Gente de las montañas y gente de los llanos,
jornaleros del campo, manigeros, lampistas,
carpinteros que abrazáis la madera lo mismo que a una amante,
quincalleros, alfayates, alarifes,
campeones del hierro y de la fragua,
escuchad,
escuchad.
Caballeros de pluma en el bigote y sombrero en la nuca,
dueños de los estadios donde se rompen la camisa
gigantes de la esfera,
tribunos de la cruz y del cadalso,
señores de las cumbres donde llueven doblones
como espigas de trigo,
escuchad.
Latinistas fogosos bajo cuyo chaleco
guardáis celosamente papiros de avellana,
estudiantes del verbo y de la carne,
siempre cargados con vuestras cantimploras de ilusiones,
amigos del trueno y la metralla,
chamarileros de todas las especies,
escuchad.
Novios de las marismas cuyas pupilas se dilatan
como pequeños soles con el olor de los duraznos,
amigos de la infancia que aún llevo en la memoria,
damas recién coronadas en el altar de los suspiros,
permitidme que invoque la voz del viejo Whitman
y escuchad,
escuchad:
esta mañana ha muerto un hombre,
yo he visto su cadáver mecido por las olas
de un mar de menta y nieve,
tenía la piel del color de la noche
y sonreía,
tenía la boca rota
y sonreía, le faltaban los dedos de la mano derecha
y sonreía,
en el tobillo izquierdo mostraba la marca de una argolla de hierro
y sonreía,
sonreía.
De: Memorial africano
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