miércoles, 17 de agosto de 2022

SALVADO POR LA CAMPANA

Por encima de dogmas y de creencias, el catolicismo es una religión de pecado y de perdón. A diferencia de la mayoría, por no decir de la totalidad de las demás religiones, que tienen como objetivo declarado el perfeccionamiento de sus fieles a través de las prácticas piadosas, el catolicismo no es que rechace la consecución de la virtud, sino que el practicante católico puede ser más malo que un dolor de muelas que tal circunstancia carece de verdadera importancia. O, dicho más claramente, usted puede pecar y pecar tanto como quiera, siempre que cada vez que peque se acerque al confesionario, le cuente su pecado al sacerdote de turno y listo, lavado y suavizado como la mejor de sus prendas de cama o de vestir.
"¿Y cuántas veces debemos perdonar, Maestro, siete?"
"No te digo yo siete, sino setenta veces siete."
De esta manera, el evangelista pone en boca de Jesús la creación del pasaporte para el pecado, pues el setenta veces siete no quiere decir cuatrocientos noventa, que es el resultado de la operación, sino las veces que sea necesario. Al menos, así lo ha interpretado la Iglesia. Pero tanto y tanto perdón ¿qué es en el fondo sino una invitación a pecar? Pues si una y otra vez se te perdonan tus fechorías, que, además, suelen ser las mismas, ¿qué estímulo tienes para dejar de practicarlas?
Hay que señalar, no obstante, que el perdón de los pecados tiene como premisa cinco condiciones: examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. Estas cinco condiciones me las hicieron aprender de memoria en las clases que llamaban de religión, pero que ayer, como hoy, eran y son de catequesis. Y se me quedaron tan adentro que las recuerdo como si las estuviera recitando en este momento ante el cura de turno.
La Iglesia, que lo tiene todo minuciosamente catalogado y puntualizado, explica que el dolor de corazón es en realidad arrepentimiento del pecado y que este admite dos formas la atricción y la contricción. La primera es el arrepentimiento por temor a las penas que te pueden caer en la otra vida, al infierno, concretamente; la segunda, mucho más valiosa, define el arrepentimiento por amor de Dios.
Pero la doctrina del pecado, ellos la llaman teología, para darle cierto sabor científico, no termina en el perdón. La Iglesia sostiene dogmáticamente que quien muere en pecado mortal va directamente al infierno. Ni de veces que de niño los sacerdotes nos acojonaban literalmente al advertirnos con sus expresiones más sofisticadas que si, una vez acostados, pecábamos, y a qué pecado se referían ya lo sabíamos todos, y moríamos durante el sueño no tendríamos salvación, al fuego por toda la eternidad (lo que les ha gustado siempre a estos caballeros el fuego, han sido y son 
auténticos pirómanos)
Morir en pecado mortal. Qué expresión tan sencilla, tan clara y tan directa, ¿no? Pues más allá de su sencillez esta frase esconde tras ella una de las hipocresías más potentes de la Iglesia católica, organización que en esta materia es difícil de superar. ¿Y en qué consiste esa hipocresía? Verá: usted puede llevar una vida de rectitud incluso hasta el heroísmo; usted puede cumplir hasta la extenuación y hasta con riesgo de la vida todos y cada uno de los mandamientos de la Ley de Dios y los de la Iglesia, puede ejercer exhaustivamente la caridad y practicar las obras de misericordia, usted puede vivir, en fin, entregado enteramente al amor de Dios y del prójimo, que si un mal día cae usted en la tentación y peca mortalmente y muere sin tiempo de obtener el perdón, usted va directamente al infierno. 
Ahora bien, usted puede ser a lo largo de su vida el mayor crápula de la historia, puede ser un asesino en serie, un violador, un genocida, en una palabra, puede ser un pecador con toda la batería de pecados posibles a sus espaldas que si un día se arrepiente, se confiesa, obtiene la absolución y, seguidamente, muere, su destino no es otro que el cielo. Es decir, que usted resulta salvado por la campana, exactamente igual que en esa salvajada del boxeo un púgil se salva del KO cuando, un instante antes de caer, suena la campana que anuncia el fin del combate.
Sin embargo, como, aparte de hipócrita, esta doctrina es de una brutalidad insuperable, pues no se acumulan méritos ni se tiene en cuenta el sacrificio de toda una vida, sino que el premio o el castigo dependen de la fotografía de un sólo momento, la Iglesia inventó el purgatorio, lugar que no figura ni como metáfora ni como alegoría en ningún sitio del Antiguo o del Nuevo Testamentos. En el desarrollo de la teología del pecado, llegó a la conclusión de que, aunque la absolución del sacerdote concede el perdón del pecado, éste deja en el alma huellas o cicatrices con las cuales no se pueden entrar en el cielo, lugar de absolutas limpieza y perfección. El purgatorio es entonces, como su nombre indica, el lugar en el que se limpian esas manchas y se eliminan las cicatrices. ¿Y cómo se eliminan? Pues cómo va a ser: exactamente, con fuego. ¡Lo mismo que en el infierno! Sólo que aquí el sufrimiento es temporal y se hace más llevadero al conservar la esperanza de salir de él.
 
Imágenes de Córdoba, propias:
1.- Jardines Campo de la Merced
2.- Patio Calle Frailes
3.- Patio calle Isabel II
4.- Patio calle Maese Luis

2 comentarios:

  1. Que bien hilas los razonamientos, que de verdades lógicas dices y que lavado de cerebro en los niños hacían esta familia en las escuelas. Y hacen.

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  2. Paco: hace unas entradas me enviase un comentario que me llegó por el correo electrónico. Yo intenté contestarlo, pero no se podía. En fin, que me tiré un buen rato investigando hasta que tuve que, con cierta rabia, tuve que dejarlo, porque no sabía qué hacer. Hoy he visto del mismo modo este comentario tuyo, pero entonces he caído en la cuenta de que puse la moderación de cometarios, lo que no sabía era que éstos llegaba a la dirección de email y que desde allí tenía que publicarlos yo, si lo creía oportuno. Acabó de descubrirlo,. Te lo digo, porque el otro día se me quedó muy mal sabor de boca de no poder hacerte llegar siquiera las gracias por tu comentario. Bueno, pues hoy te la doy. Por eso y por el que me he recibido hoy referido a esta entrada. Sí, nos lavaban el cerebro bien. Por eso le tengo especial tirria al tío de la cal, don Felipe González, y su ideita de crear la concertación con centros privados, en lugar de crear colegios públicos, como hizo la República. Los padres no se dan cuenta o no quieren darse cuenta de lo que significa llevar a sus hijos a esos colegios. Ahí tienen los curas a su disposición a los niños para lavarles el cerebro y también y sumadas para cosas mucho peores. Y el trabajito que cuesta sacudirse después toda la mugre que te han metido, quien decide sacudírsela, que lo primero que hace falta es darte cuenta de que es mugre lo tienes.

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