No acostumbro a leer los prólogos o introducciones de los libros. Sólo los leo si el libro me interesa, pero después de leerlo. Hace unos días, buscando unas citas en La República, de Platón, leí por primera vez la extensa introducción, que no había leído ni siquiera cuando hace ya tiempo terminé la lectura del libro. Yo tengo esta obra, una de las más importantes del filósofo griego, padre del idealismo, en una edición barata, la de la colección Austral, de la editorial Espasa-Calpe, edición de 1975, que es la duodécima de la serie que se inició el 6 de octubre de 1941, algo más de dos años después de terminada la guerra, cuando el régimen franquista estaba llevando a cabo la salvaje represión de los perdedores, por el simple hecho de haber sido fieles a la legalidad republicana.
Bien, el prólogo en cuestión es anónimo, ni lo firma nadie ni nadie aparece como su autor ni en la entrada del libro ni en el índice. Es indudable que está escrito por alguien que sabe de qué habla, pero también su contenido es abstruso a ratos, sumamente dogmático en muchas de sus expresiones, exagerado, ampuloso, ditirámbico y, en fin, propio de un hijo de su tiempo, fervoroso devoto del señor Platón.
Pero hay más: en el caso concreto del cristianismo, mientras una de sus normas principales es el proselitismo, al que, directa o indirectamente, se dedica de manera especial una parte no insignificante de sus fieles, el ateo no forma congregación alguna y, por tanto, no intenta su divulgación ni pretende en ningún momento el crecimiento de adeptos.
Tomemos como ejemplo a los misioneros que trabajan en África y en otros lugares del llamado Tercer Mundo. ¡Cuánta es la admiración que despiertan! Y cómo las distintas iglesias y los medios de difusión más o menos afines resaltan la buenas obras que realizan en los territorios de misión: colegios, hospitales, etc. ¿Pero son realmente buenas estas obras? Lo son desde un punto de vista exclusivamente material: donde se monta una clínica o un hospital antes inexistente es indudable que la vida de la población mejora. Ahora bien, desde el punto de vista ético, tales obras están lejos de cumplir con las más elementales reglas éticas, porque la intención primera del misionero no es mejorar la vida material de los habitantes de un lugar, sino el convertirlos al cristianismo, de modo que el hospital, la clínica, la escuela y todas las acciones materiales no son más que señuelos con los que apoyar su acción, digamos, espiritual. Pero, además, todo lo hacen con la vista puesta en el objetivo último, que consiste en alcanzar el premio de la salvación.
Para el que esto escribe, una ética que tiene el fin en sí misma, que no espera premio alguno es muy superior a la que se aplica con objetivos ajenos a la propia ética, objetivos que en las operaciones propagandísticas destinadas a conseguir fondos no se mencionan jamás. Pero si, además, hablamos de misioneros católicos, esta propaganda resulta hasta despreciable, habida cuenta de las inmensas riquezas que la Iglesia posee, parte de las cuales bien podría destinarlas a erradicar de este mundo la pobreza, algo que lograría con no demasiada dificultad.
En relación con la Iglesia, además, cabe recordar que, aunque no específicamente ateo, Vicente Ferrer tuvo que abandonar la Compañía de Jesús y a la propia Iglesia para llevar a cabo una verdadera labor social en la India, sin pedir a cambio absolutamente nada a quienes se beneficiaban de ella.
Imágenes: Pinturas del cordobés Manuel Castillero.
Que esclarecedora es tu entrada, como se nota el estudio y los conocimientos. que verdad es que esa avanzadilla de convencidos, son utilizados para aumentar el campo del negocio de Osio como decía HGarazem, porque para ellos seguro están (también egoístamente a lo mejor) haciendo lo mejor para su religión. Que complejo es todo y que simple a la vez.
ResponderEliminarCuando has oído las prédicas de esta gente, por tonto que seas, acabas dándote cuenta de que el objetivo primero del creyente es lograr la salvación, todo lo demás es accesorio. Todo se resume en: "hay que ser bueno porque Dios lo quiere, porque si eres malo, ya sabes, condenado por toda la eternidad. Yo no dudo de que ese territorio hay personas que persiguen la bondad por sí misma, pero son contados. Eso sí tener en cuenta lo que todos, en general, entienden por bondad. Para ellos la bondad máxima consiste en la defensa del cristianismo y, entre los católicos, en la defensa de la Iglesia. Ya sabes: "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella." O lo que viene a ser lo mismo: el que critica a la Iglesia es malo. Es simple, sí, casi una perogrullada, pero muchas veces no acabamos de enterarnos. Y en cuanto a los misioneros, me he referido a los modernos, si entro en los de la conquista americana, entonces ya apaga y vámonos.
ResponderEliminar👏👏👏
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