jueves, 27 de mayo de 2021

LA JOYA DE ÁFRICA


Al día de hoy, mayo de 2021, África sigue siendo un continente mártir, en especial el inmenso territorio subsahariano. El martirio arrancó allá por el siglo XV cuando dio comienzo la esclavitud, siguió con la colonización europea y se mantiene actualmente con la explotación de sus tierras y de sus mares. Las víctimas son, en general, los hombres y mujeres negros, y los verdugos, el hombre blanco de Europa, el norteamericano y, desde no hace mucho, también el amarillo, procedente de China, cada vez más involucrada en la obtención de las llamadas tierras raras.
En Europa y en España en particular una masa importante de la población rechaza a los inmigrantes que llegan de este continente jugándose la vida, que muchos de ellos pierden, en el Mediterráneo, en barquichuelas poco más que de juguete. No son pocos aquí los que aúllan que vienen a quitarnos el trabajo y el pan. Un conocido fascista que vomita su bilis desde su emisora de radio particular, montada gracias a la colaboración del PP, grita: "que trabajen en sus países, como hemos trabajado nosotros para conseguir lo que tenemos." Él de entrada, aparte de estos vómitos y de algunos libros igual de vomitivos, trabajar, lo que se dice trabajar, no ha trabajado jamás. En cualquier caso y aparte fascistas, que vuelven a estar en auge, nadie o casi nadie está dispuesto a echar una mirada y comprobar con sus propios ojos lo que ha pasado y lo que está pasando ahora mismo en ese continente. Por ejemplo, cómo les enviamos sin ningún control toda nuestra basura electrónica.

O cómo nos apropiamos de su oro, utilizando para su extracción hasta a niños y adolescentes, por supuesto, sin las más mínimas medidas de seguridad.

Históricamente, España, junto con Portugal, que lo inició, fue uno de los grandes países en el comercio de esclavos. Sí, sí, la católica España, aunque la Iglesia no ha condenado jamás la esclavitud, todo lo contrario, véanse las epístolas de San Pablo. A ambos países se unió muy pronto Inglaterra. Este comercio se prolongó oficialmente desde finales del siglo XV hasta el primer tercio del XIX, en que al final fue prohibido, aunque el trasiego de barcos desde África a América se prolongó más allá de la mitad del siglo.
Pero a poco de finalizar la esclavitud, se inició la colonización. En 1885, en la conferencia de Berlín, los países europeos, principalmente Alemania, Francia e Inglaterra se repartieron el continente africano a su capricho, como si allí no habitara nadie y a nadie pertenecieran sus tierras.
Uno de los territorios que entró en el lote de Alemania fue Ruanda, país que puede servir de ejemplo de lo que, en punto a sufrimiento para el continente, supuso este reparto.
Ruanda se encuentra en la región de los grandes lagos. Cuando los alemanes llegaron el territorio estaba ocupado por los pigmeos, los tutsi y los hutus. Desde el siglo XI hasta el XIX los tres grupos habían convivido sin apenas conflictos entre ellos, bajo una monarquía de carácter feudal. A pesar de que los tutsis constituían aproximadamente el 15% de la población, ocupaban el trono y los puestos más elevados de la administración, aunque apenas había diferencias económicas entre unos y otros: los pigmeos vivían de la recolección y de la caza; los tutsis eran ganaderos y los hutus agricultores. Además del territorio, los tres grupos compartían las costumbres y la lengua.


Alemania perdió el dominio de sus colonias africanas tras la primera guerra mundial, pero ello no supuso la liberación de los territorios. En 1923, la Sociedad de Naciones, antecedente de la ONU, entregó la administración de Ruanda a Bélgica. No pudieron encontrar un verdugo mejor preparado. Los belgas, que habían heredado del genocida Leopoldo II el gran país del Congo, con sus inmensas riquezas, no tenían demasiado interés en un territorio más bien pobre, de manera que decidieron no tocar de momento la administración local. Lo que hicieron fue llamar a los Padres Blancos, misioneros católicos, para que evangelizaran el país, convencidos de que, si conseguían implantar el catolicismo, la administración colonial resultaría mucho más fácil.
(Desde hace bastante tiempo me he preguntado qué derecho le asiste a la Iglesia Católica para entrometerse en las creencias, costumbres y moral de un país, de un pueblo. Pero esta es otra historia que habrá que tratar con el cuidado que requiere)
El caso es que, para esas fechas y después de tantos siglos de convivencia, entre tutsis y hutus apenas existían diferencias morfológicas; el concepto de etnia como tal había desaparecido y socialmente los grupos se organizaban en clanes.
Desde los tiempos más antiguos, cuando han llegado a un país o a un nuevo territorio, los misioneros han tratado antes de nada de convertir al rey o al jefe del lugar, sabedores de que, convertido éste, el pueblo sobre el que ejercía su autoridad le seguiría como un solo hombre. Y eso mismo hicieron también en Ruanda los Padres Blancos. Pero pincharon en hueso, pues Musanga, el rey tutsi del momento, se negó a aceptar el catolicismo. 
Terrible decisión, porque para entonces los administradores belgas, basándose en la pseudociencia de la época, se empeñaron en resucitar las etnias y hasta se atrevieron a afirmar sin el menor fundamento que los tutsis eran camitas procedentes del Nilo, que habían llegado al país buscando pastos para sus ganados y que, tradicionalmente belicosos, habían conseguido imponerse a los pigmeos y a los hutus.
Enarbolando este argumento y ante el rechazo del rey, los Padres Blancos iniciaron una campaña de desprestigio de los tutsis que no tardó en despertar en los hutus apetencias de poder que hasta aquel momento no habían experimentado. El rey Musanga fue depuesto en 1931. En 1933 los belgas cometieron la barbaridad de crear un carnet de identidad en el que figura la etnia. Por entonces se estaban produciendo ya conversiones masivas, principalmente entre los hutus y en muy poco tiempo el catolicismo sustituyó al dios local Imana, que hasta entonces había sido un elemento de enorme importancia en la cohesión social. En 1950 Ruanda fue consagrada a Cristo Rey, recibiendo por parte de los Padres el apelativo de La joya de África. Se había convertido en el país más católico del continente.
Entonces empezaron los problemas. Sintiéndose cada día más incómodos con el dominio tutsi, los hutus iniciaron, tímidos al principio, movimientos de protesta. En 1957, el entonces nuncio apostólico André Perradín animó a su secretario, el hutu Gregoire Kayabinda a que publicara el Manifiesto Bahutu y a que creara el Movimiento Social Muhutu, de cáracter católico. Este Movimiento daría lugar a la creación del Partido del Movimiento de Emancipación de Hutus, que proclamó con éxito el enfrentamiento racial.
Kayabinda se convirtió en presidente del país, tras desalojar a los tutsis, decenas de miles de los cuales fueron obligados a huir, encontrando refugio en Uganda. Con ocasión de la Cuaresma, el señor nuncio Perradín publicó una carta pastoral en la que mostraba toda la hipocresía de que es capaz de desplegar la jerarquía católica. Tras extenderse ampliamente sobre la caridad, se refiere a las razas que existen en el país y a cómo existen entre ella diferencias políticas económicas y sociales que estaban produciendo enfrentamientos. Tras esta mención claramente racista, el buen señor tiene la desfachatez de pedir un esfuerzo para lograr la concordia entre todos, concordia que los belgas junto a los Padres Blancos se habían encargado de arruinar.
En 1962 el país consiguió la independencia. Un año más tarde se produjo una primera masacre de tutsis, dirigida por las muy católicas autoridades. En 1973, mediante un golpe de Estado, el general Juvenal Habyarimana, hutu, se hace con el poder. Entre esta año y 1986, los tutsis de Uganda crean el Frente Patriótico Ruandés (FPR), al mando de Paul Kagamé. Este frente inicia en 1993 una ofensiva sobre Ruanda que no pasa de la frontera. El clima es cada vez más peligroso para tutsis que siguen en el país.
En abril de 1994 estalla al fin la tragedia. Milicias hutus, con el apoyo de las fuerzas armadas, inician una matanza sistemática de tutsis que se prologa hasta julio, tres meses de horror durante los que son asesinados alrededor de 800.000 tutsis de las maneras más terribles y aberrantes que podamos imaginar. Aldeas enteras desaparecen del mapa con niños, mujeres, ancianos y hasta ganado. Todo ello en medio del silencio internacional, de Bélgica, de la ONU y, quizás, lo más sangrante: el silencio de todos y cada uno de los países africanos.
Hoy el país vive en paz. Un tutsi lo gobierna sin ánimo alguno de revancha: Paul Kagamé, dirigente del FPR. Pero todavía los Padres Blancos, que siguen en el territorio, tienen la cara dura de sostener que están trabajando por la reconciliación. Por supuesto, el Vaticano, bajo cuya aquiescencia se llevó a cabo todo el proceso y que, igualmente, se mantuvo también en silencio durante las matanzas, hace tiempo que se lavó las manos. 

Fuentes: 
El Genocidio de Ruanda.- Jesús Sordo Medina
Un pueblo traicionado.- Inda Malveru
Sobrevivir para contarlo.- Inmaculada Llibagiza
A la conquista de África con los Padres Blancos.- Emilio Galindo.
Le Monde Diplomatique.- Febrero 2016 y mayo 2021.
Fotografías: Internet

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