sábado, 27 de septiembre de 2025

EL VERDUGO Y LA VÍCTIMA

"Cada fiesta, el procurador solía conceder al pueblo la libertad de un preso, el que quisieran. Tenían a la sazón un preso famoso llamado Barrabás. Dijo, pues, Pilato a los que estaban allí reunidos: '¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Cristo?'... Respondieron: '¡A Barrabás!' Díceles Pilato: '¿Y qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?' Y todos a una: '¡Sea crucificado!'... Entonces Pilato... tomó agua y se lavó las manos... diciendo: 'Inocente soy de la sangre de este justo. Allá vosotros.' Y todo el pueblo respondió: '¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!'
Desde su aparición, el cristianismo no ha tratado bien a los judíos, más aún, los ha tratado mal, muy mal. En esta historia, que cuentan más o menos igual los cuatro evangelistas y que es, indudablemente falsa, pues desde cuándo un gobernante romano iba a preguntar a los ciudadanos de un territorio dominado por ellos lo que tenía que hacer con un preso, se basa toda la inquina que los cristianos han venido derramando sobre los judíos hasta tiempos bien recientes. La historia tiene su origen en la necesidad de la nueva religión de ganar la voluntad de las autoridades romanas para, en su afán universalista, extenderse por el imperio. No es un romano el que decide la crucifixión de Jesús, sino que son los judíos, quienes, además, están dispuestos a que su sangre caiga sobre ellos y también sobre sus hijos, es decir, sobre su descendencia.
Fotografía García Rodero
Prácticamente, todos los Padres de la Iglesia escriben panfletos contra los judíos. Si para éstos su elección por parte de Dios como su pueblo no excluía la salvación de los gentiles, para los Padres cristianos el judío sólo merece, como minimo, el desprecio, pero también incluso la muerte, como se afirma en el Ambrosiaster, un libro anónimo que glosa las epístolas de San Pablo, equivocadamente atribuido durante mucho tiempo a San Ambrosio de Milán (340-397). El obispo milanés no era mucho más suave. Así, afirmaba que los judíos eran los primeros enemigos de los cristianos. Decía más: que los judíos no podían formar parte de la sociedad, ya que su maldad superaba icluso a la de los demonios. Negaba, además, la conversión auténtica de los judíos, negación con la que coincidían Lactancio (240-320) Hilario de Poitiers (300-367), Zenón de Verona (300-371) Paulino de Nola (355-431), Salviano de Marsella (400-470) Paulo Orosio (383-418)354-430, Agustín de Hipona (354-430) y, más tarde, la Inquisición Todos ellos consideraban que la circuncisión era la marca infamante del pecado, menos la de Cristo, porque ésta marcaba la continuidad entre la antigua y la nueva ley.
Pío IV
Ya el Concilio de Elvira (300-324) prohibía a los cristianos comer con judíos. Los concilios de Cartago (419) e Hipona (427) inhabilitaban a los judíos para testimoniar contra los cristianos en un acto jurídico, inhabilitación que jamás habían practicado los romanos por motivos religiosos. El tercer Concilio de Letrán (1179) prohibía la convivencia de los judíos con los cristianos. Desde esta fecha, aquéllos fueron confinados en barrios específicos, un antecedente de los ghetos, de los que se diferenciaban en que no estaban cerrados, como luego estuvieron éstos. El primer gheto, como tal, estuvo en Venecia a partir de 1516; en él confinaron los venecianos a los judíos expulsados de España que llegaron en gran número a la ciudad. No mucho mas tarde, Pío IV (1559-1565) creó ghetos en las ciudades del Estado Pontificio. El de Roma estaba situado a orillas del Tibet, en un lugar pantanoso e insano. Este papa ordenó, además, que los judíos debían llevar una estrella amarilla que los distinguiera de los cristianos, los hombres en el sombrero y las mujeres en el pecho. Este gheto fue clausurado por Napoleón cuando conquistó Roma, pero tras su caída, lo primero que hizo Pío VII cuando regresó a la ciudad fue restaurarlo de nuevo.
Judíos askenazis
Ahora, hay que decir que cuando, respondiendo a una rebelión, los romanos recuperaron el dominio de Palestina y destruyeron el templo de Jerusalén, no obligaron a ningún judío a abandonar su tierra. Con la famosa diáspora, como se la conoce, se fueron los judíos que quisieron, muchos de ellos se esblecieron en la propia Roma, donde eran aceptados por los romanos, hasta el punto de que, entre otras cosas, respetaban el sabat, descanso semanal tradicional al que se oponían los cristianos. Muchos otros judíos emprendieron el camino de Europa, asentándose principalmente en Rusia, Ucrania, Polonia, Letonia, Estonia, Austria y Alemania, éstos serían conocidos como judíos askenazis, término hebreo medieval que, en realidad, designaba a Alemania.
Desde la diáspora, los judíos han sufrido expulsiones de diversos territorios. En 1290, bajo el reinado de Eduardo I, fueron expulsados de Inglaterra. Más tarde, a lo largo de la Edad Media se fueron produciendo expulsiones en Francia, Milán, Parma, Austria, Lituania y Túnez, hasta culminar en las grandes expulsiones de España (1492) y Portugal (1497). Los judíos de estos dos reinos recibieron el apelativo de sefardies, término procedente de Sefarat, nombre que aplicaban a España.
Cirilo de Alejandría
Desde la aparición del cristianismo, los judíos han sufrido diversos progroms o persecuciones. El primero de ellos se produjo en Alejandría, fue ordenado por el patriarca Cirilo y llevado a cabo por los parabolani, fieros monjes que formaban su guardia personal. Luego, se sucedieron más. Entre los más graves se encuentra el promovido en España en 1391 por Ferrán Martinez, arcediano de Écija, cuyos incediaros sermones en los que pedía directamente matar a los judíos, produjeron la destrucción de la judería de Sevilla, con más de cuatro mil muertos, un movimiento destructivo que se extendió a Córdoba (2000 muertos) y, luego, hacia el norte, a Jaén, Úbeda, Baeza, Toledo, Valencia, Barcelona, Lérida, Gerona, Mallorca, Burgos, Logroño y Zaragoza, entre las ciudades más importantes. Sólo sobrevivió un tercio de la población judía. Progroms hubo también en Rusia, en el siglo XIX. Y ya, en el siglo XX, el holocausto, perpetrado en Alemania, en el que fallecieron alrededor de seis millones de judíos. 
La pregunta que cabe hacerse ahora es cómo una gente que ha sido víctima de toda clase de atropellos a lo largo de veinte siglos, puede estar ahora masacrando hasta su exterminio al pueblo palestino, en un genocidio, reconocido ya hasta por la ONU, y entre cuyas víctimas van ya más de veinte mil niños muertos y más de cuarenta y ocho mil mutilados. ¿Cómo la víctima ha podido convertirse en verdugo? Durante casi veinte siglos en Palestina han convivido sin problemas, primero, judíos que no se marcharon con la diáspora y cristianos desde los primeros tiempos, pues el critianismo, como bien se sabe, nació en Palestina, más tarde, también musulmanes. Todos ellos eran y son palestinos, pues han nacido y vivido en Palestina desde hace más de setenta y cinco generaciones.
Ben Gurión
Hasta 1948, en que grupos de terroristas judíos, con Ben Gurión al frente, echaron a los palestinos no judíos de sus casas y de sus tierras y se asentaron ellos. 
Repito la pregunta: ¿cómo es posible que la víctima haya podido convertirse en verdugo? La respuesta es sencilla: porque, en el fondo, no han dejado nunca de serlo. Los judíos no constituyen una etnia, tampoco se les puede identificar como una cultura, ni siquiera forman propiamente una religión, sólo responden a una idea, a modo de consigna: la de ser el pueblo elegido de Dios, al que Dios les ha asignado, además, una tierra, un territorio, Palestina, la tierra de la que mana leche y miel, como dice la Biblia.
Esta idea, claramente supremacista, es la que a lo largo del tiempo ha constituido el nexo de unión de todos ellos, incluidos agnósticos y ateos. Y es por esta idea que, salvo contadas excepciones, no se han asimilado nunca con las poblaciones de los lugares que han habitado después de la diáspora. De este modo, el judio que vive en Francia, no es francés, sino judío francés; el que vive en Bélgica, judío belga. y así en todas partes.
La aparición del sionismo fue posible precisamente porque, a diferencia de helenos, romanos, galos o celtas, por ejemplo, que se asimilaron con otros pueblos y desaparecieron como tales en el devenir de la historia, los judíos se mantuvieron en su diferenciación supremacista a lo largo de dos mil años, sin abandonar nunca la idea del regreso a Palestina. "El año próximo en Jerusalén.", repetían una y otra vez en su fiestas. Y en las bodas se rompía la copa con la que se brindaba en memoria de la destrucción del templo. 
Theodor Herzl
El sionismo es un moviento nacionalista, sistematizado por el periodista austro húngaro Theodor Herzl (1860-1904), en su opúsculo El Estado Judío, en que abogaba por la creación de un Estado judío en Palestina. A este opúsculo vino a sumarse en 1917 la Declaración Balfour, manifestación del Gobierno británico en apoyo a la creación de dicho Estado Judío. Para entonces, numerosos judíos habían emigrado ya a Palestina, siendo acogidos favorablemente tanto por los turcos otomanos, que dominaban aún el territorio, como por los habitantes de éste.
Desde 1948, los judíos sionistas, con el apoyo explícito del judaísmo internacional y de los judíos que viven en Palestina que los votan una y otra vez en las elecciones, vienen repitiendo lo que ya hicieron hace unos tres mil quinientos años: apoderarse a sangre y fuego de lo que no era suyo entonces, ni en 1948, ni en la actualidad, cuando, en el colmo de la barbarie están destruyendo las ciudades palestinas, como las destruyeron entonces, arrasándolas y asesinando a sus habitantes, ayer con el apoyo de "su Dios" y hoy con el del judaísmo internacional y con el de los Estados Unidos, a los que suma el silencio cobarde de los países musulmanes y el beneplácito más cobarde aún de la Comunidad Europea.

Fuentes: 
Hstoria de los judíos.- Paul Johnson
Historia de la Iglesia.- Llorca, García Villoslada, Leturia y Montalbán.
Historia de los papas.- Juan María Laboa
Evangelio de Mateo



lunes, 1 de septiembre de 2025

MI PADRE ESTUVO ALLÍ

Ochenta y tantos años después, aun son numerorísimas las fosas comunes a las que fueron arrojados los cuerpos de los asesinados durante el franquismo. Cada vez que, con una lentitud exasperante, se consigue abrir una de ellas, con el propósito de, una vez identificados, entregar los restos a sus familiares que, ya en tercera generación en más de un caso, no han cesado de reclarmarlos para ofrecerles un entierro digno, la noticia aparece en la prensa y de aquí salta a las redes sociales, a facebook, por ejemplo, donde predominan ampliamente los comentarios de signo contrario, con el argumento, falaz argumento, de que lo mejor que se puede hacer con los muertos es dejarlos descansar, ya que, en caso contrario, lo que se consigue es reabrir heridas.
Por mi parte, cuando leo alguna de estas noticias siempre se me viene a la memoria la imagen de la escena vivida con mi padre, una tarde de otoño, cuando se encontraba cerca ya del final de su vida. Vaya por delante que yo no tengo ningún familiar entre los muertos reunidos en esas fosas. Tampoco he tenido ningún familiar represaliado de alguna manera durante la dictadura. Es decir, no tengo el más mínimo interés personal en que se abran esas fosas o en que se cumplan los demás requisitos de la Ley de Memoria Democrática. 
Mi padre murió en el año 2000, un par de semanas antes de cumplir ochenta y nueve años. Hizo la guerra en la legión, un cuerpo de choque conocido por su arrojo tanto como por su brutalidad. Cuando se produjo el golpe militar que, como se sabe, en Córdoba triunfó rápidamente, mi padre era un ebanista autónomo, con un taller en la calle Lucano, tenía veinticinco años y carecía de adscripción política. Rápidamente fue movilizado y enviado a Sevilla, donde, como acababa de realizar el servicio militar, fue enrolado sin instrucción alguna en un tabor de regulares. Él no hablaba nunca de la guerra. Sólo, después de que yo, ya adolescente, descubriera una fotografía suya conservada por mi madre, contó vagamente que había desertado de su destino pasándose a la legión, porque los legionarios iban mejor equipados que los regulares, siendo así que éstos estaban en la misma línea de combate que aquéllos y, por tanto, expuestos al mismo riesgo. De ser cierta esta historia y no tengo por qué ponerla en duda, el cambio de cuerpo debió producirse en pleno avance de los golpistas sobre Extremadura.
En la legión, mi padre llegó a sargento por méritos de guerra, o sea, que no debió de ser un pusilánime, sino todo lo contrario. Detestaba a los falangista. El siguiente hecho me lo contó mi abuelo: mi padre, que escribía con decoro y con una letra preciosa, tenía unas cuantas madrinas de guerra, cinco o séis, que le mandaban numerosos paquetes, principalmente de comida. Mi padre les había dado la dirección de su casa en Córdoba, que era también la de mi abuelo, a la que llegaban numerosos paquetes con pasmosa regularidad. Tanto paquete llamó la atención de los falangistas, que, como también se sabe, actuaban sobre todo en retaguardia, lejos de los disparos y de los asaltos cuerpo a cuerpo, de modo que un día se presentaron en casa de mi abuelo exigiendo groseramente conocer el contenido de los paquetes. Poco después llegó mi padre de permiso y al enterarse de lo ocurrido no tuvo más que presentarse en el centro de mando de los falangistas y pistola en mano armar la de Dios, hasta el punto de que mi abuelo no volvió a ser molestado por nadie. Puede que mi abuelo pusiera algo de exageración en su relato, pero la verdad es que en la fotografía antes mencionada, que sigo conservando, con el uniforme de la legión, el capote sobre los hombros, un machete en un costado de la cintura y el pistolón en el otro, la imagen de mi padre resulta imponente.
Con el misma fervor que a los falangistas, detestaba a Franco, no sabía yo por qué. En mi adolescencia, recuerdo muchos intentos de discusión con él en los que, paradójicamente, yo defendía frenéticamente al dictador. Mi padre no me dejaba continuar, me miraba fijamente, con un extraño brillo en la mirada y me decía "tú qué sabes", fría expresión con la que, mucho tiempo después lo reconocería yo, me señalaba no sólo mi ignorancia, sino el deseo de que, fuera lo que fuese, no tuviera que saberlo nunca.
Desde que yo puedo recordarlo, mi padre bebía. No era el borracho que llega a su casa dando tumbos y se va derecho a la cama.Él se limitaba a colocarse, lo que resultaba peor, porque el alcohol le cambiaba el carácter transformándolo en un imbécil de cuya boca sólo salían imbecilidades, que muchas veces desembocaban en tremendas broncas con mi madre. Esta circunstancia me hizo sufrir mucho durante mi niñez, pero con quince, con dieciséis, con diecisiete años, las broncas se las montaba yo a él, consiguiendo que durante un tiempo, incluso meses, se olvidara de la bebida. Un día, a poco de jubilarse, brusca e inesperadamente, dejó de beber. Se convirtió entonces en un hombre entrañable, cariñoso, desprendido, el hombre que realmente era. Sin embargo, ya era tarde para mí, porque habían sido demasiados los desencuentros que había tenido con él, además, ya me había casado, no vivía en su casa, tenía mi propia familia, y no sentía necesidad alguna de acercarme a él.
Muchos años antes, yo había empezado a leer y a enterarme de la realidad del país, que no me habían permitido conocer ni en el colegio ni, luego, en la Universidad Laboral. Cierto día, descubrí en una caja de zapatos que mi madre guardaba en el altillo del armario papeles de mi padre de la época de la guerra. Había allí cartas dirigidas a sus padres; copias, sin duda, o borradores, de las que dirigía a sus madrinas de guerra y, lo más sorprendente para mí, algunos poemas con no mala factura dedicados a la unidad con la que había combatido, la cuarta bandera de la legión. Aquel descubrimiento, que mantuve secreto, me llenó a un tiempo de asombro y de ansias de saber.
Investigando por mi cuenta, puesto que él se aferraba al silencio, puede decirse que logré establecer, creo que con bastante exactitud, el intinirario militar que mi padre había hecho durante la contienda. No fue fácil y me llevó su tiempo, de modo que no logré completarlo hasta bastante después de la muerte del dictador. Así supe que, entre otras acciones, aquella cuarta bandera había protagonizado la toma de Badajoz e imaginé, lleno de horror, que había participado en la matanza posterior.
Pasó y pasó el tiempo y, poco a poco, el rencor que yo había acumulado contra mi padre se fue suavizando. Ya, cuando iba a visitarlo, charlábamos con cierta naturalidad, aunque siempre de temas más o menos intranscendentes, de mi trabajo, de alguna anécdota del suyo, cuando aún trabajaba, de la muerte de algún conocido, cosas así.
Recuerdo muy bien cómo sucedió. En realidad, no podré olvidarlo nunca, aunque a veces parezca que se esconde o se difumina en mi memoria: Un día en que fui a su casa, mi madre salió a comprar no sé qué y nos quedamos solos él y yo, él sentado en su sillón de orejas, junto a la ventana, y yo en una silla, ligeramente a su derecha, a más de metro y medio de distancia. En un momento dado, mientras hablábamos, mi padre mencionó de pasada la guerra, lo dura que había sido la vida después de ésta, dijo, y cómo había tenido que empezar de cero porque, cuando regresó, del taller que un día tuvo no quedaba nada. 
Al oír de sus labios la palabra guerra, una vieja puerta se abrió dentro de mí y el recuerdo de los papeles que había descubierto hacía tanto tiempo en aquella caja de zapatos hizo su aparición en mi memoria. Entonces, sin pensármelo, movido por un extraño resorte, se lo pregunté, directa, brutalmente: "Tú estuviste allí, ¿verdad?, estuviste en Badajoz y participaste en la matanza. Por eso bebías, ¿no es cierto? Y es por eso que también odiabas a Franco.
Mi padre se envaró, desvió su mirada de la mía y la dejó extraviada en un rincón de la habitación, de sus ojos brotaron dos lágrimas que rodaron mansamente por sus mejillas. Era la primera vez en mi vida que lo veía llorar y no sabía qué hacer. El silencio era una bala de algodón que llenaba la habitación entera. Por un momento, pasó por mi mente recriminarle que no hubiera hablado nunca de aquello, que no hubiera descargado el peso que, a la vista de sus lágrimas, debía lastrar su conciencia, pero era tan honda mi emoción que no podia articular palabra. Por fin, después de un tiempo largo, largo, conseguí levantarme de mi asiento, me acerqué a él, puse mi mano en su hombro y lo besé en la frente. Mi padre tenía ya ochenta y cinco años y aquel era el primer beso que le daba desde mi lejanísima infancia.

P.S. Publiqué esta entrada por primera vez en el desaparecido El cuaderno escarlata. Vuelvo a publicarla hoy, con una liguera actualización temporal centrada, principalmente en los dos primeros párrafos, no sólo por esa serie de bochornosos y deshumanizados comentarios que leo en Facebook, sino por la marea revisionista de aquellos años que, desde hace tiempo, viene produciéndose en este país. Hace unos días, de manera azarosa, tropecé con un artículo de todo un profesor de historia, hoy jubilado, en el que negaba rotundamente que en Badajoz se hubiera producido nunca matanza alguna, que hubo algunos fusilamientos, sí, cosa lógica, pero de matanza nada. Decía más, que su conquista, la llevó a cabo una fuerza asaltante de sólo tres mil hombres, frente a los seis mil que defendían la población. Pero callaba, con la indecencia de todo revisionista, que los asaltantes contaban con cañones y con aviones, en tanto los defensores estaban mal equipados y en sus filas figuraban bastantes elementos -guardias civiles y militares- que estaban deseando pasarse al enemigo, cosa que hicieron a la primera oportunidad. No digo el nombre del historiador, ni el del sitio en el que publicaba su artículo porque no me da la gana de darle encima publicidad a quienes tienen por bandera la mentira y la invención de bulos. Pero creo que, aparte de las crónicas y de los estudios históricos que existen al respecto, las lágrimas de mi padre son prueba más que suficiente de la realidad de la matanza.

Imágenes.- Internet

martes, 5 de agosto de 2025

EL PAPA, EL PEDERASTA Y EL POBRE

León XIV
El papa
No existe en el mundo una organización del tipo que sea con una capacidad teatral semejante a la de la Iglesia Católica. La reciente película El cónclave, que en lo que se refiere al ceremonial refleja con gran fidelidad la realidad, es una buena muestra de esta teatralidad. Y eso que se trata de un actividad interna y, por tanto, sin la presencia de público. Pero cualquier misa, de cualquier parroquia, de cualquier pueblo constituye ya una ceremonia eminentemente teatral. Iglesia y teatro vienen a ser en buena medida sinónimos, hasta el punto de que no es una exageración afirmar que sin esa teatralidad la Iglesia Católica no sería lo que es.
Del mismo modo, no existe tampoco una organización con una tan desbordante capacidad de convocatoria. Si acaso, y sin ánimo de comparar, la de algunos sátrapas recientes, como Hitler, Stalin, Mussolini o Franco, gente sanguinaria antes que piadosa, por más que alguno de ellos fuera muchas veces traído y llevado bajo palio. Desde hace siglos, cualquier miembro de la jerarquía eclesiástica, pero especialmente el papa, disfrutan como marranos en un charco recibiendo la pleitesía (el cariño, dicen ellos) de las multitudes, cuanto más numerosas mejor. Pero es modernamente, con los medios de comunicación y desplazamiento con los que el mundo cuenta, cuando los papas vienen recibiendo los mayores baños de masas de la historia. 
El primer papa que viajó en un avión fue Pablo VI (1963-1978), hace día y medio. Fue también el primero que visitó los cinco continentes. Y el primero que habló en Nueva York ante la Asamblea General de la ONU. Ahora, para viajero, Juan Pablo II (1978-2005) Este hombre... espectacular, que comenzó a hacer teatro en su juventud y ya no lo abandonó en toda su vida, se entretuvo en recorrer casi 1200000 kilómetros, algo así como dar veintinueve veces la vuelta al mundo y, en todas partes, venga multitudes y más multitudes, todas con el Totus Tuus tan elocuente, y él con una cara de felicidad que incluso resultaba contagiosa.
Pablo VI
Bien, pues el último papa hasta la fecha, el señor Robert Francis Prevost, que el día ocho del pasado mayo, cuando fue elegido, tomó el nombre de León, recibió el pasado domingo su primer baño de multitudes. Fue en el lugar de Tor Vergata, al sur de Roma, donde habían pasado la noche en tiendas de campaña y sacos de dormir un millón de jóvenes, como mínimo, llegados de todo el mundo, para celebrar un jubileo, término que tiene dos acepciones: aniversario de un acontecimiento relevante e indulgencia plenaria que el papa concede en determinada ocasiones. El papa no llegó andando, ni siquiera en automóvil, aunque fuese un Mercedes último modelo, llegó en helicóptero, que aquí se trabaja bien o no se trabaja, se paseó en el papa móvil entre el griterío de los jóvenes y el tremolar de banderas de todos los colores. Seguidamente, dijo una misa concelebrada (agárrate maestro, que te vas a caer), con cuatro cientos cincuenta (450) obispos y siete mil (7000) sacerdotes. (¿Alguien puede imaginar lo que fue aquello? ¿Alguien puede imaginar la cantidad de individuos que viven y muy bien de gañote, esto es, sin producir absolutamente nada y a costa de los demás?)
La noche del Jubileo
El evento llevaba preparándose nada menos que dos años. Para hacerse una idea de su magnitud y según publicaba el periódico La Vanguardia, se trataba de un espacio de unas 96 Ha., en las que se instalaron miles de aseos químicos, 2600 fuentes de agua potable, 70 nebulizadores, 122 cámaras de vigilancia ("que estos pueden ser todo lo creyentes que quieran, pero aquí no nos fiamos ni de nuestro padre.") y un centro de control de 400 metros cuadrados. Se llevaron además cinco millones de botellas de agua, desconocemos el tamaño y si se ofrecieron gratis o había que pagar por ellas.

El pederasta
Queremos dar por hecho que entre aquel millón largo de jóvenes no había ninguno que hubiera sufrido los desmanes sexuales de ningún pederasta. Seguro que no, estos son chicos y chicas extrovertidos, optimistas, decididos, y los pederastas se inclinan más por los tímidos, con poca capacidad de decisión y más bien desorientados. Seguro que estos chicos y chicas no saben siquiera lo que es la pederastia y, por supuesto, no conocen ni tienen noticia de ningún pederasta ni de ninguna de las numerosas víctimas. Desde luego, de la pederastia no se habló en ningún momento. La pederastia es un asunto que a la Iglesia tanto le quema como le resbala. Es cierto que el papá Francisco clamó contra ella y hasta ordenó la apertura de algún expediente canónico. Es verdad también que en algún sitio, Francia, por ejemplo, han pedido perdón, ¿pero lo han pedido cumpliendo las condiciones que la propia Iglesia tiene establecidas para obtenerlo? Cinco eran estas condiciones, que a mí me obligaron a aprenderme de niño y que todavía hoy, después de tantos años y tan lejos de mi última confesión, sigo recordando, ahí van: Examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. El amable lector decidirá, pero yo, la verdad, no veo por ningún lado ninguno de estos puntos. 
El Defensor del Pueblo
Ahora bien, si hay un sitio verdaderamente guay para los pederasta, este no es otro que España. No sé en otros sitios, pero en España los pederastas tienen premio. Y, además, mueren en edad avanzada y en su cama antes de que les afecte una denuncia. A título de ejemplo, les voy a citar uno: Josep María Vendrell, fallecido a los 71 años, en 2004, después de toda una vida de abusador sexual de niños. Un tipo que apestaba a "tabaco y alcohol", según afirma, Pablo, una de sus víctimas, en un suelto publicado por La Vanguardia el pasado día tres. Cómo estará la cosa de la pederastia clerical en este país que, Pablo, vecino de Valladolid, prefiere no dar sus apellidos, aunque se pueden encontrar en el Informe del Defensor del Pueblo sobre este asunto.
El tal Vendrell empezó su carrera de pederasta en 1965, cuando llegó a la parroquia de Sant Tòmas d'Aquino, en Barcelona. Las quejas y las denuncias de familiares de los niños que caían en sus manos no tardaron en llegar al arzobispado. Este actuó con celeridad y con energía: sólo tardó  en actuar cinco años, al cabo de los cuales, "¡denunció al fulano ante la justicia!" "¿Qué dice usted buen hombre? Lo trasladó a la parroquia de Santa María en Caldes d'Estrac, de la que dependía una escuela y un internado religioso, del que era el director." "¿Pero quién regía la sede arzobispal de Barcelona?" "Ahora mismo se lo digo, caballero: en 1965, don Gregorio Modrego Casaus, un franquista hasta el tuétano, y en 1970, don Marcelo González Martín, quien junto a Tarancón, le dio la vuelta a la Iglesia española para que se adaptara a la democracia sin perder ni uno solo de sus privilegios."
Como se ve, da igual la tendencia política que tengan. El actual arzobispo de la ciudad condal, don Juan José Omella Omella, de centro derecha por el Sur y extremo oscuro por el Este, afirma que el Informe del Defensor del Pueblo sobre la pederastia "es mentira, ¡mentira!, ¡mentira!" "Aporta don Juan José alguna prueba?" "¿Prueba? Ninguna, jefe, ninguna. Es mentira porque lo dice él, y punto."
Cardenal Juan José Omella
Y es que en España, los obispos, que son los encargados de perseguir la pederastia, se canchondean de ella y de las víctimas. "Y si no me cree usted, querido amigo, pregúntele al representante de todos ellos, don Luis Javier Argüello,  actual presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Valladolid, quien, atendiendo a la demanda de Jesús de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, anda pidiendo elecciones, a ver si llegan al gobierno sus amiguetes de Vox."
De esta actiud de desprecio se queja precisamente Pablo, el hombre del que, siendo un niño de sólo nueve años, abusaba el cura Vendrell. "Necesito que me pidan perdón y cumplan sus promesas de reparación.", clama. Ya te lo digo yo, Pablo: puedes esperar sentado. Tu agresor falleció, como sabes, en 2004, de modo que no te queda ni el recurso de acudir a la justicia ordinaria. 
El pobre
Y EL POBRE
Bueno, Ya lo dijo Jesús, cuando una señora o señorita le ungía los pies con ungüentos carísimos: "Los pobres los tendréis siempre con vosotros." Y, en efecto, ahí siguen. Y, por lo que se refiere a la Iglesia, ahí seguirán, que en esto sí que cumplen literalmente con el evangelio. "¡Cómo vamos a hacer nada para terminar con la pobreza!", dijo una vez el cura párroco de Venisolera de Abajo, "¿no ve que si desaparecen los pobres no podremos ejercer la caridad?"
Claro que Jesús también dijo: "... el que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas ruedas de molino que mueven los asnos y lo hundan en lo profundo del mar." "Pero ¿qué dice usted, hombre de Dios? Eso no puede leerse así", dicen los obispos españoles, "eso es una alegoría, una metáfora, un elefante volando." Y a vivir, que son dos días.

Imágenes: La de Tor Vergata, de El Debate
                 Las de Pablo VI y el pobre, de www.googleuser.com
El resto de internet






lunes, 21 de julio de 2025

UNA ANÉCDOTA

María Asquerino
Yo sé que no se trata más que de una anécdota, pero tal y como está últimamente el patio en este país, creo que es interesante contarla. 
El hecho le ocurrió a la gran actriz María Asquerino (1925-2013) y yo me voy a limitar a transcribirlo tal y como lo cuenta ella en sus Memorias, publicadas en 1985:
"Un día estaba yo sentada en la terraza del café Gijón", escribe María, situando la acción en los primeros años cincuenta del siglo pasado, "estaba con Diosdado y otros compañeros, en pleno verano; yo llevaba una traje de esos que llamaban de bañera (un vestido de tirantes) y encima tenía una torerita (especie de chaqueta o chaquetilla corta, con mangas; en verano la usaban mucho las mujeres para ir a misa, ya que no se permitía la manga corta), "pero como hacía tanto calor me la quité. En esto que pasa un cura. Un cura bajito, gordito y totalmente congestionado, quizás del calor y de la rabia que le dio verme así. Se me acerca y me ordena bajito:
-Tápese usted ahora mismo.
"Yo no salía de mi sorpresa."
-¿Qué dice usted?
-Que se tape ahora mismo o la denuncio (lo único que mostraba María eran las hombros y el escote, sin llegar al canalillo)
-¿Qué dice usted?
-Que se tape ahora mismo o la denuncio.
-No me da la gana. Denunciéme usted porque yo no me tapo, entre otras cosas, porque tampoco estoy enseñando nada.
"El tío se marchó y no hubo denuncia ni hubo nada. Pero cosas así ocurrían con frecuencia".
Terraza café Gijón hoy. Foto Nestor
La anécdota pone de relieve un aspecto significativo de lo que fue la dictadura franquista, una de las épocas más negras de la historia de este país. Pone de relieve el poder de la Iglesia española y su actitud siempre represiva en todo lo que tenía relación con el sexo, aunque fuese remotamente, mientras tanto gran parte de sus miembros vivían robando recién nacidos, abusando de niños y adolescente o abarraganados, en secreto, eso sí, aunque todo el mundo lo sabía. María Asquerino le echó valor, pero también tuvo suerte. Probablemente, el cura se arrugó ante la firmeza de María, pero hubo otros muchos casos en que una mujer, en una situación parecida, era, en efecto, denunciada y sufría el correspondiente correctivo por parte de la autoridad.
Foto internet
Anda que si el cura levantara la cabeza y viera a señoritas como esta en la playa. Pero no nos engañemos, hoy no son pocos los que quieren volver a aquella época, entre ellos, gente como Luis Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal Española, arzobispo de Valladolid y cercano, muy muy cercano al partido fascita.

miércoles, 16 de julio de 2025

UN LEJANO PODER

Imagen de Pinterest
Hacia el año 1910, el pintor Paul Klee (1879-1940) escribió lo que sigue: "Mi mano es por entero instrumento de un lejano poder, no es mi intelecto el que lleva la batuta, sino algo diferente, algo superior y muy distante.”
Por su parte, el también pintor alemán August Macke (1887-1914) afirmaba que: “la forma constituye un misterio para nosotros, puesto que es la expresión de una serie de enigmáticos poderes, sólo ella nos permite percibir la magia secreta, captar la presencia del Díos Invisible.” Y añadiría poco después, “Hasta la materia muerta es un espíritu viviente.”
Desde que en 1882 Nietzche proclamara la muerte de Dios, el mundo del arte, el mundo de la cultura, el mundo intelectual, entraron en ebullición. En realidad, Dios llevaba mucho tiempo muerto, sin duda y a juzgar por su estruendoso silencio, desde antes incluso del famoso Big Bang, pero nadie se había atrevido a decirlo y todos vivían bajo la sombra de una ficción. Con la coartada de Dios, la religiones eran, y siguen siendo, puesto que ellas no han muerto, instrumentos creadores de un orden que beneficiaba y beneficia a una selecta minoria a costa de la sumisión y el sufrimiento de la mayoría.

Foto de Ramón Masats
 En cualquier caso, la pregunta surge de un modo espotáneo: ¿Tanto nos cuesta a los seres humanos admitir que no somos más que una minúscula y hasta ridícula partícula viviente ubicada en un mundo en perpetuo e irrefrenable cambio? ¿Tanto nos cuesta admitir que cada uno de nosotros cambiamos no año a año, sino día a día, minuto a minuto?, ¿Que nada permanece, que todo, absolutamente todo cambia? Pues parece ser que sí, porque por más que fuese una ficción, Dios constituía el Absoluto inmóvil que enmascaraba el continuo cambio y ofrecía una apariencia de estabilidad, de modo que desde la proclamación de su muerte hasta la primera guerra mundial surgieron toda clase de teorías, experiencias y movimientos tendentes a revivir la estabilidad perdida.
Foto Ramón Masats
Seguramente, el movimiento de mayor envergadura fue la Teosofía, una especie de religión sin Dios, incardinada en el ocultismo y en el esoterismo, fundada en Estados Unidos por la aristócrata rusa Helena Blavatsky (1831-1891) y el norteamericano Henry Olcott (1832-1907), como Sociedad Teosófica, aunque en 1880, ambos creadores trasladaron su sede a la India.
Gran viajera y estudiosa de las distintas religiones, Blavatsky fue antes que nada una conspicua espiritista. "Todo hombre sigue cargando en su condición corporal el sello indeleble de su modesto origen", había dicho Darwin, pero la aristócrata rusa no aceptaba la teoría de la evolución. "El hombre no pasó en ningún momento por una fase simiesca", enfatizaba. Como otros muchos, madame Blavatsky estaba convencida de la pervivencia humana más allá de la muerte. Y no sólo eso, sino que era posible comunicarse con el espíritu de cualquier persona fallecida, no importaba el lugar ni la época de su fallecimiento.
Foto Atin Aya
Blavatsky aseguraba que todas las religiones tienen en común un mismo principio fundamental, lo que se debía según ella
"a una doctrina secreta de la que todas ellas derivan." Afirmaba también que sus propuestas procedían del Tibet y, en concreto, de una misteriosa hermandad que, aunque guardaba celosamente sus conocimientos, se había avenido a facilitarle parte de los mismos. La rusa expuso los fundamentos de la Teosofía en su obra La doctrina secreta, en ella afirma que existe un "Principio eterno ilimitado e inmutable, sobre el que toda especulación es imposible" (Obsérvese la contradicción: si toda especulación es imposible sobre ese Principio, ¿cómo se sabe que es eterno, ilimatado e inmutable?);que la vida se debe a la existencia en el mundo de elementos contrarios; y que las almas, todas, se enmarcan en un "Alma universal", de cuya esencia participan. Sin embargo, tanto esta, su principal obra, como Isis sin velo, la segunda en importancia, están plagadas de plagios de textos orientales y occidentales de distintas épocas. Igualmente, parece que sus conxiones con los espíritus de los fallecidos no fueron más que fraudes. 
No obstante, como quiera que la Teosofía renegaba tanto del materialismo como del clericalismo, atrajo a numerosos intelectuales de la época que, llenos de entusiasmo, se sumaron a la nueva doctrina, intelectuales y artistas que rechazaban la idea del dios que pregonaban las religiones, pero que tampoco estaban satisfechos con el materialismo, al que acusaban de faltarle algo. (¿Pero qué? Algo, algo)
Internet
Sin duda, el más renombrado de todos ellos fue el irlandés Yeats, William Butler Yeats, gran poeta y nacionalista, premio Nobel de literatura en 1923, quien, subyugado por el ocultismo, llegó a creer incluso en la existencia real de las hadas que aparecían en los cuentos que su madre le contaba de niño.
Con todo, lo más increíble del cuento es que al día de hoy la Sociedad Teosófica no sólo no ha desaparecido, sino que se mantiene viva y con unos 27.000 miembros en todo el mundo.

viernes, 20 de junio de 2025

CIEGOS Y SORDOS

El próximo cinco de noviembre, Dios mediante, el señor Charles Clyde Taylor cumplirá noventa y cuatro años. Nacido en Montreal (Canadá) en 1931, este buen hombre de apellido inglés es antes que nada un fervoroso defensor de la provincia francófona de Quebec. Es también filósofo, pero eso después, aunque la filosofía haya sido y siga siendo su profesión. Filósofo, además, creyente, y, para más señas, cristiano. En su ya larga carrera vital, ha sido profesor de filosofía en distintas universidades, entre ellas Oxford, la más renombrada. Igualmente, ha recibido premios como, en 2007, el que otorga la Fundación Templenton, dedicado a los estudios de carácter espiritual, principalmente religiosos, o el premio Ratzinger, que otorga el Vaticano y que le entregó el papa Francisco en 2019.
La filosofía del profesor Taylor se centra en el estudio de la modernidad y los cambios que en los últimos tiempos han ido sufriendo nuestras sociedades, con especial hincapié en las formas que hasta el día de hoy ha ido adoptando la religión. El que se considera más importante de sus libros y también el más famoso es el que lleva por título Fuentes del yo: una construcción de la identidad moderna. En él y a través de un repaso de la historia, mister Taylor, ilustra al lector acerca de la evolución por la que ha ido pasando, el concepto o, mejor, la entidad del yo hasta llegar a la concepción de un yo personal en el que, siempre según nuestro filósofo, se reconoce la individuación de cada ser humano, desvinculado de la naturaleza, pero también de la tradición, la cual, sin haber pasado al estatus de obsoleta, se sitúa en un segundo plano. Platón, cómo no, San Agustín, Descartes y la Ilustración, se encuentran en las páginas del libro como apoyo a la tesis del filósofo.
Importante es también el libro Una edad secularizada, dedicado exclusivamente a la filosofía de la religión. En él trata de rebatir la tesis de Max Weber y otros, consistente en el avance de la secularización a medida que crece el progreso en ciencia, tecnología y economía, es decir, a medida que los seres humanos van superando el estado de necesidad y de inseguridad, estado en el que se debatían las sociedades premodernas y siguen debatiéndose hoy los países subdesarrollados. Libros suyos traducidos al castellano son también: Hegel, Variedades de la religión hoy, La ética de la autenticidad, Multiculturalismo y política del reconocimiento.
Bien, pues este caballero de tan larga experiencia, tan reconocido filósofo y tan cristiano, no traga a los ateos. Al respecto, entre las muchas perlas que va soltando en sus escritos y, más que probablemente, en sus clases y conferencias, destaca esta, encontrada en su libro Una edad secularizada: "Los ateos llevan una vida más pobre, una vida de algún modo menos plena que la de los creyentes." Y en una increíble parrafada añade que "los ateos ansían algo más, algo superior a lo que es capaz de ofrecer el autónomo poder de la razón, que los ateos viven ciegos y sordos a esos momentos en los que Dios irrumpe en lo real, como sucede en las obras de Dante o de Bach, o incluso en la catedral de Chartres."
Ante semejante acusación de un hombre tan sumamente célebre y celebrado, yo me pregunto: ¿Esta gente es gilipollas o, tan creyentes y piadosos como son, lo que buscan es tocar las pelotas y los ovarios? En una sociedad moderna o no, el principal problema que plantea el hombre religioso consiste en que no se conforma con serlo, sino que pretende que lo seamos todos, hasta el perro y el gato. Tiene tan introyectada la posibilidad de la salvación o la condenación eternas, que está dispuesto a llevarnos incluso a la hoguera con tal de lograr nuestra salvación. 
Porque, ¿cómo carajo (creo que este es el lenguaje que se merece un tío tan "listo"), cómo carajo sabe el eminente señor Taylor lo que pasa por la mente de un ateo para soltar semejante bellaquería? ¿En qué fuentes ha bebido? ¿A cuántos ateos ha interrogado? ¿Cuántos güisquis se había tomado antes de soltar esta parrafada? 
Para empezar, el ateo se encara sin rodeos a la "pesada carga de la vida", que señalaba con acierto Nietzsche, en tanto el creyente huye de ella refugiándose en la religión. La entereza del ateo ni siquiera la huele el hombre religioso. Ateos hay de todos los colores, no vamos a negarlo, pero, en general, el ateo actúa sin segundas intenciones trascendentales, en tanto la persona religiosa no hace nada que no sea con miras a su salvación. Un ejemplo rápido: Organizaciones como Médicos sin fronteras actúan con el único propósito de mejorar la salud de las personas en lugares traumáticos. No diré que sus miembros son ateos, pero la organización sí lo es, en cuanto que se limita a aplicar conocimientos y medios puramente científicos y humanos, sin referencia a transcendencia alguna. En cambio, grupos religiosos como los Padres Blancos, por ejemplo, y los misioneros cristianos en general, llevan escuelas y hospitales y otros bienes a países necesitados, y es evidente que con ello mejoran la vida de las personas, pero esta no es más que una excusa,  la razón última por la que lo hacen no es otra que predicar el evangelio y convertirlas y, por supuesto, siempre con la mira puesta en el otro mundo y en su salvación.
Éticamente, pues, la diferencia es brutal a favor del ateo, se ponga como se ponga don Taylor.
Otro problema de los hombres religiosos consiste en que si se dedican a la filosofía, en realidad, no filosofan, ofrecen catequesis de altura, quiero decir catequesis para personas con cierta formación. Emplean términos, fórmulas y maneras filosóficas, pero lo que hacen es endiñar a sus alumnos y a quienes los leen todo el material dogmático de su creencia. En defensa de la religión, sostienen enfáticamente que ésta y la ciencia no chocan, porque cada una busca la verdad por diferentes caminos. Y se quedan tan panchos, cuando saben de sobra que esa afirmación es falsa, porque el camino de la ciencia es el de la investigación y el conocimiento, en tanto el de la religión es la fe y ésta lo primero que exige es el rechazo de la razón. Lo dicen Agustín y Lutero y Tertuliano y tantos que esgrimen la fe como su bandera. La verdad científica exige la evidencia, la comprobación; la fe, en cambio promueve lo que llaman verdades metafísicas, que no son otra cosa que puras elucubraciones sin ningún valor real, porque no son comprobables ni mucho menos evidentes.
El individuo religioso, el creyente es necesariamente dogmático, vive en la verdad inmutable de su fe. Todas las religiones tienen establecidos sus dogmas a los que hay que acogerse porque sí, o porque es absurdo, como afirmaba Tertuliano, mandando a hacer puñetas la razón que, no lo olvidemos, también les ha sido dada por el Dios en el que creen. El ateo, pone en duda todas las certezas, las contrasta continuamente, descubre que lo que hasta hoy ha sido cierto deja de serlo, porque hay algo mejor que lo sustituye. La duda, no la certeza, es, principalmente, lo que permite avanzar a las sociedades, también en el plano moral. Lo absoluto es un fraude.
Richard Taylor
En fin, el señor Taylor puede seguir filosofando, creyendo, practicando y encontrando consuelo en su religión,  con la seguridad de que ningún ateo va a meterse en su vida ni a reprocharle que reniegue de la razón ni a acusarlo de nada. Si yo ahora me he tomado la libertad de rechazar su referencia a los ateos, puedo decir en mi descargo lo mismo que en cierta ocasión dijo Mafalda: Él fue el que empezó.

martes, 10 de junio de 2025

¿CARIDAD O JUSTICIA?

María del Rocío Hernández Soto, consejera de Salud y Consumo de la Junta de Andalucía, ha realizado hace unos días la siguiente declaración en una entrevista en 7tv: "Mi obligación es que aquella persona que no pueda o no quiera costearse un seguro privado, sepa que cuenta con un sistema sanitario público."
Casi al mismo tiempo, La Junta de Andalucía, con la participación de la Consejera de Salud, ha regalado a las hermandades rocieras 155 desfibriladores y 140 extintores. La entrega se ha realizado en el Hospital de San Juan de Dios del Aljarafe, situado en la localidad de Bormujos, un hospital privado. Propiedad, además, de una orden religiosa.
Estas son sólo dos muestras de la decidida intención de la actual Junta de Andalucía, controlada por el Partido Popular, de liquidar la sanidad pública en beneficio de la privada, pasando a ser aquélla sólo un ente de beneficencia, es decir, de caridad. La salud de la población deja así de ser un derecho para ser un negocio privado en manos de grandes empresas que ven en el enfermo no a un paciente, sino a un cliente. De este modo, los andaluces quedan divididos en los que pueden costearse la salud y los que no pueden.
El reparto
Desde cualquier punto de vista, no sólo político, esta actuación de la Junta de Andalucía y, particularmente, de la Consejera de Salud y Consumo, es un robo sin paliativos que se le hace a la población andaluza en beneficio de empresas privadas que ni siquiera son andaluzas. Porque no se trata de que con la medicina pública coexista una medicina privada, sino que a diario se traspasan fondos económicos de la sanidad pública a la privada, por vías como la del envío de pacientes para la realización de pruebas o de intervenciones quirúrgicas, con la excusa, desvergonzada excusa, de aligerar las listas de espera. Sólo en Jaén, según publicación de Jaén Hoy, en los últimos cinco años se han derivado a la sanidad privada 13.000 operaciones y más de 312.000 pruebas diagnósticas.
Una forma no tan descarada de realizar ese robo consiste en el desmantelamiento paulatino de la atención primaria, de modo que, actualmente, no se consiguen citas de menos de quince días para el médico de familia. Esta situación empuja, de una parte, a los pacientes a dirigirse a urgencias, hasta colapsarlas con dolencias que no requerirían una decisión tan extrema, pero que tampoco pueden esperar los quince días citados. De otra parte, empuja a las personas en general a abonarse a una empresa privada donde por el momento tanto la atención primaria como la especializada parece que van más rápidas. La misma intención de desmantelamiento de la sanidad pública y el mismo robo supone el regalo de medios públicos a entidades privadas, como son las hermandades rocieras. 
Hospital de Bormujos
El Estado, y en este caso la Junta de Andalucía, no realiza actividades que produzcan dinero, el que obtiene procede de los impuestos, tanto directos como indirectos, es decir, de las aportaciones que vía IRPF, IVA, etc. realizan los españoles, es, por tanto, un dinero público y el dinero público no está, no debe estar para que los políticos hagan con él el uso que les parezca. Está para su empleo exclusivo en actividades públicas. En el caso de la sanidad, el dinero de nuestros impuestos debe de ir exclusivamente a la sanidad pública, nunca, pero nunca, a la privada.
Es curioso el caso particular de la actual Consejera de Salud. María del Rocío Hernández Soto es doctora en medicina y cirugía, especialista en pediatría. Nacida en Irún en 1971, cursó la carrera en la Universidad de Sevilla, una universidad pública, en la que sólo pagaba la matrícula de cada curso, pudiendo considerarse que los estudios eran prácticamente gratuitos. Es decir, se lucró de lo público y ahora que gracias a lo público (y a su esfuerzo, pero el esfuerzo se supone siempre) consiguió situarse económicamente en un buen lugar  no tiene empacho en poner su grano de arena para la liquidación de un órgano público tan importante como la Sanidad.
¿Pero por qué, cuál es el motivo por el que la Junta de Andalucía y, en concreto la Consejera de Salud, lleva adelante una política destructiva de la calidad de vida de los andaluces, pero de manera especial de la parte menos agraciada económicamente, la mayoría.? ¿Odia esta gente a las personas con menos capacidad económica, a los pobres, en general? ¿Los temen? ¿Pretenden que no dejen de ser pobres nunca porque de este modo no desafían sus estatus?
Mucho de todo esto hay, es indudable. En educación, por ejemplo, el Plan Bolonia, actualmente en vigor, fue y es un, un ataque visceral contra las clases menos pudientes, con la coartada de unificar los estudios universitarios en toda Europa. Con esa miserable justificación, se redujeron las carreras de cinco a cuatro años, al final de los cuales, aprobadas todas las asignaturas, se consigue una licenciatura que, en realidad, no sirve para nada si no se complementa con una serie de los llamados másteres, estudios especializados cada uno de los cuales cuesta una fortuna.
Un ungüento carísimo
Pero, a mi juicio, hay algo más: Los pobres forman parte principal del universo cristiano. Gracias a ellos los cristianos pudientes pueden ejercer la caridad, virtud excelsa que consigue la tranquilidad de la conciencia sin modificar ni un ápice los desequilibrios sociales existentes, es decir, permitiendo que el pobre viva, pero sin dejar de ser pobre. En el capítulo 14 del evangelio de Marcos se ofrece una secuencia extraordinariamente clarificadora: Jesús está en Betania comiendo en casa de un tal Simón el leproso, cuando llega una mujer con un ungüento carísimo y se pone a ungirle los pies. Los discípulos protestan entre sí diciendo que ese dineral podría servir para ayudar a los pobres. Jesús los oye y dice: Dejadla. ¿Porqué la molestáis? Ha hecho una buena obra conmigo. Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis."
Esta debe ser la gran justificación que encuentran estos gobernantes, declaradamente cristianos y católicos, que hacen sus estaciones de penitencia en Semana Santa cargando con el paso de la cofradía a la que pertenecen, debe ser la gran justificación para seguir acaparando y facilitando el acaparamiento a los poderosos no sólo sin tener el más mínimo remordimiento, sino con alegría, con la sonrisa siempre en la boca. Y es que en la cultura cristiana no se contempla en ningún momento la erradicación de la pobreza.
Porque es falso, completamente falso, que el pobre lo sea porque quiere serlo o porque no hace el suficiente esfuerzo para abandonar su situación. Hay pobres porque una minoría se lleva si no la totalidad, la mayor parte del pastel que la economía general produce. Y hay pobres porque los dirigentes políticos reniegan de la justicia social con la argucia o la coartada de la caridad.
Bonilla, con su sonrisa habitual
Ahora bien, lo curioso no es que un gobierno, en este caso el de la Junta de Andalucía, destruya un servicio público tan importante como la sanidad, sino que ese gobierno haya sido votado mayoritariamente por quienes más van a sufrir la desaparición de ese servicio. A este respecto, cabe añadir que actualmente las empresas de salud privadas ofrecen primas muy atractivas para muchísimas personas, incluso en el contrato se indica que el tomador no será excluido nunca, sea cual sea su edad. En efecto, ningún cliente va a ser excluido explícitamente, pero cuando alcance la edad de la vejez será excluido por la vía de un subidón de la cuota, que el tomador no podrá abonar. Lo mismo ocurrirá si tiene la desgracia de contraer una dolencia crónica que acarree más gastos de los previstos por la empresa. De este modo, todo el que hoy, joven todavía, se acoja a una de esta pólizas se encontrará con que no tiene ni seguro privado ni seguro público. Entonces será tarde incluso para las lamentaciones.

Imágenes: Internet
Las negritas son de un servidor


viernes, 30 de mayo de 2025

¡AH, EL LIBRE ALBEDRÍO!

Leibniz (1646-1716), fue uno de los filósofos, científicos y matemáticos más importantes de los siglos XVII y XVIII. Hijo de un profesor de filosofía moral en la universidad de Leipzig, Leibniz fue un niño precoz. Su padre tenía una importante biblioteca y, con sólo ocho años, el niño dominaba, entre otras cosas, la filosofía escolástica, él mismo cuenta que con esa edad leía, entre otros, al español Suárez, con la misma facilidad o mayor con que un doctor en leyes podía leer una sentencia dictada por un juez o un recurso presentado por la fiscalía.
En matemáticas, a Leibniz se le debe el descubrimiento del cálculo infinitesimal. Durante bastante tiempo se creía que el filósofo alemán había plagiado a Newton, al que se tenía por el verdadero descubridor de dicho cálculo. Hoy se sabe que ambos, Leibniz y Newton alcanzaron su descubrimiento por separado, se sabe que Newton lo alcanzó primero, pero tardó tres años en hacerlo público, tiempo durante el cual Leibniz publicó el suyo. 
Convencido de la armonía preestablecida del universo, Leibniz recuperó la idea de las mónadas, que ya habían sostenido los griegos, especialmente los pitagóricos, quienes entendían por mónada el Uno, es decir, Dios o la Unidad Originaria. Para el filósofo alemán, la monada es una sustancia inmaterial que confiere el dinamismo al universo.
La armonía del universo incluía la de la Naturaleza en la tierra. De ella afirmaba que era el reloj de Dios. Su entusiasmo en este sentido era del tal calibre que no dudó en afirmar que el nuestro era el mejor de los mundos posibles. Y lo sostenía con el argumento de que,  de no ser así, Dios no habría creado nada, pues no puede obrar sin una razón o preferir lo menos perfecto a lo más perfecto.
Causa verdadera perplejidad que tanto filósofos como teólogos afirmen que Dios es incognoscible, que sólo podemos obtener cierto conocimiento de Él a través de sus obras y, seguidamente, leer cómo esos mismos filósofos tienen controlado a Dios, hasta el punto de asegurar que, siendo omnipotente, como afirman que es, no puede hacer lo que le salga... del alma, sino que tiene que obrar siempre con una razón y preferir lo más perfecto a lo imperfecto. Para hartarse de llorar o para mear y no echar gota, no sé, elija el posible y amable lector, según sus sentimientos. Porque cuesta lo suyo entender que un tipo tan inteligente como Leibniz soltara una frase tan rotunda, cuando cualquier mortal tiene en mente cinco o seis mundos mejores que este.
La afirmación del mejor de los mundos la hace el filósofo alemán en su libro Ensayos de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal en la sociedad. Una vez más, y no falla, cuando los filósofos hablan del mal, se refieren exclusivamente al que pueden realizar y realizan los seres humanos. Se les olvida o, más acertado, no quieren saber nada de ese mal previo a cualquier otro que consiste en la necesidad que tenemos todos los seres animados de matar para vivir, un mal que constituye el marco o el campo de juego en el que se desarrolla la vida, la esencia misma de ésta, resumible en un sólo dicho: no hay vida si no hay muerte, pero muerte violenta, ejercida por el ser que pretende vivir. Un marco anterior a la misma existencia del ser humano, prueba rotunda de que, si el mundo ha sido creado por un ser inteligente, por Dios, como quieren los creyentes, o no es omnipotente o de bueno tiene lo que un servidor de obispo de Guadalajara.
Pero obviemos este marco y aceptemos por un momento la propuesta de los filósofos. Hace bastante tiempo que se dejó atrás el concepto agustino de que el mal no existe, puesto que es sólo carencia de bien, un argumento tan pobre, tan lejos de la realidad, que cuesta creer que fuese siquiera expuesto. Hoy lo que se defiende es la libertad del ser humano para elegir o para hacer el bien o el mal, es decir, el libre albedrío. Para los filósofos teístas, la mayoría, tal libre albedrío constituye el toque divino en el ser humano y es una de las pruebas más contundentes de la existencia de Dios. Para ellos, Dios pudo haber creado al ser humano sin el libre albedrío, pero entonces:
a) Los seres humanos seríamos autómatas, especie de robot, por utilizar una idea actual.
b) Nuestros actos carecerían de mérito, puesto que actuaríamos sin una conciencia clara de lo que hacíamos
c) Un mundo en el que los seres humanos carecieran de libertad sería tan irracional como aburrido.
Bien, a la hora de hablar de libertad en los seres humanos hay que tener en cuenta algo que de igual modo obvian generalmente los filósofos y es la genética de cada individuo, su conformación neurológica y, muy especialmente, el medio en el que discurren los primerísimos tiempos de su existencia, tres condicionantes que pueden restringir bastante la libertad de elección y/o de acción de un individuo. Pero es que, además, según estudios sicológicos, parece que nuestro inconsciente va dos o tres segundos por delante de nuestro consciente en la toma de decisiones, una circunstancia que choca casi frontalmente con el concepto que tenemos de libertad.
Bueno, pues incluso olvidando estos hechos, qué clase de libertad es la que cacarean con tanto ahínco los teístas que si, pudiendo escoger un bien, usted escoge un mal (y el mal para estos grandes pensadores puede ser mismamente que un señor o señora se vayan a la cama con alguien del mismo sexo) se encontrará con un soberano castigo, eso sí, en la otra vida, la que, según ellos, empieza tras la muerte. ¿Esa libertad no es realmente una falacia? Vendría a ser algo así como si a nuestro hijo de ocho o diez años le dijéramos: Voy a salir, ahí en la mesa tienes un pastel de chocolate y  los cuadernos con la tarea del colegio, eres libre de comerte el pastel o de hacer la tarea, pero, entérate bien, como se te ocurra comerte el pastel te voy a cuajar el lomo a correazos. En esta situación, ¿puede afirmarse que este niño goza de plena libertad para obrar, que es dueño absoluto de sus actos? Pues ese es el libre albedrío que, según los creyentes, Dios nos entregó a los seres humanos. Una verdadera bicoca.
Y aún hay más. En el uso del libre albedrío el ser humano puede una vez tras otra escoger el bien, rechazando todo lo que tenga el menor indicio de mal. Es difícil, porque el mundo es como es, pero no imposible. Igualmente, puede inclinarse siempre por el mal, lo cual le resultaría, sin duda, más fácil. Pero lo que interesa resaltar es que, del mismo modo que vivimos en un mundo en el que mal y bien coexisten, podríamos vivir en un mundo en el que no existiese más que el bien o en el que no existiese más que el mal. Y ni uno ni otro tendría que ser ni más aburrido ni más divertido. En ninguno de los dos tendríamos por qué ser autómatas los seres humanos ¿O sí, señores teístas?
Porque lo curioso es que para los teístas esos mundos existen, creen en ellos profundamente, aunque parece que no son capaces de advertir su incongruencia. En efecto, según los teístas, la vida real empieza tras la muerte, y los cristianos en concreto, que son los que mejor conozco, creen firmemente en la existencia del cielo y del infierno, ambos, como todo, creaciones de Dios. Pues tanto en el cielo como en el infierno no existirá ni la sombra del libre albedrío del que el creyente disfrutó o sufrió en vida, porque en el cielo sólo de podrá practicar y, por tanto, escoger el bien, y en el infierno, el mal. Yo no sé cómo de aburrido pueda ser el cielo, pero, desde luego, en el infierno sí que no debe faltar la diversión.
Ahora bien, hay algo mucho más importante, que pone realmente en cuestión la existencia real del libre albedrío: Según los creyentes, Dios lo ve todo, sabe, porque lo está viendo, lo que va a suceder en el próximo minuto y en los próximos diez años y siempre. Sabe de antemano, lo que vamos a hacer cada uno de nosotros en cada momento. Y Dios no se equivoca, es infinitamente sabio. Por tanto, si cada movimiento nuestro ya es conocido por Dios antes de realizarlo, no podemos actuar más que como Él ha previsto, aunque creamos actuar libremente, de manera que, si existe ese Dios con todas las propiedades que se le adjudican, de qué libertad o de que libre albedrío hablamos.
No, acuerdo con lo expuesto, nuestra responsabilidad se sitúa exclusivamente en el marco de la relación entre nosotros, los seres humanos, es en este marco en el que, con las limitaciones expuestas, disponemos, en general, de la suficiente libertad como para ser responsables de nuestros actos. Pero ante ese hipotético Dios al que dicen adorar (y temer) los teístas nuestra libertad es poco más o menos cero y, por tanto, nuestra responsabilidad ninguna.


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