martes, 14 de octubre de 2025

TEN FE Y LLEGARÁS LEJOS

Es curioso comprobar cómo en los variados campos de la actividad humana determinados personajes pasan a los primeros planos de la Historia, al menos de la Historia occidental, en tanto otros con méritos como mínimo iguales, si es que no superiores, quedan relegados a un segundo plano o incluso desparecen por completo de la Historia oficial y ya sólo los encuentran aquellos que no se conforman con lo que les enseñaron en los estudios oficiales y/o estudiaron en libros igualmente oficiales.
A mí, además, me hace mucha gracia los que abogan de manera determinante por la separación radical entre la vida de un artista o de un pensador y su obra. Es cierto que, más pronto o más tarde, el autor desaparece y la obra no sólo se mantiene, sino que en ocasiones se expande más allá de la desaparición del autor. Pero también es cierto que muchas veces buscamos determinadas obras de autores ya desaparecidos basándonos en el lugar en el que lo ha situado la Historia, es decir, en su fama. De todos modos, no es exactamente lo mismo una obra literaria que una filosófica o de ensayo. En la obra literaria, el autor cuenta una historia en la que es posible que no entre su modo de pensar o su actitud ante la vida y la organización social. En los textos de filosofía o, en general, de pensamiento, el autor necesariamente se retrata. En último término, la mayor parte de la filosofía termina tratando de la existencia o de la inexistencia de Dios y aquí al autor le resulta imposible salirse por la tangente, como suele decirse.
Bien, pues en este orden de cosas, Voltaire y Rousseau, son dos de esos personajes que han logrado un gran protagonismo en la historia de la filosofía de la época de la Ilustración en Francia, mientras se quedaban en la penumbra pensadores como Diderot, Helvetius, Buffon e incluso el barón D'Holbach, autor de El cristianismo desenmascarado, o Pierre Bayle, cuyo Diccionario Histórico y Crítico, inspiraría a Diderot la famosa Enciclopedia, de tan gran influencia en la revolución de 1789. En este orden de cosas, un autor que ni de refilón se asoma a los libros de historia de la filosofía, ni a ningún otro, es Jean Meslier (1664-1729). Este buen hombre fue sacerdote, coadjutor en la parroquia del pueblecito Étrépigny, en las Ardenas. A lo largo de su vida y secretamente, escribió el que se conocería como su Testamento, un manuscrito de alrededor de quinientas páginas en el que da fe de su ateísmo en un ataque continuo al cristianismo, religión que representaba. Descubierto tras su muerte, el texto fue copiado y circuló clandestinamente entre afines de absoluta confianza.
El mérito principal de Voltaire y de Rousseau para sobresalir en la historia de aquellos días es su fe en la existencia de Dios, una fe, desde luego, peculiar, pero por eso mismo más interesante y atractiva socialmente. Si les suena a herejía, repasen ustedes la historia completa de la filosofía desde los griegos hasta, por lo menos, la mitad del siglo pasado y verán cómo creer da a los filósofos un plus de aprecio sobre los que no creen. Y no me digan que los creyentes en general son muchísimos más que los incrédulos. No se trata del número, sino del privilegio. 
Por otra parte, cuando se conocen ciertos rasgos de la vida de cada personaje, la lectura de sus obras adquiere de inmediato una dimensión diferente. Empecemos por Voltaire. Así, a bote pronto, tiene fama de despreciar la religión tanto como la sociedad de su tiempo, también de ser un descreído de primer nivel. Bien, pues cierto día de 1728, este gran hombre advirtió que el importe de los premios que repartía la lotería francesa era considerablemente mayor que el valor del conjunto de todos los boletos. Entonces, montó una peña, cuyos miembros se encargaron de comprar por adelantado todos los boletos de unos cuantos de sorteos. Esta operación de más que dudosa ética, hizo a Voltaire rico, tanto que, a partir de entonces, se dedicó a dar préstamos a reyes, condes y, en general, a grandes aristócratas europeos, con lo que su fortuna creció de un modo exponencial. 
O, lo que viene a ser sinónimo, que su crítica a la religión y a la aristocracia no fue ya más que una pose, pese a que algunos de sus libros fueron prohibidos y alguno acabó en el fuego. Pero, en realidad, ¿Qué iba a querer cambiar él, subido en lo más alto de la ola? De hecho y por si la cosa se ponía tirante, como acabaría poniéndose, después de diversas peripecias, que incluyen una estancia en la corte de Federico II de Prusia, se fue a vivir a Ginebra, en un suntuosa villa que adquirió a orillas del Lago Lemand. Criticó duramente El cristianismo desenmascarado, de D'Holbach. Estaba en su derecho. Ahora bien, lo que fue una vileza de la peor especie en un escritor, sea del género que sea, es lo que hizo cuando llegó a sus manos una copia del Testamento, de Meslier: Vio sus grandes posibilidades y procedió a publicarlo, después de expurgarlo y recortarlo y retocarlo en todo lo que le pareció. 
Todas las historias de la filosofía afirman que quizás Voltaire fue el gran azote de la Iglesia católica, pero eso no significa que no fuera creyente, aunque su fe tenía no poco de utilitarista. Así, afirmaba que "tenemos necesidad de la Verdad absoluta, aunque tengamos que inventarla." Y en cuanto a la existencia concreta de Dios, su fe puede resumirse en el siguiente dicho: "Quiero que mi abogado, mis criados y mi mujer crean en Dios, porque así me robará menos, me servirán mejor y me pondrá menos los cuernos." Sin duda, el deseo de Voltaire es el de las clases económicamente superiores así como de la jerarquía de todas y cualesquiera instituciones que los seres humanos hemos establecido, porque creyendo en Dios las clases inferiores soportarán en calma todo lo que le echen, incluida la injusticia de un reparto abusivamente desigual de la riqueza que, paradójicamente, la producen ellos. 
Por lo que a Rousseau se refiere, aunque podría extenderme ampliamente en poner de relieve que, además de ser un mentiroso compulsivo, tenía una mente siniestra, voy a poner sólo un par de ejemplos que muestran la categoría moral del inviduo: Nunca se casó, pero tuvo una amante, Thérèse de Levasseur, con la que convivió buena parte de su vida. Con ella, una mujer de muy baja extracción social, tuvo cinco hijos. Y de los cinco se deshizo metiéndolos en el hospicio, ¡¡mientras escribía el Emilio!!, un tratado sobre la educación de los hijos.
Rousseau (1712-1778) nació en Ginebra en una familia protestante. Su madre murió nueve días más tarde a consecuencia del parto, circunstancia que le hizo sentirse culpable a lo largo de toda su vida, culpabilidad de la que lo acusaba también su padre, un pequeño relojero con un carácter irascible. Quizás fuera este sentimiento de culpa el que le hiciera desarrollar el claro masoquismo del que está teñida buena parte de su filosofía. Lo cuenta él mismo: Su padre se mudó a Bossey, en la Alta Saboya, al Este de Francia, allí el pequeño Rousseau asistió a la escuela de la señorira Lambercier, quien corregía sus travesuras con abundantes azotes, que encantaban a su alumno. "En ese dolor", afirma en su Confesiones, "en esa vergüenza incluso había descubierto un elemento sensual que me dejaba deseando más que temiendo volver a experimentarlo." Y añade: "Devoraba a las mujeres hermosas con ojos ardientes, y mi imaginación me las recordaba una y otra vez, sólo para aprovecharlas a mi manera y convertirlas en muchas otras señoritas Lambercier." 
Terminada esta primera instrucción, su padre lo mandó a Ginebra, a casa de su tío, para aprender el oficio de grabador. De allí escapó con quince años y se convirtió al catolicismo, tras conocer a la baronesa Louise de Warens, quien lo envió a un albergue de Turín para que lo instruyeran en la fe católica. Allí recibió el bautismo y allí un compañero de habitación le descubrió la sexualidad. El adolescente no sabía aún ni lo que era la masturbación, el compañero se lo enseñó masturbándose delante de él, lo que al futuro filósofo le produjo tanto asco como asombro y hasta fascinación. Pero lo suyo no era la masturbación, sino los azotes en el culo: como él mismo cuenta, pretendía encontrar a una mujer que lo azotara y, al no encontrarla, cierto día le enseñó el culo a una a ver si lo entendía, ésta llamó a más mujeres y a un policía y el jovenzuelo Rousseau acabó humillado.
A la filosofía lo aficionó la señora de Warens, con la que regresó tras unos meses en Turín. Por esta señora Rousseau sintió un gran amor, pero platónico. Sin embargó, la señora ardía por llevárselo a la cama. Como a tantos obsesos sexuales, ya desde entonces el sexo le parecía a él sucio, repugnante. La baronesa lo incitaba y él se resistía como podía, pero, al final, ya con veintiún años, cedió. No le resultó agradable tal cesión, le parecía que había cometido un incesto. A pesar de ello, fue amante de la baronesa durante doce años.
Y aquí el segundo ejemplo de la ética roussoniana: Tras diversos avatares, el filósofo fue amante, de la escritora Louise d'Epinay, quien le cedió gratuitamente una casa, Ermitage, anexa al castillo de la Chevrette, donde ella residía, a unos quince kilómetros al norte de París. En aquella casa, vivió Rousseau muchos años, hasta que, canceladas sus relaciones con la escritora, regresó a Ginebra, donde se reconvirtió al protestantismo. Algún tiempo más tarde, madame d'Epinay tuvo problemas de salud que, posiblemente, podían encontrar remedio en la capital suiza, más desarrollada en medicina que Francia. Entonces,  ella viajó a Ginebra, le pidió ayuda a su antiguo amante y éste se la negó. Él la acusa muy duramente en sus Confesiones de que ella lo había seducido y posteriormente traicionado, aunque no da razón ni prueba alguna de su acusación. 
Por último, la fe de Jean-Jacques Rousseau queda diáfanamente expuesta por él mismo en una carta a Voltaire, escrita en 1756: He sufrido demasiado en esta vida para no esperar otra. Todas las sutilezas de la metafísica no me harán dudar de la inmortalidad del alma ni un solo momento; lo siento, creo en ella, la espero y la defenderé hasta mi último aliento." 
No sé a usted, paciente lector, pero para mí que un filósofo del renombre de Rousseau encuentre en el sufrimiento la prueba de una existencia ulterior a la que tenemos aquí muestra en gran medida el por qué de su importancia, toda vez que, seguramente, no hay nada en esta vida más generalizado que el sufrimiento. O, dicho de otro modo, la actitud del señor Rousseau es la de la total y absoluta resignación que es la mejor medicina para mantener a las masas en calma.

Fuentes: Gente peligrosa.- Philipp Blom
Historia de la filosofía.- Frederick Copleston
Historia de la filosofía.- Johannes Hirschberger

Imágenes: Pinterest

domingo, 12 de octubre de 2025

LA PARADOJA TURCA

Cuenta Orhan Pamuk (Estambul, 1952) que con siete años pasó un verano en Ginebra, donde su padre, ingeniero, trabajaba. Allí oyó por primera vez en su vida el sonido de las campanas de las iglesias y tuvo la sensación de que se encontraba no en Europa, sino en la Cristiandad (sí, en mayúscula, como lo escribe él).
Pamuk, premio nobel de Literatura en 2006, es autor, entre otras, de las novelas La casa del silencio, El castillo blanco, El libro negro, La vida nueva, Me llamo rojo y Nieve y el libro mitad autobiografía mitad descripción de su ciudad natal Estambul.
Nacido en una familia media-alta -su abuelo había ganado muchísimo dinero con la construcción de los ferrocarriles turcos-, Pamuk es un renovador de la literatura  turca. Es también un autor occidentalizado que no reniega de la cultura tradicional de su país, sino que la asume plenamente, incluyéndola en sus obras. No tiene pelos en la lengua para hablar de y condenar el genocidio armenio llevado a cabo por los turcos entre 1915 y 1916, genocidio que han venido negando sistemáticamente todos los gobiernos turcos. O para hablar de los golpes de Estado que en diferentes momentos ha sufrido Turquía, con su cadena de encarcelamientos y de torturas masivos, que han afectado de manera especial a los escritores. No puede decirse pues que Pamuk sea sospechoso de defender un radicalismo islámico y ni siquiera exclusivamente los intereses turcos.
Estambul
Con lamentable retraso, puesto que se publicó en España en 2008, leo ahora Otros colores, publicado en Turquía en 1998, una colección de "hechos, ideas, imágenes y fragmentos de vida que todavía no han encontrado su camino en mis novelas", en palabras del propio autor. Aquí cuenta Pamuk cómo cuando él era un adolescente e incluso un jovenzuelo, en las comidas familiares que se celebraban en casa de su abuela paterna se hablaba continuamente de Europa, con el anhelo más que el sueño de un día pertenecer a ella de pleno derecho. "En europa es así como se hace" repetía cualquier miembro adulto de la familia acerca de tal o cual cosa; o "esto es lo que se piensa o se dice en Europa", respecto a un hecho concreto. Este anhelo y esta forma de expresarse se daban no sólo en la familia de Pamuk, sino en las clases medias y altas estambulíes. Mucho tiempo después, cuando Pamuk ya era un hombre, aquel anhelo, aquel sueño, se había convertido en dolor, en frustración y aun en desprecio, "en la rabia de haber perdido sus esperanzas en la civilización", en palabras del propio Pamuk.
Pero, ¿cuál eral la causa de semejante cambio de opinión? La situación de Turquía con respecto a Europa es sumamente paradójica. En 1951, el país es admitido como socio de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), siendo el Estado con mayor ejército de la Organización, después del de Estados Unidos. Algo más tarde, Turquía se incorporó a la Organización para la Cooperación Económica Europea (OCEE); se incorporó a la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) y se incorporó al Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD).
En 1959, el Gobierno turco presentó su solicitud para el ingreso de Turquía como miembro asociado de la Comunidad Económica Europea (CEE), siendo admitida en 1963, un retraso de cuatro años debido al golpe de Estado militar que se produjo en el país en 1960. En este tratado, firmado en Ankara, la capital de Turquía, ya se contemplaba la posibilidad de que el país se convirtiera en miembro de pleno derecho de la CEE.
En efecto, en 1987, Turquía solicita su incoporación a la Comunidad Económica Europea (CEE). La solicitud fue rechazada por la situación política y económica del país otomano, así como por la situación de la isla de Chipre, en disputa con Grecia, un Estado miembro.
Como consecuencia de este rechazo, Turquía rompe prácticamente relaciones con la CEE. No obstante, en 1996, es el primer país no perteneciente a la Unión Europea que entra a formar parte de la Unión Aduanera para productos industriales y agrícolas transformados. En este Tratado no se contemplaba la libertad de movimiento de personas, servicios o capitales, sólo la supresión de un gran número de impuestos y de aranceles.
Ankara, capital de Turquía
En la cumbre europea de Helsinki, celebrada en 1999, se reconsidera en parte el asunto y Turquía consigue la categoría de país candidato para su acceso a la CEE. En 2002 se reconocen por parte de la Unión Europea importantes avances en el cumplimiento de los criterios europeos para la admisión de un nuevo miembro. En 2005 se inician, por fin, negociaciones para la adhesión. Pero las negociaciones se alargan y se alargan y se alargan, hasta su paralización en 2018. En mayo del año en curso, 2025, el Parlamento europeo, con mayoría de derechas, vota a favor del mantenimiento de la paralización.
Mustafá Kemal Ataturk, fundador de la República de Turquía y de la modernización del país dijo en cierta ocasión: "Occidente siempre ha visto con prejuicio a los turcos, pero nosotros, los turcos, siempre hemos avanzado sistemáticamente hacia occidente." 
Ataturk
Occidente y, en concreto, Europa, sigue rechazando hoy a los turcos con justificaciones tan peregrinas como que Turquía no es un país Europeo, cuando, si el Mediterráneo es el mar de Europa, más de la mitad de Turquía está bañada por este mar. O los avances en derechos humanos son insuficientes, cuando se tiene como socios a países como Hungría o Polonia, que se pasan dichos derechos por el arco del triunfo. O insuficiente es también el trato a la mujer, cuando la mujer turca tiene derecho a voto y a concurrir en las elecciones como canditada al Congreso desde 1934, antes que más de un país de la Comunidad, por ejemplo, España, y cuenta con leyes que sancionan su plena igualdad con los hombres. 
No. Turquía es un país laico, si bien la mayoría de su población es islámica. Esta, la del islamismo, es la única razón del repetido atasco de las negociaciones por parte de una Europa cada vez más escorada hacia posiciones de extrema derecha. Europa es cristiana, ¿cómo vamos a admitir a un país islámico? No obstante, la hipócrita Europa no rompe definitivamente la negociaciones y rechaza de una vez el ingreso de Turquía en la Comunidad Europea porque, en palabras de Félix Abad Alonso, comodante del ejército de tierra: "Una Turquía rechazada se volvería más islámica, más proclive a vetar la ampliación de la OTAN y menos proclive a buscar la estabilidad y la integración de una Asia Central secular." Pero, además, sigue diciendo el comandante: "Turquía se aliaría con países del Mar Negro y Asia Central y se perderían los recursos estratégicos de esos lugares. La economía turca se resentiría, situando un país pobre e inestable a las puertas de Europa. La política europea hacia Oriente Medio y Asia quedaría mermada al perder el nexo de unión que constituye Turquía, así como el muro de contención del islamismo radical." Europa, cada vez más alejada de sí misma, cada vez menos democrática, camina a pasos agigantados hacia su hundimiento total, que es lo que, además, anda persiguiendo el tipo ese al que llaman Trump. 

Imágenes: Internet

sábado, 27 de septiembre de 2025

EL VERDUGO Y LA VÍCTIMA

"Cada fiesta, el procurador solía conceder al pueblo la libertad de un preso, el que quisieran. Tenían a la sazón un preso famoso llamado Barrabás. Dijo, pues, Pilato a los que estaban allí reunidos: '¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Cristo?'... Respondieron: '¡A Barrabás!' Díceles Pilato: '¿Y qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?' Y todos a una: '¡Sea crucificado!'... Entonces Pilato... tomó agua y se lavó las manos... diciendo: 'Inocente soy de la sangre de este justo. Allá vosotros.' Y todo el pueblo respondió: '¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!'
Desde su aparición, el cristianismo no ha tratado bien a los judíos, más aún, los ha tratado mal, muy mal. En esta historia, que cuentan más o menos igual los cuatro evangelistas y que es, indudablemente falsa, pues desde cuándo un gobernante romano iba a preguntar a los ciudadanos de un territorio dominado por ellos lo que tenía que hacer con un preso, se basa toda la inquina que los cristianos han venido derramando sobre los judíos hasta tiempos bien recientes. La historia tiene su origen en la necesidad de la nueva religión de ganar la voluntad de las autoridades romanas para, en su afán universalista, extenderse por el imperio. No es un romano el que decide la crucifixión de Jesús, sino que son los judíos, quienes, además, están dispuestos a que su sangre caiga sobre ellos y también sobre sus hijos, es decir, sobre su descendencia.
Fotografía García Rodero
Prácticamente, todos los Padres de la Iglesia escriben panfletos contra los judíos. Si para éstos su elección por parte de Dios como su pueblo no excluía la salvación de los gentiles, para los Padres cristianos el judío sólo merece, como minimo, el desprecio, pero también incluso la muerte, como se afirma en el Ambrosiaster, un libro anónimo que glosa las epístolas de San Pablo, equivocadamente atribuido durante mucho tiempo a San Ambrosio de Milán (340-397). El obispo milanés no era mucho más suave. Así, afirmaba que los judíos eran los primeros enemigos de los cristianos. Decía más: que los judíos no podían formar parte de la sociedad, ya que su maldad superaba icluso a la de los demonios. Negaba, además, la conversión auténtica de los judíos, negación con la que coincidían Lactancio (240-320) Hilario de Poitiers (300-367), Zenón de Verona (300-371) Paulino de Nola (355-431), Salviano de Marsella (400-470) Paulo Orosio (383-418)354-430, Agustín de Hipona (354-430) y, más tarde, la Inquisición Todos ellos consideraban que la circuncisión era la marca infamante del pecado, menos la de Cristo, porque ésta marcaba la continuidad entre la antigua y la nueva ley.
Pío IV
Ya el Concilio de Elvira (300-324) prohibía a los cristianos comer con judíos. Los concilios de Cartago (419) e Hipona (427) inhabilitaban a los judíos para testimoniar contra los cristianos en un acto jurídico, inhabilitación que jamás habían practicado los romanos por motivos religiosos. El tercer Concilio de Letrán (1179) prohibía la convivencia de los judíos con los cristianos. Desde esta fecha, aquéllos fueron confinados en barrios específicos, un antecedente de los ghetos, de los que se diferenciaban en que no estaban cerrados, como luego estuvieron éstos. El primer gheto, como tal, estuvo en Venecia a partir de 1516; en él confinaron los venecianos a los judíos expulsados de España que llegaron en gran número a la ciudad. No mucho mas tarde, Pío IV (1559-1565) creó ghetos en las ciudades del Estado Pontificio. El de Roma estaba situado a orillas del Tibet, en un lugar pantanoso e insano. Este papa ordenó, además, que los judíos debían llevar una estrella amarilla que los distinguiera de los cristianos, los hombres en el sombrero y las mujeres en el pecho. Este gheto fue clausurado por Napoleón cuando conquistó Roma, pero tras su caída, lo primero que hizo Pío VII cuando regresó a la ciudad fue restaurarlo de nuevo.
Judíos askenazis
Ahora, hay que decir que cuando, respondiendo a una rebelión, los romanos recuperaron el dominio de Palestina y destruyeron el templo de Jerusalén, no obligaron a ningún judío a abandonar su tierra. Con la famosa diáspora, como se la conoce, se fueron los judíos que quisieron, muchos de ellos se esblecieron en la propia Roma, donde eran aceptados por los romanos, hasta el punto de que, entre otras cosas, respetaban el sabat, descanso semanal tradicional al que se oponían los cristianos. Muchos otros judíos emprendieron el camino de Europa, asentándose principalmente en Rusia, Ucrania, Polonia, Letonia, Estonia, Austria y Alemania, éstos serían conocidos como judíos askenazis, término hebreo medieval que, en realidad, designaba a Alemania.
Desde la diáspora, los judíos han sufrido expulsiones de diversos territorios. En 1290, bajo el reinado de Eduardo I, fueron expulsados de Inglaterra. Más tarde, a lo largo de la Edad Media se fueron produciendo expulsiones en Francia, Milán, Parma, Austria, Lituania y Túnez, hasta culminar en las grandes expulsiones de España (1492) y Portugal (1497). Los judíos de estos dos reinos recibieron el apelativo de sefardies, término procedente de Sefarat, nombre que aplicaban a España.
Cirilo de Alejandría
Desde la aparición del cristianismo, los judíos han sufrido diversos progroms o persecuciones. El primero de ellos se produjo en Alejandría, fue ordenado por el patriarca Cirilo y llevado a cabo por los parabolani, fieros monjes que formaban su guardia personal. Luego, se sucedieron más. Entre los más graves se encuentra el promovido en España en 1391 por Ferrán Martinez, arcediano de Écija, cuyos incediaros sermones en los que pedía directamente matar a los judíos, produjeron la destrucción de la judería de Sevilla, con más de cuatro mil muertos, un movimiento destructivo que se extendió a Córdoba (2000 muertos) y, luego, hacia el norte, a Jaén, Úbeda, Baeza, Toledo, Valencia, Barcelona, Lérida, Gerona, Mallorca, Burgos, Logroño y Zaragoza, entre las ciudades más importantes. Sólo sobrevivió un tercio de la población judía. Progroms hubo también en Rusia, en el siglo XIX. Y ya, en el siglo XX, el holocausto, perpetrado en Alemania, en el que fallecieron alrededor de seis millones de judíos. 
La pregunta que cabe hacerse ahora es cómo una gente que ha sido víctima de toda clase de atropellos a lo largo de veinte siglos, puede estar ahora masacrando hasta su exterminio al pueblo palestino, en un genocidio, reconocido ya hasta por la ONU, y entre cuyas víctimas van ya más de veinte mil niños muertos y más de cuarenta y ocho mil mutilados. ¿Cómo la víctima ha podido convertirse en verdugo? Durante casi veinte siglos en Palestina han convivido sin problemas, primero, judíos que no se marcharon con la diáspora y cristianos desde los primeros tiempos, pues el critianismo, como bien se sabe, nació en Palestina, más tarde, también musulmanes. Todos ellos eran y son palestinos, pues han nacido y vivido en Palestina desde hace más de setenta y cinco generaciones.
Ben Gurión
Hasta 1948, en que grupos de terroristas judíos, con Ben Gurión al frente, echaron a los palestinos no judíos de sus casas y de sus tierras y se asentaron ellos. 
Repito la pregunta: ¿cómo es posible que la víctima haya podido convertirse en verdugo? La respuesta es sencilla: porque, en el fondo, no han dejado nunca de serlo. Los judíos no constituyen una etnia, tampoco se les puede identificar como una cultura, ni siquiera forman propiamente una religión, sólo responden a una idea, a modo de consigna: la de ser el pueblo elegido de Dios, al que Dios les ha asignado, además, una tierra, un territorio, Palestina, la tierra de la que mana leche y miel, como dice la Biblia.
Esta idea, claramente supremacista, es la que a lo largo del tiempo ha constituido el nexo de unión de todos ellos, incluidos agnósticos y ateos. Y es por esta idea que, salvo contadas excepciones, no se han asimilado nunca con las poblaciones de los lugares que han habitado después de la diáspora. De este modo, el judio que vive en Francia, no es francés, sino judío francés; el que vive en Bélgica, judío belga. y así en todas partes.
La aparición del sionismo fue posible precisamente porque, a diferencia de helenos, romanos, galos o celtas, por ejemplo, que se asimilaron con otros pueblos y desaparecieron como tales en el devenir de la historia, los judíos se mantuvieron en su diferenciación supremacista a lo largo de dos mil años, sin abandonar nunca la idea del regreso a Palestina. "El año próximo en Jerusalén.", repetían una y otra vez en su fiestas. Y en las bodas se rompía la copa con la que se brindaba en memoria de la destrucción del templo. 
Theodor Herzl
El sionismo es un moviento nacionalista, sistematizado por el periodista austro húngaro Theodor Herzl (1860-1904), en su opúsculo El Estado Judío, en que abogaba por la creación de un Estado judío en Palestina. A este opúsculo vino a sumarse en 1917 la Declaración Balfour, manifestación del Gobierno británico en apoyo a la creación de dicho Estado Judío. Para entonces, numerosos judíos habían emigrado ya a Palestina, siendo acogidos favorablemente tanto por los turcos otomanos, que dominaban aún el territorio, como por los habitantes de éste.
Desde 1948, los judíos sionistas, con el apoyo explícito del judaísmo internacional y de los judíos que viven en Palestina que los votan una y otra vez en las elecciones, vienen repitiendo lo que ya hicieron hace unos tres mil quinientos años: apoderarse a sangre y fuego de lo que no era suyo entonces, ni en 1948, ni en la actualidad, cuando, en el colmo de la barbarie están destruyendo las ciudades palestinas, como las destruyeron entonces, arrasándolas y asesinando a sus habitantes, ayer con el apoyo de "su Dios" y hoy con el del judaísmo internacional y con el de los Estados Unidos, a los que suma el silencio cobarde de los países musulmanes y el beneplácito más cobarde aún de la Comunidad Europea.

Fuentes: 
Hstoria de los judíos.- Paul Johnson
Historia de la Iglesia.- Llorca, García Villoslada, Leturia y Montalbán.
Historia de los papas.- Juan María Laboa
Evangelio de Mateo



lunes, 1 de septiembre de 2025

MI PADRE ESTUVO ALLÍ

Ochenta y tantos años después, aun son numerorísimas las fosas comunes a las que fueron arrojados los cuerpos de los asesinados durante el franquismo. Cada vez que, con una lentitud exasperante, se consigue abrir una de ellas, con el propósito de, una vez identificados, entregar los restos a sus familiares que, ya en tercera generación en más de un caso, no han cesado de reclarmarlos para ofrecerles un entierro digno, la noticia aparece en la prensa y de aquí salta a las redes sociales, a facebook, por ejemplo, donde predominan ampliamente los comentarios de signo contrario, con el argumento, falaz argumento, de que lo mejor que se puede hacer con los muertos es dejarlos descansar, ya que, en caso contrario, lo que se consigue es reabrir heridas.
Por mi parte, cuando leo alguna de estas noticias siempre se me viene a la memoria la imagen de la escena vivida con mi padre, una tarde de otoño, cuando se encontraba cerca ya del final de su vida. Vaya por delante que yo no tengo ningún familiar entre los muertos reunidos en esas fosas. Tampoco he tenido ningún familiar represaliado de alguna manera durante la dictadura. Es decir, no tengo el más mínimo interés personal en que se abran esas fosas o en que se cumplan los demás requisitos de la Ley de Memoria Democrática. 
Mi padre murió en el año 2000, un par de semanas antes de cumplir ochenta y nueve años. Hizo la guerra en la legión, un cuerpo de choque conocido por su arrojo tanto como por su brutalidad. Cuando se produjo el golpe militar que, como se sabe, en Córdoba triunfó rápidamente, mi padre era un ebanista autónomo, con un taller en la calle Lucano, tenía veinticinco años y carecía de adscripción política. Rápidamente fue movilizado y enviado a Sevilla, donde, como acababa de realizar el servicio militar, fue enrolado sin instrucción alguna en un tabor de regulares. Él no hablaba nunca de la guerra. Sólo, después de que yo, ya adolescente, descubriera una fotografía suya conservada por mi madre, contó vagamente que había desertado de su destino pasándose a la legión, porque los legionarios iban mejor equipados que los regulares, siendo así que éstos estaban en la misma línea de combate que aquéllos y, por tanto, expuestos al mismo riesgo. De ser cierta esta historia y no tengo por qué ponerla en duda, el cambio de cuerpo debió producirse en pleno avance de los golpistas sobre Extremadura.
En la legión, mi padre llegó a sargento por méritos de guerra, o sea, que no debió de ser un pusilánime, sino todo lo contrario. Detestaba a los falangista. El siguiente hecho me lo contó mi abuelo: mi padre, que escribía con decoro y con una letra preciosa, tenía unas cuantas madrinas de guerra, cinco o séis, que le mandaban numerosos paquetes, principalmente de comida. Mi padre les había dado la dirección de su casa en Córdoba, que era también la de mi abuelo, a la que llegaban numerosos paquetes con pasmosa regularidad. Tanto paquete llamó la atención de los falangistas, que, como también se sabe, actuaban sobre todo en retaguardia, lejos de los disparos y de los asaltos cuerpo a cuerpo, de modo que un día se presentaron en casa de mi abuelo exigiendo groseramente conocer el contenido de los paquetes. Poco después llegó mi padre de permiso y al enterarse de lo ocurrido no tuvo más que presentarse en el centro de mando de los falangistas y pistola en mano armar la de Dios, hasta el punto de que mi abuelo no volvió a ser molestado por nadie. Puede que mi abuelo pusiera algo de exageración en su relato, pero la verdad es que en la fotografía antes mencionada, que sigo conservando, con el uniforme de la legión, el capote sobre los hombros, un machete en un costado de la cintura y el pistolón en el otro, la imagen de mi padre resulta imponente.
Con el misma fervor que a los falangistas, detestaba a Franco, no sabía yo por qué. En mi adolescencia, recuerdo muchos intentos de discusión con él en los que, paradójicamente, yo defendía frenéticamente al dictador. Mi padre no me dejaba continuar, me miraba fijamente, con un extraño brillo en la mirada y me decía "tú qué sabes", fría expresión con la que, mucho tiempo después lo reconocería yo, me señalaba no sólo mi ignorancia, sino el deseo de que, fuera lo que fuese, no tuviera que saberlo nunca.
Desde que yo puedo recordarlo, mi padre bebía. No era el borracho que llega a su casa dando tumbos y se va derecho a la cama.Él se limitaba a colocarse, lo que resultaba peor, porque el alcohol le cambiaba el carácter transformándolo en un imbécil de cuya boca sólo salían imbecilidades, que muchas veces desembocaban en tremendas broncas con mi madre. Esta circunstancia me hizo sufrir mucho durante mi niñez, pero con quince, con dieciséis, con diecisiete años, las broncas se las montaba yo a él, consiguiendo que durante un tiempo, incluso meses, se olvidara de la bebida. Un día, a poco de jubilarse, brusca e inesperadamente, dejó de beber. Se convirtió entonces en un hombre entrañable, cariñoso, desprendido, el hombre que realmente era. Sin embargo, ya era tarde para mí, porque habían sido demasiados los desencuentros que había tenido con él, además, ya me había casado, no vivía en su casa, tenía mi propia familia, y no sentía necesidad alguna de acercarme a él.
Muchos años antes, yo había empezado a leer y a enterarme de la realidad del país, que no me habían permitido conocer ni en el colegio ni, luego, en la Universidad Laboral. Cierto día, descubrí en una caja de zapatos que mi madre guardaba en el altillo del armario papeles de mi padre de la época de la guerra. Había allí cartas dirigidas a sus padres; copias, sin duda, o borradores, de las que dirigía a sus madrinas de guerra y, lo más sorprendente para mí, algunos poemas con no mala factura dedicados a la unidad con la que había combatido, la cuarta bandera de la legión. Aquel descubrimiento, que mantuve secreto, me llenó a un tiempo de asombro y de ansias de saber.
Investigando por mi cuenta, puesto que él se aferraba al silencio, puede decirse que logré establecer, creo que con bastante exactitud, el intinirario militar que mi padre había hecho durante la contienda. No fue fácil y me llevó su tiempo, de modo que no logré completarlo hasta bastante después de la muerte del dictador. Así supe que, entre otras acciones, aquella cuarta bandera había protagonizado la toma de Badajoz e imaginé, lleno de horror, que había participado en la matanza posterior.
Pasó y pasó el tiempo y, poco a poco, el rencor que yo había acumulado contra mi padre se fue suavizando. Ya, cuando iba a visitarlo, charlábamos con cierta naturalidad, aunque siempre de temas más o menos intranscendentes, de mi trabajo, de alguna anécdota del suyo, cuando aún trabajaba, de la muerte de algún conocido, cosas así.
Recuerdo muy bien cómo sucedió. En realidad, no podré olvidarlo nunca, aunque a veces parezca que se esconde o se difumina en mi memoria: Un día en que fui a su casa, mi madre salió a comprar no sé qué y nos quedamos solos él y yo, él sentado en su sillón de orejas, junto a la ventana, y yo en una silla, ligeramente a su derecha, a más de metro y medio de distancia. En un momento dado, mientras hablábamos, mi padre mencionó de pasada la guerra, lo dura que había sido la vida después de ésta, dijo, y cómo había tenido que empezar de cero porque, cuando regresó, del taller que un día tuvo no quedaba nada. 
Al oír de sus labios la palabra guerra, una vieja puerta se abrió dentro de mí y el recuerdo de los papeles que había descubierto hacía tanto tiempo en aquella caja de zapatos hizo su aparición en mi memoria. Entonces, sin pensármelo, movido por un extraño resorte, se lo pregunté, directa, brutalmente: "Tú estuviste allí, ¿verdad?, estuviste en Badajoz y participaste en la matanza. Por eso bebías, ¿no es cierto? Y es por eso que también odiabas a Franco.
Mi padre se envaró, desvió su mirada de la mía y la dejó extraviada en un rincón de la habitación, de sus ojos brotaron dos lágrimas que rodaron mansamente por sus mejillas. Era la primera vez en mi vida que lo veía llorar y no sabía qué hacer. El silencio era una bala de algodón que llenaba la habitación entera. Por un momento, pasó por mi mente recriminarle que no hubiera hablado nunca de aquello, que no hubiera descargado el peso que, a la vista de sus lágrimas, debía lastrar su conciencia, pero era tan honda mi emoción que no podia articular palabra. Por fin, después de un tiempo largo, largo, conseguí levantarme de mi asiento, me acerqué a él, puse mi mano en su hombro y lo besé en la frente. Mi padre tenía ya ochenta y cinco años y aquel era el primer beso que le daba desde mi lejanísima infancia.

P.S. Publiqué esta entrada por primera vez en el desaparecido El cuaderno escarlata. Vuelvo a publicarla hoy, con una liguera actualización temporal centrada, principalmente en los dos primeros párrafos, no sólo por esa serie de bochornosos y deshumanizados comentarios que leo en Facebook, sino por la marea revisionista de aquellos años que, desde hace tiempo, viene produciéndose en este país. Hace unos días, de manera azarosa, tropecé con un artículo de todo un profesor de historia, hoy jubilado, en el que negaba rotundamente que en Badajoz se hubiera producido nunca matanza alguna, que hubo algunos fusilamientos, sí, cosa lógica, pero de matanza nada. Decía más, que su conquista, la llevó a cabo una fuerza asaltante de sólo tres mil hombres, frente a los seis mil que defendían la población. Pero callaba, con la indecencia de todo revisionista, que los asaltantes contaban con cañones y con aviones, en tanto los defensores estaban mal equipados y en sus filas figuraban bastantes elementos -guardias civiles y militares- que estaban deseando pasarse al enemigo, cosa que hicieron a la primera oportunidad. No digo el nombre del historiador, ni el del sitio en el que publicaba su artículo porque no me da la gana de darle encima publicidad a quienes tienen por bandera la mentira y la invención de bulos. Pero creo que, aparte de las crónicas y de los estudios históricos que existen al respecto, las lágrimas de mi padre son prueba más que suficiente de la realidad de la matanza.

Imágenes.- Internet

martes, 5 de agosto de 2025

EL PAPA, EL PEDERASTA Y EL POBRE

León XIV
El papa
No existe en el mundo una organización del tipo que sea con una capacidad teatral semejante a la de la Iglesia Católica. La reciente película El cónclave, que en lo que se refiere al ceremonial refleja con gran fidelidad la realidad, es una buena muestra de esta teatralidad. Y eso que se trata de un actividad interna y, por tanto, sin la presencia de público. Pero cualquier misa, de cualquier parroquia, de cualquier pueblo constituye ya una ceremonia eminentemente teatral. Iglesia y teatro vienen a ser en buena medida sinónimos, hasta el punto de que no es una exageración afirmar que sin esa teatralidad la Iglesia Católica no sería lo que es.
Del mismo modo, no existe tampoco una organización con una tan desbordante capacidad de convocatoria. Si acaso, y sin ánimo de comparar, la de algunos sátrapas recientes, como Hitler, Stalin, Mussolini o Franco, gente sanguinaria antes que piadosa, por más que alguno de ellos fuera muchas veces traído y llevado bajo palio. Desde hace siglos, cualquier miembro de la jerarquía eclesiástica, pero especialmente el papa, disfrutan como marranos en un charco recibiendo la pleitesía (el cariño, dicen ellos) de las multitudes, cuanto más numerosas mejor. Pero es modernamente, con los medios de comunicación y desplazamiento con los que el mundo cuenta, cuando los papas vienen recibiendo los mayores baños de masas de la historia. 
El primer papa que viajó en un avión fue Pablo VI (1963-1978), hace día y medio. Fue también el primero que visitó los cinco continentes. Y el primero que habló en Nueva York ante la Asamblea General de la ONU. Ahora, para viajero, Juan Pablo II (1978-2005) Este hombre... espectacular, que comenzó a hacer teatro en su juventud y ya no lo abandonó en toda su vida, se entretuvo en recorrer casi 1200000 kilómetros, algo así como dar veintinueve veces la vuelta al mundo y, en todas partes, venga multitudes y más multitudes, todas con el Totus Tuus tan elocuente, y él con una cara de felicidad que incluso resultaba contagiosa.
Pablo VI
Bien, pues el último papa hasta la fecha, el señor Robert Francis Prevost, que el día ocho del pasado mayo, cuando fue elegido, tomó el nombre de León, recibió el pasado domingo su primer baño de multitudes. Fue en el lugar de Tor Vergata, al sur de Roma, donde habían pasado la noche en tiendas de campaña y sacos de dormir un millón de jóvenes, como mínimo, llegados de todo el mundo, para celebrar un jubileo, término que tiene dos acepciones: aniversario de un acontecimiento relevante e indulgencia plenaria que el papa concede en determinada ocasiones. El papa no llegó andando, ni siquiera en automóvil, aunque fuese un Mercedes último modelo, llegó en helicóptero, que aquí se trabaja bien o no se trabaja, se paseó en el papa móvil entre el griterío de los jóvenes y el tremolar de banderas de todos los colores. Seguidamente, dijo una misa concelebrada (agárrate maestro, que te vas a caer), con cuatro cientos cincuenta (450) obispos y siete mil (7000) sacerdotes. (¿Alguien puede imaginar lo que fue aquello? ¿Alguien puede imaginar la cantidad de individuos que viven y muy bien de gañote, esto es, sin producir absolutamente nada y a costa de los demás?)
La noche del Jubileo
El evento llevaba preparándose nada menos que dos años. Para hacerse una idea de su magnitud y según publicaba el periódico La Vanguardia, se trataba de un espacio de unas 96 Ha., en las que se instalaron miles de aseos químicos, 2600 fuentes de agua potable, 70 nebulizadores, 122 cámaras de vigilancia ("que estos pueden ser todo lo creyentes que quieran, pero aquí no nos fiamos ni de nuestro padre.") y un centro de control de 400 metros cuadrados. Se llevaron además cinco millones de botellas de agua, desconocemos el tamaño y si se ofrecieron gratis o había que pagar por ellas.

El pederasta
Queremos dar por hecho que entre aquel millón largo de jóvenes no había ninguno que hubiera sufrido los desmanes sexuales de ningún pederasta. Seguro que no, estos son chicos y chicas extrovertidos, optimistas, decididos, y los pederastas se inclinan más por los tímidos, con poca capacidad de decisión y más bien desorientados. Seguro que estos chicos y chicas no saben siquiera lo que es la pederastia y, por supuesto, no conocen ni tienen noticia de ningún pederasta ni de ninguna de las numerosas víctimas. Desde luego, de la pederastia no se habló en ningún momento. La pederastia es un asunto que a la Iglesia tanto le quema como le resbala. Es cierto que el papá Francisco clamó contra ella y hasta ordenó la apertura de algún expediente canónico. Es verdad también que en algún sitio, Francia, por ejemplo, han pedido perdón, ¿pero lo han pedido cumpliendo las condiciones que la propia Iglesia tiene establecidas para obtenerlo? Cinco eran estas condiciones, que a mí me obligaron a aprenderme de niño y que todavía hoy, después de tantos años y tan lejos de mi última confesión, sigo recordando, ahí van: Examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. El amable lector decidirá, pero yo, la verdad, no veo por ningún lado ninguno de estos puntos. 
El Defensor del Pueblo
Ahora bien, si hay un sitio verdaderamente guay para los pederasta, este no es otro que España. No sé en otros sitios, pero en España los pederastas tienen premio. Y, además, mueren en edad avanzada y en su cama antes de que les afecte una denuncia. A título de ejemplo, les voy a citar uno: Josep María Vendrell, fallecido a los 71 años, en 2004, después de toda una vida de abusador sexual de niños. Un tipo que apestaba a "tabaco y alcohol", según afirma, Pablo, una de sus víctimas, en un suelto publicado por La Vanguardia el pasado día tres. Cómo estará la cosa de la pederastia clerical en este país que, Pablo, vecino de Valladolid, prefiere no dar sus apellidos, aunque se pueden encontrar en el Informe del Defensor del Pueblo sobre este asunto.
El tal Vendrell empezó su carrera de pederasta en 1965, cuando llegó a la parroquia de Sant Tòmas d'Aquino, en Barcelona. Las quejas y las denuncias de familiares de los niños que caían en sus manos no tardaron en llegar al arzobispado. Este actuó con celeridad y con energía: sólo tardó  en actuar cinco años, al cabo de los cuales, "¡denunció al fulano ante la justicia!" "¿Qué dice usted buen hombre? Lo trasladó a la parroquia de Santa María en Caldes d'Estrac, de la que dependía una escuela y un internado religioso, del que era el director." "¿Pero quién regía la sede arzobispal de Barcelona?" "Ahora mismo se lo digo, caballero: en 1965, don Gregorio Modrego Casaus, un franquista hasta el tuétano, y en 1970, don Marcelo González Martín, quien junto a Tarancón, le dio la vuelta a la Iglesia española para que se adaptara a la democracia sin perder ni uno solo de sus privilegios."
Como se ve, da igual la tendencia política que tengan. El actual arzobispo de la ciudad condal, don Juan José Omella Omella, de centro derecha por el Sur y extremo oscuro por el Este, afirma que el Informe del Defensor del Pueblo sobre la pederastia "es mentira, ¡mentira!, ¡mentira!" "Aporta don Juan José alguna prueba?" "¿Prueba? Ninguna, jefe, ninguna. Es mentira porque lo dice él, y punto."
Cardenal Juan José Omella
Y es que en España, los obispos, que son los encargados de perseguir la pederastia, se canchondean de ella y de las víctimas. "Y si no me cree usted, querido amigo, pregúntele al representante de todos ellos, don Luis Javier Argüello,  actual presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Valladolid, quien, atendiendo a la demanda de Jesús de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, anda pidiendo elecciones, a ver si llegan al gobierno sus amiguetes de Vox."
De esta actiud de desprecio se queja precisamente Pablo, el hombre del que, siendo un niño de sólo nueve años, abusaba el cura Vendrell. "Necesito que me pidan perdón y cumplan sus promesas de reparación.", clama. Ya te lo digo yo, Pablo: puedes esperar sentado. Tu agresor falleció, como sabes, en 2004, de modo que no te queda ni el recurso de acudir a la justicia ordinaria. 
El pobre
Y EL POBRE
Bueno, Ya lo dijo Jesús, cuando una señora o señorita le ungía los pies con ungüentos carísimos: "Los pobres los tendréis siempre con vosotros." Y, en efecto, ahí siguen. Y, por lo que se refiere a la Iglesia, ahí seguirán, que en esto sí que cumplen literalmente con el evangelio. "¡Cómo vamos a hacer nada para terminar con la pobreza!", dijo una vez el cura párroco de Venisolera de Abajo, "¿no ve que si desaparecen los pobres no podremos ejercer la caridad?"
Claro que Jesús también dijo: "... el que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas ruedas de molino que mueven los asnos y lo hundan en lo profundo del mar." "Pero ¿qué dice usted, hombre de Dios? Eso no puede leerse así", dicen los obispos españoles, "eso es una alegoría, una metáfora, un elefante volando." Y a vivir, que son dos días.

Imágenes: La de Tor Vergata, de El Debate
                 Las de Pablo VI y el pobre, de www.googleuser.com
El resto de internet






lunes, 21 de julio de 2025

UNA ANÉCDOTA

María Asquerino
Yo sé que no se trata más que de una anécdota, pero tal y como está últimamente el patio en este país, creo que es interesante contarla. 
El hecho le ocurrió a la gran actriz María Asquerino (1925-2013) y yo me voy a limitar a transcribirlo tal y como lo cuenta ella en sus Memorias, publicadas en 1985:
"Un día estaba yo sentada en la terraza del café Gijón", escribe María, situando la acción en los primeros años cincuenta del siglo pasado, "estaba con Diosdado y otros compañeros, en pleno verano; yo llevaba una traje de esos que llamaban de bañera (un vestido de tirantes) y encima tenía una torerita (especie de chaqueta o chaquetilla corta, con mangas; en verano la usaban mucho las mujeres para ir a misa, ya que no se permitía la manga corta), "pero como hacía tanto calor me la quité. En esto que pasa un cura. Un cura bajito, gordito y totalmente congestionado, quizás del calor y de la rabia que le dio verme así. Se me acerca y me ordena bajito:
-Tápese usted ahora mismo.
"Yo no salía de mi sorpresa."
-¿Qué dice usted?
-Que se tape ahora mismo o la denuncio (lo único que mostraba María eran las hombros y el escote, sin llegar al canalillo)
-¿Qué dice usted?
-Que se tape ahora mismo o la denuncio.
-No me da la gana. Denunciéme usted porque yo no me tapo, entre otras cosas, porque tampoco estoy enseñando nada.
"El tío se marchó y no hubo denuncia ni hubo nada. Pero cosas así ocurrían con frecuencia".
Terraza café Gijón hoy. Foto Nestor
La anécdota pone de relieve un aspecto significativo de lo que fue la dictadura franquista, una de las épocas más negras de la historia de este país. Pone de relieve el poder de la Iglesia española y su actitud siempre represiva en todo lo que tenía relación con el sexo, aunque fuese remotamente, mientras tanto gran parte de sus miembros vivían robando recién nacidos, abusando de niños y adolescente o abarraganados, en secreto, eso sí, aunque todo el mundo lo sabía. María Asquerino le echó valor, pero también tuvo suerte. Probablemente, el cura se arrugó ante la firmeza de María, pero hubo otros muchos casos en que una mujer, en una situación parecida, era, en efecto, denunciada y sufría el correspondiente correctivo por parte de la autoridad.
Foto internet
Anda que si el cura levantara la cabeza y viera a señoritas como esta en la playa. Pero no nos engañemos, hoy no son pocos los que quieren volver a aquella época, entre ellos, gente como Luis Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal Española, arzobispo de Valladolid y cercano, muy muy cercano al partido fascita.

miércoles, 16 de julio de 2025

UN LEJANO PODER

Imagen de Pinterest
Hacia el año 1910, el pintor Paul Klee (1879-1940) escribió lo que sigue: "Mi mano es por entero instrumento de un lejano poder, no es mi intelecto el que lleva la batuta, sino algo diferente, algo superior y muy distante.”
Por su parte, el también pintor alemán August Macke (1887-1914) afirmaba que: “la forma constituye un misterio para nosotros, puesto que es la expresión de una serie de enigmáticos poderes, sólo ella nos permite percibir la magia secreta, captar la presencia del Díos Invisible.” Y añadiría poco después, “Hasta la materia muerta es un espíritu viviente.”
Desde que en 1882 Nietzche proclamara la muerte de Dios, el mundo del arte, el mundo de la cultura, el mundo intelectual, entraron en ebullición. En realidad, Dios llevaba mucho tiempo muerto, sin duda y a juzgar por su estruendoso silencio, desde antes incluso del famoso Big Bang, pero nadie se había atrevido a decirlo y todos vivían bajo la sombra de una ficción. Con la coartada de Dios, la religiones eran, y siguen siendo, puesto que ellas no han muerto, instrumentos creadores de un orden que beneficiaba y beneficia a una selecta minoria a costa de la sumisión y el sufrimiento de la mayoría.

Foto de Ramón Masats
 En cualquier caso, la pregunta surge de un modo espotáneo: ¿Tanto nos cuesta a los seres humanos admitir que no somos más que una minúscula y hasta ridícula partícula viviente ubicada en un mundo en perpetuo e irrefrenable cambio? ¿Tanto nos cuesta admitir que cada uno de nosotros cambiamos no año a año, sino día a día, minuto a minuto?, ¿Que nada permanece, que todo, absolutamente todo cambia? Pues parece ser que sí, porque por más que fuese una ficción, Dios constituía el Absoluto inmóvil que enmascaraba el continuo cambio y ofrecía una apariencia de estabilidad, de modo que desde la proclamación de su muerte hasta la primera guerra mundial surgieron toda clase de teorías, experiencias y movimientos tendentes a revivir la estabilidad perdida.
Foto Ramón Masats
Seguramente, el movimiento de mayor envergadura fue la Teosofía, una especie de religión sin Dios, incardinada en el ocultismo y en el esoterismo, fundada en Estados Unidos por la aristócrata rusa Helena Blavatsky (1831-1891) y el norteamericano Henry Olcott (1832-1907), como Sociedad Teosófica, aunque en 1880, ambos creadores trasladaron su sede a la India.
Gran viajera y estudiosa de las distintas religiones, Blavatsky fue antes que nada una conspicua espiritista. "Todo hombre sigue cargando en su condición corporal el sello indeleble de su modesto origen", había dicho Darwin, pero la aristócrata rusa no aceptaba la teoría de la evolución. "El hombre no pasó en ningún momento por una fase simiesca", enfatizaba. Como otros muchos, madame Blavatsky estaba convencida de la pervivencia humana más allá de la muerte. Y no sólo eso, sino que era posible comunicarse con el espíritu de cualquier persona fallecida, no importaba el lugar ni la época de su fallecimiento.
Foto Atin Aya
Blavatsky aseguraba que todas las religiones tienen en común un mismo principio fundamental, lo que se debía según ella
"a una doctrina secreta de la que todas ellas derivan." Afirmaba también que sus propuestas procedían del Tibet y, en concreto, de una misteriosa hermandad que, aunque guardaba celosamente sus conocimientos, se había avenido a facilitarle parte de los mismos. La rusa expuso los fundamentos de la Teosofía en su obra La doctrina secreta, en ella afirma que existe un "Principio eterno ilimitado e inmutable, sobre el que toda especulación es imposible" (Obsérvese la contradicción: si toda especulación es imposible sobre ese Principio, ¿cómo se sabe que es eterno, ilimatado e inmutable?);que la vida se debe a la existencia en el mundo de elementos contrarios; y que las almas, todas, se enmarcan en un "Alma universal", de cuya esencia participan. Sin embargo, tanto esta, su principal obra, como Isis sin velo, la segunda en importancia, están plagadas de plagios de textos orientales y occidentales de distintas épocas. Igualmente, parece que sus conxiones con los espíritus de los fallecidos no fueron más que fraudes. 
No obstante, como quiera que la Teosofía renegaba tanto del materialismo como del clericalismo, atrajo a numerosos intelectuales de la época que, llenos de entusiasmo, se sumaron a la nueva doctrina, intelectuales y artistas que rechazaban la idea del dios que pregonaban las religiones, pero que tampoco estaban satisfechos con el materialismo, al que acusaban de faltarle algo. (¿Pero qué? Algo, algo)
Internet
Sin duda, el más renombrado de todos ellos fue el irlandés Yeats, William Butler Yeats, gran poeta y nacionalista, premio Nobel de literatura en 1923, quien, subyugado por el ocultismo, llegó a creer incluso en la existencia real de las hadas que aparecían en los cuentos que su madre le contaba de niño.
Con todo, lo más increíble del cuento es que al día de hoy la Sociedad Teosófica no sólo no ha desaparecido, sino que se mantiene viva y con unos 27.000 miembros en todo el mundo.