martes, 10 de junio de 2025

¿CARIDAD O JUSTICIA?

María del Rocío Hernández Soto, consejera de Salud y Consumo de la Junta de Andalucía, ha realizado hace unos días la siguiente declaración en una entrevista en 7tv: "Mi obligación es que aquella persona que no pueda o no quiera costearse un seguro privado, sepa que cuenta con un sistema sanitario público."
Casi al mismo tiempo, La Junta de Andalucía, con la participación de la Consejera de Salud, ha regalado a las hermandades rocieras 155 desfibriladores y 140 extintores. La entrega se ha realizado en el Hospital de San Juan de Dios del Aljarafe, situado en la localidad de Bormujos, un hospital privado. Propiedad, además, de una orden religiosa.
Estas son sólo dos muestras de la decidida intención de la actual Junta de Andalucía, controlada por el Partido Popular, de liquidar la sanidad pública en beneficio de la privada, pasando a ser aquélla sólo un ente de beneficencia, es decir, de caridad. La salud de la población deja así de ser un derecho para ser un negocio privado en manos de grandes empresas que ven en el enfermo no a un paciente, sino a un cliente. De este modo, los andaluces quedan divididos en los que pueden costearse la salud y los que no pueden.
El reparto
Desde cualquier punto de vista, no sólo político, esta actuación de la Junta de Andalucía y, particularmente, de la Consejera de Salud y Consumo, es un robo sin paliativos que se le hace a la población andaluza en beneficio de empresas privadas que ni siquiera son andaluzas. Porque no se trata de que con la medicina pública coexista una medicina privada, sino que a diario se traspasan fondos económicos de la sanidad pública a la privada, por vías como la del envío de pacientes para la realización de pruebas o de intervenciones quirúrgicas, con la excusa, desvergonzada excusa, de aligerar las listas de espera. Sólo en Jaén, según publicación de Jaén Hoy, en los últimos cinco años se han derivado a la sanidad privada 13.000 operaciones y más de 312.000 pruebas diagnósticas.
Una forma no tan descarada de realizar ese robo consiste en el desmantelamiento paulatino de la atención primaria, de modo que, actualmente, no se consiguen citas de menos de quince días para el médico de familia. Esta situación empuja, de una parte, a los pacientes a dirigirse a urgencias, hasta colapsarlas con dolencias que no requerirían una decisión tan extrema, pero que tampoco pueden esperar los quince días citados. De otra parte, empuja a las personas en general a abonarse a una empresa privada donde por el momento tanto la atención primaria como la especializada parece que van más rápidas. La misma intención de desmantelamiento de la sanidad pública y el mismo robo supone el regalo de medios públicos a entidades privadas, como son las hermandades rocieras. 
Hospital de Bormujos
El Estado, y en este caso la Junta de Andalucía, no realiza actividades que produzcan dinero, el que obtiene procede de los impuestos, tanto directos como indirectos, es decir, de las aportaciones que vía IRPF, IVA, etc. realizan los españoles, es, por tanto, un dinero público y el dinero público no está, no debe estar para que los políticos hagan con él el uso que les parezca. Está para su empleo exclusivo en actividades públicas. En el caso de la sanidad, el dinero de nuestros impuestos debe de ir exclusivamente a la sanidad pública, nunca, pero nunca, a la privada.
Es curioso el caso particular de la actual Consejera de Salud. María del Rocío Hernández Soto es doctora en medicina y cirugía, especialista en pediatría. Nacida en Irún en 1971, cursó la carrera en la Universidad de Sevilla, una universidad pública, en la que sólo pagaba la matrícula de cada curso, pudiendo considerarse que los estudios eran prácticamente gratuitos. Es decir, se lucró de lo público y ahora que gracias a lo público (y a su esfuerzo, pero el esfuerzo se supone siempre) consiguió situarse económicamente en un buen lugar  no tiene empacho en poner su grano de arena para la liquidación de un órgano público tan importante como la Sanidad.
¿Pero por qué, cuál es el motivo por el que la Junta de Andalucía y, en concreto la Consejera de Salud, lleva adelante una política destructiva de la calidad de vida de los andaluces, pero de manera especial de la parte menos agraciada económicamente, la mayoría.? ¿Odia esta gente a las personas con menos capacidad económica, a los pobres, en general? ¿Los temen? ¿Pretenden que no dejen de ser pobres nunca porque de este modo no desafían sus estatus?
Mucho de todo esto hay, es indudable. En educación, por ejemplo, el Plan Bolonia, actualmente en vigor, fue y es un, un ataque visceral contra las clases menos pudientes, con la coartada de unificar los estudios universitarios en toda Europa. Con esa miserable justificación, se redujeron las carreras de cinco a cuatro años, al final de los cuales, aprobadas todas las asignaturas, se consigue una licenciatura que, en realidad, no sirve para nada si no se complementa con una serie de los llamados másteres, estudios especializados cada uno de los cuales cuesta una fortuna.
Un ungüento carísimo
Pero, a mi juicio, hay algo más: Los pobres forman parte principal del universo cristiano. Gracias a ellos los cristianos pudientes pueden ejercer la caridad, virtud excelsa que consigue la tranquilidad de la conciencia sin modificar ni un ápice los desequilibrios sociales existentes, es decir, permitiendo que el pobre viva, pero sin dejar de ser pobre. En el capítulo 14 del evangelio de Marcos se ofrece una secuencia extraordinariamente clarificadora: Jesús está en Betania comiendo en casa de un tal Simón el leproso, cuando llega una mujer con un ungüento carísimo y se pone a ungirle los pies. Los discípulos protestan entre sí diciendo que ese dineral podría servir para ayudar a los pobres. Jesús los oye y dice: Dejadla. ¿Porqué la molestáis? Ha hecho una buena obra conmigo. Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis."
Esta debe ser la gran justificación que encuentran estos gobernantes, declaradamente cristianos y católicos, que hacen sus estaciones de penitencia en Semana Santa cargando con el paso de la cofradía a la que pertenecen, debe ser la gran justificación para seguir acaparando y facilitando el acaparamiento a los poderosos no sólo sin tener el más mínimo remordimiento, sino con alegría, con la sonrisa siempre en la boca. Y es que en la cultura cristiana no se contempla en ningún momento la erradicación de la pobreza.
Porque es falso, completamente falso, que el pobre lo sea porque quiere serlo o porque no hace el suficiente esfuerzo para abandonar su situación. Hay pobres porque una minoría se lleva si no la totalidad, la mayor parte del pastel que la economía general produce. Y hay pobres porque los dirigentes políticos reniegan de la justicia social con la argucia o la coartada de la caridad.
Bonilla, con su sonrisa habitual
Ahora bien, lo curioso no es que un gobierno, en este caso el de la Junta de Andalucía, destruya un servicio público tan importante como la sanidad, sino que ese gobierno haya sido votado mayoritariamente por quienes más van a sufrir la desaparición de ese servicio. A este respecto, cabe añadir que actualmente las empresas de salud privadas ofrecen primas muy atractivas para muchísimas personas, incluso en el contrato se indica que el tomador no será excluido nunca, sea cual sea su edad. En efecto, ningún cliente va a ser excluido explícitamente, pero cuando alcance la edad de la vejez será excluido por la vía de un subidón de la cuota, que el tomador no podrá abonar. Lo mismo ocurrirá si tiene la desgracia de contraer una dolencia crónica que acarree más gastos de los previstos por la empresa. De este modo, todo el que hoy, joven todavía, se acoja a una de esta pólizas se encontrará con que no tiene ni seguro privado ni seguro público. Entonces será tarde incluso para las lamentaciones.

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Las negritas son de un servidor


viernes, 30 de mayo de 2025

¡AH, EL LIBRE ALBEDRÍO!

Leibniz (1646-1716), fue uno de los filósofos, científicos y matemáticos más importantes de los siglos XVII y XVIII. Hijo de un profesor de filosofía moral en la universidad de Leipzig, Leibniz fue un niño precoz. Su padre tenía una importante biblioteca y, con sólo ocho años, el niño dominaba, entre otras cosas, la filosofía escolástica, él mismo cuenta que con esa edad leía, entre otros, al español Suárez, con la misma facilidad o mayor con que un doctor en leyes podía leer una sentencia dictada por un juez o un recurso presentado por la fiscalía.
En matemáticas, a Leibniz se le debe el descubrimiento del cálculo infinitesimal. Durante bastante tiempo se creía que el filósofo alemán había plagiado a Newton, al que se tenía por el verdadero descubridor de dicho cálculo. Hoy se sabe que ambos, Leibniz y Newton alcanzaron su descubrimiento por separado, se sabe que Newton lo alcanzó primero, pero tardó tres años en hacerlo público, tiempo durante el cual Leibniz publicó el suyo. 
Convencido de la armonía preestablecida del universo, Leibniz recuperó la idea de las mónadas, que ya habían sostenido los griegos, especialmente los pitagóricos, quienes entendían por mónada el Uno, es decir, Dios o la Unidad Originaria. Para el filósofo alemán, la monada es una sustancia inmaterial que confiere el dinamismo al universo.
La armonía del universo incluía la de la Naturaleza en la tierra. De ella afirmaba que era el reloj de Dios. Su entusiasmo en este sentido era del tal calibre que no dudó en afirmar que el nuestro era el mejor de los mundos posibles. Y lo sostenía con el argumento de que,  de no ser así, Dios no habría creado nada, pues no puede obrar sin una razón o preferir lo menos perfecto a lo más perfecto.
Causa verdadera perplejidad que tanto filósofos como teólogos afirmen que Dios es incognoscible, que sólo podemos obtener cierto conocimiento de Él a través de sus obras y, seguidamente, leer cómo esos mismos filósofos tienen controlado a Dios, hasta el punto de asegurar que, siendo omnipotente, como afirman que es, no puede hacer lo que le salga... del alma, sino que tiene que obrar siempre con una razón y preferir lo más perfecto a lo imperfecto. Para hartarse de llorar o para mear y no echar gota, no sé, elija el posible y amable lector, según sus sentimientos. Porque cuesta lo suyo entender que un tipo tan inteligente como Leibniz soltara una frase tan rotunda, cuando cualquier mortal tiene en mente cinco o seis mundos mejores que este.
La afirmación del mejor de los mundos la hace el filósofo alemán en su libro Ensayos de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal en la sociedad. Una vez más, y no falla, cuando los filósofos hablan del mal, se refieren exclusivamente al que pueden realizar y realizan los seres humanos. Se les olvida o, más acertado, no quieren saber nada de ese mal previo a cualquier otro que consiste en la necesidad que tenemos todos los seres animados de matar para vivir, un mal que constituye el marco o el campo de juego en el que se desarrolla la vida, la esencia misma de ésta, resumible en un sólo dicho: no hay vida si no hay muerte, pero muerte violenta, ejercida por el ser que pretende vivir. Un marco anterior a la misma existencia del ser humano, prueba rotunda de que, si el mundo ha sido creado por un ser inteligente, por Dios, como quieren los creyentes, o no es omnipotente o de bueno tiene lo que un servidor de obispo de Guadalajara.
Pero obviemos este marco y aceptemos por un momento la propuesta de los filósofos. Hace bastante tiempo que se dejó atrás el concepto agustino de que el mal no existe, puesto que es sólo carencia de bien, un argumento tan pobre, tan lejos de la realidad, que cuesta creer que fuese siquiera expuesto. Hoy lo que se defiende es la libertad del ser humano para elegir o para hacer el bien o el mal, es decir, el libre albedrío. Para los filósofos teístas, la mayoría, tal libre albedrío constituye el toque divino en el ser humano y es una de las pruebas más contundentes de la existencia de Dios. Para ellos, Dios pudo haber creado al ser humano sin el libre albedrío, pero entonces:
a) Los seres humanos seríamos autómatas, especie de robot, por utilizar una idea actual.
b) Nuestros actos carecerían de mérito, puesto que actuaríamos sin una conciencia clara de lo que hacíamos
c) Un mundo en el que los seres humanos carecieran de libertad sería tan irracional como aburrido.
Bien, a la hora de hablar de libertad en los seres humanos hay que tener en cuenta algo que de igual modo obvian generalmente los filósofos y es la genética de cada individuo, su conformación neurológica y, muy especialmente, el medio en el que discurren los primerísimos tiempos de su existencia, tres condicionantes que pueden restringir bastante la libertad de elección y/o de acción de un individuo. Pero es que, además, según estudios sicológicos, parece que nuestro inconsciente va dos o tres segundos por delante de nuestro consciente en la toma de decisiones, una circunstancia que choca casi frontalmente con el concepto que tenemos de libertad.
Bueno, pues incluso olvidando estos hechos, qué clase de libertad es la que cacarean con tanto ahínco los teístas que si, pudiendo escoger un bien, usted escoge un mal (y el mal para estos grandes pensadores puede ser mismamente que un señor o señora se vayan a la cama con alguien del mismo sexo) se encontrará con un soberano castigo, eso sí, en la otra vida, la que, según ellos, empieza tras la muerte. ¿Esa libertad no es realmente una falacia? Vendría a ser algo así como si a nuestro hijo de ocho o diez años le dijéramos: Voy a salir, ahí en la mesa tienes un pastel de chocolate y  los cuadernos con la tarea del colegio, eres libre de comerte el pastel o de hacer la tarea, pero, entérate bien, como se te ocurra comerte el pastel te voy a cuajar el lomo a correazos. En esta situación, ¿puede afirmarse que este niño goza de plena libertad para obrar, que es dueño absoluto de sus actos? Pues ese es el libre albedrío que, según los creyentes, Dios nos entregó a los seres humanos. Una verdadera bicoca.
Y aún hay más. En el uso del libre albedrío el ser humano puede una vez tras otra escoger el bien, rechazando todo lo que tenga el menor indicio de mal. Es difícil, porque el mundo es como es, pero no imposible. Igualmente, puede inclinarse siempre por el mal, lo cual le resultaría, sin duda, más fácil. Pero lo que interesa resaltar es que, del mismo modo que vivimos en un mundo en el que mal y bien coexisten, podríamos vivir en un mundo en el que no existiese más que el bien o en el que no existiese más que el mal. Y ni uno ni otro tendría que ser ni más aburrido ni más divertido. En ninguno de los dos tendríamos por qué ser autómatas los seres humanos ¿O sí, señores teístas?
Porque lo curioso es que para los teístas esos mundos existen, creen en ellos profundamente, aunque parece que no son capaces de advertir su incongruencia. En efecto, según los teístas, la vida real empieza tras la muerte, y los cristianos en concreto, que son los que mejor conozco, creen firmemente en la existencia del cielo y del infierno, ambos, como todo, creaciones de Dios. Pues tanto en el cielo como en el infierno no existirá ni la sombra del libre albedrío del que el creyente disfrutó o sufrió en vida, porque en el cielo sólo de podrá practicar y, por tanto, escoger el bien, y en el infierno, el mal. Yo no sé cómo de aburrido pueda ser el cielo, pero, desde luego, en el infierno sí que no debe faltar la diversión.
Ahora bien, hay algo mucho más importante, que pone realmente en cuestión la existencia real del libre albedrío: Según los creyentes, Dios lo ve todo, sabe, porque lo está viendo, lo que va a suceder en el próximo minuto y en los próximos diez años y siempre. Sabe de antemano, lo que vamos a hacer cada uno de nosotros en cada momento. Y Dios no se equivoca, es infinitamente sabio. Por tanto, si cada movimiento nuestro ya es conocido por Dios antes de realizarlo, no podemos actuar más que como Él ha previsto, aunque creamos actuar libremente, de manera que, si existe ese Dios con todas las propiedades que se le adjudican, de qué libertad o de que libre albedrío hablamos.
No, acuerdo con lo expuesto, nuestra responsabilidad se sitúa exclusivamente en el marco de la relación entre nosotros, los seres humanos, es en este marco en el que, con las limitaciones expuestas, disponemos, en general, de la suficiente libertad como para ser responsables de nuestros actos. Pero ante ese hipotético Dios al que dicen adorar (y temer) los teístas nuestra libertad es poco más o menos cero y, por tanto, nuestra responsabilidad ninguna.


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viernes, 23 de mayo de 2025

IN ARTÍCULO MORTIS

¿Os acordáis de Plácido, la película de Luis García Berlanga? Cierto día del mes de mayo, siendo yo monaguillo en la parroquia de San Pedro, como ya he contado por aquí alguna vez, se recibió el aviso de que un hombre se estaba muriendo. Inmediatamente, don Julián, el párroco, salió de su despacho y entre él y yo lo dispusimos todo para llevarle los últimos auxilios de la religión, como se decía entonces, la comunión y la extremaunción. Yo no sé cómo lo hacían, pero en un abrir y cerrar de ojos ya había cuatro hombres portando el palio y otros cuatro o seis con los faroles.
El hombre se encontraba en la posada de las Yerbas, en la calle Juramento, un lugar misterioso, para mis ojos de niño, por cuya puerta me veía obligado a pasar en muchas ocasiones, cosa que hacía acelerando el paso y sin mirar al interior. El cortejo avanzó por la calle del Poyo, siguió por Almonas y dobló por Cedaceros, para, a la derecha, entrar en Juramento, hacia cuya mitad se encontraba la posada.
Yo, que iba como siempre en cabeza, entré sin dejar de tocar la campanilla, más que para avisar, para disimular el tembleque que se estaba apoderando de mí.
Había varios huéspedes en el patio, que se apresuraron a caer de rodillas, como estaba mandado. Enseguida la dueña del establecimiento, o la encargada, o quienquiera que fuese nos llevó hasta la puerta de la habitación en la que se encontraba el enfermo. Entramos don Julián y yo, mientras los hombres con el palio y los faroles se quedaban en la puerta. En aquella España turbulenta, comida por el hambre, las chinches y los piojos, aquella habitación era el sitio más lóbrego al que yo había entrado nunca. Debía medir no más de tres metros de largo por poco más de dos y medio de ancho, carecía de ventanas al exterior, de modo que, una vez cerrada la puerta de entrada, la única luz procedía de una bombilla colgada del techo y su potencia era tan endeble que la habitación no pasaba de una penumbra mortecina, fúnebre. Una mujer, algo más joven que el hombre, quizás, aunque de aspecto pesaroso, enmohecido, cogía la mano del moribundo, con esa ternura mansa y como sobrecogida que sólo es patrimonio de los pobres.
Don Julián se desentendió del enfermo y se dirigió a la mujer
-¿Es usted su esposa? -le preguntó perentoriamente.
-No, no -respondió la mujer poco más que en un hilo de voz.
-Pero hace vida marital con él, ¿no?
-¿Vida marital? -se encogió la mujer sin atreverse a mirar al párroco- ¿Qué es eso?
-¡Qué vive usted con él! ¡Que comparte su cama!
-Sí, eso sí -susurró apenas la mujer.
-¡Pues tienen ustedes que casarse! ¡Ahora! -bramó don Julián. Y la mujer, pálida, casi gris:
-¡Casarnos! -exclamó.
-Sí no quiere ver a ese hombre en el infierno, donde arderá por toda la eternidad, porque no es posible darle los sacramentos a quien vive abarraganado.
-Sí, sí, cásenos usted, haga lo que quiera -sollozó más que respondió la mujer.
A partir de aquí, todo sucedió prácticamente igual que en la secuencia de Plácido, salvo que el ambiente era mucho más siniestro y también algo más complejo. Para empezar, se necesitaban dos testigos que conociesen a la pareja, así es que allá que salí yo en busca de nuestra guía a ver si en la posada había en aquel momento dos personas que cumpliesen la condición reclamada por don Julián. Había sólo una, un hombre.
-Pero si vas a la Corredera, en los soportales verás a varias mujeres paseando arriba y abajo, cualquiera de ellas conoce a los dos.
"Varias mujeres paseando...", si, prostitutas que tenían allí su cuartel general, viudas, más que probablemente, de algún republicano muerto en combate o represaliado durante o tras el final de la guerra, en una postguerra que no iba a terminar nunca. Era evidente que la mujer que acompañaba al moribundo era también una prostituta.
Muchas veces pasaba yo por aquella plaza, porque era uno de los dos caminos para ir desde mi casa a casa de mi abuelo, en la calle del Cister, esquina con la Cuesta del Bailío, y al centro de la ciudad. Todavía se alzaba en ella el monumental mercado de hierro que la ahogaba  casi por completo y que debió ser trasladado a otro sitio de mayor amplitud, en lugar de proceder a su derribo sin más. Con esa curiosidad morbosa, en la que no falta el temor, que suele acompañar a la adolescencia, yo pasaba por el lado de los soportales, pero por el exterior, aunque no perdía vista el interior. Por aquel entonces bullía allí un submundo brumoso, patético y, al menos para mí, atemorizador. Tipos desubicados, vagabundos de todo pelaje, rufianes, sin duda, chulos, charranes, matasiete y rajabroqueles, que acudían a las dos o tres tabernas y a las casas de comida y de huéspedes que allí se encontraban, muchos de ellos clientes de aquellas mujeres, de aspecto cansado y tristísimo y edad, casi seguro, bordeando los cincuenta o por encima de ellos.
Superando mi temor, llegué a los soportales por la calleja del Toril, y a la primera mujer que encontré le di el nombre de la que acompañaba al moribundo y le dije lo que se necesitaba, y ella, una mujerona de las más jóvenes que por allí andaban, no dudó en acompañarme.
Bien, con los testigos junto al lecho, comenzó la ceremonia. 
-Fulano de tal, ¿quieres recibir como esposa a fulanita, aquí presente, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad y, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida? 
Preguntó don Julián sin ahorrarse ni una sola de las palabras de la fórmula habitual. Yo alucinaba, era la primera vez que asistía a la celebración de un matrimonio en semejante situación, aquel hombre estaba ya más muerto que vivo ¡y el párroco le pedía ser fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad! El hombre se revolvió ligeramente en el lecho, pero no contestó. 
-¿Me has oído? ¿Me has oído? -casi bramó don Julián, más furioso que preocupado- ¿Me oyes? ¡Contéstame! ¿Quieres a esta mujer por esposa...?
-Grrrrr -brotó de la garganta del moribundo lo que, más que una respuesta, a mí me pareció un estertor de agonía
-¡Ha dicho sí! -exclamó tajante don Julián- Admitámoslo porque es lo mejor para todos. 
La pregunta entonces fue para la mujer, que seguía cogiendo la mano del enfermo. Este emitió un nuevo gruñido, más largo y profundo que el anterior, se arqueó ligeramente y cayó como derrumbado.
-Creo... Creo... que ha muerto -lloriqueo la mujer
-¡Conteste usted sí o no!
-Sí, sí -mientras las lágrimas rodaban ya mansamente por su mejillas.
-¡Yo os declaro marido y mujer! -y a los testigos-: ¡Tienen ustedes que pasar por la parroquia para firmar el acta matrimonial!
Y no hubo tiempo para más. El enfermo había muerto del todo, muerto, muerto, así es que don Julián le aplicó rápidamente los aceites de la Extremaunción y tras recordarle a los testigos que firmar aquel acta era una obligación inexcusable, salió de la habitación con el mismo ímpetu con el que había entrado, sin dirigirle ni siquiera una palabra de piedad o de conmiseración a la mujer que, según propia confesión, hacía vida marital con aquel hombre ¡sin estar casada! 





domingo, 11 de mayo de 2025

¿POR QUÉ PERMITE DIOS EL MAL?

La IA (Inteligencia Artificial) está revolucionando el periodismo, entre otras muchas cosas de esta vida nuestra tan ajetreada. Gracias a ella hoy es posible viajar en el tiempo, por decirlo así, y hasta hablar cara a cara con personajes que desaparecieron de este mundo hace cientos y hasta miles de años. Tal revolución la conocen bien en el periódico La Hora de Ahora, que se edita en la ciudad de Nueva York, en diecinueve idiomas, para satisfacer a la variada gama de sus lectores, cada día más numerosos.
En la creciente plantilla del diario destaca Horacio Pucha Pineda, un auténtico trotamundos capaz de hacerle una entrevista al Espíritu Santo en la hora de la siesta, único momento del día en que la tercera figura de la Trinidad puede procurarse algún descanso.
-Quiero dos entrevistas con la pregunta: ¿Por qué permite dios el mal?, una de ayer y otra de hoy -le encargó el director a Pucha- La comunidad de nuestros lectores anda bastante inquieta con este asunto, especialmente desde que el Trump ese quiere mandar a medio país a tomar morcilla.
-De acuerdo, jefe.
Y Horacio Pucha cogió la motocicleta, la arrancó trasteó en una pantalla que tenía en el centro del manillar y en menos de lo que se tarda en contarlo estaba el tío en Hipona, pidiendo ver a Agustín de Tagaste, el señor obispo. Una vez ante él, Horacio no se anduvo con rodeos.
-Señor obispo, ¿Por qué permite Dios el mal en nuestro mundo?
El futuro San Agustín miró al periodista con marcado desdén. 
-¿Dice usted que viene del siglo XXI?
-Y de la ciudad de Nueva York, sí
-¿Y aún se están haciendo ustedes esta pregunta?
-Ya lo ve, eminencia -respondió Pucha, no muy seguro de si a un obispo se le llamaba ya eminencia.
El futuro San Agustín, alzó la cabeza y adelantó la barbilla, en un gesto que parecía de desafío. 
-Esa pregunta, joven, no diré yo que sea una imbecilidad, pero sí que carece de sentido. ¿Sabe usted por qué? Porque el mal no existe.
-¿Cómo es eso? -preguntó inquieto Pucha.
-¡No, el mal no existe! ¡Lo único que existe es el bien! Lo que usted llama mal -añadió el señor obispo con un indudable tono de orgullo- es sólo ausencia de bien. ¡Hace más de treinta años que lo vengo diciendo!
El periodista dio un respingo y le retiró el micrófono al entrevistado.
-Muchas gracias, eminencia- con esa respuesta basta, ¿no le parece?
-Usted sabrá, joven.
-Saber, saber... Pero sí, es suficiente. Muchas gracias, de nuevo.
Y, sin más, Horacio Pucha dio media vuelta y salió a paso ligero en busca de su motocicleta. Unos minutos más tarde estaba en Madrid, para hacer una segunda entrevista, pero antes decidió dar un paseo, porque la respuesta del obispo de Hipona lo había desconcertado bastante. Caminando al albur de sus pasos, llegó a la Plaza Mayor. Allí se sentó en la terraza de la cafetería Magerit y le pidió al camarero un carajillo "doble, más bien un carajo", le dijo sonriente al camarero, "a ver si consigo dominar la carajera que llevo encima."
Y es que escuchar directamente de la boca del obispo una afirmación que Pucha había más que leído y oído, pero sobre la que nunca se le ocurrió reflexionar, lo tenía completamente apurruñado. "O sea, para que yo me entienda", murmuraba para sí, "cuando el león clava sus dientes en el pescuezo de la gacela hasta que pone fin a su vida no la está matando, sino que le está quitando un bien, el bien de la vida, y la gacela no está muerta, sólo privada de ese bien. Y ya en el colmo de la argumentación agustiniana, cuando el león devora la carne de la gacela está, obviamente obteniendo un bien. Es decir, que, según el señor obispo de Hipona, en toda esta secuencia no aparece el mal por ninguna parte, sólo el bien, por ello no se la puede calificar de dramática. ¡La madre que parió... Si Rodríguez de la Fuente levantara la cabeza!
Horacio Pucha Pineda no sabía si reír o llorar, estaba nervioso, era evidente, se rascaba la cabeza, miraba a un lado y a otro, como si temiera que alguien lo fuese siguiendo y, al fin, sin levantar la voz, estalló. ¿De veras San Agustín pensaba esto? ¿De verás el santísimo y sapientísimo obispo de Hipona creía que la gacela no sufre mal alguno? ¿De veras creía que tener que matar para vivir como tenemos que hacer todos no es un mal radical? Pues si lo creía", se dijo apurando el carajillo, "por gran filósofo que fuese era un imbécil de vuelta y media. Y si no lo creía y aquella era su forma de defender a su Dios, entonces estaba enteramente poseído por el mal.
"
Mucho más tranquilo, tras este desahogo, nuestro periodista abandonó el bar y partió a entrevistar a un tal señor Hurtado, del que, lo único que sabía es que era católico creyente y practicante, tenía siete hijos y últimamente, en su numerosas conferencias venía sosteniendo que podía demostrar la existencia de Dios, aunque, la verdad, Horacio Pucha no se había preocupado de comprobar con antelación si era cierto que lo demostraba. 
La pregunta del periodista al señor Hurtado era la misma que a San Agustín, por lo tanto, Pucha, no esperaba una respuesta diferente, quizás con matices que supusieran su actualización y nada más. 
-Dígame, señor Hurtado: ¿Por qué permite Dios el mal?
Pero el periodista se equivocaba. La respuesta del señor Hurtado no tenía nada que ver con la de San Agustín.
-Bueno, verá, no es que Dios permita el mal, no lo permite -afirmó el entrevistado, sonriendo con inequívoca jactancia-, Lo que ocurre es que Dios no quiere hacer del ser humano un esclavo o un autómata, por tanto, al crearnos, nos dotó de lo que llamamos libre albedrío, es decir, de la capacidad de actuar en todo momento libremente. Por tanto, cuando nosotros actuamos mal no puede decirse que Dios sea el responsable, los responsables somos nosotros.
Esta respuesta no desconcertó a nuestro periodista, su efecto fue el de irritarlo profundamente. Qué clase de galimatías sofístico era aquél. Pucha pensó que el tal Hurtado se burlaba de él y a punto estuvo de levantarse y meterle el micrófono entero en la boca. Consiguió contenerse y, aunque sabía que su misión debía limitarse estrictamente a formular preguntas, sin entrometerse en las respuestas, prorrumpió:
-Es usted un buen creyente y mejor practicante, ¿no es cierto, señor Hurtado?
-Soy creyente, si, creo firmemente que Jesucristo es Dios y que nos encontraremos con él en la vida verdadera, que empieza después de esta.
-O sea -se lanzó el periodista sin el menor titubeo-, que me toma usted por gilipollas.
-¿Cómo dice? -exclamó el señor Hurtado, incapaz de creer lo que acababa de oír. 
-Digo que me toma usted por gilipollas con el rollito del libre albedrío. A no ser que lo diga de verdad y entonces el gilipollas es usted.
-¿Pero cómo se atreve...?
-No lo tome usted como un insulto, sino como mera descripción -sonrió el periodista-. Verá usted, se lo explico es dos palabras: De acuerdo con su creencia, cuando usted muera irá sin duda al cielo y allí no tendrá usted ese cacareado libre albedrío, porque ¡no podrá hacer el mal! Y si, Dios no lo quiera, tiene usted algún muerto en el armario y va usted al infierno, tampoco tendrá libre albedrío, ya que allí no podrá ni pensar en hacer el bien. Por consiguiente, eso del libre albedrío no es más que un bonito cuento con el que gente como usted pretenden no tanto endulzarle la vida al personal, como mantenerlo en el estado amorfo de resignación, justificando la real existencia del mal. O lo que viene a ser lo mismo. Que el Dios en el que usted cree, pudo haber hecho un mundo en el que el mal no existiese.
-Bueno, mire, yo puedo explicarle.
-Usted, señor Hurtado, no tiene nada que explicarme, ni a mi ni a mis lectores, siga usted engatusando imbéciles y que su Dios se lo tenga favorablemente en cuenta. Buenos días.
Y ahora sí, Horacio Pucha guardó apresuradamente sus bártulos y salió deprisa, dejando al señor Hurtado con la palabra en boca. 
No obstante, Camino del periódico se preguntaba qué diría el director cuando leyera el trabajito que le llevaba.

domingo, 27 de abril de 2025

DE CÓMO APRENDÍ A SUFRIR CON PACIENCIA.

Es posible que alguien recuerde todavía aquellas sandalias veraniegas de goma, de una sola pieza, con calados a la altura de los dedos y en el talón. Era un calzado sumamente barato, quizás el más barato de los que se vendían por entonces, motivo indudable por el que estuvieron de moda durante algún tiempo entre las clases más depauperadas, en un país que quince años después de la guerra continuaba en la más extenuante depauperación.
Como ya he contado por aquí, yo vivía entonces en Cartaya y como en mi casa no había nunca un duro, a lo sumo tres pesetas y eso sólo en temporadas de muy, muy corta duración, mi madre me compró una de aquella sandalias que, a la verdad, aunque fuesen de goma, tenían muy buena planta.
Cartaya, cuyos orígenes se remontan nada menos que a la época de los fenicios, aunque sus tiempos de mayor importancia histórica fueron los de Roma, era entonces una población pequeña, con un castillo, una iglesia del siglo XV, un ayuntamiento señorial y, sobre todo, con las inmensas y maravillosas playas de El Rompido, aunque eso sí, a unos once kilómetros del caserío. Yo vivía en la calle San Sebastián, cerca del río Piedras, en cuyas orillas las mareas del Atlántico habían formado una agradable y acogedora playa, tenía siete años y el colegio al que iba estaba en el otro extremo del pueblo.
Cartaya. El castlllo
¡Ah!, con qué alegría estrené las sandalias la mañana de un día que no he podido olvidar y que no olvidaré ni en el día de mi muerte: el siete de mayo de 1952, miércoles para más señas. ¡Qué bonitas eran! ¡Y qué bien se ajustaban a mis pequeños pies! Podían ser de goma, pero, una vez puestas, yo las sentía como delicados guantes de la más suave piel.
Qué bonitas eran mis sandalias, sí, pero no había andado más allá de doscientos pasos cuando empecé a experimentar lo que de verdad era aquel calzado, especialmente en el dedo meñique de ambos pies. El calado de goma coincidía exactamente con estos dedos, de modo que los bordes me iban rozando la uña produciéndome un dolor creciente que para cuando llegué al colegio era ya insoportable.
Aquel fue uno de los días más chungos que recuerdo. Parece mentira que algo tan insignificante como unas simples sandalias te lo puedan hacer pasar tan mal. Aun sentado en el pupitre, el dolor en ambos dedos no dejaba de crecer. La puta goma de la puta sandalia me habían hecho una rozadura justo sobre la uña y, aunque yo procuraba mantener inmóviles los pies,  sentía que la gomita no dejaba de clavarse y de clavarse y de clavarse.
Cuando al fin llegó la hora del final de las clases y, como todos los días, la mayoría de los niños abandonaban el colegio gritando y a la carrera, lo mismo que si escaparan de una celda de castigo, yo temblaba en la puerta, convencido de que para cuando  llegara a mi casa con aquel maldito tormento habría perdido mis dos dedos para siempre, eso sí no me desangraba por el camino con la sangre que, no me cabía duda, empezaría a manar en cuanto diera los primeros pasos. Entonces, después de meditar durante un rato, si meditación puede llamarse a la profunda duda que me carcomía, tomé una decisión radical: me quité las sandalias y me dispuse a volver a mi casa descalzo, con ellas en la mano. El calado de la goma había dejado un surco de suciedad de color negro en los dedos y en los tobillos. ¡Y de la uña de mis dedos meñiques lo que quedaba era un muñoncillo sanguinolento.
Cartaya. El Ayuntamiento
Pero aún me quedaba vivir lo mejor del día. A lo largo del recorrido, poco más de un kilómetro, no sufrí ningún otro percance, pero cuando mi madre me vio llegar descalzo, con las sandalias en la mano, no lo dudó ni un instante, montó en aquella cólera suave tan propia de su carácter, se quitó la zapatilla y me puso el culo como tambor de Semana Santa. Como yo era tan callado y apenas había dicho media palabra cuando me puse las sandalias, la pobre pensó que no me gustaban y que aquella era mi forma de rechazarlas. Sin embargo, cuando vio el estado de mis dedos creo que se asustó un poco, porque enseguida cogió una palangana con agua, me lavó los pies y me puso alcohol en las dos hermosas rozaduras. Sin la más mínima disculpa, por supuesto. Las madres de entonces no creían que tuvieran que disculparse por nada.
Además de aprender que había que sufrir con paciencia los dolores y las contrariedades que la vida me deparara, en aquella aventura perdí para siempre las uñas de mis pobres dedos.

martes, 15 de abril de 2025

LA CIENCIA IMPONE LA FE

Sostenía Séneca que "la religión es considerada por la gente del común como verdadera, por los sabios como falsa y por los gobernantes como útil."
Han pasado dos mil años y esta sentencia no sólo no ha perdido vigor, sino que hoy está más presente que nunca, si consideramos como gobernantes no sólo a los miembros de los gobiernos políticos, sino también a los capitanes de empresa, a los gobernantes de universidades y, en general, a la mayor parte de los que ocupan en este mundo posiciones de mando.
Yo no suelo ver podcasts, me aburren y me repugnan la ligereza y, al mismo tiempo, la arrogancia, con que  suelen expresarse sus protagonistas, pero ayer entré en youtube para buscar la película Con la muerte en los talones, que quería ver otra vez y que no encuentro por ningún lado, y tropecé con uno de estos podcasts que tenía por título La ciencia impone la fe. Tal título me dejó un tanto perplejo, pues no se trataba de que la ciencia probara u ofreciera argumentos que dieran pie a aceptar como real lo que la fe encierra, sino que la imponía, esto es, que la ciencia no dejaba otra salida ni resquicio que la fe. Así es que me picó la curiosidad y entré.
Bien, no se trataba de un podcast cualquiera sino del canal Creo TV, en el que un periodista (supongo) Alex Navajas, entrevistaba a un tal José Carlos González-Hurtado y hablaban, naturalmente, de ciencia y de fe. Pero, ¿quién era, quién es el tal González-Hurtado? Confieso que no lo había oído en mi vida, así es que  lo primero que hice es ponerme a investigar sobre él.
El señor González-Hurtado nació en Madrid en 1964, estudió en la Universidad Católica de Comillas, está casado y tiene siete hijos. Ha sido ejecutivo de diferentes empresas multinacionales, entre ellas Procter&Gamble y Carrefour, principalmente como especialista en marketing, desarrollo comercial e inteligencia empresarial, siempre fuera de España, de la que ha estado alejado durante algo más de treinta años. En Carrefour trabajó de 2009 a 2014. En 2011 protagonizó un mediano escándalo al descubrirse que había falsificado su curriculum, pues en él se decía que había sido presidente de Braun y sólo había sido vicepresidente. Puede parecer una minucia, pero en una empresa suele haber una importante diferencia entre presidente y vicepresidente. En el mencionado año 2014, dejó Carrefour y pasó a IRI, líder internacional en inteligencia de negocios y tecnología. En la actualidad es presidente para España de EWTN, la mayor red de medios católicos del mundo. Es, además, conferenciante con una larga experiencia en materias empresariales y, algo más sorprendente, sobre fe, razón y ciencia.
En este último territorio, el caballero afirma con absoluta contundencia y hasta no poca fanfarronería que "la ciencia demuestra la veracidad de la fe y, en consecuencia, la existencia de Dios" Últimamente ha escrito, además, un libro, cuyo título me voy a callar, porque bastante propaganda le estoy haciendo ya al señor, libro en el que, como otros por el estilo que ya existen, asegura que demuestra la existencia de Dios. ¿Y cuál es la base del tinglado argumentativo que el tipo se monta? El big bang y la segunda ley de la termodinámica, que se refiere a la entropía de los sistemas organizados, una propiedad o, mejor, despropiedad que consiste en su tendencia al desorden en los cambios de estado y/o de intercambio de calor. Esta ley sugiere que el universo tendrá un final. El señor Hurtado llega a afirmar que existe una carta de Engels a Marx en la que dice que si esta ley fuera cierta tendría que admitirse la existencia de Dios (Juro que es la primera vez en mi vida que tengo noticia de semejante carta.)
Sea como sea, la cosa no es tan sencilla. De acuerdo en que en la actualidad, el big bang es un hecho aceptado por la práctica totalidad de la ciencia, pero en cuanto al final del universo hay varias hipótesis, que arrancan del hecho cierto también de que el universo se está expandiendo y parece que cada vez a mayor velocidad. La primera de las hipótesis propone una expansión indefinida; la segunda un colapso debido a la atracción gravitatoria; y la tercera un modelo cíclico de acordeón, es decir, de expansión y contracción. O sea, en este momento no se sabe qué puede pasar. Lo que sí afirma la ciencia al día de hoy es que las especulaciones filosóficas y/o religiosas, que se cuentan por cientos, carecen por completo de base científica. Por consiguiente, ya podemos afirmar, como primicia que desarrollaremos a continuación, que el señor Hurtado carece por completo de vergüenza, y le va como anillo al dedo la cita de Séneca expuesta al principio.
No voy a seguir con argumentos, porque no los tiene y, sin duda, sería hacerle el juego al buen señor. Creo que es mucho mejor para conocer su catadura, en cuanto a conferenciante religioso y autor del libro citado, pasar directamente a exponer algunas de sus más brillantes perlas.
1.- Afirma que ya que el big bang constituye un principio tiene que haber un Principiador, es decir, Alguien que apriete el botón de encendido, o sea, un Creador, que viene a ser lo mismo, al que llamamos Dios. Lo del Principiador se lo saca el caballero de la manga, pues aunque la ciencia admite hoy la teoría del Big Bang, desconoce qué o cómo se originó. Lo que sí sabe la ciencia es que el universo existía ya, sólo que concentrado en un estado de sobrecogedoras densidad y temperatura.
2.- "Hay quinientas fuentes originales que hablan de Jesucristo como personaje histórico." Esto es rigurosamente falso. Si dudan de mi palabra, lean u oigan a Antonio Piñero.
3.- "La falta de trascendencia es la principal causa de enfermedad mental, ansiedad social y angustia existencial entre los más jóvenes." No dice de dónde saca esta dato, por lo que me temo que es otra mentira o, como mínimo, una exageración.
4.- "El 82% de los jóvenes abandona la práctica religiosa por la falsa percepción de que hay contradicción entre ciencia y Dios." Dudo yo mucho que a los jóvenes en general les interese la ciencia como para creer que hay contradicción entre ella y Dios. Pero, igualmente, ¿de dónde saca el buen señor un dato tan preciso?
5.- "Más del 95% de los premios nobel en materias científicas de los últimos cien años son teítas o religiosos." Y cita la opinión de tres de estos sabios: Arthur Compton (1892-1962): "Son raros los científicos actuales que defienden una actitud atea." Robert Millikan (1868-1953): "Para mí es impensable que un ateo real pueda ser un científico. Nunca he conocido a un hombre inteligente que no creyera en Dios." Christian Anfinsen (1916-1995): "Sólo un idiota puede ser ateo." Aparte insultos, como la opinión del último, aquí cabe decir que creer en algo no significa que ese algo exista. Y también que el  número de creyentes, aunque fuera infinito, no aumenta en nada la posibilidad de que, por la mera creencia, exista aquello en lo que creen, 
6.- "El ateísmo también es una fe." Esto no merece ni el más mínimo comentario, puesto que la fe produce siempre una religion y ¿dónde está la religión atea?
7.- "Las opiniones de los autores ateos de los últimos tiempos, palmariamente deshonestas, pretenciosas y ramplonas, que son cualquier cosa menos científicas, son las herederas del ateísmo rampante de los años treinta del siglo pasado que informaba las ideologías más criminales de la historia de la humanidad." Primero, el lenguaje descalificador, insultante y engreído ya da buena idea de la catadura moral del individuo. Pero además suelta este chaparrón y se queda tan pancho, olvidando que hay una ideología que a lo largo de la historia ha producido más muertes violentas que ninguna otra: el cristianismo, desde la persecución de los sacerdotes paganos, pasando por la Inquisición, las Cruzadas, las guerras medievales entre los propios cristianos y, más modernamente, por las que produjeron dictadores tan cristianos como Franco, Videla, Pinochet, Trujillo, Somoza, Stroessner, o Banzer, por citar unos cuantos.  
8.- Y la guinda de las guindas, relacionada con la anterior: "Sólo hay una religión cuyas verdades coinciden con lo que nos dice la ciencia, es la religión cristiana católica. La ciencia te lleva necesariamente a Dios, pero los católicos no sólo creemos que Dios existe, sino que Jesucristo es Dios y que la Iglesia Católica es la que fundó Jesucristo, de estas dos últimas verdades, la ciencia da más indicios de los que la gente cree." Estas dos últimas verdades son las que hay que demostrar, pues de la primera sólo tenemos noticia en los evangelios y en cuanto a la segunda, no son pocos los teólogos y estudiosos, como por ejemplo, Antonio Piñero, que, basándose en los textos, afirman que históricamente Jesús no fundó iglesia alguna, ni dijo que fuera Dios. Pero, aparte de esto, la tajante afirmación del caballero tiene el mismo valor que la que sostendría un musulmán con respecto a Alá y Mahoma, su profeta.
9.- Por último, no me resisto a poner una de las mejores: "Los autores ateos no son científicos." Yo, la verdad, no sé si hay o no ateos científicos, lo que sí sé es que el señor González-Hurtado ¡¡no lo es!! Pero maneja la ciencia (a su favor) mucho mejor que el conjunto de todos los premios nobel.
Hay más perlas, muchas más, pero creo que con estas son suficientes.

Fuente.- Entrevistas hechas al señor Hurtado y su web
Imágenes.- Internet

 


miércoles, 9 de abril de 2025

LORENZO Y MIGUEL ANGEL

Florencia
Florencia, una de las más importantes y más bellas ciudades de Italia, vivió un extraordinaria pujanza bajo el gobierno de los Médici durante el Renacimiento que, como se sabe, tuvo su eclosión y su mayor desarrollo en Italia. Una época en que el país estaba dividido en ciudades-Estado, al modo de la antigua Grecia, cuyos conocimientos en los campos del saber y del arte se estaban recuperando pr aquel entonces.
El fundador de la dinastía fue Cosme de Médici (1389-1464), apodado Cosme el Viejo. Nacido en el seno de una familia plebeya y sin ninguna perspectiva de promoción social, consiguió elevarse hasta lo más alto de la sociedad de su tiempo gracias a sus extraordinarias dotes políticas, económicas y humanísticas. Cuando comenzó su vida pública, Florencia estaba sometida a la tiranía de los Visconti, quienes lo hostigaron de tal modo que en 1433, temiendo por su vida, tomó el camino del exilio. No obstante, regresó al cabo de un año, gracias a la rebelión de la gente del pueblo.
Cosme de Médici
La situación había cambiado en la ciudad. Los Visconti habían caído, ahora dos familias de banqueros ejercían el control económico, los Pazzi y los Strozzi. En aquel tiempo, la Iglesia tenía aún prohibida la usura, por lo que ambas familias prestaban su dinero, muchas veces en grandes cantidades, a las monarquías, condes y señores de Europa. Cosme de Médici, que, aun en el exilio, conocía la situación, se había propuesta cambiarla, de manera que a su regreso se saltó la prohibición de que los judíos vivieran en la ciudad y se llevó con él a un grupo dedicado prioritariamente al negocio del préstamo. Tal decisión le produjo a Cosme una extraordinaria popularidad entre las capas medias y bajas de la ciudad, pues a partir de aquel momento tuvieron la posibilidad de conseguir préstamos con los que financiar sus actividades económicas, muchas veces en dificultades por falta de liquidez.
Marsilio Ficino
Gracias a aquella popularidad, que en muchos casos alcanzó el grado de fervor, Cosme consiguió acabar con la tiranía y convertirse en Gobernador de la ciudad. El primero de los Médicis era un hombre de talante liberal que, aparte de gobernar con sabia mano, fue un gran patrocinador de las artes y de las letras, circunstancia que convirtió a Florencia en un polo de atracción tanto para pintores, escultores y literatos, como hombres de ciencia. Entre otros, descubrió y protegió a Donatello y a Botticelli. Se hizo con las obras de Platón y con el Hermes Trismegisto, salvados ambos del brutal ataque a Constantinopla por parte del ejército de la Cuarta Cruzada, organizada por Inocencio IV, y le encargó su traducción a Marsilio Ficino, un hombre del Renacimiento, que era sacerdote, médico, filólogo y filósofo, traducción de la que se aprovecharon tanto los católicos florentinos como los judíos. Estos, además, eran muy apreciados como tutores y como participantes en reuniones de intelectuales y debates públicos sobre distintos asuntos. Tales hechos enfurecían a los dominicos, que tenían un convento en la ciudad, pero también al Vaticano, perfectamente informado.
Lorenzo de Médici
A Cosme le sucedió su hijo Pedro, apodado el Gotoso (1416-1469), quien pasó su vida dilapidando en fiestas de todo tipo la fortuna reunida por su padre y abandonando el cuidado de las finanzas, hasta el punto de que, aprovechando el vacío, reaparecieron los Strozzi y los Pazzi. Por suerte, Pedro tuvo dos hijos que salieron en todo a su abuelo, Lorenzo (1449-1492) y Giuliano (1453-1478). Lorenzo se hizo cargo de las finanzas con sólo veinte años, logrando recuperarlas y extenderlas. Más aún que su abuelo, Lorenzo, al que llamaron el Magnífico, no tanto por su brillantez como por su munificencia, fue el gran mecenas de las artes, las letras y las ciencias, en la Florencia del siglo XV. 
En 1471, Lorenzo viajó a Roma para asistir a la coronación del papa Sixto IV, el creador de la Capilla Sixtina. Al florentino le impresionó, sobre todo la colección de esculturas griegas y romanas que se conservaban en el Vaticano. Le impresionó de tal modo que a su regreso fundó un taller y estudio-residencia de artistas en el Jardín de San Marcos, nada menos que al lado del convento de los dominicos, cuya ojeriza contra los Médici creció exponencialmente con semejante proyecto.
Sixto IV
El Jardín de San Marcos se convirtió enseguida en un lugar de encuentro de artistas, poetas, filósofos y científicos, los más grandes del país y de fuera de él, que mantenían una actividad cultural frenética, en la que se incluían, nada secretamente, el estudio y la discusión de obras prohibidas. Tal actividad llenó el vaso de la ira de los dominicos, pero también de Sixto IV. Éste se propuso  poner fin radicalmente al dominio de los Médici. A tal objeto, además de medidas económicas, organizó un complot para asesinar a Lorenzo. Tal complot, al que la mayoría de los historiadores, incluida la Wikipedia, denominan falsamente "La conspiración de los Pazzi" se llevó a cabo el 26 de abril de 1478 en la catedral de Florencia a cargo de un grupo de sicarios, en el que murió Giuliano, el hermano pequeño de Lorenzo, quien logró huir, aunque malherido. Por parte de los atacantes murieron Francesco de Pazzi y Francesco Salviati, arzobispo de Pisa, enviado personalmente por el papa para controlar la operación. Que el atentado había sido planificado y ordenado por el papa, más allá de la participación de los Pazzi, lo prueba la excomunión que dictó contra Lorenzo para vengar la muerte del arzobispo.
Lorenzo, Miguel Ángel y la cabeza del fauno
Entre los artistas que el Magnífico protegió se encuentran Leonardo da Vinci (1452-1519) y Miguel Ángel (1475-1564) A éste lo descubrió en el taller de Ghirlandaio, cuando era solamente un aprendiz. Enseguida advirtió el potencial del adolescente y se lo llevó consigo al Jardín de San Marcos. Aquí, Miguel Ángel esculpió la cabeza de un fauno anciano y sonriente. Aunque su factura era espléndida, cuando Lorenzo la vio le comentó que cómo siendo tan viejo conservaba todos sus dientes en perfecto estado. Entonces, tan pronto como su protector abandonó el taller, Miguel Ángel le quitó un diente al fauno, pero además le retocó la encía para que pareciese más viejo aún. Aquella corrección realizada tan rápida y tan perfectamente, maravilló al Magnífico, tanto que sacó al muchachuelo del taller y lo alojó en su palacio, donde vivió y se educó junto con sus hijos, prácticamente como un hijo más.
Miguel Ángel Buonarroti
Miguel Ángel no había cumplido aún catorce años y, aparte  la artística, recibió una formidable formación intelectual con los mejores tutores de Europa. En aquella Florencia, de ambiente liberal, en la que descollaron figuras tan contrapuestas como Pico de la Mirandola (1463-1494), con sus famosas 900 tesis de religión, filosofía y magia, y Girolamo Savonarola, el gran flagelador de la Iglesia, de sus riquezas y de sus vicios, Miguel Ángel se empapó de lo más relevante de la cultura europea del momento, tanto ortodoxa como heterodoxa. Allí también descubrió el amor entre hombres, una práctica normalizada en la Florencia de el Magnífico, que marcaría su vida y que escandalizaba al país y de manera especial al Vaticano y a los dominicos.

Imágenes: Internet