domingo, 12 de septiembre de 2021

EL CAMINO DE KABUL

¿Pero cómo han podido triunfar los talibanes, esos "buenos terroristas, pero malos soldados"? Esto se preguntaba el pasado 16 de agosto, dos días después de la toma de Kabul, el pseudofilósofo y antiguo niño bonito francés Bernard-Henry Levy, y esta es la gran pregunta que sigue haciéndose hoy, casi un mes después, el mundo occidental.


Ocurre, para empezar, que tanto políticos como medios de comunicación en general, y desde luego los más influyentes, nos han estado engañando como engañamos a los niños con los Reyes Magos o con Papá Noel. Un refrán afgano afirma:
"Si alguien dice la verdad, dale un caballo, que lo necesita para salir huyendo." Y Bon Crowley, coronel retirado, asesor del  cuartel general de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF, por sus siglas en inglés), la misión de la OTAN en Kabul en 2013-2014, afirmaba el 3 de agosto de 2016: "La verdad rara vez era bienvenida... Todos en el ISAF querían oír sólo buenas noticias, por lo que las malas a menudo se silenciaban... Cuando intentamos expresar preocupaciones estratégicas de mayor calado sobre la voluntad, la competencia o la corrupción del Gobierno afgano estaba claro que no tenían buena acogida y que al "jefe" no le gustarían... El gobierno afgano era la mayor fuente de inestabilidad, por la corrupción."


Para los norteamericanos y el resto de las fuerzas internacionales que los seguían como los patitos a su madre, el de Kabul ha sido un camino de ida y vuelta; el de ida en plan marcha triunfal, pero el de vuelta con el rabo entre las piernas. No es la primera vez que los afganos, talibanes o no, arrojan más allá de sus fronteras a poderosos invasores. En su día, expulsaron a los mogoles y a los persas; en el siglo XIX, a los ingleses; en el XX a los rusos, y en el XXI a Estados Unidos, la mayor potencia militar del planeta, y a las fuerzas de la OTAN.
Que el de Norteamérica es un Estado belicista no creo que haya mucha gente que, a estas alturas, se atreva a ponerlo en duda. No hay problema en el mundo que les afecte directa o indirectamente que no se propongan resolverlo con la fuerza de las armas. Siempre enarbolando la falsa bandera de la defensa de los derechos humanos y de la democracia. Y no importa el partido que gobierne ni quien sea el presidente de la nación.
La intervención armada de los EE.UU. en Afganistán tiene una prehistoria, que se remonta nada menos que a 1979, cuando, en secreto, empezó a ayudar a los muyahidines que luchaban contra el régimen prosoviético de Kabul. Y justo en esta ayuda se encuentra la primera mentira, pues la versión oficial era que se había iniciado tras la invasión del país por parte de la Unión Soviética, hecho que se produjo en diciembre de 1979. Tal versión era falsa, como en entrevista concedida al Nouvel Observateur el  15 de enero de 1998 afirmaba Zhigniew Brezinski, consejero de seguridad del presidente Cárter.
"El presidente firmó la primera directiva de ayuda clandestina a los opositores al régimen de Kabul el 3 de julio de 1979", declaraba Brezinski. Fue esta ayuda, precisamente, que los servicios de inteligencia rusos detectaron de inmediato, la que produjo la intervención directa de la URSS, que se realizó en diciembre de 1979. Brezinzki sigue diciendo en la entrevista, que tras esta intervención le escribió al presidente Carter la siguiente nota: "Ahora tenemos la oportunidad de darle a la URSS su guerra de Vietnam.", nota en la que el cínico consejero de seguridad reconocía implícitamente que lo de Vietnam había sido para ellos una derrota en toda regla. 
La Unión Soviética afirmó siempre que había entrado en Afganistán debido a la ayuda de los EE.UU, pero nadie la creyó. La mentira es siempre más creíble y tiene un recorrido más largo y profundo que la verdad. Para la URSS, esta intervención, con la inevitable guerra que siguió, fue una de las piezas principales en su caída. Su retirada el 15 de agosto de 1988, propició que los talibanes gobernaran el país algún tiempo después, entre 1996 y 2001, un periodo de horror durante el que estos bestias atacaron a la cultura que consideraban foránea, recordemos las destrucción de las obras de arte, y, principalmente, a las mujeres, que son para ellos poco, pero muy poco, más que animales y que, en los tiempos modernos, no habían sido tan libres como durante el gobierno socialista pro soviético.
La intervención directa de EE.UU se produjo poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, de los que ahora se cumplen veinte años (cómo corre el maldito tiempo). 
El fantoche George Bush,  sediento de venganza, ordenó la inmediata invasión del país con la excusa de apoderarse de Bin Laden, ideólogo responsable de los atentados, que al parecer los talibanes se negaban a entregar. Con el apoyo de la OTAN, la invasión se produjo el 7 de octubre de 2001 y, para finales de año, habían tomado Kabul y expulsado a los talibanes del poder. Una operación relámpago, tras de la cual Bush cantó victoria, anunciando que a continuación se crearía un Estado democrático y liberal, al estilo americano, vamos.
Que tal canto no era más que una fanfarronería o, lo que es lo mismo, una mentira, lo prueba el hecho de que seis meses más tarde, el 17-6-2002, Donald Runsfeld, secretario de Defensa de USA decía en una de sus notas confidenciales: "Nunca conseguiremos sacar al ejército estadounidense de Afganistán, a menos que... ocurra algo que nos asegure la estabilidad. ¡Socorro!" Y el 4 de septiembre de 2003, añadía: "No tengo la información necesaria para determinar quiénes son los malos."
Diez años después, el premio nobel de la Paz Barack Obama, que durante la campaña electoral había prometido la retirada de las tropas americanas, decide el envío de 100.000 soldados de refuerzo, el mayor contingente hasta la fecha, para, otra mentira, un último ataque, porque los talibanes no sólo no habían desaparecido, sino que seguían combatiendo.
Nueve años más tarde, el 29 de febrero de 2020 se firman los acuerdos de Doha (Daqar) entre los talibanes y el gran fanfarrón y mayor embustero Donald Trump, acuerdos que constituyen una verdadera capitulación de los norteamericanos pues suponía la retirada de las tropas para finales de 2021 a cambio de la promesa de los talibanes de portarse bien. Trump no contó ni con el gobierno afgano, al que oficialmente apoyaba, ni con sus aliados. Pero ensalzó los acuerdos como un triunfo de su mandato.
Durante estos veinte años la misión democratizadora le ha costado a EE.UU. la friolera de casi dos billones de dólares. ¿Y que han conseguido con semejante esfuerzo económico? Pues que se haya producido la muerte de 160.000 afganos, según la ONU, muchos de ellos civiles; de 2400 soldados americanos y de 1500 militares de la OTAN, entre ellos, 72 españoles. Ha conseguido que el país sea al día de hoy el primer productor de opio del mundo, con el 90% de la producción mundial, que representa el 15% de su  producto interior bruto. Ha conseguido que Afganistán se convierta en una cleptocracia, esto es, un país que hasta la toma de Kabul por los talibanes, tenía un gobierno dedicado fundamentalmente al robo. Y acaban de conseguir con su derrota, la opresión nuevamente de las mujeres afganas.
¿Pero aún así, por qué han ganado los talibanes? Hay varias razones, pero fundamentalmente dos: La primera es que estaban subestimados, dando por sentado que se trataba de unos pocos y bárbaros insurgentes de la etnia pastun, situada al sur del país. Bárbaros son, pero de pocos nada: han llegado a reunir hasta 100.000 combatientes. Y tampoco son sólo pastunes, sino que están presentes en todo el país. Como ejemplo de variedad de origen, en su Consejo de Mando, compuesto por doce miembros, cuenta con un tayiko, un uzbeko y un turcomano.


La segunda razón es la enorme corrupción de todos los medios oficiales, de manera especial de la Justicia. Una Justicia corrupta, y ese es el camino que lleva buena parte de la española, no sólo ampara la corrupción, sino que la promueve. Los talibanes han sabido cubrir las deficiencias del Gobierno central respondiendo a las demandas populares de servicios públicos, entre ellos y en primer lugar todos los relacionados con la Justicia. Especialmente en las zonas rurales han ido estableciendo un sistema paralelo al gubernamental de jueces honrados que dirimen los litigios directamente con los litigantes, dictando sentencia en el curso de sólo unos días o, en los casos más delicados, de unas semanas o unos pocos meses. Tienen tres niveles de jurisdicción: tribunales de distrito, de apelación en cada provincia y supremo. Los jueces se forman en una madrasa y los que aprueban el examen final obtienen su destino en una provincia distinta a la de origen y además rotan cada cierto tiempo con el propósito de evitar el amiguismo. Han creado también un cuerpo de inspectores que comprueban la honradez de los jueces y si descubren a alguno que ha recibido dinero o regalos es destituido inmediatamente y castigado con severidad. Un usuario de este sistema en la provincia de Logar, que prefería mantener el anonimato declaraba: "Si fuera rico, apelaría a los jueces del gobierno: basta con pagar y ganas. Pero si eres pobre, los talibanes son tu única solución." A pesar de su simpleza, esta declaración lo explica todo. 

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P.S. Esta entrada constituye principalmente un resumen de la extensa y muy buena información que publica Le Monde Diplomatique en el presente mes de septiembre.

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