miércoles, 24 de febrero de 2021

JUAN HUSS

 

Ahora no sé, porque me alejé de ella hace mucho tiempo, pero cuando yo era niño y como parte de la expiación a la que, según ella, debíamos someternos, la Iglesia tenía prohibido comer carne durante la Cuaresma, además de todos los viernes del año, en memoria de la pasión y muerte de Jesús. Pero, hecha la ley, hecha la trampa, de modo que usted podía eludir esta prohibición rascándose el bolsillo y adquiriendo una bula. Y desde aquel mismo instante podía usted comer toda la carne que quisiera.
Bulas, dinero y el espíritu del tiempo. Muchos historiadores, la mayoría, y no pocos teólogos y hasta papas han intentado e intentan justificar las barbaridades que ha cometido la Iglesia Católica a lo largo de la historia amparándose en el espíritu del tiempo. Así, cuando usted nombra a la Inquisición, por ejemplo, enseguida salta cualquiera de los elementos citados aduciendo el espíritu del tiempo: la tortura, afirman sin el menor pudor, estaba institucionalizada en aquella época, hasta el punto de que el Estado la aplicaba con mucha mayor dureza que la Inquisición. Esto es lo que vino a decir Juan Pablo II cuando con su boca más diminuta pidió perdón por la existencia de esta institución.
Pero el concepto del espíritu del tiempo es más falso que la ropa de marca que venden en los mercadillos, porque si bien es cierto que en cada momento histórico existen
ideas dominantes de carácter represivo que la sociedad acepta, no es menos cierto que en cada uno de dichos momentos han existido personas y grupos que no han dudado en rebelarse contra ideas y represiones. Así, contra las bulas en particular, que no son de ayer, y contra la riqueza y el lujo de la Iglesia, que también tienen sus siglos, se alzó generosamente Juan Huss (1369-1416) en Bohemia, nada menos que casi trescientos años antes de Lutero.
La Iglesia tiene siempre en la boca la pobreza y a los pobres. Sin fisuras apoya aquellos de sus miembros que tratan de vivir en la pobreza o confortando a los pobres con lo que llaman caridad. Tal ocurrió con San Francisco de Asís, entre los primeros, y con la madre Teresa de Calcuta, entre los segundos. Pero se revuelve como una rata acorralada cuando lo que propone cualquiera de esos miembros es erradicar dicha pobreza y, al mismo tiempo y para dar ejemplo, poner fin a la escandalosa acumulación de riquezas y al lujo de la corte papal y de la jerarquía. Así, por poner un ejemplo reciente, Vicente Ferrer tuvo que abandonar la orden de los jesuitas para poder llevar a cabo su admirable proyecto de desarrollo económico en la  India, y desde Prisciliano hasta Savonarola no son pocos los que han terminado en manos del verdugo por pretender que la Iglesia regresara a la situación de  pobreza y de economía común de los primeros tiempos.
Juan Huss fue uno de estos últimos. La Bohemia de finales del siglo XIV y principios del XV, que, bajo el reinado de Carlos IV,
había sido una de las regiones más avanzadas de Europa, atravesaba una profunda crisis, en la que resultaba realmente escandalosa la vida de lujo que se pegaba el arzobispo de Praga ZbyâcK Rajia, así como la disipación del clero checo, practicante de una simonía feroz. "Se paga por la confesión", escribiría Huss, "por la misa, los sacramentos, las indulgencias, las bendiciones, el entierro, la absolución, los rezos. Los sacerdotes siempre quieren dinero. Incluso el último céntimo que la abuela ha anudado en su pañuelo, por temor al ladrón o al bandido, tampoco quedará en sus manos: un cura fullero se apoderará de él."
Educado en el espíritu de Milic y Janov, dos teóricos que habían iniciado la crítica de esta situación, y muy influenciado por el inglés Wyclif, otro potente crítico de la Iglesia acaparadora, ostentosa y derrochona, Huss, mucho más ardiente, no podía limitarse a la mera crítica, sino que estimaba imprescindible pasar a la acción.
Desde que el 14 de marzo de 1402, en que terminados sus estudios universitarios y ordenado sacerdote subiera por primera vez al púlpito de la capilla de Belén, en sus sermones añadía su propia interpretación a la exposición de temas bíblicos, así como una crítica política, además de la eclesiástica, en la que, entre otras cosas, reivindicaba los derechos de Bohemia dentro del Sacro Imperio Romano Germánico.  De este modo, consiguió atraer rápidamente a numerosos seguidores, que si en un principio pertenecían a la burguesía, poco a poco se fueron añadiendo campesinos.
Hus formó un equipo de predicadores que iban por las distintas ciudades y aldeas, proclamando la reforma de la Iglesia y la de la sociedad, y tanto los burgueses como los aldeanos acudían en masa, alejándose de los sacerdotes tradicionales. Temeroso de una revuelta popular, el arzobispo de Praga intentó captar a Huss, pero el joven predicador no tardó en romper con él, cuando advirtió que la pretendida reforma no consistía más que en paños calientes. La revuelta estalló en 1412 contra los vendedores de indulgencias del pontífice romano. Huss estuvo siempre en contra de la violencia, no obstante, en aquel momento se alejaron de él la élite social y el rey de Bohemia Wenceslao IV, que tenía intereses económicos y políticos en el negocio de las bulas.
Huss escribió mucho, en latín los tratados de carácter teológico y en checo los sermones de la capilla de Belén. A partir de su ruptura con el arzobispo toda su producción fue ya en checo. En este idioma tradujo la Biblia. Como se sabe, hasta tiempos muy recientes la Iglesia ha estado en contra de la traducción de los textos sagrados a idiomas vernáculos, poner al alcance de la gente dichos textos arrebataba a los clérigos buena parte de su aureola de brujos de la tribu, por lo que dicha traducción, una de las primeras llevadas a cabo, irritó soberanamente a la jerarquía eclesiástica.
Huss fue invitado a exponer sus ideas en el concilio de Constanza y el reformador checo aceptó, a pesar del riesgo que corría y a los avisos de sus partidarios. Llevaba un salvoconducto del emperador Segismundo, que no le sirvió de nada, porque tan pronto como llegó fue apresado y poco después quemado en una hoguera. Pero si los jerarcas eclesiásticos pensaron que así acababan con la revuelta no podían estar más equivocados: los seguidores de Huss prosiguieron la reforma, que culminaría en una verdadera revolución en Bohemia.

P.S. Datos de: 
       La revolución Husita.-Joseph Macek
    Occidente durante los siglos XIV y XV.- Jacques Heers.
       Historia concordada de los concilios ecuménicos.- José Delgado Sánchez


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