En 1954 el cineasta José Luis Sáenz de Heredia rodó la película Todo es posible en Granada, con Merle Oberon y Francisco Rabal como protagonistas. Basada libremente en uno de los Cuentos de la Alhambra, de Washington Irvin, el film cuenta las peripecias de una norteamericana que conoce el lugar en el que, en Granada, se encuentra un tesoro escondido por los musulmanes; intenta comprar el terreno, pero el propietario se niega a vender; entonces ella consigue convencerlo para buscar el tesoro juntos y, como no podía ser de otra manera, ambos dos acaban enamorándose el uno del otro.
Aunque se trata de una comedia romántica, en la que cabe casi todo, el título de la película responde punto por punto a la realidad, pues bien cierto es que en Granada es posible cualquier cosa, desde tener un tío, que ni se tiene tío ni se tiene na, hasta que en ella se celebre nada menos que un congreso de verdugos de España, hecho que tuvo lugar en 1974, cuando aún estaba en vigor la pena de muerte.
Son incalculables las anécdotas que pueden contarse de una ciudad tan bella como romántica. No serán pocos los andaluces que recuerden la Nochevieja de 1995. Aquel año se iban a retransmitir las campanadas que despedían al año viejo y recibían al nuevo desde el reloj del Ayuntamiento, sito en la plaza del Carmen. Desde bastante antes de las doce, la plaza ya estaba de bote en bote y toda Andalucía preparándose para el acontecimiento. Sin embargo, llegada la hora, todo el mundo pudo ver cómo las agujas del reloj pasaban de las doce de la noche y las campanadas no sonaban. Un fallo como este puede ocurrir hasta en las mejores familias, otra cosa es la causa del fallo. ¿Y cuál fue esa causa? El relojero, que había estado quince minutos antes revisando concienzudamente el reloj, tenía la respuesta: el reloj funcionaba perfectamente, sólo que él lo había dejado sin sonido a partir de las doce de la noche, como se hacía durante todo el año ¡para que las campanadas no molestaran a los vecinos!
Tres años antes, la cabalgata de los Reyes Magos pasaría a los anales de la ciudad como, sin duda, la más estrambótica de su historia. Aquel año el rey Melchor fue el pintor granadino Enrique Padial (1938-2014), artista expresionista, cuya pintura entronca principalmente con la de Valdés Leal, Goya y Gutiérrez Solana. Afincado buena parte de su vida en Madrid, el artista granadino tenía fuertes inquietudes culturales, además de la pintura, prueba de las cuales fue la creación en la capital de España del Aula Cultural de Andalucía, por la que, entre otros, pasaron escritores y poetas de la talla de Buero Vallejo, Cela, José Hierro, Rafael Alberti o Luis Rosales.
Granadino hasta la médula, desde el mismo momento en que el Ayuntamiento le propuso su designación como Rey Melchor, el pintor no cabía en si de gozo. Decidió que su reinado no tendría nada de efímero, sino que sería recordado por mucho, mucho, mucho tiempo. Desde luego, aceptó lo caramelos que el Ayuntamiento tenía dispuestos para cada uno de los Reyes, pero, además y de su pecunio privado, se aprovisionó de todo aquello que le pareció importante para el cumplimiento de su misión. Y así, el día de la cabalgata, desde la altura de su trono, el Rey Melchor, Enrique Padial, tiró, junto a los caramelos multitud de juguetes para los niños y tiró, sobre todo, jamones, paletillas y pollos, más de cien de los primeros y hasta mil quinientos de los segundos. "¡¡Tomad, tomad, pollicas para Sevilla!", gritaba al tiempo de lanzar los pollos, como una crítica al centralismo sevillano de la Junta de Andalucía de entonces.
Pero si hay algo que seguramente no pudo hacerse más que en Granada fue la escritura en verso de la Biblia Católica. Tan magna como innecesaria obra fue llevada a cabo por el catalán José María Carulla (1839-1919). Nacido en Igualada (Lérida), a los 21 años era ya licenciado en Derecho Civil y Filosofía. Católico radical, pretendió ser zuavo pontificio, antecedente de la actual guardia suiza del papa. Publicó alrededor de 250 libros, aunque la mayor parte de su vida transcurrió en la indigencia, viéndose obligado en más de una ocasión no a vender sus versos, sino a ofrecerlos a cambio de comida. Entre otras, realizó la primera traducción al castellano de La divina comedia. En Granada vivió en una ermita de la Abadía del Sacromonte, cedida por los canónigos que ocupaban el edificio religioso.
Carulla escribió su Biblia en liras, una estrofa castellana compuesta por cinco versos de, respectivamente, cinco, siete, cinco, cinco y siete sílabas, y rimados en rima consonante el primero con el tercero y el segundo con el cuarto y el quinto. Como ejemplo, he aquí una de las estrofas del evangelio de Lucas:
Los príncipes injustos
de dichos sacerdotes detestables
cual también los adustos
escribas reprobables
andaban en conjuros formidables
Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, son setenta y tres libros, que el insigne autor transcribió en nada menos que seis mil (6.000) cuartillas, con una copia de las cuales, bien empaquetadas, se trasladó a Roma con el propósito de entregárselas personalmente al papa, León XIII en aquel momento; aunque, en realidad, pretendía obtener una ayuda económica, pues estaba convencido de que con su obra le hacía un magnífico servicio a la Iglesia Católica. Pero todo lo que consiguió Carulla fue ser recibido sólo por el cardenal camarlengo, quien le hizo entrega de la Cruz Pro Ecclesia et Pontífice que le había concedido el papa. Y nada más.
Naturalmente, una obra de semejante extensión, escrita en el mismo tipo de verso, resulta de una extraordinaria pesadez; si, además, se le añade que, dada la dificultad de la estrofa utilizada y la poca habilidad de Carulla, está llena de ripios, la pesadez alcanza cotas realmente delirantes. Quizás por esta razón, el poeta, si así puede llamarse, sólo consiguió publicar cinco de los libros transcritos: el Génisis, el Éxodo, el Levítico, el Libro de Tobías y el Libro de Judith, despertando el cachondeo de la mayor parte de la crítica del país, que llegó a dar como de Carulla versos que el autor jamás había escrito, pero que cuadraban perfectamente con su obra, como aquel terceto que dice:
Cristo nació en un pesebre,
donde menos se espera
salta la liebre.
Precisamente, de la enormidad y la futilidad de la obra del autor catalán, quedó la expresión La Biblia en verso, que se utiliza cuando nos encontramos ante un asunto o tarea farragosos y/o de extensión incalculable.
El manuscrito de toda la obra, así como una copia, lo adquirió el cabildo catedralicio granadino en 1917, por 400 pesetas. Dicho manuscrito se encuentra ahora en la Abadía del Sacromonte y la copia en el seminario de la ciudad.
Fuentes:
Curiosidades Granadinas.- César Girón
La Biblia en verso. Tras los pasos de José María Carulla.- José Antonio Mesa y José Luis Garzón.
Guía de Granada: Rafael Arjona y Lola Wals
Imágenes: El cartel de la película, de Filmaffity
La última, una pintura de Carulla realizada por José Miguel Morcillo, ubicada en el Museo de Bellas Artes de Granada.
El resto de internet.
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