Don Jerónimo Sanvitores de la Bastilla (1596-1677), segundo marqués de la Rambla, fue un caballero burgalés, que, entre otras cosas, ejerció de alcalde de su ciudad natal. En 1645, como procurador en Cortes, fue testigo del juramento del Príncipe Baltasar Carlos, heredero de los reinos de España, que fallecería un año más tarde. Don Jerónimo fue también caballero de Santiago y familiar de la Inquisición. En 1636, Felipe IV lo nombró Corregidor de Guadix, entonces una ciudad de gran importancia, sede episcopal, que sigue conservando hoy.
Don Jerónimo era muy devoto de un crucificado que por aquel entonces se veneraba en el convento de San Agustín de su ciudad natal, al que se conocía y se conoce como Cristo de Burgos. Se trata de un crucificado de autor anónimo, tallado en el siglo XIV, en Flandes o en Alemania, con la cabeza caída sobre el hombro derecho, larga melena y brazos articulados. Aunque lo que lo distingue claramente de los demás es que en lugar de perizoma o paño de pureza lleva una falda que le cubre hasta las pantorrillas.
Tan devoto era el caballero, que guardaba en su casa un cuadro pintado reproduciendo la figura del Cristo. Una vez instalado en Guadix, ordenó que, junto con sus pertenencias, le enviaran también el cuadro. Este tipo de transporte se hacía entonces en carretas tiradas por bueyes o por mulos y solían organizarse en caravanas controladas por carreteros. Los caminos no eran fáciles y, además, solían estar infestados de bandoleros. Todavía no estaba abierto el paso de Despeñaperros, por lo que de Burgos a Guadix había que dar un rodeo por la Vía de la Plata hasta alcanzar la ciudad de Úbeda y desde aquí, bajar bordeando Sierra Mágina, más o menos por lo que hoy es la carretera A-401, para entrar en el reino de Granada, un recorrido de cerca de mil kilómetros.
Para más contrariedad, el viaje se realizaba en invierno y en varios tramos los carreteros se habían topado con nieve, aparte del barro y de las lagunas que, en ocasiones, inundaban las sendas. Un viaje largo y penoso, interminable, que había que realizar en etapas más bien cortas, más que nada, para darles descanso a las bestias. Aún así, tanto las bestias como los hombres no estaban exentos de percances.
Pasada ya Úbeda y bordeando Sierra Mágina, el 20 de enero de 1637, en un lugar conocido como Nicho de la Legua reventó uno de los mulos, por lo que los carreteros decidieron hacer noche en Cabrilla, una pequeña población enclavada en la falda del cerro de San Juan a escasa distancia del lugar Pernoctaron en el mesón que regían un tal Juan Salas y su mujer, María Rienda. Esta mujer tenía la mano izquierda paralizada y, al ver el cuadro del Cristo, se encomendó a él, recuperando inmediatamente la movilidad de la mano.
El milagro se propagó como el fuego en un pajar y tal fervor acometió a los vecinos del pueblo, que el cuadro ya no salió de él. Más aún, don Jerónimo terminó viviendo en el pueblo, que, a partir de entonces, pasó a llamarse Cabra del Santo Cristo, allí levantó casa y participó activamente en la construcción de la Iglesia de Nuestra Señora de la Expectación, donde se encuentra el cuadro actualmente. La población se convirtió en uno de los lugares de peregrinación más importantes de Andalucía, pues, según se cuenta, la imagen no cesó de hacer milagros, hasta que un buen día, mucho tiempo después, se secó el manantial.
Esta, naturalmente, en lo que a los milagros se refiere, no es más una leyenda, pero ante leyendas como esta, que se repiten numerosamente en España, ¿se puede seguir afirmando, como hacen tantos, que, a diferencia de griegos y romanos, las imágenes constituyen para los cristianos una mera representación?
Imágenes: Primera y tercera del blog: Jaén desde mi atalaya.
La cuarta, de la Web del Ayuntamiento de Cabra del Santo Cristo
La del Cristo, de Internet.
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