miércoles, 14 de julio de 2021

INCONSCIENCIA

Hacía mucho tiempo que la pax romana había llegado a su fin, el imperio se desmoronaba, se deshacía y la gente de la época, incluidos personajes cultos y de cierta relevancia no eran conscientes de que, aun con sus abundantes fallos, una civilización aceptablemente organizada y una cultura elevada estaban siendo sustituidas por la barbarie, la arbitrariedad y la grosería.
Lo cuenta Eileen Power en Gente Medieval, libro de amenísima e instructiva lectura para todos, interesados o no en el tema. Nacida en Attrinchan (Reino Unido) en 1889, hija de un corredor de bolsa de éxito, Eileen estudio en Oxford y en La Sorbona. Se dedicó a la enseñanza y llegó a ser Catedrática de Historia Económica en la Universidad de Cambridge.
En su tiempo la Historia consistía esencialmente en un relato de los avatares políticos y guerreros, es decir, una historia de los personajes que movían los hilos de la política y de la guerra.
 Pero a Eileen no le interesaban ni los grandes personajes ni, en general, los movimientos y las intrigas de la alta política. Mujer de gran sensibilidad, le preocupaban sobre todo tres asuntos: la historia social, la historia económica y la historia de la mujer, en particular, referidos los tres a la Edad Media. Eileen fue pionera en los tres campos, que a partir de ella adquirirían importancia capital en los estudios históricos. Tres libros suyos mostraron el camino a seguir por los historiadores posteriores: Conventos de monjas medievales, Mujeres medievales y Gente medieval, que he citado más arriba. Los tres están escritos buceando no en los textos de los cronistas medievales o en los documentos oficiales conservados en los archivos estatales, sino en archivos parroquiales, episcopales, conventuales, en los de los Ayuntamientos y en obras literarias, pasadas por alto por los historiadores tradicionales.
Eileen narra las peripecias de personajes de distintos momentos de la Edad Media que, aunque relevantes en algunos casos, están alejados de la política, como, por ejemplo, Marco Polo, o si participan de ella, lo que Eileen estudia no es esta participación, sino su quehacer cotidiano, así como sus preocupaciones vitales, ofreciendo un cuadro esencial para comprender cómo era la vida en la época referenciada, porque, además, no se limita a narrar, sino que, al mismo tiempo, reflexiona y le expone al lector para su juicio las conclusiones a las que llega.
En el apartado referido a la caída del imperio romano, pues el libro abarca distintos momentos de la misma época, Eileen echa mano de cuatro personajes cuyas vidas transcurren entre los siglos IV y VI. Los cuatro viven en La Galia. El primero de ellos Magnus Decimius Ausonio, que vivió en las postrimerías del siglo IV y, entre otras cosas, fue cónsul y profesor en Burdeos. Terrateniente de cierta envergadura, es autor de un interesante poema en el que describe bucólicamente la ciertamente bucólica región del Mosela en la que tenía su finca, sin advertir y, por tanto, sin mencionar que en el 357 los bárbaros habían cruzado la frontera del Rin y acampaban a orillas del río, después haber saqueado cuarenta y cinco ciudades.
En el siglo V vive Sidonio Apolinar (431-479), que fue obispo de Clermont, en la Auvernia, cuando ya hay reinos bárbaros establecidos en España y en parte de La Galia y Roma ha sido saqueada. Pues todavía cree Apolinar que el imperio superará estas pruebas y se recuperará, como se deduce fácilmente de las cartas que escribió entre el 460 y 470, en alguna de ellas muestra su escándalo porque el Imperio no le enviaba ayuda para detener a los bárbaros que se acercaban a Clermont.
Los otros dos personajes vivieron a caballo de los siglo V y VI, cuando ya toda La Galia la ocupan los francos. Fortunato, que fue obispo de Poitiers, era un aristócrata de origen italiano establecido en La Galia, gran viajante y amigo de tanto de galorromanos como de condes bárbaros. Escribió versos en latín, siendo considerado el último de los poetas latinos.
Finalmente, Gregorio de Tours, célebre autor de una Historia de los francos, cuenta cómo, a pesar del reinado de tipos tan terribles y fieros como Chilperico o Fredegunda, en las ciudades los teatros están llenos de ciudadanos todavía teóricamente romanos y los galorromanos pudientes siguen organizando suculentos banquetes para sus amigos en sus villas romanas, hablando de literatura latina o jugando al tenis, sin advertir que aquel modo de vida tradicional ya no era más que una cáscara de un fruto que había desaparecido y no volvería jamás.
Son variadas las causas que los historiadores ofrecen de la caída del imperio romano, pero todas ellas, al menos en forma de síntomas, estaban ya presentes en la época de estos personajes. Muy resumidas, algunas de tales causas, las más importantes, son las siguientes:
1.- La fuerza, el coraje, la disciplina y el entusiasmo de los tiempos antiguos, habían sido sustituidos por la melancolía del desencanto, por una suicida dejadez moral, por un hedonismo que pretendía abarcar todos los órdenes y momentos de la vida.
2.- Ya desde Augusto se venía produciendo una caída de la natalidad cada vez más importante, que acabaría reduciendo el número de soldados romanos, bastión principal del Imperio. El mismo Augusto dictó varias leyes que perseguían el aumento de la natalidad, sin resultado.
3.- Al haber cada vez menos soldados, llegó el momento en que ya no era posible mantener el rígido control de las fronteras y los bárbaros las pasaban con facilidad. Roma no encontró otra solución que incorporar a su ejército masas cada vez más importantes de bárbaros.
3.- Las grandes fortunas evadían el pago de impuestos, los cuales recaían exclusivamente en las clases inferiores. Al disminuir el número de ciudadanos, sin que lo hicieran al mismo tiempo las necesidades del imperio, dichos impuestos resultaron cada vez más gravosos.
4.- Tan gravosos que, incapaces de mantener sus pequeñas fincas, labradores hasta entonces libres, pasaban a ser siervos de los grandes señores, en número creciente por días.
5.- Las incursiones bárbaras, que durante un tiempo se limitaron a hacerse con un buen botín y a regresar a sus bases, produjeron la fractura del comercio así como la de la economía de las ciudades. En éstas el número de desocupados era cada día mayor. Las autoridades trataban de evitar el descontento con pan y circo.
6.- El cristianismo empujaba con su doctrina de la resignación, el rechazo de este mundo y la esperanza en la otra vida donde a los bautizados les esperaba el paraíso. 
7.- Como consecuencia de una situación que cegaba todas las perspectivas de futuro, creció de forma alarmante el número de célibes, lo que hacía que la natalidad disminuyera aún más.
Leyendo a Eileen sorprenden las similitudes que  existen entre aquella época y la actual en los países desarrollados, que, haciendo abstracción de los progresos tecnológicos, bien pueden equiparase en su conjunto con el imperio romano. Por lo menos, los síntomas no pueden ser más semejantes. También la natalidad desciende de modo alarmante; las grandes fortunas evaden los impuestos, los cuales recaen principalmente sobre las clases falsamente llamadas medias; con las leyes neoliberales, los trabajadores en general están convirtiéndose rápidamente en siervos, si es que no en esclavos; la persecución del placer por encima de todo rige la vida, especialmente la de los más jóvenes; si ayer eran partidas de bárbaros los que asaltaban y rompían las fronteras, hoy son los inmigrantes, empujados por causas muy parecidas; si ayer el peligro para el modo de vida romano eran los bárbaros, hoy el peligro, mucho más grave, es el cambio climático. Y, aparte de que los gobiernos no toman medidas radicales, gente incluso de nivel intelectual no parece darse cuenta del peligro y todo el mundo continúa viviendo como si no pasara nada.

Imágenes de:
myhistoria.es
Wikipedia
Biografías y Vidas
Internet.
 

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