Entre muertos y heridos de variada gravedad, muchos de ellos irreversibles de por vida, la primera guerra mundial produjo cuarenta (40) millones de víctimas. Sólo en la batalla de Verdún que se prolongó del 21 de febrero al 16 de diciembre de 1916, se produjeron 750.000 entre los dos bandos. Tal número de víctimas marcó el conflicto como uno de los más terribles de la historia.
Con estos datos y tras repasar las guerras en las que se han enfrentado los grupos humanos a lo largo de la historia, uno no dudaría en afirmar que la guerra es un forma de dirimir los conflictos a la que no se abona prácticamente nadie. Sin embargo, en el caso de la primera guerra mundial nos equivocaríamos por completo. Filósofos, escritores, artistas e intelectuales en general y buena parte de la gente de a pie anhelaba que estallara un conflicto que se venía barruntando desde algunos años antes y que estalló pr fin tras el asesinato del heredero de la corona austro-húngara, Francisco Fernando de Austria y de su esposa por el nacionalista serbio Gavrilo Princip, el 28 de junio de 1914.
Una buena parte de dichos intelectuales consideraban los escritos de Nietzsche justificantes de la contienda que se avecinaba, estaban a favor de ésta precisamente porque estaban en contra del pensamiento Nietzscheano y aun en contra del propio filósofo. Así, H.L. Stewart, filósofo canadiense, proclamaba que estaban ante el enfrentamiento entre "el inmoralismo nietzscheano, falto de escrúpulos, y los muy apreciados principios de moderación cristiana." El famoso novelista inglés Thomas Hardy (1840-1928) afirmaba: "No creo que exista ningún otro caso, desde el inicio de la historia, en el que un país haya quedado tan desmoralizado a causa de las manifestaciones de un solo autor." Para el francés Romain Roland (1866-1944) Nietzsche era "el azote de Dios." No fueron pocos los que afirmaron que la proclamación de la muerte de Dios había abierto las puertas del infierno, provocando el apocalipsis. Theodor Kappstein (1870-1960), por ejemplo, teólogo alemán, en lo que no se sabe bien si se trata de una censura o de una alabanza, sostenía que Nietzsche era el filósofo de la guerra mundial porque había educado a toda una generación "en una peligrosa honestidad, en el desprecio a la muerte y en una existencia sacrificada en el altar del todo, en el heroísmo y en una callada y jubilosa grandeza."
Desde luego, muchos soldados alemanes y algunos del bando aliado, se llevaban al frente el Así habló Zaratustra, sin duda, el libro más famoso del filósofo alemán, acompañado del Fausto de Goethe y del Nuevo Testamento. Se dice que Gavrilo Princip, el asesino del archiduque Francisco Fernando, recitaba muy bien el poema de Nietzsche Ecce Homo, en el que sobresalen los versos: "Insaciable cual llama/quemo, abraso y me consumo."
Sin dejar de estar en contra de Nietzsche, muchos otros intelectuales hicieron hincapié sobre todo en la necesidad de la guerra, basándose en la posibilidad de que ésta pusiera fin a lo que ellos consideraban decadencia moral de la sociedad. Así, el alemán Max Scheler (1874-1928), filósofo preferido de Juan Pablo II, estudioso de la fenomenología, la ética, la antropología y la filosofía de la religión, con numerosos libros publicados, definía la guerra como un elemento de la evolución humana, afirmando que la que estaba a punto de originarse ofrecía una ocasión para el renacimiento del ser humano, un principio dinámico que era el que producía de manera principal los movimientos de la historia.
El poeta Stefan George (1868-1933), también alemán, afirmaba sin el menor pudor que la guerra podía purificar espiritualmente una sociedad, a su juicio, moribunda. Otro alemán, el dramaturgo Edwin Piscator (1893-1966), pensaba lo mismo, añadiendo que la generación de la guerra se hallaba sumida en la "bancarrota espiritual" (No sé yo que diría si levantara la cabeza y se diera hoy un paseo meramente por las redes sociales). El gran escritor Stefan Sweig (1881-1942) que acabaría huyendo de los nazis y suicidándose junto a su mujer, en Brasil, veía en la guerra de 1914 algo así como una válvula de escape espiritual, apoyándose en el argumento freudiano de que la sola razón es incapaz de refrenar la fuerza de los instintos.
Gabriele d'Anunzio
En 1910, el novelista escocés Jon Buchan (1875-1940) publicó la novela Preste John, ambientada en Sudáfrica. En ella se llega a afirmar la necesidad de borrar del mapa la civilización occidental. Por su parte, el italiano Gabriele d'Anunzio (1863-1938) afirmaba que "la última esperanza de salvación que le queda a Francia es el estallido de una guerra nacional." Si no estallaba esa guerra, el escritor y poeta veía a Francia abocada a la "degeneración democrática, a la inmolación de la alta cultura francesa por la marea de la plebe." d'Anunzio, que para los italianos se convirtió en un héroe en la primera guerra mundial, era ultranacionalista y fue el inspirador del fascismo.El gran filósofo francés Henry Bergson (1859-1941), premio nobel de literatura en 1927, por su obra La evolución creadora, premio que rechazó porque no quería que su libro se apreciase sólo como literatura, tras abandonar el positivismo, que había seguido en sus primeros momentos, se abonó a una crítica de la visón mecanicista y determinista que la ciencia tenía sobre el mundo. Para Bergson, la realidad, específicamente la realidad del ser humano, no puede ser reducida a leyes científicas, sino que es mucho más compleja, al incluir el libre albedrío, así como la conciencia del tiempo. Pues, poco antes de su comienzo, manifestaba que "la guerra había de traer consigo la regeneración moral de Europa." Más o menos lo mismo venía a decir el poeta francés Charles Peguy (1873-1914), al declarar en 1913 que "el estallido de la guerra produciría un movimiento regenerador." Él, desde luego, no vería tal regeneración, pues murió en combate.
Músicos como Alban Berg(1885-1935), Alexander Scriabin (1872-1915) o Igor Stravinsky(1882-1971), defendían que la guerra habría de "sacudir el alma de la gente preparándola para logros espirituales." Nada menos que en 1916, en plena batalla de Verdún, el compositor danés Carl Nielsen (1965-1931) rendía su homenaje a lo que entendía como "fuerza vital" con su Sinfonía inextinguible, en la que se asiste a una formidable batalla entre las baterías de timbales. Para él, la fuerza vital, puesta de manifiesto en la guerra, se renovaba de continuo, principalmente merced a la violencia del enfrentamiento bélico. Hasta intelectuales tan singulares como Freud, Henry James o Marcel Proust, estuvieron formalmente a favor de la guerra, asegurando que "la violencia podía permitir que el individuo se descubriera a sí mismo."
Bien, pues a pesar de las rotundas afirmaciones de todos estos intelectuales, traídos sólo a título de ejemplo, puesto que hubo muchísimos más, la regeneración moral que produjo la guerra fue la que se puso de manifiesto en los locos años veinte, preludio y, en parte, preparación de la segunda guerra mundial, que estallaría veinticinco años más tarde de la primera. Tal circunstancia vendría a demostrar, en efecto, como se insinúa más arriba, que ninguna guerra produce regeneración moral alguna, sino que es fruto de la parte más animal y bestia del ser humano, incapaz en esos casos de resolver los problemas, en general de convivencia, mediante el diálogo y la negociación
Fuente:
La edad de la nada.- Peter Watson
Imágenes: Internet
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