lunes, 24 de marzo de 2025

UN PAPA PARA UN CADÁVER

Edicto de Milán
Durante los primeros tiempos del cristianismo, digamos los tres primeros siglos, la Iglesia naciente y creciente pedía antes que nada libertad. Luego, cuando, a partir del siglo IV, con el famoso Edicto de Milán, emitido por Constantino en 313, el cristianismo dejó de estar prohibido y perseguido, es decir, una vez libre, la Iglesia ejerció está libertad acosando a las por ella llamadas religiones paganas, que contaban con una antigüedad de bastantes siglos y más de una hasta de milenios, abogando ante los emperadores por la prohibición de todas ellas. Tal prohibición, con graves consecuencias para quien se atreviera a continuar practicándolas, la consiguió la Iglesia de Teodosio I, llamado el Grande (347-395)

Teodosio I
Desde entonces y hasta el Renacimiento, es decir, durante mil años (se dice pronto), más o menos, el dominio eclesiástico sobre la totalidad de la sociedad llegó a ser tan abrumador que tales mil años constituyen un freno o, mejor, un tremendo retraso en el progreso técnico, pero también en el progreso moral. Eso sí, una moral para el ser humano en este mundo, en el que se desarrolla nuestra vida y único de cuya existencia tenemos constancia real, una moral cuyo eje no sería otro que el de la libertad del individuo para hacer con su vida, pues sólo suya es, lo que le pareciera, siempre que no constriñera o dañara la vida de los demás o, lo que viene a ser lo mismo, con sujeción a normas exclusivamente terrenas.
Donación de Constantino
Mi reino no es de este mundo,  cuenta el evangelista que afirmaba Jesús. Bien, pero por si acaso, tras la caída del imperio romano de Occidente, con la abdicación ante los bárbaros de Rómulo, el último emperador, ocurrida en 476, la Iglesia no sólo terminó adueñándose de Roma, sino que se hizo con un amplio trozo de Italia, el conocido Patrimonio de San Pedro, utilizando para ello un documento falso, la llamada Donación de Constantino, territorio que más tarde sería confirmado y ampliado por el franco Pipino el Breve (714-768), padre de Carlomagno y primer rey carolingio de los francos, después de usurpar el trono de los merovingios, con el apoyo del papa Zacarías (741-752)
El conocimiento al que habían llegado los griegos desapareció, asediado, repudiado y perseguido por la Iglesia. Los griegos, conocían la existencia del átomo (Demócrito), el movimiento constante de éste (Leucipo), el mecanismo de la visión (Empédocles), la eternidad de la materia (Anaxágoras). Sabían que la tierra es una esfera que gira alrededor del sol, incluso llegaron a calcular su circunferencia (Eratóstenes), con una diferencia de sólo unos metros con la medida actual, conseguida con nuestros medios muchísimo más sofisticados. Conocían las reglas de la perspectiva, no hay más que ver las esculturas que se han ido localizando en distintas excavaciones por media Europa. Habían llegado bastante lejos en matemáticas (Pitágoras) y en geometría (Euclides), hasta el punto de que el teorema del primero y los principios del segundo siguen siendo válidos en la actualidad.
Para empezar, la Iglesia, tomando literalmente el cuento bíblico de que el sol se paró para que Josué pudiera derrotar a los amorreos antes de que llegara la noche, estableció que la tierra era plana y que era el sol el que giraba a su alrededor. Esta afirmación, absolutamente arbitraria, se convirtió en un dogma tan importante que no sólo supuso, por ejemplo, la condena de Galileo, por afirmar lo que ya conocían los griegos, cuya certeza él había podido comprobar, sino que al día de hoy, influidos por motivaciones religiosas, no son pocos los que siguen creyendo y defendiendo tan desquiciada superchería.
Rembrand
Entre las muchas prohibiciones que durante este periodo estableció la Iglesia, una de las más importantes fue la de la disección de cadáveres. El fundamento de esta prohibición era doble, por una parte, los jerarcas eclesiásticos, con el papa a la cabeza, creían que el cuerpo humano formaba parte del misterio divino, por lo que, una vez muerto, adquiría un carácter casi sagrado. Pero, por otro lado, temía que una representación perfecta del cuerpo, bien en pinturas, bien en esculturas, como las que se venían descubriendo al construir nuevos edificios, propiciara el regreso de la idolatría pagana.
En el Renacimiento, científicos, médicos, pintores y escultores pretendían realizar dicha práctica los primeros para recuperar el saber anterior al cristianismo, del que cada vez se obtenían nuevas y más precisas noticias y aplicarlo en sus respectivos campos de actuación. Y los segundos con el propósito de conocer a fondo nuestro cuerpo para perfeccionar sus obras. Unos y otros sólo practicarían la disección con los cuerpos de los malhechores.
La prohibición eclesiástica era de gran dureza, con fuertes penas para quien la violase. No obstante, la curiosidad humana, el ansia de conocimiento, son más fuertes que todas las prohibiciones y tanto científicos como artistas, olvidando el riesgo que corrían, burlaban la prohibición contratando ladrones que al caer la noche robaban de los cementerios cadáveres recién enterrados, cadáveres que, una vez utilizados, eran devueltos antes de amanecer, así de rápidos tenían que actuar los infractores para no ser descubiertos.
León X
En este tiempo, pintores y escultores no gozaban de la independencia que pueden llegar a tener hoy, sino que trabajaban siempre por encargo, de manera que se veían obligados a asumir que quien pagaba era quien disponía qué pintar o qué esculpir. Carecían igualmente de la consideración de artistas, para los mecenas de la época no pasaban de ser meros artesanos, incluso figuras de la importancia y la grandeza de Rafael de Urbino, Botticelli, Leonardo da Vinci o Miguel Ángel. Por otra parte, quien más dinero tenía en aquella época era la Iglesia, por lo que era ella la que más encargos hacia a los artista, a los que contrataba poco más que como asalariados.
En 1513, con el nombre de León X, alcanzó el trono papal Juan de Médicis, segundo hijo del florentino Lorenzo de Médicis, conocido como Lorenzo el Magnífico. Juanito había tenido una carrera precoz: con sólo siete años era ya protonotario apostólico; a los doce, cardenal; a los catorce, diácono; y a los 38 papa, cargo para el que, una vez elegido, tuvo que ser ordenado sacerdote. Con una brillante educación, propia de la Florencia de su tiempo, su pontificado se caracterizó ante todo por extender el poder de su ya poderosa familia, pero durante él tuvo que lidiar con las andanzas de Lutero y sus noventa y cinco tesis clavadas en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos, de Wittenberg, en 1517.
Leonardo da Vinci
El mismo año de su coronación, León X llamó a Roma a Leonardo da Vinci, lo alojó en el propio Vaticano y le encargó diversos trabajos relacionados con su pontificado y con su familia. Pero pasaba y pasaba el tiempo y Leonardo no producía nada de lo que el papa le había encargado. Al cabo de tres años, sólo le había mostrado algunos elementales bocetos de los que apenas podía deducirse nada. Cierto día, el papa, bastante amoscado, decidió hacerle al artista una visita sorpresiva, con objeto de recriminarle su dejadez. Para ello, aguardó a la noche y, una vez avanzada ésta, se dirigió a su estancia, acompañado de algunos de sus guardias. Entró en tromba, esperando cogerlo dormido para que su sorpresa fuera mayor, pero lo que vio lo dejó paralizado: Leonardo estaba allí, inclinado sobre un cadáver al que le practicaba la disección. "¡Fuera!", gritó el papa recuperándose. "¡Fuera!" Aquel tremendo delito en su propia casa. "¡Ponedlo en la calle! ¡Ya!" A sus soldados. "¡Ya!"
Nunca se supo como es que León X no ordenó el encarcelamiento de Leonardo. Pero, por si el papa se arrepentía, Leonardo huyó de Roma y de Italia y se refugio en Francia, donde vivió hasta su muerte.

Fuente:
Los secretos de la Capilla Sixtina.- Benjamín Blech y Roy Doliner
Historia de los papas.- Juan María Laboa
Historia de Italia.- Christopher Duggan
 

lunes, 17 de marzo de 2025

LA MONTAÑA DEL ALMA

¿Cuánto juega en nuestra vida el azar? ¿Somos tan libres como creemos o alguna fuerza extraña y desconocida controla y dirige nuestros pasos más allá de nuestra creencia? Un día, bruscamente, te sientes mal. Te levantas por la mañana de la cama y no puedes tirar de tu cuerpo, te sientes cansado, sin fuerzas, a pesar de que has dormido de un tirón casi ocho horas. Respiras con dificultad. Tanta que, por momentos, sientes que te ahogas.
Has trabajado mucho en los últimos meses. Demasiado. Y es probable que estos síntomas sean fruto de esa intensa actividad, aunque no deja de sorprenderte que hayan aparecido de un modo tan brusco. Decides que lo mejor es acudir sin demora al médico. Seguro que, con unos comprimidos, algún jarabe y, en el peor de los casos, con unas inyecciones, todo vuelve a la normalidad. El señor doctor no le da demasiada importancia ni a tu estado ni a lo que cuentas. No obstante, decide hacerte una serie de pruebas "para confirmar que no hay nada que temer", dice. Pero el diagnóstico es demoledor: Tienes un cáncer de pulmón y sólo hay una solución posible: la extirpación quirúrgica de uno de tus pulmones, el izquierdo, aunque el médico no garantiza el éxito de tal intervención. "Pero si no hacemos nada", asevera, "Sólo le quedarán a usted unos meses de vida, diez como mucho.
El mundo gira entonces ante ti como una peonza en un charco de lodo. Te desmoronas y estás a punto de caer allí mismo, en la consulta del médico. Tienes que morir, como morimos todos, pero eres aún demasiado joven como para soportar serenamente una noticia como esta. Durante unos días casi no consigues aceptar tu mala suerte. Sólo una idea se va abriendo paso en tu cabeza: No quieres morir aún, pero mucho menos morir a causa de un cáncer, no estás dispuesto a irte consumiendo como una llama a la que se le está terminando el combustible. ¿Entonces? Tendrás que tomar una decisión para abandonar con dignidad un mundo al que tú no pediste venir. Poco a poco vas recuperando el valor y, aunque sólo han pasado cuatro días de la sentencia del señor doctor, ya piensas en formas y en medios para alcanzar el objetivo que te estás planteando.
Una semana más tarde, recibes una llamada del médico. Piensas que va a proponerte la fecha para la intervención, pero lo que te dice es que ha habido un error en tu diagnóstico, que, en un descuido totalmente involuntario, la enfermera puso tu nombre en el expediente de otro paciente con pruebas idénticas a las tuyas. ¡Ah! ¿Cómo podría medirse tu alegría? Ni siquiera te indignas con el médico. Sólo descubres alborozado la cantidad de vida que puedes tener aún delante de ti. Descubres que llevamos la muerte inscrita en nuestras células desde el mismo momento de nuestra concepción y te dices que no vale la pena tanto esfuerzo y tanto trabajo, cuando nos impiden disfrutar del poco tiempo del que disponemos.
Con un nuevo entusiasmo, decides entonces abandonarlo todo y emprender un viaje. Un viaje en plan Machu-Pichu, es decir, con el macuto y unas buenas botas para caminar. Y sin un lugar o una meta prefijada a la que dirigirte. Así, subes al primer tren que encuentras en la estación a punto de salir. Se trata de un tren antiguo, de aquellos que contaban con departamentos cerrados y su pasillo a lo largo del vagón, en el que se daban cita, sobre todo, los fumadores. Cuántos viajes nocturnos, incapaz de conciliar el sueño en tu asiento, has pasado la noche fumando cigarrillo tras cigarrillo y charlando con un desconocido.
A poco de partir el tren, te diriges al vagón restaurante, te sientas ante una de las frágiles mesitas y pides al camarero un té. Enfrente de ti, otro pasajero, más o menos de tu edad, pide también un te. Aquí lo sirven en delicadas tazas de porcelana cubiertas con una tapa del mismo material para que no se pierda ni un ápice de su aroma y su sabor. Con el traqueteo del tren, las tapas de la tazas vibran y  amenazan con caer. Entonces alargas la mano para sujetarla. Tu vecino de mesa hace exactamente lo mismo en el mismo momento y, como ambas tazas están muy próximas, vuestras manos se rozan levemente. Este roce provoca la sonrisa de los dos y, al mismo tiempo, da pie para que iniciéis una conversación. A pesar de su juventud, el viajero es un hombre experimentado. Tiene una voz más grave que aguda, muy agradable, y su conversación es serena y fluida. Ha viajado mucho. Cuenta anécdotas de sus viajes. Y en un momento dado menciona como de pasada la Montaña del Alma.
Gao Singjian
¡La Montaña del Alma! Estamos en China, en el sur todavía veraniego de China y el que ha hablado hasta aquí es Gao Xingjian (1940), un autor chino que se vio obligado a huir de su país como consecuencia de la Campaña Contra la Contaminación Intelectual llevada a cabo en los años ochenta del siglo pasado, una reminiscencia de la famosa Revolución Cultural, prolongada durante diez años, los que van de 1966 a 1976. Las obras de Gao fueron prohibidas y su vida corrió verdadero peligro. En 1987, tras quemar todos sus manuscritos, logró viajar a París, donde vive desde entonces y donde consiguió la nacionalidad francesa.
Gao es un artista polifacético, es escritor, en el año 2000 recibió el premio nobel de Literatura, escribe tanto novela como teatro o poesía. Pero, además, es pintor y ha hecho también cine. En ambos terrenos, el de la palabra y el de la imagen, Gao es un gran innovador. Ha modernizado el idioma chino y ha revolucionado el teatro.
¿Pero qué es la Montaña del Alma? Antes de nada, es un lugar, un lugar remoto, extraviado en el laberinto de las montañas del país y al que para llegar se necesita una gran dosis de energía, de valor y de humildad. Es también la metáfora del caminante que busca la paz interior. Y es, sobre todo, el título de un libro fascinante, novela, libro de viajes y hasta un tratado filosófico al alcance de todos los públicos. El libro ofrece un recorrido por el territorio montañoso de China en el que se se mezclan las viejas tradiciones con la aparición de un progreso no siempre positivo. Cuenta sólo con tres personajes: Yo, Tu y Ella, que  se suceden como protagonistas en cada uno de los capítulos. En su caminar, los tres van encontrándose con personajes secundarios, la mayoría extraordinariamente singulares, a través de los cuales se mezcla lo real con lo fantástico y aún con lo onírico. Así, podemos encontrarnos con El Acantilado de los Fantasmas en Pena; con las Mujeres de la Camelia, con el Dragón de los Cinco Pasos. Pero también con la defensa del medio ambiente al tratar, por ejemplo, del retroceso del oso panda, o de los problemas que ha originado la presa de las Tres Gargantas. Un delicado erotismo, a ratos muy elocuente, atraviesa buena parte del texto haciéndolo más sugerente aún.
No diré si el viajero, o los viajeros, Yo, Tú y Ella, consiguen encontrar la Montaña del Alma. Eso es algo que dejo al posible lector.

Imágenes: Internet

martes, 11 de marzo de 2025

SIGUEN ENCUBRIENDO LA PEDERASTIA

Palacio arzobispal de Toledo
Mientras el papa lleva ya veintitantos días en el hospital tratando si no de burlar, sí de retrasar la muerte, la jerarquía católica sigue encubriendo la pederastia, al menos en España. Y no sólo la encubren, sino que se cachondean de la víctima, manteniendo abierta su herida y regándosela con sal, con salfumán, con alcohol, con todo lo que impida que cicatrice.
Es verdad que este papa está claramente en contra del abuso sexual de menores dentro de la Iglesia, también fuera, por supuesto, pero lo que sostiene y ordena el papa se lo pasan parte del Vaticano y, desde luego, los obispos españoles por el arco del triunfo.
Uno de los últimos casos, que ejemplifica lo que va dicho, es el de Carlos, un joven que prefiere mantener el anonimato, de momento, porque su historia no ha terminado. En el año 2003, con sólo once años, Carlos ingresa como alumno interno en el seminario menor de Toledo. Aquí tiene como director espiritual al padre Pedro Francisco Rodríguez Ramos, su futuro abusador, quien con la habilidad propia de estos malhechores lo va dirigiendo para proceder a los abusos sin que el muchachito llegue a escandalizarse más de lo imprescindible. Ese mismo año el cura comienza con esas caricias que muchas veces los mayores le hacen a los niños sin maldad alguna y sin segundas intenciones. Pero en este caso si había maldad. 
Pedro F. Rodríguez Ramos
La manipulación del cura van a tan buen ritmo que en una fecha tan temprana como febrero de 2004 le da a Carlos el primer beso en la boca. Luego vendrían más, señalándole el pedófilo que aquellos besos no eran pecado, porque lo besaba como si fuera su padre. El 8 de julio de 2006, el papa Benedicto XVI visita Valencia para asistir al V Encuentro Mundial de las Familias. El padre Rodríguez Ramos y Carlos, que ya tiene catorce años, viajan juntos a Valencia y esa noche duermen ambos en la playa, en el mismo saco de dormir. Una semana después, el curáncano, porque no se le puede aplicar otro nombre, lleva al muchachito a La Bañeza (León) para realizar unos ejercicios espirituales. ¡Sí si, espirituales! Aquí es donde comienzan los abusos en firme.
La Bañeza (León)
Lo peor de lo peor que tiene la pederastia eclesiástica es que, en la mayoría de las ocasiones, el pederasta no sólo abusa de un menor, sino que imbuye en él una asquerosa desorientación moral. El chaval pensaba que los toqueteos del cura, sus abrazos, sus besos, la noche que pasaron en Valencia, eran pecado, pero el director espiritual lo negaba, diciéndole que era normal entre personas que se querían. En La Bañeza ya estuvieron los dos completamente desnudos y allí el cura masturbaba al chaval deteniéndose antes de que eyaculara, explicándole que ahí estaba la diferencia entre la gracia y el pecado. Por su parte, Carlos le hizo alguna felación al pederasta, sin necesidad de que éste lo obligara, a tal manejo del adolescente había llegado el tipo. No obstante, uno de aquellos días, desorientado, Carlos le volvió a preguntar a su mentor si lo que hacían era pecado y, por primera vez, si eran homosexuales. Aquí, el abusador reaccionó agresivamente, aunque enseguida se puso a llorar, abrazó al jovencito y creyéndolo aún en sus manos le advirtió que si contaba algo a alguien no lo volvería a ver.
Arzobispo Braulio Rodríguez
No volver a ver al cura, eso es lo que necesitaba Carlos y eso fue lo que le dijo en 2007, ya con 16 años, que le gustaba una chica y que no quería verlo más. Dos años más tarde, ya mayor de edad y habiendo comprendido lo que el padre Rodríguez Ramos había hecho con él, Carlos se plantea denunciarlo. La denuncia, sin embargo, la materializa la madre en el arzobispado de Toledo, siendo arzobispo Braulio Rodríguez. Éste le dice a la denunciante que ya conoce el caso por otro sacerdote, añadiéndole que lo que contaba su hijo se debía a su "afectos desordenados." Por consiguiente, mantiene al pederasta en el mismo seminario hasta el año 2015, en que lo nombra rector de la iglesia de San Ildefonso y Santuario de los Sagrados Corazones, de Toledo.
Seminario Moyabamba (Perú)
En el año 2016, Carlos denuncia su caso ante la Justicia en el juzgado número 1 de La Bañeza, por ser aquí donde se produjeron los mayores abusos. Comienza entonces la investigación judicial de los hechos, momento en que el arzobispo Braulio Rodríguez no pone al acusado a disposición de la justicia, sino que en una clara burla de la víctima, manda al todavía supuesto pederasta al ¡seminario de Moyabamba, en Perú! La investigación se prolonga nada menos que siete años, hasta el 29 de mayo de 2023, en que se celebra el juicio. Antes, en 2022, el joven Carlos denuncia su caso en el Dicasterio para la Doctrina de la Fe (antigua Inquisición). Como no obtiene respuesta, en diciembre de 2023 consigue hablar directamente con el papa Francisco. En marzo de 2024, el papa ordena al Dicasterio de la Doctrina de la Fe que se juzgue canónicamente al ya condenado pederasta. El Dicasterio, retorciendo la orden del papa, encarga el enjuiciamiento del sacerdote Pedro Francisco Rodríguez Ramos al arzobispado de Toledo, una decisión fantástica, pues, suponiendo que este juicio se lleve a cabo alguna vez, el arzobispo será juez y parte. 
En el juicio civil, el sacerdote fue condenado a siete años de prisión y al pago de 40.000 euros a la víctima. Cuatro informes psicológicos y uno del forense certificaban que el joven, en efecto, había sufrido abusos. Sólo un informe psicológico, aportado por la defensa del sacerdote, sostenía que "no hay una relación directa de causalidad inequívoca" entre el trauma que presentaba Carlos y los hechos denunciados. El nuevo arzobispo, Francisco Cerro, que sustituyó a Braulio Rodríguez en 2019, afirmó en su momento que respetaba la sentencia, aunque no era definitiva, señaló, pues iba a ser recurrida. En 2024, tras el correspondiente recurso, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León absuelve al sacerdote, no por considerarlo inocente, sino por defecto de forma en la instrucción inicial. El caso se encuentra actualmente en el Tribunal Supremo.
Arzobispo Francisco Cerro
A preguntas de la prensa, el nuevo arzobispo de Toledo contestaba en 2021 que: "Desde el momento en que se tuvo conocimiento de las hechos, el anterior arzobispo, con pleno respeto al principio de presunción de inocencia, actuó conforme a la legislación canónica vigente." Pero guarda silencio ante la pregunta concreta de si había abierto el preceptivo proceso canónico, incluido informe al Vaticano. Calla igualmente, sobre el mismo asunto, César García Magán, Secretario de la Conferencia Episcopal y obispo auxiliar de Toledo, ante la pregunta del diario El País en 2022, limitándose a contestar que el arzobispado "había hecho los deberes." 
¿Y la archidiócesis se puso en algún momento en contacto con el joven Carlos? Sí, hombre, en noviembre de 2022, después de las preguntas de El País a García Magán, hablaron con él por teléfono. Luego, el 30 de marzo de 2023, Carlos recibió un email en el que se le  ofrecía un encuentro con el arzobispo para "una reparación moral." Pero ni en su momento se abrió proceso canónico alguno, preceptivo cuando se tiene conocimiento de hechos de este tipo, ni se han iniciado siquiera los trámites para celebrar el juicio ordenado por el papa.


Fuente: Noticias de prensa
Imágenes: Internet



 

viernes, 25 de octubre de 2024

EL CRISTIANISMO Y LA ESCLAVITUD

Se escucha a menudo que el Jesús del evangelio abogaba por la igualdad entre los hombres. Es posible que así sea, en los evangelios puede encontrarse casi de todo. Pero más allá de esta opinión, la aparición del cristianismo en la escena histórica no supuso oposición alguna a la esclavitud practicada por el Imperio romano y por los pueblos de la época. Es cierto que San Pablo, cuyos son los primeros escritos cristianos, afirmaba en su epístola a los gálatas, (3-28) que "ya no hay judío ni griego, ni esclavo, ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo."
Pero el llamado Apóstol de los gentiles no se refería a esta vida, sino a la que esperaba después de la muerte a los gálatas y a él mismo. Porque no mucho tiempo después, desde la cárcel en Roma, Pablo escribe una carta a un tal Filemón, comunicándole cómo Onésimo, un esclavo que había huido de su casa se encontraba con él. Con la carta le devuelve su esclavo a Filemón, pidiéndole que no lo castigue, pero participándole al mismo tiempo que le gustaría tenerlo a su servicio. En todo el asunto, la opinión de Onésimo no cuenta para nada, no es una persona, es un esclavo.  
Esta carta, que figura en la Biblia, como una más de las epístolas de Pablo, es para Diarmaid MacCulloch, autor de una monumental Historia de la Cristiandad, "el documento cristiano fundacional de la justificación de la esclavitud". Después de ella, figuran en la Biblia dos misivas de un tal Pedro, casi con toda seguridad no el apóstol, sino más bien un discípulo. En la segunda de estas cartas, Pedro afirma que los esclavos debían comparar su sufrimiento con los injustos padecimientos de Cristo, con el fin de que soportaran la injusticia como la había soportado Cristo. "Sed sumisos... a toda institución humana", decía el tipo.
Pérfido como fue casi desde el principio, el cristianismo procuraba por todos los medios no aparecer como un movimiento social y político, mucho menos un movimiento subversivo. Es decir, dejarlo todo exactamente como estaba, aunque hubiera sido un romano el que ordenara la crucifixión del que tenían por su fundador. 
Son numerosas las declaraciones de los Padres de la Iglesia a favor de la esclavitud, algunas verdaderamente denigrantes. Así, Ignacio, obispo de Antioquia (35-108-110), en carta enviada a Policarpo, obispo de Esmirna, no se cortaba un pelo para afirmar que: "los esclavos no deberían beneficiarse de pertenecer a la comunidad cristiana, sino vivir como esclavos distinguidos, ahora para gloria de Dios." Y añadía que no debían utilizarse fondos de la Iglesia para ayudar a los esclavos a conseguir su libertad. Dos figuras de enorme relevancia entre los católicos, Agustín de Hipona (354-430) y Ambrosio de Milán (340-397) defendían sin ambages la esclavitud. Agustín la explicaba con el manido recurso, ya en su época, del estado de caída de la humanidad debido al pecado original (hay que tener cara para sostener esto, cuando se trata de una parte desgraciada de la humanidad al servicio absoluto de la parte privilegiada, hay que tener cara). Por su parte, Ambrosio de Milán sostenía que: "cuanto más baja es la condición en la vida, más se exalta la virtud.", pero la vida del bravo y bravío arzobispo de Milán no se encontraba precisamente en esa franja baja.
Tras el emperador Constantino, los dirigentes eclesiásticos, que ya tocan poder del bueno, no afrontan en ningún momento la abolición de la esclavitud, sino que vuelcan sus exhortaciones en la caridad, conminando a los esclavos a la buena conducta. Así, el Concilio de Gangra (360) condenaba a los cristianos que animaban a los esclavos a desobedecer a sus amos. Entre la vorágine de voces que defienden o justifican la esclavitud, sólo poco más de media docena se oponen a ella. Quizás, el más contrario, fuese Gregorio de Nyssa (334-394) para el que tener esclavos era un gran pecado. De cualquier forma, en la antigüedad, los únicos que se oponían decididamente a la esclavitud eran los esenios.
En la Edad Media, papas, órdenes religiosas y monasterios siguen teniendo esclavos. Tras el descubrimiento de América y el comienzo del tráfico de esclavos negros, la Iglesia no condena ni la esclavitud ni su comercio, sólo lo prohíben si el esclavo es cristiano. En 1452, el papa Nicolás V (1447-1455), con la bula Dum diversos, autoriza expresamente al rey de Portugal a someter como esclavos a mahometanos, paganos y otros infieles. En 1462, Pío II (1456-1464) amenaza a los que esclavizan a cristianos, pero no condena el comercio de esclavos. En 1548, Paulo III (1534-1549), confirma el derecho, incluso de eclesiásticos, a tener esclavos, aunque sostiene que los indios americanos no lo eran y, por tanto, tenían derecho a ser libres.
En el comercio de esclavos, que duró casi cuatro siglos, estuvieron involucrados nobles, grandes familias y casas reales, pero también obispos y órdenes religiosas. La Iglesia Católica fue la principal poseedora de esclavos de toda Sudamérica. Obispados, parroquias, colegios y órdenes religiosas contaban con esclavos negros en México, Paraguay, Chile, Argentina, Perú, Colombia, Ecuador o Brasil. De las órdenes, la que dispuso del mayor número de esclavos fue la de los jesuitas. Éstos los utilizaban, tanto en sus haciendas e ingenios, donde producían cereales, caña de azúcar y azúcar, sobre todo, y en sus colegios. Compraban esclavos bozales, nombre que se les daba a los recién llegados de África, que, por tanto, no conocían aún el idioma de Castilla. Procedían principalmente de Angola y del Congo. Pero también compraron esclavos criollos, esto es, nacidos en Sudamérica. En México, llegaron a comprar incluso esclavos chinos, así llamados, aunque su origen era, en realidad, el sudeste asiático. En más de una de sus estancias, los jesuitas llegaron a contar con hasta 200 esclavos negros.
En 1646, el católico José de los Ríos, Procurador General de Lima, sostenía textualmente que: "la falta de negros amenaza con total ruina al entero reino, porque el esclavo negro es la base de la hacienda y la fuente de toda riqueza que este reino produce." Un informe encargado por el rey español y católico Carlos II en 1686 aseguraba que: "La introducción de negros es no sólo deseable, sino absolutamente necesaria, pues cultivan las haciendas y no hay otros que podrían hacerlo, por falta de indios. Sin el tráfico, América se abocaría a una absoluta ruina."
No obstante, entre los católicos, aunque muy minoritarias, hubo también voces que condenaban la esclavitud y su indigno comercio. Entre los más relevantes, Pedro Claver (158-1654), misionero jesuita; Francisco José de Jaca (1645-1690), misionero capuchino; los dominicos Bartolomé de las Casas (1484-1566), Domingo de Soto (1494-1560) y Tomás de Mercado (1523-1575); y el francés Epifanio de Moirans (1644-1689), misionero capuchino.
A finales del siglo XVIII se inició, al fin, la abolición de tan inhumana practica. En 1791, Haití fue el primer país que la prohibió en su territorio, a éste le siguieron: Francia, en 1794; Dinamarca, en 1803; Chile, en 1823; México, en 1829; Reino Unido, en 1833 España, en 1837; Colombia, en 1851; Perú, en 1854, el mismo año que Venezuela; Estados Unidos, en 1868; Portugal en 1869, y Brasil, en 1888. Aunque hoy el papa Francisco muestra una actitud de condena hacia los "esclavos" que, tras distintas veladuras siguen existiendo, lo cierto es que, oficialmente, el Vaticano no ha condenado nunca la esclavitud. Habrá que esperar a 1838, para que un papa, Gregorio XVI (1831-1846) prohíba únicamente el tráfico a los cristianos, bajo pena de excomunión. 

Fuente:
Historia de la Cristiandad.- Diarmaid MacCulloch
Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales Universidad de Barcelona, Volumen XII, número 785
Relatosdelahistoria.mx
Historia de los papas.- Juan María Laboa

Imágenes: bloger.googleusercotent.com

martes, 15 de octubre de 2024

SERGIO Y BACO: UNA HISTORIA DE AMOR

Pero vamos a ver si lo tenemos claro: ¿Cuántas naturalezas hay en Cristo? El padre Ripalda, autor del célebre catecismo que lleva su nombre, no tenía dudas: Cristo tenía dos naturalezas, divina y humana. Muy bien, pero en cuanto a la naturaleza divina, qué relación exacta tenía con el Padre. Durante siglos, determinar o encontrar una solución a tan pavoroso problema provocó tremendas pugnas, no sólo dialécticas, entre unos cristianos y otros, con el epicentro en Constantinopla, capital por entonces del Imperio Romano.
No vea usted, amable lector, lo que, en un momento dado puede liar una simple y humildísima "i". Porque toda la discusión se establecía en función del significado de dos términos griegos, diferenciados únicamente por esa "i"
HOMOOUSIOS = De la misma naturaleza que el Padre
y
HOMOIOUSIOS = De naturaleza similar a la del Padre.
¡Qué extraña y absurda es la naturaleza humana! ¡Por qué nimiedades, imposibles además de verificar, agarramos la estaca y la emprendemos a garrotazo limpio. Que digo yo que, conociéndonos, puesto que, como Dios, nos había creado, ya pudo el propio Cristo, antes de najarse, dejar claro y bien claro un asunto tan peliagudo. 
Hasta golpes de Estado se produjeron en Constantinopla con el propósito, entre otros, de llevarse el gato al agua en este asunto, sin cuya resolución los seres humanos viviríamos por los siglos de los siglos en permanente estado de ansiedad. En el año 450, gracias a uno de estos golpes, se hizo con el trono Pulqueria, hermana del fallecido Teodosio II y mujer de armas tomar. Casada con Marciano, un pusilánime que ostentó el título de Emperador, pero solo de manera oficial, provocó la convocatoria del Concilio de Calcedonia (451) en el que pretendía zanjar la cuestión de una vez y para siempre.
¡Pero que se va a zanjar! Los obispos reunidos votaron por el Homoousios, sacrificando la humilde "i", no obstante, los defensores de ésta no aceptaron el resultado. Y es entonces cuando tenemos la oportunidad de descubrir el verdadero poder de esa simple "i". Los dos bandos, que ahora pasaron a llamarse miafisitas = misma naturaleza que el Padre, y diafisitas = naturaleza similar, mantuvieron, más o menos, el mismo enfrentamiento que antes del Concilio. 
El diafisismo permaneció en el centro del imperio, en tanto el miafisismo se extendió por Asia Menor, gracias, principalmente, a la predicación de Jacobo Baradens (500-578), que llegaría a ser obispo de Edesa. De esta amplia área, donde cuajó con más fuerza fue en el reino Gasánida, un Estado aliado del Imperio Bizantino, al que le hacía de tapón frente a los persas, sus enemigos tradicionales. Ocupaba un territorio que se extendía por Palestina, Jordania, parte de Arabia y parte de Siria. Sus habitantes, tradicionalmente guerreros, eran árabes cristianos. Como tales, fueron especialmente devotos de un tal Sergio, soldado cristiano que había sido martirizado hasta la muerte durante la persecución de Diocleciano (284-305), cuyo culto se había extendido por todo el Imperio Bizantino. 
Pero Sergio no estaba solo. Junto a él, pero muy junto, los gasaníes, veneraron también a un tal Baco, igualmente soldado romano y mártir. Ambos eran dirigentes en la escuela militar de reclutas, Sergio como comandante y Baco como su lugarteniente, sufrieron martirio cuando se descubrió que eran cristianos y los dos, siempre muy juntos, fueron declarados santos por la Iglesia. Su fiesta tiene lugar el 8 de octubre.
Tan estrecha relación, puesta claramente de manifiesto en la iconografía, llevó a sus seguidores al convencimiento de que lo que los unía no era la amistad, sino el amor. En apoyo de esta idea existe un texto de autor anónimo en el que se narra el martirio simultáneo de los dos, quienes, al parecer, murieron incluso abrazados. Se trata de Pasión de Sergio y Baco. De hecho, entre los gasaníes, ambos santos eran conocidos como Los amantes. Toda una historia de amor entre personas del mismo sexo. El reino gasánida perduró hasta el siglo VIII, en que su territorio fue ocupado por los musulmanes. Sin embargo, su existencia, siquiera como vestigio, se mantiene hasta el día de hoy con la Casa Real Gasaní, al frente de la cual se encuentra un príncipe.
Modernamente, el norteamericano John Boswell (1947-1994), profesor de Historia en la Universidad de Yale y miembro fundador del Centro de Estudios Gays y Lésbicos de dicha universidad, actualizó la consideración de amantes de Sergio y Baco en dos de sus obras: Cristianismo, Tolerancia Social y Homosexualidad, y Las bodas de la semejanza. Cristiano católico, Boswell sostiene que hasta el siglo XII la Iglesia no sólo no condenaba la homosexualidad, sino que incluso se celebraban bodas entre personas del mismo sexo. Como prueba, aporta nada menos que 140 manuscritos localizados en las principales bibliotecas de Europa, incluida la del Vaticano, en los que se da cuenta de tales bodas.
Ambos libros atrajeron fuertes críticas por parte de historiadores y teólogos conservadores, sin embargo, la realidad es que al día de hoy, en Estados Unidos, pero también en Europa, cristianos homosexuales, tanto católicos como ortodoxos, tienen a Sergio y a Baco como sus patronos y no son pocos los matrimonios entre personas del mismo sexo que, aun civiles y, por tanto, fuera de sus respectivas Iglesias, se celebran bajo la tutela o la invocación de ambos santos.

Fuentes:
Historia de la Cristiandad.-Diarmaid MacCulloch
Cristianismo, Tolerancia Social y Homosexualidad.- John Boswell
Enciclopedia Católica.

Imágenes: Internet

domingo, 29 de septiembre de 2024

Y AHORA VAMOS A HABLAR DE SEXO

Y vamos a hablar claro.
Treinta pares de orejas enhiestas, como las de las liebres. Universidad Laboral de Córdoba. Colegio Gran Capitán. Último curso. Dieciocho años más o menos y calientes a todas horas más que la chimenea de un alto horno. Primavera. A través de los amplios ventanales, el cielo azul y la espesa arboleda del parque que se extendía a lo largo de los colegios. Bandada de escandalosos gorriones persiguiéndose entre las ramas de los árboles, machos detrás de hembras, seguro, que ya estarían hechos los nidos para la nueva descendencia. El biscuter de Pérez Lubián, el profesor de matemáticas aparcado en el borde de la acera. Un espectáculo verlo subir y, mucho mejor, bajar del vehículo, con su esplendorosa humanidad de unos ciento cuarenta kilos, por lo menos. Hasta apuestas hacíamos para ver cuándo se quedaba atascado y tenía que entrar a clase con el cochecito de juguete a modo de salvavidas. ¡Qué grande era! ¡Y qué gordo! El profesor. Se ponía a explicar de cara a la pizarra tapando lo que escribía con su formidable orondez. Cuando terminaba volvía la cabeza, sólo la cabeza, y preguntaba: ¿Os habéis enterado? Y nosotros. ¡Sííííííí! Y el muy... borraba toda la explicación sin darnos tiempo no ya a copiarlo, sino ni siquiera a verlo.
El biscuter
Pero a lo que íbamos, que se nos va el santo al cielo. 
Pronto saldréis a la vida, empezaréis a trabajar os echaréis novia, formaréis una familia.
Clase de religión. Profesor, el padre Zabalza, un dominico no muy alto, pero bien conformado, apuesto, guapetón, buen pelotero y con fama de ligón entre la legión de limpiadoras y cocineras que atendían al servicio, gran parte de ellas lindas muchachas en flor. Aunque el verdadero ligón era el hermano... ¡Vaya! ¡Olvidé su nombre! Un tipo verriondo, al que llamábamos El Bombilla, porque la tonsura natural le abarcaba toda la cabeza, a excepción de una tirilla de pelo que le recorría la nuca de oreja a oreja, y que iba detrás de las muchachas mayorcitas, veinticinco, treinta años como mucho, como los becerros detrás de la teta de su madre.
¿Futura novia?
¿Pero vamos o no vamos?
Trabajar ya éramos bastantes los que lo hacíamos, en verano, en las más diversas ocupaciones. Novia no eran pocos los que la tenían. Más de uno y más de dos había ido de putas, ellos mismos lo contaban. A ver por donde nos salía el buen dominico.
Aquella novia con la que terminaríamos casándonos iba a ser la mujer más importante de nuestra vida. Tan importante como nuestra madre, circunloquiaba el fraile. Por ello teníamos que poner el mayor cuidado en elegirla. La belleza, la simpatía, constituían aspectos positivos, pero ni mucho menos los más relevantes. La importancia de aquélla se encontraba en que sería la madre de nuestros hijos, sublime motivo por el que deberíamos valorar ante todo sus cualidades morales. Debería ser noble, recta, con una gran capacidad de sacrificio y de amor. Una mujer, en resumen, como nuestra madre, ya lo había dicho. O, mejor aún, como la Virgen María, capaz de renunciar a los atractivos mundanos para entregarse por entero a la tarea de alumbrar y cuidar al Salvador del mundo.
Capacidad de sacrificio
Vale, bien, muy bien, ¿pero y el sexo?. ¿no era de eso de lo que íbamos a hablar?
Tranquilos, muchachos, la impaciencia es la madre de la mayoría de los errores humanos.
A través de las ventanas, las hojas de las catalpas, de un verde más bien fofo, la agujas de los abetos, los ramos preciosos de las adelfas, blancos, amarillos, fucsia. Por el centro de la calzada, meditabundo, el profesor de Formación del Espíritu Nacional, un imbécil absoluto, pelo blanco, camisa azul, al que se le saltaban las lágrimas cada vez que nombraba a José Antonio, y lo nombraba algo así como doce o catorce veces por clase de cincuenta minutos.
Nada, que se nos va el santo al cielo y no estamos en lo que estamos. El dominico perorando a sus anchas desde la cumbre de la tarima. Las mujeres son flores delicadas, decía en aquel momento, todos ya cansados de escuchar perogrulladas y deseando que la clase terminara. A una mujer, continuaba con su sermón el pelotero, no había que preguntarle por el seso, por la inteligencia, sino por su decoro, su modestia, su honestidad, por sus dotes para dirigir y administrar un hogar. Lo que las mujeres buscaban en los hombres no era tanto amor como seguridad, fortaleza, una sombra bajo la que cobijarse. Esto era, en primer lugar, lo que las diferenciaba de nosotros. Ahora bien, el amor era necesario, constituía la argamasa primera que sellaba la unión perpetua de una pareja.
Modelo de modestia
Pero bueno, vamos a ver, ¿hay sexo o no hay sexo?
Ahora va, ahora va.
Los hombres éramos rudos, las mujeres delicadas. Esto era necesario que lo comprendiéramos para saber cómo teníamos que tratarlas. Nosotros éramos el ímpetu, el dinamismo, ellas, por el contrario, la pasividad, la calma. La tensión se apoderaba de nosotros con harta frecuencia. Las mujeres en cambio, eran como el mar, tenían sus mareas al ritmo que les marcaba una naturaleza mucho más tranquila. En una palabra, éramos más ardientes que ellas, motivo por el que corríamos el riesgo de importunarlas con nuestras exigencias, hasta el punto de poner en riesgo no la unión de la pareja, porque el matrimonio era para toda la vida, pero sí la paz y la armonía del hogar. Debéis saber, la voz ahora claramente aflautada del fraile, debéis saber y tenerlo muy presente en el futuro que, después de la unión conyugal, una mujer tarda dos meses e incluso más en tener deseo de nuevo.
¿Qué, cómo, cuándo, dónde? Un coro de voces repentinamente excitadas. ¿Dos meses? ¿Qué decía el padre cura?
Dos meses. He dicho dos meses, sí. O más. Y durante ese tiempo el hombre debe respetarla y mantenerse casto hasta que ella esté propicia otra vez.
¡Pero bueno! ¿Quién? ¿Por qué? ¿De qué manera? Un revuelo de preguntas, de opiniones, de quejas, alguna maldición por lo bajo. Y, por encima: una voz, la de un asturiano recio, un hombre ya, con cara y voz y modales de hombre, pero, quizás, con la inocencia de un adolescente: ¿Dos meses acostado junto a una mujer y sin poder tocarla? ¡No es justo! Usted lo tiene más fácil, a fin de cuentas, usted duerme solo.
¿Se reirían del dominico?
El fraile sonrió, alzó la mano como para pedir silencio y responder al asturiano. Pero en aquel momento sonó el timbre que indicaba el final de la clase y lo que hizo fue despedirse y abandonar el aula hasta el próximo día. Las clases prosiguieron hasta el final del curso, pero, aunque se lo insinuamos en más de una ocasión, nunca más se volvió a hablar del tema.
Así estaban las cosas entonces. No sé, pero creo que, a pesar de las apariencias, en el fondo, el asunto ha variado poco.

Imágenes: Internet

martes, 24 de septiembre de 2024

EL CRISTO DE CABRA

Don Jerónimo Sanvitores de la Bastilla (1596-1677), segundo marqués de la Rambla, fue un caballero burgalés, que, entre otras cosas, ejerció de alcalde de su ciudad natal. En 1645, como procurador en Cortes, fue testigo del juramento del Príncipe Baltasar Carlos, heredero de los reinos de España, que fallecería un año más tarde. Don Jerónimo fue también caballero de Santiago y familiar de la Inquisición. En 1636, Felipe IV lo nombró Corregidor de Guadix, entonces una ciudad de gran importancia, sede episcopal, que sigue conservando hoy.
Cristo de Burgos
Don Jerónimo era muy devoto de un crucificado que por aquel entonces se veneraba en el convento de San Agustín de su ciudad natal, al que se conocía y se conoce como Cristo de Burgos. Se trata de un crucificado de autor anónimo, tallado en el siglo XIV, en Flandes o en Alemania, con la cabeza caída sobre el hombro derecho, larga melena y brazos articulados. Aunque lo que lo distingue claramente de los demás es que en lugar de perizoma o paño de pureza lleva una falda que le cubre hasta las pantorrillas. 
Tan devoto era el caballero, que guardaba en su casa un cuadro pintado reproduciendo la figura del Cristo. Una vez instalado en Guadix, ordenó que, junto con sus pertenencias, le enviaran también el cuadro. Este tipo de transporte se hacía entonces en carretas tiradas por bueyes o por mulos y solían organizarse en caravanas controladas por carreteros. Los caminos no eran fáciles y, además, solían estar infestados de bandoleros. Todavía no estaba abierto el paso de Despeñaperros, por lo que de Burgos a Guadix había que dar un rodeo por la Vía de la Plata hasta alcanzar la ciudad de Úbeda y desde aquí, bajar bordeando Sierra Mágina, más o menos por lo que hoy es la carretera A-401, para entrar en el reino de Granada, un recorrido de cerca de mil kilómetros.
El cuadro
Para más contrariedad, el viaje se realizaba en invierno y en varios tramos los carreteros se habían topado con nieve, aparte del barro y de las lagunas que, en ocasiones, inundaban las sendas. Un viaje largo y penoso, interminable, que había que realizar en etapas más bien cortas, más que nada, para darles descanso a las bestias. Aún así, tanto las bestias como los hombres no estaban exentos de percances. 
Pasada ya Úbeda y bordeando Sierra Mágina, el 20 de enero de 1637, en un lugar conocido como Nicho de la Legua reventó uno de los mulos, por lo que los carreteros decidieron hacer noche en Cabrilla, una pequeña población enclavada en la falda del cerro de San Juan a escasa distancia del lugar Pernoctaron en el mesón que regían un tal Juan Salas y su mujer, María Rienda. Esta mujer tenía la mano izquierda paralizada y, al ver el cuadro del Cristo, se encomendó a él, recuperando inmediatamente la movilidad de la mano.
Cabra del Santo Cristo
El milagro se propagó como el fuego en un pajar y tal fervor acometió a los vecinos del pueblo, que el cuadro ya no salió de él. Más aún, don Jerónimo terminó viviendo en el pueblo, que, a partir de entonces, pasó a llamarse Cabra del Santo Cristo, allí levantó casa y participó activamente en la construcción de la Iglesia de Nuestra Señora de la Expectación, donde se encuentra el cuadro actualmente. La población se convirtió en uno de los lugares de peregrinación más importantes de Andalucía, pues, según se cuenta, la imagen no cesó de hacer milagros, hasta que un buen día, mucho tiempo después, se secó el manantial.
Esta, naturalmente, en lo que a los milagros se refiere, no es más una leyenda, pero ante leyendas como esta, que se repiten numerosamente en España, ¿se puede seguir afirmando, como hacen tantos, que, a diferencia de griegos y romanos, las imágenes constituyen para los cristianos una mera representación?

Imágenes: Primera y tercera del blog: Jaén desde mi atalaya.
La cuarta, de la Web del Ayuntamiento de Cabra del Santo Cristo
La del Cristo, de Internet.

miércoles, 18 de septiembre de 2024

LA NECESIDAD DE LA FE

Bertrand Russell (1872-1970), filósofo, matemático, escritor y premio nobel de literatura, era un reconocido ateo. En cierta ocasión le preguntaron qué le diría a Dios si, tras su muerte, comprobaba que, efectivamente, existía. La respuesta de Russell fue tan sencilla como clara: "Le diría que no era evidente."
Digámoslo tan claramente como Russell: no hay una sola prueba de la existencia de Dios. Por no haber, no hay ni siquiera una mínima evidencia. Puede que la existencia del mundo, del universo, sea inexplicable o muy difícil de entender y, por tanto, de aceptar por la vía de la evolución. Pero trasladar su existencia a la creación por parte de Dios no lo hace más inteligible, lo que se consigue con ello es trasladar el problema, porque la pregunta que surge de forma inmediata es: ¿Y a Dios quién lo creo? Las religiones responden que Dios existe desde siempre. Bien, puede ser, ¿pero qué impedimento hay para que, en lugar de Dios, al que hay que recurrir, sea el universo, incluida la Tierra, el que exista desde siempre en sus diferentes y sucesivos estados?
Poner la existencia del mundo en manos de Dios, cuando no tenemos de Él la menor prueba, conduce, inexorablemente, a la necesidad de creer. La práctica de la religión exige la fe por parte del fiel. Sin fe, en realidad, no hay religión, una fe que, para colmo, en el cristianismo, al menos, es gracia que Dios, de cuya existencia no tenemos pruebas, repitámoslo, concede al creyente potencial.
El cristianismo, para centrarnos en la religión dominante en nuestro país, nace a partir de la figura de Jesús de Nazaret, del que los evangelios cuentan que murió y resucitó, y al que la Iglesia denomina Cristo, una palabra de origen griego que viene a significar El Ungido. Los evangelios cuentan mucho más, aunque, para empezar no puede decirse que haya unanimidad entre los distintos textos ni contradicciones y relatos increíbles en el interior de cada uno de ellos. Pero hay algo más importante aún: A pesar de los evangelios, los cuatro autorizados por la Iglesia y otro buen número considerados apócrifos, esto es, falsos o de muy dudosa veracidad para la Iglesia, no hay pruebas fehacientes de la existencia real de Jesús. 
Yo sé que más del noventa y nueve por ciento de los historiadores y eruditos que han estudiado el asunto dan por cierta su existencia, con distintas justificaciones. Antonio Piñero, por ejemplo, sin duda, el historiador que en España mejor conoce la época y los textos y uno de los más prestigiosos del panorama internacional, afirma que, históricamente y grosso modo, los evangelios responden a la verdad, porque cuentan cosas que van contra el propio cristianismo, es decir, hablando llanamente, que los evangelistas tiran piedras contra su propio tejado. Ahora bien, Antonio Piñero no es novelista y no conoce las dosis de imaginación y hasta de mala leche que puede derrochar un novelista para embrollar una historia, con objeto de darle verosimilitud.
Pero más allá de la creencia tanto de Antonio Piñero como del resto de los eruditos, hay en los evangelios ciertos pasajes que, en relación con la existencia real de Jesús, a mí me llenan de perplejidad. Uno de ellos es el de la entrada triunfal en Jerusalén, hecho que la Iglesia conmemora en el Domingo de Ramos. Lo cuenta Mateo (21, 8-10): Jesús montaba un borriquillo, que nadie había montado antes y "la gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Y al entrar él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. ¿Quién es este?, decían. Y la gente respondía: Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea." Y, poco después, se produce la expulsión de los mercaderes del templo.
Es decir, estamos ante un suceso público de gran magnitud para la época, que conmueve no a cualquier ciudad, sino a Jerusalén, el centro histórico del judaísmo y más especialmente en aquellos momentos, ¡y nadie, absolutamente nadie, salvo los evangelistas, cuentan nada al respecto!, ni siquiera Josefo, el gran historiador judío, tan minucioso.
A partir de aquí y hasta la muerte y la pretendida resurrección es ya imprescindible la fe, pero fe no en Jesús, que no dejó nada escrito, sino en los evangelistas, hombres como tú y como yo, con unos intereses específicos que los empujan a escribir, cada uno por su cuenta, una historia que sólo ellos pueden saber cuánto de verdad y cuanto de invención o de exageración hay en ella, hombres que, además, ni siquiera fueron discípulos de Jesús.
Y toda la historia coronada por la inverosímil resurrección, tan difícil, si no imposible, de creer para cualquier persona que se detenga un momento a pensarlo, sobre todo, si se añade que la resurrección propiamente dicha no se relata, lo que se relata es que cuando unas mujeres llegaron para ungir el cadáver encontraron la tumba vacía. Es decir, hay que creer, una vez más, y para creer es necesario renunciar a la razón, como sostienen, entre muchísimos otros, personajes tan dispares como San Agustín y Lutero. 
Ya mucho tiempo antes de estos dos, sobre todo del segundo, Tertuliano (160-220) había soltado una primera frase realmente explosiva: "Creo porque es absurdo." Y, absurdo sí que es, más si se añade que, tras la resurrección, Jesús no se muestra públicamente, como sería lo lógico, que menos que presentarse ante pilatos y decirle: Me habéis matado, pero, como puedes ver, aquí estoy, he vencido a la muerte, he resucitado. No se muestra a las multitudes que, según los evangelistas, lo seguían y para las que, sin duda, habría supuesto una enorme alegría encontrárselo de nuevo. Sólo se aparece a unas pocas y desperdigadas personas y no como un hombre, sino más bien como un ectoplasma. Si la secuencia es real, si sucedió como lo cuenta el evangelista, entonces, ¿qué quieren que les diga?, a mí tal inhibición, que obliga necesariamente a creer, me parece ya hasta mala leche, porque, según la propia enseñanza cristiana, no estamos aquí por capricho, sino porque hemos sido creados por Dios, es decir, por el propio Jesús en su faceta divina.
Todo esto lo que prueba realmente, al menos para mí, es que de la existencia histórica de Jesús no hay más pruebas que las contenidas en los evangelios y cabe recordar que, aparte de estar escritos por sus seguidores, los ejemplares más antiguos que existen datan del siglo IV y son todos copias de copias.

Imágenes.- Internet.