domingo, 27 de abril de 2025

DE CÓMO APRENDÍ A SUFRIR CON PACIENCIA.

Es posible que alguien recuerde todavía aquellas sandalias veraniegas de goma, de una sola pieza, con calados a la altura de los dedos y en el talón. Era un calzado sumamente barato, quizás el más barato de los que se vendían por entonces, motivo indudable por el que estuvieron de moda durante algún tiempo entre las clases más depauperadas, en un país que quince años después de la guerra continuaba en la más extenuante depauperación.
Como ya he contado por aquí, yo vivía entonces en Cartaya y como en mi casa no había nunca un duro, a lo sumo tres pesetas y eso sólo en temporadas de muy, muy corta duración, mi madre me compró una de aquella sandalias que, a la verdad, aunque fuesen de goma, tenían muy buena planta.
Cartaya, cuyos orígenes se remontan nada menos que a la época de los fenicios, aunque sus tiempos de mayor importancia histórica fueron los de Roma, era entonces una población pequeña, con un castillo, una iglesia del siglo XV, un ayuntamiento señorial y, sobre todo, con las inmensas y maravillosas playas de El Rompido, aunque eso sí, a unos once kilómetros del caserío. Yo vivía en la calle San Sebastián, cerca del río Piedras, en cuyas orillas las mareas del Atlántico habían formado una agradable y acogedora playa, tenía siete años y el colegio al que iba estaba en el otro extremo del pueblo.
Cartaya. El castlllo
¡Ah!, con qué alegría estrené las sandalias la mañana de un día que no he podido olvidar y que no olvidaré ni en el día de mi muerte: el siete de mayo de 1952, miércoles para más señas. ¡Qué bonitas eran! ¡Y qué bien se ajustaban a mis pequeños pies! Podían ser de goma, pero, una vez puestas, yo las sentía como delicados guantes de la más suave piel.
Qué bonitas eran mis sandalias, sí, pero no había andado más allá de doscientos pasos cuando empecé a experimentar lo que de verdad era aquel calzado, especialmente en el dedo meñique de ambos pies. El calado de goma coincidía exactamente con estos dedos, de modo que los bordes me iban rozando la uña produciéndome un dolor creciente que para cuando llegué al colegio era ya insoportable.
Aquel fue uno de los días más chungos que recuerdo. Parece mentira que algo tan insignificante como unas simples sandalias te lo puedan hacer pasar tan mal. Aun sentado en el pupitre, el dolor en ambos dedos no dejaba de crecer. La puta goma de la puta sandalia me habían hecho una rozadura justo sobre la uña y, aunque yo procuraba mantener inmóviles los pies,  sentía que la gomita no dejaba de clavarse y de clavarse y de clavarse.
Cuando al fin llegó la hora del final de las clases y, como todos los días, la mayoría de los niños abandonaban el colegio gritando y a la carrera, lo mismo que si escaparan de una celda de castigo, yo temblaba en la puerta, convencido de que para cuando  llegara a mi casa con aquel maldito tormento habría perdido mis dos dedos para siempre, eso sí no me desangraba por el camino con la sangre que, no me cabía duda, empezaría a manar en cuanto diera los primeros pasos. Entonces, después de meditar durante un rato, si meditación puede llamarse a la profunda duda que me carcomía, tomé una decisión radical: me quité las sandalias y me dispuse a volver a mi casa descalzo, con ellas en la mano. El calado de la goma había dejado un surco de suciedad de color negro en los dedos y en los tobillos. ¡Y de la uña de mis dedos meñiques lo que quedaba era un muñoncillo sanguinolento.
Cartaya. El Ayuntamiento
Pero aún me quedaba vivir lo mejor del día. A lo largo del recorrido, poco más de un kilómetro, no sufrí ningún otro percance, pero cuando mi madre me vio llegar descalzo, con las sandalias en la mano, no lo dudó ni un instante, montó en aquella cólera suave tan propia de su carácter, se quitó la zapatilla y me puso el culo como tambor de Semana Santa. Como yo era tan callado y apenas había dicho media palabra cuando me puse las sandalias, la pobre pensó que no me gustaban y que aquella era mi forma de rechazarlas. Sin embargo, cuando vio el estado de mis dedos creo que se asustó un poco, porque enseguida cogió una palangana con agua, me lavó los pies y me puso alcohol en las dos hermosas rozaduras. Sin la más mínima disculpa, por supuesto. Las madres de entonces no creían que tuvieran que disculparse por nada.
Además de aprender que había que sufrir con paciencia los dolores y las contrariedades que la vida me deparara, en aquella aventura perdí para siempre las uñas de mis pobres dedos.

martes, 15 de abril de 2025

LA CIENCIA IMPONE LA FE

Sostenía Séneca que "la religión es considerada por la gente del común como verdadera, por los sabios como falsa y por los gobernantes como útil."
Han pasado dos mil años y esta sentencia no sólo no ha perdido vigor, sino que hoy está más presente que nunca, si consideramos como gobernantes no sólo a los miembros de los gobiernos políticos, sino también a los capitanes de empresa, a los gobernantes de universidades y, en general, a la mayor parte de los que ocupan en este mundo posiciones de mando.
Yo no suelo ver podcasts, me aburren y me repugnan la ligereza y, al mismo tiempo, la arrogancia, con que  suelen expresarse sus protagonistas, pero ayer entré en youtube para buscar la película Con la muerte en los talones, que quería ver otra vez y que no encuentro por ningún lado, y tropecé con uno de estos podcasts que tenía por título La ciencia impone la fe. Tal título me dejó un tanto perplejo, pues no se trataba de que la ciencia probara u ofreciera argumentos que dieran pie a aceptar como real lo que la fe encierra, sino que la imponía, esto es, que la ciencia no dejaba otra salida ni resquicio que la fe. Así es que me picó la curiosidad y entré.
Bien, no se trataba de un podcast cualquiera sino del canal Creo TV, en el que un periodista (supongo) Alex Navajas, entrevistaba a un tal José Carlos González-Hurtado y hablaban, naturalmente, de ciencia y de fe. Pero, ¿quién era, quién es el tal González-Hurtado? Confieso que no lo había oído en mi vida, así es que  lo primero que hice es ponerme a investigar sobre él.
El señor González-Hurtado nació en Madrid en 1964, estudió en la Universidad Católica de Comillas, está casado y tiene siete hijos. Ha sido ejecutivo de diferentes empresas multinacionales, entre ellas Procter&Gamble y Carrefour, principalmente como especialista en marketing, desarrollo comercial e inteligencia empresarial, siempre fuera de España, de la que ha estado alejado durante algo más de treinta años. En Carrefour trabajó de 2009 a 2014. En 2011 protagonizó un mediano escándalo al descubrirse que había falsificado su curriculum, pues en él se decía que había sido presidente de Braun y sólo había sido vicepresidente. Puede parecer una minucia, pero en una empresa suele haber una importante diferencia entre presidente y vicepresidente. En el mencionado año 2014, dejó Carrefour y pasó a IRI, líder internacional en inteligencia de negocios y tecnología. En la actualidad es presidente para España de EWTN, la mayor red de medios católicos del mundo. Es, además, conferenciante con una larga experiencia en materias empresariales y, algo más sorprendente, sobre fe, razón y ciencia.
En este último territorio, el caballero afirma con absoluta contundencia y hasta no poca fanfarronería que "la ciencia demuestra la veracidad de la fe y, en consecuencia, la existencia de Dios" Últimamente ha escrito, además, un libro, cuyo título me voy a callar, porque bastante propaganda le estoy haciendo ya al señor, libro en el que, como otros por el estilo que ya existen, asegura que demuestra la existencia de Dios. ¿Y cuál es la base del tinglado argumentativo que el tipo se monta? El big bang y la segunda ley de la termodinámica, que se refiere a la entropía de los sistemas organizados, una propiedad o, mejor, despropiedad que consiste en su tendencia al desorden en los cambios de estado y/o de intercambio de calor. Esta ley sugiere que el universo tendrá un final. El señor Hurtado llega a afirmar que existe una carta de Engels a Marx en la que dice que si esta ley fuera cierta tendría que admitirse la existencia de Dios (Juro que es la primera vez en mi vida que tengo noticia de semejante carta.)
Sea como sea, la cosa no es tan sencilla. De acuerdo en que en la actualidad, el big bang es un hecho aceptado por la práctica totalidad de la ciencia, pero en cuanto al final del universo hay varias hipótesis, que arrancan del hecho cierto también de que el universo se está expandiendo y parece que cada vez a mayor velocidad. La primera de las hipótesis propone una expansión indefinida; la segunda un colapso debido a la atracción gravitatoria; y la tercera un modelo cíclico de acordeón, es decir, de expansión y contracción. O sea, en este momento no se sabe qué puede pasar. Lo que sí afirma la ciencia al día de hoy es que las especulaciones filosóficas y/o religiosas, que se cuentan por cientos, carecen por completo de base científica. Por consiguiente, ya podemos afirmar, como primicia que desarrollaremos a continuación, que el señor Hurtado carece por completo de vergüenza, y le va como anillo al dedo la cita de Séneca expuesta al principio.
No voy a seguir con argumentos, porque no los tiene y, sin duda, sería hacerle el juego al buen señor. Creo que es mucho mejor para conocer su catadura, en cuanto a conferenciante religioso y autor del libro citado, pasar directamente a exponer algunas de sus más brillantes perlas.
1.- Afirma que ya que el big bang constituye un principio tiene que haber un Principiador, es decir, Alguien que apriete el botón de encendido, o sea, un Creador, que viene a ser lo mismo, al que llamamos Dios. Lo del Principiador se lo saca el caballero de la manga, pues aunque la ciencia admite hoy la teoría del Big Bang, desconoce qué o cómo se originó. Lo que sí sabe la ciencia es que el universo existía ya, sólo que concentrado en un estado de sobrecogedoras densidad y temperatura.
2.- "Hay quinientas fuentes originales que hablan de Jesucristo como personaje histórico." Esto es rigurosamente falso. Si dudan de mi palabra, lean u oigan a Antonio Piñero.
3.- "La falta de trascendencia es la principal causa de enfermedad mental, ansiedad social y angustia existencial entre los más jóvenes." No dice de dónde saca esta dato, por lo que me temo que es otra mentira o, como mínimo, una exageración.
4.- "El 82% de los jóvenes abandona la práctica religiosa por la falsa percepción de que hay contradicción entre ciencia y Dios." Dudo yo mucho que a los jóvenes en general les interese la ciencia como para creer que hay contradicción entre ella y Dios. Pero, igualmente, ¿de dónde saca el buen señor un dato tan preciso?
5.- "Más del 95% de los premios nobel en materias científicas de los últimos cien años son teítas o religiosos." Y cita la opinión de tres de estos sabios: Arthur Compton (1892-1962): "Son raros los científicos actuales que defienden una actitud atea." Robert Millikan (1868-1953): "Para mí es impensable que un ateo real pueda ser un científico. Nunca he conocido a un hombre inteligente que no creyera en Dios." Christian Anfinsen (1916-1995): "Sólo un idiota puede ser ateo." Aparte insultos, como la opinión del último, aquí cabe decir que creer en algo no significa que ese algo exista. Y también que el  número de creyentes, aunque fuera infinito, no aumenta en nada la posibilidad de que, por la mera creencia, exista aquello en lo que creen, 
6.- "El ateísmo también es una fe." Esto no merece ni el más mínimo comentario, puesto que la fe produce siempre una religion y ¿dónde está la religión atea?
7.- "Las opiniones de los autores ateos de los últimos tiempos, palmariamente deshonestas, pretenciosas y ramplonas, que son cualquier cosa menos científicas, son las herederas del ateísmo rampante de los años treinta del siglo pasado que informaba las ideologías más criminales de la historia de la humanidad." Primero, el lenguaje descalificador, insultante y engreído ya da buena idea de la catadura moral del individuo. Pero además suelta este chaparrón y se queda tan pancho, olvidando que hay una ideología que a lo largo de la historia ha producido más muertes violentas que ninguna otra: el cristianismo, desde la persecución de los sacerdotes paganos, pasando por la Inquisición, las Cruzadas, las guerras medievales entre los propios cristianos y, más modernamente, por las que produjeron dictadores tan cristianos como Franco, Videla, Pinochet, Trujillo, Somoza, Stroessner, o Banzer, por citar unos cuantos.  
8.- Y la guinda de las guindas, relacionada con la anterior: "Sólo hay una religión cuyas verdades coinciden con lo que nos dice la ciencia, es la religión cristiana católica. La ciencia te lleva necesariamente a Dios, pero los católicos no sólo creemos que Dios existe, sino que Jesucristo es Dios y que la Iglesia Católica es la que fundó Jesucristo, de estas dos últimas verdades, la ciencia da más indicios de los que la gente cree." Estas dos últimas verdades son las que hay que demostrar, pues de la primera sólo tenemos noticia en los evangelios y en cuanto a la segunda, no son pocos los teólogos y estudiosos, como por ejemplo, Antonio Piñero, que, basándose en los textos, afirman que históricamente Jesús no fundó iglesia alguna, ni dijo que fuera Dios. Pero, aparte de esto, la tajante afirmación del caballero tiene el mismo valor que la que sostendría un musulmán con respecto a Alá y Mahoma, su profeta.
9.- Por último, no me resisto a poner una de las mejores: "Los autores ateos no son científicos." Yo, la verdad, no sé si hay o no ateos científicos, lo que sí sé es que el señor González-Hurtado ¡¡no lo es!! Pero maneja la ciencia (a su favor) mucho mejor que el conjunto de todos los premios nobel.
Hay más perlas, muchas más, pero creo que con estas son suficientes.

Fuente.- Entrevistas hechas al señor Hurtado y su web
Imágenes.- Internet

 


miércoles, 9 de abril de 2025

LORENZO Y MIGUEL ANGEL

Florencia
Florencia, una de las más importantes y más bellas ciudades de Italia, vivió un extraordinaria pujanza bajo el gobierno de los Médici durante el Renacimiento que, como se sabe, tuvo su eclosión y su mayor desarrollo en Italia. Una época en que el país estaba dividido en ciudades-Estado, al modo de la antigua Grecia, cuyos conocimientos en los campos del saber y del arte se estaban recuperando pr aquel entonces.
El fundador de la dinastía fue Cosme de Médici (1389-1464), apodado Cosme el Viejo. Nacido en el seno de una familia plebeya y sin ninguna perspectiva de promoción social, consiguió elevarse hasta lo más alto de la sociedad de su tiempo gracias a sus extraordinarias dotes políticas, económicas y humanísticas. Cuando comenzó su vida pública, Florencia estaba sometida a la tiranía de los Visconti, quienes lo hostigaron de tal modo que en 1433, temiendo por su vida, tomó el camino del exilio. No obstante, regresó al cabo de un año, gracias a la rebelión de la gente del pueblo.
Cosme de Médici
La situación había cambiado en la ciudad. Los Visconti habían caído, ahora dos familias de banqueros ejercían el control económico, los Pazzi y los Strozzi. En aquel tiempo, la Iglesia tenía aún prohibida la usura, por lo que ambas familias prestaban su dinero, muchas veces en grandes cantidades, a las monarquías, condes y señores de Europa. Cosme de Médici, que, aun en el exilio, conocía la situación, se había propuesta cambiarla, de manera que a su regreso se saltó la prohibición de que los judíos vivieran en la ciudad y se llevó con él a un grupo dedicado prioritariamente al negocio del préstamo. Tal decisión le produjo a Cosme una extraordinaria popularidad entre las capas medias y bajas de la ciudad, pues a partir de aquel momento tuvieron la posibilidad de conseguir préstamos con los que financiar sus actividades económicas, muchas veces en dificultades por falta de liquidez.
Marsilio Ficino
Gracias a aquella popularidad, que en muchos casos alcanzó el grado de fervor, Cosme consiguió acabar con la tiranía y convertirse en Gobernador de la ciudad. El primero de los Médicis era un hombre de talante liberal que, aparte de gobernar con sabia mano, fue un gran patrocinador de las artes y de las letras, circunstancia que convirtió a Florencia en un polo de atracción tanto para pintores, escultores y literatos, como hombres de ciencia. Entre otros, descubrió y protegió a Donatello y a Botticelli. Se hizo con las obras de Platón y con el Hermes Trismegisto, salvados ambos del brutal ataque a Constantinopla por parte del ejército de la Cuarta Cruzada, organizada por Inocencio IV, y le encargó su traducción a Marsilio Ficino, un hombre del Renacimiento, que era sacerdote, médico, filólogo y filósofo, traducción de la que se aprovecharon tanto los católicos florentinos como los judíos. Estos, además, eran muy apreciados como tutores y como participantes en reuniones de intelectuales y debates públicos sobre distintos asuntos. Tales hechos enfurecían a los dominicos, que tenían un convento en la ciudad, pero también al Vaticano, perfectamente informado.
Lorenzo de Médici
A Cosme le sucedió su hijo Pedro, apodado el Gotoso (1416-1469), quien pasó su vida dilapidando en fiestas de todo tipo la fortuna reunida por su padre y abandonando el cuidado de las finanzas, hasta el punto de que, aprovechando el vacío, reaparecieron los Strozzi y los Pazzi. Por suerte, Pedro tuvo dos hijos que salieron en todo a su abuelo, Lorenzo (1449-1492) y Giuliano (1453-1478). Lorenzo se hizo cargo de las finanzas con sólo veinte años, logrando recuperarlas y extenderlas. Más aún que su abuelo, Lorenzo, al que llamaron el Magnífico, no tanto por su brillantez como por su munificencia, fue el gran mecenas de las artes, las letras y las ciencias, en la Florencia del siglo XV. 
En 1471, Lorenzo viajó a Roma para asistir a la coronación del papa Sixto IV, el creador de la Capilla Sixtina. Al florentino le impresionó, sobre todo la colección de esculturas griegas y romanas que se conservaban en el Vaticano. Le impresionó de tal modo que a su regreso fundó un taller y estudio-residencia de artistas en el Jardín de San Marcos, nada menos que al lado del convento de los dominicos, cuya ojeriza contra los Médici creció exponencialmente con semejante proyecto.
Sixto IV
El Jardín de San Marcos se convirtió enseguida en un lugar de encuentro de artistas, poetas, filósofos y científicos, los más grandes del país y de fuera de él, que mantenían una actividad cultural frenética, en la que se incluían, nada secretamente, el estudio y la discusión de obras prohibidas. Tal actividad llenó el vaso de la ira de los dominicos, pero también de Sixto IV. Éste se propuso  poner fin radicalmente al dominio de los Médici. A tal objeto, además de medidas económicas, organizó un complot para asesinar a Lorenzo. Tal complot, al que la mayoría de los historiadores, incluida la Wikipedia, denominan falsamente "La conspiración de los Pazzi" se llevó a cabo el 26 de abril de 1478 en la catedral de Florencia a cargo de un grupo de sicarios, en el que murió Giuliano, el hermano pequeño de Lorenzo, quien logró huir, aunque malherido. Por parte de los atacantes murieron Francesco de Pazzi y Francesco Salviati, arzobispo de Pisa, enviado personalmente por el papa para controlar la operación. Que el atentado había sido planificado y ordenado por el papa, más allá de la participación de los Pazzi, lo prueba la excomunión que dictó contra Lorenzo para vengar la muerte del arzobispo.
Lorenzo, Miguel Ángel y la cabeza del fauno
Entre los artistas que el Magnífico protegió se encuentran Leonardo da Vinci (1452-1519) y Miguel Ángel (1475-1564) A éste lo descubrió en el taller de Ghirlandaio, cuando era solamente un aprendiz. Enseguida advirtió el potencial del adolescente y se lo llevó consigo al Jardín de San Marcos. Aquí, Miguel Ángel esculpió la cabeza de un fauno anciano y sonriente. Aunque su factura era espléndida, cuando Lorenzo la vio le comentó que cómo siendo tan viejo conservaba todos sus dientes en perfecto estado. Entonces, tan pronto como su protector abandonó el taller, Miguel Ángel le quitó un diente al fauno, pero además le retocó la encía para que pareciese más viejo aún. Aquella corrección realizada tan rápida y tan perfectamente, maravilló al Magnífico, tanto que sacó al muchachuelo del taller y lo alojó en su palacio, donde vivió y se educó junto con sus hijos, prácticamente como un hijo más.
Miguel Ángel Buonarroti
Miguel Ángel no había cumplido aún catorce años y, aparte  la artística, recibió una formidable formación intelectual con los mejores tutores de Europa. En aquella Florencia, de ambiente liberal, en la que descollaron figuras tan contrapuestas como Pico de la Mirandola (1463-1494), con sus famosas 900 tesis de religión, filosofía y magia, y Girolamo Savonarola, el gran flagelador de la Iglesia, de sus riquezas y de sus vicios, Miguel Ángel se empapó de lo más relevante de la cultura europea del momento, tanto ortodoxa como heterodoxa. Allí también descubrió el amor entre hombres, una práctica normalizada en la Florencia de el Magnífico, que marcaría su vida y que escandalizaba al país y de manera especial al Vaticano y a los dominicos.

Imágenes: Internet



sábado, 29 de marzo de 2025

DE CÓMO APRENDÍ A AMAR LA CONFESIÓN

Foto Juan Carlos Rodri
No recuerdo bien mi edad exacta, catorce o quince años, el tiempo pasa y la memoria se resiste a veces a recordar con exactitud ciertos detalles. Pero no, seguro, si tenía quince años, los había cumplido muy recientemente, porque el suceso, eso sí lo recuerdo bien, se produjo un día lluvioso del mes de octubre. ¡Resultó tan largo el calvario, tan tortuoso! No es empresa fácil romper las amarras cuando desde la más tierna edad te han atado férreamente al muelle. En medio de la tormenta de dudas, de remordimientos y de recriminaciones, la brújula llevaba ya un tiempo intentando señalar el camino a seguir, pero la aguja no acababa de detenerse en la dirección oportuna, todavía seguía yo oyendo misa los domingos y todavía me acercaba al confesionario a contarle al cura mis pecados. Pero cada vez distanciaba más una confesión de otra y, además, cuando lo hacía cambiaba de iglesia y de cura.
Foto Juan Carlos Rodri
Ocurrió un domingo de octubre, como he dicho, de 1960 o 1961, a eso de las nueve cincuenta de la mañana en la iglesia de San Pablo. Recuerdo la hora  porque la misa era a las diez y era a la que yo me proponía asistir. Para el que no la conozca, la iglesia de San Pablo es de estilo gótico, grande y hermosa, pero también umbría. La regían y la rigen los Misioneros Claretianos Los confesionarios, situados en las naves laterales, quedaban en una semioscuridad que, en principio, a mí me parecía protectora. Varios de ellos estaban ocupados por sacerdotes que esperaban a los confesantes. Al que yo me acerqué lo ocupaba un cura no muy mayor, de unos treinta y cinco años, como mucho. Las mujeres confesaban en los laterales del confesionario, a través de una ventanita cerrada con una celosía, de tal manera que su rostro apenas era visible para el cura (de los trucos para superar esta separación, ya hablaremos otro día). Pero los hombres confesábamos por delante, a pecho descubierto, es decir, sin separación alguna y cara a cara con el saceardote. Me arrodillé ante él y murmuré:
Niño confesando
-Ave María Purísima
.
-Sin pecado concebida- respondió el cura, y me rodeó el cuello con su brazo y acercó su cara a la mía hasta situar su boca a menos de dos centímetros de mi oído- ¿Cuándo fue tu última confesión?
-Hace... -le dije el tiempo, tres o cuatro meses, no lo recuerdo.
-¿Y de qué te acusas, hijo?
¿Yo? ¿De qué iba acusarme yo? De lo de siempre.
-Me he masturbado, padre
Ahora el cura tendría que preguntarme cuántas veces. Y eso fue lo que me preguntó:
-¿Cuántas veces, hijo?
A mí su abrazo empezaba a resultarme un tanto molesto. Su olor además, un olor suavísimo, pero también penetrante, a esencia de pura santidad, supongo, se me estaba entrando hasta lo más hondo de la nariz, causándome una sensación muy rara, como de vértigo. Pero se las dije:
-Muchas veces, padre. No recuerdo el número.
Ahora el cura tendría que decir, ¿de qué otro pecado te acusas? Pero lo que dijo fue:
-Y cuando te masturbas, ¿en qué piensas, hijo mío? ¿Cómo lo haces?
Me dejó sorprendido. No sabía qué decir. Pero lo comprendí en sólo unos segundos, los que tardé en reaccionar. Me eché ligeramente hacía atrás, acerqué mi boca su oído y se lo dije, bajito, para que sólo él lo oyera, le dije:
-¡Yo me cago en tu puta madre!
Me levanté sin aspavientos y salí a paso rápido de la iglesia.
Fue definitivo. Nunca más he vuelto a acercarme a un confesionario. Y si he vuelto a entrar en una iglesia ha sido como turista o para asistir a algún acto de carácter social, como una boda, un bautizo o un entierro.


lunes, 24 de marzo de 2025

UN PAPA PARA UN CADÁVER

Edicto de Milán
Durante los primeros tiempos del cristianismo, digamos los tres primeros siglos, la Iglesia naciente y creciente pedía antes que nada libertad. Luego, cuando, a partir del siglo IV, con el famoso Edicto de Milán, emitido por Constantino en 313, el cristianismo dejó de estar prohibido y perseguido, es decir, una vez libre, la Iglesia ejerció está libertad acosando a las por ella llamadas religiones paganas, que contaban con una antigüedad de bastantes siglos y más de una hasta de milenios, abogando ante los emperadores por la prohibición de todas ellas. Tal prohibición, con graves consecuencias para quien se atreviera a continuar practicándolas, la consiguió la Iglesia de Teodosio I, llamado el Grande (347-395)

Teodosio I
Desde entonces y hasta el Renacimiento, es decir, durante mil años (se dice pronto), más o menos, el dominio eclesiástico sobre la totalidad de la sociedad llegó a ser tan abrumador que tales mil años constituyen un freno o, mejor, un tremendo retraso en el progreso técnico, pero también en el progreso moral. Eso sí, una moral para el ser humano en este mundo, en el que se desarrolla nuestra vida y único de cuya existencia tenemos constancia real, una moral cuyo eje no sería otro que el de la libertad del individuo para hacer con su vida, pues sólo suya es, lo que le pareciera, siempre que no constriñera o dañara la vida de los demás o, lo que viene a ser lo mismo, con sujeción a normas exclusivamente terrenas.
Donación de Constantino
Mi reino no es de este mundo,  cuenta el evangelista que afirmaba Jesús. Bien, pero por si acaso, tras la caída del imperio romano de Occidente, con la abdicación ante los bárbaros de Rómulo, el último emperador, ocurrida en 476, la Iglesia no sólo terminó adueñándose de Roma, sino que se hizo con un amplio trozo de Italia, el conocido Patrimonio de San Pedro, utilizando para ello un documento falso, la llamada Donación de Constantino, territorio que más tarde sería confirmado y ampliado por el franco Pipino el Breve (714-768), padre de Carlomagno y primer rey carolingio de los francos, después de usurpar el trono de los merovingios, con el apoyo del papa Zacarías (741-752)
El conocimiento al que habían llegado los griegos desapareció, asediado, repudiado y perseguido por la Iglesia. Los griegos, conocían la existencia del átomo (Demócrito), el movimiento constante de éste (Leucipo), el mecanismo de la visión (Empédocles), la eternidad de la materia (Anaxágoras). Sabían que la tierra es una esfera que gira alrededor del sol, incluso llegaron a calcular su circunferencia (Eratóstenes), con una diferencia de sólo unos metros con la medida actual, conseguida con nuestros medios muchísimo más sofisticados. Conocían las reglas de la perspectiva, no hay más que ver las esculturas que se han ido localizando en distintas excavaciones por media Europa. Habían llegado bastante lejos en matemáticas (Pitágoras) y en geometría (Euclides), hasta el punto de que el teorema del primero y los principios del segundo siguen siendo válidos en la actualidad.
Para empezar, la Iglesia, tomando literalmente el cuento bíblico de que el sol se paró para que Josué pudiera derrotar a los amorreos antes de que llegara la noche, estableció que la tierra era plana y que era el sol el que giraba a su alrededor. Esta afirmación, absolutamente arbitraria, se convirtió en un dogma tan importante que no sólo supuso, por ejemplo, la condena de Galileo, por afirmar lo que ya conocían los griegos, cuya certeza él había podido comprobar, sino que al día de hoy, influidos por motivaciones religiosas, no son pocos los que siguen creyendo y defendiendo tan desquiciada superchería.
Rembrand
Entre las muchas prohibiciones que durante este periodo estableció la Iglesia, una de las más importantes fue la de la disección de cadáveres. El fundamento de esta prohibición era doble, por una parte, los jerarcas eclesiásticos, con el papa a la cabeza, creían que el cuerpo humano formaba parte del misterio divino, por lo que, una vez muerto, adquiría un carácter casi sagrado. Pero, por otro lado, temía que una representación perfecta del cuerpo, bien en pinturas, bien en esculturas, como las que se venían descubriendo al construir nuevos edificios, propiciara el regreso de la idolatría pagana.
En el Renacimiento, científicos, médicos, pintores y escultores pretendían realizar dicha práctica los primeros para recuperar el saber anterior al cristianismo, del que cada vez se obtenían nuevas y más precisas noticias y aplicarlo en sus respectivos campos de actuación. Y los segundos con el propósito de conocer a fondo nuestro cuerpo para perfeccionar sus obras. Unos y otros sólo practicarían la disección con los cuerpos de los malhechores.
La prohibición eclesiástica era de gran dureza, con fuertes penas para quien la violase. No obstante, la curiosidad humana, el ansia de conocimiento, son más fuertes que todas las prohibiciones y tanto científicos como artistas, olvidando el riesgo que corrían, burlaban la prohibición contratando ladrones que al caer la noche robaban de los cementerios cadáveres recién enterrados, cadáveres que, una vez utilizados, eran devueltos antes de amanecer, así de rápidos tenían que actuar los infractores para no ser descubiertos.
León X
En este tiempo, pintores y escultores no gozaban de la independencia que pueden llegar a tener hoy, sino que trabajaban siempre por encargo, de manera que se veían obligados a asumir que quien pagaba era quien disponía qué pintar o qué esculpir. Carecían igualmente de la consideración de artistas, para los mecenas de la época no pasaban de ser meros artesanos, incluso figuras de la importancia y la grandeza de Rafael de Urbino, Botticelli, Leonardo da Vinci o Miguel Ángel. Por otra parte, quien más dinero tenía en aquella época era la Iglesia, por lo que era ella la que más encargos hacia a los artista, a los que contrataba poco más que como asalariados.
En 1513, con el nombre de León X, alcanzó el trono papal Juan de Médicis, segundo hijo del florentino Lorenzo de Médicis, conocido como Lorenzo el Magnífico. Juanito había tenido una carrera precoz: con sólo siete años era ya protonotario apostólico; a los doce, cardenal; a los catorce, diácono; y a los 38 papa, cargo para el que, una vez elegido, tuvo que ser ordenado sacerdote. Con una brillante educación, propia de la Florencia de su tiempo, su pontificado se caracterizó ante todo por extender el poder de su ya poderosa familia, pero durante él tuvo que lidiar con las andanzas de Lutero y sus noventa y cinco tesis clavadas en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos, de Wittenberg, en 1517.
Leonardo da Vinci
El mismo año de su coronación, León X llamó a Roma a Leonardo da Vinci, lo alojó en el propio Vaticano y le encargó diversos trabajos relacionados con su pontificado y con su familia. Pero pasaba y pasaba el tiempo y Leonardo no producía nada de lo que el papa le había encargado. Al cabo de tres años, sólo le había mostrado algunos elementales bocetos de los que apenas podía deducirse nada. Cierto día, el papa, bastante amoscado, decidió hacerle al artista una visita sorpresiva, con objeto de recriminarle su dejadez. Para ello, aguardó a la noche y, una vez avanzada ésta, se dirigió a su estancia, acompañado de algunos de sus guardias. Entró en tromba, esperando cogerlo dormido para que su sorpresa fuera mayor, pero lo que vio lo dejó paralizado: Leonardo estaba allí, inclinado sobre un cadáver al que le practicaba la disección. "¡Fuera!", gritó el papa recuperándose. "¡Fuera!" Aquel tremendo delito en su propia casa. "¡Ponedlo en la calle! ¡Ya!" A sus soldados. "¡Ya!"
Nunca se supo como es que León X no ordenó el encarcelamiento de Leonardo. Pero, por si el papa se arrepentía, Leonardo huyó de Roma y de Italia y se refugio en Francia, donde vivió hasta su muerte.

Fuente:
Los secretos de la Capilla Sixtina.- Benjamín Blech y Roy Doliner
Historia de los papas.- Juan María Laboa
Historia de Italia.- Christopher Duggan
 

lunes, 17 de marzo de 2025

LA MONTAÑA DEL ALMA

¿Cuánto juega en nuestra vida el azar? ¿Somos tan libres como creemos o alguna fuerza extraña y desconocida controla y dirige nuestros pasos más allá de nuestra creencia? Un día, bruscamente, te sientes mal. Te levantas por la mañana de la cama y no puedes tirar de tu cuerpo, te sientes cansado, sin fuerzas, a pesar de que has dormido de un tirón casi ocho horas. Respiras con dificultad. Tanta que, por momentos, sientes que te ahogas.
Has trabajado mucho en los últimos meses. Demasiado. Y es probable que estos síntomas sean fruto de esa intensa actividad, aunque no deja de sorprenderte que hayan aparecido de un modo tan brusco. Decides que lo mejor es acudir sin demora al médico. Seguro que, con unos comprimidos, algún jarabe y, en el peor de los casos, con unas inyecciones, todo vuelve a la normalidad. El señor doctor no le da demasiada importancia ni a tu estado ni a lo que cuentas. No obstante, decide hacerte una serie de pruebas "para confirmar que no hay nada que temer", dice. Pero el diagnóstico es demoledor: Tienes un cáncer de pulmón y sólo hay una solución posible: la extirpación quirúrgica de uno de tus pulmones, el izquierdo, aunque el médico no garantiza el éxito de tal intervención. "Pero si no hacemos nada", asevera, "Sólo le quedarán a usted unos meses de vida, diez como mucho.
El mundo gira entonces ante ti como una peonza en un charco de lodo. Te desmoronas y estás a punto de caer allí mismo, en la consulta del médico. Tienes que morir, como morimos todos, pero eres aún demasiado joven como para soportar serenamente una noticia como esta. Durante unos días casi no consigues aceptar tu mala suerte. Sólo una idea se va abriendo paso en tu cabeza: No quieres morir aún, pero mucho menos morir a causa de un cáncer, no estás dispuesto a irte consumiendo como una llama a la que se le está terminando el combustible. ¿Entonces? Tendrás que tomar una decisión para abandonar con dignidad un mundo al que tú no pediste venir. Poco a poco vas recuperando el valor y, aunque sólo han pasado cuatro días de la sentencia del señor doctor, ya piensas en formas y en medios para alcanzar el objetivo que te estás planteando.
Una semana más tarde, recibes una llamada del médico. Piensas que va a proponerte la fecha para la intervención, pero lo que te dice es que ha habido un error en tu diagnóstico, que, en un descuido totalmente involuntario, la enfermera puso tu nombre en el expediente de otro paciente con pruebas idénticas a las tuyas. ¡Ah! ¿Cómo podría medirse tu alegría? Ni siquiera te indignas con el médico. Sólo descubres alborozado la cantidad de vida que puedes tener aún delante de ti. Descubres que llevamos la muerte inscrita en nuestras células desde el mismo momento de nuestra concepción y te dices que no vale la pena tanto esfuerzo y tanto trabajo, cuando nos impiden disfrutar del poco tiempo del que disponemos.
Con un nuevo entusiasmo, decides entonces abandonarlo todo y emprender un viaje. Un viaje en plan Machu-Pichu, es decir, con el macuto y unas buenas botas para caminar. Y sin un lugar o una meta prefijada a la que dirigirte. Así, subes al primer tren que encuentras en la estación a punto de salir. Se trata de un tren antiguo, de aquellos que contaban con departamentos cerrados y su pasillo a lo largo del vagón, en el que se daban cita, sobre todo, los fumadores. Cuántos viajes nocturnos, incapaz de conciliar el sueño en tu asiento, has pasado la noche fumando cigarrillo tras cigarrillo y charlando con un desconocido.
A poco de partir el tren, te diriges al vagón restaurante, te sientas ante una de las frágiles mesitas y pides al camarero un té. Enfrente de ti, otro pasajero, más o menos de tu edad, pide también un te. Aquí lo sirven en delicadas tazas de porcelana cubiertas con una tapa del mismo material para que no se pierda ni un ápice de su aroma y su sabor. Con el traqueteo del tren, las tapas de la tazas vibran y  amenazan con caer. Entonces alargas la mano para sujetarla. Tu vecino de mesa hace exactamente lo mismo en el mismo momento y, como ambas tazas están muy próximas, vuestras manos se rozan levemente. Este roce provoca la sonrisa de los dos y, al mismo tiempo, da pie para que iniciéis una conversación. A pesar de su juventud, el viajero es un hombre experimentado. Tiene una voz más grave que aguda, muy agradable, y su conversación es serena y fluida. Ha viajado mucho. Cuenta anécdotas de sus viajes. Y en un momento dado menciona como de pasada la Montaña del Alma.
Gao Singjian
¡La Montaña del Alma! Estamos en China, en el sur todavía veraniego de China y el que ha hablado hasta aquí es Gao Xingjian (1940), un autor chino que se vio obligado a huir de su país como consecuencia de la Campaña Contra la Contaminación Intelectual llevada a cabo en los años ochenta del siglo pasado, una reminiscencia de la famosa Revolución Cultural, prolongada durante diez años, los que van de 1966 a 1976. Las obras de Gao fueron prohibidas y su vida corrió verdadero peligro. En 1987, tras quemar todos sus manuscritos, logró viajar a París, donde vive desde entonces y donde consiguió la nacionalidad francesa.
Gao es un artista polifacético, es escritor, en el año 2000 recibió el premio nobel de Literatura, escribe tanto novela como teatro o poesía. Pero, además, es pintor y ha hecho también cine. En ambos terrenos, el de la palabra y el de la imagen, Gao es un gran innovador. Ha modernizado el idioma chino y ha revolucionado el teatro.
¿Pero qué es la Montaña del Alma? Antes de nada, es un lugar, un lugar remoto, extraviado en el laberinto de las montañas del país y al que para llegar se necesita una gran dosis de energía, de valor y de humildad. Es también la metáfora del caminante que busca la paz interior. Y es, sobre todo, el título de un libro fascinante, novela, libro de viajes y hasta un tratado filosófico al alcance de todos los públicos. El libro ofrece un recorrido por el territorio montañoso de China en el que se se mezclan las viejas tradiciones con la aparición de un progreso no siempre positivo. Cuenta sólo con tres personajes: Yo, Tu y Ella, que  se suceden como protagonistas en cada uno de los capítulos. En su caminar, los tres van encontrándose con personajes secundarios, la mayoría extraordinariamente singulares, a través de los cuales se mezcla lo real con lo fantástico y aún con lo onírico. Así, podemos encontrarnos con El Acantilado de los Fantasmas en Pena; con las Mujeres de la Camelia, con el Dragón de los Cinco Pasos. Pero también con la defensa del medio ambiente al tratar, por ejemplo, del retroceso del oso panda, o de los problemas que ha originado la presa de las Tres Gargantas. Un delicado erotismo, a ratos muy elocuente, atraviesa buena parte del texto haciéndolo más sugerente aún.
No diré si el viajero, o los viajeros, Yo, Tú y Ella, consiguen encontrar la Montaña del Alma. Eso es algo que dejo al posible lector.

Imágenes: Internet

martes, 11 de marzo de 2025

SIGUEN ENCUBRIENDO LA PEDERASTIA

Palacio arzobispal de Toledo
Mientras el papa lleva ya veintitantos días en el hospital tratando si no de burlar, sí de retrasar la muerte, la jerarquía católica sigue encubriendo la pederastia, al menos en España. Y no sólo la encubren, sino que se cachondean de la víctima, manteniendo abierta su herida y regándosela con sal, con salfumán, con alcohol, con todo lo que impida que cicatrice.
Es verdad que este papa está claramente en contra del abuso sexual de menores dentro de la Iglesia, también fuera, por supuesto, pero lo que sostiene y ordena el papa se lo pasan parte del Vaticano y, desde luego, los obispos españoles por el arco del triunfo.
Uno de los últimos casos, que ejemplifica lo que va dicho, es el de Carlos, un joven que prefiere mantener el anonimato, de momento, porque su historia no ha terminado. En el año 2003, con sólo once años, Carlos ingresa como alumno interno en el seminario menor de Toledo. Aquí tiene como director espiritual al padre Pedro Francisco Rodríguez Ramos, su futuro abusador, quien con la habilidad propia de estos malhechores lo va dirigiendo para proceder a los abusos sin que el muchachito llegue a escandalizarse más de lo imprescindible. Ese mismo año el cura comienza con esas caricias que muchas veces los mayores le hacen a los niños sin maldad alguna y sin segundas intenciones. Pero en este caso si había maldad. 
Pedro F. Rodríguez Ramos
La manipulación del cura van a tan buen ritmo que en una fecha tan temprana como febrero de 2004 le da a Carlos el primer beso en la boca. Luego vendrían más, señalándole el pedófilo que aquellos besos no eran pecado, porque lo besaba como si fuera su padre. El 8 de julio de 2006, el papa Benedicto XVI visita Valencia para asistir al V Encuentro Mundial de las Familias. El padre Rodríguez Ramos y Carlos, que ya tiene catorce años, viajan juntos a Valencia y esa noche duermen ambos en la playa, en el mismo saco de dormir. Una semana después, el curáncano, porque no se le puede aplicar otro nombre, lleva al muchachito a La Bañeza (León) para realizar unos ejercicios espirituales. ¡Sí si, espirituales! Aquí es donde comienzan los abusos en firme.
La Bañeza (León)
Lo peor de lo peor que tiene la pederastia eclesiástica es que, en la mayoría de las ocasiones, el pederasta no sólo abusa de un menor, sino que imbuye en él una asquerosa desorientación moral. El chaval pensaba que los toqueteos del cura, sus abrazos, sus besos, la noche que pasaron en Valencia, eran pecado, pero el director espiritual lo negaba, diciéndole que era normal entre personas que se querían. En La Bañeza ya estuvieron los dos completamente desnudos y allí el cura masturbaba al chaval deteniéndose antes de que eyaculara, explicándole que ahí estaba la diferencia entre la gracia y el pecado. Por su parte, Carlos le hizo alguna felación al pederasta, sin necesidad de que éste lo obligara, a tal manejo del adolescente había llegado el tipo. No obstante, uno de aquellos días, desorientado, Carlos le volvió a preguntar a su mentor si lo que hacían era pecado y, por primera vez, si eran homosexuales. Aquí, el abusador reaccionó agresivamente, aunque enseguida se puso a llorar, abrazó al jovencito y creyéndolo aún en sus manos le advirtió que si contaba algo a alguien no lo volvería a ver.
Arzobispo Braulio Rodríguez
No volver a ver al cura, eso es lo que necesitaba Carlos y eso fue lo que le dijo en 2007, ya con 16 años, que le gustaba una chica y que no quería verlo más. Dos años más tarde, ya mayor de edad y habiendo comprendido lo que el padre Rodríguez Ramos había hecho con él, Carlos se plantea denunciarlo. La denuncia, sin embargo, la materializa la madre en el arzobispado de Toledo, siendo arzobispo Braulio Rodríguez. Éste le dice a la denunciante que ya conoce el caso por otro sacerdote, añadiéndole que lo que contaba su hijo se debía a su "afectos desordenados." Por consiguiente, mantiene al pederasta en el mismo seminario hasta el año 2015, en que lo nombra rector de la iglesia de San Ildefonso y Santuario de los Sagrados Corazones, de Toledo.
Seminario Moyabamba (Perú)
En el año 2016, Carlos denuncia su caso ante la Justicia en el juzgado número 1 de La Bañeza, por ser aquí donde se produjeron los mayores abusos. Comienza entonces la investigación judicial de los hechos, momento en que el arzobispo Braulio Rodríguez no pone al acusado a disposición de la justicia, sino que en una clara burla de la víctima, manda al todavía supuesto pederasta al ¡seminario de Moyabamba, en Perú! La investigación se prolonga nada menos que siete años, hasta el 29 de mayo de 2023, en que se celebra el juicio. Antes, en 2022, el joven Carlos denuncia su caso en el Dicasterio para la Doctrina de la Fe (antigua Inquisición). Como no obtiene respuesta, en diciembre de 2023 consigue hablar directamente con el papa Francisco. En marzo de 2024, el papa ordena al Dicasterio de la Doctrina de la Fe que se juzgue canónicamente al ya condenado pederasta. El Dicasterio, retorciendo la orden del papa, encarga el enjuiciamiento del sacerdote Pedro Francisco Rodríguez Ramos al arzobispado de Toledo, una decisión fantástica, pues, suponiendo que este juicio se lleve a cabo alguna vez, el arzobispo será juez y parte. 
En el juicio civil, el sacerdote fue condenado a siete años de prisión y al pago de 40.000 euros a la víctima. Cuatro informes psicológicos y uno del forense certificaban que el joven, en efecto, había sufrido abusos. Sólo un informe psicológico, aportado por la defensa del sacerdote, sostenía que "no hay una relación directa de causalidad inequívoca" entre el trauma que presentaba Carlos y los hechos denunciados. El nuevo arzobispo, Francisco Cerro, que sustituyó a Braulio Rodríguez en 2019, afirmó en su momento que respetaba la sentencia, aunque no era definitiva, señaló, pues iba a ser recurrida. En 2024, tras el correspondiente recurso, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León absuelve al sacerdote, no por considerarlo inocente, sino por defecto de forma en la instrucción inicial. El caso se encuentra actualmente en el Tribunal Supremo.
Arzobispo Francisco Cerro
A preguntas de la prensa, el nuevo arzobispo de Toledo contestaba en 2021 que: "Desde el momento en que se tuvo conocimiento de las hechos, el anterior arzobispo, con pleno respeto al principio de presunción de inocencia, actuó conforme a la legislación canónica vigente." Pero guarda silencio ante la pregunta concreta de si había abierto el preceptivo proceso canónico, incluido informe al Vaticano. Calla igualmente, sobre el mismo asunto, César García Magán, Secretario de la Conferencia Episcopal y obispo auxiliar de Toledo, ante la pregunta del diario El País en 2022, limitándose a contestar que el arzobispado "había hecho los deberes." 
¿Y la archidiócesis se puso en algún momento en contacto con el joven Carlos? Sí, hombre, en noviembre de 2022, después de las preguntas de El País a García Magán, hablaron con él por teléfono. Luego, el 30 de marzo de 2023, Carlos recibió un email en el que se le  ofrecía un encuentro con el arzobispo para "una reparación moral." Pero ni en su momento se abrió proceso canónico alguno, preceptivo cuando se tiene conocimiento de hechos de este tipo, ni se han iniciado siquiera los trámites para celebrar el juicio ordenado por el papa.


Fuente: Noticias de prensa
Imágenes: Internet



 

viernes, 25 de octubre de 2024

EL CRISTIANISMO Y LA ESCLAVITUD

Se escucha a menudo que el Jesús del evangelio abogaba por la igualdad entre los hombres. Es posible que así sea, en los evangelios puede encontrarse casi de todo. Pero más allá de esta opinión, la aparición del cristianismo en la escena histórica no supuso oposición alguna a la esclavitud practicada por el Imperio romano y por los pueblos de la época. Es cierto que San Pablo, cuyos son los primeros escritos cristianos, afirmaba en su epístola a los gálatas, (3-28) que "ya no hay judío ni griego, ni esclavo, ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo."
Pero el llamado Apóstol de los gentiles no se refería a esta vida, sino a la que esperaba después de la muerte a los gálatas y a él mismo. Porque no mucho tiempo después, desde la cárcel en Roma, Pablo escribe una carta a un tal Filemón, comunicándole cómo Onésimo, un esclavo que había huido de su casa se encontraba con él. Con la carta le devuelve su esclavo a Filemón, pidiéndole que no lo castigue, pero participándole al mismo tiempo que le gustaría tenerlo a su servicio. En todo el asunto, la opinión de Onésimo no cuenta para nada, no es una persona, es un esclavo.  
Esta carta, que figura en la Biblia, como una más de las epístolas de Pablo, es para Diarmaid MacCulloch, autor de una monumental Historia de la Cristiandad, "el documento cristiano fundacional de la justificación de la esclavitud". Después de ella, figuran en la Biblia dos misivas de un tal Pedro, casi con toda seguridad no el apóstol, sino más bien un discípulo. En la segunda de estas cartas, Pedro afirma que los esclavos debían comparar su sufrimiento con los injustos padecimientos de Cristo, con el fin de que soportaran la injusticia como la había soportado Cristo. "Sed sumisos... a toda institución humana", decía el tipo.
Pérfido como fue casi desde el principio, el cristianismo procuraba por todos los medios no aparecer como un movimiento social y político, mucho menos un movimiento subversivo. Es decir, dejarlo todo exactamente como estaba, aunque hubiera sido un romano el que ordenara la crucifixión del que tenían por su fundador. 
Son numerosas las declaraciones de los Padres de la Iglesia a favor de la esclavitud, algunas verdaderamente denigrantes. Así, Ignacio, obispo de Antioquia (35-108-110), en carta enviada a Policarpo, obispo de Esmirna, no se cortaba un pelo para afirmar que: "los esclavos no deberían beneficiarse de pertenecer a la comunidad cristiana, sino vivir como esclavos distinguidos, ahora para gloria de Dios." Y añadía que no debían utilizarse fondos de la Iglesia para ayudar a los esclavos a conseguir su libertad. Dos figuras de enorme relevancia entre los católicos, Agustín de Hipona (354-430) y Ambrosio de Milán (340-397) defendían sin ambages la esclavitud. Agustín la explicaba con el manido recurso, ya en su época, del estado de caída de la humanidad debido al pecado original (hay que tener cara para sostener esto, cuando se trata de una parte desgraciada de la humanidad al servicio absoluto de la parte privilegiada, hay que tener cara). Por su parte, Ambrosio de Milán sostenía que: "cuanto más baja es la condición en la vida, más se exalta la virtud.", pero la vida del bravo y bravío arzobispo de Milán no se encontraba precisamente en esa franja baja.
Tras el emperador Constantino, los dirigentes eclesiásticos, que ya tocan poder del bueno, no afrontan en ningún momento la abolición de la esclavitud, sino que vuelcan sus exhortaciones en la caridad, conminando a los esclavos a la buena conducta. Así, el Concilio de Gangra (360) condenaba a los cristianos que animaban a los esclavos a desobedecer a sus amos. Entre la vorágine de voces que defienden o justifican la esclavitud, sólo poco más de media docena se oponen a ella. Quizás, el más contrario, fuese Gregorio de Nyssa (334-394) para el que tener esclavos era un gran pecado. De cualquier forma, en la antigüedad, los únicos que se oponían decididamente a la esclavitud eran los esenios.
En la Edad Media, papas, órdenes religiosas y monasterios siguen teniendo esclavos. Tras el descubrimiento de América y el comienzo del tráfico de esclavos negros, la Iglesia no condena ni la esclavitud ni su comercio, sólo lo prohíben si el esclavo es cristiano. En 1452, el papa Nicolás V (1447-1455), con la bula Dum diversos, autoriza expresamente al rey de Portugal a someter como esclavos a mahometanos, paganos y otros infieles. En 1462, Pío II (1456-1464) amenaza a los que esclavizan a cristianos, pero no condena el comercio de esclavos. En 1548, Paulo III (1534-1549), confirma el derecho, incluso de eclesiásticos, a tener esclavos, aunque sostiene que los indios americanos no lo eran y, por tanto, tenían derecho a ser libres.
En el comercio de esclavos, que duró casi cuatro siglos, estuvieron involucrados nobles, grandes familias y casas reales, pero también obispos y órdenes religiosas. La Iglesia Católica fue la principal poseedora de esclavos de toda Sudamérica. Obispados, parroquias, colegios y órdenes religiosas contaban con esclavos negros en México, Paraguay, Chile, Argentina, Perú, Colombia, Ecuador o Brasil. De las órdenes, la que dispuso del mayor número de esclavos fue la de los jesuitas. Éstos los utilizaban, tanto en sus haciendas e ingenios, donde producían cereales, caña de azúcar y azúcar, sobre todo, y en sus colegios. Compraban esclavos bozales, nombre que se les daba a los recién llegados de África, que, por tanto, no conocían aún el idioma de Castilla. Procedían principalmente de Angola y del Congo. Pero también compraron esclavos criollos, esto es, nacidos en Sudamérica. En México, llegaron a comprar incluso esclavos chinos, así llamados, aunque su origen era, en realidad, el sudeste asiático. En más de una de sus estancias, los jesuitas llegaron a contar con hasta 200 esclavos negros.
En 1646, el católico José de los Ríos, Procurador General de Lima, sostenía textualmente que: "la falta de negros amenaza con total ruina al entero reino, porque el esclavo negro es la base de la hacienda y la fuente de toda riqueza que este reino produce." Un informe encargado por el rey español y católico Carlos II en 1686 aseguraba que: "La introducción de negros es no sólo deseable, sino absolutamente necesaria, pues cultivan las haciendas y no hay otros que podrían hacerlo, por falta de indios. Sin el tráfico, América se abocaría a una absoluta ruina."
No obstante, entre los católicos, aunque muy minoritarias, hubo también voces que condenaban la esclavitud y su indigno comercio. Entre los más relevantes, Pedro Claver (158-1654), misionero jesuita; Francisco José de Jaca (1645-1690), misionero capuchino; los dominicos Bartolomé de las Casas (1484-1566), Domingo de Soto (1494-1560) y Tomás de Mercado (1523-1575); y el francés Epifanio de Moirans (1644-1689), misionero capuchino.
A finales del siglo XVIII se inició, al fin, la abolición de tan inhumana practica. En 1791, Haití fue el primer país que la prohibió en su territorio, a éste le siguieron: Francia, en 1794; Dinamarca, en 1803; Chile, en 1823; México, en 1829; Reino Unido, en 1833 España, en 1837; Colombia, en 1851; Perú, en 1854, el mismo año que Venezuela; Estados Unidos, en 1868; Portugal en 1869, y Brasil, en 1888. Aunque hoy el papa Francisco muestra una actitud de condena hacia los "esclavos" que, tras distintas veladuras siguen existiendo, lo cierto es que, oficialmente, el Vaticano no ha condenado nunca la esclavitud. Habrá que esperar a 1838, para que un papa, Gregorio XVI (1831-1846) prohíba únicamente el tráfico a los cristianos, bajo pena de excomunión. 

Fuente:
Historia de la Cristiandad.- Diarmaid MacCulloch
Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales Universidad de Barcelona, Volumen XII, número 785
Relatosdelahistoria.mx
Historia de los papas.- Juan María Laboa

Imágenes: bloger.googleusercotent.com