Como se sabe, en cualquier religión y especialmente en las tres llamadas del Libro, la hebraica, la cristiana y la musulmana, la oración ocupa un lugar preferente y aun fundamental en el conjunto de sus actividades. Unos rezan para acercarse al Dios en el que creen, otros en solicitud de un favor personal, otros para pedir por la salud o simplemente por el bienestar de algún familiar más o menos cercano.
Precisamente, para medir el valor de la oración, a principios de este siglo se realizó un estudio promocionado y sufragado por la fundación Templenton. Conviene, antes de seguir, dar una breve pincelada de esta fundación, erigida por el señor que aparece en la fotografía, Jonh Templenton (1912-2008). Nacido en el seno de una modesta familia del Estado de Tennesse (EE.UU.), el bueno de Jonh se convirtió en supermillonario gracias no a ningún invento ni a la creación de empresa alguna, sino a sus inversiones bursátiles, cuyas bases quedaron sólidamente establecidas durante la Segunda Guerra Mundial. Campeón del ultraliberalismo económico así como de la libertad individual absoluta, este enorme general de las finanzas llegó a crear el primer fondo de inversión de la historia, lo que acrecentó prodigiosamente su riqueza. Hacia la mitad de su vida cayó en la cuenta de que sus actividades consistían en la más pura y dura especulación y cansado de acumular billetes, vendió su fondo y todas sus inversiones, obteniendo cuatro cientos cincuenta millones de dólares, un montante brutal para la época, y se entregó amorosamente dicen que a la filantropía, sin renunciar, no obstante, a sus principios económicos y sociales. Creó la fundación que lleva su nombre, a través de la cual financiaba estudios y actividades relacionados con la libertad, el campo económico y social, la espiritualidad, en la que entra la religión, y cosas por el estilo.
No se sabe de quien partió la idea de realizar el mencionado estudio sobre la oración, lo que sí se sabe es que el proyecto, aun religioso, seguía estrictamente el método científico, cumpliendo la exigencia de ser doblemente ciego.
La dirección del estudio recayó en el doctor Herbert Benson, cuya risueña imagen queda aquí a la izquierda, cardiólogo del Instituto Cuerpo Mente, de Boston. Se escogió al azar tres grupos de pacientes que iban a someterse a una operación coronaria de bypass, en total 1802 pacientes. Los componentes del primer grupo no sabían que estaban rezando por ellos; por los del segundo grupo no rezó nadie y ellos tampoco lo sabían. De este modo se intentaba probar la eficacia de la oración de intercesión. Los componentes del tercer grupo, en cambio, si supieron que rezaban por ellos, porque aquí lo que se trataba de probar era los favorables efectos psicosomáticos de la plegaria.
Repartidos por los estados de Minnesota, Missouri y Massachusetts y, por supuesto, fervorosos creyentes, los rezadores desconocían por quien eran sus rezos, la única información que recibieron fue el nombre y la inicial del primer apellido del paciente que les había correspondido. Podían rezar la oración que les pareciera, pero en ella debían incluir textualmente la siguiente frase: "por una exitosa cirugía con una rápida y saludable recuperación sin complicaciones de", y aquí el nombre del paciente.
Aparte de cumplir con las exigencias científicas, el doctor Benson, fiel creyente cristiano, sostenía que en los ambientes médicos estaba creciendo la evidencia de la eficacia de la oración intercedente, con lo que se evitaba cualquier suspicacia del lobby eclesiástico de manipulación adversa del estudio.
El resultado final se publicó en abril de 2006 en la revista American Heart Journal y fue el siguiente: Los grupos de pacientes que no sabían que rezaban o no rezaban por ellos no experimentaron mejoría alguna significativa, tampoco empeoramiento, por lo que podía decirse que la oración o su ausencia no tuvieron la más mínima participación en su recuperación. Sin embargo el grupo de pacientes que conocían que rezaban por ellos experimentaron un empeoramiento y su recuperación fue señaladamente más lenta, de donde había que deducir necesariamente que la oración les había perjudicado. La explicación de este, para los organizadores del estudio, sorprendente hecho era bien sencilla: los pacientes se estresaron al pensar que si rezaban por ellos era porque como consecuencia de su mal estado de salud corrían el riesgo de morir. Muchos de ellos sufrieron incluso depresión.
Hasta aquel momento los teólogos habían guardado un desconcertante y, sin duda, interesado silencio, pero tan pronto como se conocieron los resultados salieron en tromba mostrando su rechazo y su desprecio por el estudio. A título de ejemplo, ahí van dos posturas en las que coincidieron la mayoría de dichos teólogos: el inglés Richard Swinburne, del que ya se ha dicho algo por aquí, afirmó que Dios no responde a las plegarias cuando su única intención es satisfacer nuestra curiosidad. Y añadió una de sus perlas: que ya hay suficiente evidencia de la existencia de Dios y que más evidencia podía volverse contra nosotros. Pero qué se podía esperar de un tipo que justificaba el holocausto en razón de que dio a los judíos la oportunidad de ser valientes y nobles. En un artículo publicado en el New York Times el reverendo Raymond Lawrence se regodeaba con los resultados del estudio, afirmando que la influencia de la oración sobre la naturaleza se encuentra fuera del alcance de la ciencia.
Fuera cual fuera su intención, cabe destacar la honradez de los investigadores, que no dudaron en hacer públicos los resultados, a pesar de ser adversos a sus planteamientos.
P.S. Los datos están tomados del libro: El espejismo de Dios, de Richard Dawkins
Que curioso lo que es la mente humana, en este caso ha actuado negativamente. Un abrazo
ResponderEliminarEs que cuando con un enfermo se recurre a la oración suele ser porque ya no hay otro remedio. Y no digamos, si por la puerta de la habitación aparece un cura. Es lógico que los que supieron que rezaban por ellos se asustaran lo suyo.
EliminarMe ha gustado leer sobre el tema. Gracias
ResponderEliminarGracias a usted,señor, siempre tan generosa.
EliminarHe vuelto a leer tu entrada y me he hecho la siguiente pregunta, sin dudar de los criterios honestos de los investigadores, como es posible que se estudiara este asunto en el siglo XX, como es posible que esta gente piense que unas frases dichas por otra persona puede beneficiar o perjudicar (en el caso de los males de ojo, etc) a nadie. Es igual que el que quería parar al volcán con la custodia, o acabar con el Covid19 desde el tejado de la parroquia o por la calle. La conclusión es que son unos verdaderos "chamanes" tarados. Un abrazo
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