúa el origen del mal en el deseo. Si nos detenemos un momento, veremos que este es un velo, como mínimo, sorprendente, pues la vida humana es inimaginable sin la existencia del deseo, casi todo en nuestra vida es fruto de él, un deseo que no tiene por que ser, y casi nunca lo es, consciente. Había por ahí un cuento, cuyos título y autor he olvidado, en el que a un caballero se le aparece un genio y le dice que está enteramente a su servicio para concederle absolutamente todos sus deseos. Como no podía ser de otro modo, el caballero se ilusiona y pide tres cosas que de lo más previsibles: un palacio para vivir, dinero en abundancia y una mujer bonita y amorosa. ¡Zas!, dicho y hecho, en una fracción de segundo el caballero recibe los tres deseos. 
Cumpliendo deseos
El problema, sin embargo, no ha hecho más que empezar, porque a partir de ese momento, lo mismo que en un bombardeo, el caballero va recibiendo casi todo lo que va pasando por su mente. Piensa en comer, porque tiene hambre, y, ¡zas!, una mesa llena de viandas; piensa que debería cambiar de caballo y, ¡toma ya!, una cuadra llena; piensa en pasar un rato leyendo y, ¡allá va!, una librería entera para él. Al final, el caballero se vuelve medio loco porque pretende algo, si no imposible, sumamente difícil: dejar de pensar. Y es que la mayor parte de nuestros pensamientos, conscientes o inconscientes, conllevan en realidad un deseo.
"La conciencia de sí mismo es el estado de deseo en general", afirma Hegel. Y añade más contundente aún: "la conciencia de sí mismo es Deseo." Es imposible, pues, dejar de desear. Eso es lo que pretende el budismo: dejar la mente en blanco mediante la meditación, entrar en un estado semi cataléptico al que llaman nirvana y que, sin duda, solamente algún privilegiado logrará alcanzar.
Estas no comen
Pero no, a despecho de Buda en Oriente y de la concepción filosófica occidental, no es el deseo el que general el mal y, por tanto, la ruina de ser humano, ni siquiera el deseo erótico, que es cierto que produce no pocas calamidades. El mal se encuentra en la conformación de un mundo en el que los seres animados, y en concreto los seres humanos, tienen la necesidad de comer para mantenerse con vida, una pulsión bastante más fuerte que la del deseo sexual. De manera que, si este mundo lo ha hecho Dios, no ha podido hacerlo peor.

miércoles, 28 de agosto de 2024

EL CASO DE LAS IMÁGENES

En los últimos tiempos las procesiones con imágenes católicas invaden como nunca las calles de Córdoba. Aparte de las tradicionales de la Semana Santa, vamos a un ritmo de dos y hasta tres procesiones por semana. A ellas se unen de tanto en tanto las llamadas Magnas, que consisten en reunir y sacar a la calle en una sola procesión todas las imágenes correspondientes a una sola advocación existentes en la diócesis. Un ejemplo de este último evento fue la Magna Nazarena del año 2019, con treinta y un pasos del Nazareno recorriendo por distintos itinerarios las calles de la ciudad desde las 19,30 del 14 de septiembre, hasta enfilar uno detrás del otro la carrera oficial, que discurrió por la Puerta del Puente y calles Torrijos y Cardenal Herrero, para entrar a la Mezquita-Catedral por el Patio de los Naranjos.
Es, como mínimo, asombrosa la dinámica que ha seguido la Iglesia Católica en relación con las imágenes. En el capítulo cinco, versículos 7 a 21 del Deuteronomio se recogen los diez mandamientos del Dios bíblico, que para la Iglesia es el Dios Padre de la Trinidad. El segundo de estos mandamientos es tan claro como contundente. Dice así: No te harás imagen de escultura de ni figura alguna de cuanto hay arriba, en los cielos, ni abajo, sobre la tierra, ni de cuanto hay en las aguas abajo de la tierra. No las adorarás ni le darás culto, porque yo, Yavé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castiga la indignidad de los padres hasta la tercera y la cuarta generación de los que me aborrecen y hago misericordia por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos."
La Iglesia modificó a su capricho la lista de estos diez mandamientos, cambiando el sentido de varios, adulterándolos, como veremos en una próxima entrada, pero este segundo, sencillamente, lo eliminó, como si nunca hubiera existido. Ahora bien los cristianos condenaron desde el principio las imágenes griegas y romanas, las tacharon de ídolos y en tanto les fue posible procedieron a su destrucción. Tras Constantino, insistieron e insistieron ante los emperadores hasta que, finalmente, lograron que Teodosio I prohibiera su culto en todo el imperio, junto con todas las religiones denominadas paganas. Sólo quedó como única religión el cristianismo católico.
En su afán universalista (católico significa universal, y es un calificativo que la propia Iglesia se aplicó a sí misma) que, junto al proselitismo y al exclusivismo, forma parte de su ADN, bien pronto advirtieron los Padres de la Iglesia que sin imágenes no conseguirían atraer a las grandes masas del Imperio criadas y educadas durante bastantes siglos en su veneración, de modo que imágenes católicas no tardaron en aparecer, sustituyendo a las paganas, es más, mientras seguían persiguiendo y destruyendo éstas, hacían su aparición aquéllas. Hacia finales del siglo II podían verse ya en las catacumbas, cementerios subterráneos y extramuros en los que los cristianos enterraban a su muertos, numerosas pinturas, entre las que predominaba la figura de Cristo como el Buen Pastor. Por esas fechas, siguiendo el ejemplo de las propias religiones paganas y del judaísmo, del que procede el cristianismo, se iniciaron también las procesiones, medio clandestinas, eso sí, dotadas de cierto aire militar, que el ambiente era todavía hostil, las hacían trasladando al cementerio a sus difuntos, especialmente a los caídos en las persecuciones.
En el 325, el primer Concilio de Nicea estableció oficialmente la Semana Santa en conmemoración de la muerte y resurrección de Cristo, aunque guardó silencio respecto a las imágenes. No obstante, éstas, ya escultóricas, hicieron su aparición en el cristianismo occidental a lo largo del siglo V, imágenes que el cristianismo oriental rechazaba. Por esta razón, el séptimo Concilio de Nicea, celebrado en el 787, justificó el culto de las imágenes fundándose en el misterio del Verbo encarnado, expresión ésta con la que San Juan abre su evangelio, aunque en su primera carta, capítulo 5, versículo 21 y a manera de despedida, dice textualmente: "Hijos míos, guardaos de los ídolos"
Las procesiones se sucedieron en toda Europa a lo largo de la Edad Media. Ahora bien, la Semana Santa, como la conocemos hoy, con sus imágenes dolientes y sus pasos o tronos es original de España, de donde pasó a Sudamérica. El Concilio de Trento (1545-1563) y esto es importante en relación con lo que sucede hoy, decretó su potenciación con el objeto de mostrar músculo ante los protestantes, que, siguiendo el mandato bíblico, las criticaban fuertemente. En España, el XVII fue el siglo de oro de la imaginería, no había templo en todo el país que no reclamara un Cristo, una imagen de la Virgen o de cualquiera de los numerosos santos que existían ya por aquel entonces.
Muy bien, pero en qué se diferencian estas imágenes católicas de los "ídolos" paganos. Para un observador imparcial en nada. Ah, pero la Iglesia tiene argumentos para todo y ella sí que ve diferencias. "El que venera a una imagen venera en ella a la persona que está representada", se afirma en los concilios de Trento y Vaticano II. Tomás de Aquino, el excelso más excelso de todos los teólogos católicos sostiene que: "el culto de la religión no se se dirige a las imágenes mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. El movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que ella es imagen."
O sea, vienen a decir tanto los concilios como santo Tomás, que las imágenes son una mera representación. ¿Qué responder, pues, ante un argumento tan aplastante? ¿Qué responder?: en primer lugar que la Iglesia debe creer o intenta hacer creer que griegos y romanos eran imbéciles y estaban convencidos de que la imagen que tenían ante sí no era una representación, sino el propio dios o la propia diosa en ella retratados. Pero, además, es que, creyeran lo que creyeran griegos y romanos, el argumento eclesiástico es absolutamente falso en la práctica. ¿Alguien puede creer, por ejemplo, que los que en España, en el Rocío, pugnan casi salvajemente por apoderarse del trono de la Virgen para pasearla por el llano piensan realmente en la Virgen y no sólo en la imagen? Y los que acuden al Rescatado, en Córdoba, a pedirle favores, ¿lo hacen a Cristo, en ella representado, o la propia imagen? Si el favor se lo piden a Cristo, ¿qué necesidad tienen de postrarse ante su imagen? ¿Acaso existe alguna semejanza en esta forma de pedir y la que el propio Cristo enseñó, según cuenta el evangelio? Hay en este país centenares, miles, de casos en los que resulta más que evidente que la que importa es la imagen, no lo que ella representa.
Lo mismo que después de Trento, la Iglesia, al menos en la ciudad de Córdoba, vuelve a llenar las calles de procesiones. Debe, como entonces, sentir que pierde influencia en la sociedad. Desde luego, en lo que se refiere a España no deja de ser cierto, ya que, según las últimas estadísticas publicadas en diversos medios de comunicación, un 28% de los españoles se declaran ateos o agnósticos, y de los católicos sólo el 20% cumple el precepto dominical y, más o menos, el resto de los mandamientos. Pero hoy no son los tiempos de Trento y del orden de unas 150 procesiones anuales, tirando por lo bajo, son demasiadas procesiones, máxime sin tenemos en cuenta que prácticamente todas discurren por el casco urbano. Se mire como se mire, tal avalancha supone un abuso por parte de la autoridad religiosa, permitido por la autoridad política. Y no se diga que otras manifestaciones, como, por ejemplo, la Vuelta Ciclista a España, ocupan también las calles a lo largo del año, porque éstas no llegan ni a la docena. Las calles se cierran y los desplazamientos se hacen penosos para muchísimas personas que necesitan llegar a su domicilio o que salen de él para dirigirse a su trabajo. Al centenar y medio de procesiones hay que sumarle, además, los ensayos con los pasos por las calles adyacentes al templo en el que se encuentra la imagen. ¿Y todo para qué? ¿Para proporcionar un espectáculo que es mucho mas molesto que piadoso? ¿O para mostrar músculo ante quienes pretenden, con justicia, que la Iglesia española deje de recibir los cuantiosos privilegios que mantiene? Una decisión que, atendiendo simplemente al contenido del evangelio, debería salir de ella misma.

Imágenes. Pinturas de Klimt

miércoles, 21 de agosto de 2024

EL RESPETO DE LA VIDA

Uno está ya más que cansado de escuchar una vez y otra y otra y otra la expresión "respeto de la vida", que aparece en frases como "hay que respetar la vida", "la vida es sagrada y es necesario respetarla", "la sociedad que no respeta la vida es una sociedad enferma, etc." Y uno se cansa de escuchar lo mismo en unos y en otros porque la "vida", así, sin concretar, como repetidamente se hace, es un mero concepto mental que no significa nada, un concepto vacío. "Hay que respetar la vida desde el principio hasta el final" se escucha con harta frecuencia en boca de obispos, cardenales y hasta del propio papa de la Iglesia católica. ¿Pero qué vida? ¿La vida de quién o de quiénes? Parece evidente que, en este caso, la vida a la que se refieren tales jerarcas es exclusivamente la vida humana.
Ahora bien, ayer saqué de la biblioteca pública Grupo Cántico un libro del alemán Hugo Rahner (1900-1968), titulado Mitos griegos en interpretación cristiana (Por cierto, qué magnífica biblioteca tenemos ahora en Córdoba) Este Hugo es hermano del célebre teólogo católico Karl Rahner (1904-1984), inspirador del concilio Vaticano II. Como Karl, Hugo fue también jesuita. El libro se publicó en 1945 en el idioma de su autor, pero en 2003 la editorial Herder publicó una nueva edición en castellano, con traducción de Carlota Rubíes y prólogo del monje de Monserrat y antropólogo Lluis Duch (1936-2018).
Bien, pues en el prólogo, a poco de empezar a leer, me topo con la frase: "el respeto incondicional que merece la vida en sus diferentes manifestaciones en el mundo." Y, la verdad: casi me descoyunto del sobresalto. Francamente, yo no puedo creer que quien escribe una cosa así sea tonto o tenga el seso tan absorbido que no advierta el alcance de lo que escribe. Veamos, Lluis Duch es miembro de la Iglesia católica y no un miembro cualquiera, sino un sacerdote, monje de un monasterio prestigioso, especialista en la cultura occidental y profesor de fenomenología de la religión en diversos Institutos y en la Universidad, por tanto, es un potente intelectual que cree con absoluto convencimiento que el mundo con todo su contenido ha sido creado por Dios. 
En la frase citada, la expresión "en sus diferentes manifestaciones", introduce cierta ambigüedad, pero como no me parece posible que se refiera a fantasmas, aparecidos u otros entes similares, entiendo que se refiere a las distintas formas de vida que conviven en la tierra, desde los microorganismos más diminutos, hasta las especies animales más grandes y complejas. Si esto es así y Dios es el creador de cuanto existe, resulta de una evidencia avasalladora que el primero que no respeta esa vida es Él, puesto que en su creación introdujo la ineludible necesidad de que, para vivir, unos seres se vean obligados a matar a otros, es decir, a no respetar la vida de sus víctimas.
Con su afirmación, ¿es descabellado pensar que el padre Lluis Duch respetaría tanto la vida de un perro, un gato, un caballo, etc., como la de las chinches, las pulgas, las garrapatas e incluso la de las bacterias que podían ocasionarle una neumonía? Ah, no, que quedamos más arriba en que a lo que parecen referirse cuando hablan de su respeto es a la vida humana. Acabáramos. Pero antes de acabar, vayamos por partes: en boca de los obispos y aun en los escritos del padre Duch, así como de muchos fieles de a pie, la vaciedad de ese respeto sólo es comparable con la hipocresía con la que se hacen estas afirmaciones. 
Así, cuando piden "respeto de la vida desde sus orígenes, quieren decir, desde el mismo momento de la concepción, pero lo que realmente manifiestan, si bien, de manera elusiva, es su oposición al aborto. Lo estamos viendo todos los días: reiterados intentos de disuadir a la mujer que se plantea abortar, incluidos, en más de una ocasión, chantajes y amenazas, como se prueba con el acoso al que someten fieles de a pie a las clínicas autorizadas para la realización de esta intervención. Ahora, una vez que el nuevo individuo está en el mundo, si te vi no me acuerdo, es la madre, en compañía del padre y en muchos casos sola, la que carga exclusivamente con la criatura. 
Igualmente, el respeto a la vida hasta el final no es otra cosa que oposición a la eutanasia, oposición a que ya que llegamos a este mundo sin dar nuestra opinión, podamos abandonarlo cuando y como lo deseemos. A título de ejemplo, yo no he oído a ningún obispo ni siquiera lamentar cómo durante la pandemia fueron abandonados a su suerte y murieron en su mayoría solos, dolorosa y angustiosamente más de siete mil ancianos de las residencias de Madrid. La vida es sagrada hasta el final, pero cómo sea ese final les importa un comino. Porque yo no he oído tampoco a ningún obispo lamentar, al menos, la forma de acabar su vida esas personas, jóvenes en su mayoría, que, formando parte de la que llaman inmigración descontrolada, se ahogan en el Mediterráneo. Tampoco les he oído nunca condenar la pena de muerte, en la que tanto el respeto de la vida, como el respeto a su final natural, se van directamente a hacer puñetas.
Y es que la vida es sagrada, repiten una y otra vez, ahora bien, cómo sea esa vida es ya algo que se las trae absolutamente al pairo. Yo no he oído tampoco a ni un solo obispo reclamar una solución para las numerosas personas que viven, es un decir, en la Cañada Real de Madrid, por poner un ejemplo conocido por toda España, que, entre otras cosas, llevan tres años sin energía eléctrica. Tampoco los he escuchado no digo condenar, sino ni lamentar siquiera la explotación y el expolio que los europeos, pero no sólo éstos, seguimos practicando en África, dando lugar a la miseria de sus poblaciones, causa principal de esa inmigración descontrolada que logra llegar a nuestras costas después de increíbles padecimientos. Al contrario: que no todo el que llega es trigo limpio, le oí decir al anterior arzobispo de Valencia y cardenal Antonio Cañizares. 
Del mismo modo les preocupa menos que un pimiento la vida destrozada de los niños sometidos a abusos sexuales por sus sacerdotes. Tan poco les importa que a lo largo de decenas de años, y yo me atrevería a decir a lo largo de la historia desde la instauración del celibato obligatorio, lo único que han hecho es ocultar los casos que se producían. Una buena prueba de esa despreocupación, que viene a ser casi un delito, es la racanería que, al menos los obispos españoles, están mostrando para reconocer y compensar a las víctimas, una vez que el asunto ha estallado y no resulta tan fácil continuar ocultándolo.

La vida que sí les importa es la de los homosexuales, pero no para denunciar la discriminación que no acaba de desaparecer o para reconocerles sus derechos, sino para "curarlos". Basta ver la fiereza con la que se han opuesto al matrimonio entre personas del mismo sexo, aparte de escuchar las declaraciones de más de uno de sus miembros, efectuadas sin el menor pudor.
Y es que, si nos referimos exclusivamente a los seres humanos, respetar no la vida en general, sino la vida de todos y cada uno de ellos, no consiste ni mucho menos en lograr que no haya un solo aborto provocado por otro ser humano, tampoco consiste en impedir que nadie pueda acelerar el final de su vida ni siquiera para poner fin al sufrimiento, muchas veces terrible, que padecen no pocos enfermos. El respeto y la defensa de la vida humana no es más que palabrería, si no estamos dispuestos mucho antes a respetar y a defender su dignidad.


Imágenes: Depositphotos

lunes, 19 de agosto de 2024

PASIÓN POR LA GUERRA

Batalla de Verdún
Entre muertos y heridos de variada gravedad, muchos de ellos irreversibles de por vida, la primera guerra mundial produjo cuarenta (40) millones de víctimas. Sólo en la batalla de Verdún que se prolongó del 21 de febrero al 16 de diciembre de 1916, se produjeron 750.000 entre los dos bandos. Tal número de víctimas marcó el conflicto como uno de los más terribles de la historia.
Con estos datos y tras repasar las guerras en las que se han enfrentado los grupos humanos a lo largo de la historia, uno no dudaría en afirmar que la guerra es un forma de dirimir los conflictos a la que no se abona prácticamente nadie. Sin embargo, en el caso de la primera guerra mundial nos equivocaríamos por completo. Filósofos, escritores, artistas e intelectuales en general y buena parte de la gente de a pie anhelaba que estallara un conflicto que se venía barruntando desde algunos años antes y que estalló pr fin tras el asesinato del heredero de la corona austro-húngara, Francisco Fernando de Austria y de su esposa por el nacionalista serbio Gavrilo Princip, el 28 de junio de 1914.
Thomas Hardy
Una buena parte de dichos intelectuales consideraban los escritos de Nietzsche justificantes de la contienda que se avecinaba, estaban a favor de ésta precisamente porque estaban en contra del pensamiento Nietzscheano y aun en contra del propio filósofo. Así, H.L. Stewart, filósofo canadiense, proclamaba que estaban ante el enfrentamiento entre "el inmoralismo nietzscheano, falto de escrúpulos, y los muy apreciados principios de moderación cristiana." El famoso novelista inglés Thomas Hardy (1840-1928) afirmaba: "No creo que exista ningún otro caso, desde el inicio de la historia, en el que un país haya quedado tan desmoralizado a causa de las manifestaciones de un solo autor." Para el francés Romain Roland (1866-1944) Nietzsche era "el azote de Dios." No fueron pocos los que afirmaron que la proclamación de la muerte de Dios había abierto las puertas del infierno, provocando el apocalipsis. Theodor Kappstein (1870-1960), por ejemplo, teólogo alemán, en lo que no se sabe bien si se trata de una censura o de una alabanza, sostenía que Nietzsche era el filósofo de la guerra mundial porque había educado a toda una generación "en una peligrosa honestidad, en el desprecio a la muerte y en una existencia sacrificada en el altar del todo, en el heroísmo y en una callada y jubilosa grandeza."
Desde luego, muchos soldados alemanes y algunos del bando aliado, se llevaban al frente el Así habló Zaratustra, sin duda, el libro más famoso del filósofo alemán, acompañado del Fausto de Goethe y del Nuevo Testamento. Se dice que Gavrilo Princip, el asesino del archiduque Francisco Fernando, recitaba muy bien el poema de Nietzsche Ecce Homo, en el que sobresalen los versos: "Insaciable cual llama/quemo, abraso y me consumo."
Max Scheler
Sin dejar de estar en contra de Nietzsche, muchos otros intelectuales hicieron hincapié sobre todo en la necesidad de la guerra, basándose en la posibilidad de que ésta pusiera fin a lo que ellos consideraban decadencia moral de la sociedad. Así, el alemán Max Scheler (1874-1928), filósofo preferido de Juan Pablo II, estudioso de la fenomenología, la ética, la antropología y la filosofía de la religión, con numerosos libros publicados, definía la guerra como un elemento de la evolución humana, afirmando que la que estaba a punto de originarse ofrecía una ocasión para el renacimiento del ser humano, un principio dinámico que era el que producía de manera principal los movimientos de la historia.
El poeta Stefan George (1868-1933), también alemán, afirmaba sin el menor pudor que la guerra podía purificar espiritualmente una sociedad, a su juicio, moribunda. Otro alemán, el dramaturgo Edwin Piscator (1893-1966), pensaba lo mismo, añadiendo que la generación de la guerra se hallaba sumida en la "bancarrota espiritual" (No sé yo que diría si levantara la cabeza y se diera hoy un paseo meramente por las redes sociales). El gran escritor Stefan Sweig (1881-1942) que acabaría huyendo de los nazis y suicidándose junto a su mujer, en Brasil, veía en la guerra de 1914 algo así como una válvula de escape espiritual, apoyándose en el argumento freudiano de que la sola razón es incapaz de refrenar la fuerza de los instintos.
Gabriele d'Anunzio
En 1910, el novelista escocés Jon Buchan (1875-1940) publicó la novela Preste John, ambientada en Sudáfrica. En ella se llega a afirmar la necesidad de borrar del mapa la civilización occidental. Por su parte, el italiano Gabriele d'Anunzio (1863-1938) afirmaba que "la última esperanza de salvación que le queda a Francia es el estallido de una guerra nacional." Si no estallaba esa guerra, el escritor y poeta veía a Francia abocada a la "degeneración democrática, a la inmolación de la alta cultura francesa por la marea de la plebe." d'Anunzio, que para los italianos se convirtió en un héroe en la primera guerra mundial, era ultranacionalista y fue el inspirador del fascismo.
Henry Bergson
El gran filósofo francés Henry Bergson (1859-1941), premio nobel de literatura en 1927, por su obra La evolución creadora, premio que rechazó porque no quería que su libro se apreciase sólo como literatura, tras abandonar el positivismo, que había seguido en sus primeros momentos, se abonó a una crítica de la visón mecanicista y determinista que la ciencia tenía sobre el mundo. Para Bergson, la realidad, específicamente la realidad del ser humano, no puede ser reducida a leyes científicas, sino que es mucho más compleja, al incluir el libre albedrío, así como la conciencia del tiempo. Pues, poco antes de su comienzo, manifestaba que "la guerra había de traer consigo la regeneración moral de Europa." Más o menos lo mismo venía a decir el poeta francés Charles Peguy (1873-1914), al declarar en 1913 que "el estallido de la guerra produciría un movimiento regenerador." Él, desde luego, no vería tal regeneración, pues murió en combate. 
Marcel Proust
Músicos como Alban Berg(1885-1935), Alexander Scriabin (1872-1915) o Igor Stravinsky(1882-1971), defendían que la guerra habría de "sacudir el alma de la gente preparándola para logros espirituales." Nada menos que en 1916, en plena batalla de Verdún, el compositor danés Carl Nielsen (1965-1931) rendía su homenaje a lo que entendía como "fuerza vital" con su Sinfonía inextinguible, en la que se asiste a una formidable batalla entre las baterías de timbales. Para él, la fuerza vital, puesta de manifiesto en la guerra, se renovaba de continuo, principalmente merced a la violencia del enfrentamiento bélico. Hasta intelectuales tan singulares como Freud, Henry James o Marcel Proust, estuvieron formalmente a favor de la guerra, asegurando que "la violencia podía permitir que el individuo se descubriera a sí mismo."
Bien, pues a pesar de las rotundas afirmaciones de todos estos intelectuales, traídos sólo a título de ejemplo, puesto que hubo muchísimos más, la regeneración moral que produjo la guerra fue la que se puso de manifiesto en los locos años veinte, preludio y, en parte, preparación de la segunda guerra mundial, que estallaría veinticinco años más tarde de la primera. Tal circunstancia vendría a demostrar, en efecto, como se insinúa más arriba, que ninguna guerra produce regeneración moral alguna, sino que es fruto de la parte más animal y bestia del ser humano, incapaz en esos casos de resolver los problemas, en general de convivencia, mediante el diálogo y la negociación

Fuente:
La edad de la nada.- Peter Watson

Imágenes: Internet

sábado, 3 de agosto de 2024

EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE

El doctor Eben Alexander (Carolina del Norte, 1953), eminente neurocirujano y profesor en la Escuela de Medicina de Harvard, sufrió hace algunos años una meningitis bacteriana que lo llevó a un coma profundo en el que se mantuvo durante una semana. Una vez recuperado, escribió y publicó un libro con el título La prueba del cielo. El viaje de un neurocirujano a la vida después de la vida. En él contaba que en el paraíso hay mariposas, flores, almas benditas y ángeles.
Mira qué bonita era
Cuando yo era niño y aun mozuelo, las personas solían morir en sus casas y en ellas se llevaba a cabo el velatorio por parte de sus allegados y de amigos y conocidos, de manera que el difunto no permanecía nunca solo. Luego, el traslado del cadáver, primero a la iglesia y luego al cementerio, se hacía en un coche funerario tirado por caballos, con su cochero vestido de negro, en una comitiva precedida por uno o varios sacerdotes, dependiendo de la pasta que pudieran aflojar los deudos del difunto, y seguida por dichos deudos y todo el que, más o menos cercano, los acompañaba en el duelo. A diario veíamos recorrer las calles de la ciudad a aquellos coches, que los más jóvenes habrán podido ver hoy en las películas de Drácula o en alguna de época. Es decir, la muerte era un suceso cotidiano al que se asistía con respeto pero sin mayor temor, al menos por parte de niños y jovenzuelos.
Entierro de siete capas
Desde entonces, la muerte ha ido sufriendo un proceso de ocultamiento que ha llevado hoy a su práctica desaparición. En la actualidad, la mayor parte de las personas mueren en el hospital, solas o asistidas por un único acompañante; seguidamente, en la misma soledad, una funeraria traslada al difunto a un aséptico tanatorio, en un automóvil que apenas se distingue de los que inundan las calles a casi todas horas; en el tanatorio, después de preparado, el cadáver es expuesto en una especie de hornacina cerrada con cristal y situada en un recodo de la sala destinada a sus deudos y allegados, de manera que nadie lo ve, salvo que hagamos el esfuerzo de doblar el recodo. Con este ocultamiento de la muerte se diría que hemos llegado a un punto en el que nos creemos inmortales, una creencia reforzada muy probablemente porque la esperanza de vida ha crecido de forma casi exponencial.
¿Dónde está el difunto?
Y justamente ahora, un ahora que abarca varias decenas de años, se repiten las historias de personas que, en estado de coma profundo, viven, según cuentan, hechos ciertamente asombrosos, incluso prodigiosos, que han dado en llamarse Experiencias Cercanas a la Muerte. Dando por ciertas, si no todas, la mayoría de esas historias, hay casos hasta escalofriantes, como el de una señora, que, tras salir de un coma profundo después de un tremendo accidente de automóvil y tras ser operada y recuperarse, fue al encuentro de otra señora a la que no conocía de nada y le contó que había visto al hijo que había perdido y que era enteramente feliz. Otras personas son capaces de describir minuciosamente el quirófano en el que han sido operados, así como, paso a paso, la operación a la que han sido sometidos, como si su consciencia, o lo que quiera que sea, saliera de ellos y lo vieran todo lo mismo que el que contempla un paisaje desde la cumbre de un monte. No obstante, la historia que predomina es la de la secuencia ya célebre de la intensa luz al final de un túnel, al otro lado del cual le esperan, alborozados, familiares fallecidos hace más o menos tiempo.
En el túnel
Dejando al margen el hecho sobradamente conocido de que cuando el cerebro empieza a quedarse sin oxígeno debido a la ralentización y casi desaparición del riego sanguíneo se pueden tener todo tipo de alucinaciones, no cabe duda de que casos como el de la señora que se menciona más arriba no tienen explicación. Sin embargo, digámoslo de una vez: estar cerca de la muerte, casi muerto, no es estar muerto, por consiguiente, no se regresa de ninguna muerte, no se vive ninguna vida más allá de esta vida, ni puede, al menos al día de hoy, asegurarse de ningún modo que exista otra vida después de esta, por lo que títulos como el del libro arriba citado son no sólo engañosos, sino absolutamente falsos. La propia denominación de Experiencias Cercanas a la Muerte está certificando que nadie vuelve de ninguna muerte.
Ahora bien, eso no quiere decir que las historias que se cuentan sean falsas también. Son muy numerosas las personas que cuentan tales experiencias, pero, aun siendo muchas, son relativamente pocas y, desde luego, no les ocurre a todo el que sufre una parada cardiorrespiratoria o entra en coma por un tiempo más o menos prolongado. Por tanto, lo que el asunto requiere es un estudio serio, no el parloteo de unos cuanto charlatanes (hoy les llaman comunicadores) y escribidores, cuyo objetivo no confesado, pero real,es forrarse, un estudio de carácter científico, con los parámetros y los condicionantes de la ciencia, renunciando a la invocación de ninguna entidad, espacio o lugar ultraterrenos, de cuya existencia no existe hasta hoy prueba alguna.

Imágenes: Mira qué bonita era: Pintura de Julio Romero de Torres
El resto de internet.

jueves, 25 de julio de 2024

JUSTIFICANDO LA INQUISICIÓN

"La Iglesia tiene el deber de conservar intacto el depósito de la fe cristiana, de ser la maestra de la verdad, de no permitir que la revelación divina se oscurezca o se falsee en las mentes de los fieles."
Se juntaron nada menos que cuatro jesuitas, Bernardino Llorca, Ricardo García Villoslada, Pedro de Leturia y Francisco Javier Montalbán, para escribir una Historia de la Iglesia Católica ad mayorem Dei Gloriam, a mayor gloria de Dios, el lema de la Compañía de Jesús, es decir, no para dar cuenta de los hechos protagonizados o relacionados con la Iglesia, sino para su exaltación y glorificación
La frase, incluida en el tomo II de dicha Historia, se las trae, la Iglesia, según este cuarteto, no se limita a valorar los hechos de los fieles, sino que pretende controlar hasta sus mentes. Y si tenemos en cuenta que en la quinta década del siglo pasado, cuando se publicó esta Historia,  en España eran católicos todos sus habitantes, puesto que todos habían sido bautizados a los pocos días de nacer, queda claro hasta qué punto controlaba la iglesia tanto la vida pública como la privada de los españoles, colaborando estrechamente con la sangrienta dictadura que atenazaba el país
Pero la cosa no se queda ahí, sino que en el epígrafe siguiente, el cuarteto sostiene que: "la Iglesia tiene también poder coercitivo para aplicar penas temporales a sus súbditos (ya no son ni fieles, son súbditos), lo afirma Pío IX en el Syllabus y lo confirma el Código de Derecho Canónico en el canon 2214 (que dice) 'la Iglesia tiene derecho connatural y propio independiente de toda autoridad humana (aquí se ve por qué encubren la pederastia) a castigar a todos los delincuentes súbditos suyos con penas tanto espirituales como también temporales.' O sea, la propia Iglesia se da a sí misma el poder de castigar con penas temporales a sus fieles y de este otorgamiento, estos cuatro deducen que la Iglesia tiene derecho a ejercer un poder coercitivo. Si esto no es una pescadilla mordiéndose la cola, entonces yo soy arzobispo de Baviera.
Ciudad cátara de Cordes-sur-Ciel
Todo esto viene a cuento de la defensa o justificación por parte del cuarteto de la primera Inquisición creada por Lucio III en 1184 para perseguir a los cátaros, así como, posteriormente, la cruzada decretada por Inocencio III contra esos mismos "herejes". Al respecto y antes de entrar en el tema, el cuarteto se explaya detallando la magnanimidad de la Iglesia con los herejes hasta el siglo XII, en que los papas advierten que no se puede acabar con ellos sin actuar enérgicamente y más allá de la excomunión, que se aplicaba hasta entonces. "Vista la perversidad de los albigenses (así llamaban también a los cátaros), afirma el gran cuarteto mintiendo con todo descaro, pues la única perversidad de aquéllos consistía en criticar a la Iglesia con el ejemplo de manera casi única, el "concilio de Tours (1163) permite a los príncipes católicos que los cojan presos, si pueden, y los priven de sus bienes" (los bienes, eso es lo que de verdad le interesa a la Iglesia). "Lo mismo viene a decir el concilio Lateranense III (1179), concediendo además indulgencias a los que tomen las armas para oponerse virilmente a tantas ruinas y calamidades con que los cátaros, patarinos y otros perturbadores del orden público oprimen al pueblo cristiano." (Aquí la falacia es del concilio, pues las únicas calamidades y ruinas consistían en que la Iglesia se estaba quedando sin fieles, ante la honradez y honestidad de los cátaros, reconocidas hoy por la totalidad de los historiadores no directamente eclesiásticos.)
Diocleciano
Pero lo mejor llega en el epígrafe titulado: La legislación civil contra la herejía, en el que, con toda la desvergüenza de la que hace gala esta tropa, el cuarteto afirma: "Vamos a ver cómo la represión sangrienta de la herejía no arranca de los pontífices, sino de los príncipes seculares." Y saltándose los tiempos y tergiversando el significado de las palabras, añaden: "es precisamente un emperador pagano el primero que debe figurar en la historia de la Inquisición contra los herejes. Diocleciano, así como persiguió sañudamente a los discípulos de Cristo, del mismo modo trató de exterminar a los maniqueos con un decreto del año 287... según el cual 'los jefes serán quemados con sus libros; los discípulos serán condenados a muerte o a trabajos forzados en las minas." Añaden que "Constantino el Grande les confiscó los bienes a los donatistas y los condenó al destierro, etc. Estos cuatro eminentes sinvergüenzas, por no emplear un apelativo más fuerte, se ciscan en la Historia callando que Diocleciano persiguió a los maniqueos en tanto que cristianos, pues también lo eran, y que contra los donatistas, igualmente cristinos, era san Agustín el que pedía la intervención militar del emperador.
Mani. Fundador maniqueísmo
Pero aparte de eso, cuando se escribe mintiendo es muy fácil que se escapen expresiones y aún frases enteras en las que se sostiene aquello que tratamos de negar. Así, cuando estos cuatro afirman que la represión sangrienta de la herejía no arranca de los pontífices, sino de los príncipes seculares, están reconociendo que, arranque de quien arranque, los pontífices practicaron la represión sangrienta, es decir, para que quede completamente claro, la Iglesia practicaba la represión sangrienta. 
Y aquí hay algo que a estos tipos y a otros muchos de su cuerda se les olvida cuando tratan de largarles al poder civil la responsabilidad de tanta muerte como la Iglesia ha producido o cuando relativizan, por ejemplo, la tortura afirmando que también la practicaban las autoridades civiles, se les olvida que el cristianismo es, según su propia predicación, la religión del amor y se les olvida, sobre todo, y esto sí que es un olvido serio, cómo su fundador fue sometido a tortura y finalmente condenado a morir en una cruz.

Imágenes: Internet

domingo, 21 de julio de 2024

LA MATANZA DE BEZIERS

Beziers
Las palabras herejía y hereje proceden del griego clásico haireté y hairetikós. En este idioma significaban tener una opinión distinta y particular de la existente en un grupo social, ciudad o Estado  y tomar decisiones de acuerdo con ella. No tenían nada de peyorativo o de ilegal y, por tanto, no eran perseguibles en modo alguno. En el mundo romano la interpretación siguió siendo la misma, hasta la aparición del cristianismo. Fueron los cristianos y, más en concreto, los cristianos católicos (había unos cuantos de cristianismos más) los que la convirtieron en un delito ideológico perseguible y punible. Fue en los concilios de Nicomedia (317) y de Nicea (325) en los que se determinó que herejía era toda creencia que se alejara o contradijera los dogmas de fe del canon católico prescrito por la Iglesia.
Desde este punto de vista y sólo desde él, los cátaros eran herejes. Uno de los problemas que la teología católica no ha sido hasta la fecha capaz de explicar es la existencia del mal. Los teólogos católicos han sostenido diferentes conclusiones, desde que el mal no existe, sino que se trata de ausencia de bien, hasta que estaríamos ante el sacrificio a que debe someterse un elemento de un orden determinado para la obtención o el provecho de un elemento de orden superior, como cuando, por ejemplo, te cortan una pierna gangrenada para salvarte la vida. Paparruchas. Cuando el león salta sobre la gacela, cuando es necesario matar para vivir, está más que clara la objetividad y la autonomía del mal.
Teólogos debatiendo sobre el mal
Los cátaros trataron de resolver este problema de una forma mucho más lógica. Sintetizando mucho, en su teología, existe un Dios que es bueno y está sentado en su trono en la cumbre de su paraíso, y el mundo, donde vivimos los seres humanos y en el que se encuentra el mal, no fue creado por Él, sino por un ser intermedio y maligno. O lo que viene a ser lo mismo: el mal está en la materia; el alma, que es espiritual, es, por ello, buena y está convocada a su unión con Dios, una vez que abandone la cárcel del cuerpo.
De ello deducían la necesidad de vivir modestamente, alejándose de una iglesia ostentosa, descomunalmente rica, egoísta y carcomida por el apego a este mundo, con todos sus vicios y sus obscenidades. Eran, desde luego, cristianos, seguían, según su versión, al Cristo de la sencillez, de la pobreza, del desprecio de este mundo y de la esperanza, lo que les parecía que era el contenido real y verdadero del evangelio. Aunque llegaron a tener obispos, su organización no era jerárquica y centralizada, como el catolicismo, sino que se constituían en iglesias locales mancomunadas. Sus sacerdotes, los buenos hombres -también admitían sacerdotisas, Esclarmonde la Grande lo fue- recorrían los caminos de ciudad en ciudad únicamente con la Biblia cátara, compuesta por los cuatro evangelios, los hechos de los apóstoles y las epístolas.
Con estas simples armas y una absoluta honradez, libre de la hipocresía católica, se extendieron por el sur de Francia, Occitania y la Provenza, por Alemania y por Italia, comiéndole el terreno al catolicismo, cosa que, con su afán universalista y exclusivista, la Iglesia no podía tolerar. Así es que, después de algún intento fallido de conversión mediante la predicación y el debate, en 1208, el papa Inocencio III convocó una cruzada, al frente de la cual puso a Arnaut Amalric, abad del monasterio cisterciense de Citaux. Éste reunió un ejército formado por un tropel de mercenarios en el que no faltaban campesinos y obispos.
Matadlos a todos
En el verano del año1209, este ejército cercó la ciudad de Beziers, donde se habían refugiado bastantes hombres buenos y algún obispo cátaro. Los ciudadanos se negaron a entregarlos y el ejército, con el abad Amalric al frente, consiguió entrar en la ciudad. En ella organizaron una auténtica carnicería, en la cayeron igual hombres, mujeres, niños y ancianos. "Matadlos a todos, Dios distinguirá a los suyos", había respondido Amalric a la pregunta de cómo distinguirían a los cátaros de los que no lo eran. Y no dejaron ni un solo superviviente. Derribaron las puertas de la Iglesia, en la que se habían refugiado varias centenares y los degollaron a todos.
Aquella noche Amalric le escribía al papa, regodeándose de su acción: Hoy, su Santidad, veinte mil ciudadanos fueron pasados por la espada sin importar el sexo ni la edad." En sólo un día, bajo el pontificado de Inocencio III, la Iglesia católica, mató a veinte mil  cristianos, porque cristianos eran todos, muchos más, pero muchos, que todos los que a lo largo de varias centurias habían matado los emperadores romanos.

Fuentes:
Cruzada contra el Grial.- Otto Rahn
Los cátaros.- Jesús Mestre
Historia de la Iglesia Católica. Tomo II.-Llorca, Villoslada, Leturia y Montalbán
La puta de Babilona.- Fernando Vallejo

viernes, 12 de julio de 2024

VÍRGENES CONSAGRADAS

El rechazo de la sexualidad es una de las características principales del cristianismo, más aún la de la mujer, a la que desde siempre le han pedido la conservación de su virginidad. No en vano, la religión cristiana hunde su primera raíz en una virgen, la judía María, que concibió y parió a Jesús sin pérdida, ni siquiera daño, del apreciadísimo himen. San Pablo aceptaba el matrimonio sólo para aquellos que podían abrasarse en el fuego del deseo y, en consecuencia, pecar, yendo con rameras y otras mujeres de mal vivir. (En este y en la mayoría de los asuntos de los que trata en sus epístolas, el gran difusor del cristianismo católico se dirige prácticamente siempre al hombre) San Jerónimo (340-420) aconsejaba a una matrona romana de elevada posición cómo debía ser la educación de su hija Paulita, consagrada a Cristo ya desde antes de su nacimiento.
Imagen de El Confidencial
Luego vinieron los conventos, comunidades de mujeres, teóricamente vírgenes, dedicadas a la oración, a la contemplación y a la penitencia. Pero al margen de los conventos, desde la época medieval y hasta bien avanzada la Edad Moderna se produjo en España el movimiento de las emparedadas, mujeres que sin ser monjas ni seguir regla alguna y sólo por amor a Cristo decidían encerrarse de por vida, generalmente solas, pero en algunos caso en grupo, en espacios estrechos y sin comunicación exterior, dedicadas enteramente a la oración y, por supuesto, con absoluta castidad. Bien cierto es que la Iglesia nunca vio con demasiado agrado este movimiento y muchas de aquellas, vamos a decir, piadosas mujeres tuvieron problemas con el obispo de su diócesis.
Este movimiento pasó. Sin embargo, cómo cambian los tiempos. La aparición de los anticonceptivos, así como en nuestro país el fin de la dictadura, liberalizó la sexualidad, principalmente, al liberar a la mujer de la servidumbre del embarazo no deseado (sigue habiéndolos, pero ahora, más que nada, por error o por dejación), circunstancia que restó y de qué manera importancia a la sacrosanta conservación del himen hasta el momento del matrimonio. La Iglesia, no obstante, aunque más comedidamente, sigue abogando por la castidad, ahí está manteniendo el celibato de sus sacerdotes, a pesar de los problemas ya constatados que aquél produce.
Imagen BBC
Ahora bien, dentro de esta eclosión de libertad sexual, si ahora, en pleno siglo XXI, uno de esos periodista callejeros que hacen preguntas al azar para determinados programa de televisión, preguntara si al día de hoy existen mujeres que dedican a Dios su castidad, todo el mundo contestaría que sí, que, aunque escasos en vocaciones autóctonas, ahí siguen en pie los conventos de monjas, devotas esposas de Cristo, muchas de ellas todavía en rigurosa clausura. Pero si el periodista añadiera que no se trata de monjas, sino de mujeres seglares que, al estilo de las antiguas emparedadas, deciden no ofrecer su vida, como hacían éstas, sino, exactamente, su virginidad, la respuesta, probablemente, sería un gesto de asombro y de incredulidad o, directamente, una carcajada.
¡Y no obstante, existen!
¿Ahora, en pleno siglo XXI?
Ahora y aquí mismo, en la tierra de María Santísima, en esta España nuestra que dicen tan liberal, tan laica y con una Justicia tan justa. ¡Qué tiempos! La Iglesia, a la que tan poca gracia le hacían aquellas emparedadas de antaño, porque no se sometían a regla alguna, consagra hoy a estas nuevas vírgenes, a veces, en pomposas ceremonias celebradas en las catedrales, sin necesidad de profesar en convento alguno ni el de realizar otro voto que el de su perpetua virginidad.
Conferencia Episcopal Venezuela
Y están aquí, entre nosotros, caminan por las calles, pasean por los parques, se entregan a su trabajo, participan en labores sociales ¡y son vírgenes! Unas ejercen de maestras, otras de médicos, otras son funcionarias municipales o estatales. Unas viven con sus padres, otras solas, otras comparten piso. Visten como cualquier mujer de hoy, alternan con sus amigos, no se apartan del mundo, uno de los enemigos clásicos del alma (los otros dos son el demonio y la carne), de modo que no es posible distinguirlas ni por su aspecto ni por sus vestidos. En lo único que se distinguen de las demás mujeres con las que nos cruzamos es en que, más allá de sus ocupaciones mundanas, ellas viven entregadas por completo a su Amante, un Amante perfecto, según creen, que les perforará el alma con el dardo de su amor, pero nunca, nunca les desgarrará su delicado humen, como acostumbramos a hacer los bestias de los amantes humanos.

domingo, 7 de julio de 2024

LA MUERTE ES UN ORGASMO CÓSMICO

Golondrina
Con diez u once años vi, creo recordar que en el cine Andalucía, de verano, la película
Los crímenes del museo de cera, sobradamente conocida. En ella hay una secuencia en la que la protagonista, tras descubrir que su amiga desaparecida es la figura que se exhibe en el museo, se enfrenta al director del mismo. La tensión sube rápidamente, hasta el punto de que en un momento ella le da al director un puñetazo en la cara y ésta salta en pedazos, porque se trata de una máscara de cerámica, dejando al descubierto un rostro quemado de horroroso aspecto. El impacto que me produjo aquella secuencia fue tan intenso que durante años, tres o cuatro, entraba en los lugares oscuros silbando o cantando del canguelo que llevaba encima.
El miedo puede mover montañas más altas que la fe, no hay más que ver, como han ofrecido ciertos documentales, la transformación que sufre una persona cuando se ve amenazada por el fuego, por ejemplo; puede hacernos enloquecer y entonces igual podemos arrojarnos por un precipicio que coger un cuchillo y salir a la calle repartiendo puñaladas. Pero estos son caso excepcionales, la realidad es que en prácticamente el cien por cien de las ocasiones el miedo paraliza y domestica.
¿Y todo esto a cuento de qué viene? Pues a que desde hace un tiempo no paramos de retroceder, no sólo en el ámbito de la política, sino en el de todos los campos de la actividad social. Y la raíz de ese retroceso no es otra que el miedo, inoculado groseramente por activistas de extrema derecha y neofascistas, pero también por ideólogos que se manifiestan con un lenguaje más elevado y, aparentemente neutral, y desde ángulos en principio alejados de la política e incluso de las preocupaciones diarias de la gente.
Jeff Dune
Hace poco más de una semana un tal Jeff Dune, doctor en física nuclear, al que no tengo le gusto de conocer, declaraba en una entrevista que le hacían en el periódico La Vanguardia que "hay pruebas abrumadoras de que nuestra conciencia, nuestra propia identidad, no son el resultado de la actividad de nuestras neuronas. Existimos más allá de los físico." Bien, ¿pero qué pruebas son esas que menciona el señor físico nuclear? El número de relatos de experiencias cercanas a la muerte. "El yo", añade el caballero, "no está limitado por el tiempo, las evidencias de que la consciencia no es el resultado de la forma física están ahí y a mí me lleva a afirmar que nuestra consciencia no depende de lo físico para su existencia." Es decir, que todas las pruebas reales que aporta el buen señor consisten en su apreciación personal. Pero lo interesante no es eso. ¿No sé si les suena  el recurso o la invocación de la consciencia? Si no les suena todavía, prosigamos de momento.
Hace tres o cuatro días, en el mismo periódico, entrevistaban a Enric de Benito, en esta caso, un eminente doctor en medicina que durante cincuenta años (hoy tiene setenta y cinco) ha sido médico de cuidados paliativos en los Hospitales Virgen de la Salud y Juan March, de Palma de Mallorca, y que actualmente da conferencias y cursos en la Universidad Ramon Llull, también en Palma de Mallorca y en distintas universidades del mundo. Es, además, autor de un libro, El niño que se enfadó con la muerte, que lleva cinco ediciones y cuyos derechos de autor el señor Benito destina a la Sociedad Española de Cuidados Paliativos.
Doctor Enric de Benito
En esta entrevista, que le hacen. igualmente, en la Vanguardia y que parece una redundancia de la anterior, aunque con matices ligeramente distintos, el eminente doctor va soltando perlas a cual más sorprendente. Así, por ejemplo, afirma que "igual que el nacer está bien organizado, el proceso de morir también." Y no sólo eso, sino que, añade don Enric: "el proceso fisiológico por el que pasa la madre está bellamente organizado para que el bebé pueda nacer y con la muerte pasa lo mismo." Yo no sé si alguna parturienta estará de acuerdo con esta afirmación, pero a mí, francamente, con el dolor que sufre la mujer, la sangre, los fluidos pegajosos y, a veces, hasta excrementos, un parto me parece muchas cosas antes que bello.
La afirmación siguiente es todavía más sorprendente, aunque a estas alturas pocas cosas puedan sorprendernos: "La muerte es un orgasmo cósmico, y yo lo sé porque lo he visto miles de vece. Yo no hablo de lo que no sé." Yo tampoco hablo de lo que no sé, pero he visto morir a varios familiares y si esas muertes son lo que dice el doctor, yo soy Capitán General de la Armada.
Pintura de Ferdinand Hodler
El señor de Benito asegura que no cree en nada, sabe. No va a misa ni le interesa nada de la religión, eso dice. Tampoco cree que el tiempo sea algo objetivo, sino que sólo existe en nuestra mente y afirma con aplastante rotundidad: "El sufrimiento no es más que rechazo de presente." Y tu te preguntas qué pensará de esto una persona con dolor crónico o con dolor permanente por la desaparición de un hijo o una hija, por ejemplo. Pero es que un poco más adelante, con un lenguaje tan campechano como el del emérito fugitivo: "Un hijo de puta es una persona mal informada de sí mismo. Lo que somos todos es belleza, verdad y bondad." Una afirmación que cuando echas una mirada alrededor no puedes menos de preguntarte: ¿pero con qué ojos mira el mundo el señor doctor?
Todo esto para llegar al fin a lo que de verdad le interesa y de lo que no ha dejado de hablar entre líneas desde el comienzo de la entrevista: la consciencia. Ésta es la que informa nuestra vida, un elemento inmaterial, autónomo, dentro pero al margen de nosotros, por tanto, imperecedero. ¿Les suena ya? 
La consciencia pirándoselas
El señor doctor y la totalidad de los que hoy tratan estos temas hablan, en realidad, del alma, la vieja alma absolutamente desprestigiada, a la que, para resucitarla sin producir rechazo, dan el nombre de consciencia, un elemento que constituye el núcleo del yo, para el que el proceso de morir, no la muerte, don Enric afirma que la muerte no existe, nos lleva a la plenitud y a la existencia eterna. "¡Por favor, dejen de sufrir tanto!, exclama el eminente médico, "estén tranquilos, no tengan miedo, palabreja ésta, la del miedo, que no falta jamás en charlas, conferencias, entrevistas y declaraciones de grandes entendidos en este asunto.
De ser yo la periodista, le habría preguntado a don Enric dónde estaba la consciencia antes de nuestro nacimiento. Se lo pregunté a uno que hacía un comentario sobre la entrevista. Esta fue su respuesta: "en otro plano, en una dimensión atemporal, mientras no estuviera encarnada en una vida terrenal como la presente.
Insistí: ¿Y cuándo entra en el cuerpo de un nuevo individuo, en el momento de la concepción o en el del nacimiento? No obtuve respuesta, ¿para qué?, si estaba ya todo meridianamente claro.