miércoles, 10 de marzo de 2021

BLACK RUSSIAN

 

Muchas tardes mi amigo Ernesto Caraba se pasa por mi casa para compartir un black russian y rememorar alguna de las aventuras que vivimos juntos en nuestra juventud. El black Russian es un cóctel creado por el barman del hotel Metropole de Bruselas para Perle Mesta (1889-1975), embajadora de los Estados Unidos en Luxemburgo (1949-1953). Hoy, mi mujer lo prepara tan bien como el legendario barman, con dos partes exactas de vodka y una de café y los cubitos justos de hielo.
Ernesto y yo nos complementamos a la perfección. Evocando a Jano, bien podría decirse que él y yo somos una sola persona con dos caras, sólo que en lugar de mirar una hacia atrás y otra hacia adelante, las dos miran siempre al norte, una ligeramente al noreste y la otra al noroeste. Yo soy de natural prudente, reflexivo y algo melancólico, en tanto él es extrovertido, temerario y chispeante.
Ninguno de los dos hemos olvidado cómo nos conocimos: Colegio Salesiano, primera semana de clase, yo diez años, el once, saliendo al recreo; él, un niñato entonces con pinta de zascandil, me echó la zancadilla y caí al suelo. Rápidamente, me levanté y le arreé un puñetazo en la boca; él respondió a su vez y nos enzarzamos en una pelea. No tuvimos tiempo más que para intercambiar un par de golpes, porque enseguida llegó don Antonio, el curita joven que nos daba clase, nos separó y nos arrastró a los dos hasta el aula. "Mañana", dijo después de amonestarnos severamente, "me traeréis copiada mil veces la siguiente frase." Y escribió en la pizarra: "no volveré a pelearme nunca más."
"¡Mil veces", salió rezongando Ernesto. "¡Tú has tenido la culpa!", le recriminé yo, dispuesto a enzarzarme de nuevo con él. "¡Espera! ¡Tengo una idea!" dijo eufórico. "Usaremos un lápiz de tinta y un par de calcos, así no la escribiremos más que trescientas veces, serán novecientas veces en total, pero don Antonio no se va a poner a contarlas." ¿"Y no se va a dar cuenta?" "¡Qué va! ¿No ves que el lápiz de tinta y el calco son del mismo color?"
Pero don Antonio se dio cuenta y nos pasamos las dos primeras horas de la mañana cada uno en un rincón del aula, de rodillas y con los brazos en cruz. Y a la tarde tuvimos que quedarnos a escribir quinientas veces: "al maestro no se le engaña."
Paradójicamente, con aquellos castigos quedó sellada para siempre nuestra amistad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario