martes, 9 de noviembre de 2021

OBISPOS EN LOURDES

 

No existe en el mundo una organización ni religiosa ni laica, ni pública ni privada, ni siquiera una compañía de teatro, con el sentido teatral de la Iglesia Católica. Es imposible negar la aparatosidad, el fasto y la perfecta y muchas veces complicadísima puesta en escena de sus ceremonias religiosas.
En estos días, en uno de los actos más teatrales de la jerarquía católica francesa, ciento veinte obispos de esta nacionalidad se han reunido en el "milagroso" santuario de Lourdes y todos ellos de rodillas han implorado perdón por la pederastia clerical que ha azotado al país sólo en los últimos cincuenta años, los que van de 1950 a 2020.
El evangelio de Mateo, en el capítulo 6, versículos 5 y 6, pone en boca de Jesús la siguiente recomendación: "Y cuando oréis no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres... Tú, en cambio,  cuando vayas a orar entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está ahí, en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará."
Aunque cada vez que ofician la misa leen un trozo del evangelio y es seguro que este lo han leído en un buen número de ocasiones, hace mucho tiempo que la Iglesia olvidó las claras y determinantes recomendaciones de Jesús, concretamente, desde finales del siglo II de nuestra Era. Es así que los obispos franceses organizan una auténtica y espectacular ópera, cuya representación ha recorrido el mundo entero, en lugar de limitarse a formular una declaración seria y definitiva y, a continuación, en sus respectivos aposentos, darse tantos golpes de pecho como les hubiera parecido.

En cualquier caso, ¿qué resorte ha movido a los señores obispos a realizar un acto tan poco común?: El informe sobre el abuso y violación de menores (decir pederastia a secas es casi un eufemismo y, desde luego, restarle fuerza a los hechos) practicados por miembros del clero francés desde 1950 a 2020, setenta años, un verdadero terrorismo sexual mantenido, esto sí, en secreto por la jerarquía católica francesa hasta fechas bien recientes.
El informe, realizado por la CISE, Comisión Independiente sobre los Abusos Sexuales, consta de 2.500 páginas y fue entregado hace una semanas por el presidente de la misma al arzobispo de Reims, presidente de la Conferencia Episcopal francesa, en un acto igualmente público. Dicho informe especifica que, aunque nunca se sabrá el número exacto de víctimas, durante este periodo ha habido al menos 330.000 abusos y violaciones de menores en instituciones religiosas francesas, 216.000 de las cuales habrían sido realizadas por entre 2.500 y 3.000 clérigos y el resto por laicos que trabajaban en dichas instituciones. "Estos números son abrumadores y no pueden producirse sin consecuencias, reclaman medidas muy fuertes por parte de la Iglesia", manifestó el presidente de la comisión en la entrega del informe. Éste no se limita a detallar el número y la historia de las víctimas, sino que añade cuarenta y cinco recomendaciones, entre las que destaca ampliamente la necesidad de limitar el secreto de confesión, afirmando que tal secreto "no puede olvidar la obligación prevista en el código penal de señalar a las autoridades judiciales y administrativas los casos de violencias sexuales infringidos a un menor o a una persona vulnerable."
Además de pedir perdón, los obispos franceses se han comprometido a indemnizar económicamente a las víctimas, incluso vendiendo propiedades de la Iglesia, si es necesario. Al mismo tiempo, han pedido ayuda al pontífice para poner término a esta lacra.
   

Mientras esto ocurría en Francia, la Conferencia Episcopal española no sólo se negaba una vez más a realizar en nuestro país una investigación semejante, sino que le echaba la culpa de su pederastia al "silencio cómplice de toda la sociedad. Conociendo que la formación del clero es más o menos la misma en todas las latitudes, no hay que ser un lince para dar por hecho que el número de abusos y violaciones de niños y niñas producidos en España durante el mismo intervalo de tiempo no debe andar muy lejos del francés, teniendo en cuenta el número de habitantes de cada país, sesenta millones Francia y cuarenta y siete millones España. 
La culpa de esta negativa de los obispos españoles la tienen, en primer lugar, los propios obispos, que, más allá de las últimas sentencias judiciales, siguen ocultando a pederastas (el obispo de Córdoba, por ejemplo, mantiene trabajando en el obispado a uno de ellos juzgado y condenado, sin tocarle ni uno sólo de sus derechos como sacerdote.) Pero esa culpa la tienen también los gobiernos de turno que bien que podrían crear una comisión igualmente independiente como la de Francia, porque la pederastia eclesiástica no es un problema solamente de la Iglesia, sino que es un problema y muy grave que afecta a toda la sociedad. Y, en tercer lugar, la culpa la tenemos también los españoles, que, por lo menos, podríamos exigirle al gobierno (es inútil tratar de exigírselo a los obispos) la creación de dicha comisión, que lleve a cabo una investigación a fondo del asunto.

Mientras tanto, en el Vaticano, el papa Francisco manifiesta su dolor por el sufrimiento de las víctimas, afirmando que su pensamiento está con ellas. Agradece además la voluntad y el coraje de la Iglesia francesa al propiciar y hacer público el citado informe y pedir perdón por el sufrimiento causado.
Pedir perdón cuando se ha cometido un error o, consciente o inconscientemente, se ha producido un daño, es una de las acciones más nobles que puede realizar el ser humano. Pero, además de pedir perdón y  de prometer indemnizar a las víctimas, los obispos franceses deberían enunciar públicamente el compromiso firme de entregar a la Justicia a todo pederasta que aparezca en el seno de su Iglesia.
Por su parte, para no pasar por un mero hipócrita que todo lo deja en el sufrimiento personal, el papa Francisco debería exigirle a todas las Conferencias Episcopales y especialmente a la española, que realicen una investigación como la que ha realizado la Iglesia francesa. En segundo lugar, él y todos los obispos del mundo saben que la raíz del problema se encuentra en el celibato obligatorio y saben que mientras no se corte esa raíz el abuso y la violación de niños y niñas va a seguir produciéndose más o menos con la misma intensidad que hasta aquí. Por tanto, es necesario que el papa se deje de más rodeos y ponga fin de una vez a la aberración del celibato, impuesto por la Iglesia no para conseguir un clero puro, con  aromas de santidad, sino para contar con un ejército de hombres (que son lo que violan) sin atadura familiar alguna y, por tanto, si herencias que dejar fuera de la Iglesia y disponibles las veinticuatro horas del día.

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