jueves, 1 de febrero de 2024

TIEMPOS RAROS

1.- En el año 1916 tuvo lugar la batalla de Verdún, la más larga de cuantas se produjeron durante la primera guerra mundial; comenzó el 21 de febrero con un ataque de las fuerzas alemanas y no concluyó hasta el 16 de diciembre, cuando el ejército francés logró repeler definitivamente los sucesivos ataques alemanes. Un teniente francés, que moriría en combate, dejó escrito en su diario: "¡Qué masacre! ¡Qué escenas de horror y carnicería! No puedo encontrar palabras para traducir mis impresiones. El infierno no puede ser tan terrible. ¡Los hombres deben estar locos!" Según las estadísticas oficiales hubo 750.000 víctimas mortales entre los dos bandos, 327.231 por parte francesa y el resto por parte alemana. No se conoce, o no se ha hecho público, el número de soldados que quedaron inválidos de por vida, física y psicológicamente.
En 1966, siendo presidente de la República Francesa Charles Degaulle, se celebró el quincuagésimo aniversario de esta batalla; la celebración la organizó una comisión interministerial y el acto culminó con Un requiem alemán, de Johannes Brahms, interpretado por una orquesta.
En el año 2016, organizado igualmente por una comisión interministerial y bajo la presidencia del socialista François Hollande, se celebró el centenario. En esta ocasión el acto iba a culminar con la actuación de ¡un rapero!, concretamente Alpha Diallo, conocido como Black M (París, 1984), francés de padres guineanos, miembro del grupo Sexion d'Assaut, cuyas letras dicen lindezas como: "Creo que es hora de que mueran los maricas. Cortadles el pene y dejadlos por ahí muertos, que se los encuentren en el periférico." 
Como quiera que el objeto de la celebración era la conmemoración de una victoria militar, pero también la del del enorme número de víctimas, a mucha gente no le pareció demasiado correcta la elección de un rapero para cerrar los actos, de manera que la comisión ministerial reaccionó y la actuación de Black M fue suspendida, un hecho, sin embargo, que acarreó la crítica de la mayor parte de la izquierda francesa.
2.-En el año 2000, el gran novelista norteamericano Philip Roth publicó la novela La mancha humana, tercera entrega de la trilogía americana, compuesta, además de ésta, por Pastoral americana y Me casé con un comunista. Situada en 1998, el año del escándalo Clinton-Lewinsky, la novela tiene por protagonista a Coleman Silk, un antiguo profesor de literatura antigua de la ficticia universidad de Athena. Cierto día, Elena Mitnik, una de su alumnas se queja ante la directora del Departamento de Humanidades de que en el curso sobre la tragedia griega el profesor ha incluido a Eurípides, cuyas obras, según la estudiante, son vejatorias para las mujeres. La directora llama al profesor y le traslada, haciéndola suya, la acusación de la alumna. "Mi querida amiga", dice el profesor a modo de defensa, "me he pasado la vida leyendo estas obras y reflexionando sobre ellas." "Nunca desde la perspectiva feminista de Elena.", afirma la directora, a lo que Coleman replica: "Ni desde la perspectiva judía de Moisés, ni siquiera desde la perspectiva ahora tan de moda del perspectivismo nietzscheano." La discusión termina en tablas, pero los puñales quedan al acecho del más mínimo fallo del profesor. Y este lo comete cuando lo oyen quejarse de si unos alumnos que no asistían nunca a clase eran seres vivos o "spooks." Este término significa "fantasmas", pero también, aunque de manera marginal, se refiere despectivamente a los negros. Coleman es acusado entonces de racista, tan severamente que se ve obligado a renunciar a su trabajo.
Esta podría ser exclusivamente una obra de ficción en la que se contara el drama humano de un personaje más o menos singular, pero la censura que sufre el profesor se viene dando en nuestras sociedades desde hace algún tiempo. Se modifican obras literarias escritas hace más de dos mil quinientos años y otras mucho más modernas, y se censuran obras actuales. Algunos ejemplos:
-En la última reedición de Huckeleberry Finn, de Mark Twain, se suprimió la palabra "nigger", que significa negro, un término considerado hoy sumamente racista en EE.UU.
-En la reedición de las obras de Roald Dahl en febrero de 2023 se han hecho cientos de cambios de términos y aún de expresiones completas para no herir susceptibilidades actuales. Por ejemplo, en la deliciosa Charlie y la fábrica de chocolates se cambia la palabra gordo, por enorme, que no es ni mucho menos lo mismo.
-En 2015, en el teatro Maggio Musicale de Florencia se cambió completamente el final de la ópera Carmen, de Bizet, basada en la novela de Prosper Merimée, haciendo que Carmen matara a don José y no don José el que mate a la cigarrera, como está en la ópera y en la novela de Merimée.
En cuanto a la censura, la norteamericana ALA, American Library Association comunica que en 2022 se recibieron 1296 solicitudes de censura para libros de temática LGTBI o de color. Aparte, más de 2000 fueron censurados antes de su publicación. Esta censura se extiende a bibliotecas, educadores de todos los niveles, funcionarios y planes educativos. Trabajadores de bibliotecas reciben amenazas para que no entreguen estos libros. La situación está llegando a tal extremo que en una biblioteca de Nueva York ha habido hasta amenazas de bombas.
3.- Además de todo esto, ¿se está imponiendo en España el pensamiento cayetano? Hace seis días en la asamblea de vecinos de un bloque de Córdoba se propone la subida de cinco euros mensuales en la cuota de la comunidad. Uno de los vecinos, jubilado con la pensión máxima, plantea el no. Otro le dice: "Hombre, te han subido 87 € la pensión, no creo yo que cinco euros te supongan un descalabro muy grande." Respuesta del jubilado: "Pero me quitan veinte euros con el IRPF." Un tercer vecino le dice: "bueno, eso es mejor que cuando te subían uno o, a lo sumo, dos euritos." Respuesta del jubilado: "¡Pero no me quitaban nada!"
Hace tres días, en un bar al que voy a desayunar de vez en cuando, un local pequeñito, en la mesa posterior a la mía, tres empleados de Correos de un centro cercano a mi casa, un hombre y dos mujeres, los tres jóvenes, de poco más de treinta años. El varón echando pestes de los que, por no tener ningún ingreso reciben una ayuda del Estado. En un momento, soltó: "Se levantan a las once y se van a tomar café." Un señor que había terminado y ya se marchaba, se ve que no pudo contenerse, porque se volvió y le dijo: "Perdón, es que están las mesas tan cerca que lo estoy oyendo. Que digo yo que si con la 'paguita' que dice esas personas viven tan bien, ¿por qué no deja usted su trabajo y se apunta al chollo? ¡Buenos días! Y sin esperar su respuesta, tomó la puerta y se largó. La cara que se le quedó al de Correos fue para verla, no para describirla. 

Fuentes: 
Noticias de prensa.
La posliteratura.- Alain Finkielkraut
La mancha humana.- Philip Rot

Imágenes: Stock fotos

 

sábado, 27 de enero de 2024

EL EXTRANJERO

"Qué es la felicidad, salvo la simple armonía entre una persona y la vida que lleva."
De tanto en tanto vuelvo a Camus. Debería no de volver a él, sino tenerlo presente de continuo, más aún en una época en que hasta el más insignificante de los valores se relativiza; todas las opiniones tienen la misma cabida en nuestra sociedad y son valoradas y aceptadas con idéntico patrón, equiparándose, por ejemplo, la necesidad de implantar una justicia verdadera con el más puro y nefasto neofascismo; o la consecución de la igualdad entre el hombre y la mujer con la justificación del abuso sexual, "porque es que ellas van provocando con esos vestiditos y esas actitudes que mantienen al día de hoy." Una situación esta que hace de la vida el gran teatro del cambalache, la mentira y la falsedad intelectual.
Desde mi modesta atalaya de lector, veo en la historia de la humanidad cuatro faros que, aún con importantes defectos, pero con indiscutible honradez, marcan para mí el camino de la ética: Sócrates, Jesús (no Cristo), Gandhi y Camus. Mi preferido, desde luego, es Camus. 
Extranjero, como lo somos todos, en un mundo en el que cualquier explicación que no sea estrictamente científica deviene en el absurdo y con su eterno cigarrillo en los labios, Camus se empeñó en vivir más allá de esa irracionalidad y, desde luego, lejos de arrastrarse ante un supuesto Dios cuyos representantes se abonan siempre al palco de los poderosos; se empeñó en vivir como un acto de rebeldía ante la trágica inexorabilidad de nuestro destino, idéntico al de todos los seres sintientes, con la única y descomunal diferencia de que los seres humanos lo conocemos en tanto ellos no. Novelas, teatro, ensayos y artículos periodísticos rezuman el valor de una ética que persigue la justicia como requisito indispensable para la libertad y que no se inclina ni claudica ante ningún poder.
De tan abundante obra, a la que yo más vuelvo es a Cartas a un amigo alemán. Escritas en Francia durante la segunda guerra mundial, cuando el país se encontraba bajo la brutal invasión nazi y él formaba parte de la resistencia francesa. Escritas, por tanto, en la clandestinidad, yo encuentro en ellas lo más representativo del autor. Bastan dos o tres frases de estas cartas para obtener una idea clara de lo que Camus entiende por ética: "Amo demasiado a mi país como para ser nacionalista." Preciosa paradoja que pone de manifiesto la falacia del nacionalismo, que, en realidad, no es otra cosa que supremacismo. "Hay medios que no se excusan y yo quiero amar a mi país y seguir amando la justicia." Ahora que para conseguir un fin vuelve a importar poco o nada los medios para conseguirlo, la aspiración de Camus, en plena guerra, no puede ser más contundente ni más necesaria. "Sigo creyendo que este mundo no tiene sentido superior. Pero sé que algo en él tiene sentido, y ese algo es el hombre." Frase en cierto modo hasta ingenua, si tenemos en cuenta cómo el hombre trata a menudo al hombre, como por ejemplo, en este momento, el sionismo israelí está llevando a cabo un feroz genocidio del pueblo palestino, pero frase que sigue sosteniendo la esperanza de lograr un mundo en el que el hombre, hoy decimos mucho mejor el ser humano, viva en paz y armonía consigo mismo y con los demás.
Cuatro faros y los cuatro murieron violentamente: Sócrates, suicidado; Jesús, ajusticiado; Gandhi, asesinado y Camus en un accidente de automóvil.
"¡Vaya! Por la forma de morir, no parece que el de la ética sea un camino demasiado apetecible", exclamó con su sorna habitual mi amigo Ernesto Caraba cuando le leí estas breves reflexiones.


miércoles, 17 de enero de 2024

LA BIBLIA EN VERSO

En 1954 el cineasta José Luis Sáenz de Heredia rodó la  película Todo es posible en Granada, con Merle Oberon y Francisco Rabal como protagonistas. Basada libremente en uno de los Cuentos de la Alhambra, de Washington Irvin, el film cuenta las peripecias de una norteamericana que conoce el lugar en el que, en Granada, se encuentra un tesoro escondido por los musulmanes; intenta comprar el terreno, pero el propietario se niega a vender; entonces ella consigue convencerlo para buscar el tesoro juntos y, como no podía ser de otra manera, ambos dos acaban enamorándose el uno del otro.
Aunque se trata de una comedia romántica, en la que cabe casi todo, el título de la película responde punto por punto a la realidad, pues bien cierto es que en Granada es posible cualquier cosa, desde tener un tío, que ni se tiene tío ni se tiene na, hasta que en ella se celebre nada menos que un congreso de verdugos de España, hecho que tuvo lugar en 1974, cuando aún estaba en vigor la pena de muerte. 
Son incalculables las anécdotas que pueden contarse de una ciudad tan bella como romántica. No serán pocos los andaluces que recuerden la Nochevieja de 1995. Aquel año se iban a retransmitir las campanadas que despedían al año viejo y recibían al nuevo desde el reloj del Ayuntamiento, sito en la plaza del Carmen. Desde bastante antes de las doce, la plaza ya estaba de bote en bote y toda Andalucía preparándose para el acontecimiento. Sin embargo, llegada la hora, todo el mundo pudo ver cómo las agujas del reloj pasaban de las doce de la noche y las campanadas no sonaban. Un fallo como este puede ocurrir hasta en las mejores familias, otra cosa es la causa del fallo. ¿Y cuál fue esa causa? El relojero, que había estado quince minutos antes revisando concienzudamente el reloj, tenía la respuesta: el reloj funcionaba perfectamente, sólo que él lo había dejado sin sonido a partir de las doce de la noche, como se hacía durante todo el año ¡para que las campanadas no molestaran a los vecinos!
Tres años antes, la cabalgata de los Reyes Magos pasaría a los anales de la ciudad como, sin duda, la  más estrambótica de su historia. Aquel año el rey Melchor fue el pintor granadino Enrique Padial (1938-2014), artista expresionista, cuya pintura entronca principalmente con la de Valdés Leal, Goya y Gutiérrez Solana. Afincado buena parte de su vida en Madrid, el artista granadino tenía fuertes inquietudes culturales, además de la pintura, prueba de las cuales fue la creación en la capital de España del Aula Cultural de Andalucía, por la que, entre otros, pasaron escritores y poetas de la talla de Buero Vallejo, Cela, José Hierro, Rafael Alberti o Luis Rosales.
Granadino hasta la médula, desde el mismo momento en que el Ayuntamiento le propuso su designación como Rey Melchor, el pintor no cabía en si de gozo. Decidió que su reinado no tendría nada de efímero, sino que sería recordado por mucho, mucho, mucho tiempo. Desde luego, aceptó lo caramelos que el Ayuntamiento tenía dispuestos para cada uno de los Reyes, pero, además y de su pecunio privado, se aprovisionó de todo aquello que le pareció importante para el cumplimiento de su misión. Y así, el día de la cabalgata, desde la altura de su trono, el Rey Melchor, Enrique Padial, tiró, junto a los caramelos multitud de juguetes para los niños y tiró, sobre todo,  jamones, paletillas y pollos, más de cien de los primeros y hasta mil quinientos de los segundos. "¡¡Tomad, tomad, pollicas para Sevilla!", gritaba al tiempo de lanzar los pollos, como una crítica al centralismo sevillano de la Junta de Andalucía de entonces.
Pero si hay algo que seguramente no pudo hacerse más que en Granada fue la escritura en verso de la Biblia Católica. Tan magna como innecesaria obra fue llevada a cabo por el catalán José María Carulla (1839-1919). Nacido en Igualada (Lérida), a los 21 años era ya licenciado en Derecho Civil y Filosofía. Católico radical, pretendió ser zuavo pontificio, antecedente de la actual guardia suiza del papa. Publicó alrededor de 250 libros, aunque la mayor parte de su vida transcurrió en la indigencia, viéndose obligado en más de una ocasión no a vender sus versos, sino a ofrecerlos a cambio de comida. Entre otras, realizó la primera traducción al castellano de La divina comedia. En Granada vivió en una ermita de la Abadía del Sacromonte, cedida por los canónigos que ocupaban el edificio religioso.
Carulla escribió su Biblia en liras, una estrofa castellana compuesta por cinco versos de, respectivamente, cinco, siete, cinco, cinco y siete sílabas, y rimados en rima consonante el primero con el tercero y el segundo con el cuarto y el quinto. Como ejemplo, he aquí una de las estrofas del evangelio de Lucas:
        Los príncipes injustos
        de dichos sacerdotes detestables
        cual también los adustos
        escribas reprobables
        andaban en conjuros formidables
Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, son setenta y tres libros, que el insigne autor transcribió en nada menos que seis mil (6.000) cuartillas, con una copia de las cuales, bien empaquetadas, se trasladó a Roma con el propósito de entregárselas personalmente al papa, León XIII en aquel momento; aunque, en realidad, pretendía obtener una ayuda económica, pues estaba convencido de que con su obra le hacía un magnífico servicio a la Iglesia Católica. Pero todo lo que consiguió Carulla fue ser recibido sólo por el cardenal camarlengo, quien le hizo entrega de la Cruz Pro Ecclesia et Pontífice que le había concedido el papa. Y nada más.
Naturalmente, una obra de semejante extensión, escrita en el mismo tipo de verso, resulta de una extraordinaria pesadez; si, además, se le añade que, dada la dificultad de la estrofa utilizada y la poca habilidad de Carulla, está llena de ripios, la pesadez alcanza cotas realmente delirantes. Quizás por esta razón, el poeta, si así puede llamarse, sólo consiguió publicar cinco de los libros transcritos: el Génisis, el Éxodo, el Levítico, el Libro de Tobías y el Libro de Judith, despertando el cachondeo de la mayor parte de la crítica del país, que llegó a dar como de Carulla versos que el autor jamás había escrito, pero que cuadraban perfectamente con su obra, como aquel terceto que dice:
                   Cristo nació en un pesebre,
                   donde menos se espera
                   salta la liebre.
Precisamente, de la enormidad y la futilidad de la obra del autor catalán, quedó la expresión La Biblia en verso, que se utiliza cuando nos encontramos ante un asunto o tarea farragosos y/o de extensión incalculable.
El manuscrito de toda la obra, así como una copia, lo adquirió el cabildo catedralicio granadino en 1917, por 400 pesetas. Dicho manuscrito se encuentra ahora en la Abadía del Sacromonte y la copia en el seminario de la ciudad.

Fuentes:
Curiosidades Granadinas.- César Girón
La Biblia en verso. Tras los pasos de José María Carulla.- José Antonio Mesa y José Luis Garzón.
Guía de Granada: Rafael Arjona y Lola Wals

Imágenes: El cartel de la película, de Filmaffity
La última, una pintura de Carulla realizada por José Miguel Morcillo, ubicada en el Museo de Bellas Artes de Granada.
El resto de internet.

domingo, 7 de enero de 2024

LA CASA DE LOS CATECÚMENOS

El Papa Pío IV (1559-1565), cuyo nombre real era Juan Ángel Medici, ha pasado a la Historia, principalmente, por reabrir y clausurar definitivamente el célebre Concilio de Trento, del que salió una Iglesia conservadora y opuesta al más mínimo tipo de reforma.
La Historia, sin embargo, suele omitir que una de sus primeras medidas tras su acceso al trono papal fue crear los ghetos en los que debían vivir los judíos que habitaban el Estado pontificio. Decretó, igualmente, que los judíos debían distinguirse de los cristianos mediante una señal amarilla, que los hombres llevarían en el sombrero y las mujeres en el pecho. (Como se ve, Hitler no inventó nada, ya lo había inventado la Iglesia Católica)
En Roma, el gheto se encontraba a orillas del Tiber, en una zona insalubre y propensa a las inundaciones. No lejos de este sitio, en las cercanías del Coliseo, se levantaba la Casa de los Catecúmenos, lugar tenebroso fundado por Pablo III en 1543, destinado exclusivamente a impartir la doctrina cristiana a los judíos que lo desearan. Ahora bien, una norma establecía que cuando un varón judío manifestaba su deseo de convertirse al cristianismo debía llevar consigo a su mujer, si estaba casado, y a sus hijos, si los tenía, y hasta, en su caso, a los nietos. 
Como bien se sabe por la historia de España, una vez bautizados el judío y toda su familia ya no tenían posibilidad de vuelta atrás; sólo tenían ante sí dos caminos: cumplir a rajatabla los preceptos de la Iglesia o la hoguera, en la que acabaron pereciendo muchos de ellos acusados de judaizar, es decir, de seguir practicando su religión, si bien entonces en secreto. 
La Casa de los Catecúmenos aterrorizaba a los judíos romanos, pues no eran pocos, especialmente niños, los que, por una u otra razón, eran llevados allí por la policía papal y nunca más regresaban al gheto ni sus familiares volvían a saber de ellos.
En 1815, doscientos setenta años después de su fundación, siendo papa Pío VII, regía esta Casa el sacerdote Filippo Colonna. Una tarde del mes de octubre, el padre Colonna recibió aviso de que en la portería se encontraba Jeremíah Anticoli, un joven judío que deseaba hacerse cristiano. El procedimiento usual en estos casos consistía en un breve interrogatorio, tras el cual el solicitante era admitido en la Casa. Ahora bien, Jeremiah estaba casado y, además, tenía un hijo de siete meses; su mujer se llamaba Pazienza y su hijo Lázaro; de manera que, si él pretendía hacerse cristiano, su mujer y su hijo debían acompañarlo, le recordó el padre Colonna. Jeremiah firmó el documento que el sacerdote le presentaba y, aquella misma noche, la policía papal entró en el gheto y, tras apoderarse de Pazienza y de Lázaro, los trasladaron a la Casa de los Catecúmenos, no sin vencer el tumulto que organizaron los judíos, despertados bruscamente de su sueño.
Nada más entrar en la Casa, a Pazienza le arrebataron al niño y la encerraron en una habitación. Allí y durante treinta y tres días recibió continuas visitas de catequistas -curas, monjas y hasta el propio padre Colonna-, quienes, tras el correspondiente sermón, le exigían, unas veces con súplicas y otras con amenazas, que abrazara la verdadera fe. Una y otra vez Pazienza se negaba a renegar del judaísmo, la joven madre sólo pedía una cosa: que le permitieran recuperar a su bebé y regresar al gheto.
Comprobando que la obstinación de Pazienza era irreductible, la muchacha fue devuelta a su casa. Unos días más tarde, el 11 de enero de 1816, Jeremiah, su esposo, abandonaba también la casa, arrepentido de su decisión al comprobar que su mujer se había negado a convertirse. El que no volvió con sus padres fue el hijo de ambos. El pequeño Lázaro había sido bautizado un par de días después de su llegada, sin consentimiento paterno ni materno, y, una vez recibidas las aguas sagradas, el nuevo cristiano pasaba a depender exclusivamente de la Iglesia.
De esta lúgubre historia cabe sacar dos conclusiones:
1) Que desde la irrupción del cristianismo, la Iglesia Católica ha sido la primera organización perseguidora de los judíos.
2) Que con lo que éstos han sufrido a lo largo de la historia, cómo es posible que al día de hoy se hayan convertido de víctimas en verdugos y estén masacrando sin compasión a la población de Gaza, incluidos niños de todas las edades.

Imágenes : Internet.


lunes, 25 de diciembre de 2023

VEINTICINCO DE DICIEMBRE

Veinticinco de diciembre. Navidad. Un niño ha nacido en una cueva que a veces ha servido de establo. Su madre era virgen antes de concebir al niño; siguió siendo virgen tras la concepción y no dejó de ser virgen durante y después del parto. Pastores que guardaban sus rebaños en las proximidades de la cueva corrieron a adorar al niño, alertados por un ángel. Unos magos de oriente, reyes según algunos, acudieron a adorarle también, precedidos por una estrella que los guiaba.
Este niño crecerá atendido amorosamente por su madre. Será un joven fuerte, valeroso y puro. Cuando adquiera la condición de adulto saldrá a los caminos y predicará una moral novedosa, fundamentalmente austera que atraerá a los débiles y enfurecerá a los poderosos. Hará milagros, muchos, sanará enfermos de variadas dolencias, resucitará muertos. Por todo ello, será perseguido, sufrirá martirio, lo matarán y será enterrado, pero tres días más tarde, resucitará. Después de su resurrección ascenderá a los cielos, en donde se sentará a la diestra del Padre, en compañía del Espíritu, constituyendo la que era, es y será, la Trinidad. Sus discípulos y seguidores practicarán un rito que será llamado Eucaristía, durante el cual comerán su cuerpo y beberán su sangre bajo las formas del pan y del vino, un rito salvífico que, realizado con fe y limpieza de corazón les abrirá, tras la muerte, las puertas del cielo.
La mayor parte de los que hayan leído hasta aquí pensarán que, aunque muy resumida, esta es la historia del Niño Jesús, cuyo nacimiento celebran los cristianos en el día de hoy; la historia de Jesucristo, como en articulo firmado de su puño y letra, publica en El Día de Córdoba, el obispo Demetrio Fernández, con un lenguaje de firmeza y de seguridad que casi raya en la soberbia. 
Sin embargo, tanto el obispo de Córdoba, que no cordobés, como quien tenga la amabilidad de leer esta entrada, se equivocan. Esta historia no tiene nada que ver con Jesús, quien sería llamado Cristo, hijo de Dios y Dios al mismo tiempo y cuya figura dio origen al cristianismo. Esta es tal cual la historia de Mitra, un Dios también, de origen iranio, del que se tiene constancia de su existencia nada menos que desde el siglo XV antes de Jesucristo, e igualmente hijo de Dios y Dios al mismo tiempo, un Dios solar, ampliamente adorado en el imperio romano, a partir de la conquista por Roma del Asia Menor y cuyo culto, de tipo mistérico, pervivió hasta el siglo IV de nuestra Era.
No es el único Dios que nace, sufre persecución, lo matan y resucita. A título de ejemplo, pueden citarse al egipcio Osiris, a los hindúes Shiva y Krishna, al sirio Tammuz, al etrusco Atune, a los griegos Adonis y Dionisos, al romano Baco y a una larga serie que se extiende por la práctica totalidad de los pueblos indo-mediterráneos. Aunque el cristianismo no guarda con las historias concretas de estos dioses las asombrosas semejanzas que guarda con la de Mitra.
El señor obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, puede decir lo que quiera, lo mismo que todos los obispos de España y del mundo, pero la semejanza es de tal calibre que, sin ninguna duda, una de las dos religiones copió sus fundamentos de la otra y, dado que Mitra es mucho más antiguo que Cristo, no hay que ser un lince para saber quién copio de quien. De hecho, muchos intelectuales romanos acusaron a los cristianos precisamente de copiones, al no ver en la nueva religión más que una copia de la mitraica, con una simple mano de barniz judío. Lo más gracioso del caso, si así puede considerarse, es la defensa que de su religión hacían los cristianos. Como muestra, véase a continuación lo que escribía San Justino (100-165) uno de los más reputados teólogos cristianos, el cual en su Apología y refiriéndose concretamente a la eucaristía afirmaba:
"Este alimento se llama entre nosotros Eucaristía, en la que a nadie le es lícito participar, salvo al que cree... porque se nos ha enseñado que es la carne y la sangre del mismo Jesus encarnado... Por cierto, que también esto, por remedo, enseñaron los perversos demonios para que se hiciera en los misterios de Mitra, pues vosotros sabéis o podéis saber que ellos toman también pan y una copa de vino en los sacrificios de aquellos que están iniciados y pronuncias ciertas palabras sobre ellos."
Como se ve, una justificación incuestionable, pues de más es conocida la extraordinaria astucia del demonio, capaz de hacer aparecer la eucaristía cristiana en un culto pagano miles de años antes no ya de que existiera el cristianismo, sino  de que siquiera pudiese ser imaginado.
Entonces, preguntará alguien, si el cristianismo es una mera copia del mitraísmo, ¿cómo es que la copia triunfó sobre el original? La explicación es sencilla: la religión mitraica era, como se ha dicho, de tipo mistérico, de modo que se necesitaba una iniciación para formar parte de ella y en su eucaristía sólo tomaban parte los iniciados, mientras que en el cristianismo bastaba con creer y bautizarse para ya ser cristiano de pleno derecho, con la participación en la eucaristía incluida.

Las negritas son de quien escribe.

Imágenes: Internet.

sábado, 23 de diciembre de 2023

DE CÓMO APRENDÍ A VIAJAR EN TREN

Rolando Rivi
Es marzo, tiempo de Cuaresma, a punto de empezar la primavera. A través de la ventana entra la luz como agrietada de un sol pálido, medio cegado por nubes azulinas, que se derrama sobre el campo de fútbol y, más allá, sobre el huerto, en el que han surgido ya desde hace un par de semanas las matas de berenjenas, de patatas, de tomates y de pimientos. Desde la banca se divisan los eucaliptos gigantescos que bordean la tapia y, entre sus troncos, la copa de los naranjos.
En la tarima, de espaldas al encerado, un sacerdote habla. Tiene la voz melosa y sus manos se mueven en el aire con cautela. Tiene la tez blanca, como la sal, los labios rojos, las orejas algo despegadas y el pelo cortado al cepillo. Ha venido expresamente desde Ronda, o desde Roma, no lo sabemos y no nos atrevemos a preguntárselo. Está contando un cuento.
"Imaginad", dice, "un tren que cada día realiza un recorrido de ida y vuelta entre dos estaciones, Córdoba y Málaga, por ejemplo. Todos los días sale por la mañana muy temprano y regresa al anochecer. Imaginad", y ahora, mientras habla, va representando la narración en la pizarra. "Imaginad que hacia la mitad del camino, poco más o menos, hay un precipicio muy, muy profundo, tan profundo que no se le ve el fondo, salvado por un puente por el que discurre la vía del ferrocarril. El tren, controlado por el maquinista, pasa por este puente dos veces cada día. Por las mañanas, especialmente en verano, ve el inmenso panorama que se ofrece a sus ojos. Por la noche, en el regreso, la oscuridad lo envuelve todo y el maquinista debe conformarse con el ruido especial que hace el tren al pasar por el puente. El maquinista sabe que tanto de día como de noche no corre riesgo alguno de precipitarse en el vacío, gracias al puente que une los dos lados del abismo. Está tan convencido que cada día, cuando pone el tren en marcha y luego durante el recorrido, ni siquiera se le ocurre pensar ni en el abismo ni en el puente.
"Bien, imaginad que un día ha sufrido un fallo en uno de sus pilares y el puente se ha derrumbado. El derrumbamiento se ha producido durante la tarde, bastantes horas después del paso del tren de la mañana, de manera que aquel anochecer, cuando pone en marcha el convoy y éste sale de la estación, el maquinista cree con absoluto convencimiento que el puente sigue en pie, ¡cómo que lo ha atravesado aquella mañana en el recorrido de ida! Pero yo os digo y quiero que os fijéis bien en este detalle, ¿qué importa lo que crea o deje de creer el maquinista?" Y aquí el sacerdote alza la voz, la atipla ligeramente y se mece con suavidad a un lado y a otro. "¿Qué importa, repito, lo que crea el maquinista? Crea lo que crea, y esto debéis metéroslo bien en la cabeza, crea lo que crea, si no frena y detiene el convoy antes de llegar al puente, el tren se precipitará inexorablemente en el abismo, ¡ine-xo-ra-ble-men-te!
¡Pues exactamente lo mismo que con el puente, exactamente lo mismo, ocurre con el infierno! Vosotros sois libres de creer lo que queráis, que existe o que no existe, pero si existe y yo os garantizo que existe, creáis lo que creáis, si no dejáis de pecar y hacéis penitencia, no solo en estos días de Cuaresma, sino a lo largo de todo el año, os condenaréis, os con-de-na-réis para todo la eternidad, ¡para toda la eternidad!"
Cuántas noches, tras aquella plática, el niño soñó que, lo mismo que el tren en el abismo, él se precipitaba en las profundidades del infierno, cuyas horrendas características ya nos las había detallado el sacerdote el día anterior con todo lujo de detalles. Era la Cuaresma, teníamos ocho, nueve, diez años, las clases se suspendían durante una semana y, en su lugar, hacíamos ejercicios espirituales.

sábado, 16 de diciembre de 2023

EL CULTO AL DOLOR

No me pidan que comprenda el dolor. Aborrezco de todo corazón esa tan extendida creencia, apoyada incluso por cierta filosofía, de que sin la existencia del dolor no nos sería posible valorar la salud. Al parecer, ni los creyentes ni los filósofos son capaces de entender que si el dolor no existiera, no tendríamos la más mínima necesidad de valorar la salud. Más aún, la salud no está para valorarla, sino para vivirla. Esa creencia, a mi juicio, sumamente absurda, no tiene otro sentido que el de justificar la existencia del dolor y con ello conseguir un consuelo que no puede ser más elemental ni más evanescente.
Pero si hay una entidad entregada no sólo al dolor, sino a su culto, esta no es otra que la Iglesia Católica. Más de dos mil años lleva entregada enteramente a él. No es la única, desde luego, las tres religiones monoteístas, denominadas del Libro, son manifiestamente masoquistas, pero el refinamiento de la teología católica alcanza cotas a las que ni de lejos alcanzan las otras dos, no hay más que ver la fruición y aún el regodeo con que celebran cada año el sufrimiento de un Hombre muerto en una cruz.
No, no me pidan que comprenda el dolor. La Iglesia lleva más de dos mil años demandándoselo a sus fieles y a los que no lo son. Durante más de dos mil años no ha cesado de exigir mortificación y penitencia, con el pretexto de expiar una extraña culpa cometida por los que Ella llama nuestros primeros padres, primigenios antepasados cuya existencia la ciencia se encargó ha tiempo de desmentir.
La Iglesia, buena parte de sus miembros y sus jerarcas, son tan aficionados al dolor que a lo largo de la historia no han dudado en aplicárselo con severa contundencia a todo aquel que ha osado disentir de sus doctrinas. No sólo perturban continuamente nuestra vida con tan peregrina afición, sino que en los últimos tiempos se empeñan también en ordenarnos cómo debemos morir.
Cristo no tuvo remedio paliativos, tronaba un indignadísimo obispo español oponiéndose radicalmente a la aprobación de la ley de eutanasia. Y es verdad, Cristo no tuvo esos remedio. Dando por válida la historia tal y como nos la cuentan -hecho con el que no todo el mundo está de acuerdo-, el sufrimiento de Cristo fue, sin duda, descomunal. Pero se trató de un sufrimiento crítico, es decir, puntual, un sufrimiento concentrado en el curso de unas pocas horas. El Hombre que murió en la cruz no fue durante más de media vida un leproso, enfermedad muy común en su tiempo y en su tierra que, junto al dolor físico, llevaba aparejado el temible dolor del rechazo social: no sufrió un cáncer de útero, con dolores espeluznantes y sin apenas tregua durante nueve meses de interminable agonía; no sufrió un cáncer de pulmón ni conoció, en consecuencia, al lado del dolor corporal, el dolor psíquico de ver cómo te vas convirtiendo lenta e inexorablemente en una ruina de ti mismo; no sufrió el encadenamiento de por vida en una cama o en una silla de ruedas, ni, en fin, cualquiera de tantos y tantos padecimientos horribles que aquejan a diario a tantísimos seres humanos. En punto a sufrimiento hay montañas de mujeres y de hombres que le dan sopas con honda al mismísimo Cristo.
No comprendo el dolor, no. Cuando me sitúo en la órbita de la teología católica el dolor me parece sencillamente una soberbia maldad. ¿Un Dios bondadoso y justiciero capaz de permitir semejantes aberraciones? No, ni comprendo el dolor ni, mucho menos, estoy dispuesto a aceptarlo mansamente. Por el contrario, creo que, dentro o fuera de la Iglesia, el ser humano no debe conformarse y sufrir resignadamente lo que sea necesario, sino enfrentarse al dolor, tratar de doblegarlo con todas las armas, principalmente médicas, de que podamos disponer hasta lograr si no suprimirlo, reducirlo, al menos, a su mínima expresión. Y, cuando esto ya no sea posible o, simplemente, cuando ya no tengamos fuerzas para seguir luchando, escapar de él por la única puerta por donde es posible hacerlo. Por eso, aplaudí y continúo aplaudiendo la aprobación en nuestro país de la ley de eutanasia, que incluye el suicidio asistido, ley que, más o menos idéntica, se encuentra en vigor también en Holanda, Luxemburgo, Bélgica, Nueva Zelanda, Canadá y Colombia, así como en varios Estados norteamericanos.

jueves, 7 de diciembre de 2023

TREINTA Y DOS

Durante los ya lejanos días de mi infancia y de mi adolescencia, la Iglesia católica nos ofrecía y nos obligaba a aprender una versión monolítica del cristianismo, mediante la narración de una historia lineal, dirigida por el Espíritu Santo y de la cual ella era la única y exclusiva protagonista. En tan maravillosa historia no aparecían desgajamientos ni ramas que se separaran del tronco principal. Sólo, de tarde en tarde, surgía algún disidente que junto con sus seguidores era enviado de inmediato al reino de las tinieblas. Esta versión que yo recibí casi como un dogma es rigurosamente falsa.
No voy a andarme con elucubraciones. Porque creo que es suficientemente significativo, me limitaré, a exponer un sólo ejemplo de tal falsedad, transcribiendo casi literalmente los datos que aporta el escritor José María Gironella (1917-2003) en su libro El escándalo de Tierra Santa. Aunque crítico, el autor de esta importante obra fue un ferviente católico. Durante varios meses vivió en Israel, anotando todo lo que veía con sus propios ojos, de manera que difícilmente puede ser tachado de exagerado o de tendencioso.
Gironella es un escritor de estilo más bien ramplón, plano, con escaso juego de figuras literarias, pero escribe con mucho convencimiento y gran sinceridad, de manera que los datos que aporta en sus diferentes obras suelen ser exactos, fruto de una minuciosa investigación. 
Pues según nuestros autor, en 1973, vivían en Israel casi tres millones de judíos, un millón de musulmanes y alrededor de cien mil cristianos (100.000), una exigua minoría. A pesar de su escaso número y de encontrarse en territorio potencialmente hostil, dichos cristianos no constituían ni mucho menos una unidad, sino que se repartían nada menos que en treinta y dos confesiones. Así, había veinticuatro mil católicos romanos, muchos de ellos musulmanes conversos, cuyo jefe era el Patriarca Latino de Jerusalén. Otros veinticuatro mil eran católicos griegos, que, aunque obedientes en parte a Roma, seguían el rito bizantino y estaban comandados por un Patriarca de la Iglesia Católica Griega. Cuarenta mil eran griegos ortodoxos, con matriz en la separación de las iglesias oriental y romana en el siglo XI. Había también cristianos ortodoxos dependientes del Patriarcado Ruso de Moscú, así como cristianos armenios, coptos, sirios y etíopes, sumando en conjunto unos cuatro mil miembros. Los ocho mil cristianos restantes, hasta los cien mil, se repartían entre veintidós grupos protestantes, con predominio de las confesiones anglicana, presbiteriana, luterana y baptista. Como al autor no le interesa, no nos cuenta si en el territorio había también o no ateos y, en su caso, el número de los existentes.
Lo que si cuenta Gironella es que la convivencia entre los distintos grupos de cristianos distaba mucho de ser pacífica. Nuestro autor no es remiso en detallar las continuas disputas entre los distintos grupos de cristianos no por cuestiones teológicas, sino por las muchos más terrenales de la posesión de un trocito de tal o cual templo o terreno, disputas con disparos y puñaladas entre unos y otros, incluidos los católicos, que acababan con la intervención de la policía del Estado israelí, tal era la virulencia que llegaban a alcanzar.
Desde entonces casi hasta el día de hoy no ha cambiado más que el ligero aumento del número de afiliados a las distintas confesiones cristianas, cada una de ellas reclamándose como la auténtica iglesia de Jesucristo. Sólo el templo del Santo Sepulcro se lo reparten seis grupos: católicos, armenios, griegos ortodoxos, sirios, coptos y etíopes, todos ellos disputándose la recepción de los turistas (peregrinos los llaman) que llegan a visitar los denominados Santos Lugares. Una de las peleas más monumentales se produjo el diez de noviembre de 2008, a puñetazos, en el interior del templo del Santo Sepulcro entre ortodoxos griegos y armenios, pelea que concluyó con la intervención de la policía judía, obligada a entrar en un templo cristiano para que la pelea no degenerara en batalla a sangre y fuego, como recogía la prensa internacional.
Actualmente, los citados enfrentamientos están calmados, pero porque el genocidio que Israel están llevando acabo en Gaza ha hecho desaparecer casi por completo la llegada de nuevos turistas. Pero la situación volverá, sin duda, a la normalidad, cuando Israel, con el vergonzoso silencio o la más vergonzosa aún aceptación internacional, culmine el genocidio.


miércoles, 22 de noviembre de 2023

AGUA AMARGA

En mi niñez y mi adolescencia se estudiaban en los colegios las historietas de Adán, Eva y el paraíso, de Abraham, Noé y su maravillosa arca, de Moisés, de David y Goliat, de Josué y la milagrosísima caída de Jericó, etc. Todo aquel conglomerado recibía el nombre de Historia Sagrada, que era una asignatura más en el curriculum. 
Desconozco si en los colegios se siguen estudiando estas maravillas. Sin embargo, se estudien o no, creo que la lectura cotidiana de la Biblia debería ser obligatoria no sólo en las escuelas, sino también en los institutos, en los centros de formación profesional, en la universidad y, por supuesto, en las iglesias y aun en los centros de trabajo. Pero no sólo aquellas historietas que obligaban a estudiar a los colegiales de mi generación, sino toda la Biblia, libro a libro y capítulo a capítulo. Es este, sin duda, el mejor camino para conocer de verdad la raíz, el sustrato y el basamento que sostiene a la religión cristiana. No otro es el motivo por el que la Iglesia mantuvo prohibida dicha lectura hasta la aparición de Lutero y, al día de hoy no se puede decir que sea un plato de su gusto.
Un buen comienzo de esa lectura podría ser Números, cuarto libro del Pentateuco, porque, en general, es un libro poco conocido, incluido el título. Y de este libro los versículos once a treinta y uno del capítulo cinco, versículos, junto con otros muchos, que jamás tuvimos que leer o nos leyeron en los diversos centros educativos por los que pasé. Resumiendo en parte con el fin de no alargar demasiado la entrada, en tales versículos se dice lo que sigue: Cualquier hombre cuya mujer se haya desviado y le haya engañado: ha dormido un hombre con ella con relación carnal a ocultas del marido; ella se ha manchado en secreto, no hay ningún testigo, no ha sido sorprendida, si el marido es atacado de celos y recela de su mujer que, efectivamente, se ha manchado; o bien le atacan los celos y se siente celoso de su mujer, aunque ella no se haya manchado, ese hombre llevará a su mujer ante el sacerdote y presentará por ella la ofrenda correspondiente... El sacerdote presentará a la mujer y la pondrá delante de Yahvé... tendrá en sus manos las aguas amargas y funestas... conjurará a la mujer y le dirá: "si no ha dormido un hombre contigo, si no te has desviado ni manchado... se inmune a estas aguas amargas y funestas. Pero... si te has desviado y te has manchado, durmiendo con un hombre distinto de tu marido... que Yahvé te ponga como maldición y execración en medio de tu pueblo... Que entren estas aguas amargas en tus entrañas, para que inflen tu vientre y hagan languidecer tus caderas" Cuando le haga beber las aguas, si la mujer... ha engañado a su marido... se inflará su vientre, languidecerán sus caderas y será mujer maldita en medio de su pueblo. Pero si la mujer no se ha manchado... estará exenta de toda culpa y tendrá hijos."
La prueba a la que era sometida la mujer recibe el nombre de ordalía y se trata de lo que se conoce como juicio de Dios, ritual verdaderamente salvaje que aparece por primera vez en el código de Hamurabi, del que, en síntesis, lo tomaron los hebreos a través de los babilonios y de los hititas y que, más tarde, reaparecería con fuerza en la Europa cristiana de la Edad Media. 
Como se sabe y esto es lo que sostiene la Iglesia, la Biblia, al menos en los textos por ella aceptados, está inspirada, cuando no dictada directamente por Dios. Si esto es así, el rito es suficientemente duro e inhumano como para poner fin de una vez al mito del Dios bondadoso, sostenido reiterativamente por la teología cristiana.
No obstante y, a pesar de su dureza, el texto bíblico no describe más que someramente el rito. La práctica real era mucho más dura. Para empezar, si la mujer se declaraba culpable se la obligaba a firmar su renuncia a la dote que aportó al matrimonio, materializándose seguidamente el divorcio. Tal circunstancia obligaba a la mujer al abandono del hogar conyugal y de sus hijos, si los tenía; se encontraba además con el rechazo de su familia paterna y materna, así como la del lugar del que procediese. Su destino era entonces la miseria más absoluta, peor aún que la de los leprosos, a los que, aunque tenían que vivir apartados, se les llevaba el sustento diario.
Ahora bien, si la mujer se declaraba inocente, las consecuencias eran aún peores. En efecto, el sacerdote, ayudado por un par de esbirros (no he encontrado un término más exacto), la obligaba a beber las citadas aguas amargas, un brebaje compuesto de azulete, que le daba color; bicarbonato potásico, que produce un fuerte calor y, dependiendo de la cantidad, se utiliza en cocina y en repostería, pero también en la fabricación de jabón; cal y, lo más dañino, anhidrido arsenioso, un compuesto altamente tóxico y cancerígeno.
La ingestión de este brebaje producía indefectiblemente una muerte horrenda, con desgarradura de las mucosas del aparato digestivo, violentos calambres, vómitos y deposiciones, terminando todo el proceso con la asfixia de la víctima. El anhidrido arsenioso podía ser sustituido por el veneno de la víbora Gariba, muy abundante en el desierto del Sinaí, cuyos efectos eran semejantes.
En realidad,  el rito religioso no era más que una excusa, todo el asunto tenía una raíz y hasta una razón económica. En el mundo bíblico, el mundo hebreo, judío, la mujer, la esposa,  es propiedad del esposo, forma parte de sus bienes, como muy bien detalla el último de los mandamientos escritos por el mismo Dios en las célebres tablas de piedra, incluidos en el Levítico, y que dice así: "No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo"
A la hora de contraer matrimonio, las mujeres judías aportaban una dote que podía ser importante. Igualmente, en el judaísmo bíblico existía el repudio de la mujer por parte del marido. En la Ketubach o contrato matrimonial quedaba especificado que en caso de repudio el marido se obligaba a devolverle a la mujer su dote más una cantidad que, en ocasiones, alcanzaba hasta el cien por cien de dicha dote. Se daba también la circunstancia de que muchos judíos buscaban casarse con mujeres importantes, cuya dote era cuantiosa, con el único propósito de quedarse con ésta. Tanto para evitar devolver la dote, como para apoderarse de ésta, pasado un tiempo prudencial, acusaban a su esposa de adulterio, con el resultado infalible de bien la muerte de la mujer, si se declaraba inocente, o su ostracismo, que venía a ser una muerte en vida, si se declaraba culpable, con lo que el esposo siempre conseguía su objetivo.
Claro es que para que la ordalía mantuviera su prestigio como juicio de Dios resultaba necesario que de tanto en tanto la mujer condenada a beber el agua amarga no sólo no muriera, sino que no sufriera daño alguno. Tal condición la conseguían los sacerdotes sustituyendo el anhidrido arsenioso o el veneno de la víbora por una sustancia inocua, cambio que pasaba desapercibido para la multitud que solía asistir a este rito, ya que el brebaje seguía manteniendo el habitual color azul que le daba el añil.
Ni que decir tiene que el derecho del hombre a repudiar a su mujer no era simétrico: la mujer carecía de este derecho. Del mismo modo, los hombres podían ponerles a sus mujeres tantos cuernos como les pareciera, en la seguridad de que no serían sometidos a esta ordalía, porque únicamente se aplicaba a las mujeres. A diferencia, además, de sus pueblos vecinos, que la aplicaban en distintas circunstancias, los judíos sólo la aplicaban en caso de adulterio de la mujer, real o supuesto.
Un ejemplo, sin duda, de crueldad y de hipocresía y también del descarnado machismo que a cada paso aparece en los distintos libros de la Biblia con sorprendente naturalidad.
Por otra parte, Números, que junto con el Génesis, Éxodo, Levítico y Deuteronomio, forma parte del Pentateuco, es para la Iglesia Católica un libro canónico, aceptado, por tanto, en su totalidad todavía hoy, en el pontificado de Francisco I.

Fuentes: Biblia de Jerusalén
Caballo de Troya 1.- J.J. Benítez
La Biblia y el legado del antiguo Oriente.- García Cordero.

Las negritas son de un servidor

Imágenes: La primera de Natalia Eveling, el resto de Pinterest




domingo, 5 de noviembre de 2023

EL NOMBRE DE LOS PAPAS

Cuando yo era un adolescente y buena parte de mi vida se desarrollaba aún en el seno de la Iglesia, una de las cosas que más despertaba mi curiosidad era el nombre de los papas, por qué los papas cambiaban de nombre cuando ascendían al pontificado. Ninguno de los sacerdotes a los que les hice la pregunta me dio la misma respuesta. 
Para unos, se trataba de un acto de humildad, el hombre elegido cambiaba de nombre para mostrar a la totalidad del género humano que su nombramiento no se debía propiamente a sus cualidades, sino a la libre designación del Espíritu Santo. Según otros, con aquel cambio se ponía de manifiesto que, a partir del momento de ser nombrado, el papa dejaba de ser una persona normal para convertirse en Vicario de Cristo. Otros, en fin, aseguraban que de aquel modo la Iglesia ponía de relieve que la autoridad del papa, jefe supremo y omnímodo de todos los católicos, no sólo no podía equipararse a la de los reyes y altos mandatarios de las distintas naciones, sino que era muy superior, por ser de orden espiritual.
Ninguna de estas respuestas respondía a la verdad. O se trataba de desconocimiento de la historia, cosa en apariencia rara, pero no tanto cuando se conocen las Historias de la Iglesia con las que estos santos varones se formaban, o, más probablemente, se trataba de una más de las mentiras más o menos piadosas con las que pretendían endulzarme la realidad, al tiempo que, en este caso, conferían al papa un carisma aún mayor del que ya poseía.
La verdad es mucho más prosaica. También más terrenal y, desde luego, más grosera. Hasta la mitad del siglo X los papas y antipapas  que se sucedieron en Roma conservaban su nombre de pila cuando accedían al pontificado, desde el mismo San Pedro, dando por buena la relación que contiene el Liber Pontificalis, hasta Agapito II (946-955)
El X es un siglo sobre el que la Iglesia prefiere pasar de puntillas. Nada menos que nueve papas murieron asesinados, de los veintisiete que se sucedieron a lo largo de la centuria. Por entonces, la elección de un papa era un galimatías. Como obispo de Roma que era, teóricamente lo elegía el clero romano, pero en realidad la elección quedaba en manos de las grandes familias y en ella intervenía hasta el emperador germano. 
Una de aquellas familias, la de los Túsculos, patronímico  que tiene su origen en la ciudad etrusca de Tusculum, situada a unos veinticinco kilómetros de Roma y cuyas ruinas pueden visitarse en la actualidad, controlaban el poder político y espiritual de la Ciudad Eterna. Tres mujeres de esta familia eran las verdaderas detentadoras del poder, Teodora, esposa de Teofilato, el primero de los Túsculos, senador romano, y sus dos hijas: Teodora (mismo nombre que la madre) y, especialmente Marozia. Liutprando de Cremona, cronista de la época, trata a estas tres mujeres de prostitutas. Es posible, y así lo sostienen algunos eruditos, que Liutprando exagerara, pero lo que nadie discute es que estas tres damas hicieron un uso amplio de su cuerpo para alcanzar el poder y para mantenerlo.
Centrándonos en Marozia, que fue la más avispada de las tres, siendo todavía una adolescente, de excepcional belleza, por cierto, fue amante del papa Sergio III (904-911), con el que llegó a tener un hijo al que puso por nombre Juan, el cual, andando el tiempo, alcanzaría el solio pontificio con el nombre de Juan XI (931-935). Tras la muerte de Sergio III, Marozia contrajo matrimonio con Guido de Toscana, con el que tuvo otro hijo, Alberico. Siendo ya papa su hijo Juan, Marozia enviudó. Entonces ofreció su mano a Hugo de Provenza, rey de este territorio, con la idea de que el papa lo coronara como emperador, así ella se convertiría en emperatriz. Contra esta trama se alzó Alberico, el hijo de Marozia y, por tanto, hermanastro de Juan XI. Al frente de la nobleza y del pueblo romanos alejo a Hugo y encarceló a su madre y a su hermanastro (932). Marozia y Juan no salieron de la prisión. En ella fueron asesinados por orden de Alberico en 935.
Alberico logró hacerse con todo el poder y entre el 932 y el 946 reinó como príncipe y senador de los romanos. En su lecho de muerte logró arrancar de los nobles y del clero de Roma la promesa de que tras la desaparición del papa Agapito II, a la sazón reinante, sería designado papa su hijo Ottaviano, conde de Tusculum. 
Así sucedió: en 955, tras la muerte de Agapito II, Ottaviano accedió al trono papal. Sólo tenía dieciocho años, pero ya era también, por herencia paterna, Prefecto de Roma, reuniéndose así en su persona el poder temporal y el espiritual. Ottaviano era también un buen elemento. Más que el ejercicio de sus cargos, a él lo que le interesaba era la caza, la buena comida y, sobre todo, las mujeres, de las que gozó en abundancia y variedad. Memorables fueron sus relaciones con el emperador Germano Otón I, llenas de zalamerías, súplicas y traiciones por parte del pontífice. Pero lo que en este momento más interesa de esta historia es que para diferenciar sus cargos de Prefecto y de papa, cuando firmaba documentos civiles lo hacía como Ottaviano, su nombre de pila, mientras que para los documentos eclesiásticos adoptó el nombre de Juan. Con este nombre, Juan, el duodécimo de la sucesión, Juan XII, pasó a la historia. Y así, de un modo nada trascendente o espiritual, se inició la costumbre del  cambio de nombre por parte del elegido como papa.

Fuentes:
Los círculos del poder.- Antonio Castro Zafra
Historia de los papas.- Juan María Laboa
Diccionario de los papas.- Juan Dacio
Historia política de los papas.- Pierre Lanfrey
Historia de la Iglesia II.- Llorca, Villoslada y Montalbán.