lunes, 22 de noviembre de 2021

LA ÉTICA DEL ATEO



No acostumbro a leer los prólogos o introducciones de los libros. Sólo los leo si el libro me interesa, pero después de leerlo. Hace unos días, buscando unas citas en La República, de Platón, leí por primera vez la extensa introducción, que no había leído ni siquiera cuando hace ya tiempo terminé la lectura del libro. Yo tengo esta obra, una de las más importantes del filósofo griego, padre del idealismo, en una edición barata, la de la colección Austral, de la editorial Espasa-Calpe, edición de 1975, que es la duodécima de la serie que se inició el 6 de octubre de 1941, algo más de dos años después de terminada la guerra, cuando el régimen franquista estaba llevando a cabo la salvaje represión de los perdedores, por el simple hecho de haber sido fieles a la legalidad republicana.
Bien, el prólogo en cuestión es anónimo, ni lo firma nadie ni nadie aparece como su autor ni en la entrada del libro ni en el índice. Es indudable que está escrito por alguien que sabe de qué habla, pero también su contenido es abstruso a ratos, sumamente dogmático en muchas de sus expresiones, exagerado, ampuloso, ditirámbico y, en fin, propio de un hijo de su tiempo, fervoroso devoto del señor Platón.


Son muchas las perlas que el anónimo autor va repartiendo a lo largo del texto. En este momento, voy a destacar sólo una, no sólo por su falsedad, sino por la mala baba que destila: Comentando el diálogo de Sócrates con el anciano Céfalo y con Polemarco acerca de la justicia, el autor de la introducción dice textualmente: "¿Cómo no han de hacer un esfuerzo (los jóvenes) para sustraerse de la triste suerte del justo y para tomar de la justicia sólo las exterioridades, con el objeto de asegurar para sí impunemente la suerte brillante del hombre malo? ¿Qué pueden temer? ¿La cólera de los dioses? ¿Pero quién sabe si hay dioses? Y si existen, se puede comprar con sacrificios la felicidad de la vida futura, después de la de este mundo. La elección no es dudosa, pues es evidente que el mejor cálculo no consiste en ser justo a sus expensas, sino en ser injusto en su provecho. Este es el fruto de la educación en una sociedad egoísta, cuyo principio en el fondo, es el siguiente: la injusticia es un bien y la justicia un mal. ¿Qué medio hay de refutar este principio que resume secamente la moral materialista y atea?"


Con esta casi brutal facilidad, propia de quien se cree en posesión de la verdad absoluta y de la rectitud moral, adjudica el anónimo autor de la introducción a la moral materialista y atea toda la morralla intelectual de la que hace gala, una pura, simple y auténtica falacia. Porque, veamos: malas personas las hay tanto en el campo de los creyentes como en el de los ateos, pero es un hecho más que comprobado que para ser bueno y, por tanto, para ser justo,  no se necesita la religión ni la creencia en ningún Ser superior omnipotente y bondadoso. Diré más: a diferencia del ateo, que no aspira más que a ser justo y bueno sin segundas intenciones, el creyente no busca la justicia y la bondad por sí mismas, sino como medio para alcanzar lo que llama la salvación en la otra vida, esto es, el paraíso.
Pero hay más: en el caso concreto del cristianismo, mientras una de sus normas principales es el proselitismo, al que, directa o indirectamente, se dedica de manera especial una parte no insignificante de sus fieles, el ateo no forma congregación alguna y, por tanto, no intenta su divulgación ni pretende en ningún momento el crecimiento de adeptos.
Tomemos como ejemplo a los misioneros que trabajan en África y en otros lugares del llamado Tercer Mundo. ¡Cuánta es la admiración que despiertan! Y cómo las distintas iglesias y los medios de difusión más o menos afines resaltan la buenas obras que realizan en los territorios de misión: colegios, hospitales, etc. ¿Pero son realmente buenas estas obras? Lo son desde un punto de vista exclusivamente material: donde se monta una clínica o un hospital antes inexistente es indudable que la vida de la población mejora. Ahora bien, desde el punto de vista ético, tales obras están lejos de cumplir con las más elementales reglas éticas, porque la intención primera del misionero no es mejorar la vida material de los habitantes de un lugar, sino el convertirlos al cristianismo, de modo que el hospital, la clínica, la escuela y todas las acciones materiales no son más que señuelos con los que apoyar su acción, digamos, espiritual. Pero, además, todo lo hacen con la vista puesta en el objetivo último, que consiste en alcanzar el premio de la salvación.


En cambio, organizaciones no gubernamentales como Médicos sin Fronteras o Mediterránea, Open Arms, o Sea Watch, dedicadas al salvamento de inmigrantes en el Mediterráneo, llevan a cabo su labor humanitaria sin invocar a ningún Dios ni 
adoctrinar religiosa o políticamente a ninguna de las personas a las que atienden, en el caso de Médicos sin Fronteras, o recuperan del mar, en el caso de las otras tres. No buscan tampoco recompensa alguna, más que, si acaso, la satisfacción que produce echarle una mano a quien la necesita, además, de forma urgente. En este sentido, tales organizaciones no gubernamentales, traídas aquí a título exclusivamente de ejemplo, porque podrían citarse muchísimas más, puede decirse que son ateas; desde luego, la mayoría de sus miembros los son.
Para el que esto escribe, una ética que tiene el fin en sí misma, que no espera premio alguno es muy superior a la que se aplica con objetivos ajenos a la propia ética, objetivos que en las operaciones propagandísticas destinadas a conseguir fondos no se mencionan jamás. Pero si, además, hablamos de misioneros católicos, esta propaganda resulta hasta despreciable, habida cuenta de las inmensas riquezas que la Iglesia posee, parte de las cuales bien podría destinarlas a erradicar de este mundo la pobreza, algo que lograría con no demasiada dificultad. 
En relación con la Iglesia, además, cabe recordar que, aunque no específicamente ateo, Vicente Ferrer tuvo que abandonar la Compañía de Jesús y a la propia Iglesia para llevar a cabo una verdadera labor social en la India, sin pedir a cambio absolutamente nada a quienes se beneficiaban de ella.

Imágenes: Pinturas del cordobés Manuel Castillero.

3 comentarios:

  1. Que esclarecedora es tu entrada, como se nota el estudio y los conocimientos. que verdad es que esa avanzadilla de convencidos, son utilizados para aumentar el campo del negocio de Osio como decía HGarazem, porque para ellos seguro están (también egoístamente a lo mejor) haciendo lo mejor para su religión. Que complejo es todo y que simple a la vez.

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  2. Cuando has oído las prédicas de esta gente, por tonto que seas, acabas dándote cuenta de que el objetivo primero del creyente es lograr la salvación, todo lo demás es accesorio. Todo se resume en: "hay que ser bueno porque Dios lo quiere, porque si eres malo, ya sabes, condenado por toda la eternidad. Yo no dudo de que ese territorio hay personas que persiguen la bondad por sí misma, pero son contados. Eso sí tener en cuenta lo que todos, en general, entienden por bondad. Para ellos la bondad máxima consiste en la defensa del cristianismo y, entre los católicos, en la defensa de la Iglesia. Ya sabes: "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella." O lo que viene a ser lo mismo: el que critica a la Iglesia es malo. Es simple, sí, casi una perogrullada, pero muchas veces no acabamos de enterarnos. Y en cuanto a los misioneros, me he referido a los modernos, si entro en los de la conquista americana, entonces ya apaga y vámonos.

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