miércoles, 3 de agosto de 2022

FE Y CREDULIDAD



En la tertulia que los jueves mantenemos aquí, en mi casa, mis amigos Ernesto Caraba, Sacho Dávila, mi mujer y yo hablamos de todo sin un orden del día previo y muchas veces saltando de un asunto a otro y picoteando aquí y allá. Pero casi siempre surge un tema en el que acaban centrándose las intervenciones y en el que hasta llegamos a alguna conclusión que damos por definitiva.
El jueves pasado, yo mencioné la toma de posesión del nuevo presidente de la Junta de Andalucía, un tal Moreno Bonilla, un acto para cuya celebración el buen señor reunió nada menos que a setecientos invitados, dato, no obstante, que, por su exageración, hay que coger con pinzas, pues está tomado de los periódicos y ya sabemos que en España la prensa, en fin, no es demasiado veraz, para decirlo lo más suavemente posible. En cualquier caso parece que fue una celebración potente, algo así como si se tratara de la boda de un magnate de las finanzas o del presidente de alguna de las grandes empresas de energía eléctrica que se están forrando con el timo de la estampita.
Pero cuando más bien chismorreábamos que hablábamos seriamente acerca tanto del acto como de las medidas y proyectos que Moreno Bonilla se propone llevar a cabo a lo largo de la legislatura, Ernesto Caraba soltó: "Desde luego hay que tener fe, mucha fe, para creer a un señor que en plena pandemia del Covid no se le ocurrió nada mejor que despedir a varios miles de médicos de nuestra Seguridad Social, mientras le perdonaba algo así como cuatrocientos millones de euros a la COPE, la cadena radiofónica de los obispos españoles; retiraba unidades temáticas de los colegios públicos y aumentada descaradamente el apoyo económico a la enseñanza privada."
"A mí", intervino mi mujer, yo creo que un tanto irónicamente, "me enseñaban de niña que la fe era una gracia que Dios nos daba gratuitamente y que, del mismo modo, nos la quitaba si nos alejábamos de él y no cumplíamos sus mandamientos y los de la Santa Madre Iglesia."
Y aquí se inició un pequeño guirigay acerca de lo que era o no la fe  y acerca de la clase de fe a la que se refería tanto Ernesto como mi mujer, que por cierto se llama Lola, a la que en adelante la llamaré por su nombre, sin especificar que se trata de mi mujer, puesto que ni es mía ni nunca lo ha sido. La cuestión era que no parecían ser del mismo tipo la fe a la que se refería Lola y aquella a la que se refería Ernesto, y si era así, ¿de cuántas fes podíamos hablar? Parecía un tema baladí, pero por la pasión que enseguida empezamos a mostrar Ernesto, Lola y yo mismo pronto nos dimos cuenta de que no era tan sencillo llegar a una conclusión. Entonces intervino Sancho Dávila que hasta aquel momento había permanecido callado y muy atento a lo que cada uno de nosotros decía.
"Vamos a ver, aquí hay una confusión de principio que vicia la discusión y que conviene aclarar. Cuando se habla de fe es necesario distinguir entre esta y la credulidad, que casi siempre se mezclan y se confunden. La religiones en general e interesadamente ponen el acento en la necesidad de la fe para aceptar sus contenidos y dogmas y cumplir sus mandamientos. Y, según los dirigentes de cada religión no es necesario que tales contenidos y dogmas tengan un carácter racional, más bien al contrario, ese carácter, sostienen, puede ser un obstáculo para la fe y, por tanto, para la aceptación de dichos contenidos y dogmas. Centrándonos en el cristianismo, Tertuliano, por ejemplo, afirmaba: 'Creo porque es absurdo.' Y en general desde los Padres de la Iglesia hasta el último cura de aldea sostienen que sin fe es imposible la salvación. Bien, pero ninguno aclara que es para ellos eso de la fe.
Dávila hizo una pausa, dio un sorbo al refresco que tomaba, que ya debería estar más bien calentito, suspiró levemente, como con resignación y prosiguió:
"Hay algo en este asunto que siempre se pasa por alto y es lo siguiente: queramos o no, creer en algo o en alguien, es decir, tener fe, exige cierto sustrato de verosimilitud por parte de ese algo o ese alguien, de lo contrario, de lo que en realidad se habla no es de fe, sino de credulidad, que podemos definir como la creencia infantiloide en cualquier cosa, por absurda e imposible que sea. 
"Con un ejemplo lo veremos claro: Un amigo de confianza ha vuelto de Nueva York y me cuenta que hay edificios de más de cien metros de altura a los que llaman rascacielos. Yo no he visto en mi vida un rascacielos y hasta este momento no he tenido noticia alguna de su existencia; sin embargo, creo a mi amigo porque si con las técnicas actuales de construcción yo he visto edificios de doce o catorce plantas, no considero imposible ni absurdo un edificio que bien puede tener treinta y cinco o cuarenta plantas, incluso más. Entonces, lo que tengo en relación con lo que me cuenta mi amigo, es fe. Que mi amigo me engañe y no sea cierto que en Nueva York haya rascacielos no afecta a la esencia de mi fe, puesto que aquello en lo que yo creo resulta, en principio, ciertamente creíble.
"Imaginad que, poco después, el que viaja a Nueva York soy yo y descubro que mi amigo me ha engañado que allí no hay rascacielos ni nada que se le parezca. Inmediatamente yo pierdo la fe en mi amigo y a partir de ese momento en todo lo que me diga. Es decir, que la fe no se tiene por una persona, por mucha autoridad moral o académica que tenga, sino por aquello que se nos propone creer, pero se pierde por la persona que te dijo una mentira en lugar de la verdad.
"Supongamos ahora que ese amigo nuestro es el papa de Roma, la mayor autoridad moral del mundo occidental, al menos en teoría. Supongamos que nos dice que, cuando era cardenal, viajando desde Buenos Aires a Roma vio por la ventanilla del avión una bandada de elefantes volando. Como quiera que un hecho así no tiene el menor sustrato de verosimilitud, puesto que sabemos que los elefantes carecen de alas y, por tanto, no pueden volar, si creemos lo que nos dice el papa no es fe lo que tenemos, sino credulidad, que es lo que tienen los niños cuando se les habla del hombre del saco o de los Reyes Magos.
"Por consiguiente, si, volviendo al presidente de la Junta de Andalucía, creemos que Andalucía va a convertirse en una potencia en energías renovables, como él afirma, lo que tenemos en principio es fe, porque no podemos negar que Andalucía cuenta con una base más que suficiente para convertirse efectivamente en esa potencia energética. Ahora bien, considerando que el personaje ya nos ha mentido en alguna que otra ocasión aceptar ahora lo que dice entraría plenamente en el terreno de la credulidad.
"Por su parte, la afirmación de Tertuliano, que pasa por ser uno de los grandes pensadores de la Iglesia, lo que revela no es que tuviera fe, sino que era un crédulo, es decir, que tenía credulidad. Eso o era un cínico, puesto que es imposible creer de verdad en algo que de entrada sabemos o entendemos que es absurdo. Y no es poco lo que el cristianismo tiene de absurdo. Por ejemplo, que un hombre que muere en una cruz resucita y, en lugar de mostrarse públicamente para que todo el mundo se convenza de la verdad de su mensaje, sólo se aparece a sus compinches, quiero decir, a sus discípulos. Por lo tanto, querida Lola, lo que a ti y a todos nosotros nos enseñaron de niños no es fe, sino credulidad, porque los hechos a los que se refiere no tienen el más mínimo sustrato de verosimilitud, sino todo lo contrario. Y de hecho cuando a un sacerdote o a un teólogo le planteas el tema de este modo, no sólo el de la resurrección, sino el de la Trinidad, el de la transustanciación del pan, etc, etc, tratará de salirse por la tangente, pero si le aprietas acabará diciéndote que se trata de un misterio y que, como tal, resulta inexplicable. Lo que en realidad están diciendo es que se trata de absurdos, hechos que requieren amplias tragaderas para creer en ellos, es decir, requieren no fe, sino credulidad."

Imágenes: pinturas de Miró.


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