Florencia, una de las más importantes y más bellas ciudades de Italia, vivió un extraordinaria pujanza bajo el gobierno de los Médici durante el Renacimiento que, como se sabe, tuvo su eclosión y su mayor desarrollo en Italia. Una época en que el país estaba dividido en ciudades-Estado, al modo de la antigua Grecia, cuyos conocimientos en los campos del saber y del arte se estaban recuperando pr aquel entonces.
El fundador de la dinastía fue Cosme de Médici (1389-1464), apodado Cosme el Viejo. Nacido en el seno de una familia plebeya y sin ninguna perspectiva de promoción social, consiguió elevarse hasta lo más alto de la sociedad de su tiempo gracias a sus extraordinarias dotes políticas, económicas y humanísticas. Cuando comenzó su vida pública, Florencia estaba sometida a la tiranía de los Visconti, quienes lo hostigaron de tal modo que en 1433, temiendo por su vida, tomó el camino del exilio. No obstante, regresó al cabo de un año, gracias a la rebelión de la gente del pueblo.
La situación había cambiado en la ciudad. Los Visconti habían caído, ahora dos familias de banqueros ejercían el control económico, los Pazzi y los Strozzi. En aquel tiempo, la Iglesia tenía aún prohibida la usura, por lo que ambas familias prestaban su dinero, muchas veces en grandes cantidades, a las monarquías, condes y señores de Europa. Cosme de Médici, que, aun en el exilio, conocía la situación, se había propuesta cambiarla, de manera que a su regreso se saltó la prohibición de que los judíos vivieran en la ciudad y se llevó con él a un grupo dedicado prioritariamente al negocio del préstamo. Tal decisión le produjo a Cosme una extraordinaria popularidad entre las capas medias y bajas de la ciudad, pues a partir de aquel momento tuvieron la posibilidad de conseguir préstamos con los que financiar sus actividades económicas, muchas veces en dificultades por falta de liquidez.
Gracias a aquella popularidad, que en muchos casos alcanzó el grado de fervor, Cosme consiguió acabar con la tiranía y convertirse en Gobernador de la ciudad. El primero de los Médicis era un hombre de talante liberal que, aparte de gobernar con sabia mano, fue un gran patrocinador de las artes y de las letras, circunstancia que convirtió a Florencia en un polo de atracción tanto para pintores, escultores y literatos, como hombres de ciencia. Entre otros, descubrió y protegió a Donatello y a Botticelli. Se hizo con las obras de Platón y con el Hermes Trismegisto, salvados ambos del brutal ataque a Constantinopla por parte del ejército de la Cuarta Cruzada, organizada por Inocencio IV, y le encargó su traducción a Marsilio Ficino, un hombre del Renacimiento, que era sacerdote, médico, filólogo y filósofo, traducción de la que se aprovecharon tanto los católicos florentinos como los judíos. Estos, además, eran muy apreciados como tutores y como participantes en reuniones de intelectuales y debates públicos sobre distintos asuntos. Tales hechos enfurecían a los dominicos, que tenían un convento en la ciudad, pero también al Vaticano, perfectamente informado.
A Cosme le sucedió su hijo Pedro, apodado el Gotoso (1416-1469), quien pasó su vida dilapidando en fiestas de todo tipo la fortuna reunida por su padre y abandonando el cuidado de las finanzas, hasta el punto de que, aprovechando el vacío, reaparecieron los Strozzi y los Pazzi. Por suerte, Pedro tuvo dos hijos que salieron en todo a su abuelo, Lorenzo (1449-1492) y Giuliano (1453-1478). Lorenzo se hizo cargo de las finanzas con sólo veinte años, logrando recuperarlas y extenderlas. Más aún que su abuelo, Lorenzo, al que llamaron el Magnífico, no tanto por su brillantez como por su munificencia, fue el gran mecenas de las artes, las letras y las ciencias, en la Florencia del siglo XV.
En 1471, Lorenzo viajó a Roma para asistir a la coronación del papa Sixto IV, el creador de la Capilla Sixtina. Al florentino le impresionó, sobre todo la colección de esculturas griegas y romanas que se conservaban en el Vaticano. Le impresionó de tal modo que a su regreso fundó un taller y estudio-residencia de artistas en el Jardín de San Marcos, nada menos que al lado del convento de los dominicos, cuya ojeriza contra los Médici creció exponencialmente con semejante proyecto.
El Jardín de San Marcos se convirtió enseguida en un lugar de encuentro de artistas, poetas, filósofos y científicos, los más grandes del país y de fuera de él, que mantenían una actividad cultural frenética, en la que se incluían, nada secretamente, el estudio y la discusión de obras prohibidas. Tal actividad llenó el vaso de la ira de los dominicos, pero también de Sixto IV. Éste se propuso poner fin radicalmente al dominio de los Médici. A tal objeto, además de medidas económicas, organizó un complot para asesinar a Lorenzo. Tal complot, al que la mayoría de los historiadores, incluida la Wikipedia, denominan falsamente "La conspiración de los Pazzi" se llevó a cabo el 26 de abril de 1478 en la catedral de Florencia a cargo de un grupo de sicarios, en el que murió Giuliano, el hermano pequeño de Lorenzo, quien logró huir, aunque malherido. Por parte de los atacantes murieron Francesco de Pazzi y Francesco Salviati, arzobispo de Pisa, enviado personalmente por el papa para controlar la operación. Que el atentado había sido planificado y ordenado por el papa, más allá de la participación de los Pazzi, lo prueba la excomunión que dictó contra Lorenzo para vengar la muerte del arzobispo.
Entre los artistas que el Magnífico protegió se encuentran Leonardo da Vinci (1452-1519) y Miguel Ángel (1475-1564) A éste lo descubrió en el taller de Ghirlandaio, cuando era solamente un aprendiz. Enseguida advirtió el potencial del adolescente y se lo llevó consigo al Jardín de San Marcos. Aquí, Miguel Ángel esculpió la cabeza de un fauno anciano y sonriente. Aunque su factura era espléndida, cuando Lorenzo la vio le comentó que cómo siendo tan viejo conservaba todos sus dientes en perfecto estado. Entonces, tan pronto como su protector abandonó el taller, Miguel Ángel le quitó un diente al fauno, pero además le retocó la encía para que pareciese más viejo aún. Aquella corrección realizada tan rápida y tan perfectamente, maravilló al Magnífico, tanto que sacó al muchachuelo del taller y lo alojó en su palacio, donde vivió y se educó junto con sus hijos, prácticamente como un hijo más.
Miguel Ángel no había cumplido aún catorce años y, aparte la artística, recibió una formidable formación intelectual con los mejores tutores de Europa. En aquella Florencia, de ambiente liberal, en la que descollaron figuras tan contrapuestas como Pico de la Mirandola (1463-1494), con sus famosas 900 tesis de religión, filosofía y magia, y Girolamo Savonarola, el gran flagelador de la Iglesia, de sus riquezas y de sus vicios, Miguel Ángel se empapó de lo más relevante de la cultura europea del momento, tanto ortodoxa como heterodoxa. Allí también descubrió el amor entre hombres, una práctica normalizada en la Florencia de el Magnífico, que marcaría su vida y que escandalizaba al país y de manera especial al Vaticano y a los dominicos.
Imágenes: Internet
No hay comentarios:
Publicar un comentario