sábado, 27 de septiembre de 2025

EL VERDUGO Y LA VÍCTIMA

"Cada fiesta, el procurador solía conceder al pueblo la libertad de un preso, el que quisieran. Tenían a la sazón un preso famoso llamado Barrabás. Dijo, pues, Pilato a los que estaban allí reunidos: '¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Cristo?'... Respondieron: '¡A Barrabás!' Díceles Pilato: '¿Y qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?' Y todos a una: '¡Sea crucificado!'... Entonces Pilato... tomó agua y se lavó las manos... diciendo: 'Inocente soy de la sangre de este justo. Allá vosotros.' Y todo el pueblo respondió: '¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!'
Desde su aparición, el cristianismo no ha tratado bien a los judíos, más aún, los ha tratado mal, muy mal. En esta historia, que cuentan más o menos igual los cuatro evangelistas y que es, indudablemente falsa, pues desde cuándo un gobernante romano iba a preguntar a los ciudadanos de un territorio dominado por ellos lo que tenía que hacer con un preso, se basa toda la inquina que los cristianos han venido derramando sobre los judíos hasta tiempos bien recientes. La historia tiene su origen en la necesidad de la nueva religión de ganar la voluntad de las autoridades romanas para, en su afán universalista, extenderse por el imperio. No es un romano el que decide la crucifixión de Jesús, sino que son los judíos, quienes, además, están dispuestos a que su sangre caiga sobre ellos y también sobre sus hijos, es decir, sobre su descendencia.
Fotografía García Rodero
Prácticamente, todos los Padres de la Iglesia escriben panfletos contra los judíos. Si para éstos su elección por parte de Dios como su pueblo no excluía la salvación de los gentiles, para los Padres cristianos el judío sólo merece, como minimo, el desprecio, pero también incluso la muerte, como se afirma en el Ambrosiaster, un libro anónimo que glosa las epístolas de San Pablo, equivocadamente atribuido durante mucho tiempo a San Ambrosio de Milán (340-397). El obispo milanés no era mucho más suave. Así, afirmaba que los judíos eran los primeros enemigos de los cristianos. Decía más: que los judíos no podían formar parte de la sociedad, ya que su maldad superaba icluso a la de los demonios. Negaba, además, la conversión auténtica de los judíos, negación con la que coincidían Lactancio (240-320) Hilario de Poitiers (300-367), Zenón de Verona (300-371) Paulino de Nola (355-431), Salviano de Marsella (400-470) Paulo Orosio (383-418)354-430, Agustín de Hipona (354-430) y, más tarde, la Inquisición Todos ellos consideraban que la circuncisión era la marca infamante del pecado, menos la de Cristo, porque ésta marcaba la continuidad entre la antigua y la nueva ley.
Pío IV
Ya el Concilio de Elvira (300-324) prohibía a los cristianos comer con judíos. Los concilios de Cartago (419) e Hipona (427) inhabilitaban a los judíos para testimoniar contra los cristianos en un acto jurídico, inhabilitación que jamás habían practicado los romanos por motivos religiosos. El tercer Concilio de Letrán (1179) prohibía la convivencia de los judíos con los cristianos. Desde esta fecha, aquéllos fueron confinados en barrios específicos, un antecedente de los ghetos, de los que se diferenciaban en que no estaban cerrados, como luego estuvieron éstos. El primer gheto, como tal, estuvo en Venecia a partir de 1516; en él confinaron los venecianos a los judíos expulsados de España que llegaron en gran número a la ciudad. No mucho mas tarde, Pío IV (1559-1565) creó ghetos en las ciudades del Estado Pontificio. El de Roma estaba situado a orillas del Tibet, en un lugar pantanoso e insano. Este papa ordenó, además, que los judíos debían llevar una estrella amarilla que los distinguiera de los cristianos, los hombres en el sombrero y las mujeres en el pecho. Este gheto fue clausurado por Napoleón cuando conquistó Roma, pero tras su caída, lo primero que hizo Pío VII cuando regresó a la ciudad fue restaurarlo de nuevo.
Judíos askenazis
Ahora, hay que decir que cuando, respondiendo a una rebelión, los romanos recuperaron el dominio de Palestina y destruyeron el templo de Jerusalén, no obligaron a ningún judío a abandonar su tierra. Con la famosa diáspora, como se la conoce, se fueron los judíos que quisieron, muchos de ellos se esblecieron en la propia Roma, donde eran aceptados por los romanos, hasta el punto de que, entre otras cosas, respetaban el sabat, descanso semanal tradicional al que se oponían los cristianos. Muchos otros judíos emprendieron el camino de Europa, asentándose principalmente en Rusia, Ucrania, Polonia, Letonia, Estonia, Austria y Alemania, éstos serían conocidos como judíos askenazis, término hebreo medieval que, en realidad, designaba a Alemania.
Desde la diáspora, los judíos han sufrido expulsiones de diversos territorios. En 1290, bajo el reinado de Eduardo I, fueron expulsados de Inglaterra. Más tarde, a lo largo de la Edad Media se fueron produciendo expulsiones en Francia, Milán, Parma, Austria, Lituania y Túnez, hasta culminar en las grandes expulsiones de España (1492) y Portugal (1497). Los judíos de estos dos reinos recibieron el apelativo de sefardies, término procedente de Sefarat, nombre que aplicaban a España.
Cirilo de Alejandría
Desde la aparición del cristianismo, los judíos han sufrido diversos progroms o persecuciones. El primero de ellos se produjo en Alejandría, fue ordenado por el patriarca Cirilo y llevado a cabo por los parabolani, fieros monjes que formaban su guardia personal. Luego, se sucedieron más. Entre los más graves se encuentra el promovido en España en 1391 por Ferrán Martinez, arcediano de Écija, cuyos incediaros sermones en los que pedía directamente matar a los judíos, produjeron la destrucción de la judería de Sevilla, con más de cuatro mil muertos, un movimiento destructivo que se extendió a Córdoba (2000 muertos) y, luego, hacia el norte, a Jaén, Úbeda, Baeza, Toledo, Valencia, Barcelona, Lérida, Gerona, Mallorca, Burgos, Logroño y Zaragoza, entre las ciudades más importantes. Sólo sobrevivió un tercio de la población judía. Progroms hubo también en Rusia, en el siglo XIX. Y ya, en el siglo XX, el holocausto, perpetrado en Alemania, en el que fallecieron alrededor de seis millones de judíos. 
La pregunta que cabe hacerse ahora es cómo una gente que ha sido víctima de toda clase de atropellos a lo largo de veinte siglos, puede estar ahora masacrando hasta su exterminio al pueblo palestino, en un genocidio, reconocido ya hasta por la ONU, y entre cuyas víctimas van ya más de veinte mil niños muertos y más de cuarenta y ocho mil mutilados. ¿Cómo la víctima ha podido convertirse en verdugo? Durante casi veinte siglos en Palestina han convivido sin problemas, primero, judíos que no se marcharon con la diáspora y cristianos desde los primeros tiempos, pues el critianismo, como bien se sabe, nació en Palestina, más tarde, también musulmanes. Todos ellos eran y son palestinos, pues han nacido y vivido en Palestina desde hace más de setenta y cinco generaciones.
Ben Gurión
Hasta 1948, en que grupos de terroristas judíos, con Ben Gurión al frente, echaron a los palestinos no judíos de sus casas y de sus tierras y se asentaron ellos. 
Repito la pregunta: ¿cómo es posible que la víctima haya podido convertirse en verdugo? La respuesta es sencilla: porque, en el fondo, no han dejado nunca de serlo. Los judíos no constituyen una etnia, tampoco se les puede identificar como una cultura, ni siquiera forman propiamente una religión, sólo responden a una idea, a modo de consigna: la de ser el pueblo elegido de Dios, al que Dios les ha asignado, además, una tierra, un territorio, Palestina, la tierra de la que mana leche y miel, como dice la Biblia.
Esta idea, claramente supremacista, es la que a lo largo del tiempo ha constituido el nexo de unión de todos ellos, incluidos agnósticos y ateos. Y es por esta idea que, salvo contadas excepciones, no se han asimilado nunca con las poblaciones de los lugares que han habitado después de la diáspora. De este modo, el judio que vive en Francia, no es francés, sino judío francés; el que vive en Bélgica, judío belga. y así en todas partes.
La aparición del sionismo fue posible precisamente porque, a diferencia de helenos, romanos, galos o celtas, por ejemplo, que se asimilaron con otros pueblos y desaparecieron como tales en el devenir de la historia, los judíos se mantuvieron en su diferenciación supremacista a lo largo de dos mil años, sin abandonar nunca la idea del regreso a Palestina. "El año próximo en Jerusalén.", repetían una y otra vez en su fiestas. Y en las bodas se rompía la copa con la que se brindaba en memoria de la destrucción del templo. 
Theodor Herzl
El sionismo es un moviento nacionalista, sistematizado por el periodista austro húngaro Theodor Herzl (1860-1904), en su opúsculo El Estado Judío, en que abogaba por la creación de un Estado judío en Palestina. A este opúsculo vino a sumarse en 1917 la Declaración Balfour, manifestación del Gobierno británico en apoyo a la creación de dicho Estado Judío. Para entonces, numerosos judíos habían emigrado ya a Palestina, siendo acogidos favorablemente tanto por los turcos otomanos, que dominaban aún el territorio, como por los habitantes de éste.
Desde 1948, los judíos sionistas, con el apoyo explícito del judaísmo internacional y de los judíos que viven en Palestina que los votan una y otra vez en las elecciones, vienen repitiendo lo que ya hicieron hace unos tres mil quinientos años: apoderarse a sangre y fuego de lo que no era suyo entonces, ni en 1948, ni en la actualidad, cuando, en el colmo de la barbarie están destruyendo las ciudades palestinas, como las destruyeron entonces, arrasándolas y asesinando a sus habitantes, ayer con el apoyo de "su Dios" y hoy con el del judaísmo internacional y con el de los Estados Unidos, a los que suma el silencio cobarde de los países musulmanes y el beneplácito más cobarde aún de la Comunidad Europea.

Fuentes: 
Hstoria de los judíos.- Paul Johnson
Historia de la Iglesia.- Llorca, García Villoslada, Leturia y Montalbán.
Historia de los papas.- Juan María Laboa
Evangelio de Mateo



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