jueves, 8 de julio de 2021

EL SEGUNDO BORBÓN

De tal palo tal astilla, sostiene el refrán castellano y como todos los refranes son más las veces que acierta que la que yerra.
Lo cuenta sir James George Frazer en su instructivo y también divertido libro La rama dorada, que a pesar de haber cumplido más de cien años, aunque la edición española es de 1943, sigue teniendo plena vigencia: En sus orígenes, el rey era un muchachito agraciado elegido de entre los jóvenes por los ancianos de la tribu, al que ésta mantenía ofreciéndole lo mejor de que disponía durante todo un año, al cabo del cual el muchachito era inmolado para impetrar el favor de los dioses. 
Mucho tiempo hubo de pasar y muchas maniobras tuvieron que realizar, sucesiva y acumulativamente, aquellos reyes-víctimas propiciatorias para acabar convertido en señor absoluto de aquella misma tribu y, más tarde, de una ciudad, de un territorio, de un país y hasta de un imperio. Y además de convertirse en señor absoluto, con autoridad incluso para disponer de la vida de los que antaño disponían de la suya, este rey logró que su cargo fuera vitalicio y hereditario.
A juicio del que escribe, lo peor de la monarquía, lo más irracional y hasta increíble, teniendo en cuenta que se trata nada menos que de la jefatura del Estado, es precisamente su carácter hereditario, lo que significa que su único mérito para ocupar el cargo de rey sea el haber nacido del vientre adecuado, nada más. Es peor que irracional. Es absolutamente demencial. Y, sin embargo, todavía hoy en pleno siglo XXI la monarquía hereditaria sigue teniendo plena vigencia, a pesar de que, frente a lo que se creía en otro tiempo, esté más que aceptado que la autoridad del monarca no procede de Dios, sino del pueblo. O de un dictador que decide quien ha de ser su sucesor y un pueblo domesticado casi hasta la náusea lo acepta sin rechistar.
Bien, hecha esta aclaración, volvamos al palo y a la astilla. Si loco estaba Felipe V, el primer Borbón, su hijo, que reinaría con el nombre de Fernando VI entre 1746 y 1759, no le iba a la zaga, sólo que si en aquél la locura encontraba su sustento en el sexo y en la religión, en éste procedía de la hipocondría y de la pena.
Fernando VI era hijo de María Luisa de Saboya, que murió al poco de tenerlo. y la nueva esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, no se ocupó de él ni de su hermano mayor Luis, quien murió en 1724, con sólo quince años, apenas había empezado a reinar por abdicación de su padre. La muerte de Luis, provocada por la viruela, entonces una enfermedad casi siempre mortal, convirtió a Fernando en un niño solitario y lleno de temores, especialmente en relación con las enfermedades, de modo que antes de cumplir los dieciséis años era ya un hipocondriaco completo que freía a preguntas a los médicos de la corte, preguntas para la mayoría de las cuales lo señores doctores no tenían respuesta alguna. 
A esa edad, precisamente, Fernando contrajo matrimonio con la portuguesa María Bárbara de Braganza, un año mayor que él. Al decir de los cronistas de la época, María Bárbara era fea, muy fea, (el retrato que aparece aquí es extraordinariamente compasivo con ella) tenía el rostro picado de viruela, pero era también, y esto importaba e importa mucho más, una mujer dulce, apacible, muy culta, hablaba con corrección varios idiomas, componía música y, por lo que se sabe, era una verdadera artista como bordadora.


El matrimonio puso al descubierto un nuevo problema de Fernando: el muchacho era impotente y de nada sirvieron los remedios médicos, ni las infusiones, bebedizos y conjuros varios de los curanderos. Este problema agravó la hipocondría del futuro monarca, produciéndole los primeros trastornos mentales, nada serios todavía.
María Bárbara se entregó a su marido procurando mitigar sus desarreglos a base de mucho amor, consiguiendo que entre los dos se estableciera un vínculo que cada día se fortalecía más. Una vez en el trono, que alcanzó a los treinta y tres años, Fernando no quería saber nada del gobierno, aunque cabe decir que, al menos, puso al país en manos de ministros competentes, así la pareja se dedicaba a disfrutar de una vida apacible entre Madrid, Sevilla o La Granja de San Ildefonso.
Pero ocurrió lo peor: en el mes de agosto de 1758 moría María Bárbara, a los cuarenta y nueve años, después de una larga enfermedad de casi dos años. Y esto ya le resultó imposible de soportar a Fernando: cayó en la más honda tristeza, de ésta pasó a la melancolía y de la melancolía a la depresión, todo en el plazo de sólo un par de semanas.
El monarca desvariaba, a cada instante temía morir; se olvidó por completo de su aseo personal, negándose a que lo afeitaran y le cortaran el pelo; se negó a comer otra cosa que no fuera sopa, y ésta la comía de cualquiera manera, con lo que parte de ella le chorreaba por la barbilla y le caía pecho abajo. No hace falta decir que en muy poco tiempo su aspecto era el de uno de los tantos vagabundos que vagaban por el país de la época. Pero seguía siendo el rey y el Jefe del Estado, lo que, para todo aquel medianamente formado resulta tan llamativo como irritante.
Los médicos trataban de paliar su enfermedad con brebajes como la leche de burra; caldos de galápago, rana, ternera y víbora; purgantes eméticos; y otros remedios más raros todavía. Y para rematar los tratamientos, lavativas a destajo. Pero el rey se negaba a tomar ninguno de aquellos potingues y mucho más a que nada invadiera su real ano.
La prueba definitiva de que la dolencia que padecía era sumamente grave la dio Fernando cuando dejó de asistir a misa los días de precepto. Para entonces, ya no padecía sólo una depresión, sino que estaba completamente loco: sufría ataques de cólera durante los cuales pegaba a los criados; en varias ocasiones trató de suicidarse; como los médicos se lo negaban, les pedía a sus ministros que le facilitaran un veneno.
Añoraba a su esposa. No podía vivir sin ella. Y así, agotado, en los puros huesos y revolcándose en sus excrementos, falleció un año después que María Bárbara, en agosto de 1759 y exactamente a la misma edad que ella: cuarenta y nueve años.

Fuente:
Historia de la locura en España.- Enrique González Duro.
Introducción a la Historia de España.- Ubieto/Reglá/Jover y Seco.

Imágenes:
Caricatura de Fernando VI.- Gallego y Rey
Retrato de Fernando VI y Bárbara de Braganza.- Internet

 

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