jueves, 13 de mayo de 2021

TABERNA SALINAS

 

               

          

                                       Taberna Salinas


    Recuerdo que tenía las sienes de caoba,

    recuerdo más: sus labios de ceniza, sus mejillas

    de cera y el brillo de los ojos

    como una flor de pétalos ardientes.

    Fueron sus manos grandes las que me conmovieron:

    eran manos de hombre convencido de serlo,

    manos para el consuelo y para la torpeza.

    La luz de una bombilla naufragaba en las sombras

    de la sala y el silencio –una aguja de vidrio–,

    penetraba impasible hasta el fondo del pecho.

    Luego, mientras cantaba,

    con el codo levemente apoyado

    en la vieja madera de la barra,

    mientras cantaba digo –sus voz de espinas rojas,

    el lamento desnudo que desgarraba el aire,

    el quejido inasible– mientras cantaba,

    yo descubrí que el tiempo no era el río que nos lleva

    ni el ácido implacable que abrasa nuestras células,

    sino una inmensa cúpula de mármol luminoso

    bajo la cual giraban perpetuas las estrellas.

    Hace ya… Yo era un muchacho entonces

    y el mundo siguió andando.

    El mundo, no hace falta decirlo,

    no se detiene nunca.

    El agua que ahora pasa sin fin bajo los puentes

    ya no es la misma agua.

    Todo se deshilacha, todo claudica y muere.

    Pero sé que en el valle adonde van

    las noches cuando las vence el día

    hay una que cruzó la línea de lo eterno,

    aquella que imborrable conservo en la memoria.


De: Mi patria 

Propiedad del autor.


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