Uno está ya más que cansado de escuchar una vez y otra y otra y otra la expresión "respeto de la vida", que aparece en frases como "hay que respetar la vida", "la vida es sagrada y es necesario respetarla", "la sociedad que no respeta la vida es una sociedad enferma, etc." Y uno se cansa de escuchar lo mismo en unos y en otros porque la "vida", así, sin concretar, como repetidamente se hace, es un mero concepto mental que no significa nada, un concepto vacío. "Hay que respetar la vida desde el principio hasta el final" se escucha con harta frecuencia en boca de obispos, cardenales y hasta del propio papa de la Iglesia católica. ¿Pero qué vida? ¿La vida de quién o de quiénes? Parece evidente que, en este caso, la vida a la que se refieren tales jerarcas es exclusivamente la vida humana.
Ahora bien, ayer saqué de la biblioteca pública Grupo Cántico un libro del alemán Hugo Rahner (1900-1968), titulado Mitos griegos en interpretación cristiana (Por cierto, qué magnífica biblioteca tenemos ahora en Córdoba) Este Hugo es hermano del célebre teólogo católico Karl Rahner (1904-1984), inspirador del concilio Vaticano II. Como Karl, Hugo fue también jesuita. El libro se publicó en 1945 en el idioma de su autor, pero en 2003 la editorial Herder publicó una nueva edición en castellano, con traducción de Carlota Rubíes y prólogo del monje de Monserrat y antropólogo Lluis Duch (1936-2018).
Bien, pues en el prólogo, a poco de empezar a leer, me topo con la frase: "el respeto incondicional que merece la vida en sus diferentes manifestaciones en el mundo." Y, la verdad: casi me descoyunto del sobresalto. Francamente, yo no puedo creer que quien escribe una cosa así sea tonto o tenga el seso tan absorbido que no advierta el alcance de lo que escribe. Veamos, Lluis Duch es miembro de la Iglesia católica y no un miembro cualquiera, sino un sacerdote, monje de un monasterio prestigioso, especialista en la cultura occidental y profesor de fenomenología de la religión en diversos Institutos y en la Universidad, por tanto, es un potente intelectual que cree con absoluto convencimiento que el mundo con todo su contenido ha sido creado por Dios.
En la frase citada, la expresión "en sus diferentes manifestaciones", introduce cierta ambigüedad, pero como no me parece posible que se refiera a fantasmas, aparecidos u otros entes similares, entiendo que se refiere a las distintas formas de vida que conviven en la tierra, desde los microorganismos más diminutos, hasta las especies animales más grandes y complejas. Si esto es así y Dios es el creador de cuanto existe, resulta de una evidencia avasalladora que el primero que no respeta esa vida es Él, puesto que en su creación introdujo la ineludible necesidad de que, para vivir, unos seres se vean obligados a matar a otros, es decir, a no respetar la vida de sus víctimas.
Con su afirmación, ¿es descabellado pensar que el padre Lluis Duch respetaría tanto la vida de un perro, un gato, un caballo, etc., como la de las chinches, las pulgas, las garrapatas e incluso la de las bacterias que podían ocasionarle una neumonía? Ah, no, que quedamos más arriba en que a lo que parecen referirse cuando hablan de su respeto es a la vida humana. Acabáramos. Pero antes de acabar, vayamos por partes: en boca de los obispos y aun en los escritos del padre Duch, así como de muchos fieles de a pie, la vaciedad de ese respeto sólo es comparable con la hipocresía con la que se hacen estas afirmaciones.
Así, cuando piden "respeto de la vida desde sus orígenes, quieren decir, desde el mismo momento de la concepción, pero lo que realmente manifiestan, si bien, de manera elusiva, es su oposición al aborto. Lo estamos viendo todos los días: reiterados intentos de disuadir a la mujer que se plantea abortar, incluidos, en más de una ocasión, chantajes y amenazas, como se prueba con el acoso al que someten fieles de a pie a las clínicas autorizadas para la realización de esta intervención. Ahora, una vez que el nuevo individuo está en el mundo, si te vi no me acuerdo, es la madre, en compañía del padre y en muchos casos sola, la que carga exclusivamente con la criatura.
Igualmente, el respeto a la vida hasta el final no es otra cosa que oposición a la eutanasia, oposición a que ya que llegamos a este mundo sin dar nuestra opinión, podamos abandonarlo cuando y como lo deseemos. A título de ejemplo, yo no he oído a ningún obispo ni siquiera lamentar cómo durante la pandemia fueron abandonados a su suerte y murieron en su mayoría solos, dolorosa y angustiosamente más de siete mil ancianos de las residencias de Madrid. La vida es sagrada hasta el final, pero cómo sea ese final les importa un comino. Porque yo no he oído tampoco a ningún obispo lamentar, al menos, la forma de acabar su vida esas personas, jóvenes en su mayoría, que, formando parte de la que llaman inmigración descontrolada, se ahogan en el Mediterráneo. Tampoco les he oído nunca condenar la pena de muerte, en la que tanto el respeto de la vida, como el respeto a su final natural, se van directamente a hacer puñetas.
Y es que la vida es sagrada, repiten una y otra vez, ahora bien, cómo sea esa vida es ya algo que se las trae absolutamente al pairo. Yo no he oído tampoco a ni un solo obispo reclamar una solución para las numerosas personas que viven, es un decir, en la Cañada Real de Madrid, por poner un ejemplo conocido por toda España, que, entre otras cosas, llevan tres años sin energía eléctrica. Tampoco los he escuchado no digo condenar, sino ni lamentar siquiera la explotación y el expolio que los europeos, pero no sólo éstos, seguimos practicando en África, dando lugar a la miseria de sus poblaciones, causa principal de esa inmigración descontrolada que logra llegar a nuestras costas después de increíbles padecimientos. Al contrario: que no todo el que llega es trigo limpio, le oí decir al anterior arzobispo de Valencia y cardenal Antonio Cañizares.
Del mismo modo les preocupa menos que un pimiento la vida destrozada de los niños sometidos a abusos sexuales por sus sacerdotes. Tan poco les importa que a lo largo de decenas de años, y yo me atrevería a decir a lo largo de la historia desde la instauración del celibato obligatorio, lo único que han hecho es ocultar los casos que se producían. Una buena prueba de esa despreocupación, que viene a ser casi un delito, es la racanería que, al menos los obispos españoles, están mostrando para reconocer y compensar a las víctimas, una vez que el asunto ha estallado y no resulta tan fácil continuar ocultándolo.
La vida que sí les importa es la de los homosexuales, pero no para denunciar la discriminación que no acaba de desaparecer o para reconocerles sus derechos, sino para "curarlos". Basta ver la fiereza con la que se han opuesto al matrimonio entre personas del mismo sexo, aparte de escuchar las declaraciones de más de uno de sus miembros, efectuadas sin el menor pudor.
Y es que, si nos referimos exclusivamente a los seres humanos, respetar no la vida en general, sino la vida de todos y cada uno de ellos, no consiste ni mucho menos en lograr que no haya un solo aborto provocado por otro ser humano, tampoco consiste en impedir que nadie pueda acelerar el final de su vida ni siquiera para poner fin al sufrimiento, muchas veces terrible, que padecen no pocos enfermos. El respeto y la defensa de la vida humana no es más que palabrería, si no estamos dispuestos mucho antes a respetar y a defender su dignidad.
Imágenes: Depositphotos
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