martes, 5 de agosto de 2025

EL PAPA, EL PEDERASTA Y EL POBRE

León XIV
El papa
No existe en el mundo una organización del tipo que sea con una capacidad teatral semejante a la de la Iglesia Católica. La reciente película El cónclave, que en lo que se refiere al ceremonial refleja con gran fidelidad la realidad, es una buena muestra de esta teatralidad. Y eso que se trata de un actividad interna y, por tanto, sin la presencia de público. Pero cualquier misa, de cualquier parroquia, de cualquier pueblo constituye ya una ceremonia eminentemente teatral. Iglesia y teatro vienen a ser en buena medida sinónimos, hasta el punto de que no es una exageración afirmar que sin esa teatralidad la Iglesia Católica no sería lo que es.
Del mismo modo, no existe tampoco una organización con una tan desbordante capacidad de convocatoria. Si acaso, y sin ánimo de comparar, la de algunos sátrapas recientes, como Hitler, Stalin, Mussolini o Franco, gente sanguinaria antes que piadosa, por más que alguno de ellos fuera muchas veces traído y llevado bajo palio. Desde hace siglos, cualquier miembro de la jerarquía eclesiástica, pero especialmente el papa, disfrutan como marranos en un charco recibiendo la pleitesía (el cariño, dicen ellos) de las multitudes, cuanto más numerosas mejor. Pero es modernamente, con los medios de comunicación y desplazamiento con los que el mundo cuenta, cuando los papas vienen recibiendo los mayores baños de masas de la historia. 
El primer papa que viajó en un avión fue Pablo VI (1963-1978), hace día y medio. Fue también el primero que visitó los cinco continentes. Y el primero que habló en Nueva York ante la Asamblea General de la ONU. Ahora, para viajero, Juan Pablo II (1978-2005) Este hombre... espectacular, que comenzó a hacer teatro en su juventud y ya no lo abandonó en toda su vida, se entretuvo en recorrer casi 1200000 kilómetros, algo así como dar veintinueve veces la vuelta al mundo y, en todas partes, venga multitudes y más multitudes, todas con el Totus Tuus tan elocuente, y él con una cara de felicidad que incluso resultaba contagiosa.
Pablo VI
Bien, pues el último papa hasta la fecha, el señor Robert Francis Prevost, que el día ocho del pasado mayo, cuando fue elegido, tomó el nombre de León, recibió el pasado domingo su primer baño de multitudes. Fue en el lugar de Tor Vergata, al sur de Roma, donde habían pasado la noche en tiendas de campaña y sacos de dormir un millón de jóvenes, como mínimo, llegados de todo el mundo, para celebrar un jubileo, término que tiene dos acepciones: aniversario de un acontecimiento relevante e indulgencia plenaria que el papa concede en determinada ocasiones. El papa no llegó andando, ni siquiera en automóvil, aunque fuese un Mercedes último modelo, llegó en helicóptero, que aquí se trabaja bien o no se trabaja, se paseó en el papa móvil entre el griterío de los jóvenes y el tremolar de banderas de todos los colores. Seguidamente, dijo una misa concelebrada (agárrate maestro, que te vas a caer), con cuatro cientos cincuenta (450) obispos y siete mil (7000) sacerdotes. (¿Alguien puede imaginar lo que fue aquello? ¿Alguien puede imaginar la cantidad de individuos que viven y muy bien de gañote, esto es, sin producir absolutamente nada y a costa de los demás?)
La noche del Jubileo
El evento llevaba preparándose nada menos que dos años. Para hacerse una idea de su magnitud y según publicaba el periódico La Vanguardia, se trataba de un espacio de unas 96 Ha., en las que se instalaron miles de aseos químicos, 2600 fuentes de agua potable, 70 nebulizadores, 122 cámaras de vigilancia ("que estos pueden ser todo lo creyentes que quieran, pero aquí no nos fiamos ni de nuestro padre.") y un centro de control de 400 metros cuadrados. Se llevaron además cinco millones de botellas de agua, desconocemos el tamaño y si se ofrecieron gratis o había que pagar por ellas.

El pederasta
Queremos dar por hecho que entre aquel millón largo de jóvenes no había ninguno que hubiera sufrido los desmanes sexuales de ningún pederasta. Seguro que no, estos son chicos y chicas extrovertidos, optimistas, decididos, y los pederastas se inclinan más por los tímidos, con poca capacidad de decisión y más bien desorientados. Seguro que estos chicos y chicas no saben siquiera lo que es la pederastia y, por supuesto, no conocen ni tienen noticia de ningún pederasta ni de ninguna de las numerosas víctimas. Desde luego, de la pederastia no se habló en ningún momento. La pederastia es un asunto que a la Iglesia tanto le quema como le resbala. Es cierto que el papá Francisco clamó contra ella y hasta ordenó la apertura de algún expediente canónico. Es verdad también que en algún sitio, Francia, por ejemplo, han pedido perdón, ¿pero lo han pedido cumpliendo las condiciones que la propia Iglesia tiene establecidas para obtenerlo? Cinco eran estas condiciones, que a mí me obligaron a aprenderme de niño y que todavía hoy, después de tantos años y tan lejos de mi última confesión, sigo recordando, ahí van: Examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. El amable lector decidirá, pero yo, la verdad, no veo por ningún lado ninguno de estos puntos. 
El Defensor del Pueblo
Ahora bien, si hay un sitio verdaderamente guay para los pederasta, este no es otro que España. No sé en otros sitios, pero en España los pederastas tienen premio. Y, además, mueren en edad avanzada y en su cama antes de que les afecte una denuncia. A título de ejemplo, les voy a citar uno: Josep María Vendrell, fallecido a los 71 años, en 2004, después de toda una vida de abusador sexual de niños. Un tipo que apestaba a "tabaco y alcohol", según afirma, Pablo, una de sus víctimas, en un suelto publicado por La Vanguardia el pasado día tres. Cómo estará la cosa de la pederastia clerical en este país que, Pablo, vecino de Valladolid, prefiere no dar sus apellidos, aunque se pueden encontrar en el Informe del Defensor del Pueblo sobre este asunto.
El tal Vendrell empezó su carrera de pederasta en 1965, cuando llegó a la parroquia de Sant Tòmas d'Aquino, en Barcelona. Las quejas y las denuncias de familiares de los niños que caían en sus manos no tardaron en llegar al arzobispado. Este actuó con celeridad y con energía: sólo tardó  en actuar cinco años, al cabo de los cuales, "¡denunció al fulano ante la justicia!" "¿Qué dice usted buen hombre? Lo trasladó a la parroquia de Santa María en Caldes d'Estrac, de la que dependía una escuela y un internado religioso, del que era el director." "¿Pero quién regía la sede arzobispal de Barcelona?" "Ahora mismo se lo digo, caballero: en 1965, don Gregorio Modrego Casaus, un franquista hasta el tuétano, y en 1970, don Marcelo González Martín, quien junto a Tarancón, le dio la vuelta a la Iglesia española para que se adaptara a la democracia sin perder ni uno solo de sus privilegios."
Como se ve, da igual la tendencia política que tengan. El actual arzobispo de la ciudad condal, don Juan José Omella Omella, de centro derecha por el Sur y extremo oscuro por el Este, afirma que el Informe del Defensor del Pueblo sobre la pederastia "es mentira, ¡mentira!, ¡mentira!" "Aporta don Juan José alguna prueba?" "¿Prueba? Ninguna, jefe, ninguna. Es mentira porque lo dice él, y punto."
Cardenal Juan José Omella
Y es que en España, los obispos, que son los encargados de perseguir la pederastia, se canchondean de ella y de las víctimas. "Y si no me cree usted, querido amigo, pregúntele al representante de todos ellos, don Luis Javier Argüello,  actual presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Valladolid, quien, atendiendo a la demanda de Jesús de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, anda pidiendo elecciones, a ver si llegan al gobierno sus amiguetes de Vox."
De esta actiud de desprecio se queja precisamente Pablo, el hombre del que, siendo un niño de sólo nueve años, abusaba el cura Vendrell. "Necesito que me pidan perdón y cumplan sus promesas de reparación.", clama. Ya te lo digo yo, Pablo: puedes esperar sentado. Tu agresor falleció, como sabes, en 2004, de modo que no te queda ni el recurso de acudir a la justicia ordinaria. 
El pobre
Y EL POBRE
Bueno, Ya lo dijo Jesús, cuando una señora o señorita le ungía los pies con ungüentos carísimos: "Los pobres los tendréis siempre con vosotros." Y, en efecto, ahí siguen. Y, por lo que se refiere a la Iglesia, ahí seguirán, que en esto sí que cumplen literalmente con el evangelio. "¡Cómo vamos a hacer nada para terminar con la pobreza!", dijo una vez el cura párroco de Venisolera de Abajo, "¿no ve que si desaparecen los pobres no podremos ejercer la caridad?"
Claro que Jesús también dijo: "... el que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas ruedas de molino que mueven los asnos y lo hundan en lo profundo del mar." "Pero ¿qué dice usted, hombre de Dios? Eso no puede leerse así", dicen los obispos españoles, "eso es una alegoría, una metáfora, un elefante volando." Y a vivir, que son dos días.

Imágenes: La de Tor Vergata, de El Debate
                 Las de Pablo VI y el pobre, de www.googleuser.com
El resto de internet






lunes, 21 de julio de 2025

UNA ANÉCDOTA

María Asquerino
Yo sé que no se trata más que de una anécdota, pero tal y como está últimamente el patio en este país, creo que es interesante contarla. 
El hecho le ocurrió a la gran actriz María Asquerino (1925-2013) y yo me voy a limitar a transcribirlo tal y como lo cuenta ella en sus Memorias, publicadas en 1985:
"Un día estaba yo sentada en la terraza del café Gijón", escribe María, situando la acción en los primeros años cincuenta del siglo pasado, "estaba con Diosdado y otros compañeros, en pleno verano; yo llevaba una traje de esos que llamaban de bañera (un vestido de tirantes) y encima tenía una torerita (especie de chaqueta o chaquetilla corta, con mangas; en verano la usaban mucho las mujeres para ir a misa, ya que no se permitía la manga corta), "pero como hacía tanto calor me la quité. En esto que pasa un cura. Un cura bajito, gordito y totalmente congestionado, quizás del calor y de la rabia que le dio verme así. Se me acerca y me ordena bajito:
-Tápese usted ahora mismo.
"Yo no salía de mi sorpresa."
-¿Qué dice usted?
-Que se tape ahora mismo o la denuncio (lo único que mostraba María eran las hombros y el escote, sin llegar al canalillo)
-¿Qué dice usted?
-Que se tape ahora mismo o la denuncio.
-No me da la gana. Denunciéme usted porque yo no me tapo, entre otras cosas, porque tampoco estoy enseñando nada.
"El tío se marchó y no hubo denuncia ni hubo nada. Pero cosas así ocurrían con frecuencia".
Terraza café Gijón hoy. Foto Nestor
La anécdota pone de relieve un aspecto significativo de lo que fue la dictadura franquista, una de las épocas más negras de la historia de este país. Pone de relieve el poder de la Iglesia española y su actitud siempre represiva en todo lo que tenía relación con el sexo, aunque fuese remotamente, mientras tanto gran parte de sus miembros vivían robando recién nacidos, abusando de niños y adolescente o abarraganados, en secreto, eso sí, aunque todo el mundo lo sabía. María Asquerino le echó valor, pero también tuvo suerte. Probablemente, el cura se arrugó ante la firmeza de María, pero hubo otros muchos casos en que una mujer, en una situación parecida, era, en efecto, denunciada y sufría el correspondiente correctivo por parte de la autoridad.
Foto internet
Anda que si el cura levantara la cabeza y viera a señoritas como esta en la playa. Pero no nos engañemos, hoy no son pocos los que quieren volver a aquella época, entre ellos, gente como Luis Argüello, presidente de la Conferencia Episcopal Española, arzobispo de Valladolid y cercano, muy muy cercano al partido fascita.

miércoles, 16 de julio de 2025

UN LEJANO PODER

Imagen de Pinterest
Hacia el año 1910, el pintor Paul Klee (1879-1940) escribió lo que sigue: "Mi mano es por entero instrumento de un lejano poder, no es mi intelecto el que lleva la batuta, sino algo diferente, algo superior y muy distante.”
Por su parte, el también pintor alemán August Macke (1887-1914) afirmaba que: “la forma constituye un misterio para nosotros, puesto que es la expresión de una serie de enigmáticos poderes, sólo ella nos permite percibir la magia secreta, captar la presencia del Díos Invisible.” Y añadiría poco después, “Hasta la materia muerta es un espíritu viviente.”
Desde que en 1882 Nietzche proclamara la muerte de Dios, el mundo del arte, el mundo de la cultura, el mundo intelectual, entraron en ebullición. En realidad, Dios llevaba mucho tiempo muerto, sin duda y a juzgar por su estruendoso silencio, desde antes incluso del famoso Big Bang, pero nadie se había atrevido a decirlo y todos vivían bajo la sombra de una ficción. Con la coartada de Dios, la religiones eran, y siguen siendo, puesto que ellas no han muerto, instrumentos creadores de un orden que beneficiaba y beneficia a una selecta minoria a costa de la sumisión y el sufrimiento de la mayoría.

Foto de Ramón Masats
 En cualquier caso, la pregunta surge de un modo espotáneo: ¿Tanto nos cuesta a los seres humanos admitir que no somos más que una minúscula y hasta ridícula partícula viviente ubicada en un mundo en perpetuo e irrefrenable cambio? ¿Tanto nos cuesta admitir que cada uno de nosotros cambiamos no año a año, sino día a día, minuto a minuto?, ¿Que nada permanece, que todo, absolutamente todo cambia? Pues parece ser que sí, porque por más que fuese una ficción, Dios constituía el Absoluto inmóvil que enmascaraba el continuo cambio y ofrecía una apariencia de estabilidad, de modo que desde la proclamación de su muerte hasta la primera guerra mundial surgieron toda clase de teorías, experiencias y movimientos tendentes a revivir la estabilidad perdida.
Foto Ramón Masats
Seguramente, el movimiento de mayor envergadura fue la Teosofía, una especie de religión sin Dios, incardinada en el ocultismo y en el esoterismo, fundada en Estados Unidos por la aristócrata rusa Helena Blavatsky (1831-1891) y el norteamericano Henry Olcott (1832-1907), como Sociedad Teosófica, aunque en 1880, ambos creadores trasladaron su sede a la India.
Gran viajera y estudiosa de las distintas religiones, Blavatsky fue antes que nada una conspicua espiritista. "Todo hombre sigue cargando en su condición corporal el sello indeleble de su modesto origen", había dicho Darwin, pero la aristócrata rusa no aceptaba la teoría de la evolución. "El hombre no pasó en ningún momento por una fase simiesca", enfatizaba. Como otros muchos, madame Blavatsky estaba convencida de la pervivencia humana más allá de la muerte. Y no sólo eso, sino que era posible comunicarse con el espíritu de cualquier persona fallecida, no importaba el lugar ni la época de su fallecimiento.
Foto Atin Aya
Blavatsky aseguraba que todas las religiones tienen en común un mismo principio fundamental, lo que se debía según ella
"a una doctrina secreta de la que todas ellas derivan." Afirmaba también que sus propuestas procedían del Tibet y, en concreto, de una misteriosa hermandad que, aunque guardaba celosamente sus conocimientos, se había avenido a facilitarle parte de los mismos. La rusa expuso los fundamentos de la Teosofía en su obra La doctrina secreta, en ella afirma que existe un "Principio eterno ilimitado e inmutable, sobre el que toda especulación es imposible" (Obsérvese la contradicción: si toda especulación es imposible sobre ese Principio, ¿cómo se sabe que es eterno, ilimatado e inmutable?);que la vida se debe a la existencia en el mundo de elementos contrarios; y que las almas, todas, se enmarcan en un "Alma universal", de cuya esencia participan. Sin embargo, tanto esta, su principal obra, como Isis sin velo, la segunda en importancia, están plagadas de plagios de textos orientales y occidentales de distintas épocas. Igualmente, parece que sus conxiones con los espíritus de los fallecidos no fueron más que fraudes. 
No obstante, como quiera que la Teosofía renegaba tanto del materialismo como del clericalismo, atrajo a numerosos intelectuales de la época que, llenos de entusiasmo, se sumaron a la nueva doctrina, intelectuales y artistas que rechazaban la idea del dios que pregonaban las religiones, pero que tampoco estaban satisfechos con el materialismo, al que acusaban de faltarle algo. (¿Pero qué? Algo, algo)
Internet
Sin duda, el más renombrado de todos ellos fue el irlandés Yeats, William Butler Yeats, gran poeta y nacionalista, premio Nobel de literatura en 1923, quien, subyugado por el ocultismo, llegó a creer incluso en la existencia real de las hadas que aparecían en los cuentos que su madre le contaba de niño.
Con todo, lo más increíble del cuento es que al día de hoy la Sociedad Teosófica no sólo no ha desaparecido, sino que se mantiene viva y con unos 27.000 miembros en todo el mundo.

viernes, 20 de junio de 2025

CIEGOS Y SORDOS

El próximo cinco de noviembre, Dios mediante, el señor Charles Clyde Taylor cumplirá noventa y cuatro años. Nacido en Montreal (Canadá) en 1931, este buen hombre de apellido inglés es antes que nada un fervoroso defensor de la provincia francófona de Quebec. Es también filósofo, pero eso después, aunque la filosofía haya sido y siga siendo su profesión. Filósofo, además, creyente, y, para más señas, cristiano. En su ya larga carrera vital, ha sido profesor de filosofía en distintas universidades, entre ellas Oxford, la más renombrada. Igualmente, ha recibido premios como, en 2007, el que otorga la Fundación Templenton, dedicado a los estudios de carácter espiritual, principalmente religiosos, o el premio Ratzinger, que otorga el Vaticano y que le entregó el papa Francisco en 2019.
La filosofía del profesor Taylor se centra en el estudio de la modernidad y los cambios que en los últimos tiempos han ido sufriendo nuestras sociedades, con especial hincapié en las formas que hasta el día de hoy ha ido adoptando la religión. El que se considera más importante de sus libros y también el más famoso es el que lleva por título Fuentes del yo: una construcción de la identidad moderna. En él y a través de un repaso de la historia, mister Taylor, ilustra al lector acerca de la evolución por la que ha ido pasando, el concepto o, mejor, la entidad del yo hasta llegar a la concepción de un yo personal en el que, siempre según nuestro filósofo, se reconoce la individuación de cada ser humano, desvinculado de la naturaleza, pero también de la tradición, la cual, sin haber pasado al estatus de obsoleta, se sitúa en un segundo plano. Platón, cómo no, San Agustín, Descartes y la Ilustración, se encuentran en las páginas del libro como apoyo a la tesis del filósofo.
Importante es también el libro Una edad secularizada, dedicado exclusivamente a la filosofía de la religión. En él trata de rebatir la tesis de Max Weber y otros, consistente en el avance de la secularización a medida que crece el progreso en ciencia, tecnología y economía, es decir, a medida que los seres humanos van superando el estado de necesidad y de inseguridad, estado en el que se debatían las sociedades premodernas y siguen debatiéndose hoy los países subdesarrollados. Libros suyos traducidos al castellano son también: Hegel, Variedades de la religión hoy, La ética de la autenticidad, Multiculturalismo y política del reconocimiento.
Bien, pues este caballero de tan larga experiencia, tan reconocido filósofo y tan cristiano, no traga a los ateos. Al respecto, entre las muchas perlas que va soltando en sus escritos y, más que probablemente, en sus clases y conferencias, destaca esta, encontrada en su libro Una edad secularizada: "Los ateos llevan una vida más pobre, una vida de algún modo menos plena que la de los creyentes." Y en una increíble parrafada añade que "los ateos ansían algo más, algo superior a lo que es capaz de ofrecer el autónomo poder de la razón, que los ateos viven ciegos y sordos a esos momentos en los que Dios irrumpe en lo real, como sucede en las obras de Dante o de Bach, o incluso en la catedral de Chartres."
Ante semejante acusación de un hombre tan sumamente célebre y celebrado, yo me pregunto: ¿Esta gente es gilipollas o, tan creyentes y piadosos como son, lo que buscan es tocar las pelotas y los ovarios? En una sociedad moderna o no, el principal problema que plantea el hombre religioso consiste en que no se conforma con serlo, sino que pretende que lo seamos todos, hasta el perro y el gato. Tiene tan introyectada la posibilidad de la salvación o la condenación eternas, que está dispuesto a llevarnos incluso a la hoguera con tal de lograr nuestra salvación. 
Porque, ¿cómo carajo (creo que este es el lenguaje que se merece un tío tan "listo"), cómo carajo sabe el eminente señor Taylor lo que pasa por la mente de un ateo para soltar semejante bellaquería? ¿En qué fuentes ha bebido? ¿A cuántos ateos ha interrogado? ¿Cuántos güisquis se había tomado antes de soltar esta parrafada? 
Para empezar, el ateo se encara sin rodeos a la "pesada carga de la vida", que señalaba con acierto Nietzsche, en tanto el creyente huye de ella refugiándose en la religión. La entereza del ateo ni siquiera la huele el hombre religioso. Ateos hay de todos los colores, no vamos a negarlo, pero, en general, el ateo actúa sin segundas intenciones trascendentales, en tanto la persona religiosa no hace nada que no sea con miras a su salvación. Un ejemplo rápido: Organizaciones como Médicos sin fronteras actúan con el único propósito de mejorar la salud de las personas en lugares traumáticos. No diré que sus miembros son ateos, pero la organización sí lo es, en cuanto que se limita a aplicar conocimientos y medios puramente científicos y humanos, sin referencia a transcendencia alguna. En cambio, grupos religiosos como los Padres Blancos, por ejemplo, y los misioneros cristianos en general, llevan escuelas y hospitales y otros bienes a países necesitados, y es evidente que con ello mejoran la vida de las personas, pero esta no es más que una excusa,  la razón última por la que lo hacen no es otra que predicar el evangelio y convertirlas y, por supuesto, siempre con la mira puesta en el otro mundo y en su salvación.
Éticamente, pues, la diferencia es brutal a favor del ateo, se ponga como se ponga don Taylor.
Otro problema de los hombres religiosos consiste en que si se dedican a la filosofía, en realidad, no filosofan, ofrecen catequesis de altura, quiero decir catequesis para personas con cierta formación. Emplean términos, fórmulas y maneras filosóficas, pero lo que hacen es endiñar a sus alumnos y a quienes los leen todo el material dogmático de su creencia. En defensa de la religión, sostienen enfáticamente que ésta y la ciencia no chocan, porque cada una busca la verdad por diferentes caminos. Y se quedan tan panchos, cuando saben de sobra que esa afirmación es falsa, porque el camino de la ciencia es el de la investigación y el conocimiento, en tanto el de la religión es la fe y ésta lo primero que exige es el rechazo de la razón. Lo dicen Agustín y Lutero y Tertuliano y tantos que esgrimen la fe como su bandera. La verdad científica exige la evidencia, la comprobación; la fe, en cambio promueve lo que llaman verdades metafísicas, que no son otra cosa que puras elucubraciones sin ningún valor real, porque no son comprobables ni mucho menos evidentes.
El individuo religioso, el creyente es necesariamente dogmático, vive en la verdad inmutable de su fe. Todas las religiones tienen establecidos sus dogmas a los que hay que acogerse porque sí, o porque es absurdo, como afirmaba Tertuliano, mandando a hacer puñetas la razón que, no lo olvidemos, también les ha sido dada por el Dios en el que creen. El ateo, pone en duda todas las certezas, las contrasta continuamente, descubre que lo que hasta hoy ha sido cierto deja de serlo, porque hay algo mejor que lo sustituye. La duda, no la certeza, es, principalmente, lo que permite avanzar a las sociedades, también en el plano moral. Lo absoluto es un fraude.
Richard Taylor
En fin, el señor Taylor puede seguir filosofando, creyendo, practicando y encontrando consuelo en su religión,  con la seguridad de que ningún ateo va a meterse en su vida ni a reprocharle que reniegue de la razón ni a acusarlo de nada. Si yo ahora me he tomado la libertad de rechazar su referencia a los ateos, puedo decir en mi descargo lo mismo que en cierta ocasión dijo Mafalda: Él fue el que empezó.

martes, 10 de junio de 2025

¿CARIDAD O JUSTICIA?

María del Rocío Hernández Soto, consejera de Salud y Consumo de la Junta de Andalucía, ha realizado hace unos días la siguiente declaración en una entrevista en 7tv: "Mi obligación es que aquella persona que no pueda o no quiera costearse un seguro privado, sepa que cuenta con un sistema sanitario público."
Casi al mismo tiempo, La Junta de Andalucía, con la participación de la Consejera de Salud, ha regalado a las hermandades rocieras 155 desfibriladores y 140 extintores. La entrega se ha realizado en el Hospital de San Juan de Dios del Aljarafe, situado en la localidad de Bormujos, un hospital privado. Propiedad, además, de una orden religiosa.
Estas son sólo dos muestras de la decidida intención de la actual Junta de Andalucía, controlada por el Partido Popular, de liquidar la sanidad pública en beneficio de la privada, pasando a ser aquélla sólo un ente de beneficencia, es decir, de caridad. La salud de la población deja así de ser un derecho para ser un negocio privado en manos de grandes empresas que ven en el enfermo no a un paciente, sino a un cliente. De este modo, los andaluces quedan divididos en los que pueden costearse la salud y los que no pueden.
El reparto
Desde cualquier punto de vista, no sólo político, esta actuación de la Junta de Andalucía y, particularmente, de la Consejera de Salud y Consumo, es un robo sin paliativos que se le hace a la población andaluza en beneficio de empresas privadas que ni siquiera son andaluzas. Porque no se trata de que con la medicina pública coexista una medicina privada, sino que a diario se traspasan fondos económicos de la sanidad pública a la privada, por vías como la del envío de pacientes para la realización de pruebas o de intervenciones quirúrgicas, con la excusa, desvergonzada excusa, de aligerar las listas de espera. Sólo en Jaén, según publicación de Jaén Hoy, en los últimos cinco años se han derivado a la sanidad privada 13.000 operaciones y más de 312.000 pruebas diagnósticas.
Una forma no tan descarada de realizar ese robo consiste en el desmantelamiento paulatino de la atención primaria, de modo que, actualmente, no se consiguen citas de menos de quince días para el médico de familia. Esta situación empuja, de una parte, a los pacientes a dirigirse a urgencias, hasta colapsarlas con dolencias que no requerirían una decisión tan extrema, pero que tampoco pueden esperar los quince días citados. De otra parte, empuja a las personas en general a abonarse a una empresa privada donde por el momento tanto la atención primaria como la especializada parece que van más rápidas. La misma intención de desmantelamiento de la sanidad pública y el mismo robo supone el regalo de medios públicos a entidades privadas, como son las hermandades rocieras. 
Hospital de Bormujos
El Estado, y en este caso la Junta de Andalucía, no realiza actividades que produzcan dinero, el que obtiene procede de los impuestos, tanto directos como indirectos, es decir, de las aportaciones que vía IRPF, IVA, etc. realizan los españoles, es, por tanto, un dinero público y el dinero público no está, no debe estar para que los políticos hagan con él el uso que les parezca. Está para su empleo exclusivo en actividades públicas. En el caso de la sanidad, el dinero de nuestros impuestos debe de ir exclusivamente a la sanidad pública, nunca, pero nunca, a la privada.
Es curioso el caso particular de la actual Consejera de Salud. María del Rocío Hernández Soto es doctora en medicina y cirugía, especialista en pediatría. Nacida en Irún en 1971, cursó la carrera en la Universidad de Sevilla, una universidad pública, en la que sólo pagaba la matrícula de cada curso, pudiendo considerarse que los estudios eran prácticamente gratuitos. Es decir, se lucró de lo público y ahora que gracias a lo público (y a su esfuerzo, pero el esfuerzo se supone siempre) consiguió situarse económicamente en un buen lugar  no tiene empacho en poner su grano de arena para la liquidación de un órgano público tan importante como la Sanidad.
¿Pero por qué, cuál es el motivo por el que la Junta de Andalucía y, en concreto la Consejera de Salud, lleva adelante una política destructiva de la calidad de vida de los andaluces, pero de manera especial de la parte menos agraciada económicamente, la mayoría.? ¿Odia esta gente a las personas con menos capacidad económica, a los pobres, en general? ¿Los temen? ¿Pretenden que no dejen de ser pobres nunca porque de este modo no desafían sus estatus?
Mucho de todo esto hay, es indudable. En educación, por ejemplo, el Plan Bolonia, actualmente en vigor, fue y es un, un ataque visceral contra las clases menos pudientes, con la coartada de unificar los estudios universitarios en toda Europa. Con esa miserable justificación, se redujeron las carreras de cinco a cuatro años, al final de los cuales, aprobadas todas las asignaturas, se consigue una licenciatura que, en realidad, no sirve para nada si no se complementa con una serie de los llamados másteres, estudios especializados cada uno de los cuales cuesta una fortuna.
Un ungüento carísimo
Pero, a mi juicio, hay algo más: Los pobres forman parte principal del universo cristiano. Gracias a ellos los cristianos pudientes pueden ejercer la caridad, virtud excelsa que consigue la tranquilidad de la conciencia sin modificar ni un ápice los desequilibrios sociales existentes, es decir, permitiendo que el pobre viva, pero sin dejar de ser pobre. En el capítulo 14 del evangelio de Marcos se ofrece una secuencia extraordinariamente clarificadora: Jesús está en Betania comiendo en casa de un tal Simón el leproso, cuando llega una mujer con un ungüento carísimo y se pone a ungirle los pies. Los discípulos protestan entre sí diciendo que ese dineral podría servir para ayudar a los pobres. Jesús los oye y dice: Dejadla. ¿Porqué la molestáis? Ha hecho una buena obra conmigo. Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis."
Esta debe ser la gran justificación que encuentran estos gobernantes, declaradamente cristianos y católicos, que hacen sus estaciones de penitencia en Semana Santa cargando con el paso de la cofradía a la que pertenecen, debe ser la gran justificación para seguir acaparando y facilitando el acaparamiento a los poderosos no sólo sin tener el más mínimo remordimiento, sino con alegría, con la sonrisa siempre en la boca. Y es que en la cultura cristiana no se contempla en ningún momento la erradicación de la pobreza.
Porque es falso, completamente falso, que el pobre lo sea porque quiere serlo o porque no hace el suficiente esfuerzo para abandonar su situación. Hay pobres porque una minoría se lleva si no la totalidad, la mayor parte del pastel que la economía general produce. Y hay pobres porque los dirigentes políticos reniegan de la justicia social con la argucia o la coartada de la caridad.
Bonilla, con su sonrisa habitual
Ahora bien, lo curioso no es que un gobierno, en este caso el de la Junta de Andalucía, destruya un servicio público tan importante como la sanidad, sino que ese gobierno haya sido votado mayoritariamente por quienes más van a sufrir la desaparición de ese servicio. A este respecto, cabe añadir que actualmente las empresas de salud privadas ofrecen primas muy atractivas para muchísimas personas, incluso en el contrato se indica que el tomador no será excluido nunca, sea cual sea su edad. En efecto, ningún cliente va a ser excluido explícitamente, pero cuando alcance la edad de la vejez será excluido por la vía de un subidón de la cuota, que el tomador no podrá abonar. Lo mismo ocurrirá si tiene la desgracia de contraer una dolencia crónica que acarree más gastos de los previstos por la empresa. De este modo, todo el que hoy, joven todavía, se acoja a una de esta pólizas se encontrará con que no tiene ni seguro privado ni seguro público. Entonces será tarde incluso para las lamentaciones.

Imágenes: Internet
Las negritas son de un servidor


viernes, 30 de mayo de 2025

¡AH, EL LIBRE ALBEDRÍO!

Leibniz (1646-1716), fue uno de los filósofos, científicos y matemáticos más importantes de los siglos XVII y XVIII. Hijo de un profesor de filosofía moral en la universidad de Leipzig, Leibniz fue un niño precoz. Su padre tenía una importante biblioteca y, con sólo ocho años, el niño dominaba, entre otras cosas, la filosofía escolástica, él mismo cuenta que con esa edad leía, entre otros, al español Suárez, con la misma facilidad o mayor con que un doctor en leyes podía leer una sentencia dictada por un juez o un recurso presentado por la fiscalía.
En matemáticas, a Leibniz se le debe el descubrimiento del cálculo infinitesimal. Durante bastante tiempo se creía que el filósofo alemán había plagiado a Newton, al que se tenía por el verdadero descubridor de dicho cálculo. Hoy se sabe que ambos, Leibniz y Newton alcanzaron su descubrimiento por separado, se sabe que Newton lo alcanzó primero, pero tardó tres años en hacerlo público, tiempo durante el cual Leibniz publicó el suyo. 
Convencido de la armonía preestablecida del universo, Leibniz recuperó la idea de las mónadas, que ya habían sostenido los griegos, especialmente los pitagóricos, quienes entendían por mónada el Uno, es decir, Dios o la Unidad Originaria. Para el filósofo alemán, la monada es una sustancia inmaterial que confiere el dinamismo al universo.
La armonía del universo incluía la de la Naturaleza en la tierra. De ella afirmaba que era el reloj de Dios. Su entusiasmo en este sentido era del tal calibre que no dudó en afirmar que el nuestro era el mejor de los mundos posibles. Y lo sostenía con el argumento de que,  de no ser así, Dios no habría creado nada, pues no puede obrar sin una razón o preferir lo menos perfecto a lo más perfecto.
Causa verdadera perplejidad que tanto filósofos como teólogos afirmen que Dios es incognoscible, que sólo podemos obtener cierto conocimiento de Él a través de sus obras y, seguidamente, leer cómo esos mismos filósofos tienen controlado a Dios, hasta el punto de asegurar que, siendo omnipotente, como afirman que es, no puede hacer lo que le salga... del alma, sino que tiene que obrar siempre con una razón y preferir lo más perfecto a lo imperfecto. Para hartarse de llorar o para mear y no echar gota, no sé, elija el posible y amable lector, según sus sentimientos. Porque cuesta lo suyo entender que un tipo tan inteligente como Leibniz soltara una frase tan rotunda, cuando cualquier mortal tiene en mente cinco o seis mundos mejores que este.
La afirmación del mejor de los mundos la hace el filósofo alemán en su libro Ensayos de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal en la sociedad. Una vez más, y no falla, cuando los filósofos hablan del mal, se refieren exclusivamente al que pueden realizar y realizan los seres humanos. Se les olvida o, más acertado, no quieren saber nada de ese mal previo a cualquier otro que consiste en la necesidad que tenemos todos los seres animados de matar para vivir, un mal que constituye el marco o el campo de juego en el que se desarrolla la vida, la esencia misma de ésta, resumible en un sólo dicho: no hay vida si no hay muerte, pero muerte violenta, ejercida por el ser que pretende vivir. Un marco anterior a la misma existencia del ser humano, prueba rotunda de que, si el mundo ha sido creado por un ser inteligente, por Dios, como quieren los creyentes, o no es omnipotente o de bueno tiene lo que un servidor de obispo de Guadalajara.
Pero obviemos este marco y aceptemos por un momento la propuesta de los filósofos. Hace bastante tiempo que se dejó atrás el concepto agustino de que el mal no existe, puesto que es sólo carencia de bien, un argumento tan pobre, tan lejos de la realidad, que cuesta creer que fuese siquiera expuesto. Hoy lo que se defiende es la libertad del ser humano para elegir o para hacer el bien o el mal, es decir, el libre albedrío. Para los filósofos teístas, la mayoría, tal libre albedrío constituye el toque divino en el ser humano y es una de las pruebas más contundentes de la existencia de Dios. Para ellos, Dios pudo haber creado al ser humano sin el libre albedrío, pero entonces:
a) Los seres humanos seríamos autómatas, especie de robot, por utilizar una idea actual.
b) Nuestros actos carecerían de mérito, puesto que actuaríamos sin una conciencia clara de lo que hacíamos
c) Un mundo en el que los seres humanos carecieran de libertad sería tan irracional como aburrido.
Bien, a la hora de hablar de libertad en los seres humanos hay que tener en cuenta algo que de igual modo obvian generalmente los filósofos y es la genética de cada individuo, su conformación neurológica y, muy especialmente, el medio en el que discurren los primerísimos tiempos de su existencia, tres condicionantes que pueden restringir bastante la libertad de elección y/o de acción de un individuo. Pero es que, además, según estudios sicológicos, parece que nuestro inconsciente va dos o tres segundos por delante de nuestro consciente en la toma de decisiones, una circunstancia que choca casi frontalmente con el concepto que tenemos de libertad.
Bueno, pues incluso olvidando estos hechos, qué clase de libertad es la que cacarean con tanto ahínco los teístas que si, pudiendo escoger un bien, usted escoge un mal (y el mal para estos grandes pensadores puede ser mismamente que un señor o señora se vayan a la cama con alguien del mismo sexo) se encontrará con un soberano castigo, eso sí, en la otra vida, la que, según ellos, empieza tras la muerte. ¿Esa libertad no es realmente una falacia? Vendría a ser algo así como si a nuestro hijo de ocho o diez años le dijéramos: Voy a salir, ahí en la mesa tienes un pastel de chocolate y  los cuadernos con la tarea del colegio, eres libre de comerte el pastel o de hacer la tarea, pero, entérate bien, como se te ocurra comerte el pastel te voy a cuajar el lomo a correazos. En esta situación, ¿puede afirmarse que este niño goza de plena libertad para obrar, que es dueño absoluto de sus actos? Pues ese es el libre albedrío que, según los creyentes, Dios nos entregó a los seres humanos. Una verdadera bicoca.
Y aún hay más. En el uso del libre albedrío el ser humano puede una vez tras otra escoger el bien, rechazando todo lo que tenga el menor indicio de mal. Es difícil, porque el mundo es como es, pero no imposible. Igualmente, puede inclinarse siempre por el mal, lo cual le resultaría, sin duda, más fácil. Pero lo que interesa resaltar es que, del mismo modo que vivimos en un mundo en el que mal y bien coexisten, podríamos vivir en un mundo en el que no existiese más que el bien o en el que no existiese más que el mal. Y ni uno ni otro tendría que ser ni más aburrido ni más divertido. En ninguno de los dos tendríamos por qué ser autómatas los seres humanos ¿O sí, señores teístas?
Porque lo curioso es que para los teístas esos mundos existen, creen en ellos profundamente, aunque parece que no son capaces de advertir su incongruencia. En efecto, según los teístas, la vida real empieza tras la muerte, y los cristianos en concreto, que son los que mejor conozco, creen firmemente en la existencia del cielo y del infierno, ambos, como todo, creaciones de Dios. Pues tanto en el cielo como en el infierno no existirá ni la sombra del libre albedrío del que el creyente disfrutó o sufrió en vida, porque en el cielo sólo de podrá practicar y, por tanto, escoger el bien, y en el infierno, el mal. Yo no sé cómo de aburrido pueda ser el cielo, pero, desde luego, en el infierno sí que no debe faltar la diversión.
Ahora bien, hay algo mucho más importante, que pone realmente en cuestión la existencia real del libre albedrío: Según los creyentes, Dios lo ve todo, sabe, porque lo está viendo, lo que va a suceder en el próximo minuto y en los próximos diez años y siempre. Sabe de antemano, lo que vamos a hacer cada uno de nosotros en cada momento. Y Dios no se equivoca, es infinitamente sabio. Por tanto, si cada movimiento nuestro ya es conocido por Dios antes de realizarlo, no podemos actuar más que como Él ha previsto, aunque creamos actuar libremente, de manera que, si existe ese Dios con todas las propiedades que se le adjudican, de qué libertad o de que libre albedrío hablamos.
No, acuerdo con lo expuesto, nuestra responsabilidad se sitúa exclusivamente en el marco de la relación entre nosotros, los seres humanos, es en este marco en el que, con las limitaciones expuestas, disponemos, en general, de la suficiente libertad como para ser responsables de nuestros actos. Pero ante ese hipotético Dios al que dicen adorar (y temer) los teístas nuestra libertad es poco más o menos cero y, por tanto, nuestra responsabilidad ninguna.


Imágenes: Pinterest



viernes, 23 de mayo de 2025

IN ARTÍCULO MORTIS

¿Os acordáis de Plácido, la película de Luis García Berlanga? Cierto día del mes de mayo, siendo yo monaguillo en la parroquia de San Pedro, como ya he contado por aquí alguna vez, se recibió el aviso de que un hombre se estaba muriendo. Inmediatamente, don Julián, el párroco, salió de su despacho y entre él y yo lo dispusimos todo para llevarle los últimos auxilios de la religión, como se decía entonces, la comunión y la extremaunción. Yo no sé cómo lo hacían, pero en un abrir y cerrar de ojos ya había cuatro hombres portando el palio y otros cuatro o seis con los faroles.
El hombre se encontraba en la posada de las Yerbas, en la calle Juramento, un lugar misterioso, para mis ojos de niño, por cuya puerta me veía obligado a pasar en muchas ocasiones, cosa que hacía acelerando el paso y sin mirar al interior. El cortejo avanzó por la calle del Poyo, siguió por Almonas y dobló por Cedaceros, para, a la derecha, entrar en Juramento, hacia cuya mitad se encontraba la posada.
Yo, que iba como siempre en cabeza, entré sin dejar de tocar la campanilla, más que para avisar, para disimular el tembleque que se estaba apoderando de mí.
Había varios huéspedes en el patio, que se apresuraron a caer de rodillas, como estaba mandado. Enseguida la dueña del establecimiento, o la encargada, o quienquiera que fuese nos llevó hasta la puerta de la habitación en la que se encontraba el enfermo. Entramos don Julián y yo, mientras los hombres con el palio y los faroles se quedaban en la puerta. En aquella España turbulenta, comida por el hambre, las chinches y los piojos, aquella habitación era el sitio más lóbrego al que yo había entrado nunca. Debía medir no más de tres metros de largo por poco más de dos y medio de ancho, carecía de ventanas al exterior, de modo que, una vez cerrada la puerta de entrada, la única luz procedía de una bombilla colgada del techo y su potencia era tan endeble que la habitación no pasaba de una penumbra mortecina, fúnebre. Una mujer, algo más joven que el hombre, quizás, aunque de aspecto pesaroso, enmohecido, cogía la mano del moribundo, con esa ternura mansa y como sobrecogida que sólo es patrimonio de los pobres.
Don Julián se desentendió del enfermo y se dirigió a la mujer
-¿Es usted su esposa? -le preguntó perentoriamente.
-No, no -respondió la mujer poco más que en un hilo de voz.
-Pero hace vida marital con él, ¿no?
-¿Vida marital? -se encogió la mujer sin atreverse a mirar al párroco- ¿Qué es eso?
-¡Qué vive usted con él! ¡Que comparte su cama!
-Sí, eso sí -susurró apenas la mujer.
-¡Pues tienen ustedes que casarse! ¡Ahora! -bramó don Julián. Y la mujer, pálida, casi gris:
-¡Casarnos! -exclamó.
-Sí no quiere ver a ese hombre en el infierno, donde arderá por toda la eternidad, porque no es posible darle los sacramentos a quien vive abarraganado.
-Sí, sí, cásenos usted, haga lo que quiera -sollozó más que respondió la mujer.
A partir de aquí, todo sucedió prácticamente igual que en la secuencia de Plácido, salvo que el ambiente era mucho más siniestro y también algo más complejo. Para empezar, se necesitaban dos testigos que conociesen a la pareja, así es que allá que salí yo en busca de nuestra guía a ver si en la posada había en aquel momento dos personas que cumpliesen la condición reclamada por don Julián. Había sólo una, un hombre.
-Pero si vas a la Corredera, en los soportales verás a varias mujeres paseando arriba y abajo, cualquiera de ellas conoce a los dos.
"Varias mujeres paseando...", si, prostitutas que tenían allí su cuartel general, viudas, más que probablemente, de algún republicano muerto en combate o represaliado durante o tras el final de la guerra, en una postguerra que no iba a terminar nunca. Era evidente que la mujer que acompañaba al moribundo era también una prostituta.
Muchas veces pasaba yo por aquella plaza, porque era uno de los dos caminos para ir desde mi casa a casa de mi abuelo, en la calle del Cister, esquina con la Cuesta del Bailío, y al centro de la ciudad. Todavía se alzaba en ella el monumental mercado de hierro que la ahogaba  casi por completo y que debió ser trasladado a otro sitio de mayor amplitud, en lugar de proceder a su derribo sin más. Con esa curiosidad morbosa, en la que no falta el temor, que suele acompañar a la adolescencia, yo pasaba por el lado de los soportales, pero por el exterior, aunque no perdía vista el interior. Por aquel entonces bullía allí un submundo brumoso, patético y, al menos para mí, atemorizador. Tipos desubicados, vagabundos de todo pelaje, rufianes, sin duda, chulos, charranes, matasiete y rajabroqueles, que acudían a las dos o tres tabernas y a las casas de comida y de huéspedes que allí se encontraban, muchos de ellos clientes de aquellas mujeres, de aspecto cansado y tristísimo y edad, casi seguro, bordeando los cincuenta o por encima de ellos.
Superando mi temor, llegué a los soportales por la calleja del Toril, y a la primera mujer que encontré le di el nombre de la que acompañaba al moribundo y le dije lo que se necesitaba, y ella, una mujerona de las más jóvenes que por allí andaban, no dudó en acompañarme.
Bien, con los testigos junto al lecho, comenzó la ceremonia. 
-Fulano de tal, ¿quieres recibir como esposa a fulanita, aquí presente, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad y, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida? 
Preguntó don Julián sin ahorrarse ni una sola de las palabras de la fórmula habitual. Yo alucinaba, era la primera vez que asistía a la celebración de un matrimonio en semejante situación, aquel hombre estaba ya más muerto que vivo ¡y el párroco le pedía ser fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad! El hombre se revolvió ligeramente en el lecho, pero no contestó. 
-¿Me has oído? ¿Me has oído? -casi bramó don Julián, más furioso que preocupado- ¿Me oyes? ¡Contéstame! ¿Quieres a esta mujer por esposa...?
-Grrrrr -brotó de la garganta del moribundo lo que, más que una respuesta, a mí me pareció un estertor de agonía
-¡Ha dicho sí! -exclamó tajante don Julián- Admitámoslo porque es lo mejor para todos. 
La pregunta entonces fue para la mujer, que seguía cogiendo la mano del enfermo. Este emitió un nuevo gruñido, más largo y profundo que el anterior, se arqueó ligeramente y cayó como derrumbado.
-Creo... Creo... que ha muerto -lloriqueo la mujer
-¡Conteste usted sí o no!
-Sí, sí -mientras las lágrimas rodaban ya mansamente por su mejillas.
-¡Yo os declaro marido y mujer! -y a los testigos-: ¡Tienen ustedes que pasar por la parroquia para firmar el acta matrimonial!
Y no hubo tiempo para más. El enfermo había muerto del todo, muerto, muerto, así es que don Julián le aplicó rápidamente los aceites de la Extremaunción y tras recordarle a los testigos que firmar aquel acta era una obligación inexcusable, salió de la habitación con el mismo ímpetu con el que había entrado, sin dirigirle ni siquiera una palabra de piedad o de conmiseración a la mujer que, según propia confesión, hacía vida marital con aquel hombre ¡sin estar casada! 





domingo, 11 de mayo de 2025

¿POR QUÉ PERMITE DIOS EL MAL?

La IA (Inteligencia Artificial) está revolucionando el periodismo, entre otras muchas cosas de esta vida nuestra tan ajetreada. Gracias a ella hoy es posible viajar en el tiempo, por decirlo así, y hasta hablar cara a cara con personajes que desaparecieron de este mundo hace cientos y hasta miles de años. Tal revolución la conocen bien en el periódico La Hora de Ahora, que se edita en la ciudad de Nueva York, en diecinueve idiomas, para satisfacer a la variada gama de sus lectores, cada día más numerosos.
En la creciente plantilla del diario destaca Horacio Pucha Pineda, un auténtico trotamundos capaz de hacerle una entrevista al Espíritu Santo en la hora de la siesta, único momento del día en que la tercera figura de la Trinidad puede procurarse algún descanso.
-Quiero dos entrevistas con la pregunta: ¿Por qué permite dios el mal?, una de ayer y otra de hoy -le encargó el director a Pucha- La comunidad de nuestros lectores anda bastante inquieta con este asunto, especialmente desde que el Trump ese quiere mandar a medio país a tomar morcilla.
-De acuerdo, jefe.
Y Horacio Pucha cogió la motocicleta, la arrancó trasteó en una pantalla que tenía en el centro del manillar y en menos de lo que se tarda en contarlo estaba el tío en Hipona, pidiendo ver a Agustín de Tagaste, el señor obispo. Una vez ante él, Horacio no se anduvo con rodeos.
-Señor obispo, ¿Por qué permite Dios el mal en nuestro mundo?
El futuro San Agustín miró al periodista con marcado desdén. 
-¿Dice usted que viene del siglo XXI?
-Y de la ciudad de Nueva York, sí
-¿Y aún se están haciendo ustedes esta pregunta?
-Ya lo ve, eminencia -respondió Pucha, no muy seguro de si a un obispo se le llamaba ya eminencia.
El futuro San Agustín, alzó la cabeza y adelantó la barbilla, en un gesto que parecía de desafío. 
-Esa pregunta, joven, no diré yo que sea una imbecilidad, pero sí que carece de sentido. ¿Sabe usted por qué? Porque el mal no existe.
-¿Cómo es eso? -preguntó inquieto Pucha.
-¡No, el mal no existe! ¡Lo único que existe es el bien! Lo que usted llama mal -añadió el señor obispo con un indudable tono de orgullo- es sólo ausencia de bien. ¡Hace más de treinta años que lo vengo diciendo!
El periodista dio un respingo y le retiró el micrófono al entrevistado.
-Muchas gracias, eminencia- con esa respuesta basta, ¿no le parece?
-Usted sabrá, joven.
-Saber, saber... Pero sí, es suficiente. Muchas gracias, de nuevo.
Y, sin más, Horacio Pucha dio media vuelta y salió a paso ligero en busca de su motocicleta. Unos minutos más tarde estaba en Madrid, para hacer una segunda entrevista, pero antes decidió dar un paseo, porque la respuesta del obispo de Hipona lo había desconcertado bastante. Caminando al albur de sus pasos, llegó a la Plaza Mayor. Allí se sentó en la terraza de la cafetería Magerit y le pidió al camarero un carajillo "doble, más bien un carajo", le dijo sonriente al camarero, "a ver si consigo dominar la carajera que llevo encima."
Y es que escuchar directamente de la boca del obispo una afirmación que Pucha había más que leído y oído, pero sobre la que nunca se le ocurrió reflexionar, lo tenía completamente apurruñado. "O sea, para que yo me entienda", murmuraba para sí, "cuando el león clava sus dientes en el pescuezo de la gacela hasta que pone fin a su vida no la está matando, sino que le está quitando un bien, el bien de la vida, y la gacela no está muerta, sólo privada de ese bien. Y ya en el colmo de la argumentación agustiniana, cuando el león devora la carne de la gacela está, obviamente obteniendo un bien. Es decir, que, según el señor obispo de Hipona, en toda esta secuencia no aparece el mal por ninguna parte, sólo el bien, por ello no se la puede calificar de dramática. ¡La madre que parió... Si Rodríguez de la Fuente levantara la cabeza!
Horacio Pucha Pineda no sabía si reír o llorar, estaba nervioso, era evidente, se rascaba la cabeza, miraba a un lado y a otro, como si temiera que alguien lo fuese siguiendo y, al fin, sin levantar la voz, estalló. ¿De veras San Agustín pensaba esto? ¿De verás el santísimo y sapientísimo obispo de Hipona creía que la gacela no sufre mal alguno? ¿De veras creía que tener que matar para vivir como tenemos que hacer todos no es un mal radical? Pues si lo creía", se dijo apurando el carajillo, "por gran filósofo que fuese era un imbécil de vuelta y media. Y si no lo creía y aquella era su forma de defender a su Dios, entonces estaba enteramente poseído por el mal.
"
Mucho más tranquilo, tras este desahogo, nuestro periodista abandonó el bar y partió a entrevistar a un tal señor Hurtado, del que, lo único que sabía es que era católico creyente y practicante, tenía siete hijos y últimamente, en su numerosas conferencias venía sosteniendo que podía demostrar la existencia de Dios, aunque, la verdad, Horacio Pucha no se había preocupado de comprobar con antelación si era cierto que lo demostraba. 
La pregunta del periodista al señor Hurtado era la misma que a San Agustín, por lo tanto, Pucha, no esperaba una respuesta diferente, quizás con matices que supusieran su actualización y nada más. 
-Dígame, señor Hurtado: ¿Por qué permite Dios el mal?
Pero el periodista se equivocaba. La respuesta del señor Hurtado no tenía nada que ver con la de San Agustín.
-Bueno, verá, no es que Dios permita el mal, no lo permite -afirmó el entrevistado, sonriendo con inequívoca jactancia-, Lo que ocurre es que Dios no quiere hacer del ser humano un esclavo o un autómata, por tanto, al crearnos, nos dotó de lo que llamamos libre albedrío, es decir, de la capacidad de actuar en todo momento libremente. Por tanto, cuando nosotros actuamos mal no puede decirse que Dios sea el responsable, los responsables somos nosotros.
Esta respuesta no desconcertó a nuestro periodista, su efecto fue el de irritarlo profundamente. Qué clase de galimatías sofístico era aquél. Pucha pensó que el tal Hurtado se burlaba de él y a punto estuvo de levantarse y meterle el micrófono entero en la boca. Consiguió contenerse y, aunque sabía que su misión debía limitarse estrictamente a formular preguntas, sin entrometerse en las respuestas, prorrumpió:
-Es usted un buen creyente y mejor practicante, ¿no es cierto, señor Hurtado?
-Soy creyente, si, creo firmemente que Jesucristo es Dios y que nos encontraremos con él en la vida verdadera, que empieza después de esta.
-O sea -se lanzó el periodista sin el menor titubeo-, que me toma usted por gilipollas.
-¿Cómo dice? -exclamó el señor Hurtado, incapaz de creer lo que acababa de oír. 
-Digo que me toma usted por gilipollas con el rollito del libre albedrío. A no ser que lo diga de verdad y entonces el gilipollas es usted.
-¿Pero cómo se atreve...?
-No lo tome usted como un insulto, sino como mera descripción -sonrió el periodista-. Verá usted, se lo explico es dos palabras: De acuerdo con su creencia, cuando usted muera irá sin duda al cielo y allí no tendrá usted ese cacareado libre albedrío, porque ¡no podrá hacer el mal! Y si, Dios no lo quiera, tiene usted algún muerto en el armario y va usted al infierno, tampoco tendrá libre albedrío, ya que allí no podrá ni pensar en hacer el bien. Por consiguiente, eso del libre albedrío no es más que un bonito cuento con el que gente como usted pretenden no tanto endulzarle la vida al personal, como mantenerlo en el estado amorfo de resignación, justificando la real existencia del mal. O lo que viene a ser lo mismo. Que el Dios en el que usted cree, pudo haber hecho un mundo en el que el mal no existiese.
-Bueno, mire, yo puedo explicarle.
-Usted, señor Hurtado, no tiene nada que explicarme, ni a mi ni a mis lectores, siga usted engatusando imbéciles y que su Dios se lo tenga favorablemente en cuenta. Buenos días.
Y ahora sí, Horacio Pucha guardó apresuradamente sus bártulos y salió deprisa, dejando al señor Hurtado con la palabra en boca. 
No obstante, Camino del periódico se preguntaba qué diría el director cuando leyera el trabajito que le llevaba.