miércoles, 16 de julio de 2025

UN LEJANO PODER

Imagen de Pinterest
Hacia el año 1910, el pintor Paul Klee (1879-1940) escribió lo que sigue: "Mi mano es por entero instrumento de un lejano poder, no es mi intelecto el que lleva la batuta, sino algo diferente, algo superior y muy distante.”
Por su parte, el también pintor alemán August Macke (1887-1914) afirmaba que: “la forma constituye un misterio para nosotros, puesto que es la expresión de una serie de enigmáticos poderes, sólo ella nos permite percibir la magia secreta, captar la presencia del Díos Invisible.” Y añadiría poco después, “Hasta la materia muerta es un espíritu viviente.”
Desde que en 1882 Nietzche proclamara la muerte de Dios, el mundo del arte, el mundo de la cultura, el mundo intelectual, entraron en ebullición. En realidad, Dios llevaba mucho tiempo muerto, sin duda y a juzgar por su estruendoso silencio, desde antes incluso del famoso Big Bang, pero nadie se había trevido a decirlo y todos vivían bajo la sombra de una ficción. Con la coartada de Dios, la religiones eran, y siguen siendo, puesto que ellas no han muerto, instrumentos creadores de un orden que beneficiaba y beneficia a una selecta minoria a costa de la sumisión y el sufrimiento de la mayoría.

Foto de Ramón Masats
 En cualquier caso, la pregunta surge de un modo espotáneo: ¿Tanto nos cuesta a los seres humanos admitir que no somos más que una minúscula y hasta ridícula partícula viviente ubicada en un mundo en perpetuo e irrefrenable cambio? ¿Tanto nos cuesta admitir que cada uno de nosotros cambiamos no año a año, sino día a día, minuto a minuto?, ¿Que nada permanece, que todo, absolutamente todo cambia? Pues parece ser que sí, porque por más que fuese una ficción, Dios constituía el Absoluto inmóvil que enmascaraba el continuo cambio y ofrecía una apariencia de estabilidad, de modo que desde la proclamación de su muerte hasta la primera guerra mundial surgieron toda clase de teorías, experiencias y movimientos tendentes a revivir la estabilidad perdida.
Foto Ramón Masats
Seguramente, el movimiento de mayor envergadura fue la Teosofía, una especie de religión sin Dios, incardinada en el ocultismo y en el esoterismo, fundada en Estados Unidos por la aristócrata rusa Helena Blavatsky (1831-1891) y el norteamericano Henry Olcott (1832-1907), como Sociedad Teosófica, aunque en 1880, ambos creadores trasladaron su sede a la India.
Gran viajera y estudiosa de las distintas religiones, Blavatsky fue antes que nada una conspicua espiritista. "Todo hombre sigue cargando en su condición corporal el sello indeleble de su modesto origen", había dicho Darwin, pero la aristócrata rusa no aceptaba la teoría de la evolución. "El hombre no pasó en ningún momento por una fase simiesca", enfatizaba. Como otros muchos, madame Blavatsky estaba convencida de la pervivencia humana más allá de la muerte. Y no sólo eso, sino que era posible comunicarse con el espíritu de cualquier persona fallecida, no importaba el lugar ni la época de su fallecimiento.
Foto Atin Aya
Blavatsky aseguraba que todas las religiones tienen en común un mismo principio fundamental, lo que se debía según ella
"a una doctrina secreta de la que todas ellas derivan." Afirmaba también que sus propuestas procedían del Tibet y, en concreto, de una misteriosa hermandad que, aunque guardaba celosamente sus conocimientos, se había avenido a facilitarle parte de los mismos. La rusa expuso los fundamentos de la Teosofía en su obra La doctrina secreta, en ella afirma que existe un "Principio eterno ilimitado e inmutable, sobre el que toda especulación es imposible" (Obsérvese la contradicción: si toda especulación es imposible sobre ese Principio, ¿cómo se sabe que es eterno, ilimatado e inmutable?);que la vida se debe a la existencia en el mundo de elementos contrarios; y que las almas, todas, se enmarcan en un "Alma universal", de cuya esencia participan. Sin embargo, tanto esta, su principal obra, como Isis sin velo, la segunda en importancia, están plagadas de plagios de textos orientales y occidentales de distintas épocas. Igualmente, parece que sus conxiones con los espíritus de los fallecidos no fueron más que fraudes. 
No obstante, como quiera que la Teosofía renegaba tanto del materialismo como del clericalismo, atrajo a numerosos intelectuales de la época que, llenos de entusiasmo, se sumaron a la nueva doctrina, intelectuales y artistas que rechazaban la idea del dios que pregonaban las religiones, pero que tampoco estaban satisfechos con el materialismo, al que acusaban de faltarle algo. (¿Pero qué? Algo, algo)
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Sin duda, el más renombrado de todos ellos fue el irlandés Yeats, William Butler Yeats, gran poeta y nacionalista, premio Nobel de literatura en 1923, quien, subyugado por el ocultismo, llegó a creer incluso en la existencia real de las hadas que aparecían en los cuentos que su madre le contaba de niño.
Con todo, lo más increíble del cuento es que al día de hoy la Sociedad Teosófica no sólo no ha desaparecido, sino que se mantiene viva y con unos 27.000 miembros en todo el mundo.

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