domingo, 7 de marzo de 2021

DE CÓMO DESCUBRÍ LA ETERNIDAD

 

Cuaresma. Cuarenta días de expiación y penitencia. Cómo si no sufriéramos bastante a lo largo del año. Unos días de esta cuarentena, el colegio de los salesianos se convertía en una isla de silencio y de temor. Eran los días de los ejercicios espirituales. Las clases se interrumpían y eran sustituidas por charlas piadosas y por lecturas de la vida de santos. Y entre y charla y charla los alumnos, siempre tan inquietos, tan bulliciosos, deambulábamos por los patios como sonámbulos, o mejor, como zombis ciegos y sordos a cuanto nos rodeaba.
Para las charlas, más bien admoniciones, venían curas de fuera, seguramente con el propósito de evitar la familiaridad que manteníamos con los habituales e imponernos un mayor respeto. En ellas no había más que dos temas machaconamente repetidos, el sexo y el infierno, y del sexo, la masturbación, porque, quizás por nuestra edad, los charlistas no pasaron jamás de ella.
Aquel año, a mi clase, vino un sacerdote de mediana edad, digamos cuarenta, cuarenta y cinco años, no muy alto, pero sí fuerte, más meloso que adusto, pero firme y seguro, tanto en sus gestos como en sus palabras. De entrada, curiosamente, apenas mencionó el sexo, se centró únicamente en la descripción, una vez más, del infierno y en hacernos ver lo que era exactamente la eternidad. (Mucho tiempo después, cuando peleaba para deshacerme de él, llegué a la conclusión de que lo que realmente buscaba el charlista, mucho más de lo que casi a diario practicaban el resto de los curas, era gravarnos bien el miedo, sabiendo lo difícil que resulta despojarse de él cuando se inocula en mentes infantiles)

Y al infierno estuvo dedicada casi enteramente la primera charla. Lo vino a describir más o menos con las imágenes acostumbradas, pero acentuándolas hasta la exasperación, recreándose en los detalles, aquellos cuerpos desnudos abrasándose, sin perecer, a perpetuidad. Y lo fácil que resultaba caer en el infierno, teniendo en cuenta que nadie sabía cuando habría de llegarle la muerte. (Para quien ha vivido o conoce aquella época, resultaría increíble, si no hubiéramos terminado conociendo su intención, que aquellos caballeros apenas hablaran del cielo y sólo, obsesivamente, del infierno.)  Ponía ejemplos: fulanito de tal se masturbó (no empleaba esta expresión, ninguno la empleaba, la sustituían por: hizo una marranería), se durmió y ya no despertó, murió mientras dormía. Y como no tuvo tiempo ni de arrepentirse, allá que fue su alma derechita al infierno.

En la siguiente charla nos puso el ejemplo del tren: "Vosotros podéis creer o no que el infierno no existe, pero si existe, aunque no creais en él, os condenáis." Para entenderlo, debíamos imaginar un tren que todos los días hacía el recorrido entre dos ciudades, debiendo pasar, hacia la mitad del mismo, un puente tendido sobre un aterrador precipicio. Un día el puente, inopinadamente, se hunde. Como la noticia no ha llegado aún a la estación de partida, el tren sale puntualmente una mañana más. Bien, el maquinista puede creer que el puente sigue en su sitio, pero si no lo detiene antes de llegar a él, el tren caerá al abismo y, lo más probable es que perezcan todos los pasajeros incluido el maquinista. Y es que, queridos niños, la existencia de algo no depende en absoluto de que creamos o no en ella.

Y ahora, la eternidad. ¿Teníamos nosotros idea de lo que era la eternidad? Por mucho tiempo que imagináramos, más tiempo todavía y más y más. "Mirad", dijo, y pintó en la pizarra un gran círculo, "esta es la tierra. Supongo que ya sabéis cuánto mide su circunferencia: 40.075 kilómetros. Pues imaginad que una hormiga empieza a caminar a lo largo de esta circunferencia dando una vuelta y otra y otra, bien, pues cuando de tanto pasar por el mismo sitio consiga partir en dos la esfera de la tierra aún no habrá pasado todavía ni un solo segundo de la eternidad, ¡ni un solo segundo! 
"Y durante todo ese tiempo, durante ese segundo que no terminará nunca, os estaréis abrasando en el infierno sin consumiros y con los sentidos bien dispuestos, las llamas os devorarán y os seguirán devorando y sólo sufriréis dolor, un dolor que no terminará jamás. ¿Sabéis el dolor que puede producir el fuego? A ver..." y llamó al encerado a uno de nosotros, Antoñito Martínez, no se me ha olvidado, "ven, ven, sube aquí conmigo, dame tu mano, ciérrala y mantén extendido sólo el dedo índice." Y cuando Antoñito extendió su dedo, el cura sacó un encendedor del bolsillo, lo encendió rápidamente y acercó la llama al dedo del chavalín. Antoñito dio gritó y, dando un tirón, consiguió arrancar su mano de la del cura. "¿Ves? ¿Veis?. ni un segundo", exclamó, alzando dramáticamente la voz, ¡ni un segundo ha podido aguantar el calor! Imaginad pues lo que será que las ardientes llamas estén en contacto con todo vuestro cuerpo, no un segundo, sino toda la eternidad, ¡toda le eternidad!

El final de aquellos ejercicios consistía año a año en un acercamiento generalizado al confesionario y el propósito de no volver a pecar nunca más. Con las charlas de aquel año, el dolor de corazón, el arrepentimiento, el propósito de la enmienda y, sobre todo, el miedo a morir repentinamente en pecado,  fueron tan profundos que los alumnos acudimos en masa a la confesión y, seguidamente, a la comunión. Yo creo que ni los más gamberros, y, aunque no había muchos, alguno había, pasaron de confesar y comulgar.

P.S. Sé que hoy los religiosos en general ya no hablan del infierno ni son tan duros cuando tratan estos temas con niños y adolescentes. Pero entonces las cosas estaban así. Si lo cuento, es porque hay un gran desconocimiento de lo que fue la época de la dictadura.

2 comentarios:

  1. Que hijos de la gran puta, y luego decían que era una religión de amor, pero basada en el terror a los niños y adultos sin graduación, aunque los graduados eran más tontos por estar cultivados y creer esas patrañas. De todas formas todas las religiones son iguales aunque la musulmana les ofrece jardines de leche y miel y mujeres, claro que es el cielo. Un abrazo

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  2. Así era, Paco. Lo que por una razón o por otra no caísteis en aquellas redes no sabéis de la que os librasteis. Decían, aunque, mejor, dicen ahora, que no adoctrinan. Y sí, todas las religiones son iguales, pero la que soportamos nosotros antes y ahora, aunque ahora de otra forma, es la católica, que tiene tela que todavía estemos manteniendo a una organización como esta que actualmente vuelve a ponerse al lado del fascismo, si es que no azuza, como está haciendo más de un obispo.

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