lunes, 22 de febrero de 2021

APELATIVOS FEMENINOS

 

Con su sociedad estamental, que situaba a los individuos en compartimentos estancos, los hombres y mujeres de la Edad Media fueron muy proclives a detallar minuciosamente oficios, actividades, actitudes, etc.
En esta época, en España se estaba produciendo un choque continuo entre el cristianismo y el islam. Con avances y retrocesos, lo cierto es que los cristianos conquistaban cada vez nuevos territorios que hasta aquel momento formaban parte de Al-Andalus. Ahora bien, de nada servían tales conquistas si no se consolidaban con la creación de asentamientos, o con la repoblación de los núcleos urbanos de los que había huido la población islámica. Sin embargo, tales territorios o villas eran lugares peligrosos, porque se convertían en frontera, en muchas ocasiones, de larga duración por los avatares de los reinos cristianos.
En esta situación, las mujeres tuvieron un importante protagonismo, pues sin ellas jamás se hubiera conseguido fijar a la población en los nuevos lugares. Los historiadores dan cuenta a menudo del valor de los hombres que conquistaron y vivieron en tales sitios. Se citan dichos, como el que dice: mata a un hombre y vete a Olvera, pueblo hoy de la provincia de Cádiz, famoso entonces porque constituía un frontera tan peligrosa que los monarcas habían promulgado una norma por la cual nada se le preguntaba al hombre que decidía vivir en semejante lugar. Pero hasta fecha muy reciente y casi siempre por boca de mujeres, los historiadores han callado que el mismo valor o más, puesto que carecían de armas para defenderse, mostraban las mujeres que se disponían, igualmente, a vivir en fronteras a menudo fluctuantes, pues sin ellas los hombres no hubiesen permanecido allí ni medio día.
Debemos a Heath Dillard, que ha estudiado a fondo el asunto, los apelativos que recibieron las mujeres una vez asentadas en los nuevos territorios:
Las que vivían en una villa eran llamadas villanas. Si, además, eran propietarias de una casa se las denominaba vecinas. Si vivían alquiladas por tiempo, moradora, pero si eran huéspedes de paso, alberguera. A las mujeres que vivían en aldeas y eran propietarias de viviendas se las llamaba solariegas, y collazas o vasallas a las que trabajaban para un propietario.
Manceba de cabellos, era la mujer púber, en edad casadera.
Mujer de tela, era la que llevaba una cofia en la cabeza. Esta prenda constituía un signo de dignidad en la que la portaba, por lo que las usaban mujeres casadas, pero también podían usarla solteras mayores y viudas.
Mujer de bendición o mujer velada era la esposa, digamos, normal, porque había otra esposa, también legítima, la casada clandestinamente, a la que se llamaba mujer jurada.
Las mujeres casadas recibían también el nombre de señora de la casa y madre de las campanas, nombres ambos que hacían referencia a su puesto en el hogar y el segundo de los cuales denominaba a la mujer más importante de aquél, la materfamilias.
La bibda, era la mujer viuda.
La barragana era la concubina de un sacerdote, de un soltero o incluso de un casado. El término derivaba de barragán, que se refería a un joven valeroso. La posición social de la barragana era comparable a la de la esposa, lo que significa que el término no tenía el carácter peyorativo que adquiriría más tarde. El amante de una mujer, sin embargo, era llamado simplemente amigo. Éste, en cambio, no tenía una posición oficial y su situación era más bien arriesgada, sobre todo si estaba casado.
Duenna y doncella, eran, respectivamente, la esposa y la hija de un caballero villano. Los caballeros no eran nobles, pero a partir del siglo XII, en Castilla, consiguieron numerosos privilegios.
Duennas fijosdalgo o infanzonas, eran las mujeres nobles, normalmente vivían en haciendas y gozaban de prerrogativas especiales.

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