domingo, 3 de julio de 2022

EL ATAÚD


Mi amigo Ernesto Caraba tiene unas cosas... Anoche, en la terraza de Los Merinos, mientras mi mujer y yo nos tomábamos unas cervezas con él y con Fernando Morón, otro amigo recién jubilado, que durante más de treinta años ha ejercido el oficio de enterrador en un cementerio de la capital, Ernesto prorrumpió, casi sin venir a cuento:
"A mí hay muchas cosas que me molestan, pero dos, especialmente, me sacan de mis casillas: la publicidad y los Centros de Llamada o Call Center, para decirlo en inglés, que está tan de moda. ¿Vosotros conocéis una profesión en la que se mienta más que en la publicidad? Yo creo que el oficio les ha colonizado el cerebro de tal manera que los publicistas mienten hasta dándote la hora. Y, además, lo hacen los tíos con tanto arte y habilidad que hasta acabas creyéndolos. Aunque este no es mi caso, porque hace ya mucho tiempo me juré que no compraba nada que se anunciara en la televisión, en la radio o en la prensa, nada.
"Lo de los Call Center es otra historia. Yo ya ni siquiera me pregunto por qué cojones un tipo al que no conocemos de nada tiene que irrumpir en nuestra casa, aunque sea sólo vía telefónica, y además casi siempre a las horas más intempestivas. Yo sé que quien llama es un simple empleado que, probablemente, tendrá un contrato temporal y un sueldo de mierda, acompañado de algún incentivo igualmente insignificante, si consigue endosarle a algún primo aquello que vende, generalmente contratos de telefonía o de electricidad. Pero ¿qué queréis?, no puedo contenerme y muchas veces los interrumpo nada más abrir la boca con un potente: '¡no me interesa' o mandándolos directamente a hacer puñetas. En otras ocasiones lo que hago es seguirles la corriente y dejarlos que suelten todo el rollo, para al final responderles con el ya mencionado 'no me interesa.'
"Ayer, a media mañana, me llamó una señorita de un centro comercial muy conocido, cuyo nombre me callo porque no voy a hacerle publicidad ni ante vosotros. La señorita tenía una voz joven y muy agradable. Yo, temiendo una llamadita de esa especie, había cambiado la mía para que pareciese la de un señor mayor, y el diálogo que mantuvimos fue más o menos el siguiente:
Ella.- Hola, buenos días, mi nombre es Isabel, ¿es usted don Ernesto Caraba?
Yo.- El mismo, señorita.
Ella.- Le llamo desde (aquí el nombre del centro comercial), es que tenemos una muy buena oferta que hacerle: un magnífico jamón cien por cien ibérico al ridículo precio...
Yo.- (Interrumpiéndola) Ay, señorita, verá, yo es que tengo la tensión alta y no puedo comer alimentos salados.
Ella.- Ah, vaya. Pues mire, tenemos otra oferta que es casi mejor, un colchón... (y me soltó una perorata más que considerable)
Yo.- (Cuando ella calló esperando mi respuesta) Pues mire usted, señorita, es que precisamente me he comprado un colchón más o menos de esas características no hace todavía un mes.
Ella.- (Irreductible) Bien, no se preocupe, tenemos otra oferta todavía mejor. Verá...
Y me fue largando otras siete de sus ofertas y yo rechazándolas una detrás de la otra con una razón convincente. Hasta que, cuando me pareció que llevábamos un buen rato con la cháchara, le dije:
Yo.- Mire, señorita, yo es que tengo ya noventa y dos años y, claro, ninguna de esas ofertas me interesa. Pero verá, a mí lo que me puede convenir a estas alturas es un ataúd, así es que si tuviera usted por ahí uno baratito, podría considerar su compra, más que nada para estar preparado.
Ella.- (Más que alarmada) ¡Uy no, por favor! ¡Eso no lo trabajamos! Eso tiene que ser en una funeraria. Ojalá viva usted muchos años más. Buenos días. (Y colgó)



 

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