Golondrina
Con diez u once años vi, creo recordar que en el cine Andalucía, de verano, la película Los crímenes del museo de cera, sobradamente conocida. En ella hay una secuencia en la que la protagonista, tras descubrir que su amiga desaparecida es la figura que se exhibe en el museo, se enfrenta al director del mismo. La tensión sube rápidamente, hasta el punto de que en un momento ella le da al director un puñetazo en la cara y ésta salta en pedazos, porque se trata de una máscara de cerámica, dejando al descubierto un rostro quemado de horroroso aspecto. El impacto que me produjo aquella secuencia fue tan intenso que durante años, tres o cuatro, entraba en los lugares oscuros silbando o cantando del canguelo que llevaba encima.El miedo puede mover montañas más altas que la fe, no hay más que ver, como han ofrecido ciertos documentales, la transformación que sufre una persona cuando se ve amenazada por el fuego, por ejemplo; puede hacernos enloquecer y entonces igual podemos arrojarnos por un precipicio que coger un cuchillo y salir a la calle repartiendo puñaladas. Pero estos son caso excepcionales, la realidad es que en prácticamente el cien por cien de las ocasiones el miedo paraliza y domestica.
¿Y todo esto a cuento de qué viene? Pues a que desde hace un tiempo no paramos de retroceder, no sólo en el ámbito de la política, sino en el de todos los campos de la actividad social. Y la raíz de ese retroceso no es otra que el miedo, inoculado groseramente por activistas de extrema derecha y neofascistas, pero también por ideólogos que se manifiestan con un lenguaje más elevado y, aparentemente neutral, y desde ángulos en principio alejados de la política e incluso de las preocupaciones diarias de la gente.
Jeff Dune
Hace poco más de una semana un tal Jeff Dune, doctor en física nuclear, al que no tengo le gusto de conocer, declaraba en una entrevista que le hacían en el periódico La Vanguardia que "hay pruebas abrumadoras de que nuestra conciencia, nuestra propia identidad, no son el resultado de la actividad de nuestras neuronas. Existimos más allá de los físico." Bien, ¿pero qué pruebas son esas que menciona el señor físico nuclear? El número de relatos de experiencias cercanas a la muerte. "El yo", añade el caballero, "no está limitado por el tiempo, las evidencias de que la consciencia no es el resultado de la forma física están ahí y a mí me lleva a afirmar que nuestra consciencia no depende de lo físico para su existencia." Es decir, que todas las pruebas reales que aporta el buen señor consisten en su apreciación personal. Pero lo interesante no es eso. ¿No sé si les suena el recurso o la invocación de la consciencia? Si no les suena todavía, prosigamos de momento.Hace tres o cuatro días, en el mismo periódico, entrevistaban a Enric de Benito, en esta caso, un eminente doctor en medicina que durante cincuenta años (hoy tiene setenta y cinco) ha sido médico de cuidados paliativos en los Hospitales Virgen de la Salud y Juan March, de Palma de Mallorca, y que actualmente da conferencias y cursos en la Universidad Ramon Llull, también en Palma de Mallorca y en distintas universidades del mundo. Es, además, autor de un libro, El niño que se enfadó con la muerte, que lleva cinco ediciones y cuyos derechos de autor el señor Benito destina a la Sociedad Española de Cuidados Paliativos.
En esta entrevista, que le hacen. igualmente, en la Vanguardia y que parece una redundancia de la anterior, aunque con matices ligeramente distintos, el eminente doctor va soltando perlas a cual más sorprendente. Así, por ejemplo, afirma que "igual que el nacer está bien organizado, el proceso de morir también." Y no sólo eso, sino que, añade don Enric: "el proceso fisiológico por el que pasa la madre está bellamente organizado para que el bebé pueda nacer y con la muerte pasa lo mismo." Yo no sé si alguna parturienta estará de acuerdo con esta afirmación, pero a mí, francamente, con el dolor que sufre la mujer, la sangre, los fluidos pegajosos y, a veces, hasta excrementos, un parto me parece muchas cosas antes que bello.
La afirmación siguiente es todavía más sorprendente, aunque a estas alturas pocas cosas puedan sorprendernos: "La muerte es un orgasmo cósmico, y yo lo sé porque lo he visto miles de vece. Yo no hablo de lo que no sé." Yo tampoco hablo de lo que no sé, pero he visto morir a varios familiares y si esas muertes son lo que dice el doctor, yo soy Capitán General de la Armada.
El señor de Benito asegura que no cree en nada, sabe. No va a misa ni le interesa nada de la religión, eso dice. Tampoco cree que el tiempo sea algo objetivo, sino que sólo existe en nuestra mente y afirma con aplastante rotundidad: "El sufrimiento no es más que rechazo de presente." Y tu te preguntas qué pensará de esto una persona con dolor crónico o con dolor permanente por la desaparición de un hijo o una hija, por ejemplo. Pero es que un poco más adelante, con un lenguaje tan campechano como el del emérito fugitivo: "Un hijo de puta es una persona mal informada de sí mismo. Lo que somos todos es belleza, verdad y bondad." Una afirmación que cuando echas una mirada alrededor no puedes menos de preguntarte: ¿pero con qué ojos mira el mundo el señor doctor?
Todo esto para llegar al fin a lo que de verdad le interesa y de lo que no ha dejado de hablar entre líneas desde el comienzo de la entrevista: la consciencia. Ésta es la que informa nuestra vida, un elemento inmaterial, autónomo, dentro pero al margen de nosotros, por tanto, imperecedero. ¿Les suena ya?
El señor doctor y la totalidad de los que hoy tratan estos temas hablan, en realidad, del alma, la vieja alma absolutamente desprestigiada, a la que, para resucitarla sin producir rechazo, dan el nombre de consciencia, un elemento que constituye el núcleo del yo, para el que el proceso de morir, no la muerte, don Enric afirma que la muerte no existe, nos lleva a la plenitud y a la existencia eterna. "¡Por favor, dejen de sufrir tanto!, exclama el eminente médico, "estén tranquilos, no tengan miedo, palabreja ésta, la del miedo, que no falta jamás en charlas, conferencias, entrevistas y declaraciones de grandes entendidos en este asunto.
De ser yo la periodista, le habría preguntado a don Enric dónde estaba la consciencia antes de nuestro nacimiento. Se lo pregunté a uno que hacía un comentario sobre la entrevista. Esta fue su respuesta: "en otro plano, en una dimensión atemporal, mientras no estuviera encarnada en una vida terrenal como la presente.
Insistí: ¿Y cuándo entra en el cuerpo de un nuevo individuo, en el momento de la concepción o en el del nacimiento? No obtuve respuesta, ¿para qué?, si estaba ya todo meridianamente claro.
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